15
—Buenos días –saludo a James, que me espera en el vestíbulo como habíamos acordado.
—Buenos días, ¿has dormido bien?
—¡Muy bien!
Le sonrío y espero a que termine de dar órdenes a los chicos del mostrador, en cuanto lo hace, se acerca a mí, me agarra de la cintura y me guía hasta la salida; un coche nos espera.
Entro como puedo; hoy he decidido ponerme mi falda de tubo negra favorita, pero claro, o he echado culo o ha encogido, porque la noto más ceñida que de costumbre.
El viaje en coche finaliza en las oficinas de Naetura, un altísimo edificio acristalado. Lo que más me gusta es la gran cantidad de elementos florales que hay dentro: ficus de diferentes medidas, flores de colores vivos..., todos perfectamente combinados creando un ambiente de ensueño.
—Señor Orwell, le esperábamos. Acompáñeme.
Una chica muy mona nos conduce por unos largos pasillos enmoquetados hasta llegar a una amplia sala de reuniones, con una enorme mesa de cristal en medio; en el centro, una bandeja con tazas, una cafetera, botellas de agua y un impresionante surtido de pastelería. Mi jefe estrecha las manos de los directivos y me presenta. Les saludo y tomo asiento en la silla que me indica James, justo la que está a su lado.
La misma chica nos ofrece café y tras servirlo, se marcha.
Empieza la reunión, mi jefe se ha estudiado muy bien todo lo que tiene que decir, y les enseña un elaboradísimo plan de estadísticas, animándoles a asociarse con nuestra empresa para lanzar un nuevo producto al mercado. Dado que Soltan tiene una gran reputación, los directivos estudian con interés su propuesta, prefieren invertir en algo nuevo y repartirse los beneficios en función de la aportación de cada socio. También nos sugieren que el nombre del producto que está por crear no haga referencia a ninguna de las dos empresas; escribo en mi ordenador portátil todo lo que se comenta.
La reunión está durando más de lo esperado, ellos no acaban de decidirse y James empieza a desesperarse. No puede hacer esto solo, le falta un inversor externo entendido en la materia ya que, hasta el momento, Soltan solo es especialista en protectores solares. Ambos lados dejan al descubierto sus dudas a la espera de que la otra parte las resuelva. Las piernas se me están durmiendo de estar tanto tiempo en la misma postura, me remuevo en la silla y... ¡Pruuumpt! Eso solo puede significar...
Miro inquieta a todos los presentes, que siguen discutiendo sin haberse percatado de nada; aunque yo soy muy consciente de lo que ha pasado. El rojo intenso invade mis mejillas mientras intento disimular, pero tarde o temprano se darán cuenta y no podré ocultar la raja que se ha formado en la costura de mi falda.
James se afloja el nudo de la corbata y empieza a gesticular con las manos. No sé qué es lo que está pasando, acabo de perder el hilo.
Y ahora, ¿qué hago?
Trago saliva antes de volver a ponerme manos a la obra; mientras esté sentada, nadie verá nada, tengo que permanecer quietecita todo lo que queda de reunión.
Después de un par de horas interminables, Naetura accede. Aportarán un treinta por ciento de participación, y el lanzamiento estará compuesto por un lote de cinco cremas hidratantes aromatizadas. La parte estética del diseño, la publicidad y el nombre, lo dejan a cargo de mi jefe por ser el inversor mayoritario. Aún quedan pequeñas menudencias por tratar, pero lo esencial, aquello por lo que vinimos a Madrid, está conseguido. Mi aparente equilibrio se desestabiliza cuando el director de Naetura se levanta, estrecha fuertemente la mano de mi jefe y, mientras hace lo mismo con la mía, añade:
—Y ahora me gustaría enseñarles las instalaciones para que vean cómo trabajamos.
La boca se me seca, miro a James y mi corazón se acelera en cuanto se levanta junto a los demás miembros de la reunión.
¡Qué bochorno!
—Anna, ¿vienes? –pregunta al ver que sigo sentada en la silla.
Miro a mi jefe y hago una mueca, esperando que eso baste para restar importancia a lo ocurrido.
—Prefiero quedarme aquí un rato, si no les importa. Debo terminar de redactar un par de puntos.
