13
Me pega un manotazo, haciéndome soltar la cuerda que aprisionaba a la madre de Jud.
Agarra ambas de mis muñecas y me tira de ellas hacia su cuerpo. Me presiona con rudeza, sin embargo no la suficiente para hacerme daño.
¿Es un abrazo?
Sus manos me toman de los hombros y me empuja un poco hacia atrás. Una sonrisa y ojos vidriosos me observan con apreciación todo el rostro y luego el cuerpo.
—¿Te encuentras bien?
¿Está preocupado por mi?
—Sssi —respondo algo insegura.
—¡Monstruo! —grita alguien a mis espaldas.
Es el padre de Jud. Le está golpeando la cabeza a un ángel de los cuales se intentan llevar a Jud a algún sitio.
Me perdí de algo. Fabio no está allí, donde estaba aprisionado, y tampoco lo veo detrás de mi padre. Tal vez ya lo llevaron a un escondite debajo del instituto o vaya uno a saber donde.
Una de las ventanas que dan al balcón es destruida y vuelan muchos vidrios, de los cuales, los estudiantes que estaban a unos metros, caen sobre sus cabezas y cuerpos.
El resto de las ventanas permanecen estáticas, no parece haber sido una bomba o algo similar.
Alguien tira de mi mientras veo entrar algo por la ventana. Tiene una capa negra. No. Tiene un par de alas negras, un rostro oscuro en tonalidad rojiza, como un color parecido al vino. Es púrpura, o algo así, ya que cambia su color al ponerse debajo de las luces que están en el techo.
Es una especie de murciélago gigante que no se queda quieto ni un segundo.
Baja, ataca a un par de adultos, supongo profesoras, luego a un par de ángeles que intentan derrotarlo. Mientras ocurre esto último, a unos metros, el padre de Jud es noqueado por el ángel y aunque se levanta, su pierna tiembla luego de ser pateado sistemáticamente por el oponente. Veo como cae y se da la cabeza de lleno contra el suelo.
Hago una mueca de dolor mientras veo acercarse a él una silueta, es tan veloz que al principio no la distingo. Es la madre de Jud. Está a su lado, abrazando el cuerpo descompensado de su marido. Comienza a llorar y a sacudirlo. Es cuando me doy cuenta que no reaccionará, lo ha perdido, lo hemos perdido.
Mi padre se acerca con unos breves pasos a la desconsolada mujer lentamente, demasiado tranquilo para mis sentimientos heridos profundamente.
Mi padre toma del brazo de ella, intentando levantarla del sitio. Ella se suelta, se niega a alejarse de su amado.
Estoy comenzando a sentir como mi corazón bombea a todo ritmo. Mis manos se humedecen, pero siento un frío horroroso por dentro.
Un par de semi ángeles comienzan a ingresar por una de las puertas de la entrada. La directora señala donde está Judith, aún en la máquina enorme de acero. Temo que no podré ayudarla, debo enfocarme en lo que si puedo hacer.
Estoy a punto de correr hacia la madre de Jud, cuando otra ventana se rompe, una cercana a donde me encuentro, lo que me hace cubrir el rostro con ambos antebrazos.
Observo como una figura conocida se estaciona como un helicóptero en el umbral de la ventana. Lentamente y observando todo, mientras las ráfagas de sus alas hacen caer a las pocas personas que aún se encontraban paradas cerca.
Veo como un par de niñas pequeñas, de diez años o menos, se abrazan entre ellas muertas de miedo luego de ver a Bruno allí.
No entiendo como aún no han salido por alguna puerta de emergencia o la puerta principal los alumnos.
Busco la forma de sacarlos de allí, aunque algo en mi mente me dice que me preocupe por Jud en primer lugar.
Recuerdo cuando Jud me decía que en un caso de incendio ella correría con los niños cerca y no con los de su edad. Siempre estaba pendiente de que todos estuviesen a salvo en los simulacros, aunque las profesoras continuamente nos pedían que no nos separásemos del grupo asignado. Por lo general nos tocaba con las chicas del último año, aunque una vez nos tocó con chicos más grandes y fue bastante incómodo. Jud no quería estar allí, quería ir con los más pequeños a verificar todo, y yo como no podía estar sin ella corrí detrás suyo. Nos delataron los malditos muchachos y a pesar del reto verbal de la directora en frente de todos, no hubo represalias mayores.
