18

Siento el cuerpo helado, completamente congelado. El poco viento que hay me hace temblar como una gelatina.

Miro a mi alrededor. El lago congelado sigue siendo eso, un lago, pero no está más congelado. De hecho está como si fuese verano, completamente lleno de agua, agua fluida y no congelada como debería.

Toco el suelo a mi alrededor para levantarme. Suelo sin nieve, nada de nada. Recién a un metro mío, hacia la zona de los árboles, comienza nuevamente el camino de la atestada nieve.

Estoy aún escurriendo agua, observando el sitio con escarcha entre mis pestañas, cuando escucho a Bruno gritar mi nombre.

—¡Cielo!

Está en la lejanía del bosque, a una distancia lo bastante grande para verlo como un pequeño Bruno.

¿Cómo es posible que lo escuche a pesar de los cientos de metros y metros de lejanía?

Oh, cierto. Es su voz mental.

Estoy algo mareada, por lo que tropiezo y vuelvo a levantarme. Camino hasta la nieve, a pesar de no ser una muy buena idea con el frío que estoy pasando.

Bruno vuela en mi dirección y en cuestión de pocos minutos llega a mi lado.

Me observa desde la altura antes de bajar.

¿Soy yo o tiene cara rara? Parece que hubiese estado llorando.

Cubre con sus alas mi cuerpo. Agradezco el gesto. Su calor hace que deje de titiritar.

Me vendría genial un poco de grasa corporal para combatir este frío del asco.

Bruno se comienza a reírse casi tan increíble como hace un rato dentro de la cabaña. Estoy agotada, pero aún así levanto una mano y apoyo mis gélidos dedos en su mejilla. Es cálida, no mucho, pero si bastante más que mis manos, las cuales están en menos de veinticinco grados Celsius seguramente.

El pone cara de sorpresa primero, o de "me congelas", sin embargo toma mi otra mano y la acerca a su otra mejilla.

—¿Mejor?

No digo nada, solo asiento con la cabeza.

Tengo tanto cansancio, tanto que comienzo a cabecear en ese preciso momento.

—¿Te sientes mal?

—No, solo no tengo energía —digo casi en un susurro—. Es como si, —digo más bajo aún, pero se que me esta escuchando atentamente— como si me hubiesen chupado toda la vitalidad posible.

Sus ojos me miran expectantes, silenciosos, pero diciendo algo, o varias cosas. Temor, luego enfado, y por último preocupación, o más que eso, ¿aprecio? No lo sé, porque solo me sale apoyar mi cabeza en su pecho e inhalar con ganas.

Desearía estar en la cama durmiendo. Durmiendo con él.

Cierro mis ojos y me imagino en la cama de Fabio, durmiendo ambos de una forma muy poco apta para niños.

Mis manos tocan algo suave, duro, pero no tanto. Mis piernas se enrollan en algo, algo caliente y algo peludo. Mi cuello me está matando. Levanto mi cabeza y veo la cara de Bruno, completamente serena, con la boca semi abierta, roncando como el otro día.
Sin embargo el otro día estaba a una distancia prudente, en el suelo, sin tocarme en absoluto.
Ahora esta tan pegado a mi piel, a mis manos, a mi vientre, que siento como bombea su corazón.

¿Tiene corazón? Los semi demonios tienen corazón, increíble.

—Todos los demonios y ángeles tienen corazón —dice en una voz ronca.

Está dormido, o semi. Creo que habla dormido por tener sus ojos aún cerrados, hasta que recuerdo, nuevamente, que puede leer mi mente y es lo que acaba de hacer. Respondió a mi pregunta no formulada.

Abre un solo ojo, el derecho, me toca suavemente con su mano la cintura, la cual tenía entre sus dedos, solo que no me había percatado de ello hasta ahora.

Es en este momento en el que miro su mano, su mano y mi cadera libre de ropa, notando que no tengo nada encima, solo el boxer que robé de su cajón esta mañana, junto con la remera y las medias.

Me giro hacia el lado opuesto, o eso intento porque me sostiene entre sus brazos.

—¡Bruno! ¡Estoy desnuda!

—Y yo también.

Vuelvo a intentar alejarme. No lo consigo. Es demasiado fuerte su agarre, lo cual me enfurece.

—¡Suéltame! —le gruño.

Lo hace y consigo taparme con una de las pequeñas almohadas qué hay detrás de mi espalda.

