15
Una vez que lo veo a Bruno a mi lado me calmo un poco, tal vez un veinte por ciento. Estoy con el corazón acelerado, las manos las noto algo temblorosas. Intento mantenerme serena, haciendo respiraciones controladas. Inhalo y exhalo, hasta que llega un momento en que comienzo a bajar la ansiedad y el estrés.
Fabio camina delante y Bruno detrás mío. Supongo que es una forma de estar precavidos ante cualquier eventualidad, por lo que imagino que, si bien estamos más a salvo aquí, puede ser que nos alcancen de alguna forma.
Después de caminar media hora por la nieve, (si nieve, solo nieve) , consigo visualizar un par de árboles y a medida que nos acercamos, un poco de humo sale de una casa de madera. Me recuerda a la cabaña en la que estábamos hace un rato.
Se me viene a la mente mi padre, mi tía, y Tomas. Espero que estén bien, no debí irme sin cuestionar a estos demonios. No sé aún por qué es que les tengo tanta confianza. Es como si algo dentro mío me hubiese dicho "seguí a estos chicos".
Me da culpa haber dejado atrás a mis seres queridos, pero sé que en el fondo me quieren a mi. Lo más probable es que los ángeles esos se quedasen en la cabaña si no huíamos.
Estoy cansada de huir, quiero hacerles frente de una maldita vez. Debo pedirle a Bruno y/o a Fabio que me enseñen a pelear.
Fabio está enfocado y absorto con un mapa en mano, lo que me hace pensar en si los celulares no funcionan en este sitio.
¿Quién usa un mapa hoy en día teniendo aplicaciones para eso?
Me detengo y comienzo a caminar al lado de Bruno. Este ni me mira, está algo paranoico con los sonidos de aves en los árboles. Cada tanto se voltea a chequear de que no haya nada más que un águila, lechuza, ó ave rapaz de cualquier estilo.
Cuando la nieve se pone algo difícil de andar, Fabio se detiene a descansar. Lo imitamos a unos cuantos metros por detrás. No intentamos alcanzarlo por lo agotados que nos sentimos. Ya perdí la cuenta de las horas que llevamos en este frío recorrido. Mi nariz está comenzando a sentir las bajas temperaturas, y mis orejas están gritando por un sombrero de lana que por fin las tape. Hace años que no llevo gorro abrigado, desde niña que no uso telas demasiados gruesas. Parece que Fabio tiene problemas con el mapa, ya que no avanzamos por un buen rato. Entre el aburrimiento y la ansiedad, decido comenzar a calentar un poco el cuerpo.
Me levanto y me comienzo a movilizar un poco. Entro en calor en cuestión de diez minutos corriendo de un árbol a otro.
Bruno me mira cada tanto, pero no emite sonido alguno. No sé que le estará rondando por la mente. Mejor ni pregunto, me da miedo que diga que estamos perdidos.
Después de media hora de calentamiento creo que es momento de pedir ayuda con mi defensa.
—Bruno, debo pedirte algo.
Este que estaba contemplando los pajaritos, literalmente (unos que estaban en un nido pequeño en el árbol encima suyo), me comienza a prestar atención.
—Dime.
—Bueno, como has visto, no soy buena para presentar una pelea.
Espero a que se ría de mi pésima defensa en el bar, o nulo ataque contra los semi ángeles en el instituto.
—Bueno, tampoco te vi entrando mucho en acción.
Me sorprende que diga eso. Es casi un alago de su parte.
—Bueno, pero no es suficiente en caso de que me vengan a atacar directamente.
—Para eso estamos nosotros, tus guarda espaldas demonios, bebé. —Procede a guiñarme un ojo.
Haría eso con los ojos, revolearlos hacia arriba, pero me contengo.
—Pero no es lo que quiero. Necesito dar un par de puñetazos y empujar cuerpos como ustedes en el bar.
Allí, en el tronco en el cual está sentado se ve un poco pequeño, amigable, sereno y hasta muy accesible. Incluso con esa sonrisa suya, esa típica de galán orgulloso de su poder y valentía infinita, aún con eso me parece posible de comunicarle mis necesidades. Sé que confiándole mis miedos de forma asertiva puedo lograr que me dé clases a lo personal trainer.
—No lo sé —dice dudando también en su voz.
