El caso del faro
Era invierno, aunque eso no es muy importante. Lo importante es que un perro y su dueño corrían por la costa, pero era invierno y empezó a nevar.
Mientras hacían el recorrido al cual ya estaban acostumbrados, Napoleón, el can, olfateó un aroma que le resultó extraño y la vez familiar; reconocía ese olor pero había algo particular en el. El perfume a jazmínes que recordaba de sus años de cachorro se mezclaba con algo ácido y para su olfato, cercano a lo delicioso.
Mariano, su dueño, fue arrastrado por el brutal y forzoso tirón del mastín napolitano hacia el camino de rocas que se internaba en el mar unos cien metros, para formar en su final abrupto un hogar para el pequeño faro de espejos que iluminaba la entrada a la ensenada que siempre caracterizó a su pueblo.
Fue al llegar allí donde el animal se entregó a una incansable excavación que su dueño no pudo detener y en cuestión de segundos desenterró algo que Mariano reconoció de inmediato como una mano humana.
Tal es la gracia del destino a veces que el rostro que reveló la hábil búsqueda de su mascota también le fue muy fácil de reconocer. Era María, la joven periodista del canal local y su antigua novia.
La mujer, de apenas 21 años, había logrado entrar en los corazones de todos los vecinos, con su cálida sonrisa y sus inquisitivas preguntas. Ella sola había avergonzado un comisario, hizo caer en un ataque de histeria al intendente y como su orgullo personal, puesto a llorar a un dirigente sindical. Era la futura estrella local, ya que pronto una cadena nacional la iba a entrevistar por un puesto como periodista en su movil y el poblado entero estaba seguro que lo iba a conseguir. Ahora ese brillante futuro estaba truncado, ya que ella yacía muerta junto a Napoleón y frente a la mirada fría de su ex.
El padre de Mariano había educado a este correctamente, sabía muy bien cómo reaccionar en situaciones de alerta y sin dudas está lo era. Mientras corroboraba rápidamente a su alrededor si tenía compañía, llamaba al 911 notificando a la operadora de su hallazgo.
Observó también atentamente el cadáver y fotografío mentalmente la situación. La nieve que había empezado a caer lentamente, en cuestión de minutos ya había crecido bastante en el suelo y para cuándo la policía llegó, pese a que se acercaron al lugar velozmente, el cuerpo estaba cubierto de nieve y junto a él sus dos descubridores pintados de blanco.
*****
Mayra estaba empezando a preocuparse cuando vio a su pareja y su compañero canino llegar a la casa. El le explicó rápidamente la razón de su tardanza. Luego de su mórbido encuentro, la policía los retuvo durante tres horas y media para explicaciones, respuestas y una larga declaración en la comisaría con revisión médica incluida. Tras finalizar la inspección con el clínico de turno los llevaron amablemente hasta su casa, mientras Napoleón se mostraba mucho más tranquilo de lo que era usual. Ese detalle no pasó inadvertido a su dueño, aunque fue la chica quien descubrió la razón de tal comportamiento. La mascota se había llevado como souvenir de su aventura un papel arrugado y húmedo.
Lo extendieron en la mesa y allí leyeron algo que les llamó demasiado la atención. Debajo de un conocido escudo de armas y un sello empresarial se encontraba garabateado en cursiva "Me reuniré con usted, pero por favor no diga nada, no soy el único que tiene algo que perder con esto. La veré a la hora y en el lugar que me dijo. J Fontan".
El nombre del anciano era conocido a cualquiera que viviera en la zona, Fontan solo había sido responsable de la prosperidad del pueblo. Se encargó de llenar la ciudad de locales comerciales, además de la creación de las dos pesqueras más grandes y la reactivación de la antigua mina de carbón, que con recursos sin explotar, había dado nueva vida a un pueblito al borde de la muerte.
La mina había pertenecido al viejo Gianquelevitch, quien tuvo que sacrificarla para poder costear el resto de sus bienes. Su hijo Carlos, había sabido convertirse en un poderoso hombre de negocios manejando la inmobiliaria local y las dos casas mortuorias y sin ninguna necesidad de tocar dinero de sus padres, siendo el mismo quien comprara la mayoría de las propiedades de su padre para venderlas luego a familias recién llegadas al país, quienes invertían en nuevos negocios (almacenes y tiendas de ropa en su mayoría) logrando así prosperar rápidamente. El asunto para Carlos, era que la única propiedad sobre la que no había podido poner sus garras fue la vieja operación minera, ya que Fontan había actuado hábilmente,ofreciendo a Gianquelevitch padre más dinero del que el pedía. Así fue como don Julio, hijo de inmigrantes españoles, había empezado su triunfo económico, estableciendo su poderío y fundando así un hotel, un cine, varios bares y un boliche, además de sus tres grandes empresas, dándole así al pueblo una vitalidad y prosperidad de las que hacía tiempo no disfrutaban. Habían pasado ya treinta años de eso y el hombre más adinerado del pueblo pisaba los 65 años, ese mismo hombre que había escrito el papel que Mayra y Mariano tenían ahora frente a sus ojos.
