18


Ha amanecido y me encuentro algo revuelta, el vivo recuerdo de lo acontecido anoche campa a sus anchas por mi mente estremeciéndome. Abro los ojos, James sigue aquí, a mi lado, durmiendo como un bebé; parece tan inocente con su boquita entreabierta emitiendo un casi imperceptible ronquido... Sonrío mientras me deshago despacito del nudo que sus brazos han formado a mi alrededor. Me quedo muy quieta cuando él se mueve ladeándose en dirección opuesta; sigue dormido.

Me levanto, cojo la toalla para cubrir mi desnudez y salgo de su habitación intentando hacer el menor ruido posible; aunque antes, cojo la tarjeta que descansa sobre el mueble de mármol que hay junto a la puerta.

¡Por Dios, parezco una bruja a la que una bandada de pájaros ha atacado salvajemente!

Tras tomar mis vitaminas, me meto en la ducha para lavarme a conciencia, en cuanto termino, dedico el tiempo necesario a mi cabello, la plancha me ayuda a dominarlo, dejándolo liso, suave y brillante. Me maquillo y me pongo un vestido de colores vivos. Me calzo unos zapatos de tacón alto, una chaqueta y me cruzo el bolso sobre el pecho antes de dirigirme nuevamente a la habitación de James. Abro con la tarjeta que he cogido antes y entro decidida; ahí está, desde que me fui, no ha vuelto a moverse.

Me entran unas ganas locas de comérmelo ahora mismo, pero no, en su lugar, pienso darle un susto de muerte; es más mi estilo. Me acerco sigilosa a él, como una pantera tanteando a su presa antes de embestir y, en cuanto estoy cerca, emito un grito de guerra y me lanzo sobre él. Empiezo un ataque frenético de besos por todas las partes a las que llego de su cuerpo. Se incorpora extrañado, dando un respingo, su desconcierto me hace reír mientras sigo empeñada en atacarle de esta forma tan peculiar. En cuanto recobra el aliento, empieza a reír y me abraza fuerte, haciéndome girar hasta tenerme debajo de él.

—¿Siempre tienes esta energía por las mañanas?

—¡Incluso más! –espeto risueña.

—Vaya, te has arreglado y todo.

—Sí, ha sido un acto de consideración hacia ti, si me llegas a ver un poco antes, del susto que te pegas sí que te quedas tieso en el sitio.

Se ríe y me planta un rápido besito en el cuello.

—¿Qué hora es?

—La una del mediodía.

—¿La una? ¿Has desayunado? –me echo a reír; él y sus horarios para todo.

—Creo que nos hemos saltado el desayuno.

—¡Ufff! –Rueda hacia un lado y se sujeta la cabeza–. No recuerdo haber dormido hasta esta hora en toda mi vida.

—¿Qué más da? Anoche nos acostamos tarde, no tenemos nada que hacer. –Se gira para mirarme.

—Aun así, no me gusta dormir hasta tan tarde.

Se levanta, me mira y se rasca la cabeza; está desorientado. Observo desde la cama su imponente cuerpo desnudo mientras camina hacia el mueble que hay junto a la puerta para coger su teléfono móvil. Lo enciende, abre algunos mensajes y escribe rápidamente con el pulgar antes de darle a la tecla de envío, seguidamente, vuelve a depositarlo sobre el mueble.

—Iré a cambiarme, es hora de comer.

—¿Comer a la una del mediodía? ¿También tomaremos el té a las cinco de la tarde, Lord Orwell? –Sonrío con recochineo y él me dedica media sonrisa pícara.

—Pues mira, no estaría mal. Echo de menos el té –confirma mientras se mete en el cuarto de baño.

Escucho el agua correr, miro hacia el techo y empiezo a juguetear con los dedos sobre la cama; me aburro.

—¿Te importa si pongo algo de música? –grito desde mi posición para que pueda oírme.

—No, adelante.

Me levanto de la cama, enciendo el enorme televisor de plasma y sintonizo la MTV. Lo primero que veo es un videoclip de Avicii, Wake Me Up, sonrío y me quito los zapatos para botar una y otra vez sobre el mullido colchón como una loca al ritmo de la música. Se me escapa la risa, ¡estoy como una cabra! Sigo botando incansable al tiempo que doy vueltas antes de que termine la canción. En una de mis piruetas completas, descubro a James a medio secar, con la toalla aún en la mano, contemplándome bajo su imperturbable rostro de consabida serenidad. Freno en seco y, sin querer, la inercia del último salto me tambalea hacia delante, haciéndome perder el equilibrio y aterrizar bruscamente contra el suelo.

—¡Anna! –Su tono emana preocupación.

Se acerca a mí con una canción de Manuel Carrasco y Malú de fondo.

Empezaron los problemas, se enganchó a la pena

se aferró a la soledad, ya no mira las estrellas

mira sus ojeras, cansadas de pelear

Olvidándose de todo, busca de algún modo, encontrar su libertad...

