25

Sin lugar a dudas, esta minifalda no me queda bien, sino lo siguiente. Miro el reflejo de mi culo en el espejo desde todos los ángulos, después, me subo los leotardos y acomodo mis botas. Sonrío animada frente al espejo; estoy contenta. Regreso a mi mesa y veo que Vanessa me sonríe de oreja a oreja.

—Ha llegado eso para ti.

Levanta un impresionante centro de frutas exquisitamente cortadas y listas para comer. Hay kiwis, fresas bañadas en chocolate, taquitos de piña, uvas... De todas salen palitos para poder cogerlas y comerlas.

—¿Qué es eso?

Estoy tan ilusionada que cojo el centro y lo dejo sobre mi mesa. Desclavo un palillo con una fresa y me lo llevo a la boca. El chocolate está crujiente y realza el mágico sabor de la fruta.

—¡Coge una, Vane! Esto está buenísimo.

Arranca una diminuta uvita y me echo a reír. Sé que le sabe mal destrozar la elaborada construcción de tres pisos, pero si no se come se pudrirá, y eso sí que es una pena. Cojo el sobrecito con la tarjeta que acompaña el centro y lo abro.

«El lunes me enteré de tu indigestión, así que como médico, te recomiendo una dieta ligera y saludable los próximos días. ¿Nos vemos el viernes? Nada de pescado crudo, lo prometo...»

Sonrío como una tonta. ¡Este Franco es todo un amor! Le dejo a Vane leer la tarjeta y, en cuanto termina, me mira. Nos abrazamos y empezamos a dar frenéticos saltitos deteniéndonos en seco cuando James se acerca a nosotras con el semblante serio. ¡Qué habilidad tiene para estropear los buenos momentos! Es como si tuviera un radar de felicidad y eso le obligase a venir enseguida para aguarnos la fiesta.

—¿Perdiendo el tiempo, señorita Suárez?

Agacho la cabeza. Vane interviene por mí, lo cual me impresiona.

—Solo ha sido un momento señor Orwell, es que Anna ha recibido un regalo y...

—¿Un regalo? –Mira hacia mi mesa, ve el centro y la vena de su cuello se hincha.

—Coja sus cosas, tenemos una cita en Taos en veinte minutos. Espero que esta vez hayan hecho un trabajo que valga la pena, de lo contrario, van a lamentar hacerme perder el tiempo de esta manera.

Trago saliva. Está muy, pero que muy enfadado; sin embargo, yo no puedo dejar de pensar en el dichoso anuncio. Estoy nerviosa porque sé que, como mínimo, un primer plano mío se va a ver en él. No creo que eso mejore el humor de James, puede incluso desprender humo por las orejas cuando se entere. Además, también me preocupa que no haya osado girarse en mi dirección ni una sola vez, y mucho menos dirigirme la palabra desde que hemos entrado en su coche. ¿Será que por fin ha decidido hacerme caso y poner más distancia entre nosotros?

Traspasamos las puertas giratorias de la empresa de publicidad. Claudia reaparece muy animada, me sonríe, y entonces comprendo que todo ha ido bien; Sofía se añade al grupo poco después. James la mira extrañado, sabe que la conoce de algo, pero no recuerda de qué. Nos cogemos del brazo para darnos apoyo mientras entramos en la enorme sala insonorizada. Ella me suelta, suspira y me mira. Vuelve a sonreír intentando tranquilizarme, es irónico que precisamente ella, en su situación, intente tranquilizarme a mí.

Cogemos nuestras tazas de café, esta vez sin un solo bollo. James apenas ha abierto la boca desde que hemos llegado, su cabreo es palpable a kilómetros, por lo que desde el principio sé que, enseñen lo que nos enseñen hoy, no va a ser de su agrado.

Sofía espera a que Claudia le dé la señal, se acerca al reproductor e inserta una pequeña tarjeta. Una vez en la mesa, inician la reproducción pulsando el Play del mando a distancia.

Me pongo completamente tensa al reconocer el escenario. Se ve el fondo de palmeras; no obstante, el plano es lo suficientemente abierto para percibir con claridad que se trata de un decorado. De pronto, se ven mis pies descalzos correteando por el suelo, salto y me subo a la pequeña tarima de madera. Sonrío automáticamente y estiro el mini jersey hacia abajo antes de sentarme.

—Vaya... No las había cogido hasta ahora. Son alucinantes, ¿no crees?

Miro distraída hacia la cámara, confiada en que Sofía aún no está grabando. Entonces, atrapo con los dedos un mechón rebelde de pelo y lo coloco detrás de la oreja. No me acordaba de ese movimiento; de hecho, por lo cómoda y relajada que se me ve, bien podría estar en el comedor de mi casa.

