14
Una vez que tocamos tierra me dejo caer en la arena, completamente derrotada, con los sentidos del oído y la visión aún alterados. Tardo varios minutos en recuperarme, mientras juego con la arena entre mis dedos, lo cual me calma.
A unos metros de distancia, cerca de la orilla, diviso a Tomas con la madre de Jud. No sé en que momento salió ella del sitio o con quien.
Están bastante calmos, al menos Tomas de espaldas parece estar de vacaciones. Está reclinado como tomando sol, mientras que la madre de Jud está sentada, observando las olas romper en la bahía. Me acerco a su lado y noto que se encuentra llorando, con el rostro algo hinchado y sus manos manchadas un poco en sangre. Sostiene con una de sus manos una pequeña llave dorada. No pregunto aunque me da curiosidad.
Le hago un gesto a Tomas para que me deje a solas con ella. Él se levanta y se sacude la arena sin decir nada, pero antes de retirarse me da un beso en la coronilla. Es un beso de "estoy feliz de que estés a salvo", o "buenas noches Cielo" de un abuelo. Deseo que sea la primera.
Nos quedamos un rato en silencio ambas. Ella desahogándose en silencio y yo haciendo apoyo emocional a su lado. Cuando veo que cierra sus ojos, la abrazo de un lado y la reclino suavemente, hasta que se acuesta en mis piernas. Acaricio su cabello hasta que se duerme del todo.
El viento comienza a traer las olas cada vez más cerca. Debería retirarme de allí, sin embargo no puedo, no tengo las fuerzas suficientes para despertar a mi tía del alma. No puedo traerla nuevamente a la realidad y confirmar en voz alta lo que sucedió.
Recuerdo a Jud riendo como siempre, correteando en esta misma playa de cada verano. A metros de aquí estábamos el último verano armando castillos con unas pequeñas, luego por la tarde, después del crepúsculo, con unos muchachos jugando a la pelota, y en otras tardes también jugando al voleibol. Pero el favorito de Jud era el fútbol. Lo sigue siendo. Eso espero.
Las veces que tomamos licuados y exprimidos en el bar más cercano, los helados a unas calles de aquí, las ropas veraniegas que comprábamos con dinero de sus padres. Cada cosa qué hay aquí me recuerda a ella.
Siento como el peso del cuerpo de mi tía desaparece. Miro hacia abajo y veo que Marcos lleva a la madre de Jud en brazos a algún sitio. Probablemente a la cabaña que tenemos a dos cuadras de aquí.
Alguien se sienta a mi derecha.
Es Tomas, el bello Tomas.
—¿Cómo te encuentras?
Sus ojos celestes me encandilan. Es un mar tranquilo conocido, en los cuales sencillamente podría perderme para siempre.
—Bien —largo un suspiro acompasado—. Algo agotada.
Se reclina hacia atrás, sobre la arena algo húmeda. Lo imito, y pongo la mente en alerta como siempre que está a mi lado. Solo su respiración me pone los nervios de puntas, en el buen sentido.
El cielo se encuentra despejado de nubes. Unas aves están revoloteando por allí, mientras que el sol nos manda rayos ultravioletas, cancerígenos, (como casi todo hoy en día) que rebotan en el reflejo del agua.
El silencio se hace un poco extenso y a medida que pasan los segundos me comienzo a relajar.
Cierro los ojos para apreciar más el sonido de la playa, ese sonido tan especifico de este sitio.
Cada tanto me tienta mirarlo, para apreciar su perfil derecho aunque sea, pero me contengo. No quiero ser demasiado obvia, no creo que me hable como siempre si se entera que estoy embobada con él.
—Estás muy pensativa.
Al fin se digna en hablarme. Ahora si me giro para verlo y contestarle con elocuencia.
Sus ojos me encuentran curiosos y los míos ansiosos se exaltan ante su cercanía. Intento responder algo, lo que sea, con un poco de inteligencia, sin embargo no lo logro. Me quedo muda y con la boca semi abierta, casi babeando. No me culpen, es que es demasiado bello para no quedar recalculando como GPS.
Algo me golpea la parte posterior del craneo, la zona parietal, si exactamente en esa zona, lo sé por las clases de esgrima en donde nos explicaban sobre anatomía, a escondidas de la directora, obviamente. Ella está en contra de todo lo que Da Vinci investigó sobre la figura humana.
