15. Caminos



La luz roja iluminaba el vestíbulo. Los Muruk comenzaron a llegar desde el interior del complejo. Uno de ellos alcanzó a desenfundar su látigo energético antes de que nadie pudiera hacer nada. Lo blandió.

—¡Corred! —gritó Jack.

Todos corrieron hacia la salida, sin embargo, un zumbido se escuchó, seguido del sonido de algo grande golpeando el suelo. Jack miró atrás, tan solo para ver a Derguen caído, en el suelo. El haz de luz había alcanzado su pierna, estaba atrapado. En su mirada se apreciaba el miedo de ver sus esperanzas de escapar, apagándose.

Jack frenó su avance. No iba a abandonarlo. Estaba a punto de volver por él, cuando alguien pasó a su lado a una gran velocidad. La arqueana de capa plateada que los acompañaba se había adelantado. Vestía de nuevo la capucha y se abalanzaba con gran soltura sobre los blancos. Kail se colocó en posición de combate, dispuesto a ayudar, pero ella lo detuvo con un grito agitado.

—No —habló, justo después de azotar la cabeza de un guardia contra el suelo. Se irguió altiva, miró a los demás y les dirigió una sonrisa confiada—. Salid ya, esto no es nada.

El receptor del mensaje quedó paralizado al escuchar la voz de Vanila. Enrojeció. Hablaba español gracias al traductor, era la primera vez que sus palabras eran comprensibles para los galeanos.

Jack comenzó a reír de pronto.

—¿Pasa algo, padre? —cuestionó el joven.

—Nada, hijo, nada —respondió Jack, dando un fugaz apretón a Kail y dirigiendo una mirada de complicidad a Gianna, que ya esperaba cerca de la salida, con sibi. La mujer le devolvió una sonrisa divertida como respuesta.

Los dos como buenos padres, sabían reconocer los sentimientos de Kail. Nunca antes lo había demostrado, pero ahora que estaban en un mundo nuevo, era natural que una joven hermosa como Vanila le resultara atractiva.

A pesar de que la arqueana pidió que se fueran, Jack no pensaba dejarla sola. Sin embargo, lo que vio fue algo que lo dejó impresionado. Apenas Vanila ayudó a Derguen, el hombretón se unió s la batalla.

Con veloces y precisos movimientos, en un abrir y cerrar de ojos, Derguen desarmó a tres guardias. Se hizo con dos látigos de energía, los cuales usó al instante para inmovilizar a otro par más de blancos. Derguen se movía con soltura, reía mientras lo hacía, se sentía vivo otra vez. Llevaba doce años atrapado en este lugar sin saber quién era. Ahora estaba liberando toda esa tensión, arrojando a los guardias de aquí a allá.

¡Vayn! —se quejó Vanila al verse superada por la velocidad de Derguen. Era una joven competitiva, mucho, demasiado, y no pensaba dejarse vencer.

Era una impresionante muestra de destreza arqueana. La joven saltaba ágil, como una liebre, sobre las cabezas de los guardias. Era imposible alcanzarla, sus largas piernas eran tan letales, mantenía a todos a raya a través de poderosas patadas y saltos. Su capa ondeaba con el viento, pero no era un simple aditamento. La usaba como protección. Cada látigo era repelido al entrar en contacto con la misteriosa tela. Los guardias blancos parecían saberlo y lanzaban maldiciones, con frustración.

Gianna había posicionado a Sibi detrás de ella, para protegerla igual que siempre, pero ahora lucía innecesario ante el desprendimiento de técnica y poder de los dos arqueanos. Era todo un espectáculo, ambos se movían al unísono como si entendieran lo que debían hacer. Y silbaban, por extraño qué pareciese, silbaban mientras se movían. Kail observaba, emocionado, el estilo de combate de esas personas. Se preguntaba qué pensaría su maestro al ver esas artes. ¿Le hubiesen atraído tanto como a él?

Los guardias fueron cayendo poco a poco sin necesidad de que nadie, además de Vanila y Derguen, movieran un solo dedo. Era una escena aterradora a la vez que impresionante. En pocos segundos ya no quedaba ningún Muruk en pie.

