9

Me despierto en la cama de dos plazas de mi nueva habitación. "Mi nueva habitación" repito para mis adentro.

Una leve luz entra por la puerta, el resto está a oscuras. Tampoco recuerdo mucho el lugar de cada cosa en estos momentos de recién despertar.

Estoy completamente tapada, hasta los brazos dentro de las sábanas. Arropada como cuando era pequeña y papá me besaba la frente antes de irse a acostar a su cama. Esos años antes de comenzar el instituto. Nuestros mejores años. Es algo triste al tener en cuenta que fueron pocos y era demasiado pequeña para recordarlos todos.

Me siento y destapo todo mi cuerpo. Hace un calor de locos y estoy cubriéndome como a un muerto.

Me intento ver la pierna herida, pero la oscuridad no me da detalle alguno.

Camino hasta la puerta del baño, donde más o menos aproximo que se encuentra, y prendo la luz allí.

Me miro el cuerpo desde los pies hasta las caderas de un lado y luego del otro. Nada. Ni un rasguño. Estos demonios tienen mucho poder. Deberían ser médicos de urgencia, el problema es que no creo que quieran salvar vidas siendo demonios. La pregunta es: ¿Por qué si la mía?

Salgo del baño y me miro en el espejo de mi habitación. "Mi habitación" repito otra vez internamente.

Estoy en paños menores, con la misma ropa interior con la que me metí en la playa. Con la misma que estaba cocinando junto con Bruno. Bueno, "cocinando". A penas estaba rebanando tomate.

—Ya deberías decirle quién eres realmente.

—No creo que sea buena idea. Va a detestarse.

Escucho voces donde debería estar mi puerta. Como si la puerta fuese invisibles, pero el sonido aún así pasase por debajo de ella.

Me apresuro en apagar la luz, a meterme en la cama y taparme el cuerpo.

Entran justo cuando estoy cubriendo mi pecho. Sus ojos me buscan en la penumbra y parece tener poca dificultad de verme a pesar de ella.

—¿Cómo te encuentras? ¿Necesitas algo?

Trago saliva, de repente me dio sed, aún así, sintiéndome muy fuerte tomo confianza y sin miedo al éxito suelto:

—Estoy algo cansada, quisiera estar en mi casa.

Pongo cara de perrito mojado para potenciar el efecto. Tal vez tenga una pizca de piedad.

Él comienza a sonreír y se voltea a mirar a Bruno, que está en la puerta, aguardando.

—Es toda una artista, ¿no te decía yo?

Bruno medio sonríe, medio se molesta, ó eso siento yo desde esta lejanía.

—¿No me vas a dejar en libertad? ¿Ni siquiera aún después de casi morirme desangrada? ¿Es que no tenes compasión? —Mi humor comienza a fallecer y mi enfado va en potencia. Siento mis mejillas arder y mi cuerpo vibrar.

—Por tenerte compasión te estoy cuidando en este sitio. —Alarga una mano y me acaricia el cabello.

Una de mis manos sale volando hacia su mano y le propina un golpe algo duro.

Una sensación de ira desenfrenada se apodera de mi. Estoy a punto de patearle el trasero si me vuelve a tocar el pelo con esas manos asquerosas.

—¡No me toques maldito demonio!

Lucifer se transforma en un perrito dolido. Eso me desconcentra y me hace perder un poco el fervor.

—Cielo, es por tu bien que estás acá.

—¿Por mi bien? ¿Qué es lo que necesito de ustedes? Estaba perfectamente en el bar, con mi amiga, la cual no se nada de ella y no me han contado como es que se encuentra.

—No preguntaste tampoco.

Eso me calla. Es cierto. Bajo en un segundo mi tono.

—No pregunté porque no responden el por qué estoy aquí. Además, si estoy secuestrada, supongo que no me darán información sobre el afuera.

—Podríamos darte un minuto para poder hablar con ella, si eso te tranquiliza.

Lucifer me toma una de las manos y le acaricia el dorso, intentando serenarme.

