40
—¡Anna!
Mis amigos se lanzan a mis brazos, y con ellos a mi lado, no hay penas que valgan. Me lo preguntan todo, quieren conocer cada uno de los detalles de mi relación con James, sobre todo Elena, que me mira como si mi historia no fuese más que un empalagoso romance de película americana; ella y sus teorías sobre el amor, tan alejadas de la realidad.
Me concentro en contestar a todas sus preguntas, reímos y nos ponemos al día de todos los acontecimientos ocurridos durante las vacaciones, para mi sorpresa, descubro que Mónica se intercambia mensajes con Raúl, parece que está empezando a ceder y contemplar la posibilidad de que un chico menor que ella no tiene por qué ser malo.
Después de hablar durante un buen rato, regreso a la paz y soledad de mi habitación, respiro hondo y me siento en la cama. He decidido que, antes de volver a mi adicción no superada al chocolate en momentos de bajón, voy a decirle a Azul que ya he regresado. Abro el segundo cajón de mi mesita y saco con cuidado mi dildo favorito, ese que tiene diferentes modos y grados de vibración y la punta ligeramente curvada.
—Bueno Anna... ahora a conformarse con esto.
Suspiro, lo dejo sobre la cama y empiezo a desnudarme para meterme en ella.
Y llegó el día D. Me encamino como cada día a la oficina, pero tengo una sensación extraña en el cuerpo que no me abandona. En cuanto entro en el edificio de mi empresa, y antes de que pueda saludar a Pol de esa forma que es únicamente nuestra, me encuentro con una enorme recepción en el vestíbulo. Me quedo embobada cuando todos se vuelven hacia mí, forman un pasillo hasta el ascensor y, mientras lo cruzo, se desatan unos ensordecedores aplausos. Mis compañeros sonríen y silban sin dejar de aplaudir, me siento intimidada por este recibimiento. Distingo al final de la larga fila el rostro de James, que al igual que mis compañeros, aplaude enérgicamente junto al ascensor. Miro hacia la derecha y me abrumo al ver un enorme cuadro con una de las fotos en blanco y negro que forman parte de la campaña publicitaria, en la que aparezco de rodillas sobre una alfombra con ese jersey tan grande que deja un hombro al descubierto, mirando directamente a las cremas, las únicas que aportan una nota de color al cuadro.
—¿Y esto? –pregunto en un hilo de voz.
—Sube a mi despacho en cuanto puedas. –Sonríe James–. Tenemos que hablar.
Él desaparece y mis compañeros se lanzan a abrazarme, preguntarme y alabarme de todas las formas posibles. Intento serenarme y corresponder a sus demandas, pero me avasallan, siento que me falta el aire y me escabullo como puedo. Vanessa entra conmigo en el ascensor y presiona el botón de nuestra planta.
—¡No veas qué guapa sales! Mira que ya me lo contaste, pero el anuncio es mucho mejor de lo que imaginaba. De verdad, Anna, lo has hecho genial.
—Yo no he hecho nada, por eso no entiendo a qué viene tanto revuelo.
—Pues lo has bordado.
De camino hacia mi mesa, la gente me detiene para saludarme. Se me hace raro recibir tantas atenciones, creo sinceramente que todo esto me viene demasiado grande. En cuanto me desprendo de mi abrigo y el bolso, estiro mi camisa hacia abajo con un par de fuertes sacudidas y me encamino hacia el despacho de mi jefe, verle a él me pone aún más nerviosa, y más teniendo en cuenta que a partir de ahora habrá gente mala que relacione a James, al anuncio y a mí, de forma inadecuada. Llamo con los nudillos, espero su respuesta y entro. Se levanta de la silla, su sonrisa es cegadora, cuelga el teléfono y me hace un gesto con la mano para que me siente. Le obedezco.
—Llevan todo el día llamándome, no hay droguería o farmacia en todo el país que no quiera vender nuestro producto. Mira esto.
Me entrega un papel en el que aparecen unos gráficos, intento leer lo que significan, pero James está dispuesto a desvelar el misterio.
—Llevan un solo día en el mercado y ya se han agotado. Han tenido un gran impacto, Anna, y todo gracias a ti. –Suspiro; esto sí que no me lo esperaba–. Tengo esto para ti.