Nadie parece darle mucha importancia, a excepción de mi jefe, que de repente parece tener un sexto sentido.
—Venga con nosotros, Anna, ya acabará eso después –insiste.
Niego con la cabeza, mis cejas prácticamente se unen por la tristeza, pidiéndole..., rogándole más bien, que se vaya y me deje en paz un rato. Como respuesta a mi plegaria, James accede a marcharse. Se aleja por los pasillos acompañado de los directivos para concederme ese pequeño respiro.
Inspiro profundamente. Cierro mi ordenador y, aprovechando que no me ve nadie, me pongo en pie para revisar los daños. La raja recorre la falda de arriba abajo, abriéndose entre las nalgas. ¡Y para colmo llevo tanga! Maldigo varias veces en voz alta y avanzo a pequeños pasitos hasta llegar a la pared, pego a ella mi trasero y empiezo a moverme de lado hasta llegar a la puerta.
Me deslizo sobre la superficie como una espía que ha terminado su misión, esperando el momento oportuno para salir huyendo sin ser descubierta. Saco la cabeza. ¡Bien, el pasillo está despejado! Decido sacar el cuerpo entero y arrastro mi culo por la pared moviendo las piernas en frenéticos pasitos cortos; cuando noto que alguien se acerca, me detengo y me convierto en piedra, como si pudiera fundirme con la pared. Una vez libre de miradas indiscretas, vuelvo a avanzar.
—¿Anna?
Pego un grito de angustia y, automáticamente, me llevo las manos al pecho.
—Sí. Hola –respondo sin mucho interés, pero el tonito nervioso me delata.
—¿Qué haces?
Miro a James y hago una mueca; estoy atrapada.
—No quieras saberlo... ¿Cómo ha ido la visita?
—Me he escapado –reconoce sin darle la menor importancia–. He dicho que iba al servicio y he venido a recogerte. ¿Qué tramas?
Se me escapa una risita, mi situación y estrategia de fuga es realmente lamentable.
—Me ha pasado una cosa... ¿Puedes dejarme sola, por favor?
—No. –Su no es inquebrantable–. ¿Qué ocurre? –cuchichea al ver que yo lo hago también.
Emito un suspiro y recuesto la cabeza contra la pared.
—Resulta que he tenido un percance con mi falda y ahora mi principal objetivo es escapar sin que me vea nadie.
Su rostro extrañado me escudriña de arriba abajo.
—Pues lo tienes complicado. –Reconoce parpadeando–. Hay que cruzar ese vestíbulo de ahí –dice señalándolo con el dedo–, y está lleno de gente. Eso sin contar que las pocas paredes que hay son de cristal.
—¡Madre mía, vaya mierda! ¡Joder! ¡Si es que todo, absolutamente todo, tiene que pasarme a mí!
Cojo el maletín de mi ordenador y lo llevo a mi trasero con disimulo. Si soy lo suficientemente rápida y discreta, puede que... ¡Pero qué digo! La rapidez y la discreción no forman parte de mis cualidades precisamente.
—Anna, déjame ver, no creo que sea para tanto.
Le contemplo ojiplática.
—Sí que lo es, hazme caso.
Una risa discreta se abre paso en su rostro.
—¿Quieres mi chaqueta? –susurra.
Esta vez, mi cara de angustia le hace reír a carcajada limpia. Lleva rato aguantándose las ganas, pero ya no ha podido más. Le hago un gesto con la mano indicándole que se calle, pero simplemente es incapaz. Se retira un par de lágrimas de los ojos y, solo cuando logra serenarse, se gira para mirarme.
—Está bien, Anna, acepto la misión. Voy a reunirme con el grupo, pero antes encontraré la manera de ayudarte. No te muevas de aquí.
—Tranquilo, tengo la intención de convertirme en un elemento decorativo de este pasillo para siempre.
Vuelve a reír y se aleja a paso ligero. No puedo dejar de mirar la dirección por la que se ha marchado y mi corazón se empieza a acelerar.
¡Mira que como el cabrón no vuelva y se olvide de mí...!
Doy un pasito más hacia la izquierda y vuelvo a escuchar ese ruido familiar, el de mi falda rasgándose más si cabe. ¡Dios, ¿es que todavía puede ir a peor?! Desesperada me aplasto más contra la pared, estoy segura de que, si empleo la concentración necesaria, puedo meterme dentro de ella y camuflarme entre el estucado.
