17. La otra cara de Arquedeus (III-III)
—¿Un zero? —preguntó Jack, sosteniendo cada parte de su cetro en una mano, mirándolas.
El Sahulur suspiró.
—Me temía que no supieses lo que es un zero. En ese caso, ¿esta lanza, la obtuviste por casualidad?
Jack observó el objeto largo.
—Fue un obsequio de un viejo amigo para mi hijo.
—¿Tienes idea de lo que es?
Jack ladeó un poco la cabeza. Le resultaba obvio que el Sahulur conocía el objeto, lo que no entendía, era qué tenía de especial. Tantos años vio a Kail usarla, y nunca encontró nada único, lejos de su fina manufactura.
—Creía que era una reliquia familiar —respondió él, con sinceridad—. Intuyo que es de origen arqueano, ¿cierto? La has reconocido.
El anciano inhaló profundo, como si las palabras de Jack fuesen otra confirmación.
—Quizás empezamos mal —respondió el Sahulur, mirando a Jack como si tuviera algo en la cara—. ¿Me permitirías mirar tus ojos por un momento?
Jack arrugó la frente, pero decidió aceptar la petición por simple curiosidad. Después de todo, ¿qué sabía él de los Rahkan Vuhl? Cada fuente daba una interpretación diferente.
Acercó su rostro al anciano y abrió sus ojos. Mientras que el galeano notaba el color verde muy vivo de los ojos del Sahulur, el otro indagaba en el profundo mar gris del iris ajeno.
—Rojizo —pronunció al fin—. Extraordinario, de verdad está ahí, la marca, el sello de Dios.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Jack.
El Sahulur se alejó para dirigirse a una estantería llena de libros de aspecto antiguo, muy antiguo. Se hizo con uno de los libros y regresó hasta el escritorio, soltándolo con un golpe que levantó polvo. Abrió el tomo cerca del final y rebuscó entre sus páginas con ahínco.
El sonido de las hojas pasando recordaba a Jack aquellos días en los que podía detenerse con calma a leer un libro. Hacía tanto que no podía.
—Aquí, mira esto —dijo el Sahulur, señalando una página con el dedo índice, un dibujo a color.
El libro estaba lleno de símbolos antiguos, escritos en tinta apenas visible. La imagen que se observaba en la página correspondía a un conjunto de ojos.
—Esto es... —dijo Jack, sorprendido.
—Leyendas arqueanas, solamente. Leyendas para cualquiera, pero verdades para nosotros, los que portamos el nexo con el pasado —explicó el anciano, quien finalmente estaba mostrando su lado cooperativo. O al menos eso parecía.
Jack observó el dibujo. El color de diversos iris había sido plasmado a diferentes tintas.
—Azul y marrón, los de vuestro mundo. Verde, el color arqueano. —Señaló el Sahulur, y cambió al siguiente dibujo—. Gris, los hijos de Arquedeus y la primera casta española. Dorado, el mestizaje con vikingos, los primeros europeos que pisaron nuestras tierras. Rojo, de rojo se tiñen los ojos de los Rahkan Vuhl.
El rostro de Jack denotó duda. ¿Rojo? Él no recordaba rojo en sus ojos. Por otra parte, ¡¿el dorado era qué?! ¿Significaría eso acaso que...? ¿Lina había sido...? No podía ser. ¿O sí?
—¿Qué tan confiable es esto? —preguntó Jack.
El Sahulur balanceó la cabeza de lado a lado y encogió los hombros de forma muy leve.
—Lo suficiente —dijo él—. Se escribieron tras el primer contacto con los nórdicos y se actualizaron tras la llegada de los españoles. La mezcla de castas da origen a nuevos ojos. El gris de los tuyos es un claro ejemplo de la descendencia arqueana. El rojo, por supuesto, es una simple leyenda. Nunca nadie había demostrado la existencia del pigmento de Dios... hasta hoy. No sé ve a simple vista, se debe analizar el iris a detalle.
Jack estaba sorprendido. Pero no por el hecho de que este hombre estuviera confirmándole que era un Rahkan Vuhl, eso lo había aceptado desde hace mucho, sino porque estaba cayendo de nuevo en la fascinación. Se daba cuenta de que sus antiguas esperanzas aún seguían ahí. Había tanto que podía aprender de esa gente, tantas cosas que siempre había deseado saber.
Tenía sentimientos encontrados. Ahora no podía evitar detestar a los Sahulur por el acto egoísta de condenar a un mundo para salvarse ellos mismos. Sin embargo, la sabiduría ancestral que ese lugar guardaba, lo llamaba, lo atraía.
—Vale, es interesante, lo admito. Pero lo que de verdad importa aquí, es este cambio de actitud, Sahulur. ¿Acaso estás dispuesto a cooperar conmigo ahora? ¿Qué lo ha provocado?
