17. La otra cara de Arquedeus (I-III)
Altas edificaciones en forma de torres reflejaban la luz de luna en sus ventanales. Una ciudad como ninguna otra acaparaba el horizonte en cualquier dirección hacia donde Jack mirase, saturada de construcciones ovaladas. La arquitectura se fundía con el entorno níveo, boscoso, entonando con magnífica naturalidad. Los pinos, cuyas copas alcanzaban la punta de las torres, crecían bordeando las construcciones, enroscándose o naciendo de ellas. Academias, residencias, plazas y mercados. Follaje y enredaderas crecían sobre los muros de Arquedeus, bañándose de la iluminación azul. Era una vista única, impresionante.
—¿Te resulta extraño? —preguntó la voz grave de un anciano, con falsa amabilidad. Algo que Jack tenía muy bien contemplado desde que dejó la zona Elix.
Estaba en la torre más alta de todas, Goan Tarua. Había pasado todo el día en un calabozo, esperando pacientemente al momento en que el Sahulur lo recibiría, personalmente. No estaba molesto, ya había comprendido su lugar en ese mundo.
—Hace tanto que no veía un lugar así. En paz, con vida, y sin fuego consumiéndolo —dijo Jack buscando los ojos del hombre para conectar la mirada.
El Sahulur arqueó una de sus pobladas cejas. Mantuvo el contacto visual por un breve instante, hasta que dio media vuelta e hizo un ademán con la mano, invitación para entrar. El arqueano no usaba capucha, dejando a la vista un rostro que ponía en duda su edad. ¿Serían sesenta, o quizás ochenta? Se notaba bien conservado, no cualquiera podría descifrarlo.
Jack abandonó su vista privilegiada, alejándose de la barandilla para cruzar el umbral del ventanal exterior, siguiendo al Sahulur. Adentro era amplio, bien iluminado por los orbes azules que flotaban por el techo de una sala circular. El anciano apremió al galeano para que se sentase a la silla de un escritorio de madera fina y pulida, mientras que él hacía lo mismo al otro extremo.
—Hablemos como seres civilizados, ¿te parece bien? —dijo el anciano al sentarse. Llevaba un traductor en el cuello.
—Estoy de acuerdo —respondió Jack, ocupando un asiento sin gran diferencia a los que conocía, una silla de madera con adornos extravagantes.
La habitación transmitía una extraña sensación de paz. La arquitectura arqueana era una mezcla de vida, tecnología y antigüedad, combinadas a la perfección. Mesillas de madera tallada, barnizada, adornada con figurillas de escamas. Pinturas y telares finos, con blasones, colgando de paredes de piedra negra reluciente. Había bellas y exóticas plantas que Jack nunca había visto, de hojas rojas y flores doradas, cuyos tallos brotaban de hendiduras que formaban caminillos a lo largo y ancho del recinto. Un líquido azul brillante transitaba dichas hendiduras, parpadeando a ritmo constante, igual que el palpitar de un corazón.
No podía evitar la fascinación. Observaba sus alrededores asombrado, indagando en cómo funcionaban los orbes de luz, en cuáles serían los materiales de los telares o qué clase de semillas brotarían de esas flores. El hombre de ciencia que era, y seguía siendo, siempre fue la base de su personalidad. Incluso en esa situación, no podía evitar pensar en la belleza que le rodeaba. Recordar a Lina, y en cómo le hubiese encantado conocer ese lugar, era algo irremediable. La imaginaba maravillada, con ese brillo en sus ojos que aparecía cuando algo le cautivaba.
Una risa inocente se le escapó al recordar la calidez de su esposa. A pesar de que ya no estaba, la sentía cerca. Siempre lo acompañaba, el amor que sentía por ella jamás lo abandonaría.
—Impresionante, ¿no? —habló el Sahulur, quien observaba al galeano, indagando en su pensar—. Tal vez si tus antepasados no hubieran sido tan... salvajes, vosotros podríais haber tenido todo esto.
Jack dirigió una mirada poco empática al Sahulur, y en lugar de responder, siguió admirando la belleza de su entorno. Sintiéndose ignorado, el anciano entrelazó los dedos de ambas manos y una expresión de curiosidad se dibujó en su rostro.