—¡Vaya! ¡Pero qué buen calentamiento! —dijo Derguen palmeando, sus manos múltiples veces. Tenía una tremenda sonrisa de satisfacción en el rostro.

Es todo un honor luchar a su lado, gran Derguen —dijo Vanila, haciendo una especie de reverencia.

—No lo has hecho nada mal, niña —dijo Derguen, en español, por respeto a Jack—. Habrías sido una excelente compañera.

Vanila observó a Derguen con gratitud, pero también molesta. Abrió la boca para hablar, pero volvió a cerrarla, sin decir nada.

—¡Vámonos! —gritó Gianna, al tiempo que salía del edificio.

Nadie refutó la sugerencia, todos salieron del vestíbulo. Afuera era de día, sin embargo, la luz del sol aún no estaba en alto. Corrieron a través de un largo campo de nieve, hasta alcanzar un enorme muro: el límite de la Zona Elix.

Vanila llegó a toda prisa ante un sensor, cerca de una marca en forma de puerta, en el muro. Una esfera líquida apareció y comenzó a rodearla, escaneando, pero luego de hacerlo, la esfera se disolvió y cayó al suelo. Nada ocurrió.

¡Vayn! —exclamó Vanila—. Han deshabilitado mi identificador.

—Yo me encargo —dijo Jack.

Y se acercó para colocar las palmas de sus manos sobre la construcción rocosa. Sintió su composición, era concreto reforzado. «Que simpleza», pensó. Bastó con hacer vibrar las moléculas para aumentar la temperatura. Poco a poco se fue derritiendo hasta dejar una abertura por la cual podrían pasar libremente.

¿Has visto lo que hace este hombre? —dijo Vanila a Derguen, emocionada al ver lo que Jack hacía con las manos. Hablaba como si buscase una confirmación, alguien que le dijera que no estaba loca, que lo que tenía delante era...

Sabes que le debes respeto, ¿verdad? Él no habla arqueano, y tienes un traductor. ¡Úsalo! —respondió Derguen.

Vanila se apenó ante la reprimenda, sin embargo, la ignoró para hacer énfasis en el detalle del respeto.

—¿Respeto? ¡¿Entonces él...?!

Derguen sonrió y asintió con la cabeza.

Sí, hermosa. Él es un Rahkan Vhul.

Vanila abrió la boca en un gesto de terror y sorpresa que dirigió hacia Jack. Él cruzó su mirada con la de ella, lo que causó que la arqueana lo reverenciara súbitamente.

—Mi señor —dijo ella.

Jack la miró levantando una ceja.

—Eh... ¿Debería preocuparme de lo que estáis hablando? —dijo Jack, que no entendía nada de la conversación entre Derguen y Vanila.

—Sólo te estoy presentando, mi señor —dijo Derguen, alegre—. Pronto llegará la guardia plateada y removerá la supresión zero en éste lugar. No debemos estar aquí para cuando eso suceda. Volará plasma por todas partes.

Derguen empujó a Vanila para que dejara de reverenciar a Jack y se preocupara por salir de ahí. Ella accedió a moverse y apremió al resto a dejar el área. Gianna miró a Jack con tristeza y lo abrazó con cariño. Sibi hizo lo mismo. Jack correspondió a las dos con el mismo aprecio.

—Me alegró mucho saber que estás bien. Por un momento llegué a pensar que...

Jack sonrió y detuvo las palabras de Gianna con un ligero empujón en el hombro.

—No me tengas tanta confianza, por favor, se te va a acabar.

Las palabras sacaron una risa que casi la hace escupir.

—Ten cuidado, ¿de acuerdo? Podrás ser todo lo señor neuronitas que quieras, pero no eres inmortal.

Esta vez no solo Jack, sino también Kail tuvo que contener la risa. Gracia que Sibi y los arqueanos no podían comprender.

