✶ ᭡⠀: 𝙄𝙡𝙪𝙨𝙞𝙤𝙣𝙚𝙨 𝙧𝙤𝙩𝙖𝙨 .

—Mi madre me dijo que no me convenias— el rubio dijo, apartándose de él y poniéndose de pie. —Cuanto me rogó porque yo no aceptará casarme contigo. Pero fui un idiota, un estúpido enamorado que en ese momento lo único que le importó fueron todas esas promesas que hiciste... Promesas que rompiste y que incluso ni cumpliste.

San bufó, pasando ambas manos por su rostro, e igualmente se levantó, la silla arrastrándose hacia atrás con un sonido chirriante por el impulso.

—¿Qué no te cumplí? ¿Estás diciéndome que no te cumplí cuando te he mantenido y dado todos los lujos que tanto te gustan?— golpeó la mesa con su puño, logrando que el menor se encogiera por el susto y la sorpresa —¡Mierda, Wooyoung! ¡Te lleve de vacaciones a París cuando tú me lo pediste, te compro ropa de las mejores y de las más caras marcas, te compre la maldita casa de tus sueños! ¿¡Que más quieres!?

—¡Que me respetes!— exclamó el ojiavellana, estallando cuando la rabia y el rencor no pudieron contener más en su interior. —¡Que me respetes como tú esposo que soy!

Las manos le temblaban y sentía que en cualquier momento colapsaría sobre el piso. Su rostro era un mar de lágrimas y la mirada de color café de su marido fija sobre él, pesada y cargada de incredulidad, le quemaba hasta la dermis, dolorosamente.

El corazón le palpitaba fuertemente y tuvo que apartar la mirada cuando el silencio por parte de su esposo se le hizo insoportable. Sorbio por la nariz y se limpió las mejillas en un movimiento tan brusco que una mueca de dolor se dibujo en sus labios. Sin embargo, nada era comparado con el dolor que sentía en el alma.

—Pero me ha quedado claro que eso, es demasiado pedir para ti— susurró, y con un suspiro entrecortado, comenzó a levantar los platos de la mesa, como si minutos atrás no hubiera estado a punto de romperse aún más.

San lo miraba atento, las palabras del rubio calandole hasta lo más profundo de su ser. Le dolía, sonaba estúpido, pero así era. Le dolía ver en lo que había convertido al chico del que se había enamorado. En alguien inseguro, incapaz de mostrar otra emoción en su rostro que no fuera solo tristeza. Y le quemaba, la culpa lo carcomía y lo hacía querer jalarse los cabellos arrancarselos de uno por uno. La frustración de no saber que hacer para deshacer sus errores los estaba matando.

Un suspiro salió de los labios del pálido cuando notó que se había quedado sin palabras, con la garganta seca y sin argumentos que lo justificaran. Se acercó al rubio, y sin decir palabra alguna, dejo el fantasma de un beso sobre una de sus mejillas para, posteriormente, hacer su camino hacia la habitación que ambos compartían. Todo en un silencio que desgarraba con dolorosas y filosas garras sus pechos que mantenían lo que alguna vez fue todo el amor que el uno al otro se tenían.

Y quizá aún estaba ahí, guardando en algún lugar. Escondido por miedo a ser lastimado de nuevo.

Wooyoung se quedó ahí, en la soledad del comedor, sosteniendo con tanta fuerza los platos sucios entre sus manos que solo cuando un crujido logró ser escuchado, salió de su estupor.

Pasó saliva ruidosamente, su garganta seca ardiendo al hacerlo.

Se sintió estúpido, inservible. Incapaz de hacer algo por defender su orgullo.

Una vez más sus sentimientos por su esposo lo había traicionado.

Lo siguiera días después de aquel pedido de divorcio fallido, para Wooyoung, había sido, podría decirse, más llevaderos.

San había empezado a llegar más temprano a casa. De vez en cuando, soprendiendo al menor con un ramo de flores o cajas de sus chocolates favoritos. Era extraño su comportamiento, y aunque a Wooyoung le gustaba, sabía que no debía acostumbrarse, pues sabía que si dejaba a la ilusión de pensar que el mayor realmente quería cambiar entrar a su sistema, la desilusión lo golpearía fuerte hasta matarlo. Y él ya estaba lo suficientemente muerto en vida como para soportar algo más.

Disfrutó del tiempo que su esposo le didicaba, y después de un mes en el que notó anomalía alguna por parte del pelinegro, comenzó a creer que el cambio en este era radical y serio.

Fue un iluso, de nuevo.

Porque tres días después a ese maravilloso mes, San había llegado a casa borracho que ni fuerza tenía para tomar un baño antes de meterse a la cama. Y Wooyoung se había quedado ahí, en medio de la habitación, viendo con ojos grandes y brillosos por las lágrimas ratenidas las enormes manchas de lápiz labial rosa que se esparcían burlonas por toda la camisa blanca y gran parte del cuello de su esposo.

Había cerrado sus puños tan fuerte, que sintió como sus propias uñas se enterraban en la carne tierna de sus palmas.

Estaba harto.