—¿Te incomodan mis palabras? —cuestionó, con calma.
Hablar con uno de los grandes maestros arqueanos, aprender de su inmensa sabiduría, había sido un sueño de su juventud, hace ya muchos años. Sin embargo, ahora que estaba frente a uno, ya no sentía tal admiración.
—Incomodar —respondió Jack—, es una palabra que yo no usaría. Alguien está incómodo cuando no quiere estar en un sitio, o cuando no quiere hablar con una persona. Una presencia segura, incomoda a la mente débil. Dime, gran Sahulur, ¿te sientes incómodo?
El anciano levantó ambas cejas, abrió la boca para responder, pero no dijo nada. Guardó silencio, porque, en realidad, se sentía incómodo. Ahora calculaba nuevas palabras. Jack acababa de marcar el ritmo de la conversación, un ritmo que invitaba a cualquiera de los dos, a pensar antes de hablar.
—Esperé mucho, con paciencia y sin causar problemas, para reunirme contigo —recuperó Jack el dominio sobre el sonido de la habitación—. Antes de que nada, quiero dejar clara una sola cosa: estoy aquí, porque deseo estar aquí.
—¿Voluntad propia? Me intriga tu osadía. Lo que yo veo, joven galeano, es a un avispón solitario atrapado en un hormiguero.
Jack sonrió al entender la referencia. La avispa, enemiga natural de la hormiga. Ignoraba si era por el traductor, pero le agradaba saber que el idioma natural era el mismo en cualquier lugar, porque así, el Sahulur también podría entender lo que estaba por decir.
—¿Me comparas con un intruso? —respondió—. Deberíais verme como un aliado, tú y el resto de arqueanos. Preferiría que optaseis por pensar en mí, como si fuera otro individuo del hormiguero, porque, de otra forma, podríais estar confundiendo un enemigo, con un depredador. Y créeme, no querrías saber lo larga que puede llegar a ser mi lengua.
Los músculos del rostro del Sahulur se tensaron. La analogía que Jack había hecho con un animal nativo de tierras arqueanas, el formeli, devorador der hormigas, llevaba implícita una poco sutil amenaza.
—Ah, conocedor de la fauna arqueana. En vuestras tierras llamabais a los formeli, osos palmeros, ¿no? —dijo el anciano—. ¿Sabes siquiera en dónde te estás metiendo?
—La pregunta es —replicó Jack—, ¿lo sabéis vosotros?
El arqueano no se inmutó, sino que permaneció tranquilo. Se notaba su paciencia, su prudencia. Era diferente a cualquier otro arqueano. Su mirada pesaba, la calma que mantenía intimidaba. No cualquiera podría hablar de igual a igual con alguien así; por fortuna, Jack no era cualquiera. Él también permanecía tranquilo, juzgando la situación; su rostro reflejaba dureza, experiencia y una sabiduría distinta, única, inexplicable. ¿Cuál de los dos resultaba más amenazador? Difícil decidirlo.
—¿Qué es lo que he de saber? —preguntó el Sahulur—. ¿Insinúas acaso que debería temer a un hombre solo, dentro de una torre llena de guerreros de élite, portadores de la tecnología divina?
Jack cerró sus ojos y respiró profundo. Los abrió al exhalar y conectó mirada con el anciano, quien la mantuvo sin sentir presión.
—No me refiero a mí, gran y poderoso Sahulur —dijo Jack, añadiendo un tono sarcástico a los adjetivos ostentosos—. No soy yo a quién debes temer. No, me corrijo, sería mejor decir "no quiero ser yo a quién debáis temer", porque si lo buscáis, lo tendréis. El verdadero terror está allá afuera, el depredador final, mi muerte, tu muerte, nuestro final. Hazte una simple pregunta, hombre sabio. ¿De verdad creéis que lo que destruyó mi mundo, no podrá destruir el vuestro?
El anciano escuchó las palabras de Jack en silencio.
—Vosotros destruisteis vuestro mundo, y casi destruís el nuestro también —replicó el sabio arqueano—. No hables de muerte como si otro la hubiese causado. ¿Crees que la criatura de escamas es la causa? Te equivocas, la causa fuisteis vosotros.