—No... no lo entiendo —dijo Derguen, con su extraño acento—. ¿S-señor neuro... neuronitas? ¿Es... un título honorífico en Galus? ¿A-así llamáis a los Rahkan Vuhl?

Un súbito silencio se formó, el cual fue roto enseguida por una gran carcajada por parte de Gianna y Jack.

—¡Ya lo creo! —dijo Gianna, dando unas palmadas en el hombro a Jack. A pesar de la broma, ella se notaba de verdad preocupada—. Espera un momento, ¿cómo sabe él que tú...?

Jack se encogió de hombros.

—Creo que soy una leyenda, o algo así. Ya os los explicaré cuando yo también lo entienda.

Gianna sonrió y negó con la cabeza.

—No te excedas, ¿vale?

Él sonrió, sosteniendo la mano de Gianna con la suya.

—No te preocupes por mí. Iros ya, os alcanzaré más tarde.

—Búsquenos en Kater —dijo Vanila—, el avrion más cercano. Los llevaré ahí. Tenga cuidado, hijo de Dios.

El hombre asintió sin responder.

—Una cosa más, Jack —habló Derguen, antes de cruzar el muro hacia el exterior—. No sé cómo decir esto, pero... creo que no sois los únicos galeanos que estáis en Arquedeus. Lo escuché de un Sektu, cuando lo hacía tragar esos malditos micrones.

Jack frunció el ceño ante tal aseveración. No entendía de qué hablaba el hombre.

—Creo que yo... yo debería explicarlo —agregó Vanila—. Derguen tú... has estado doce gyros en ese sitio. No tienes culpa de ello.

—¿Podríais decirme de qué estáis hablando?

Los dos arqueanos miraron a Jack de forma compasiva.

—Mi señor —comenzó la joven, un poco nerviosa—. Hubo otros de vuestro mundo que llegaron buscando refugio, muchos de ellos. Por desgracia, todos yacen en las diferentes zonas Elix del continente, olvidados de su pasado. Debe comprender, Arquedeus es muy rígido con sus normas.

Jack no supo cómo tomar eso. Hace tiempo que había aprendido a ser frío, a velar sólo por su familia. Sería hipocresía decir que le importaban, sin embargo, tampoco podía ignorarlo. Él y lo suyos podrían haber corrido la misma suerte. Se sentía afortunado, pero culpable a la vez por nunca haber hecho nada al respecto.

—Aprecio vuestra sinceridad —respondió, sin más. Ya pensaría qué hacer más tarde. Por ahora, las prioridades eran otras.

Tanto Derguen, como Vanila, se despidieron con una reverencia y salieron al exterior, en donde ya esperaban Gianna y Sibi. Antes de que se marcharan, Jack se acercó a su hijo, quien lo esperaba a su lado, y puso una mano en su hombro.

—Ten mucho cuidado. Aquí no hay restricciones, el dragón no vendrá por nosotros, sin embargo, procura no usar tus poderes frente a otros hasta que arregle todo, ¿de acuerdo? No confíes en nadie además de estas personas —dijo Jack, refiriéndose a Vanila y Derguen—. Cuida de Sibi y Gianna, manteos juntos hasta mi regreso.

Kail asintió con decisión.

—Lo haré, padre. ¿Seguro que estarás bien? —preguntó, con una mirada de preocupación—. Si no lo estás, yo puedo...

—Por supuesto —atajó Jack—. Si no tienes noticias mías en dos días, tienes mi permiso para buscarme a tu juicio. Mientras tanto, haz lo que digo, ¿vale?

—Es un buen trato —respondió Kail, sonriendo. Abrazó a su padre como despedida.

—¿Traerás a Rex, Jack? —habló la pequeña Sibi, levantando la voz, preocupada, sosteniéndose al brazo de Gianna con fuerza.

El hombre sonrió.

Pero claro, pequeña —dijo en ruso. Después miró a Gianna y sólo asintió con firmeza, desde lejos.

Los dejó marcharse, se internaron en un profundo bosque nevado. Fue tan corto el encuentro con su familia, que no le dio tiempo para sentirse triste por la despedida. Pronto se encontraría con ellos de nuevo, y saber que estaban seguros era todo lo que necesitaba.

