21


Ataviadas con nuestras mejores galas, Elena y yo nos cuadramos frente a un imponente Hilton. Desde donde estamos el sol nos impide ver toda su altitud, pero a la vista está que es un edificio impresionante, compuesto de un bloque rectangular en vertical colocado sobre otro en horizontal. Elena me entrega el pase de acompañante que ha conseguido para mí; me lo coloco enseguida, parece tan profesional... ¡Qué emocionante! Me anudo fuertemente el abrigo al cuerpo porque a pesar de ser un día soleado, hace un frío que pela, es lo que tiene el final del otoño.

—Bueno, ¿preparada?

Me mira, está tan asustada que no sabe disimularlo.

—Espera Anna, es pronto.

—¡Se me están congelando los pies! –protesto.

—Tengo un nudo en el pecho que no me deja ni respirar.

Pongo los ojos en blanco.

—¡Tonterías! ¡Vamos! –Emprendo la marcha y ella me sigue dos pasos por detrás.

—¡Anna, espera!

—¿Todo esto es por ese tal Carlos? ¿Te da vergüenza verlo o qué?

—Es que..., no sé... ¿Estoy bien? Creo que este vestido es demasiado...

—Estás estupenda, cielo, no te falta de nada. Estoy convencida de que cuando te vea no podrá apartar los ojos de ti, y si no lo hace es gay, entonces deberíamos plantearnos presentárselo a Lore.

Se echa a reír y yo la sigo. Juntas reanudamos el camino hacia las puertas del hotel.

—Anna... No puedo entrar.

—A ver, he venido a este tostón de reunión por ti, ya que estamos aquí vamos a pasar, y sería conveniente hacerlo antes de que se nos gangrene un pie y nos lo tengan que amputar, porque, aunque no te lo creas, tengo cierto aprecio a mis pies y a todos sus deditos, así que... ¡Vamos!

Tiro de ella con fuerza, conduciéndola hasta el lujoso vestíbulo. Todo brilla, hasta las paredes, que están revestidas con un finísimo mármol blanco con vetas negras. Llegamos a un impresionante salón de convenciones, tan grande que acojona, el hombre que hay en la puerta mira los pases que cuelgan de nuestro cuello y nos permite entrar; un segundo hombre nos ayuda a quitarnos los abrigos.

Llevo un vestido azul eléctrico con escote palabra de honor precioso, Elena se ha puesto uno color ciruela que yo le he dejado, anudado bajo el pecho con caída en vuelo; le queda perfecto.

—¡Válgame el cielo! ¡Qué maravilla! ¡Mira Elena, tienen una barra de bar! ¡Vamos, necesitamos una copa!

—¡¿Qué dices?! Yo no puedo beber ahora.

—Lo necesitas, quieras o no.

La obligo a acompañarme, cojo una rebosante copa de cava que hay en unas bandejas plateadas y le entrego una a mi amiga, que la necesita más que yo; a la vista está. Se la bebe prácticamente del tirón y me echo a reír; no, si al final se va a emborrachar...

Hay gente bien vestida por todas partes, todos médicos, la mitad más viejos que Matusalén. Doy un sorbito al cava intentando poner una pose más sofisticada, irguiéndome y cruzando los brazos sobre el pecho, dejando mi copa al descubierto apuntando hacia arriba; muy bien, Anna, puedes pasar por uno de ellos, nadie advertirá la diferencia jamás. Si es que ya lo decía mi madre: voy para actriz. Alzo la cabeza al tiempo que frunzo los labios, mirando a todo lo que se mueve por encima del hombro.

—¿Qué estás haciendo? –cuchichea Elena cerca de mí oído

—Déjame, estoy metiéndome en el papel, ¿no lo ves?

—¡Estás haciendo el ridículo!

—¡Qué va! Escucha esto: Eubacterium aerofaciens.

Pongo voz de sabelotodo alzando las cejas y bajando sutilmente los párpados, la expresión de Elena me hace gracia, pero me contengo.

—Buenas tardes, Elena.

—Ah, hola Franco –contesta Elena estrechando la mano del chico, lo cual me sorprende, ¿qué ha sido de los dos besos de toda la vida?–. Te presento a Anna, mi amiga; Anna, este es Franco, compañero del hospital.

Franco me sonríe, yo aún no he abandonado mi rostro serio de circunstancia, así que cuando estira su mano hacia mí a modo de cordial saludo, no dudo en estrechársela con decisión.

Eubacterium aerofaciens.