Esta vez fue Jack el que guardó silencio. No supo que decir. Ninguno de los dos habló por unos momentos, habían llegado a una encrucijada.
—Así que lo sabíais —dijo Jack—. Estabais al tanto de todo lo que ocurría en el resto del mundo, y no hicisteis nada. Sois igual de culpables que todos nosotros.
—Mas sin embargo seguimos aquí, ¿por qué crees que ha sido así? Por prudencia, y por experiencia.
—Tengo una pregunta, Sahulur —dijo Jack, inconforme con la última respuesta—. Tuve la oportunidad de conocer a un par de arqueanos antes de llegar aquí, y ninguno parecía saber sobre la existencia de un dragón. ¿Acaso esa prudencia de la que hablas, significa ocultar la verdad a los vuestros? ¿Ocultar la verdad y borrar los recuerdos de todo aquel que viniese pidiendo ayuda del exterior?
—Soportar la verdad es la carga del padre para con sus hijos.
—¿Por qué fomentar la ignorancia en un lugar donde se promueve el conocimiento?
—Eso no es...
Jack golpeó la mesa, sin violencia, marcando un alto, una pauta, una afirmación.
—Sólo el miedo genera esa reacción. Vosotros, los Sahulur, sabéis de esa bestia, lo peligrosa que es. Estáis ocultando algo a vuestro pueblo, algo que no os conviene informar. Lo deduzco porque, si de verdad sois tan sabios como decís, entonces toda acción que tomáis debe estar cuidadosamente estudiada, premeditada. Debéis tener un propósito, la pregunta es... ¿cuál?
Jack hablaba con tranquilidad, una calma que estaba llevando al Sahulur a un estado de frustración que comenzaba a notarse.
—Es inaudito, estás distorsionando mis palabras —habló el Sahulur, perdiendo la paciencia al verse acorralado—. La criatura es consciente de que no le conviene acercarse. Arquedeus sigue aquí por las medidas que tomamos.
—Ooh, ¿la criatura es consciente? —dijo Jack—. ¿Cómo sabéis que eso es lo que piensa? No importa. Ignoremos el hecho de que muestras seguridad al hablar de lo que el dragón piensa, y supongamos que tienes razón. Supongamos que el dragón os temía, y por eso no se acercaba. Ya ha probado vuestras defensas y ha salido invicto. ¿Cuánto tiempo falta para que decida que ya no sois peligrosos? ¿También está eso premeditado? La criatura os ha llamado traidores, así que intuyo que tenéis más historia con él de la que yo sé.
El Sahulur guardó silencio. Frunció el ceño ligeramente al escuchar lo último.
—Tra... ¿Nos ha llamado traidores? —La curiosidad se marcó en su rostro—. ¿Has entablado conversación?
El anciano miraba a su invitado, expectante. Jack torció los labios, no esperaba esa reacción.
—¿Es acaso importante? ¿Has ignorado todo lo demás para preguntar sólo eso?
El Sahulur suspiró, con frustración.
—Te doy la razón. No es relevante responder a tus dudas, ni que tú respondas las mías —habló, haciendo ademán de levantarse para poner fin a la conversación—. La sentencia estaba dictada desde que fuiste traído a esta torre. Me gustaría seguir intercambiando información, pero el tiempo se nos ha terminado. Tendrás una liberación inmediata, los micrones terminarán de extraer lo que sea que podamos obtener de ti.
Jack respiró muy profundo para mantener la calma ante la amenaza inminente de una acción en su contra.
—Espero que la prisión en la que estuve no haya hecho gala de vuestras capacidades ofensivas, de lo contrario más vale que estés preparado para las consecuencias de colmar mi paciencia.
El Sahulur y Jack Relem se miraron el uno al otro, con suspicacia, pero sin temor alguno. La tensión había alcanzado límites insospechados. Ambos, ignorantes de las capacidades del otro, se atrevían a mirarse cara a cara sin retroceder o titubear. Cada uno estaba dispuesto a proteger sus intereses, pero, al final, ¿quién lograría imponerse? ¿Podría un hombre de Galus, hacer frente a uno de los grandes maestros de Arquedeus?
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