Río de mi torpeza y cuando tiende la mano en mi dirección para ayudarme a levantar, tiro de él para que caiga a mi lado. Nada más descubrir mis intenciones, sonríe, me sujeta de la cintura y me alza hasta depositarme nuevamente sobre la cama. Miro la mesita de noche, todavía queda el segundo preservativo que me dio el botones... ¿Por qué no?

Su risa aumenta cuando capta mi diálogo interno, y sin previo aviso, sus labios calientes, suaves y entregados, se posan sobre los míos. Paso mi mano por su cabello mojado, llego hasta la nuca y, con la uña de mi pulgar, recorro lentamente la línea de su columna. Su entrega es total ahora, incluso respira de forma acelerada. Aprovecho esa circunstancia para meter mi lengua en su boca y jugar con la suya, que sabe a dentífrico mentolado.

Que nadie calle tu verdad, que nadie te ahogue tu razón

que nadie te haga más llorar, volviéndote en silencio

que nadie te obligue a morir, cortando tus alas al volar

que vuelvan tus ganas de vivir...

Agarrándole con fuerza, le obligo a tumbarse a mi lado para poder ponerme encima. Sin abandonar sus labios, varío el ritmo, me muevo sobre su cuerpo desnudo mientras muerdo su barbilla con auténtica devoción, sigo por su exquisito cuello, que ladea rindiéndose a mí antes de regresar a sus perfectos labios. Sentada encima de él puedo percibir los incesantes latidos de su corazón; me comunican alto y claro que me desea.

De repente le asalta un espasmo y rodea mi cintura con sus fuertes manos para darme la vuelta y dejarme caer sobre la cama, aprisionando mi cuerpo entre el suyo y el colchón.

Se separa solo unos centímetros y sus ojos me miran de una manera especial mientras su mano acaricia muy despacio mi rostro. He perdido la percepción del resto de mis sentidos, que ahora mismo no responden. No capto el sonido de la música ni siento el calor de la habitación, solo me concentro en él, en sus caricias y en cómo me hace sentir sin apenas moverse. Su mano pasa ahora por mi cuello mientras que sus ojos siguen centrados en los míos.

Juro que nunca antes alguien me había mirado así, como si pretendiera atravesarme, pero en esta ocasión se resiste a besarme o emprender alguna otra acción, se conforma únicamente con mirarme, tratando de prolongar al máximo el momento. No tardo en quedarme hipnotizada, perdida en medio del mar azul de sus ojos mientras que, con la yema de los dedos, repasa la comisura de mis labios con timidez.

Pasados unos minutos, detiene las caricias y me besa. En esta ocasión no hay ninguna prisa, todo parece producirse a cámara lenta. Sus manos me tocan con delicadeza y empieza a subir mi vestido lentamente.

Desprovista de la prenda de ropa, sus manos se alzan para alcanzar mis pechos y desabrocharme el sujetador. Le ayudo a retirarlo sin perder detalle de su rostro. Me sonríe levemente y empieza a acariciarme de forma superficial, transmitiéndome un leve cosquilleo, pero no por ello menos excitante. Las caricias se extienden por mi estómago, el ombligo, la parte baja de mi vientre... Estoy a punto de perder la compostura; quiero sentirle de verdad, pues su forma de tocarme se ha convertido en una tortura.

Sus dedos retiran poco a poco la ropa íntima para continuar su exploración sobre mi monte de Venus. Estoy a punto de desmayarme; quiero sentirle realmente cerca, necesito que desate toda esa urgencia, como la noche anterior, pero por otra parte, todo este mimo y cuidado es algo distinto, algo que me ha dejado sin palabras e incapaz de reaccionar. Cierro los ojos para seguir concentrándome en estas mágicas sensaciones.

Sus manos han recogido uno de mis pies y lo masajea con rotaciones del pulgar sobre la planta. Luego sostiene mi tobillo en el aire, girándolo varias veces antes de volverlo a depositar con cuidado sobre la cama y dedicarse en cuerpo y alma al otro pie. Emito un suspiro de satisfacción en cuanto termina de jugar con ellos. Creo que su única intención es volverme loca, y como siga así, lo va a conseguir.

Sin esperar a que me recomponga, recorre mis piernas con sus manos, ejerciendo presión con la yema de los dedos para que pueda sentir, con todo lujo de detalles, el recorrido que emprenden sus manos. Es increíble cómo mi cuerpo reacciona a su contacto, cómo se relaja e incluso se mueve de forma involuntaria invitándolo a continuar.

—Me gusta como brilla tu piel morena, es tan tersa y suave...

Sus palabras me hacen gemir de satisfacción y me estremecen produciéndome un escalofrío. Cuando sus caricias llegan al vértice de unión de mis muslos, aguanto la respiración. Sus manos se hunden en mí y me besa de forma delicada, pero solo de pasada, pues su camino no se detiene. Vuelve a palpar mis senos y los acaricia con mucha suavidad antes de finalizar su recorrido en los hombros. Noto como sus palmas se van cerrando progresivamente sobre mi cuerpo hasta rodearme el cuello, de ahí se colocan tras la nuca y sus dedos tiran ligeramente del cabello para alzarme el rostro. Abro los ojos y me encuentro de nuevo con los suyos; esta vez los percibo de un tono más oscuro debido a su excitación.

