6
Tengo un rostro extraño en frente que me mira muy curioso y a la vez, ¿triste?
Me levanta del asiento con sutileza, tomándo una de mis manos. Luego se agacha e inspecciona la rodilla.
Me da bastante vergüenza que se aproxime tanto, me retiro hacia atrás, solo un paso, porque alcanza a agarrarme del tobillo. Me sigue observando hasta que toca la costra que se formó allí.
—Está curándose.
Realmente no entiendo como es que le preocupa ese pequeño detalle, cuando me tiene capturada en contra de mi propia voluntad.
Vuelve a pararse y me vuelve a fijar la mirada. Sus ojos se conectan con los míos y me siento extrañamente familiarizada con su imagen. Como si lo hubiese visto antes que hoy en algún lado.
—¿Sabes quién soy?
¿Cómo se supone que sepa?
—No, ¿y tu sabes quién soy? Creo que se equivocaron de chica.
Sonríe, aún con esa rara cara suya. Entre seria y triste. No puedo entenderle.
—Ojalá no fueras quien sos.
—Okay...
Este tipo me está comenzando a intrigar.
Se aleja lo suficiente para que me sienta cómoda con mi espacio personal.
Se sienta en el sillón, exactamente donde yo estaba sentada antes. Cruza una de sus piernas y me señala algo.
—¿Leíste el libro?
—El retrato de Dorian Grey. Si, en clase.
—Y ahora leíste esa página.
—Si.
—¿Qué opinas sobre la perdurabilidad de la vida y de la belleza?
Bueno, ahora me encuentro en un debate de literatura, genial.
—La vida es efímera, y también lo es la belleza. También puede ser bella la vida para una persona y para otra viviendo lo mismo, exactamente lo mismo, puede ser horrenda.
Creo que depende en lo que hacemos foco y en lo que consideramos como bello.
—¿Y te consideras afortunada en tu vida?
Pienso en mi madre y en su muerte, en mi padre algo ausente por la angustia de verme crecer sin ella, la paciencia de mis abuelos al criarme sin verme tan seguido por la educación estricta. Mi amiga Jud, mis compañeros de clase, mis docentes, la privación de la libertad durante años, sin sexo y sin pantallas.
—Bueno, teniendo en cuenta mi secuestro ahora, no se si soy tan afortunada de momento. —El ríe un poco, pero me deja continuar—. Creo que soy muy afortunada. Con mi familia, mis amigos y mi educación.
—Tu familia integrada por tu padre, y sus padres.
—Y Jud, y sus padres que son como mis tíos.
—¿Y tu padre cómo es? ¿Te ha cuidado todos estos años como corresponde?
Me pongo a recordar en sus pocas palabras de cariño, o nulas. En sus inusuales abrazos, y en sus saludos poco sentidos. Todo lo contrario a mis abuelos, ellos me dieron la calidez que mis padres no pudieron darme.
—Lo que ha podido —respondo con un nudo en la boca. —Él la extraña demasiado, a mi madre.
Sé que lo justifico para justificar mi tristeza también, pero solo hace verme aun más patética.
El no se inmuta en absoluto, parece estar pensando en su próxima pregunta.
Comienzo a sentirme algo cansada y cambio mi postura. Me gustaría sentarme en ese sillón suave a dormir, solo un rato, pero no puedo confiarme en este tipo, no sé nada de él.
—¿Tu padre no te quiere?
Eso me despierta en un segundo. Es como si me tiraran con agua helada de la cabeza a los pies.
—Él, emm, yo, no sé. Supongo...
Su rostro de enfado aparece y es increíble como se tensa el ambiente. El calor que emana de la habitación me toma por sorpresa. Alguien está jugando con el control de la loza radiante.
Le escucho decir un par de groserías en latín, lo cual me deja atónita, habiéndolo escuchado pocas veces en mi educación, solo de la boca de la orgullosa profesora Lauren.
Me quedo tiesa, helada, a pesar del calor que a aumentado como viente centígrados más que antes. El sudor cubre mi rostro y mis manos sudan tanto que me limpio en mis pantalones.
Se levanta enérgico y patea la mesa ratona. Me sobresalto en el mismo sitio.