—¿Por qué estoy desnuda en la cama de Fabio?

—No estas desnuda en la cama de Fabio.

—¡Que si estoy desnuda! —le grito enfadada.

—Pero es mi cama, y llevas tanta ropa como yo.

Por un momento se me pone la mente en blanco. Luego comienzo a ruborizarme.

—¡Bruno, me da igual eso! ¿Por qué estoy desnuda a tu lado? —me entra un miedo inexplicable —No te habrás aprovechado de mi estado— le acuso.

Sus ojos y su boca se agrandan, sorprendido, pero segundos después se tornan en una expresión de ofensa.

—¿Cómo puedes pensar eso?

Se levanta enfadado y comienza a buscar algo en la cajonera. Una que no había visto, porque estamos evidentemente en su habitación y no en la de Fabio.

Antes de que se ponga la remera (que tomó sin mirar el cajón), yo estoy detrás suyo, abrazándolo por la espalda. Pido perdón sin decirlo, solo con el contacto físico, porque no me da el tiempo a producir las palabras "lo siento". Lo capta en el segundo en que lo hago, y al siguiente, estoy yo contra la cajonera y el delante bloqueándome, presionando sus labios en los míos.

Es un beso feroz, aún más que la anterior vez, esa vez, la que fue la primera en que nos besamos.

Me mete la lengua en la boca con necesidad imperiosa, luego yo hago lo mismo. Paso a tomarle del rostro, luego del cuello, luego de la nuca, todo mientras él me palpa con sus manos en la cintura. No mueve sus dedos de allí, es como si se estuviese privando de mi.

Necesito que me toque en otros sitios, que me haga sentir que no puede pasar un segundo más sin conocer otras partes mías.

Una mano responde a mis suplicas, haciendo justo lo que deseo. Me palpa en uno de mis pechos, sin dejar de besarme con urgencia.

Calor, excitación, deseo, placer, intriga, aprecio, dulzura, vergüenza, locura, frenesí, y muchas más sensaciones que nunca había experimentado todas juntas.

Me acuesta en la cama y se lo que estamos por hacer, se a lo que me estoy abriendo. Es lo que necesito en este momento, hace rato, hace años que lo necesito pero nunca lo quise con nadie que conocí. Nunca quise besar a nadie de mi instituto, ni siquiera pensé en hacerlo alguna vez con Tomas, no pensé en llegar a eso al menos porque él nunca me miró de esa manera.

Desde que lo conocí a Bruno, desde el día que me llamó con su dedo índice en el bar, se me antojó sentir algo de esto con él.

Cuando siento sus besos en mi cuello me desarmo, cuando siento sus dedos en mi muslo, me estremezco, y cuando siento finalmente su roce dentro mío, me siento tan alegre, tan increíblemente afortunada.

No comprendo que es lo que tengo que hacer, como tengo que moverme, como tengo que gemir o tocarlo para que esto le guste. Espero no estar haciéndolo mal, o mínimamente no hacerlo pésimo.

—Estás perfecta Cielo —me asegura deteniéndose un segundo—. Sos perfecta —agrega y me besa con dulzura, con pasión, con calidez, y sobre todo, con un gran cariño. Un cariño que siento desde dentro hacia afuera.

Cada vez que sale, lo deseo aun más, y cada vez que regresa deseo que vuelva a salir, para que nuevamente me contenga con todo su cuerpo y alma.

Gimo lo suficiente como para escucharme. Luego paso a gritar un poco, un poco bastante. No puedo callarme, es imposible contenerme.

Su presión dentro mio se hace tan evidente, tan notoria e increíblemente satisfactorio. Alucinante. De otro mundo. De ensueños.

Su tez es tan pálida que se pone brevemente rojiza cuando le beso. Es suave, delicada, tan hermosa y perfecta.

En cuanto termino de besar su cuello le impongo un beso de aquellos que tienen sabor a todo.

Me dejo llevar por el momento, moviéndome al ritmo en que él lo hace. Es como surfear una ola, subirme en ella y apreciar el momento mágico en que atraviesas el gusano de agua. Esa adrenalina única que se dispara, esa felicidad que no se borra para nunca de la mente, aguardando allí por ser repetido.

Me busca con la mirada mientras yo reprimo un sonido brutal en mis labios, apretando sus glúteos en ambas manos y empujándolos a la vez hacia mi.

—¡Dios mio, Bruno!