Lo miro con asco, le retiro la mano un poco menos dura de lo que deseaba en el fondo, para que no cambie de idea.

Miro a Bruno buscando algún rastro de falsedad en todo esto. Me encuentro con una cara de extrañeza, como si no creyera lo que está viendo, aunque parece que fuese más sorpresa en el accionar de Lucifer.

—Bruno, dale tu móvil. Que la llame ahora mismo y despeje sus dudas.

Bruno se aproxima a la cama y me extiende el dispositivo desbloqueado.

Lucifer se levanta de la cama y se retira sin decir nada, aunque si le lanza una miradita a Bruno, el cual asiente.

Me pregunto que se dirán mentalmente o si ya se conocen tanto para saber que es lo que el otro precisa. Eso me recuerda la relación que tenemos con Jud. Antes si quiera de que conteste ya estoy al borde de las lágrimas.

—¡Jud!

—¿Cielo?

—Si Jud, soy yo.

Alejo el aparato rectangular de mi oído y una vez que cesa el grito lo vuelvo a acercar.

—¡Oh por Dios! ¡Estás viva! ¡Decime que estás bien!

—Estoy bien. Estoy viva.

—¡¿Dónde estas?!

Miro a Bruno por las dudas, preguntándome si puedo decir exactamente en qué país estoy al menos. Parece que es buen lector de mentes , no hace falta que le diga nada. El me niega con la cabeza y se que no puedo responder a eso.

—Vaya a saber donde estoy. Solo puedo decirte que es bellísimo.

—No importa. Te vamos a buscar sea como sea.

—Okay. ¿Ustedes están bien?

Pasa a contarme que todos están bien y que volvió a salvo con Fabio, al cual retuvieron en una especie de cárcel demoniaca. Eso me hace pensar en que no lo vi aquí nunca.

—Cielo, te paso con tu padre que está muy alarmado.

—Hola papá.

—Cielo, ¿dónde estás?

Vuelvo a mirar a Bruno y este vuelve a menear la cabeza mirándome fijamente a los ojos, molesto, como si le estuviese colmando la paciencia.

—No puedo decírtelo, pero estoy bien, me tratan bien. Aunque me gustaría comer algo, estuve intentando no comer por si me retienen en el infierno, pero creo que no es el infierno. —Bruno me mira y me mira—. Aunque hace tanto calor como si fuese el maldito infierno.

Bruno se acerca y temo en que me saque el celular de las manos. Me levanto de la cama y me alejo.

—Si no estás en el infierno podemos encontrarte. No te quepa la duda que estarás pronto con nosotros.

—Eso espero. —Mis ojos comienzan a largar lágrimas reprimidas. —Te extraño. Estoy

Bruno termina de sacarme el celular y me quedo tan en shock por su atrevimiento.

—¡¿Por qué hiciste eso?!

—Le ibas a dar la ubicación.

—¡No iba a hacer eso! Le iba a decir que estoy deseando irme de vacaciones con él. Nada más.

—De vacaciones a Brasil dirías. También que te tomarías un caipirosca y el una caipiriña. —Guarda el teléfono en su bolsillo. —También que estas desnuda tomando el sol con un chico de portada de revista y que te desmayaste luego de seducirlo.

Me adelanto un paso y le levanto un dedo que casi le roza la nariz.

—Te crees gran cosa, ¿no es cierto?

—Podría decirse que si. —Comienza a sonreír de esa forma usual en el cuando busca ser visto—. Hay que tener confianza en uno mismo.

—Demasiada confianza no es bueno tampoco.

Abro la valija y saco un vestido sencillo, blanco y con volados en la parte de la pollera. Tomo algo de ropa interior en el mismo color y la cierro.

—Me voy a bañar. —Le largo un beso al aire despidiéndome. —Desaparece de mi preciosa vista.

Me retiro de mi habitación y entró en la ducha, la enciendo y me meto rápidamente. Me saco el corpiño y lo tiro al piso seco, fuera de la ducha.

