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Después de nueve meses sin salir, comenzamos a pensar en la idea de conocer otro sitio nocturno, pero esta vez con un grupo de gente conocida. Tal vez; eso deseaba, sería mejor idea, y así no volver a pasar por una situación similar a la última vez.

Digo "comenzamos", incluyéndome, porque ya a este punto empecé a buscarle la vuelta al capricho de mi hermana del alma.

Jud se arrodilla en la alfombra blanca que tengo debajo de mi cama. Abraza mis piernas y me mira con cara de perrito.

—Te aseguro que no voy a aceptar tragos de extraños esta vez.

Viene repitiéndome esta frase desde hace mes y medio. Creó una canción y hasta filmó un video la semana pasada leyendo "El juramento inquebrantable de amigas cuasi monjas".

—Juro solemnemente que mis intenciones son casi puras. "Casi" porque deseo bailar con chicos, decirles cosas bonitas y algo obscenas.

—Mmmm. Reduzcamos a un chico, en primer lugar. —Comienza a chillar de emoción y aprieta con fuerza mis pobres extremidades —. Y debes decirles todo menos cosas obscenas.

—¡SIIIIIIIIIIIIIIII! —grita con tanta alegría que empiezo a disfrutar de la idea— ¡Prometido!

—Nada de "sos mi mach" o "macheame toda". Tengo entendido que no es cool ya.

—Nunca fue cool. Solo lo decían en ese programa. —Se levanta finalmente con una amplia sonrisa en el rostro y comienza a pegar pequeños saltitos de un lado a otro de la habitación.

Vuelvo a poner mis auriculares inalámbricos en los oídos. Regalo de cumpleaños adelantado de papá.

Se supone que la salida es por mi cumpleaños, una especie de regalo de parte de los padres de Jud. Aunque el regalo le de más alegría a su propia hija que a mi, en este momento estoy apreciándolo y comenzando a disfrutar de la energía positiva de mi amiga. Si ella es tan feliz, por deducción lo seré yo.

Milagroso fue el día en que llegó Jud a mi vida. Aún la recuerdo con todos los colores posibles del mundo encima, en el outfit colorido de la mañana en la que se presentó en medio del almuerzo escolar. Gorro de lana naranja, pelo suelto ondulado, sonrisa de oreja a oreja; donde colgaban unos pendientes rosados, y por si fuese poco su remera de girasoles naranjas y amarillos; el cual me recordaban a los girasoles de Vicent Van Gogh, unos pantalones rosados a juego, tal vez lo único a juego, con sus aretes. Lo único similar a mi eran sus zapatillas simples blancas. Lo único que nos igualaba.

Recuerdo mirar mis zapatillas un buen rato mientras escuchaba como respondía a las preguntas inquisitorias de mis compañeros.

—¿Cómo te llamas? Lo dijiste recién, pero creo que escuché mal.

—Me llamó Judith —respondió nuevamente con alegría. No parecía importarle tener que repetir por cuarta vez en la tarde a algo tan importante como quien es uno—.  Jud para mis amigos. Así que me dirán Jud a partir de hoy—. Finalizó con una sonrisa dulce y ya todos cayeron rendidos a sus pies.

Mi mesa estaba vacía, como era usual. No por desprecio, no por desagrado, sino por el simple hecho de ser la hija de la gran salvadora. Todos me idolatraban a tal punto que me creían inalcanzable. Como si no fuesen dignos de mi presencia.

Jud comenzó a hacer migas con todo el instituto desde las primeras horas. Para las dos semanas siguientes, ya teníamos un grupo de estudio por la tarde y dos grupos de amigos para pasar los fines de semanas en los grandes patios. Incluso teníamos un grupo para saltearnos el grupo de estudio.

Pasé de ser la más observada desde lejos, idolatrada y admirada por mi madre, a ser la amiga que invitaban para estudiar cada tarde.
Igualmente le doy todo el reconocimiento a Jud, ella es la que organiza siempre la agenda.

La que organizaba, tiempo pasado.

Ya finalizó nuestro año académico y, con ello, nuestra educación aquí.

Papá quiere que siga dentro del instituto para formarme en algún plano religioso/angelical. Tenemos la posibilidad de ser guardianes del fuego celestial luego de estar un año bajo la protección y dirección de la directora.

La otra opción, la que me encantaría cumplir, es recorrer el mundo y seguir aprendiendo sobre los lugares donde se encuentra la energía maligna.

Año tras año nos informan y enseñan en libros sobre esto, pero nunca nos llevan a esos sitios. Quiero conocerlos, verificarlos con mis propios ojos. Lo único que vi en toda mi vida fue libros y más libros. Ni siquiera nos dejaban presenciar la entrega de poderes a los guardianes.

Esta entrega de poder se da una vez pasados los cinco años de preparación celestial. Los preparan psicológicamente y emocionalmente. Ni hablar sobre el movimiento de alas y fuerza bruta que debes aprobar cada año en un múltiple choice.

—Por ahora (aún dudo si es la mejor idea en mi interior) iré al viaje del siguiente año para conocer más de todo este entorno. —Beso en la mejilla derecha a mi abuelo y en la izquierda a mi abuela—. Sería algo así como un año sabático en educación anticuada, pero muy rica culturalmente.