Mis ojos se cierran por el dolor, pero no me tardo demasiado tiempo en buscar al culpable.
Y si... ¿Quién más que Bruno?
El imbécil está destornillandose de la risa.
Fabio intenta contenerse, supongo para no hacerme sentir mal, pero no lo logra, me doy cuenta que se ríe aún mirando hacia otro sitio detrás.
No comprendo como es que estando a más de diez pasos de distancia me noqueó de semejante forma. Ahora es cuando veo una pelota en la mano de Tomas, en este momento es cuando conecto las neuronas en pausa. No me dio una contunsión cerebral de suerte...
Me levanto molesta por el pelotazo. Tocando la zona adolorida de la cabeza con una mano, me dirijo decidida frente a Bruno.
No llego aún, estoy a unos tres o más pasos, pero ya comienzo a gritarle lo que se me viene a la mente.
—¿Fuiste tu el idiota?
Fabio se retira lentamente del sitio de costado, como un cangrejo de la costa.
—Puede que si. —Se contiene una risotada cuando rechino mis dientes por el enfado—. Es que estabas tan tildada que quise reiniciar el windows.
Fabio, en la poca lejanía, escuchando aún todo, larga una risa que la tapa luego con una tos muy realista. Me enfada esto también otro nivel más.
Malditos demonios.
Bruno sonríe complacido con el enfado, probablemente, pintado en todo mi rostro.
—¿Me quieres pedir disculpas o vas a seguir riéndote como una marmota?
—Puedo pedirte cosas, como que te saques la ropa como el otro día en la playa, pero no eso.
Recuerdo mi ropa interior cara que usé el día que me metí al agua en la isla de Brasil.
Podría seguir gritándole enfadada, sin embargo opto por otra respuesta.
—¿Me estás pidiendo que me desnude? —Comienzo actuar, exagerando, haciéndome la víctima, solo para molestarle—. ¿No fue suficiente ese beso que me diste para calmar tu sed de mi?
Su rostro se pone algo serio, incómodo tal vez, como si hubiese dicho algo ingrato.
—Pequeña —su cara fanfarrona de hace presente—, no tenés idea de todo lo que te haría si no fueras la hija de ya sabes quien —dice finalmente en plan seductor, aunque me eriza el vello del temor que me genera.
Tomas me agarra del antebrazo y se pone delante mío, volviendo a su papel de cuidador celestial. Aún siendo un poco más alto que yo puedo ver el rostro molesto de Bruno, que se potencia al enfrentarse a mi protector.
—¿Cuál es tu problema asqueroso demonio?
—Ustedes los descendientes de ángeles se creen taaaanta cosa. —Sus facciones se retraen en forma de desagrado total—. No son más que basura para los poderosos ángeles reales.
Tomas tensa los músculos del brazo dispuesto a defenderse de los insultos.
—Ustedes son la basura que no querían que se siga pudriendo a su lado.
Bruno comienza a bufar y dar vuelta sus ojos, mientras que Fabio aparece nuevamente por detrás. Creo que este último está dudando en entrar a la discusión.
—Ustedes no saben —se acerca lentamente al rostro de Tomas— nada —susurra lentamente Bruno, con la boca casi cerrada, como con una mezcla de irritación y enfado, aunque es lo suficientemente alto para que lo alcance a escuchar.
Empujo a Tomas con la fuerza exacta para hacerle frente a Bruno.
—¿De qué no sabemos nada?
Bruno se me acerca, toma un mechón de mi cabello y juguetea con él mientras me dice lo siguiente:
—Ustedes, los coronados, se creen gran cosa con sus biblias y demás cuentitos que los dejan bien parados. Leer libros que galardone a tu prócer es fácil, lo difícil es aceptar los errores.
Tomas se tensa y no dice nada, en cambio yo me ablando y me quedo con lo último que dice.
—¿Qué errores se supone que hicieron los ángeles?
—Oh, los ángeles no. —Me acomoda el mechón detrás de la oreja y se distancia un poco—. Dios y sus creaciones mejor dicho. Es como el cuento dé Frankenstein de Mery Shelly, sus creaciones no son el monstruo, la sociedad y su creador son los malos realmente.
—¿Estás diciendo que ustedes, los demonios, no son monstruos y que los humanos si lo son? —pregunto con real curiosidad, aunque me sale el tono algo agudo porque hiere un poco mis sentimientos.
