16. Azul de noche
Con este capítulo, les doy oficialmente la bienvenida a Arquedeus, pónganse cómodos. Sólo no fallen al sentarse, no querrán parecer turistas (entenderán más tarde :P).
Pista de audio recomendada: Crystallize - Lindsey Stirling.
Ya anochecía y una neblina no muy espesa acaparaba los alrededores. El viento se paseaba entre las copas de los árboles, provocando que la nieve cayera de las ramas, mientras avanzaban en el bosque. Habían acampado todo el día, ocultos, en espera de la oscuridad para usarla a su favor y ahora retomaban su marcha. Una vez más eran prófugos, una maldición que parecía perseguirlos, allá, a donde quiera que fuesen.
Se dirigían a la lejana ciudad que divisaron desde la colina, la noche anterior. El cansancio, hambre y sueño se volvían cada vez más difíciles de ignorar. La tercia venida de Siberia había pasado por muchos percances desde su llegada, pero la promesa dada por Vanila, de un lugar para descansar y recuperar fuerzas, mantenía el ánimo arriba. A pesar de ello, nadie hablaba. La tensión de estar con desconocidos era palpable en el aire. Tres habitantes del viejo mundo que no habían hablado con gente nueva desde hace más de tres años, y dos arqueanos cuya vida había cambiado de un momento a otro, haciendo trepidar sus creencias más arraigadas.
Vanila iba al frente; detrás de ella, un muchacho encandilado por su presencia se fijaba, atento, en su andar. Kail nunca había visto a una mujer como ella, le resultaba apasionante la tonalidad de su piel, el color de sus ojos y el delicado aroma que desprendía. Lo impresionaba esa capa plateada que protegía la delicada —pero feroz— figura de su salvadora. Derguen también le resultaba intrigante debido a su complexión tan robusta y expresión alegre, sin embargo, la admiración que sentía por la joven era distinta. Un nuevo sentimiento, hasta ahora desconocido para el hijo de Jack Relem, comenzaba a despertar.
—K-kholodno —balbuceó Sibi, mientras caminaba.
—Legko, malyshka —respondió Gianna, abrazando a la niña, frotándola de los brazos. Desde que la conoció, en las frías tierras rusas, había tenido que aprender palabras en libros viejos, todo para tranquilizarla.
Kail dejó atrás el encanto arqueano para prestar atención a Sibi. Ambos se llevaban bien, eran buenos amigos, sin embargo, la barrera de lenguaje les impedía relacionarse a profundidad.
—Creo que puedo ayudar con eso —dijo Kail en voz baja, intuyendo con facilidad el hecho de que tenía frío.
Aunque llevaran gruesas ropas de pieles, era difícil respirar en un ambiente helado. Incluso Kail, quien había donado su abrigo a las mujeres debido a que no lo necesitaba, ya comenzaba a sentirse cansado y hambriento con el esfuerzo de la travesía. No se preocupaba, porque había pasado por situaciones peores, días sin probar alimento, o entrenando para mantener la cordura en lugares todavía más helados. Regular su propia temperatura ya era tan normal para él como respirar, y a veces olvidaba que los demás no podían hacerlo.
—Prestadme vuestras manos un momento —dijo Kail, posicionándose en medio de las dos, sin dejar de caminar.
Aunque tenían casi la misma edad, el joven demostraba una madurez muy distinta a la de la niña de cabellos dorados. Ella era tímida, indefensa, alegre y juguetona; él era serio, centrado, analítico, de humor inocente y a veces un poco impulsivo.
Gianna y Sibi le dieron la mano a Kail. Para él, la magia funcionaba de forma distinta que para Jack. El sistema de activación del hijo era más sencillo que el del padre. Lo único que hacía, era imaginar. Para calentar un cuerpo, bastaba con pensarlo, desearlo, hacerlo. Él sabía que las moléculas debían vibrar para transformar energía en calor, así que su cuerpo respondía a esa orden por sí solo, a esa voluntad, y la magia ocurría.
En breves instantes, una onda cálida se esparció hacia las chicas, hasta que dejaron de temblar. Era lo menos que podía hacer por ellas.
—Gracias —musitó Gianna.
—Spasibo —dijo Sibi, con una sonrisa triste. No podía ocultar la preocupación que sentía por Rex.
—Es lo menos que puedo hacer —respondió Kail, dirigiendo una mirada suspicaz hacia Vanila y Derguen, que seguían adelante sin percatarse de nada—. Vamos, que no se den cuenta.