Vuelve a besarme con un lento abandono. No me queda otra que aceptar y adaptarme a su ritmo. Pierdo la cuenta del tiempo que permanecemos besándonos hasta que se inclina sin despegarse de mí, para alcanzar el preservativo que hay sobre la mesita. Lo coge, rasga el envoltorio con los dedos y se lo pone sin mirar. Abro mis piernas esperando recibirle, pero desestima la oferta al considerar que no me ha hecho sufrir bastante. Sus manos abarcan la totalidad de mis mejillas, impidiéndome el movimiento; quiere seguir acaparando mi atención y que no deje de mirarle a los ojos. Mi respiración empieza a descompasarse en perspectiva de lo que está a punto de hacer, es más, se podría decir que me siento tan nerviosa como si esta fuera mi primera vez.

Zambulléndose de lleno en mis ojos negros, su dura erección entra despacio en mi interior. Intento moverme, pero él vuelve a impedirlo pendiente de cada una de mis reacciones, entonces emito un ronco jadeo al notar que su miembro ha entrado completamente en mí. En ese momento, se afana por poseer mi boca con la suya, aprovechando que ha quedado ligeramente entreabierta. Su beso es suave, pero decidido, me lo da sin abandonar el ritmo lento de su torturadora marcha. Entonces su cuerpo le traiciona, su cabeza se mueve y cae sobre mi hombro, mordiéndolo tiernamente al tiempo que embiste con algo más de fuerza. Acaricio su espalda y él vuelve a moverse, aunque intenta continuar poseyéndome con lentitud. Me arqueo al sentir un precipitado espasmo en mi interior. Gimo, sostengo su prieto trasero contra mí y, sin poder refrenarlo, me dejo ir. Su boca regresa a la mía para absorber mi jadeo, me muerde el labio mientras profundiza dulcemente una y otra vez; he perdido la cuenta de las veces que entra y sale sin descanso de mí. Finalmente, sus manos se colocan bajo mi cadera, apretándome para abandonarse él también mientras entierra la cabeza en mi cuello y emite un sonido gutural que me reaviva al instante. Me muevo como puedo debajo de él, su gemido se intensifica a medida que alcanza el clímax y me abraza tan fuerte que a punto está de dejarme sin aire.

Cuando caemos exhaustos uno a cada lado de la cama, nos damos cuenta de que no nos hace falta hablar, ambos somos conscientes de que ha sido increíble.

Su distancia me incomoda, así que me acerco para soldar mi cuerpo al suyo y abrazarle con fuerza. Una de sus manos retira mi rostro de su pecho y me mira transmitiéndome una calidez impropia en él. Se mueve lo suficiente para quedar ligeramente encima de mí, enterrando la cabeza en mi cuello. Ahora son sus manos las que rodean mi cuerpo, percibo incluso su peso sobre mis costillas, pero no me quejo; en toda mi vida me he sentido más a gusto. Es entonces cuando, de forma inevitable, mis ojos se llenan de lágrimas. Tengo miedo de este sentimiento, miedo de todo lo que me hace sentir en tan poco tiempo. Curiosamente es el único hombre que en la cama consigue dejarme sin palabras, puede que yo sea imprevisible para él en el día a día, pero él lo es para mí en el terreno íntimo; no hace nada de lo que espero, además, me mira de una forma que... ¿Por qué lo hace? ¡No es necesario! ¡Es solo sexo! Me habría conformado con un polvo rapidito y salvaje, pero esto... ¡Esto es demasiado!

Cuando por fin levanta la cabeza para mirarme, me obligo a recomponer rápidamente mi expresión y sonrío.

—¡Te estoy ahogando!

James se separa rápidamente, permitiendo a mis pulmones coger una enorme bocanada de aire. Por suerte, ha interpretado mis ojos vidriosos como un evidente signo de ahogamiento, nada más.

¡Fiiiiu! ¡Mi integridad sigue intacta!

Me incorporo y recojo con parsimonia mi ropa, que ha quedado esparcida por el suelo.

—Anna, ¿estás bien?

Vuelvo a sonreír.

¡Ay James!, si tú supieras como estoy ahora...

—¡Claro! Con ganas de aprovechar el domingo.

Me dedica una sonrisa de oreja a oreja y se pone en pie de un salto, corre a vestirse y me permito unos segundos para pensar en todo lo que acaba de ocurrir. Me niego a admitir que esto haya sido solo sexo.

Acabo de vestirme, adecento mi cabello y retoco el maquillaje antes de que James reaparezca impecable frente a mí.

—¿Sabes qué es lo que vamos a hacer hoy?

Niego con la cabeza; por su enorme sonrisa seguro que su propuesta me sorprende.

—Vamos a ir a un centro comercial, me han dicho que hay uno por aquí cerca que abre los festivos. Ya no tengo excusa para no obsequiar a mi armario con un traje nuevo recuerdo de Madrid.

Aplaudo emocionada su iniciativa mientras que, como una tonta, empiezo a dar saltitos de alegría.

¿He mencionado ya que las compras son lo mío?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top