xxxviii
𝟑𝟖.
¿CANSADA, HERMOSA?
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BUENOS AIRES, ARGENTINA
Abril 2011
Hace Once Años
Un Leandro de diecisiete años bufa para sí y vuelve a fijarse la hora en el reloj que lleva en la muñeca. Son las cuatro y cuarto de la tarde, o sea que ya en quince minutos debería estar empezando su sesión; se sermonea a sí mismo por haber llegado tan temprano, porque ahora toca esperar, y él odia esperar.
Salió de entrenar hace menos de media hora, por lo que todavía lleva puesta la remera de Boca y el sudor seco reposado sobre la piel. Se siente un boludo por no haber pasado por su casa para pegarse una ducha, pero su cerebro lo convenció de que llegaría tarde y ahora acá está, temprano.
Leandro se reacomoda en el sillón de la sala de espera y ojea sus alrededores. La secretaria, Rosa, está sentada donde siempre, detrás del escritorio, con los ojos en la pantalla del monitor y las manos tecleando a toda velocidad. Tiene los anteojos puestos y como la sala de espera está ocupada solo por el joven de diecisiete, la mujer le presta poca atención a sus alrededores. Se la ve aburrida, pero él aprendió con el tiempo que esa es solo su expresión natural.
Leandro ya lleva un año en terapia. No sabe bien por qué, no sabe qué está mal en su interior, pero su papá le dice que lo va a ayudar y él a su papá le hace caso. Por eso, a pesar de que le da mucha paja y el psiquiatra todavía no termina de caerle bien, Leandro llega al consultorio todos los jueves a las cuatro de la tarde y espera el horario de consulta con Diego.
Aburrido, se distrae un rato con una revista que encuentra en la mesa ratona de la sala de espera, la cual es sobre autos, pero tampoco le interesa mucho, así que termina dejándola. Vuelve a fijarse la hora en el reloj y se da cuenta que solo pasaron dos minutos.
La puerta de entrada del consultorio se abre y Leandro frunce el ceño, porque en el año entero que lleva asistiendo a estas sesiones, jamás ha visto a nadie llegar los jueves a las cuatro y veinte. Está muy acostumbrado a su rutina, entonces la perturbación de ésta lo agarra desprevenido. Por eso, mira extrañado a la enana rubia que se adentra en la sala. Ella no lo ve mientras cierra la puerta y se acerca a la secretaria.
—Hola —saluda la chica, y por la agudeza de su voz, Leandro nota que ella probablemente sea bastante joven.
Rosa alza la cabeza y mira a la rubia a través del marco de sus anteojos.
—Buenos días —saluda, expectante.
—Tengo turno con Diego a las cinco y media —explica la rubia.
Rosa enarca las cejas.
—Llegás temprano, mami —le dice, pero no le da mucha importancia, ya que vuelve a mirar la computadora—. Decime tu nombre y tu DNI. ¿Es tu primera sesión?
—Eh, sí. Isabella Bianchi —contesta la chica, y procede a deletrearle su DNI.
A Leandro el nombre le da vueltas por la cabeza durante un rato. La rubia termina de pasarle sus datos a Rosa y ella después le pide que tome asiento, ya que tiene un largo rato de espera, pero la joven no parece molesta por eso. Tiene un libro en la mano (Crimen y Castigo, de Dostoyevski), el cual abre ni bien toma asiento en el sillón opuesto al de Leandro. Él la mira mientras ella busca entre las páginas; después, la rubia — Isabella Bianchi — se mantiene quieta, con la mejilla reposada sobre la palma, para leer.
Leandro la mira y la mira, y cada vez se le hace más linda. Con el pelo rubio de costado, las cejas finas y los ojos oscuros concentrados, él no puede evitar pensar que aquella es una chica verdaderamente hermosa. Delicada, pero reluciente. Calcula que tendrá catorce o quince años y le genera un poco de morbo sentir atracción hacia una chica de esa edad, pero su belleza es inexcusable.
Igual, atracción solo no es, sino también curiosidad. Quiere saber quién es y por qué llegó tan temprano. Le gustaría hablarle, pero es demasiado tímido como para permitirse ese lujo.
Leandro después se va a enterar de que ella llega temprano a las consultas porque le gusta leer en un lugar silencioso como lo es la sala de espera del consultorio. Se va a enterar que ella, además de hermosa, también es inteligente. Se va a enterar que es tan interesante por fuera como lo es por dentro, que tiene una imaginación hermosa y una manera de proyectarla incluso mejor.
Pero para eso faltan un par de meses.
BUENOS AIRES, ARGENTINA
Noviembre 2022
Hoy
Leandro baja al comedor un par de minutos después de Rodrigo.