Siguieron su camino por el bosque hasta que la neblina comenzó a disiparse junto con los últimos rayos de sol. El bosque nevado quedó sumido en la negrura. Vanila y Derguen no quisieron encender luces, por el contrario, promovieron moverse entre las sombras. Por fortuna, una luz tenue azulada de origen desconocido, alcanzaba a colarse entre el follaje, permitiendo la visibilidad suficiente para no golpear de cara con un árbol. ¡Y vaya que esos sí eran árboles! En ninguna otra parte del viejo mundo podrían verse pinos tan gruesos como esos, debían tener miles de años.
La oscuridad de la noche trajo consigo toda clase de experiencias nuevas. Estaba esa luz que parecía guiar su camino, sonidos de animales nunca escuchados por cualquiera que no fuese arqueano, o criaturas escabulléndose entre el follaje al sentir los pasos. El bosque estaba lleno de vida, un panorama contrario a todo lo existente al otro lado del mar. Para Gianna, quizás sólo hubiese despertado melancolía, pero para Kail y Sibi, que habían crecido en un mundo muerto, significaba algo nuevo, diferente, único.
—Esperad, deteneos un momento —dijo Vanila, estirando la mano en señal de alto.
—Son Laktu —dijo Derguen en voz baja.
—Voy por el frente, mantente atrás —dijo Vanila, haciendo una seña al arqueano.
—¡Ja! Esta niña tiene voz de mando —habló Derguen, siguiendo la indicación.
Gianna se acercó hacia donde Vanila señalaba, llevando a Sibi de la mano. Kail la siguió, no sin antes echar un vistazo a lo que los arqueanos veían. Un poco más adelante, donde ya no había bosque, se apreciaban construcciones de forma redondeada, aún indistinguibles por la distancia. Justo en el borde donde la hierba terminaba y se convertía en empedrado, se observaban las siluetas de varias figuras encapuchadas.
—¿Quiénes son ellos? —preguntó Kail, con curiosidad.
—Laktu Rom. Guardias plateados, los llamaríais vosotros —habló Vanila—. Deben estar buscando a Derguen.
—No volveré a ese lugar —dijo el arqueano, que se había acercado sigilosamente desde atrás—. Aquí nos separamos, es peligroso que estéis conmigo.
Vanila asintió con determinación y se acercó a Derguen para entregarle un par de objetos extraños.
—Muchas gracias, con dos es más que suficiente.
—Enit duluk —respondió ella.
El arqueano se despidió con un intento de sonrisa y se deslizó ágilmente entre las sombras, por un camino distinto. Cuando desapareció, Vanila dio la indicación a los otros para que se acercaran. Después, sacó de su capa otro objeto como el que le había dado a Derguen momentos antes.
—Venid conmigo —dijo la joven arqueana.
Kail miraba con curiosidad el objeto de Vanila: un dedal metálico con punta de garra que colocó en su dedo índice. Al echar su capa atrás para buscar algo en la riñonera que llevaba al muslo, la joven dejó visible su vestimenta: una armadura acolchada, ligera, muy parecida a la que usaban los guardias blancos, con la diferencia de que esta era de color negro, entallada y delgada. Sacó una piedra afilada, obsidiana. La usó para desgarrar tres grandes trozos de tela de su propia ropa, dejando la piel expuesta, pero cubriéndola de inmediato con su capa.
Al ver la torneada figura de la arqueana Kail no pudo hacer otra cosa, sino tragar saliva y alejar la mirada sin saber la razón con exactitud. De pronto volvía a sentir frío, ¿o era calor?
Vanila guardó de nuevo el objeto afilado en su riñonera y caminó, con tela en mano, hasta un pino cercano. Escarbó entre la nieve para sacar restos de vegetación, conformó tres montículos y añadió los trozos de tela. Extendió la mano sobre cada uno y cerró sus ojos, como si estuviese a punto de realizar un conjuro mágico.
Una luz brotó desde la punta del artefacto que portaba en el dedo, iluminando los materiales que había recolectado. Como resultado, los tres montículos de fibras orgánicas comenzaron a cambiar a la vista de todos. Se desintegraban, se hacían polvo, se reconformaban; su estructura se reconstruía para formar algo diferente, era una visión espectacular. En pocos segundos Vanila había creado tres capas plateadas a partir de materia insipiente.