El chico me mira confuso, Elena se cubre el rostro con la mano, avergonzada, mientras niega con la cabeza, al poco rato, el tal Franco empieza a reír como un poseso.

—Perdónala, no tiene remedio, se está haciendo pasar por médico –me excusa Elena.

—Encantado de conocerla, doctora. Solo por curiosidad, ¿conoce el significado del término que ha empleado?

—Mmmm... –Lo pienso unos segundos–. Significa, básicamente, que estás muy, pero que muy jodido. –Su carcajada me hace dar un respingo, y Elena vuelve a negar con la cabeza, la estoy abochornando, debo dejar ya toda esta estupidez por ella.

—Bueno, será mejor que vayamos a sentarnos, prometo comportarme como es debido a partir de ahora –le digo a mi amiga para que cambie su expresión, pero ni con esas.

Los tres nos dirigimos hacia las sillas acolchadas que hay frente a una tarima de madera con una amplia pantalla detrás. Estudio con detenimiento a Franco, es un chico argentino, no demasiado alto, pero sí se le ve fuerte. Tiene rasgos muy latinos, como ese pelo tan negro, su piel morena y esos impenetrables ojos oscuros; por cierto, no está nada mal, es muy, pero que muy guapo.

Me coloco a su lado, sigue hablando con Elena, pero no tengo idea de qué, en cuanto se quedan callados, aprovecho para entrar en la conversación.

—Por cierto, aún no me has dicho lo que significa Eubacterium aerofaciens –le recuerdo, y él vuelve a reír–. Ahora tengo curiosidad.

—Es una especie aislada de varias infecciones como la pleuresía, heridas post-operatorias infectadas, peritonitis y forúnculos, pero lo más extraño es que conozcas el término, no se suele utilizar.

—Ah, lo habré leído por ahí..., ¡a saber!

Tomo asiento con Elena a mi lado, creo que Franco va a dar la vuelta para sentarse junto a ella, pero no lo hace, se sitúa junto a mí y sigue hablando. Cada vez que inicia una conversación, tengo la sensación de que en cualquier momento va a soltar algo como: ¡che boludo...!

—¿Sabes de qué va el congreso?

—No tengo ni idea –reconozco.

—Todo lo que nos van a explicar hoy tiene que ver con el genoma humano, supongo que habrás oído hablar de él tiempo atrás.

—Sí, claro.

—¿Y qué es?

Sonrío, ¡jo, qué angustia de tío, parece que esté examinándome!

Eubacterium aerofaciens –respondo automáticamente, y él vuelve a reír.

—Fue un proyecto de investigación científica con el objetivo fundamental de determinar la secuencia de pares de bases químicas que componen el ADN, identificando y cartografiando los aproximadamente veinte a veinticinco mil genes del genoma humano desde un punto de vista físico y funcional.

—Ya decía yo que este congreso era muy importante...

Se ríe a mandíbula batiente y, sin querer, acabo contagiándome yo también.

—No has entendido nada, ¿no?

—Verás, en realidad yo solo he venido por la comida, ¿cuándo se come? –Vuelve a reír; tiene una sonrisa preciosa, me recuerda a Chayanne. ¡Qué gracia!

—Creo que todavía falta, ¿quieres que intente explicártelo?

—¡Adelante! Pero te lo advierto, soy mala alumna.

—No hay malos alumnos, sino malos profesores, así que si no te enteras de nada, quien va a tener que replanteárselo soy yo.

Sonrío.

—Venga va, explícamelo –le animo.

Se incorpora un poco más en su silla, se nota a leguas que este tema le apasiona muchísimo.

—Verás, la cadena de ADN contiene toda la información acerca de nosotros, desde los rasgos físicos a todas las enfermedades que padeceremos en el futuro, se podría decir que están programadas desde nuestro nacimiento, y eso tiene que ver con la carga genética que heredamos de nuestros padres. Pues ahora, imagina que los científicos han encontrado un método para aislar ciertos genes y modificar nuestro ADN para que no padezcamos ninguna de esas dolencias programadas.

—¿Eso se puede hacer?

—De eso va el congreso, creen haber encontrado un tratamiento preventivo para neutralizar la distrofia muscular en pacientes que tienen la predisposición genética a padecer este problema, pero de momento es todo experimental, solo es una teoría que aún tienen que seguir investigando, así que también nos mostrarán algunas firmas de fármacos que trabajan con ellos para recaudar fondos y seguir con su investigación.