El Sahulur se quedó observando a Jack, en silencio. Cerró el libro y se sentó con tranquilidad a su escritorio. Se le veía controlado, con un semblante diferente. De nuevo demostraba esa sabiduría con la cual se había presentado en un principio.
—La reliquia, y luego el cetro. Ambas son pruebas diferentes, una de tu procedencia, otra de las fallas en nuestra historia. —El anciano ocupaba lugar frente a Jack—. Esta lanza es de origen arqueano. Perteneció a uno de los cuatro fundadores de Arquedeus, uno de los primeros Rahkan Vuhl. La historia de nuestros orígenes dice que Dios se llevó hasta el último de ellos, sin dejar rastro. —El Sahulur sostuvo las dos mitades del cetro de Jack, y las entregó a su dueño—. Este instrumento, el cetro roto, proviene de tu mundo, no del nuestro. Eso significa que, si esta lanza ha venido contigo, todo este tiempo se encontró fuera de Arquedeus.
—Es el rastro de un Rahkan Vuhl —completó Jack la deducción, recibiendo en manos las dos mitades de su cetro, pero fijando la mirada en la reliquia arqueana—. Hay trozos de vuestra historia que no conocéis, lagunas, ¿cierto?
El Sahulur asintió.
—Nuestro pasado más antiguo está perdido. Sabemos que Arquedeus fue fundado hace más de tres ciclos gracias a la edad de nuestras construcciones, es decir, unos quince mil de vuestros años. Sin embargo, los registros reales comienzan diez mil años atrás. El resto son leyendas, conocimiento heredado entre los Sahulur, de predecesor a sucesor.
Jack no supo cómo responder, así que prefirió callar, en espera de más información.
—Cuando el dragón apareció en Galus —siguió hablando el Sahulur—, sólo uno se atrevió a cuestionar nuestra historia, a poner en duda los conocimientos que todos creíamos entender sobre Dios. ¿Y qué hicimos? Le llamamos blasfemo, traidor. Fue expulsado de nuestro nicho, cayó en la desgracia. —Cerró los ojos como muestra de solemnidad al decirlo—. Tu presencia, esta lanza, este cetro, el nombre del dragón. Todas son pruebas de que esa persona tenía razón. Puede que haya otras formas de interpretar las historias de la creación, puede que el dragón no sea Dios, y en el caso de que lo sea, puede que no venga a por nosotros... sino por ti.
El hombre de Galus no pudo evitar reír con lo último.
—Veo que estamos progresando. ¿Al fin te das cuenta de que estamos en el mismo bando?
Y ahí estaban. Frente a frente, separados por un trozo de madera fina, igual que al comienzo de la antes fatídica conversación, sólo que esta vez con una dirección distinta.
—Si de verdad eres un Rahkan Vuhl, el bando se eligió hace diez mil años —respondió el anciano, con gentileza.
Jack no supo qué creer. El cambio había sido radical. Él pensaba que el corazón del anciano debería haber sido más duro de ablandar. Se preguntaba si aún estaría planeando algo y no pensaba bajar la guardia.
El silencio volvió a reinar por unos segundos. Después de haber quedado claro que Jack era un ser superior, de origen divino para los arqueanos, era fácil suponer que cualquiera buscaría un rumbo seguro por el cual llevar la conversación. Cada uno meditaba en sus propias teorías, ahora, los dos, se encontraban en terreno desconocido. Para Jack resultaba frustante saber que en Arquedeus poco sabían sobre los Rahkan Vuhl. Para el sabio arqueano, quien había pasado una vida creyendo que los Sahulur eran los hijos de Dios de la actualidad, la verdad lo golpeaba de forma abrumadora, pero apasionante.
—Háblame de ese objeto. —El anciano rompió el silencio, señalando con la mirada la punta del cetro roto que yacía en manos de Jack—. Me intriga que no conozcas los cristales de nivel zero, pero que hayas tenido la capacidad para crear uno.
Jack bajó la vista para enfocarse en la punta de su cetro. La espiral metálica y la esfera manchada de sangre aún estaban intactas. Eso debía ser lo que el otro hombre confundía con un zero, la manifestación más alta del pensamiento creada por un variador.
—Esto no es un zero —respondió él—. Es un mecanismo básico capaz de distribuir impulsos bioeléctricos de forma eficiente.
El Sahulur llamaba cetro al instrumento, porque él también había usado uno momentos antes, cuando intentó atacar a Jack. Ambos objetos eran muy parecidos a la vista, pero su funcionamiento era completamente distinto. El cetro del Sahulur era un bastón largo, de madera, con punta cónica que albergaba un pequeño cristal, un verdadero zero.