Escucho la puerta de la habitación cerrarse y me relajo. Bruno se ha retirarlo. Me saco la bombacha y comienzo a pasarme el jabón por el cuerpo.

Salgo de la ducha con la bata de toalla, la que tiene mi nombre cocido en el bolsillo superior. Otra toalla en la cabeza y unas sandalias que encontré debajo de la silla de mimbre.

Me cambio tranquila y vuelvo a sentarme en mi cama desarmada aún.

Quisiera tener algo para hacer, algo que me entretenga y no me haga pensar en mi padre, en lo alarmado que se debe sentir al haber cortado así el teléfono.

Me cubro el rostro con ambas manos y me reprimo el llanto después de solo una lágrima que dejo caer.

Papá decía cuando era chica algo sobre esto. Si te sentís realmente mal, hay que dejarlo salir una vez y luego enfrentar la problemática.

Haré eso mismo.

Me levanto decidida a ir en busca del tal Lucifer y enfrentarlo como corresponde. No pienso seguir callada y en espera.

Cruzo la puerta y aparezco en el living donde lo conocí. Está la mesa con el libro y unos tulipanes rosados.

Vuelvo a tomar el libro y esta vez busco mi parte favorita.

>>... has matado mi amor. Eras un estímulo para mi imaginación. Y ahora ya ni siquiera despiertas mi curiosidad. No produces ningún efecto sobre mí. Te amaba porque eras maravillosa, porque tenías genio e inteligencia, porque hacías reales los sueños de los grandes poetas y dabas forma y contenido a las sombras del arte... Has destruido la poesía de mi vida. ¡Qué poco sabes del amor si dices que ahoga el arte! Sin el arte no eres nada. <<

—¿Qué tanto te gusta ese libro?

Cierro el libro de un sopetón.

—Lo suficiente para saber las páginas aproximadas en las que están mi partes favoritas.

—¿Alguna parte que sepas de memoria?

Pienso en Basil y su forma de describir al arte. Coincido en una frase que dijo, casi al principio del libro. Mucho antes de ser galardonado por su obra maestra.

Fijo mi vista en el jarrón de los tulipanes mientras intento recordar el comienzo de lo que dice Basil.

—"Harry, todo retrato pintado con emoción es un retrato del artista, no del modelo. Éste no es más que el accidente, la ocasión. No es él el revelado por el pintor, sino más bien éste quien, sobre el lienzo pintado, se revela a sí mismo. El motivo por el que no quiero exponer este retrato es que temo haber mostrado en él el secreto de mi propia alma." —concluyo y lo miro nuevamente a los ojos.

Sus pestañas se mueven y su boca está sonriendo modestamente, mientras que su cuerpo en el sillón se encuentra reclinado, como despreocupado, sin una señal de encontrarse a la defensiva, y a la vez, se perfectamente, por su mirada fija en mi rostro, que atendió por completo, hasta la última palabra que dije en voz alta.

Se comienza a enderezar, y después de dejar en la mesa ratona una copa que tenía en una de sus manos, me invita a sentarme a su lado.

Camino hasta allí y una vez que me siento, el se gira unos grados. Espera a que yo me acomode, lo cual hago contra la punta del sillón, lo más alejada que puedo.

—Estás algo tímida. Hiciste una buena réplica en voz alta. —Hago una mueca de vergüenza—. ¿A caso dudas de ello?

—Algo. —Cambio mi pierna de lugar y pongo la otra encima—. Supongo que con tantos años vividos, tanta vivencia, sobre todo en épocas de mayor índole cultural y del arte en su apogeo, esto fue un juego para niños de primera infancia.

El sonríe en plenitud. Me observa y luego vuelve a tomar de su copa, supongo para hacer algo de tiempo mientras responda mi pregunta no formulada.

—Si, fue algo sencillo y modesto— aclara su garganta como si le picase—, pero viniendo de mi hija lo hace más increíble, más tal vez de lo que es.

Necesito que repita lo que acaba de decir.

Alguien que le ponga raplay.

¿Alguien?

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