Por algún motivo, todos los nervios y el terror que sentía ni bien tocó el suelo de Buenos Aires se esfumaron, dejando atrás solo un rastro de plena confianza. Camina rápido, con la cabeza en alto, dándole poca importancia a la confrontación más que obvia que va a tener con Paulo una vez llegue al comedor. Cree que esto se debe a que la charla con Rodrigo lo dejó pensando y terminó llegando a la conclusión de que sí, él efectivamente no le debe nada a Paulo.
Siempre fue un pelotudo, ¿por qué no mantener la fachada?
Él no se va a disculpar por nada con nadie, porque no lo ve necesario. El único caso donde se vería a sí mismo pidiéndole perdón a Paulo sería si Paulo le pidiera perdón a él primero, porque a fin de cuentas, el que empezó esta cadena de engaños y desengaños fue él.
Por eso, Leandro no vacila ni un segundo antes de empujar abiertas las puertas del comedor y adentrarse en éste. Allí se encuentra ya a varios de los citados para el mundial, charlando y riendo amistosamente; no lo ven al ojiazul cuando entra, a pesar de que él estudia todo. Y rápidamente, se da cuenta de que Paulo no está ahí.
Deja escapar un suspiro, capaz está un poco aliviado. Pero no puede evitar fruncir el ceño, porque según tenía entendido, Paulo había viajado a Argentina con unos días de antelación, o sea que ya debería estar acá. Pero no, ni rastro de él.
Carraspea un poco y se acerca a la mesa. Al verlo, varios ovacionan y se levantan a saludarlo con choques de manos y palmadas en la espalda. Leandro se siente a gusto durante algunos segundos, sonriéndole a sus viejos amigos y poniéndose cómodo casi de inmediato. Sin embargo, una vez toma asiento en la mesa al lado de Nicolás, vuelve a fruncir el ceño.
—¿Paulo no baja? —pregunta disimuladamente.
—No, si no llegó todavía. Venía mañana creo, según lo que entendí —se encoge de hombros el mayor.
Leandro no contesta nada, pero sí maquina un rato, sobrepensando aquel hecho. Isabella le dio a entender que Paulo le había dicho que viajaría a Argentina algunos días antes, pero ahora él se viene a enterar que Paulo, de hecho, todavía no llegó. Y eso que su supuesto viaje de antelación fue hace casi tres días. ¿Dónde mierda está?
Se reclina en el asiento y no pasa mucho antes de que alguien saque una botella de fernet y se organice un partido de truco improvisado, bien a lo argentino. Leandro se prende, claro, y por un par de horitas se olvida de todo; de Paulo, de Isabella, del engaño, del amor, del matrimonio. Por un par de horitas, la pasa bien.
Pero a eso de las ocho de la noche, hora antes de que sirvan la cena, la juntada se va desmoronando y toca irse cada uno a su pensión. Entonces, como no se sabe dónde está Rodrigo, Leandro se encuentra solo, nuevamente pensando en todo lo que lo atormenta.
Se recuesta en la cama con las palmas detrás de la cabeza y se queda un rato mirando el techo, en la plenitud del silencio ininterrumpido, perturbado con sutileza por el correr del viento de verano a través de la ventana abierta. Ya oscurece.
Leandro suelta un respingo y agarra el teléfono. No lo duda dos veces antes de abrir el chat de Isabella y mandarle un mensaje, porque habrán estado separados por menos de dos días, pero él ya la extraña.
Rubia
En línea
rubiaaaa
gordaa
estás?
hola buenas
holaa
todo bien
sí
vos?
sí
qué hacésss
contame algo dale
nada tonto
estoy en la cama
con honey
tengo sueño y es tarde
es como la una acá
así que nada estoy ahí tirada
a ver foto
Unos segundos después, a Leandro le llega una foto de Isabella tirada en la cama. La habitación está completamente oscura, únicamente iluminada por el flash del celular, y Leandro puede ver que ella lleva puesto solo un gran remerón negro de AC/DC. Honey está acostada en su pecho. Él analiza la imagen durante un rato largo antes de sacarle captura de pantalla para guardársela. Después, teclea.
► Opened
qué linda la gata 😍
solo la gata?
fa
no hablaba de honey
ah sos un forro
jajajaj
no hermosa no te enojes era joda
me ofendí
vos también sos hermosa isa
videollamada?
ahoraaa?
qué paja
dale ortiva
dios
bueno
llamame
Leandro se sonríe ampliamente y de inmediato le da al botón para llamarla. El teléfono suena una vez hasta que Isabella contesta, dejando ver su rostro, con mala calidad pero no quitándole lo hermosa. La sonrisa de inmediato se amplía en la boca de Leandro al verla en la cama, boca abajo, con el cachete presionado contra la almohada y Honey acostada sobre ella.