—Vaya... ¿Es que vosotros podéis escoger la marca de los fármacos que administráis a vuestros pacientes?

—Sí, es el hospital quien negocia y establece qué marca utilizará, normalmente quien más nos hace la pelota es el ganador... –Se echa a reír, y yo me quedo boquiabierta mirándole.

—Todo es una mafia.

—A ver, no es tanto como eso, pero ten en cuenta que la empresa farmacéutica no deja de ser un sector muy competitivo. Además, a los pacientes tanto les da una marca que otra siempre que el resultado sea el mismo.

—Siempre y cuando vuestra decisión no les afecte al bolsillo.

Se encoge de hombros.

—Por lo general los precios para el usuario están estipulados, esto es más a nivel interno.

—Entiendo.

Empieza la exposición y un grupo de personas se colocan en la tarima, hablan sin parar, nos muestran vídeos y diapositivas; es un auténtico coñazo, no entiendo cómo puede estar todo el mundo atento sin bostezar. Dos horas y media después, estoy con un hambre que me muero y la cabeza como un bombo por intentar entender la dichosa exposición. Lo único que me ha resultado curioso, y he entendido, ha sido parte de la introducción inicial, cuando han dicho que los seres humanos somos idénticos en un noventa y nueve por ciento, y solo nos diferencia un uno por ciento, en ese uno por ciento va la parte genética que nos dice cómo debemos ser desde que nacemos hasta que morimos. Qué curiosos somos los seres humanos, parecemos tan diferentes, sin embargo, a nivel científico somos prácticamente iguales.

Nos levantamos y caminamos hacia el impresionante bufet que los camareros, uniformados con pajarita, acaban de servir. Es un catering impresionante, hay desde marisco, pelado y perfectamente ornamentado, hasta taquitos de carne escrupulosamente cortados ensartados en palitos a modo de pinchos, embutidos, fritos de todas clases, combinaciones agridulces con frutas exóticas, vegetales con formas imposibles... Realmente los organizadores se han rascado el bolsillo para ofrecernos semejante manjar.

—El jamón está de muerte –le digo a Elena, que está a años luz de aquí ahora mismo.

Me giro en la dirección a la que ella mira. ¡Madre mía, pedazo de tío! Alto, tremendamente atractivo, moreno, ojazos verdes, nariz perfecta, boca sensual y esa barbita de dos días que le hace tan condenadamente guapo, ¡parece un ángel!

—¡No me jodas que ese es Carlos!

Elena da un respingo tras escuchar su nombre y detecto el miedo en su mirada de chocolate.

—Sí, es él.

—¡Por Dios, Elena! ¡Tú, o el Everest o nada! No me extraña que te guste, está buenísimo.

Se pone roja como un tomate.

—Ya lo sé, es ridículo que él pueda fijarse en mí, ¿verdad?

Emito un bufido.

—No es eso, ¡claro que puede fijarse en ti! ¿No has estado atenta a la exposición? Solo un uno por ciento le hace diferente del resto, si te paras a pensar no es tanto...

Sonrío, pero eso no acabo de creérmelo ni yo; ese, como mínimo, se diferencia un ochenta por ciento al resto de los mortales; es perfecto, ni una, pero ni una sola pega. Franco se acerca a nosotras, percibe nuestro revuelo e intrigado, viene a cotillear.

—¿Qué hacen, señoritas?

—Nada –se apresura a responder Elena, pero yo le dedico una mirada severa.

—A ver, Franco, ¿tú puedes presentarnos a ese hombre de ahí? –Señalo en la dirección del ángel.

—¡Anna! –grita Elena, dándome un codazo.

—Hemos venido a esto, ¿no? –cuchicheo cerca de su oído–. Pues eso.

—¿A quién? –pregunta Franco–. ¿Carlos?

—Sí.

—Pero si Elena lo conoce...

—Bueno, pero Elena no se atreve, y yo no tengo el placer de conocerle.

—Te gusta Carlos –confirma con cierta aspereza–. Natural, todas están igual.

Elena se gira para coger una copa de vino, momento que aprovecho para acercarme mucho más a Franco y susurrarle en voz baja.

—Es a Elena a quien le gusta, pero no se atreve a decirle nada. Me preguntaba si podrías encontrar la forma de acercarnos para ver si entre ellos pueden saltar chispas... ¡O qué sé yo! Si esperamos a que ella se lance lo tenemos francamente mal.