No entiendo que tiene de importante la conversación anterior con su furia.
Vuelve a maldecir y esta vez si comprendo algo de lo que dice.
—¡Damnare angelum!
Traducción: ¡Maldito ángel!
—¿Y tú qué eres? ¿Un demonio?
Se frena y me mira hasta que siento como baja la temperatura. Me seco la frente con una de mis manos y noto que ya no tengo tanto sudor.
—¿Nunca viste a un demonio?
—Supongo que Bruno es uno, por ende Fabio también.
—Esos dos, me la complicaron innecesariamente. Malditos irrespetuosos. —Sigue enfadado pero no como antes.
—Me vas a tener que poner en sintonía porque estoy perdida.
Procede a sentarse en el sillón y me pide que me siente a su lado. Lo hago, dejando una distancia prudente.
Estoy consciente de que este tipo es poderoso, que me tiene encerrada y que puede lastimarme cuánto quiera, cuando lo desee, aunque si su objetivo era matarme, ya lo hubiese hecho.
—Isabella, tu madre, fue tu madre por poco tiempo.
—Si, tres meses. Hasta el día que salvo a todos.
—Si. Ese maldito día. —Forma un puño en su mano pero no altera su tono de voz. Está conteniéndose para no volver a asustarme—. Ese día vino a pedirme ayuda. Y yo le di más poder del que tenía para poder derrotarlos.
Por dentro tengo tantas preguntas que no se cual hacer primero. ¿Ella salvo a todos y este tipo quiere llevarse el crédito? ¿Qué tipo de poderes le dio? ¿Y por qué eso tiene que ser contado en este sitio y no en una confitería como cualquier persona decente haría?
Respuesta a la última pregunta:
Porque no es una persona decente.
Lo cual me lleva a mi pregunta más importante.
—¿Quién es usted?
—Yo soy el ex mejor amigo de Dios.
Trago saliva por el miedo que me inunda por el cuerpo.
—Lucifer —Lo nombro con algo de temblor en mi voz.
—Encantado —saluda radiante, como si estuviese en el mejor sitio del mundo con la comodidad y confianza a tope.
Okay. Esto es realmente alucinante. Me preparan toda una vida para saber sobre ángeles y demonios, pero nunca a hablar con ellos.
Nadie me capacitó para este momento, y no creo que nadie lo esté nunca.
Extrañamente me siento algo cómoda, más ahora que no muestra signos de violencia, ni me da señales de ser maligno.
¿Cómo se supone que debo reaccionar? ¿Con terror? Ya estoy aterrorizada desde el momento que me sacaron del auto y me traían volando hasta aquí. Ahora ya bajó bastante el cortisol y no está bueno mantenerlo por muchas horas arriba sin consecuencias. Además si me quería lastimar no se hubiese preocupado por mi rodilla, menos por hablarme bonito cuando se enfada.
Sigo pensando y pensando en qué decirle. No sé que sería adecuado decir siendo del bando contrario. ¿Debería intentar insultarlo por ser un demonio? No me parece prudente teniendo nada de fuerza divina que me proteja.
Me invade la curiosidad y señaló la chimenea.
—¿Eso es necesario? Hace un calor de locos.
Él se mofa de mi comentario, pero al mirar la chimenea está se apaga sin necesidad de tocar botones, ni decir una palabra clave.
—Gracias.
—Pensé que podrías tener frío al haber volado hasta aquí.
—No suelo tener frío, aunque hoy fue la primera vez que lo sentí volando tan alto.
Recuerdo que no es un amigo a quien contarle confidencialidades. Me callo y espero a armar una pregunta que me explique más sobre mi estancia allí.
Él me observa en silencio como si yo fuese algo maravilloso, o algo extraño, no lo sé.
Alarga su mano y por instinto me levanto del sillón.
—Perdón, disculpa mi atrevimiento. Quería observar el dije de oro que tienes colgando.
Miro mi cadena, donde cuelga una joya de oro en forma de flecha, la cual representa mi signo del zodiaco: Sagitario.
Me saco el collar y se lo entrego. Si quisiera arrebatármelo supongo que tiene la fuerza suficiente para hacerlo.