Bruno me trae a la realidad tomando de mi codo suavemente.
—Salgamos inmediatamente. —No grita pero me lo ordena con autoridad. —¡Ya! ¡Vamos!
No entiendo por qué se encuentra tan alterado ahora. En este momento están todos los semi ángeles caídos, desparramados por todo el sitio.
Es el mejor momento para ir tras Jud, no de huir como me solicita.
—¡No me iré sin Jud!
—Es tarde para ella. —Me señala un hueco en el piso donde antes estaba la máquina que la tenía prisionera. —La bajaron y está bloqueado el acceso.
—¡Te dije que no me voy a ir sin ella! —afirmo con tanta rudeza que escupo algo de saliva al aire.
—¡No te voy a dejar en este culto de cuarta cuando tu padre me pidió cuidarte! —Está enfadado pero aún más preocupado ¿por mí? —Me va a asesinar si ellos te retienen aquí.
Ah, está preocupado por el mismo. Egoísta de cuarta.
—¡Me importa una mierda lo que haga mi padre contigo!
—¡Y a mi me importa una mierda lo que hagan con tu amiga demoníaca! ¡No es de nuestro clan!
¡Qué le doy un puñetazo!
Intento pensar en algo que lo haga quedarse un tiempo más aquí.
—¿Y no te importa Fabio al menos?
—Fabio se liberó hace rato.
—¿Cuándo? Yo no lo
Algo me toca el hombro derecho.
Es Fabio. Okay.
—¿Estabas preocupada por mi bombón? —me giña un ojo de forma coqueta jugueteando.
¿De dónde salió este?
—¿No te tenían de rehén?
—Mi mascota preciosa me liberó de eso. La tengo bien educada, mira. —Me señala con una mano algo oscuro que se encuentra sentado y parece casi dormido. Parece un cachorrito aburrido. —¿No es precioso?
Parece que sabe que se refieren a él, levanta su cabeza y luego sus patas traseras con el resto de su no pequeño cuerpo. Se acerca como si moviese el rabo todo alegre y seguro.
Fabio le rasca el lomo y las orejas enormes puntiagudas que tiene.
Desagradable.
—¿Quién es un buen muchacho? —Al murciélago asqueroso le fascina la atención de su amo—. ¿Quién rescató a papá de los malditos coronados?
¿Malditos coronados?
—Okay...—Bruno no está tan feliz como el perro con alas— ¿Podemos salir de este sitio antes de que manden una segunda tanda guardianes celestiales?
Papá está observándome a lo lejos con horror pintado en todo su rostro. Sostiene a la madre de Jud en su hombro, conteniendo casi todo su cuerpo sobre él.
—Debo ir con mi padre —le aviso a Bruno.
—Si, ya nos vamos —dice y comienza a caminar hacia la ventana pero yo no lo sigo.
—No, me refiero a ese padre.
Bruno vuelve hacia donde estoy a paso ancho y me toma del brazo. Comienza a arrastrarme en contra de mi voluntad.
—¡Dije que necesito hablar con mi padre!
Hace oídos sordos y me sigue tirando hasta llegar al umbral por donde ingresó hace unos momentos.
—Vas a venir conmigo. No podemos hacer nada ahora.
Le pego varios manotazos para liberarme.
—¡Bruno! ¡Escúchame idiota!
Se detiene.
—¡No podes hacer nada por Jud ahora! —gruñe y me zamarrea con violencia. ¡Maldito insensible! —¡Venís por las buenas o por las malas!
—Te recomiendo por las buenas —acota algo divertido Fabio a mi lado con su mascota entre brazos, lo cual es bastante chistoso porque parece un peluche big size, un peluche bastante feo.
—Te conviene soltar a mi hija ahora mismo.
Papá aparece desde el aire con su par de alas casi invisibles a toda velocidad.
Bruno alcanza a alejarse lo suficientemente rápido para no ser estampado contra el puño cerrado del semi ángel enfurecido.
—Papito furioso con Bruno, diversión asegurada— bromea Fabio.
Papá me retira de la mano prisionera de Bruno y me esconde detrás suyo.
—Cielo, vete con la madre de Jud. Nos encontramos en la casa de los abuelos más tarde.