Su sonrisa es enorme, vuelve a enseñarme esos dientes blancos como la leche y siento como si me derritiera; este chico tiene un punto interesante.

—Entonces, ¿no es a ti a quien le gusta?

—A ver, Franco, hay que reconocer que guapo es un rato, pero ten por seguro que jamás intentaré nada con un chico que lo es todo para una amiga.

—Eso dice mucho de vos.

—Quizás sea un defecto, pero mis amigos están por encima de cualquier hombre.

Se echa a reír.

—En ese caso iré a buscarlo, espera un toque.

Se gira y lo observo desde la distancia, Elena no le quita ojo, parece asustada al intuir lo que está a punto de pasar. Franco se acerca a Carlos, se dan la mano y empiezan a hablar, obligo a Elena a ponerse de espaldas para simular que mantenemos una animada conversación, yo soy la única que, disimuladamente, les sigue con la mirada estudiando cada movimiento. Ambos se ríen mirando en nuestra dirección, Elena habla de cosas incoherentes; pobrecilla, no sabe ni lo que dice. Entonces interrumpo su discurso y, mirándola atentamente a los ojos, le digo:

—Vienen hacia aquí.

—¡No jodas Anna! ¡Por Dios, ¿qué hago?!

Sonrío tras la palabrota que ha soltado; no es su estilo.

—Ríete, habla y sé natural, lo demás vendrá solo.

—¡ES QUE NO SÉ QUÉ DECIR!

—Shhhhh... –Le hago un gesto de advertencia con la mirada y ella enmudece en el acto.

—Buenas noches señoritas, ¿cómo van? –empieza Franco muy sonriente.

—Divinamente –me apresuro a responder–. Yo soy Anna –me presento enérgicamente.

Carlos hace el intento de tenderme la mano y me apresuro a darle dos besos en las mejillas, así abro el camino para que Elena se anime a hacer lo mismo. Carlos sonríe impresionado, seguramente por mi falta de modales, pero no me importa.

—Y bueno... Supongo que ya conoces a Elena. –Me retiro y la empujo delicadamente hacia él.

Me quedo a cuadros al ver que ella le sonríe como una hiena y, en lugar de darle dos besos, extiende una mano trémula. Él se queda cortado, se había acercado lo suficiente como para besar sus mejillas, pero la muy tonta pone la mano en medio cortándole el paso, así que los dos se quedan a mitad de camino en una extraña postura forzada. Cojo aire y sin ningún tipo de contemplación, empujo descaradamente a mi amiga, que cae literalmente encima de él, y ambos se afanan para darse dos besos y separarse con rapidez. ¡Madre mía, menudo plan llevamos! Franco es el único que se ha dado cuenta de mi poca sutileza y se gira disimuladamente para reírse a gusto sin ser visto.

—¿Qué tal, Elena, cómo lo llevas?

—Bien... –contesta la susodicha soltando una risita estúpida.

Imagino a una de esas vigas de los dibujos animados cayendo del cielo sobre mi cabeza, aplastándome. Pero ¿qué demonios le pasa? ¡Parece sumida en un profundo coma!

—¡Oye! –Empiezo aprovechando el incómodo silencio que se ha creado–. ¿No hay zona de baile ni nada de eso en esta fiesta?

Todos se ríen, y yo no entiendo el porqué.

—No es una fiesta, es una convención de medicina.

—¿Y? ¿Es que los médicos no bailáis? –Vuelven a reír–. Pues es una lástima, yo os lo recomiendo, es muy beneficioso para la salud.

—Por desgracia somos así de aburridos –comenta Carlos, que se acerca a la barra y, antes de volver de nuevo hacia nosotros, coge un canapé y una copa.

—Pues opino que deberíamos hacer algo para animar este tostón.

—¿Qué propones? –pregunta Carlos interesado.

Arrugo el entrecejo porque no me gusta un pelo el modo con el que se centra en mí en lugar de en Elena. ¡Pero es que ella no habla!

—Oh, yo no tengo ninguna habilidad especial, pero Elena hace unas cosas increíbles con cinco mandarinas.

—¡Anna, ¿qué dices?! –Se pone roja–. ¡No digas tonterías!

—No, quiero ver qué haces con cinco mandarinas.

Sonrío y arqueo las cejas mientras la animo a hacer aquello que tantas veces ha hecho en casa. Franco sonríe, se acerca a la enorme pila de frutas que únicamente sirve como decoración de la mesa, y de ella extrae cinco mandarinas cuidando de no desmontar la impresionante pirámide.