—¿Un mecanismo? ¿Energía bioeléctrica? —decía el anciano, con una sinceridad abrumadora—. Muéstrame, por favor. Esto es nuevo para mí, me gustaría entender.
Toda pizca de recelo y repudio habían desaparecido del rostro del Sahulur. Ya no miraba a Jack como un intruso del cual debía deshacerse, sino como un invitado que respetaba y al cual quería conocer. El Rahkan Vuhl sabía que dar la clave de su poder a un Sahulur no parecía buena idea, pero no podía negarse ahora que la diplomacia avanzaba. Debido a ello, pensó en una forma para explicarlo de la forma justa, ni más, ni menos.
—La esfera se llena con mi sangre, una parte de mí —dijo él, despacio—. El bastón es de acero, con punta retráctil para protegerla. La sangre y el acero funcionan como catalizadores para extender mi poder, potenciarlo para alcanzar mayores distancias.
—Es decir que, al contrario de nosotros, no lo necesitas para hacer tales milagros —ratificó el Sahulur, ofreciendo una expresión llena de asombro.
Jack asintió con una leve sonrisa, y se hizo con la parte faltante del cetro. Juntó las dos mitades como si armase un rompecabezas y, de la nada, el metal chirrió y se enderezó por sí solo. Las dos partes se unieron como si de simple arcilla se tratase, y un nuevo cetro completo renació en sus manos.
—Almigia, el poder de Dios —dijo el Sahulur, maravillado—. Ahora tiene sentido cómo es que lograste escapar de la zona Elix. La almigia divina de verdad existe, igual que los Rahkan Vuhl. Esto es todo un descubrimiento, las leyendas son ciertas, la habilidad es innata, reside en ti. ¿Cómo ha sido posible?
A Jack no le gustaban las palabras del viejo. Sin embargo, quizá lo estaba juzgando demasiado pronto. Aún no podía quitarse la mala impresión que le había dejado.
—Esa, Gran Sahulur —respondió Jack, en tono amigable—, es una gran pregunta que siempre me he hecho.
El anciano hizo los ojos pequeños al esbozar una sonrisa.
—La ignorancia es el camino a la sabiduría. Has transitado por vías difíciles. ¿Cómo debo llamarte? Rahkan Vuhl es un título, no un nombre.
Aunque no supo si fue verídica, o forzada, Jack correspondió la sonrisa.
—Jack Relem, es mi nombre.
El Sahulur realizó una ligera inclinación de cabeza, de forma respetuosa, algo inesperado considerando su actitud anterior.
—Mi nombre es Hizur, Sahulur del avrion de Kater, el norte nevado, la gran ciudad del hielo. Has ganado mi atención, Jack Relem.
—Si me permites opinar, Hizur —dijo Jack, imitando la ligera inclinación de cabeza, tan sólo lo suficiente como para igualar la que el Sahulur había realizado hacia él—. Siguiendo el rastro de mi linaje, el apellido Relem es muy antiguo, de la época de las conquistas españolas. Lo que no me puedo explicar es, si el origen de todas estas leyendas reside en Arquedeus, ¿entonces qué hacía un dragón, así como un Rahkan Vuhl, en Galus?
El Sahulur frunció el ceño y se llevó una mano a la barbilla. Ese gesto, no le gustó a Jack. No porque fuera falso, sino todo lo contrario. El rostro de Hizur demostraba completa ignorancia.
—Un cuestionamiento digno de un sabio arqueano —respondió él, con seriedad—. Ni con todo el conocimiento que cargo de mis antepasados puedo responder a esa pregunta, Jack Relem. Es una cuestión que todo el Consejo Sahulur, e inclusive el Vuhl Sahulur, se hicieron hace quince años, cuando la criatura apareció. Nunca antes ningún arqueano, aun siendo descendiente directo de los Vuhlukan, hijos de antiguos Rahkan Vuhl, había despertado un poder como el tuyo. Debes entender que, nosotros, creíamos que los zero eran la manifestación del poder de Dios.
—Un misterio entre los misterios, comprendo.
El Sahulur negó con la cabeza.
—Una gran ignorancia rodea todos los temas relacionados con Dios. Tu descendencia arqueana no es el misterio. Como bien lo has dicho, y como demuestran tus ojos, tu sangre proviene del mestizaje. Hay sangre arqueana en todo el mundo. A excepción de los pocos linajes registrados, es imposible saber quién es un descendiente de los hijos de Dios y quién no lo es.
