8

Si estuviésemos jugando al juego de la estatua, probablemente, no, estoy 100% segura de que hubiese ganado.

Se me escurre el protector solar de la mano y parte de la pomada blanca cae a la arena, desperdiciándose así el cosmético blanco que me acaba de ofrecer Bruno.

—Estás bromeando, ¿cierto?

—No, es en serio. —Agarra el protector solar de mis manos y me lo pasa por el rostro—. Si queres puedo llevarte a la otra orilla y hablar portugués con los residentes.

Comienzo a refregar el líquido blanco por la cara y luego me pongo más en los brazos que están secos.

—No puede ser. Estoy totalmente consciente de que no volé tanto con ese imbecil que me capturó.

Me hago una nota mental para preguntarle en breve sobre el motivo de mi captura.

—No, no volaron hasta aquí.

Comienza a caminar hacia donde dejé mi ropa. Ahora hay una toalla blanca allí. Me la alcanza y me la ato de costado, usándola de pollera.

—¿Entonces aparecimos por arte de magia?

—Algo así. Traspasaron una barrera que los transporta a este sitio. —Se forman una leves arrugas en su frente y también aparece una leve sonrisa ególatra en su boca a la vez— ¿No les enseñan nada en todos esos años de virginidad y estudios?

Me molesta que sea tan directo, pero tiene parte de razón. Hasta ahora todo lo que me han enseñado es poco y nada real.

Me saco la toalla enfadada con la clase de vida que llevé hasta ahora. Me la pase dieciocho años encerrada como una monja en un convento, saliendo solo los fines de semanas a ver a mis abuelos paternos. ¿Para qué? Para no saber nada sobre el mundo diabólico. Me prepararon para la nada misma.

Cada materia con cada profesora, cada hora, cada dolor de cabeza pre y post examen de la materia "Criaturas Diabólicas". Sobre todo específicamente la clase sobre "Precauciones ante demonios".

Comienzo a reírme mientras me acuesto boca abajo, sobre la toalla que tiré en la arena.

Apoyo mis codos y agacho la cabeza para contener un poco la risotada.

—¿Qué es tan chistoso?

—Mi vida. La vida de cada estudiante en ese instituto. Perdimos años de vida para nada. Lo único que puedo aplicar en el mundo real de todo lo que me enseñaron es geografía. —Me destornillo de la risa unos segundos en los cuales Bruno aguarda pacientemente.— ¡Y ni siquiera me sirvió para saber dónde estoy!

Me siento tan patética, una niña estúpida y a la vez demasiado grande para lo que se sobre mi entorno.

Una alarma comienza a sonar. Levanto la vista para encontrarme con el móvil de Bruno, ese gran celular que le había visto la otra vez. Aunque parece más nuevo.

—¿Dónde consiguen esos aparatos en el infierno?

Apaga la alarma antes de contestarme.

—En el mismo infierno que el tuyo —dice mirándome a los ojos y se me acerca unos cuantos centímetros. Me toca la frente con el dedo índice y me empuja de forma descortés—. En una compañía de teléfonos.

Entrecierro los ojos enfadada. Respiro unos segundos y vuelvo a calmar mi malestar para responderle con algo de templanza.

—Se supone que ustedes los demonios viven en el infierno, no en el mundo de los humanos.

—Se supone que un ángel no debe andar con demonios tan desnuda y despreocupada. ¿No te enseñaron que a Dios no le gusta que muestres todo eso? —Señala mi pecho con los pezones endurecidos—. ¿Sabías que podes provocar mostrando piel?

Comentario machista que voy a dejar pasar de la siguiente forma:

—¿Te estoy provocando a caso?

—Mi vida, —se acerca lentamente— si me hubieses provocado— pasa a mirarme de un ojo a otro—, ya lo sabrías.

—Okay —respondo haciéndome la que no me ofendió ni un poco, aunque mi orgullo se hizo chiquito.

Sé que no soy una modelo, la típica chica yankie, de ojos celestes y cabellera rubia a lo Barbie Malibú, pero tengo confianza en mi misma. Tengo noción de lo que se usa y está de moda por las películas y series que veo, pero no se qué tan real sea eso en cada región del planeta. Tengo entendido que cada país tiene una sociedad distinta y su cultura también lo es.

Vuelvo a la casa embrujada, paso por la puerta y me lleva a una cocina.

Okay, esto es nuevo.

Hay un par de verduras en la mesada y todas las hornallas ocupadas con cacerolas vacías.

Hay una isla sumamente impecable, con solo una tabla de madera y una cuchilla.

Veo un libro de cocina abierto, a un costado de la mesada, junto con las especias y el tarro blanco de los utensilios para cocinar.

—Quisiera comer algo —me quejo en voz alta sin darme cuenta.

—Como ya viste estamos en Brasil, no en el infierno. No te pueden retener más de lo que ya estás por comer algo.

Eso me alza el humor aún más. Le tironeo de la manga de la camisa y pongo mi sonrisa más plena.

—¿Podemos cocinar nosotros? —consulto emocionada mientras comienzo a leer la receta que aparece.

—No creo que tu— hace un breve suspenso— que Lucifer quiera que cocines.

—¿Por qué no? ¿Teme que lo intoxique?

—No, pero ahora que lo decís, —levanta el cuchillo grande y lo sacude un poco— temo que me intoxiques a mi.