—¿Señorita Suárez?
La chica que en la sala de juntas nos preparó el café, me mira sonriente y continúa:
― El señor Orwell me ha puesto al tanto de su accidente.
Me ofrece una chaqueta larga y me ayuda a ponérmela sin tener que abandonar la seguridad de la pared.
—Gracias...
—Acompáñeme al baño, veremos si se puede arreglar.
Hago lo que me pide, entramos en los baños y ella mira que no haya nadie. Una vez a salvo, atranca la puerta con un taburete para crear cierta intimidad.
—Ufff, gracias a Dios que has aparecido, creí que me moría.
La chica se ríe y me ayuda a quitarme la chaqueta que me ha ofrecido antes.
—Pues sí, es un gran descosido.
Lo miro a través del espejo, ¡tengo el culo prácticamente al aire! Las dos nos miramos y estallamos en carcajadas a la vez.
—Quítate la falda, intentaré coserla.
Hago lo que me pide.
—¿Cómo te llamas?
—Sofía.
—¿También eres costurera?
—Un poco de todo. –Vuelve a reír.
Enhebra el hilo en la aguja y comienza a dar pequeñas puntadas muy juntas para unir los dos extremos de la falda.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí?
Hace una mueca, intuyo que es un tema que le cuesta tratar.
—Entré hace seis años como becaria; aunque ahora por fin me han hecho un contrato...
Su tono me da a entender que no está conforme con algo.
—¿Te gusta tu trabajo?
—Mmmm... Sinceramente no es lo que esperaba, a veces siento que ya no puedo avanzar más. Estoy estancada y eso me preocupa.
—Entiendo... Conozco esa sensación. Y supongo que buscarte otra cosa donde te sientas más realizada no es factible, ¿me equivoco?
Niega con la cabeza.
—He tenido oportunidades para dar el salto, pero nunca me he atrevido y ahora es demasiado tarde.
—Nunca es tarde, eres joven. ¿Qué te gustaría hacer?
—En realidad he estudiado publicidad y marketing; aunque lo que realmente hago aquí es lo que no quiere hacer nadie: fotocopias y cafés.
Las dos reímos por el tono que ha empleado.
—Parece que estás desaprovechada.
Se encoge de hombros.
—O puede que no sirva para otra cosa.
—¡No digas tonterías! Creo que te falta motivación; además, por lo que se ha comentado hoy en la reunión, necesitamos un eslogan para nuestras cremas, un nombre y una buena publicidad, podría hablarles de ti.
—No serviría de nada, no tengo referencias, nunca me han dado una oportunidad.
Le doy la razón. No quiero decirle nada más ya que no sé si podré conseguir que esté al frente de algo tan importante, y más teniendo en cuenta que no la conozco lo suficiente como para dar la cara por ella; aunque me cae bien y veo algo, no sé qué es, pero mi intuición no acostumbra a fallar.
—Sofía, ¿puedes darme tu teléfono?, nunca se sabe.
Sonríe amigablemente y me dicta su número para que lo memorice en el móvil; decido enviarle un Whatsapp para que ella también tenga el mío.
En cuanto termina de dar las últimas puntadas a mi falda, me la entrega y me la pongo. Sigue estando ajustada, pero ahora, al menos, es toda de una pieza. Le sonrío, le doy las gracias mil veces y, después de salir del baño donde nos habíamos recluido, le planto dos besazos en las mejillas tras prometer llamarla en cuanto regresemos a Barcelona.
James, junto a los directivos de Naetura, se reúnen con nosotras poco después. La cara divertida de mi jefe no tiene precio; aún se lo está pasando en grande rememorando lo ocurrido.
En cuanto nos despedimos de todos, un taxi nos lleva de nuevo al hotel. Tenemos muchísima hambre, por lo que tras haberme cambiado de ropa, ambos acudimos al buffet, donde todo tiene una pinta fabulosa y no nos cortamos un pelo en comer cuanto nos apetece.
De vez en cuando James se ríe de mí al rememorar el incidente de la falda. No puedo enfadarme; de hecho, si le hubiese pasado a él, yo habría sido mucho más cruel, de eso no me cabe la menor duda.
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