» Las leyendas sobre dragones son antiguas, dispersas entre tu mundo, y el nuestro, originadas incluso antes de que la historia comenzara a contarse. ¿Te has preguntado si, tal vez, los dragones no sólo existieron en Arquedeus? Nuestros dioses y orígenes se tergiversan con el tiempo. Es imposible indagar cómo ocurrieron los hechos reales basándonos en historias contadas de boca en boca. Acabamos de descubrir ahora mismo lo erradas que pueden estar algunas de ellas. Por otra parte, una de las dos grandes incógnitas que encuentro en este asombroso acontecimiento, es la relación entre el dragón y la manifestación de tu poder. Un dragón y un Rahkan Vuhl, dos leyendas despertando en el mismo lugar, en el mismo momento, en el mismo tiempo. ¿Qué me dices de ello?
La pregunta tomó a Jack por sorpresa, no por la duda que planteaba, sino porque el Sahulur le dirigía una mirada que invitaba a la camaradería, a descubrir juntos la respuesta. Su rostro anciano denotaba curiosidad.
—Otra buena pregunta —dijo Jack—. Ya que no hay una respuesta idílica, diré lo que pienso. Tras analizar lo que hemos hablado, es más que probable que el dragón hubiese llegado a Galus de la misma forma que la reliquia de vuestros fundadores llegó a la antigua China. Dejando eso a un lado, resulta obvio que la presencia del dragón debió influir en el despertar de mi condición. No encuentro otra explicación. Debió haber alguna interacción entre la cercanía de la criatura y la sangre arqueana que hay en mí.
El Sahulur acarició su barba.
—Bien indagado. He pensado exactamente lo mismo —respondió él.
—Era una deducción clara —respondió Jack—. Por eso me mostraste ese libro, ¿Hizur? El de los ojos.
El anciano asintió. Ambos comprendían perfectamente las reglas de ese juego, un juego en el que ninguno demostraría saber menos que el otro.
Pero eso no era problema para Jack, lo que ahora le preocupaba, era la realidad que los nuevos eventos sacaban a relucir. Si la presencia del dragón era capaz de «despertar» el poder latente en un descendiente, entonces existía la posibilidad de originar nuevos Rahkan Vuhl. En Galus había sido fácil dar con la sangre de los hijos de Dios, por tanto, en Arquedeus debería haber descendientes por todas partes. ¿Y si eso era lo que deseaba el Sahulur? Si Jack se lo preguntaba, era fácil intuir que el otro también podía hacerlo.
—Por supuesto, no se puede hacer otra cosa más que deducir —comentó el anciano, y se levantó de su asiento—. Entonces no hay tiempo que perder, esta situación ha cambiado todo. Con la presencia de un Rahkan Vuhl en Arquedeus, todo podría ser diferente. Además, está la cuestión de los otros galeanos que llegaron aquí contigo; intuyo que esa es la razón principal por la que estás aquí. ¿Me equivoco?
—Eres muy perspicaz, Sahulur —dijo él—. Es la principal razón, pero surgieron nuevas en el trayecto. Me enteré de lo que habéis hecho con todos aquellos que llegaron desde mi lado del mundo, pidiendo ayuda antes que yo, pero ya hablaremos de eso en otro momento. Lo que deseo en este instante es una alianza, o un permiso, si quieres llamarlo así, para residir en Arquedeus. No quiero que nos enviéis de vuelta a la zona Elix como hicisteis con los otros refugiados.
El Sahulur le dirigió a Jack una mirada penetrante. Recibió directo los golpes verbales que le había lanzado, pero mantuvo muy bien la calma.
—Recibirás el trato adecuado. Pero no soy yo quien decidirá tú destino, o el de los tuyos. —Hizur comenzó a andar hacia una puerta, en el mismo recinto—. Espera un momento, convocaré al Consejo Supremo, organizaré una sesión de urgencia para que puedas tratar los temas que te incomodan.
—Es justo —dijo Jack, acompañando su frase con un asentimiento de cabeza—. Hay algo más que me gustaría recuperar, por cierto. —El Sahulur arqueó sus cejas. Jack continuó—. Os llevasteis a un amigo mío, un reptil de escamas carmesí, pequeño y redondo. Espero tenerlo de vuelta cuanto antes.
—¡¿Esa abominación?! ¿Un ami...? —Se notó que el Sahulur quiso rechistar, sin embargo, se guardó su comentario con un suspiro—. Seguro. Me encargaré personalmente de eso. Lo tendrás antes de que te vayas.
En cuanto el Sahulur terminó de decir lo último, se dirigió a un extremo de la sala. Abrió una puerta. El sonido deslizante de la piedra negra acompañó la desaparición de su presencia. Y Jack se quedó solo, con una nueva oleada de pensamientos invadiendo su mente.
¿Realmente podría confiar en el Sahulur? Aún era pronto para decir que las cosas estaban saliendo bien. Confiar y esperar, era lo mejor que podía hacer para llevar el encuentro por buen camino.
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