—Papá no voy a irme sin Jud y sin ti.
Por primera vez en tantos años veo cómo sonríe con dulzura. O tal vez sea la primera vez.
—Hija, te prometo que voy a estar bien. Estos demonios íncubo no son una gran amenaza para mi —intento comenzar a protestar pero me interrumpe—. Ve con tus abuelos, esa casa está protegida y no podrán ingresar. No te preocupes por mi. Te quiero viva y a salvo.
Bruno revolea los ojos al techo. Parece que lo estamos incomodando.
—Señor, no le vamos a hacer daño alguno— aclara Fabio con su mascota semidormida aún en sus brazos. Parece una abuela con su mascota favorita al abrir la puerta de la casa.
—Marcos, —él le devuelve una mirada asesina—digo, —aclara su garganta— señor Marcos, la casa de sus abuelos no es más un refugio— explica Fabio con algo de respeto y seriedad ahora.
Parece que Bruno optó por el arreglo verbal en vez de una nueva batalla campal. Escucho lo que tiene para decir.
—Estos coronados van tras ella, y ellos pueden acceder sin problema a ese sitio— continúa Bruno.
Marcos, es decir papá, lo mira curioso con su semblante serio que suponía haber heredado hasta hace unos días.
—¿Quiénes son ustedes y por qué protegen a Cielo?
—Somos sus hadas madrinas —responde Fabio con su gran humor mientras sigue rascando a la mascota tranquilamente.
Mi padre levanta una ceja dudoso, pero su mandíbula se afloja. Parece que haber bajado la guardia un poco. Es mi momento de hablar.
—Papá, son unos amigos, no te preocupes por ellos. Necesitamos enfocarnos en lo importante. Jud.
—Jud es un demonio de jerarquía alta —explica seriamente Bruno—. No podemos liberarla en estos momentos, pero si en un tiempo. —Hago una mueca en desacuerdo—. Tengo un plan, te lo prometo.
—Pero no
—No voy a dejarla aquí —Me imita penosamente.
Imbécil.
—¡Bruno, no estoy bromeando!
—Bruno, no estoy bromeando —ahora Fabio.
Si, estoy molesta por no tomarse en serio las cosas, sin embargo la imitación de Fabio en voz aguda es demasiado chistosa. Se me escapa una leve sonrisita, muy pequeña porque intento ocultarla.
Si yo estoy descolócala por estos chicos, ni hablar papá que nos mira totalmente confundido. Abre la boca, parece que está a punto de preguntar algo, pero es interrumpido por un sonido brutal que nos hace agacharnos y tapar los oídos. Me duelen los tímpanos y la cabeza me está por explotar.
Veo a Bruno comenzando a tambalear. Fabio se dobla de dolor, grita enloquecido, como si le estuviesen replicando la tortura de hace un rato.
Cierro los ojos con rudeza intentando mermar el dolor y así poder enfocar mi mente en alguna solución.
Abro los ojos cuando siento que me sacuden de uno de mis hombros. Es Tomas, papá está a su lado intentando levantar a Fabio. Bruno se mantiene en pie pero con dificultad. Está cerrando tanto su mandíbula como yo.
Veo que Tomas y papá intercambian palabras pero no los escucho en absoluto.
Tomas me levanta en brazos como a un bebé y papá segundos después levanta a Fabio. Lo lleva en forma de bolsa de papas hasta la ventana y comienza a levantar vuelo en segundos.
Bruno camina muy dificultoso, tropezando de vez en cuando detrás de Tomas. Cierro nuevamente los ojos al sentir aún más elevado el sonido. Es como un taladro mecánico en cada oreja, insoportable.
Comenzamos a volar y recuerdo lo mal que la paso en el aire. Cierro los ojos, siento la brisa en mi rostro y por primera vez eso me ayuda.
Cuánto más nos alejamos del instituto, menos siento el dolor que generaba el estruendo extraño. Una vez que pasan unos cuantos minutos puedo volver a enfocar la vista en algo más que puntitos negros.
Estamos por llegar a una playa, veo un arrecife cerca. El viento se hace más potente y comienzo a sentirme mal. El estómago me da vueltas y tengo la sensación de náuseas usual.
¿Alguna vez me acostumbraré a volar?
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