Me levanto de mi tronco y me le acerco lo más seductora posible que puedo a pesar de la nieve. Dejo grandes huellas en el corto camino hasta llegar a su lado. Me siento en el pequeño espacio que hay allí. Me cruzo de piernas y alargo una mano. Toco el dorso de su mano y lo miro con ojos suplicantes.
—Bruno, por favor. Les vendría bien a ustedes también el que sepa cuidarme.
—No lo sé. —Niega con la cabeza—. Nada es gratis en esta vida, lo sabes ¿no?
¿Qué me pedirá a cambio? ¿Sexo? No podría darle eso. Bueno, tal vez solo un poco, solo si me lo pide y no hay forma de convencerlo...
—Quiero tu collar.
—¿Mi collar?
Inconscientemente tomo mi dije con una mano para protegerlo. Sé que lo que quiere es este signo hecho en oro, pero no entiendo para que.
—¿Qué tiene de especial? ¿El oro te importa tanto?
—Puede que si. Tu no sabes nada del valor que tiene el dinero.
Si tengo noción de lo que vale. Mi auto destrozado me costó demasiado dinero de los ahorros. Aún me duele recordarlo.
—Dijiste que tenías deudas que pagar con mi padre. ¿Es por un problema de dinero?
Sonríe, pero no alcanza esa alegría a sus ojos.
—Digamos que me encantaba gastar dinero en mi pasado en, bueno, chicas y fiestas. Ya sabes.
Me doy una idea en que o quienes gastaría su dinero. Demasiada información para mi gusto, pero debo dejar eso de lado.
Me retiro el collar y se lo entrego en sus manos.
—Prométeme que me enseñarás todo lo que sabes, incluso aprenderás cosas nuevas y me las enseñarás.
—Prometido. —Alarga una mano y la estrecho—. Daré lo mejor de mí para que te cuides y vivas tu vida como Dios manda.
Sé que lo dice medio en chiste, aún así intento tomarlo de la mejor manera. Es mi única posibilidad en este sitio.
Fabio se levanta y comienza a caminar de un lado a otro, levantando en vuelo y bajando cada tantos minutos.
Finalmente se ubica y nos guía un tramo bastante largo nuevamente. Cuando siento que ya no puedo caminar más, veo una cabaña similar a la que vi antes, solo que esta es de color negro, con unas ventanas en colorado. Si tuviese que dibujar una cabaña de demonios, sería tal cual esta que tengo en frente.
Alguien abre la puerta por dentro, pero no se asoma nadie a saludarnos e invitarnos a pasar.
Fabio ingresa primero y luego lo hace Bruno, el cual me pide en silencio, con su mano en alto, que me quede fuera un instante.
Una vez que paso por la puerta de entrada, el sabroso calor que hay dentro me abraza las orejas, la nariz y todo el resto del cuerpo.
Respiro con alivio allí dentro, al menos mis extremidades me lo agradecen.
Hay un par de sillones muy espaciosos, lo suficiente para cuatro personas grandes recostadas a gusto.
Fabio vuelve del pasillo corriendo. Pasa por mi lado como a una velocidad digna de un velocista. Mi corazón se acelera, comienzo a sudar del estrés.
Justo cuando empiezo a pensar en que debemos salir de allí, meternos de nuevo en aquel frío (uno que realmente me hace sentir lo que es pasar frío), el tener que volver a huir y todo lo que eso significa; desgaste energético, mal humor, hambre, cansancio físico, y demás cosas, justo en ese mismo momento, Fabio se tira con gracia sobre el sillón.
—¡Espectacular!
Busco alarmada a Bruno, el cual aparece dos segundos después e imita a su amigo.
—¡Hogar, dulce hogar! —grita con felicidad mientras abraza los almohadones debajo suyo.
Par de payasos. Si no fuese por lo extremadamente agotada que estoy los regañaría, pero me uno a la manada. Me dejo caer, sin tanta energía, sin gritar de alegría, pero con una sonrisa plena en el rostro que me dura unos minutos, porque fallezco de sueño ahí mismo.
Cuando me despierto de la siesta renovadora, siento que algo me da demasiado calor en la espalda. No me quema, pero es como tener un aire encendido en calor.
Me alejo unos pocos milímetros y luego me giro otro poco. Es Bruno, me está rodeando con su pecho, sus brazos caen en mi cintura y su respiración me da de lleno en el cuello.
Okay, esto es sumamente incómodo.