Me entrega un sobre, lo abro y saco el papel que hay en el interior. Lo miro y... ¡Es un cheque por el valor de diez mil euros!
—¿Qué es esto?
—Tus honorarios –ríe, y yo le miro severamente; no estoy para bromas.
—Anna, has hecho un anuncio publicitario que nos hará millonarios, y aunque eso no fuera así, es justo que te pague por tu trabajo. Ese es solo el primer pago.
Arqueo las cejas sorprendida y se lo entrego.
—Pues no lo quiero. Inviértelo en la empresa, que seguro que todavía quedan agujeros por tapar.
Me mira confuso.
—Cógelo, ese dinero te pertenece –responde con rudeza.
—No, no me pertenece. Opino que es excesivo.
—Anna, por favor, acéptalo. Hoy no me apetece discutir. –Vuelve a extenderlo en mi dirección y, con resignación, lo cojo.
—¿Así te quedas más tranquilo? –digo mientras me lo meto en el bolsillo de mala gana.
—Sí.
Cierro los ojos para sosegarme; odio que haga eso, que me dé dinero de este modo, además esas cantidades tan desorbitadas.
—¿Algo más, señor Orwell?
Focaliza sus ojos en mí y los veo tristes.
—¿No estás contenta? –Hace una breve pausa sin dejar de mirarme– ¡Todo esto ha sido idea tuya! ¡Tú has sido la mente, la que ha conseguido los patrocinadores, la que lo ha organizado todo! Yo solo he movido los hilos que tú marcabas. Has salvado la empresa, y no solo eso, sino que los beneficios obtenidos nos permitirán expandirnos, contratar a más gente y llegar a un mayor número de personas. ¿Qué piensas?
—Pienso en el cuento de la lechera.
—¿Qué es eso?
Niego con la cabeza y me alejo un paso.
—¿No es demasiado pronto para cantar victoria? A ver, todavía se puede ir todo al traste.
—Sinceramente, no lo creo.
El teléfono vuelve a sonar, y aprovecho el momento para salir de su despacho y regresar a mi puesto.
Durante el resto del día soy una máquina rápida y eficaz, no dejo que nada me distraiga. Solo una cosa podría romper mi equilibrio, y mi cara se contrae unas décimas de segundo en cuanto la veo aparecer por la puerta. Sus ojos me recorren como si con eso tuviera el poder de despellejarme, reproduce una mueca en su fino y pálido rostro y corre a refugiarse en el despacho de James, ni siquiera espera a que la anunciemos, como en otras ocasiones.
—Ha estado llamando a la oficina desde Londres como una loca. Cuando he llegado esta mañana, había una decena de mensajes en el contestador, todos dirigidos al señor Orwell –cuchichea Vanessa.
—Ah –digo sin mostrar demasiado interés, pero ella está dispuesta a insistir para provocar una reacción por mi parte.
—Al parecer, él no pasó las vacaciones con su prometida, ¡se quedó aquí! ¿Te lo puedes creer?
—Lo cierto es que no me interesa –respondo secamente y regreso la vista al monitor de mi ordenador.
—¿Qué te pasa?
—¿A mí? Nada –respondo con contundencia.
Media hora después, cuando prácticamente ya me había olvidado de la intrusión del bicho palo en el despacho de James, la veo salir encolerizada, hecha una furia y dando un sonoro portazo. Se cubre el vientre con ambas manos y llama insistentemente al botón del ascensor hasta que se abren las puertas, luego entra y desaparece.
Tengo un montón de papeleo que entregar a mi jefe y contemplo la posibilidad de que lo haga Vanessa, pero por otro lado, la necesidad de verle me puede. Entro en su despacho y mis ojos no alcanzan a ver todo lo que me envuelve. Paso por alto el visible caos que reina en la estancia y me centro únicamente en él. Está en su butaca y sostiene con fuerza su cabeza con ambas manos, solo alza el rostro para mirarme y, al hacerlo, parece que su abatimiento se desvanece un poco.
—Tengo que entregarle estos papeles.
—Bien. Déjalos sobre la mesa. Gracias.