Ellos sabían que debían entregar ese papel a la policía, sin embargo dudaban que hiciera mucha diferencia en la investigación. Los agentes del pueblo, sin importar su buena predisposición, estaban muy lejos de ser grandes detectives y era muy probable que el caso quedara sin solución. Además de eso existía la seguridad de una reprimenda por el accionar del perro y conociendo la manera arcaica con la que los locales se comportaban con los animales, era probable que incluso sugirieran poner a dormir a Napoleón. Si bien en otras localidades ese pensamiento podría parecer exagerado, cabe recordar que este era el poblado que había solucionado la sobre población de perros con una gran matanza e incluso llegando a atropellar, matar a golpes y hasta cuchilladas a cualquier pobre chucho que anduviera sin su dueño por la calle. Luego de meditar esto, Mariano decidió definitivamente que si bien no había alternativa que entregar el papel, era mejor dejar a su amigo en un lugar seguro.
Llamó a Rafael, uno de los primeros amigos que había hecho al llegar a Río del sueño y su remisero de confianza. Este lo paso a buscar y en menos de cinco minutos, Mariano bajaba en la comisaría, mientras su amigo y su novia se encargaban de llevar a Napoleón hasta la casa de la madre de Mayra, quién hacía años vivía en una estancia alejada del pueblo.
La pequeña sala de estar del edificio policial se encontraba atestada. Morán, el subcomisario, se encontraba dando declaraciones a los
periodistas de medios locales y zonales y mientras sus subordinados trataban de formar un cerco humano para evitar que la prensa lo atropellara. Pese a su intentos de llamar la atención de algún oficial, Mariano comprobó indignado que la turba de fotógrafos y entrevistadores hacia casi imposible esa tarea. Estaba a punto de retirarse cuando un joven uniformado se acercó a él.
El chico lo identificó de inmediato, se trataba de Julio Paz, el novio actual de María.
Puedo ayudarte en algo? Dijo esté en tono cansado y decaído.
Si, respondió Mariano. No sé si estás al tanto, pero fuimos mi perro y yo quienes encontramos el...
Lo sé, lo interrumpió Julio con pesar. Supongo que ella hubiera estado feliz de reunirse con su vieja mascota en el saludo final.
El chico sabía muy bien a qué se refería, ya que mientras salían, María y el habían adoptado juntos a Napoleón y al separarse, el muchacho se quedó con el can ya que ella no podía tener mascotas. La mala relación que había quedado y la poca predisposición del joven a ver a su ex, habían llevado a que la chica no hubiera vuelto a ver al perro nunca más. Al reflexiónar sobre esto una oleada de remordimientos cubrió a Mariano. El oficial Paz debió de adivinar eso en su rostro ya que segundos después le dijo:
No te sientas culpable. Ella entendía que te dolía verla después de cómo terminó todo y que luego hiciste tu vida, no tenías tiempo para llevar a tu perro a visitar a tu ex. Además siempre supo que lo cuídaste muy bien y eso era lo que más le importaba.
Lo sé, respondió el chico sorprendido de tal despliegue de empatía. Pero también sé que ella lo quería mucho.
Bueno, dijo Julio cambiando de tema, de cualquier manera supongo que no viniste hasta aquí a hablar de tu mascota, no?
En realidad en parte si, le respondio, mientras en susurros le contaba todo lo que había pasado y le mostraba el papel.
El oficial se mostró comprensivo y le dijo que había hecho bien en ocultar a Napoleón. Precisamente ese día el comisario Vallei había dado la orden de cambiar las penas sobre animales, eliminando las antiguas multas y simplemente poniendo a dormir a los animalitos.
Tranquilo, le dijo a Mariano, yo me hago cargo de todo. Vos ocúpate de mantener al perro escondido por unas semanas. Para evitarte nuevas demoras y declaraciones vamos a depositar está evidencia como anónima, déjame tu número y si llego a necesitarte por alguna razón, te llamo.
Luego de un intercambio de teléfonos el chico se fue, pensando que por fin había dejado atrás toda esa locura. Habían transcurrido solo unos días cuando un mensaje del oficial Paz le demostró lo equivocado que estaba, en él se leía "El papel que encontraste desapareció de la sala de evidencias, por suerte estaban los registros y el juez lo considero evidencia suficiente para demorar a Fontan. En estos momentos lo están trasladando a comisaría, muchas gracias por tu ayuda, María te lo agradecería también. Julio".
Le leyó el mensaje a su novia, quién con suspicacia pregunto:
¿No te parece curioso que el papel desapareciera antes de que la evidencia fuera pública, pero después de que quedara asentada en los registros? A mí me parece una casualidad muy grande, casi como si hubiera sido planeado.
El muchacho no encontró argumentos para discutir la fría lógica de su novia y esa noche mientras intentaba dormir, la suposición de la chica le daba vueltas por la cabeza. Resolvió que al día siguiente iría a entrevistar a Fontan, con la excusa de llevarle unos papeles para que esté firmara, siendo está una de las pocas ventajas de trabajar como cadete para las empresas del anciano. Lejos estaban Mariano y Mayra de saber que se estaban involucrando en algo que les cambiaría la vida para siempre.
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