Jack cerró el agujero en el muro para evitar dejar huellas del escape. El Sahulur no sabía que Gianna, Kail y Sibi habían estado ahí. Quería mantener eso en secreto hasta que estuviesen lejos.

Ahora estaba solo, en un amplio espacio libre nevado. En pocos minutos, una gran cantidad de guardias blancos llegaron su encuentro desde el interior de la Zona Elix. Le resultaba complicado contarlos, porque se perdían de vista entre la nieve, sin embargo, parecían decenas.

Los Muruk gritaban órdenes incomprensibles para él, mientras blandían sus látigos de forma amenazante, haciéndolos zumbar al cortar el aire. Uno de los guardias se atrevió a lanzar el primer ataque. Siguiéndolo, los demás también arrojaron las cuerdas de energía. Jack no quería luchar, pero sintiendo la tensión de la atmosfera, se dio cuenta de que no podría salir de esa situación razonando.

Se llevó dos dedos a la frente y miró con desaprobación a los guardias.

—¿Sabíais que si hacéis pasar un poco de energía eléctrica a través del aire las moléculas de oxigeno se separan? —preguntó Jack—. No... no me entendéis. Qué vais a saber.

Dejó ir el aire de sus pulmones con decepción y, apenas terminó de hablar, una corriente eléctrica comenzó a envolver su cuerpo. El espectáculo luminoso, acompañado del sonido chisporroteante hizo que los guardias detuvieran su ataque. Jack extendió los brazos. La electricidad que le rodeaba se desprendió en una onda expansiva que alcanzó a todos los arqueanos a la redonda con un fugaz flashazo. En ese momento, los guardias soltaron sus armas y comenzaron a apretar su cuello con ambas manos. Se ahogaban.

Jack miró impávido a los guardias retorcerse en el piso hasta dejar de moverse. No estaban muertos, sólo inconscientes. En cuanto el último de ellos cayó, Jack restauró el nivel de oxígeno presente en la atmosfera local.

«De verdad ha funcionado. Este poder... ¿tendrá algún límite?», pensó, observando la escena con impresión y satisfacción. Cada segundo usando sus habilidades las mejoraba de forma exponencial. Se sentía diferente, poderoso, pero también sabía que le quedaba un gran camino que recorrer para perfeccionar el uso de eso, a lo que el dragón llamaba almigia.

—¿Eres tú el responsable de esto? —dijo una voz imponente.

Una docena de encapuchados lo rodearon, esquivando los cuerpos de los otros guardias que yacían tumbados sobre la nieve. Hombres y mujeres, portando capas plateadas, llegaron de la nada para rodear a Jack. Si habían venido entre la comitiva de los guardias blancos, entonces significaba que resistieron la falta de oxígeno causada por el Rahkan Vuhl.

Un hombre que se abría paso entre los otros. Por los adornos dorados que ostentaba su capa plateada, se notaba que era distinto a los otros. Alguien importante. La capucha le cubría más de la mitad del rostro, pero, al llegar frente a Jack y desplazar a otro guardia de plata, las arrugas que pudo observar en la piel del arqueano, le dejaron ver que era un anciano.

—Un Sahulur...

—¡Silencio! —Interrumpió la voz del Sahulur a Jack, lo había tomado por sorpresa—. Mi presencia aquí es inaceptable. Si lo que querías era ganar mi atención, has conseguido el triunfo.

El tono de furia y calma en la voz del anciano, causó en Jack un escalofrío. No parecía temerle a pesar de ver el panorama. El Sahulur dio media vuelta y los guardias plateados apresaron a Jack con nuevas cuerdas de energía, las cuales brotaron de instrumentos incrustados en los dedos de las manos de los plateados, enroscándose como serpientes furiosas alrededor del cuerpo de su víctima. A Jack no le gustaba el rumbo de la situación, pero al menos había conseguido su objetivo. Conseguir un acuerdo iba a ser más complejo de lo que esperaba.




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