La joven se hizo con los objetos y se giró para mirar a sus acompañantes.
—Disculpad lo rudimentario. No sé coser muy bien, pero servirá —dijo Vanila, entregando las capas a los galeanos—. La oscuridad os hará pasar desapercibidos. En cuanto los guardias vayan a por Derguen podremos entrar al avrion.
Kail recibió la prenda de manos de la arqueana, igual que Gianna y Sibi. Las capas lucían de mala calidad, con pésimas costuras, pero a simple vista eran muy parecidas a la usada por Vanila.
Sin prestar importancia, Kail se la echó encima, Sibi también. Vistos de lejos, podrían pasar por arqueanos encapuchados.
—Coser, ¿eso ha dicho? —musitó Gianna, apenas audible, colocándose la capa encima de sus prendas—. Y yo usando agujas, ¡buff!
El silencio reinó durante unos minutos hasta que, a lo lejos, se escuchó el sonido característico de los disparos de plasma. Era igual que escuchar el voltaje producido por los antiguos generadores eléctricos del viejo mundo. A Kail le recordaban la vieja academia del Refugio 14, con ese incesante zumbido toda la mañana.
—¿Ese hombre estará bien? —preguntó Kail al darse cuenta de que los guardias más cercanos corrían en dirección a donde Derguen había ido.
Vanila sonrió ante la pregunta.
—Yo me preocuparía por los incautos que van a por él —respondió—. ¡Vamos! ¡Es hora de movernos!
La joven arqueana se arrojó hacia el frente con la agilidad digna de un felino. Kail, Gianna y Sibi la siguieron lo mejor que pudieron hasta salir del bosque y encontrarse con caminos empedrados.
—Por aquí, daos prisa —dijo Vanila, dirigiéndolos con un movimiento de brazo.
Avanzaron sin perder tiempo, adentrándose en las que ahora demostraban ser las calles de una extraña ciudad.
Era de noche, pero aun así lucía impresionante. Las casas estaban construidas con roca negra pulida, de acabados muy elegantes, iluminadas de un tenue azul desprendido por unos misteriosos orbes que levitaban dentro de farolas, a lo largo de la calle. La nieve que las cubría, apenas permitía ver la vegetación que crecía sobre sus muros.
Kail miraba maravillado el lugar, avanzando con cuidado, fundiéndose con las sombras y perdiéndose entre los callejones más limpios que jamás había visto. Hacía años que no veía una ciudad sin escombros, tranquila. Parecía mentira tanta paz, sin híbridos, sin dragones.
—Entrad.
Vanila colocó la mano en el portal de una residencia. El objeto inanimado pareció cobrar vida por un momento, acariciando la extremidad de la arqueana con una superficie pilosa que brotaba de una superficie lisa. Al entrar en contacto piel con, ¿pelo? La puerta se abrió, deslizándose, y todos entraron.
—¡Ya está! Esperad un momento, aseguraré los alrededores. Podéis quitaros las capas ya. Aquí estaréis a salvo hasta que el Rahkan Vuhl regrese por vosotros. Sentaos, no demoro.
Nadie respondió a las palabras de la joven. La visión del interior les tenía impresionados. Se trataba de una habitación ovoide, iluminada por tres pequeñas esferas que flotaban en la parte central del techo. Emitían luz azul, igual a la que iluminaba las calles, en el exterior. Las paredes eran oscuras, construidas con un material parecido a la obsidiana. Había repisas unidas a las paredes, sin embargo, lo más llamativo, era la gran cantidad de plantas sobre muros, colgando del techo, o recorriendo el perímetro del lugar. Eran muy hermosas. Parecían enredaderas, sin flores, con hermosas hojas color turquesa.
—Esto... —comenzó a decir Gianna, buscando en donde sentarse. Había más accesos en el lugar, difícil llamarlas puertas, debido a su rara naturaleza viviente.
Vanila, que volvía desde la habitación contigua, en dirección a la salida, se detuvo al ver los rostros de confusión de sus invitados. Arqueó una ceja.
—¿Estáis... bien?
Se notaba que la joven nunca había recibido invitados, o quizás fuese que las costumbres arqueanas no incluyeran una explicación de cómo sentarse en un mundo distinto. Fue Sibi, quien, sin cuestión ni condición, corrió hacia lo más parecido a un asiento: un banquillo de superficie cóncava, forrado de un material de aspecto nuboso y en forma de media luna. Describir una nube hubiese sido lo mismo que dicho objeto. La niña de cabellos dorados dejó ir su peso, tan sólo para ser sostenida con suavidad. Gianna y Kail la miraron sin dar crédito a lo que observaban.
