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Tras una larga deliberación, me encierro en el cuarto de baño de mi pequeño apartamento para ducharme, al terminar me seco el pelo y, una vez listo, me siento sobre la tapa del váter a meditar. En este preciso instante soy plenamente consciente de que ya he tocado fondo, este es el fin, el momento de retirarme del triángulo amoroso compuesto por Alexa e hijo, James y yo. Creo que me he implicado demasiado, tanto como para hacerme daño voluntariamente y, aunque no lo parezca, yo me quiero. No merezco a medio hombre, sino a un hombre entero que no solo me llene en la cama, sino en muchos otros aspectos que también son fundamentales para mí. Con James nunca tendré eso y, lo peor de esta situación es que mientras siga prestándome a su juego, tampoco conoceré a nadie que pueda darme todas esas cosas que busco, así que por mi propio bien, debo cortar por lo sano.

Miro la caja que descansa en el suelo consciente de que hoy será la despedida, voy a cumplir la fantasía de James ya que a mí también me apetece, pero después de esta, no habrá ni una noche más. Lo juro.

Me perfumo, maquillo y enfundo la gabardina sin nada más que las medias de encaje puestas. Me anudo el cinturón y me subo a esos espectaculares zapatos negros que tienen pinta de haberle costado un pastón. Cojo también mi bolso junto a unas cuantas cosas que sé seguro que me harán falta. Él ha escogido la forma, yo decido el cómo.

Meto el móvil en el bolsillo de la gabardina y, al hacerlo, palpo algo en el interior. Meto la mano y saco la tarjeta de acceso a la habitación del hotel. Este hombre es insufrible, ha tenido en cuenta todos los detalles; aunque aún no está todo dicho. Salgo del portal y hay un coche esperándome; lo sé porque el chófer tiene un cartel con mi nombre escrito. Me subo y, sin necesidad de decir nada, me lleva hacia el hotel más céntrico de toda Barcelona. Ahí va otra prueba de lo que significa para él nuestra relación: no quedamos en su casa, elige un hotel para nuestras citas y, para qué negarlo, eso me duele.

Entro por la amplia puerta acristalada con la tarjeta en la mano y camino por el vestíbulo sin mirar a nadie, me dirijo al ascensor y oprimo el botón de la quinta planta. Al llegar, camino hacia la habitación y abro la puerta con la tarjeta; emite un ligero crec y entro. Avanzo por un pasillo enmoquetado hasta llegar a una especie de salón con una enorme cama en uno de los laterales. James se alza, me sonríe nada más verme y, sin decirme nada, me ofrece una copa de cava. Se la acepto y bebo sin dejar de mirarle. Me encanta como va vestido, tan solo con un jersey negro de cuello alto que le queda como un guante y unos vaqueros: sencillo, informal, pero siempre elegante.

—Creí que al final no vendrías, te has retrasado.

Miro el reloj dorado que cuelga de la pared, son las 21:16 h, desvío la mirada al suelo y esbozo una frágil sonrisa.

—Las españolas no tenemos formalidad, deberías saberlo.

Mi comentario le saca una sonrisa, sin embargo, yo soy incapaz de continuar disimulando, he venido a lo que he venido y ambos lo sabemos. Dejo mi copa sobre la mesa y me acerco a James para besarle. Sus labios están fríos y ligeramente amargos por el cava, me devuelve los besos mientras me abraza, apretándome con fuerza contra él. Definitivamente voy a echarle de menos.

Continúo besándolo mientras le arranco prendas de ropa al tiempo que le hago retroceder de espaldas, empujándolo sin contemplación hacia la cama. Ya está fuera de sí, no se resiste a mi ataque y se deja caer sobre el colchón. Tira delicadamente de mí y, lentamente, empieza a deshacer el nudo del cinturón de mi gabardina descubriendo mi cuerpo desnudo, sus pupilas se dilatan por la excitación. Siento sus manos indecisas recorrer mi cuerpo entero sin saber muy bien qué parte tocar antes.

—¡Dios! Estás espectacular.

Curvo los labios a modo de sonrisa, me siento a horcajadas sobre él y, con una mano, alcanzo mi bolso.

—¿Esto es lo que querías, James? ¿He cumplido tu fantasía?

Se sienta sobre la cama conmigo encima y empieza a besar mi cuello.

—Sí... –susurra haciéndome estremecer cuando se acerca al pecho.

—Entonces ahora toca cumplir la mía.