—Toma.

Elena suspira, apura su copa y le arrebata las cinco mandarinas de la mano. Coge dos y el resto las pone sobre la mesa.

—¡Vamos, demuéstrales lo que eres capaz de hacer! –La animo.

Todos la miramos y empieza a mover las dos mandarinas haciéndolas girar sobre su cabeza; transcurrido un tiempo, toma una tercera mandarina mientras las otras continúan en movimiento. El juego de malabares prosigue, ahora con tres mandarinas volando rápidamente sobre su cabeza. Estira el brazo, coge una cuarta y la une al grupo. Carlos se queda boquiabierto, mirando a Franco alucinado, Elena coge la quinta y la incorpora, pero con tan mala suerte que en el ascenso, chocan dos y todas caen al suelo. ¡Oh no! Se ha puesto nerviosa, porque ella puede hacerlo, no es la primera vez. Su decepción es palpable. Se ha quedado callada, tímida, y ellos no saben qué decir.

—¡Uy! Necesito ir al baño. –Cojo a Elena del brazo y, a paso ligero, la llevo hacia los lujosos servicios.

—¿Se puede saber qué coño te pasa? ¡Tienes que reaccionar, ¿me oyes?, o cualquier tiparraca de la sala vendrá y te quitará a Carlos en un segundo!

—¿Y qué quieres que haga? –Se agarra con brusquedad al lavabo, está a punto de venirse abajo como un castillo de naipes.

Suspiro, me obligo a calmarme y sostengo sus manos.

—No es tarde, aún podemos arreglarlo, pero quiero que esta vez te impliques, quiero que hables con él de lo que sea. Solo prométeme una cosa: no digas nada relacionado con el trabajo, es aburridísimo.

—Entonces, ¿de qué le hablo?

—¡No lo sé, háblale de ti! Vives en una casa con tres personas más, tienes miles de anécdotas que contarle, así preservas tu intimidad. Si lo que te da vergüenza es darte a conocer, háblale de nosotros.

Se lo piensa unos segundos valorando mi propuesta, finalmente accede con un asentimiento de cabeza, pero antes entra en el baño. La espero fuera, y en cuanto sale, las dos regresamos al mismo lugar de antes; aunque hay ligeras modificaciones. Tal y como sospechaba, Carlos no pasa desapercibido, por lo que una escultural pelirroja ya se ha interpuesto, mirándonos con escepticismo mientras se aproxima aún más al buenorro de Carlos. ¡Pufff...! Solo le falta mearse encima de él para dejarnos completamente claro que le pertenece, pero está muy equivocada si piensa que nos vamos a dar por vencidas. Nos colocamos en frente, intentando seguir la conversación que se ha iniciado. Todos son términos médicos, palabras raras, pacientes extraños... ¡Qué aburridos que son! Menos mal que Elena sonríe y asiente a los comentarios, al menos ella sabe lo que significa todo eso; yo me rindo, paso de intentar entenderlos. Franco sigue pendiente de mí, sus ojos negros me recorren divertidos largo rato hasta que se acerca para ofrecerme una copa; la acepto gustosa.

—No he podido mantener alejadas a las lapas.

Me encojo de hombros.

—No te preocupes, supongo que debe ser normal para él.

—Es el poder que tienen los ojos verdes.

—¡Tonterías! No es el color lo que cuenta, sino la forma de mirar. –Arquea las cejas.

—Eso es verdad. Por ejemplo, tú tienes los ojos verdes, pero tu forma de mirar es completamente adictiva, tan despierta, vivaracha...

Se me escapa una sonora carcajada.

—¿Estás tratando de ligar conmigo, Franco? –Bebo un sorbito de mi copa mientras le miro por encima del fino cristal.

—Es justo de lo que hablábamos el gallego y yo cuando os habéis ido al baño.

—¡¿Hablabais de mí?! –pregunto alarmada.

—De las dos. Creo que te interesará saber que Carlos ve con buenos ojos a Elena.

—¿En serio? –Mi felicidad ahora mismo es desbordante.

Le cojo de la mano para acercarle más a mí. Mi movimiento le ha pillado desprevenido, poniéndolo nervioso, pero se recompone enseguida al ser consciente de que no tiene escapatoria.

—¡Cuéntame más, boludo! –Le animo ávida por conocer todos los detalles.