—¡Sois galeanos! —habló Vanila, cayendo en cuenta de lo que ocurría—. ¡Oh, no! Voy a matar a Derguen, no soy buena para esto. ¡No soy una Sektu!
La mujer comenzó a murmurar en voz baja palabras ininteligibles, mientras se llevaba la mano a la barbilla y caminaba de un lado a otro en su mismo lugar. Después, sin previo aviso, se perdió de vista y regresó un minuto más tarde con tres recipientes de forma esférica. Al moverse, se escuchaba el borboteo de un líquido en el interior. Eran bebidas.
—Mis disculpas —dijo Vanila—. No soy la indicada para explicaros nada en este momento, pero tomad, bebed esto, os calentará y nutrirá. Eso en donde se ha sentado la cría, se llama kuffi. Como la palabra no existe en vuestro idioma, la escucharéis en arqueano. Es para eso, para sentarse, así que sentaos.
Aunque la mujer hablaba con toda la amabilidad posible, era difícil que sus palabras no sonasen como una orden. Abrumados por el lugar desconocido, Gianna y Kail se sentaron sin rechistar, sorprendiéndose con la textura de su soporte. Era tan suave y firme a la vez, que no daban ganas de levantarse.
—Ahora esperad, ya vuelvo.
Vanila salió, dejando solos a los invitados.
Sibi fue la primera en levantarse y tomar uno de los recipientes dejados por la arqueana. Yacían en una mesilla, frente al kuffi. Gianna y Kail se mostraron recelosos al principio, pero motivados por las palabras de Jack, sobre confiar en esas personas, se atrevieron a probar el brebaje misterioso.
Ninguno hablaba. Estaban analizando, pensando, asimilando. A pesar de la calidez del hogar en donde se encontraban ahora, y de las paredes intactas que les rodeaban, no cambiaba el hecho de que estaban escondiéndose. Toda su vida la habían pasado escondiéndose. ¿Podrían algún día dejar de hacerlo? Esperaban que Jack, pudiera cambiar ese tedioso destino.
Fueron tan sólo un par de minutos, cuando el acceso principal se abrió y Vanila regresó. Gianna casi se ahoga del susto, provocando la risa de Sibi al verla tirar la bebida. Kail, por otra parte, apenas lo notó, pues bebía sin control. Tenía hambre, tenía sed, y esa cosa sabía deliciosa. Además, los Rahkan Vuhl dependían mucho de una buena alimentación para estar en forma.
—¿Más kublev? —preguntó Vanila al ver que el recipiente que Kail tenía entre manos, quedaba vacío.
—Sí, por favor —respondió el muchacho, casi al instante. Eso era lo mejor que había probado en toda su vida. Era una especie de líquido espumoso con un sabor dulce y cremoso—. ¿Cómo dices que se llama esto?
Tan deliciosa era la bebida, que el asombro y la dificultad para conversar quedaron olvidadas.
—Kublev. Creo que... lo más cercano en Galus lo llamáis chocolate —respondió Vanila con una sonrisa tímida. Acto seguido recibió la copa de cristal oscuro que Kail le ofrecía, para traer más.
En breves segundos, la arqueana volvió, esta vez sin su capa plateada, y con un recipiente más grande lleno de kublev.
Kail se atragantó al verla, embelesado, y la siguió con la mirada hasta que la joven se sentó en otro kuffi, frente a Gianna. Al notar la mirada ajena, Vanila sintió una extraña necesidad de sonreír, pero sólo consiguió torcer la boca de forma tonta. Apretaba ambos puños con fuerza, dejándolos descansar sobre su regazo. Estaba nerviosa.
—¿Por qué nos estás ayudando, Vanila? —se atrevió a hablar Gianna, después de dar un buen trago a su bebida. Llevaba algo de tiempo haciéndose esa pregunta.
—Ni siquiera yo misma lo sé — dijo la arqueana, con un suspiró que le ayudó a relajarse un poco—. Tuve ese... ese extraño sentimiento hace tiempo. Algo que me dice que no todo lo que hacen aquí es correcto.
La verdad es que, aunque pareciera intimidante en algunas ocasiones, esa mujer transmitía una paz difícil de describir. A pesar de no conocerla, se abría a la confianza.