Gruñe tan fuerte que creo haberlo escuchado mentalmente como en el pasado, pero no. Es un gruñido oral y sonoro que mis oídos captan perfectamente.

Nos abrazamos en un silencio íntimo, intentando contener el momento lo más posible. En este momento me resulta un Bruno distinto, muy dulce y atento. Me observa de una manera nueva, como si estuviese expectante a cualquier cosa que haga, o tal vez, puede que sea mi imaginación, pero percibo una señal, o una especie de vibra de amor en su mirada. Deseo que me mire siempre así, de esa forma tan natural y expuesta, de esa forma tan sensible y cercana.

Acaricio su rostro mientras aprecio cada parte de su relajada boca, luego sus ojos oscuros y simpáticos, sus mejillas encendidas y su increíble cabellera negra.

—Tienes los ojos más dilatados que un gato en la oscuridad —afirma con voz suave y ligera.

Sonrío en la penumbra cerca de su rostro, tanto que podría besar su nariz. Me contengo para responderle.

—Dicen que los gatos pueden ver demonios.

—Tonterías. Todos pueden vernos, solo que demonios incubo como Fabio y yo, solemos jugar con las cabezas de los humanos mientras duermen.

—¿Tú haces eso?

—Antes. Hace mucho tiempo, cuando nos obligaban a ello. No creas que no lo disfrutábamos, si lo hacíamos, pero es muchísimo más placentero tener sexo realmente.

Pienso en la inmensidad de veces que debe haber tenido sexo. Incluso mejor sexo que el de recién.

Él lee mi pensamiento y detesto que lo haga. Me avergüenzo antes de que diga algo.

—El sexo es increíble, siempre tuve mucho y de buena calidad, —eso me aplaca un poco más —pero lo de hoy no fue sexo.

—¿Cómo que no lo fue? —pregunto ofendida.

—Bueno, si lo fue —se apresura a corregirse sonriendo como un niño que es levemente regañado—. Solo que, —hace una leve pausa—, ya sabes, no lo hice solo por tener sexo. Lo hicimos por algo más.

Espero que ese "algo más" en su caso sea lo que yo siento.

—Lo es —afirma—. Deberías sentirte más segura de ti misma.

—Es bastante difícil ser segura de mi misma ante semejante demonio.

Se ríe de forma dulce.

—Puedes con un demonio tan fuerte como el del lago, por lo que creo que podrás conmigo.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿El demonio del lago? ¿Yo qué hice con el?

—Tu lo eliminaste, o derrotaste y se esfumó.

—Yo no hice tal cosa. Solo desperté y estaba a salvo.

—Cielo, te vi derrotarlo.

¿Qué? ¿Me está bromeando?

—No, es en serio. Te elevaste tan alto como la copa de los árboles junto con ese demonio. Creí que él te estaba elevando al principio, pero luego él comenzó a mirar hacia abajo asustado, realmente aterrado, nunca vi esa expresión en el rostro de esa clase de demonio. Comenzaron a caer de forma brusca y antes de que tocaras el lago endurecido, se evaporó largando una enorme cantidad de vapor. Tú te sumergiste en el lago por pocos segundos, porque luego saltaste al costado, a la zona donde había nieve, como un pescado que salta de la pecera. El calor de tu cuerpo evaporó la nieve que se encontraba alrededor tuyo, como si estuvieses hirviendo en vez de estar congelada.

<< Fue como si te hubieses convertido en un meteorito que cayó desde el cielo al lago, y luego de escaparse de las aguas frías, sin terminar de apagarse del todo, evaporó lo que tenia a su lado. >>

¿Yo pude hacer semejante cosa? ¿Cómo puede ser si nunca en mi vida derretí si quiera un cubito de hielo entre mis manos?

Pasamos el resto de la tarde acostados sin decir mucho, dándole vueltas al tema de lo que sucedió a la tarde. Cada tanto me giro para encontrar posición, y para la noche estoy lo suficientemente descansada físicamente, pero no mentalmente. No paro de darle vueltas a las dudas que tengo formuladas.

La primera es si mamá me transmitió algún poder, alguno similar al suyo. La segunda es por que ahora se soltó o se prendió de alguna forma, por así decirlo, y la tercera tiene que ver con la intensidad del poder.

¿Qué tanto puedo hacer contra los demonios? ¿Qué tanto fuego tengo como para derretir todo el lago? ¿Puedo usarlo mientras estoy despierta y consciente?

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