Revoleo los ojos y vuelvo a tomar la cuchilla y agarro lo primero que encuentro en la mesada. Un pepino largo y bien verde es rebanado en la punta hasta que alguien me saca la cuchilla de las manos.

—Créeme, es mejor que corte yo. —Me da un golpe de cadera para empujarme y así robar mi lugar. —Son extremadamente filosos. Tienen poderes demoniacos que no conoces.

Me molesto menos por su golpe que por retirarme del puesto. Tomo otra verdura y agarro un cuchillo más grande aún de uno de los cajones que reviso.

—Si perdes un dedo será culpa tuya —advierte en tono despreocupado.

—Les servirá para enviar a mis rescatistas pidiendo mi recompensa.

Deja de cortar el pepino justo a uno, ó dos centímetros de la punta final.

—No te secuestraron para obtener una recompensa a cambio.

—Deberías decir "secuestramos". ¿Y entonces que es lo que quieren? Aún nadie me ha dicho nada de por que estoy aquí encerrada como la chica de "La Bella y la Bestia".

—Yo no te secuestré cabeza de chorlito. —Deja su cuchilla a un costado de la tabla. Yo en cambio sigo con la mía en mi mano

—Pero estas junto con mis secuestradores. ¿Cómo se supone que estas en contra de ellos si vivís con ellos?

Vuelve a tomar la cuchilla y termina de rebanar el pepino completamente cortado.

—Vivo por obligación con ellos. —Tira las rodajas de pepino a un bowl—. Es una deuda que debo pagar.

Agarro un tomate y saco la punta que tiene el cabo verde, luego lo corto al medio mientras pienso para mis adentros. Sigo cortando hasta tenerlo en cubitos.

—Entonces, ¿me tiene aquí por diversión, o algo por el estilo?

—Que digamos no sos muy divertida, pero aunque lo supiera realmente no podría decírtelo.

Da justo en el clavo, pero me duele, siempre supe que no era divertida como Jud, siempre admiré eso en ella. También que era tan popular entre chicas como en chicos. Tomo como referencia a mi amiga e intento ser como ella en este momento.

—¿Si me lo dijeras tendrías que matarme? —digo de forma picarona acercando mi mano libre a su pecho poco descubierto. Recuerdo que tenía un par de botones prendidos, pero ahora tiene dos sin abrochar.

El me mira primero a los ojos y luego mira algo más, algo que me hace dudar de mi misma, de si debo bromear tontamente para sacarle información.

Me toma de la muñeca con una mano y con la libre corre el cabello que se inclina hacia adelante.

Se acerca lentamente, siento su respiración en mi cuello y luego su aliento roza mi rostro.

—No juegues con fuego o vas a quemarte —susurra deliciosamente a un breve centímetro de mi oreja.

Carajos, que seductor innato que es. Egocéntrico, si, un pedante, también, pero tenía con que serlo. Emanaba atracción desde que lo vi en el bar hace casi un año.

Estaba tan hermoso con esa despreocupación y furor a su alrededor, emanando sudor femenino y gritos de euforia, siendo alabado como a un ser celestial.

Se me cae la cuchilla, roza mi pierna desnuda, solo con la punta, a penas, pero es suficiente para abrirme las capas de piel y luego liberar sangre a chorros.

Siento como me baja la presión.

Genial.

Intento tomar aire, pero no soporto mucho tiempo sin quejarme del dolor.

—¡Dios! ¡Si seré idiota!

Me cubro la herida con las manos para que deje de salpicar sangre al suelo, pero no sirve de nada. Es como si hubiese abierto una canilla.

Que forma tan estúpida de desangrarse.

—¡Cortaste la arteria femoral! ¡No debías usar estas cuchillas!

—Tarde —Me mareo un poco. Busco el piso, deslizándome de a poco para no lastimarme más aún—. La próxima pone cuchillas de mentira para los invitados —intento bromear, sin éxito, el no ríe y yo tampoco.

Suelto mi mano para tomar un repasador, pero no alcanzo, está algo lejos.

Siento su mano presionarme en la herida y grito de dolor. Estoy a punto de abofetearlo, sin embargo mi vista se nubla un poco. Le erro y le doy a su hombro.

No comer nada hace un día entero, o aproximadamente ese tiempo, tampoco me ayuda mucho. Mi glucemia y hematocrito debe estar al borde del límite.

—¡Lucifer! ¡Vení a curar a tu hija maldita sea!

Escucho un estruendo y siento olor a quemado.
La vista se me nubla un poco más, aunque veo algo en la cara de Bruno. ¿Alivio?

—¡Te dije que la siguieras y te ocuparás de cuidarla en estos días!

—¡Si, lo que quieras! !¿Ahora podes curarla?! —Siento su mano presionar más fuerte. Me comienzo a desmayar, lo sé porque veo puntitos negros por doquier—. Se cortó la arteria femoral. —Siento una tela ahora en ella. Probablemente el repasador que quería alcanzar—. ¡Mierda! No puedo parar el sangrado.

Mi cabeza es una calesita y mi respiración comienza a ser desproporcionada.

Siento otro par de manos en mi piel, en algún lado, supongo que en las piernas, pero no puedo definirlo, estoy demasiado ida.

Cierro los ojos y cuento hasta que se pase. Se pasará, se que me curarán. Son demonios, tienen poderes ¿no?

¿No?

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