Luego de salir de su liviano agarre, me dirijo al pasillo por donde los dos vinieron corriendo hace unas horas.
Puedo ver qué hay una gran sala con mesa y sillas, próximo a eso está la cocina dividida de lo otro por una barra.
Una heladera llama mi atención. Debo beber algo urgente, si no hay agua iré a buscar nieve para poder calmar la sed insoportable que me está dando.
Cuando la abro veo algo de comida en mal estado, lo cual me revuelve el estómago. Me tapo la nariz con una mano y tomo una de las botellas de agua cerradas.
Parece que no venían en bastante tiempo, tal vez unas dos semanas o más.
En la puerta de la heladera hay unas letras imantadas de colores. Están ubicadas en fila, leyéndose "Fabio es el mejor" y luego debajo hay varias desparramadas. También hay un block de notas imantada con una lapicera a su lado. En la parte superior del block tiene escrito en negro "un deseo por día, se cumplirá algún mediodía"
Tomo la lapicera y escribo "mamá"
Tomo el papel y lo retiro del sitio. Es algo vergonzoso, por lo que lo tiro en el tacho de metal que encuentro por allí. Cuando estoy retirando el pie del pedal me sobresalto por la voz que dice a mis espaldas:
—Buenos días, Cielo —saluda Bruno.
—Buuuenos días.
Me pongo contra la barra y lo dejo pasar. Toma una taza. Camina hasta donde está una cafetera, le pone agua y la rellena hasta que se percata de mi presencia nuevamente.
—¿Tomás café? Estoy haciendo para Fabio también.
—Em, si. Gracias.
Tomamos café en silencio con un par de galletas que encuentra Bruno en la alacena.
Me invita a subir a los cuartos superiores. Hay un baño en cada habitación, por lo que elijo una y me tomo el atrevimiento de ponerme una de las remeras manga cortas que encuentro en uno de los cajones.
Bajo con unas medias bastante gruesas y la remera manga corta negra de una banda. Bruno está lavando la cafetera y Fabio se encuentra sentado en la mesa, medio gorgi aún, intentando despertarse con el café en mano y la otra haciéndole de palanca para mantener la cabeza en alto. Me da ternura verlo de esa forma, parece un niño antes de ir al colegio. Me siento en frente suyo y le alcanzo una cuchara para agregarle azúcar a su café.
—Gracias. —Procede a tirar dos cucharadas colmadas—. Linda camiseta, es una de mis favoritas.
—Ah, si, la tomé prestada de tu habitación.
—Te queda bien. —Toma un sobro del café—. Te la podría regalar.
—Oh, no es necesario —respondo avergonzada.
—Que si, total no es mía. —Señala a su amigo que se encuentra en el patio (el cual se ve a través de la ventana) levantando la nieve con una pala de forma ágil—. Es de Bruno, suelo usar su ropa también.
Bruno parece escuchar su nombre, dirige una miradita a Fabio algo confundido.
Fabio le señala mi remera y Bruno asiente sin darle mucha importancia. Continúa con su labor.
—¿Sabías que esa banda es de la época en que nació Bruno?
—The Beatles son de los sesenta Fabio —le explico con superioridad. Hasta yo misma me doy cuenta de mi volteada de ojos.
—Lo sé, era mi Banda favorita de adolescente. Aún me sigue gustando, pero en los ochenta hay muy buena música también.
Me comienzo a reír de su comentario. Él no se ríe junto conmigo como pensé que haría.
Intento leerle el rostro. No parece estar bromeando como siempre.
—¡¿Estás diciendo que ustedes tienen entre sesenta y ochenta años?!
—Bueno, tampoco seas tan ruda jovencita.
"¡Jovencita!" ¡Por Dios! ¡Fabio es un abuelo!
Bruno entra y cierra la puerta con velocidad, pero no lo suficiente para que no se me pongan los pelos de puntas por el frío aire que ingresa.
Bruno sonríe con una sonrisa preciosa y Fabio le consulta a que se debe.
—Te acaba de llamar abuelo. —Larga una risotada increíble.
¡Pero si eso no lo dije en voz alta!
—Querida, ¿aún no comprendiste que puedo leer tu mente?
—¿Cómo que podes leer mi mente? —salto alarmada.
—Y no solo eso, puede ver a través de los ojos de los animales —continúa Fabio—. ¿Qué pensaste que hacíamos aguardando tanto tiempo en la nieve?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top