Obligado a mirar el techo para no pensar en otras cosas, Kail escuchaba con atención la conversación.
—Chocolate, apenas lo recuerdo —dijo, todavía sorprendido con el sabor—. ¿Lo recuerdas, Gi?
El cuestionamiento de Kail sacó a Gianna de sus pensamientos, por lo que tardó unos segundos en responder. Miró su bebida y se dirigió a Kail, con una media sonrisa.
—Esto no es como el chocolate de Galus. No sé si sea que no lo había probado en tanto tiempo, pero... —dijo ella, dando vueltecillas al recipiente de rimbombante forma—, esto tiene un sabor bastante más suave y su consistencia es exquisita.
Vanila rio por lo bajo. El sonido atrajo la atención de Kail hacia los labios de la joven. Sintió un escalofrío. Era la primera vez que captaba una sonrisa en ella. Había sido sólo durante unos segundos, pero fueron segundos divinos para él. No lo entendía. Se preguntaba qué era lo que le estaba pasando. ¿Por qué una mujer le provocaba tanta estupefacción? No le parecía bueno. Era incorrecto, una debilidad. Tan sólo imaginar que algo así pudiera ocurrirle en el campo de batalla, frente a un híbrido, lo hacía estremecerse. Sin embargo, en ese momento, otra copa llena de kublev le parecía una opción mucho más sensata. Entonces, como si fuera una bebida embriagante, Kail llenó por sí mismo el recipiente, momento que Sibi aprovechó para hacer lo mismo. Ambos la bebieron casi toda de un trago, ahogándose un poco por la rapidez con la que lo hicieron.
—Me alegra veros así —dijo Gianna, al ver la actitud de Sibi y Kail—. La vida ha sido dura, esto es como un sueño.
El rostro de la arqueana se tornó serio. Se cruzó de brazos y piernas, luciendo más el traje negro que vestía. Se recargó por completo en el kuffi, y habló.
—Ya que no hay nadie afuera, quiero preguntaros algunas cosas —dijo Vanila—. Hay algo aquí que no entiendo de todo esto. Desde que vi a ese hombre, en la torre, nada tiene sentido. El Rahkan Vuhl, la criatura... Tal vez vosotros podáis iluminarme.
Las palabras de la mujer eran golpeadas, pero no agresivas. Su rostro estaba calmado, con una sincera intriga marcada.
Kail no dijo nada; Sibi sólo se quedó ahí, esperando a que le sirvieran más de aquella deliciosa bebida; Gianna, ella era la indicada para tratar esa situación.
—¿Es que no lo sabes? —respondió con cierta suspicacia en la mirada—. Vuestra gente... ¿no está enterada?
Vanila agudizó su mirada, enfocando su pupila en la mujer galeana. El patrón de su iris verde parecía una constelación de estrellas muy brillantes.
—El dragón —dijo ella, juzgando la situación, tentando el terreno.
Esta vez fue Gianna quien frunció el ceño.
—¿Qué hay del dragón? —respondió ella, con inocencia.
Vanila cerró sus ojos y respiró hondo.
—No sabía que eran reales —dijo ella—. Nadie me creería si contase lo que he visto. Para vosotros parece algo normal, pero para mí no tiene sentido. ¿Por qué? ¿Por qué ocultarían los Sahulur algo como eso? —Miró a Gianna con un deje de tristeza en su mirada—. Dime algo, Gianna. El dragón, ¿tuvo algo que ver con la destrucción de vuestro mundo?
Sibi sin comprender de idiomas, siguió tranquila en su propio mundo. Sin embargo, Gianna dejó su copa de kublev sobre la mesilla del centro, y Kail se acomodó en su asiento, ambos reconociendo que una importante conversación se acercaba. Lo que Vanila había preguntado, era la confirmación de lo evidente, la razón por la cual, la llegada a Arquedeus no había sido la esperada. Lo que sabían los arqueanos de lo ocurrido en el resto del mundo, parecía ser menos de lo que ignoraban.
¡Ya llegamos a Arquedeus, y no nos vamos! Estoy muy contento de poder compartir por fin con ustedes este mundo que tiene tanto qué ofrecer. Mi intención, desde que escribí Lluvia de Fuego, siempre fue traerlos a las calles del continente misterioso, transmitirles la sensación de estar en ellas, viviendo sus problemas o disfrutando de sus rarezas. Y finalmente hemos alcanzado ese punto.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top