—Típico manipulador, no asumir culpas y señalar con el dedo a la víctima —agrega Tomas. Procede a tomarme de la mano y comenzar a caminar hacia la salida de la playa, dejando a los demonios detrás molestos.
Una vez que llegamos a la cabaña, dejamos los zapatos en la entrada para no cubrir todo de arena. Tomas no suele venir los veranos con nosotros, por lo que le hago un mini tour para que se instale a gusto.
El living, ni bien ingresamos, con sillones de pana beige clara, un perchero alto de madera robusta, donde solemos colgar nuestros bolsos de mano. A unos metros, un par de sillas de madera también, haciendo juego con la mesa. Tiene los asientos suficientes para cada verano, con dos de sobra para cuando venían mis abuelos en la última semana de las vacaciones.
Pienso en la silla designada que tenía siempre Jud a mi lado. Su asiento era siempre a mi izquierda, y su madre a su izquierda. Su padre se sentaba en frente a su madre y mi padre en frente mío. En el medio de ambos se sentaba Leila. Me pregunto donde estará y cuanto tardará en llegar.
—Y este es el segundo baño.
Nos encontramos en el segundo piso, donde se encuentran las últimas tres habitaciones. En la planta baja hay solo una, la que suele tomar papá. La que siempre comparto con Jud está tal cual la dejamos el verano pasado. Reviso los cajones y sé que tengo todo lo necesario para unos cuantos días.
Comienza a hacerse de noche, por lo que bajo después de darme una ducha y cambiarme de ropa.
Bruno se encuentra en el sillón concentrado en un objeto en sus manos. No alcanzó a ver qué es, lo guarda rápidamente cuando toco el ante último escalón de la escalera.
Fabio se me acerca y me pide permiso para bañarse en el cuarto de baño superior. Le dejo pasar y me siento donde se encontraba hace unos instantes.
—¿Qué es eso que guardaste?
Se acerca a mi rostro.
—No te incumbe —me da un beso en la coronilla, similar a Tomas en la playa— cabezona.
Lo fulmino con la mirada, pero su beso me llega a ablandar. Es como si se sintiese culpable por lo de hace un rato.
Nunca tuve hermanos, me hubiese gustado pero no tuve la suerte. Aún así siento como si esa fuese mi relación con él. Aunque esta el tema del beso pasado donde sentí un pequeño fuego arder dentro de mi. No creo que los hermanos deban sentir eso...
—¿No creen que deberíamos ir a otro sitio?
—Está cabaña es un refugio seguro. —Responde Fabio sirviéndose el segundo plato de fideos. —Está protegido por Marcos, el descendiente del arcángel Miguel. Además Leila y Tomas aportan su poder celestial en sellar la ubicación.
—¿Y tú cómo sabes tanto? —pregunta asombrado mi padre.
—Hicimos una pequeña investigación en archivos top secret —responde esta vez Bruno.
—¿Y cómo es que que ustedes sí saben esto y no los del instituto? —continúa mi padre.
—Bueno, —se detiene a mirar a Fabio—digamos que los demonios tenemos nuestras formas de obtener lo que queremos.
Fabio sonríe y levanta su tenedor al aire.
—Sobre todo cuando tenes un poder de seducción innato y un aspecto lujurioso como el de Bruno.
Bruno sonríe complacido por los alagos y de una forma muy elegante cambia de tema.
La cena finaliza con tranquilidad.
—Gracias por la comida Marcos. Mañana nos encargamos nosotros de los quehaceres.
Fabio es más educado de lo que recordaba. No solo había levantado su plato, sino que también se había encargado de sacar la basura antes de que oscureciera.
La mañana siguiente, al bajar a desayunar, me parece escuchar a Bruno discutiendo en voz baja. Otra voz le contesta un poco más alto, por lo que oigo perfectamente lo siguiente:
—Nos tenemos que ir de inmediato. La tomas dormida o la despiertas en cinco minutos, me da igual, pero en diez te quiero listo en el patio.
Es la voz de Fabio. Me choca que le ordene cosas como si fuese su súbdito o un capataz. No recuerdo a Fabio tampoco tan serio. Desde que lo conocí siempre estuvo muy amable y alegre a pesar de todo lo que ocurría. Recuerdo su mascota extraña y me pregunto donde estará.
¿A caso la dejó en el instituto?
Sin querer hago ruido en el anteúltimo escalón de la escalera, es siempre esta maldita madera la que cruje y los primeros días me olvido de ello.