Él empieza a reír, pero antes de que pueda abrir la boca para iniciar un interesante discurso, escucho unas risitas que provienen de la pelirroja que hay junto a Carlos. Me giro y veo a Elena depositando su copa vacía sobre la larga mesa blanca que hay a pocos metros de nosotros, pero el aliento se atasca en mi garganta cuando veo que mi amiga se ha pillado el vestido con las bragas al salir del baño y lleva medio culo fuera. Absolutamente nadie ha tenido la decencia de decirle nada, y eso es algo que una mujer nunca quiere que le pase, y menos delante del chico que le gusta.

Las risas de esa arpía me están poniendo histérica, así que me acerco rápidamente a Elena. Carlos se ha quedado petrificado, sin poder apartar los ojos de ella, sonrío al grupo y me levanto rápidamente el vestido, enseñándoles yo también el culo con tanga incluido. Elena me mira sin entender nada, las carcajadas de los demás se incrementan, y yo, simplemente las sigo y me afano por bajar su falda y la mía al mismo tiempo.

—Desde luego Elena, si no llega a ser por nosotras que animamos estas veladas tan aburridas... –digo en voz alta para que todos me oigan–, así que ahora que os hemos dado motivos para tener un sueño poco relajante esta noche, nos vamos.

Carlos niega divertido con la cabeza, Franco, sencillamente se descojona con mi comentario, mientras que Elena y yo salimos del Hilton a toda prisa.

—¡Oh, Dios mío, qué vergüenza! –Se echa a llorar.

Sin más, las lágrimas se desbordan por sus ojos invadiendo sus mejillas, la vergüenza la abrasa literalmente pese a que intenta ocultarla cubriéndose la cara con las manos.

—Cálmate...

—¡No me pidas que me calme! ¡No después de lo que me ha pasado!

—Ha sido una anécdota graciosa de la que mañana puedes reír en el trabajo.

—¡No Anna! –Sus gritos son desesperados, le cuesta incluso respirar mientras llora desconsoladamente–. Voy a ser el hazmerreír del trabajo, Eva no dudará en recordármelo solo para burlarse de mí.

—¿Eva es la pelirroja?

—¡Sí!

Niego con la cabeza; esa estúpida no dudará en hacer leña del árbol caído.

—Eso es verdad, esa pajarraca intentará dejarte mal, incluso esperará el momento oportuno para hacerlo delante de Carlos, ¿y sabes por qué?, porque sabe que él te gusta.

—¡Esto es horrible! ¿Qué voy a hacer ahora?

—Tú eres más lista, sabes cuál será el próximo movimiento de esa arpía y vas a estar preparada, sacarás fuerzas de donde no tienes, porque te voy a confesar un secreto...

Entorna la mirada para toparse conmigo; desea que la alivie, que le diga algo positivo que le devuelva la confianza en sí misma, y estoy dispuesta a hacerlo; cueste lo que cueste:

―Franco me ha dicho que cuando nos fuimos al baño, él le habló de ti. No le eres indiferente, nena, por desgracia no he podido enterarme de más, he tenido que dejar a Franco a medio discurso para ir a bajarte la falda.

Hace un esfuerzo por sonreír.

—Eso lo dices solo para animarme...

—Quiero animarte, cierto, pero nunca te mentiría en algo así, algo que es tan importante para ti y lo sabes.

Respiro aliviada cuando veo que se relaja.

—¿Cuál es tu plan ahora? ¿Cómo hago mañana en el trabajo?

Le dedico una sonrisa de oreja a oreja al ver que su humor ha cambiado ligeramente.

—Solo puedes hacer una cosa, aunque no te será nada fácil...

—¿Qué?

—Ríete con ellos.

Hace una mueca de disgusto.

―Elena, debes reconocer que ha sido gracioso, y cuando esa tía diga algún comentario desdeñoso, de los que estoy segura que hará, tú te ríes y le dices: "¿Tanto te ha impresionado mi culo que no puedes quitártelo de la cabeza? ¡Y eso que estamos acostumbrados a ver culos!"

Por fin empieza a reír.

—Todavía no me creo lo que acabas de hacer ahí dentro... ¡Y estás tan tranquila! ¿Es que no te da vergüenza?

Mis carcajadas resuenan en la calle.

—Ay cariño... Yo perdí la vergüenza en el último bar.

Y entre risas y pequeños cuchicheos acerca de los vestidos, el maquillaje, o los peinados de algunas de las mujeres que hemos visto en el salón, regresamos a nuestro hogar, el mejor refugio del mundo; por hoy, hemos tenido más que suficiente.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top