5
A pesar de querer huir con toda mi alma, no puedo. Estoy a muchos metros del suelo, ya casi no se ven las casas.
Me comienza a faltar el aire, el frío me hela el cuerpo por primera vez en la vida, aún así no cierro mis ojos.
No puedo ver quien es, o qué cosa es, la o el que me está llevando a algún sitio por los aires.
Me siento presa de un águila. Solo se que no tengo la capacidad de sobrevivir o resistir lo suficiente si caigo desde esta altura. Soy descendiente de ángeles, si, pero soy humana.
Me repito nuevamente el hecho de poder tener alas algún día, pero se que no duraría cinco años de estudio y pruebas.
Mi vida no será como la de mi madre, eso lo determiné hace muchos años. Decidí vivir la vida al máximo, con fiestas, arte, mucho alcohol, y sobre todo, viajes en avión con Jud.
Este tipo de viaje en vuelo no lo tenía programado, no estaba en la agenda de Jud, ni en la mía, pero si en la de alguien más. Me pregunto quien tendrá esa agenda entre sus manos.
Después de incontables minutos entre las garras de alguien desconocido, descendemos a tierra. Me alivia el volver a pisar suelo, al menos ya no seré puré de papas.
Puedo visualizar una especie de isla pequeña, que tiene una casa antigua en muy mal estado.
Hay varias lanchas y botes cerca, un puente y un especie de yate.
Quien sea que vive aquí le encanta la vida marítima, el sol y el aislamiento social.
Tal vez me encuentre con algún famoso, un cineasta conocido, actor o director galardonado.
Lo que me hace dudar es que tengo que ver yo en eso. ¿Serán esos extraños extraterrestres? No lo creo. ¿Humanos? Tampoco, los humanos no vuelan así, no aún. Al no ser que sea la mafia italiana y mi abuela sea más rica de lo que yo tengo entendido.
Alguien me tapa los ojos.
—Señor, o señora, ya es tarde, ya vi donde estamos.
—Atale las manos.
Intenta pasar un pañuelo o tela de algo que le queda demasiado largo y tarda bastante en terminar de hacerlo. Hace un nudo algo ajustado luego de unos minutos.
Acerco el nudo a mi boca y lo desato con facilidad.
—Son unos pésimos secuestradores.
Estoy furiosa por traerme aquí de esa forma tosca y sin decirme nada. Además, me siento aún algo descompuesta y helada, con algo de cansancio, lo que me da demasiado mal humor.
Suelo tener mal carácter y no me sé guardar algunas cosas, como refregarles en el rostro que son imbéciles.
—Tapale mejor la boca, es una engreída. Igual que su madre.
Voy a replicar que no saben nada de mi madre, pero me cubren la boca con el mismo pañuelo que me habían intentado sujetar las muñecas.
Al tener las manos libres me toman de las muñecas entre dos. Caminamos unos pasos y siento el calor del sol sobre todo mi cuerpo. Es como si hubiésemos pasado de la madrugada en pleno diciembre con temperaturas que oscilan entre diez y cero grados, a estar en pleno mediodía en medio del verano abrasador.
¿No habrá capa de ozono en esta parte? Es estúpido pensar así, ¿no? Pero la otra opción es demasiado fuerte. Más que la capa de ozono esté fragmentada, porque eso si es real y si hay zonas que lo padecen.
Bueno, tampoco puedo preguntarlo porque me pusieron un bozal, estando así un buen rato sin hablar. Camino sin ver, está todo oscuro y a penas distingo algo a través de un lazo rojizo. Me guían con nada de cuidado y cada tanto me tropiezo.
En uno de mis tantos tropiezos, me caigo y me rompo el pantalón. Recuerdo a Jud y sus pantalones rajados. Siento dolor en una de las rodillas, siento que me sangran, aún así me arrastran hasta alguna habitación. Digo habitación porque me hacen pasar por una puerta, y luego me sientan en un sillón con respaldo. No tengo ni idea de cómo es ni cómo se ve aún, pero es notorio el cambio.
Hay un olor dulce en el ambiente que antes no estaba, se escucha el sonido de un reloj con péndulo antiguo y también alcanzo a notar un calor más puntual, hacia el frente a la izquierda. Es como si hubiese una estufa encendida, demasiada elevada en potencia, aún incluso en esta época del año.
Alguien me desata ambos pañuelos, el de los ojos cae primero y segundo el de la boca.
Lo primero que diviso es una chimenea, con mucho fuego encendido dentro, flameando fuera de los bordes.
Un florero con tulipanes blancos se encuentra en medio de una gran mesa de madera.
Mis manos, algo sudorosas por el estrés y el temor, acarician un sofá gigante de pana oscura. Es tan suave que me resulta un vicio acariciarla como a un gato felpudo. Estoy sola un buen rato, aproximadamente media hora según el gran reloj que tengo a la derecha.
Me miro la rodilla sangrando, mis manos con rasguños y algo húmedas. Intento pensar en algo para salir de allí, pero no se me ocurre nada.
La puerta que debería estar por detrás del sillón, no está allí. No puede ser que hayamos atravesado una puerta corrediza tampoco.
Me levanto aburrida ya de la espera a la hora de estar en este sitio. Son las sies menos veinte.
Recorro los pisos hasta dar con una ventana cerrada. La intento abrir, sin éxito.