Bruno se aparece en el living rápidamente.
—Buenos días, señorita cabezona. Justo a tiempo para la excursión de hoy.
—¿Qué excursión?—consulto. Aparece Fabio detrás de Bruno. Sonríe pacíficamente como siempre. (Este tiene algo entre manos, a que me lo juego) —¿A dónde iremos?
Escucho el timbre y me parece un sonido extraño, muy poco familiar. En esta cabaña todos tenemos llaves.
—Iré a abrir.
Me frena una mano en mi hombro. Me sujeta Bruno y me hace muecas para que no haga ruidos, mientras Fabio toma cosas de la cocina a velocidad inhumana.
—Listo. Nos vamos —susurra muy suavemente Fabio.
Abre la puerta que da al patio y sale sin decir más nada. Bruno me lleva con él hasta donde salió Fabio. No comprendo que está sucediendo.
—¿A dónde
—Silencio —gruñe Bruno en mi mente.
No entiendo como pude escucharlo, aunque me hago una idea. Lucifer y él parece que hablaban de ese modo en frente mío.
Fabio está acomodándose la mochila. Después de asentirle a Bruno, despega sus alas negras. Bruno le imita y me hace señas de que me acerque aún más a él.
Soy tímida, me paro a dos pies de lejanía, por lo que él se termina acercando y me toma en brazos.
—¿Qué estas hacien
—¡No hables! —gruñe con más fuerza en mi mente y a la vez de forma silenciosa para cualquier otra persona.
Comenzamos a elevarnos en altura y ya me veo venir los mareos de siempre. Cierro mis ojos y oculto mi rostro en el cuello de mi piloto.
Siento como algo nos choca a los pocos minutos y comenzamos a perder vuelo.
—¡Bruno!
Su abrazo es débil y temo que me suelte por completo. Una de sus manos me suelta, pero con la otra me aprisiona lo suficiente para aún quedar en forma de bebé mecido.
Abro mis ojos y noto que Fabio está luchando con alguien que tiene alas blancas. Pronto se le acercan dos más. Nosotros tenemos a dos siguiéndonos por arriba. Comprendo el por qué estamos bajando.
—¡Necesito las dos manos Cielo!
¿Me va a soltar?
Nuevamente siento como algo nos golpea.
¡Oh por Dios!
—¡Abrázame con las piernas en mi cintura y con tus brazos en mi cuello!
Hago lo que pide y pronto siento un olor extraño, ni malo ni bueno, solo extraño, no lo reconozco. El aroma lo comienzo a reconocer a la vez que un viento fuerte me corre por detrás. Es un aroma entre a especias y algo más. Se me viene a la mente algo, un par de imágenes que nunca vi en mi vida, pero se que no son positivas. La reacción que tengo es mover mis brazos, ajustándolos, y segundos después de hacerlo me doy cuenta de que estoy ahorcando al pobre Bruno, aún así no puedo destrabar mis brazos y piernas. Estoy aterrada de caer y romperme en pedacitos.
Intento pensar en algo bonito. Recuerdos. Esos recuerdos los del verano siempre son buenos recuerdos en mi memoria. Repito mis últimas vacaciones, al menos unas tres veces, hasta que siento una mano acariciar mi espalda.
—Ya estamos en tierra. Puedes bajar.
Tengo los músculos tensados de tanto contraerlos. Me cuesta aflojarme, tardo un par de segundos en terminar de soltarme de Bruno.
Fabio se acerca y nos da una pequeña galleta, circular y blanca, similar a la ostia que tomamos cuando nos comulgamos.
Estos dos ponen esa cosa en su boca. Yo me quedo observándolos.
—El cuerpo del diablo.
Mis ojos salen de mis órbitas.
—¡¿Qué?!
—¡Es un chiste! Vamos, comételo para poder pasar de plano.
Me niego durante unos segundos, pero Bruno me pone cara de "te lo haré tragar si es necesario". Si, ya leo sus caras.
Una vez que pongo en mi boca esa cosa circular siento algo extraño moverse delante de mis ojos. Es como una vibración visible, algo similar a una neblina azulada.
Fabio ingresa y Bruno lo imita. Me quedo donde estoy, perdiendo sus figuras de mi visión en pocos segundos. Es como si una cortina de humo se expandiera en esa zona.
Una mano sale de la zona azulada. Me toma de la muñeca y me tira dentro.
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