Harto de ilusionarse, de volar alto con las palabras de aquel hombre que desafortunadamente aún amaba y que el golpe al caer le rompiera cada vez más el alma junto su corazón ya de por si lastimado.

Había salido de la habitación con los pedazos de su corazón entre sus manos. Las mejillas húmedas y una promesa muda.

No se quedaría a ver como el hombre con el que se había casado se burlaba de él una y otra vez.

—¿Estás seguro de esto, Wooyoung?— el hombre frente a él preguntó, la taza de café siendo sostenida por sus manos frente a sus labios. Y Wooyoung bufó, porque era la segunda vez que le hacían aquella pregunta; y la respuesta siempre era la misma.

—No.— respondió en un susurro, y el hombre, que además era su mejor amigo y abogado, asintió. —No lo estoy, Yeo, pero ya no aguanto esto. Estoy harto.

Kang Yeosang, prestigiado abogado con varios años de experiencia. Él y Wooyoung se habían conocido al entrar a la universidad. Ambos con planes de vida totalmente diferentes, así como también intereses. Estudiaban carreras totalmente opuestas, pero aún así, ellos hicieron que su amistad funcionará. Y hasta el momento, todo iba de maravilla entre ambos.

—Si, lo entiendo, Woonie, pero, piénsalo un poco, ¿Realmente te convendría divorciarte de San?— Kang cuestionó, una ceja alzada y cierta astucia en sus ojos. —Estas teniendo una buena vida gracias a él.

—Sabes que eso nunca me ha importado— el rubio negó, su avellanada mirada fija un punto indefinido de su estudio privado. —Nunca me casé con San por su dinero. Yo tengo suficiente y para algo estudie una carrera. Si me casé con él fue porque realmente lo amaba... Porque realmente lo amo.

La sensación de vacío que sentía en la boca del estómago cada vez que se refería a aquel amor como algo pasado, era doloroso. Era un vacío sin fondo, o por lo menos así lo sentía el ojiavellana, donde poco a poco fue cayendo sin enterarse, haciéndolo sentir estúpido y tan ingenuo que por un momento el mismo se cuestionó el estar ciego. Quizá así era. Quizá todo ese amor que sentía y siente por el pelinegro lo había dejado completamente e irremediablemente ciego. Lo había alejado de sus propios sentidos. Viviendo solo del mayor como si este fuera su oxigeno, nutriente y agua. Como si fuera su única manera de vivir.

Quería pensar que no era así. Pero hasta ahora, no estaba seguro de aquello. Porque ¿Qué pasaba después de que es tu propia vida la que te quiere muerto?

—Aun así podrías quedarte con algo si así lo desearas.— el abogado comento en un encogimiento de hombros. Wooyoung bufó, porque sinceramente no sabía que tenía su amigo con su interés tan grande por el dinero y los vienes. Comenzaba a pensar que era un enfermo codicioso.

—No quiero nada, Yeo. Sólo quiero devuelta mi dignidad como persona.— respondió con voz temblorosa.

—Como quieras— Yeosang dijo, haciendo un movimiento sin importancia con sus manos. —Intentaré tenerte los papeles cuánto antes.

Y aquello, de cierta forma, el ojiavellana deseaba que no fuera tan pronto. Negó frunciendo el ceño. Era lo mejor, se repetía una y otra vez. Sin embargo, dolía.

A veces hacer lo correcto lastimaba.

—Gracias, Yeo.— suspiró. —Yo... Realmente no sé ni lo que estoy haciendo.— se sincero.

Kang suspiró, mirando afligido el estado de ánimo en el que su mejor amigo se encontraba. No iba a negar que cuando se enteró de las infidelidades de San quizo correr y romper cada hueso del ojimarron.

Sin embargo, también creía que Wooyoung era un poco idiota por querer separarse y no sacar beneficio de esto. Si su amigo se lo pidiera, él mismo podría encargarse de dejar a Choi en la ruina, sin nada. Eso y más se merecía el tipo por arruinar la felicidad de su mejor amigo.

—Escucha, Woo— el abogado habló, y otro suspiro escapa de sus labios —No puedo decir que te entiendo, porque sería estúpido de mi parte ya que, yo nunca he pasado por algo así. Pero te juro, que si me pides hundir a Choi, terminar con todo lo que lo rodea y quitarle hasta la más pequeña pertenencia, lo haré. Porque eres mi mejor amigo, vamos, casi hermano. Y ese maldito imbécil, sinceramente, no sé merece nada viniendo de ti. Mucho menos tus lágrimas.

Y los ojos de Wooyoung arden por las lágrimas que sentía, no podía retener más. Él está muy roto, se siente inservible y es una sensación que jamás se permitió pensar que sentiría. Y hora lo hace, no lo quiere, porque cada vez más le arranca el aliento.   Y no se siente bien, solo quiere salir corriendo, huir de todo y de todos. Y sabe que aquello sería cobarde y muy poco ético, pero no puede evitar desearlo. Limpia sus lágrimas con el dorso de su mano derecha, porque quizá Yeosang tiene razón; San no merece sus lágrimas.

Pero no puede evitarlo, porque aveces el amor duele, y él está irremediablemente enamorado.

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