—Es un regalo de Dios, ¿sabías? —niego con la cabeza recordando la historia de mis abuelos. —¿Dónde lo conseguiste?
¿No se supone que los diablos no pueden nombrar a Dios?
—Emm, mis abuelos paternos me lo regalaron. Es algo que encontraron juntos un día. El cielo iluminó una parte del sitio y ellos fueron hasta allí.
—Interesante. Muy interesante.
Otra vez le doy información qué tal vez sea valiosa.
¡¿Es que no sabes cerrar el pico?!
Me comienzo a picotear mentalmente para no volver a comentar nada.
Alguien llama a la puerta que se encuentra mágicamente ahora a unos metros de donde nos encontramos.
—Pasen.
Varias mujeres, con trajes extremadamente ajustados e impresionantes, traen bandejas con distintos tipos de alimentos. Conozco unos pocos.
Nos acercamos a la mesa y aún con él estómago rugiendo me niego a comer.
—¿Segura? Hice traer una comida de cada cultura, sobre todo la Italiana.
—Segura.
Aunque casi se me cae la baba, recuerdo que debo comer nada de ello, si es que estoy en el infierno realmente.
Supuse que iba a comer en silencio al rechazar su comida, pero me equivoco. Sigue con sus preguntas incesantes.
—¿Ya egresaste de tu instituto?
Okay. No es una pregunta demasiado personal, ni con mucha importancia, puedo responderla.
—Si, hace unas semanas.
Sonríe complacido y toma un poco de vino. Una vez que lo deja se toma de las manos y se inclina hacia adelante.
—¿Vas a convertirte en semi ángel en unos años?
—No creo. —Me cruzo de brazos—. No quiero tanto estudio y encierro para combatir por el resto de mi vida.
—¿Y qué vas a hacer con tu vida entonces?
Señalo el libro que aún se encuentra en el centro de la mesa junto a los tulipanes.
—Arte —explico.
—¿Escritura?
—Me quiero alejar de los estudios. No me sentaré a escribir ni debajo de un árbol.
Toma un bocado pequeño, lo mastica y luego agarra su copa de vino. Se limpia con una servilleta de tela y vuelve a tomar el tenedor.
—¿Pintura? ¿Música? —continúa curioso. Vuelve a pinchar otro poco de carne y lo mete en su boca mientras aguarda su respuesta.
—Todo menos escritura. —Siento el aroma del plato de comida más cercana y trago la saliva que se me forma en respuesta al aumento de mi apetito—. Demasiado tiempo perdido entre libros y papeles en dieciocho años.
—Dieciocho años —repite—. Toda una vida.
Siento la ironía que emplea, es sutil, pero notable. Yo también suelo usarla cuando quiero esconder algo ante el otro.
—Toda mi vida.
No dice nada, pero sonríe. Le gusta mucho sonreír. Podría pintarlo con una sonrisa en su rostro.
Bostezo y eso delata mi cansancio. Está parejo con el hambre en el ring.
—Te gustaría pasar a tu habitación y descansar un rato probablemente. Seguiremos platicando cuando despiertes.
—Me gustaria más irme a casa y dormir en mi propia cama.
Su sonrisa se ensancha y sé que eso significa que no me dará mi libertad tan pronto.
—Al menos lo intenté. Es lo que cuenta —agrego rápidamente tapando mi vergüenza.
El ríe con mucha gracia y es probable que sea una de las pocas veces que lo escuchan sus camareras. Estas, atónitas, se miran entre ellas comentando cosas por lo bajo.
Me guían por la puerta mágica y una vez que la atravieso, me encuentro en una gran habitación muy pulcra y luminosa. Si alguien me dijese que esto es el infierno no me lo creería.
Me acuesto en la cama perfectamente estirada, colcha blanca, almohadones en beige. Una tela que cae a los costados en forma de mosquitero antiguo. En la mesita de luz hay un antifaz negro de seda. Lo tomo, me lo coloco y me lo retiro a los segundos. No debo bloquear mi vista. Aún así, no me cuesta mucho dormirme a pesar de que algo en mi mente me dice que no lo haga.
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