Me acerco, deposito los papeles cuidadosamente sobre su escritorio y, antes de irme, vuelvo a mirarle, ¡se lo merece! Pero verle así es superior a mí, no puedo contemplar a un hombre tan importante y fuerte destrozado sin tener ninguna reacción. Suspiro por la nariz, bordeo su mesa y me cuadro frente a él, que alza la vista confuso.
Me siento en el borde de su mesa y, sin pensármelo demasiado, tiro de sus hombros rígidos atrayéndolo hacia mi pecho para poder abrazarle, y al mismo tiempo, acariciar su espalda con cariño. Sus brazos se aferran a mi cintura con fuerza, intentando retenerme; en este momento me necesita.
—Tranquilo James, todo se va a solucionar, ya lo verás.
—¿Cómo lo sabes? –susurra en una especie de sollozo que me conmueve el alma, en cuanto me recompongo, sonrío con dulzura.
—Porque de aquí a nada verás a un niño rubito, de increíbles ojos azules y terriblemente guapo que te llamará papá. En ese momento y no antes, sabrás que has tomado la decisión correcta.
Levanta la cabeza despegándola de mí.
—¿Aunque eso signifique perderte?
Vuelvo a sonreír, pero esta vez con cierto matiz de tristeza.
—James, como ya te dije una vez, para perderme primero tendrías que tenerme, ¿no crees?
Se le escapan unas lágrimas que corren rápidas por su mejilla, se apresura a enjugarlas y se aparta de mí.
—Por un fugaz instante me lo pareció. Es una locura, ¿verdad? Tengo más de lo que necesito, sin embargo, no puedo tener lo único que deseo.
—¿Por qué no puedes arreglarlo con tu futura esposa?
Reproduce una mueca de angustia.
—Porque ella no eres tú. Además, no la quiero, creo que nunca la he querido, de hecho, iba a dejarla antes de saber que...
—Ya. –Le interrumpo a bocajarro, me resulta demasiado duro seguir hablando de esto y fingir que no me duele–. Solo dime una cosa James, hay algo más, ¿verdad?
—¿A qué te refieres? –pregunta confuso, esquivando mi mirada.
—Que hay algo que aún no me has contado, algo más que te preocupa, que te consume por dentro y no tiene nada que ver con tu prometida y con el bebé.
Noto ese ligero pestañeo nervioso, ese caos y dolor bajo la calma y control aparente que siempre le precede. No puede engañarme, ya no, le conozco demasiado bien para no dejarme llevar por las apariencias.
—¿Tan evidente es? –pregunta al fin, transcurridos unos interminables segundos que me parecen horas.
—¿Qué es?
Su cuerpo se torna rígido, se separa y da media vuelta ocultándome su rostro.
—No puedo hablar de eso.
—Inténtalo –insisto.
Niega con la cabeza antes de volver a focalizar su atención en mí.
—Hay aspectos de mi vida que es mejor que no vean la luz.
Me mira mientras intento contener el fuerte torrente de emociones que me envuelven ahora mismo. Después de todo lo que he hecho por él, después de todo lo que le he demostrado, de todo a lo que he cedido, no es capaz de abrirse a mí. No soy lo bastante importante, y ser consciente de ello aumenta mi rencor hacia él.
—Entiendo.
—No es lo que piensas –interviene intentando descentrar mis pensamientos–. Confío en ti y nada me gustaría más que tener el valor y la fortaleza necesaria para poder hablarte claramente de..., eso, pero prefiero que ciertos asuntos formen solo parte de mi intimidad.
—Está bien James, no volveré a preguntártelo.
Me incorporo y elimino con la mano las arrugas de mi camisa.
—Ahora debería regresar al trabajo.
Él asiente sin poner objeción.
Por hoy, ya he tenido bastante. Sé que la vida de James es todo un misterio, que hay cosas que jamás me dejará ver y que pesan más que la supuesta "atracción" que siente por mí, solo me basta conocer eso para ser consciente de que ya no queda atisbo de esperanza al que aferrarnos para seguir adelante con esta historia, ha sido bonita mientras ha durado, pero al final, ha quedado en una simple aventura.
Tengo que concentrarme al máximo en alejar algunos pensamientos para que todo esto no me afecte más de lo que puedo soportar, no quiero sufrir; de hecho, siempre he pensado que sufrir a causa de un hombre es una forma estúpida de malgastar el tiempo, y no voy a cambiar ahora.
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