Abro la crema de vainilla. La huelo. ¡Jo, qué vergüenza! No puedo apartar mis ojos de la pantalla, pero al mismo tiempo, me voy escurriendo en la silla escondiéndome todo lo que puedo.

—Huelen de maravilla.

—¿A qué huelen?

—Mora, fresa, vainilla, café y... fragancia del mar.

—¿Qué te parecen, Anna?

—¡Una pasada! –reconozco sonriente, no era consciente de que lo hiciera tanto–. Nunca había visto una crema con olor a café. Además, son cinco, supongo que lo han hecho así pensando en los cinco días laborales de la semana, para llegar cada día al trabajo acompañada de un aroma diferente.

Destapo otra crema, esta vez, la del tarro azul turquesa. Me la llevo a la nariz y cierro los ojos como una tonta. No contenta con eso, me pongo un pegotito de crema en el dorso de la mano y la extiendo.

—¿Sabes qué es lo mejor? –digo sin mirar a cámara.

—¿Qué?

—Que son cien por cien ecológicas. Sinceramente, creo que ese es el futuro.

—Estoy completamente de acuerdo.

Sonrío, miro distraída hacia la luz y hago una embarazosa mueca intentando protegerme del resplandor.

—¿Has acabado ya?

—Sí, ya puedes levantarte.

Me pongo en pie de un salto como un pequeño cervatillo, y para mayor humillación, estoy a punto de caer.

—¡Uyyyy...! Ha faltado poco. –Me echo a reír–. Por cierto, estas cremas me las llevo a casa.

Las recojo del suelo y salgo apresuradamente de plano. La imagen se funde y aparecen unas letras en blanco que invaden la pantalla: Anna's line, cosmética natural para el cuerpo.

Termina el anuncio. Mis mejillas son ahora de un rojo intenso. ¡No ha cambiado absolutamente nada! ¡Ha dejado el anuncio tal cual, sin guión, sin nada! ¡No me lo puedo creer!

Obviamente todas las miradas están pendientes de mi jefe, que se ha quedado petrificado frente a la pantalla, ni se mueve. Después de unos angustiosos segundos de espera, en el que todos los presentes hemos dejado de respirar temiendo su desproporcionada reacción, se echa a reír dejándonos a cuadros. Sus carcajadas van en aumento a cada segundo, incluso se cubre los ojos con una mano sin dejar de agitarse convulsivamente como un loco.

—Quiero volver a verlo –dice, y Sofía se adelanta, coge el mando y vuelve a poner el video; yo solo quiero que me trague la tierra.

Esta vez, James se inclina hacia delante en la silla, coloca los codos sobre las rodillas y sostiene su barbilla con las palmas de las manos extendidas. Sonríe cuando salto a la tarima de improviso, y esa misma sonrisa le acompaña los casi treinta segundos que dura el anuncio.

—¿Se acerca más este spot a sus expectativas, señor Orwell? –pregunta Claudia, sin dejar de mirarle.

—No se acerca... –Contenemos el aliento–. ¡Las supera! –Suspiros de relajación salen de las bocas de algunos de los presentes–. Afortunadamente pactamos un presupuesto previo.

—¿Por qué? –pregunta Claudia, por curiosidad.

—Porque por un anuncio como este, hubiese estado dispuesto a pagar el doble.

A Sofía se le llenan los ojos de lágrimas. No solo ha tenido la revolucionaria idea de hacer un anuncio al descubierto, sin planificar y con pocos recursos a nivel estético, sino que, además, ha conseguido llamar la atención de mi jefe y la de todos los presentes, dejándolos boquiabiertos. Es, sin duda, un nuevo concepto de publicidad donde no se intenta maquillar la realidad: se muestra tal cual es, con sus defectos, sin adornos ni engaños. Muestra la transparencia que James buscaba, mi naturalidad y espontaneidad hacen el resto.

—Entonces, ¿hay acuerdo? –Quiere asegurarse Claudia.

—Por supuesto. –Estrecha su mano con fuerza–. Compro este anuncio, así como toda la campaña publicitaria que haréis con la misma modelo; hablo de carteles y prensa.

—¡¿Qué?! –Ya no lo aguanto más y salto–. Con los debidos respetos, señor Orwell, creo que yo tendré algo que decir al respecto.

Se gira para mirarme, es la primera vez que lo hace desde que hemos entrado en la sala. Respiro aliviada al ver cierto aire divertido en sus ojos claros.

—Usted ha iniciado esta campaña, ha puesto su imagen al producto; no podemos cambiar de modelo en las fotos.

—Pues mira por dónde, yo creo que sí se puede. No pienso prestarme a una sesión fotográfica. Eso es demasiado, incluso para mí. –Pongo los brazos en jarras, James se acerca sonriente, le divierte mi expresión indignada. Nos miramos largo rato, parece que ninguno de los dos piensa ceder.

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