Abandona mis pezones y alza el rostro para mirarme. Saco de mi bolso un par de cuerdas, James me contempla extrañado. Percibo su inseguridad ante lo desconocido, así que me acerco para besarle y desviar su atención. Vuelvo a provocarlo acariciando su cuerpo desnudo, demostrándole que no tiene nada que temer. Poco a poco consigo que ceda, vuelve a tumbarse sobre la cama. Entrelazo mi mano con la suya y voy estirándola muy despacio hasta que topa con el alto poste de madera que decora el cabecero de la cama. Me separo lo suficiente para poder realizar el nudo de ocho que mi padre me enseñó a hacer cuando era niña.

—¿Te gusta tocarme? –Susurro cerca de su oído.

—Oh sí, mucho.

Estiro su segundo brazo y repito el mismo proceso que con el anterior, dejándolo bien atado al poste de la cama.

—Pues hoy no vas a tocarme –digo y, antes de separarme de su cuello, le doy un pequeño mordisco; seguidamente saco del bolso un pañuelo de raso.

—¿Te gusta mirarme? –Me yergo para que obtenga un mejor plano de mí desnuda con la gabardina desabrochada, las medias hasta los muslos y esos zapatos tan caros que él me ha regalado.

—Me encanta.

—Pues tampoco vas a mirar... –Cubro sus ojos con el pañuelo y lo anudo fuertemente por detrás.

—Ahora, solo yo voy a disfrutar de ti.

—Anna, no me siento muy cómodo así, quiero verte, por favor, lo necesito.

—¿Qué pasa, James? ¿No sabes utilizar la imaginación?

Me acerco a su pene, que ahora no está tan exultante como hace un momento y me empleo a fondo para intentar reanimarlo. Empieza a respirar con dificultad, de forma rápida y profunda cuando siente mi lengua sobre el glande. En cuestión de segundos se agita inquieto. Cuando me aseguro de que ya no puede más, le coloco el preservativo y lo hago mío. Desciendo lentamente por última vez, su miembro se abre camino cuidadosamente dentro de mí, siguiendo el ritmo que yo marco. Jadeo cuando me he empalado enteramente en torno a él, adaptándome a su grosor y tamaño. Empiezo a moverme lentamente, intentando prolongar al máximo este momento.

En cuanto nuestros cuerpos han alcanzado el tope de sacudidas por una noche, ambos nos corremos a la vez. Disfruto viendo cómo se retuerce debajo de mí, cómo con las caderas intenta buscar más cabida en mi interior mientras alcanza el orgasmo. Sus músculos se tensan y se sacuden a causa de involuntarios espasmos; retengo en la memoria cada pequeño gesto, sonido, gemido y suspiro de amor que me dedica, porque sé con seguridad que esto no se volverá a repetir.

En esta ocasión, a diferencia de las otras, me recompongo rápidamente. Me separo de él, destapo sus ojos y empiezo a vestirme. No tardo mucho, pues tras colocarme bien las medias, solo tengo que volver a abrocharme la gabardina.

—¿Qué haces?

James empieza a alterarse, mueve incansablemente sus manos intentando liberarse, pero haga lo que haga es en vano, he hecho los nudos a conciencia.

—Voy a soltarte, pero solo una mano –aclaro acercándome a la cama–, para cuando consigas liberar la otra, ya me habré ido.

—¿Por qué? ¿Qué clase de juego es este?

Agacho la cabeza. No quiero llorar, así que procuro no mirarle a los ojos mientras se lo explico.

—No quiero volver a hacer esto James, simplemente ya no puedo.

—¿Qué ocurre Anna?

—¿Hasta cuándo piensas que podremos seguir con todo esto, escondiéndonos, engañándonos, haciéndonos daño? ¿No te das cuenta de que estamos metiéndonos en un fangal del que no vamos a poder salir?

—Suéltame y hablemos de esto con calma.

—No, James, ya no. Todo está dicho, todo está claro. Espero que respetes mi decisión, al igual que yo respeto las tuyas.

—Esto es... –Vuelve a agitarse nervioso–. Por favor, Anna, escúchame.

—Se acabó. –Deshago el nudo de su brazo izquierdo, me levanto y me encamino hacia la puerta.

—¡Anna! –Me llama desde dentro de la habitación, pero yo ya estoy fuera, y ahora sí lloro con ganas.

Si es que al final me he enamorado, no tiene otro nombre. Es lo que ha pasado, y mira que siempre me repito no volver a cometer el grave error de dejarme envolver así por las situaciones; pero no hay manera, es la puta piedra con la que siempre tropiezo. ¿Por qué no puede ser solo sexo? ¿Por qué necesito tener algo más?

Cuando llego a casa, mi teléfono no deja de sonar. Lo apago, mañana no tendré más remedio que verle, pero hoy he ganado yo.

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