Comienzo a buscar algo para defenderme, pero no hay nada. Hay muchos, demasiados libros. Instantáneamente me recuerdan a la película La Bella y la Bestia. Todos están ubicados en una estantería enorme, asombrosa y muy alta.
Reprimo el deseo de tomar uno de allí. Podría haber alguna trampilla o alarma.
Vuelvo mi vista al sitio donde estoy sentada. En frente tengo una caja de bombones en la mesa ratona, a unos veinte o treinta centímetros de distancia a donde estoy.
Debajo de mis pies tengo una alfombra vintage, de color gris claro, con diseño en estilo persa. Le reconozco los detalles porque la abuela es fan de este tipo de cosas. El abuelo suele quejarse de las compras anuales para renovar la casa.
Aburrida, muy aburrida después de estar más de cuatro horas allí, después de haber buscado por todo el sitio un arma, busco ahora algo para entretenerme mientras se de por aludido mi secuestrador que debe venir a explicarme algo.
Comienzo a leer el único libro que se encuentra en la gran mesa, al lado de los tulipanes blancos. Tiene un señalador bastante simple, un lazo rojizo en seda de unos cuatro o cinco centímetros de ancho y un poco más largo que el libro, sobresaliendo de ambos lados.
—¡Luego he matado a Sibyl Vane! —murmuró Dorian, casi para sí —. La he asesinado, sí; lo mismo que si la hubiese degollado con un cuchillo. Y, sin embargo, las rosas no han perdido su hermosura. Los pájaros siguen cantando igual en el jardín. Y esta noche comeré contigo, y luego iremos a la Opera, y después, supongo que a cenar a cualquier parte. ¡Qué extraordinariamente dramática es la vida! Si yo hubiese leído todo esto en un libro, Harry, creo que me habría hecho llorar. Y, sin embargo, ahora que me ha sucedido a mí, me parece demasiado maravilloso para llorar. Esta es la primera carta de amor que he escrito en mi vida. Es extraño, ¿verdad?, que mi primera carta de amor haya sido dirigida a una muerta. ¿Podrá sentir ese pueblo opaco y silencioso, que llamamos los muertos ? ¡Sibyl! ¿Podrá ella sentir, oír, darse cuenta? ¡Ah, Harry, cuánto la he querido! Hace ya años, me parece ahora. Ella lo fue todo para mí. Luego vino esta terrible
noche... —¿fue, realmente, anoche? —en que ella estuvo tan mal y mi corazón a punto de romperse. Ella me lo explicó todo. Era extraordinariamente patético, pero yo no me conmoví lo más mínimo. La juzgué banal, vulgarísima... De pronto, ocurrió algo que me dejó aterrado. No puedo decirte el qué, pero era terrible. Me prometí volver a ella. Comprendí que había obrado mal. ¡Y ahora me encuentro con que ha muerto! ¡Dios mío, Dios mío! ¿Qué hacer, Harry? Tú no sabes el peligro que corro, y del que nada puede salvarme. Ella era la única que podía hacerlo. No tenía derecho a matarse. Ha sido un egoísmo suyo.
Levanto la mirada cuando escucho un paso en mi dirección. Dejo el libro abierto y mi mano en la página que le continúa.
—Buenos días, princesa.
Me saluda un hombre de unos treinta años aproximadamente, tal vez menos. Tiene un traje azul oscuro y una camisa negra. Zapatos lustrosos y caros, más caros probablemente que todo lo que tengo en mi departamento con Jud.
Es moreno, alto como yo, o más, no lo sé con exactitud debido a que estamos a una distancia razonable. No atraviesa la mesa para acercarse, se queda detrás con una sutil observación de mi postura.
—¿Leyendo cuentos a esta hora del día? Deberías estar durmiendo.
Su voz es algo extraña, muy peculiar. Suena algo dulce y a la vez me demuestra que tiene autoridad.
—Debería, pero alguien no me deja ir a dormir a mi propia cama.
El sonríe como si fuese algo chistoso el secuestro. Claro, que lo secuestren a él a ver si es tan chistoso.
—Si queres puedo ofrecerte una habitación propia con cama incluida. Mi casa, es tu casa.
Se sienta en una de las sillas de la esquina, yo me siento en la que da al libro, intentando serenarme.
Me repito para mis adentros que debo ser cordial y educada. Parece una casa de un millonario o un mafioso, o ambas.
Tal vez, poco probable, tenga algo de empatía y no me corte un dedo para pedir recompensa.
De pronto se pone a olfatear como un perro. Intento sentir el olor a las flores, imposible. Los tulipanes no suelen tener aroma y menos debe sentirla a esa distancia.
—¿Te lastimaste en el viaje?
Miro mis manos y las alzo para que pueda verlas. Me están temblando un poco, por lo que las bajo en breves segundos.
—No. —Vuelve a olfatear una vez más—. Hay olor a sangre.
Recuerdo que tropecé y rasgué mi pantalón, pero ya se debe haber hecho una costra hace horas.
—La rodilla. Tengo un buen sistema de plaquetas, ya se curará.
Se levanta de la silla y se me comienza a acercar a paso ancho. Lo tengo en frente antes de poder levantarme. Me toma de la mano y me mira ambas manos con detenimiento esta vez. Una mano, luego la otra y luego me mira a los ojos.
Okay. Esto si es extraño y bastante aterrador.
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