La cena de hoy está en calma, aún después de haberles contado mi futuro próximo.

Mi abuelo mira a mi abuela de manera pícara.

—Ya sabes el dicho sobre contarles sus planes a Dios —le dice mientras toma su mano.

—"¿Quieres hacer reír a Dios?" —dice mientras le da dos palmaditas con la otra mano.

—"Cuéntale tus planes" —finalizan ambos al unísono.

Mi abuelo, por encima de sus anteojos, me vuelve a mirar con dulzura y sé que está por contar la historia de cuando conoció a mi abuela. Ya me la sé de memoria, podría citarlo en frente de Jud, aún dejo que lo haga. Siempre saboreo hasta la médula la anécdota, esa de cuando ambos cayeron al río y los peces en vez de salir huyendo, los comenzaron a rodear extrañamente.

—Y en vez de nadar tan lejos como les era posible, comenzaron a nadar cerca y algunos a chapotear en círculos.

—Y luego, una luz surgió entre las nubes, iluminó una parte de la isla de forma inusual.

—Y allí encontramos una flecha en forma de cruz bañada en oro.

Esa flecha la llevaba yo colgando en mi collar.
Era de mi signo del zodíaco: Sagitario.

Para mis abuelos significaba amor y devoción hacia los cielos.

Es una extraña historia, pues la joya nunca había hecho nada inusual, divino o devoto de gran admiración. Era solo un artilugio sin importancia, más que los kilates en oro.

Le hago girar mientras ellos siguen hablando de la época en la que eran novios. Sonrío tontamente por lo dulce y bello que es verlos juntos aún, siendo de esa forma tan mágica.

Algún día, probablemente, me enamoraré y seré tan estúpida como la mayoría de mis compañeras. Viéndose en secreto con los chicos, detrás de las puertas de aulas vacías o dentro de la biblioteca, detrás de la sección prohibida.

Mis pensamientos futuristas son cortados por el sonido de la alarma, agendada por Jud en su celular, con una de sus músicas estruendosas de heavy metal.

Me preparo en mi habitación compartida del instituto. En una semana nos mudaremos a un piso departamental a unas cuadras de mis abuelos, donde viviré con Jud un tiempo, hasta que me vaya de viaje y consiga nueva compañera de habitación.

Jud no está presente, debía ir a buscar a la casa de sus padres un par de cosas. No sé que podría llegar a necesitar que sea tan urgente.

Tomo mi kit de auxilio, el cual tiene una alarma, un llavero con un puñal y un gas pimienta. Todo en color rosado. Regalo de Jud luego de que vio lo pésima que fui para defenderme la última vez.

Ahora eso cambió. Se supone que sé defenderme con el sobresaliente que saqué en defensa personal durante todo este año. Mejoré mis habilidades después de la última salida. Mi cabezazo es mejor y ya no me mareo luego, mis puños son más veloces, y mi huida es tres veces menos agotadora.

Donde no soy tan buena, bastante patosa, es en esquivar puñetazos, sobre todo si son grupos de tres o más. Me concentro mucho en sus rostros para identificar su estado, dejando deliberada mis zonas ciegas.

Mientras voy caminando por la calle pego puñetazos al aire. Necesito estar precavida esta vez. No puedo depender de un chico desconocido, no de vuelta.

La noche se torna fría y agradezco tener sangre angelical para aguantar el alcohol. Voy por el tequila número cinco y es como haber tomado agua.

—Jud, no—comienza a reírse—, ese es mi nombre —vuelve a carcajear hasta que las lágrimas desbordan de sus ojos.

Estamos sentadas en un bar con asientos a la intemperie. Puedo ver la gente caminar completamente tapada con muchas capas encima. Yo solo llevo una campera de hilo, nunca siento frío, es algo extraño aún en estas temperaturas.

—Cielo, —comienza a bajarse del alto banco de madera —necesito ir al baño a orinar o soy capaz de hacerme aquí mismo un charquito y saltar en el.

Conociéndola es posible por lo que me apuro a llevarla de la mano, pero está más mareada que un pasajero que al bajar padece mal de desembarco.

—No debí tomar el cuarto tequila.

—Ni el tercero.

En cuanto dejo a mi amiga dentro me pongo en frente del espejo. Observó mi rostro sin rastros de rojeces, al contrario de Jud, su blancura hace que cualquier sentimiento se le note en su rostro automáticamente. El mío es implacable, imposible de adivinar si algo me da vergüenza. Mi tez algo morena me da ese privilegio. Gracias padre por ello, buena genética, aunque no saqué ni su nariz, ni su melena llena de rulos. Según mi libro de dermatología, tenemos un fototipo distinto también, yo soy entre un tres máximo, cuando el es un cinco, pero como mamá era colorada, su tez era extremadamente blanca.

Mezcla de cromosomas y pum: niña mestiza

—Un agua sin gas por favor.

—Gracias mamá.

Todos los chicos que se sumaron a la salida están muy eufóricos gritando para poder oírse arriba de la música.

Somos diecinueve en total: siete chicos y doce chicas. Jud, yo y mis vecinas de piso, Sabrina y Matilde, estamos en una mesa de a dos de cada lado.

—Un brindis por los preciosos ángeles caídos del cielo.

Me giro unos noventa grados y me encuentro con Bruno y su amigo Fabio.

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