—Hola —saluda él, irguiéndose un poco contra el respaldo.
—Tengo sueño —le dice ella de inmediato.
—Dormí.
—Ojalá. No puedo, tarado —Isabella pone los ojos en blanco—. ¿Qué hora es allá?
—Eh, las ocho, por ahí. ¿Allá?
—La una —suspira ella, y cambia de tema—. ¿Viajaste bien?
—Hubiese viajado mejor si hubieses venido conmigo.
—Bueno. Igual, no te pregunté, pero clave —dice ella.
—Sos re ortiva, Isabella. Podés ser buena conmigo, ¿sabés? —Leandro carcajea un poco, mirándola embobado con los ojos chinitos por la sonrisa.
—Ta, ta —ella vuelve a poner los ojos en blanco—. ¿Ya comiste?
—Todavía no. ¿Vos? ¿Qué comiste?
—Pedí de la Trattoria, pero no tenía hambre así que se lo di a Perla y Kenya.
—Lo hubieras guardado, taradita.
—No quise —acota Isabella.
Se remueve un poco en la cama y Leandro puede ver, como en la foto, que ella lleva puesto solo el remerón negro. Las sábanas están hechas un lío a su lado, está destapada, por lo que consigue un breve vistazo de la parte superior de los muslos desnudos de Isabella.
—¿Así dormís vos? —le pregunta Leandro después de darle una escaneada al cuerpo de la chica. Se muerde el labio inferior sin pensarlo.
—Sí —Isabella arquea una ceja de manera sugerente—. ¿Algún problema, ojitos?
—No, ninguno. Está perfecto —replica él, levantando la mano libre en señal de inocencia—. A ver, mostrame qué tenés abajo.
Isabella entiende lo que está tratando de hacer Leandro, por lo que esboza el fantasma de una media sonrisa. Él le devuelve el gesto con su propia sonrisa y ella de inmediato mueve la cámara hacia abajo, así exponiendo la mitad inferior de su cuerpo. No lleva nada, lo único que cubre su ropa interior es el remerón. Leandro ladea la cabeza y le mira las piernas desnudas.
—Me parece una elección apropiada —asiente Leandro con una media sonrisa—. Igual, ¿sabías que dicen que dormir desnudo es mejor para la circulación?
—¿Ah, sí? No sabía —asiente ella, mordiéndose el labio inferior para reprimir la sonrisa, pero igualmente haciéndose la difícil—. Ya probaré.
Leandro niega con la cabeza y suelta una pequeña risa nasal, mirándola completa.
—Qué forra que sos, eh. No sabés las ganas que tengo de comerte la boca —le dice—. Si te venías conmigo lo podría haber hecho.
—Y bueno, Lean. No se puede todo. Contentate con lo que tenés.
—Ah, no, creeme. Me contento lo suficiente —alza una ceja—. Pero me contentaría más si te levantaras un poco la remera. Para ver, nomás.
Una sonrisa sinuosa se adueña de los labios de Isabella. Leandro la observa y ella se muerde disimuladamente el labio inferior antes de apuntar la cámara hacia abajo y subirse un poco la remera, como pidió él. Leandro sonríe con dientes y se relame los labios al ver su cadera expuesta. Lleva puesta una pieza de ropa interior de encaje.
El movimiento espanta a Honey, que sale corriendo.
—Fa, ¿con eso dormís? —le dice Leandro, enarcando las cejas—. Qué atrevida, eh.
—Es cómodo —se encoge de hombros ella, restándole importancia, haciéndose la difícil.
—A ver, mostrame más.
Isabella repite la acción, pero esta vez se levanta más el remerón, y así Leandro puede verla completa del ombligo hacia abajo; la bombacha de encaje negro, medio transparente, con el pequeño moño en el dobladillo que le agrega una pizca de inocencia mal colocada. Se sonríe.
—No sabía que dormías así. De saberlo, no me hubiera ido más —le dice, obviando la connotación sexual de su declaración.
—Es para cuando vuelvas —le contesta Isabella, enfocando ahora su rostro.
—O para cuando vengas —sugiere Leandro.
Ella pone los ojos en blanco, pero la sonrisa no desaparece de su rostro. De hecho, solo se amplía un poco, como si el pensamiento la emocionara. Leandro sonríe.
—¿Sabés lo bien que me vendría un buen garche ahora? —le dice con un suspiro melancólico, sugestivo,
—¿Ahora? —Isabella se hace la sorprendida—. Vivís caliente vos, Leandro.
—Y sí. Con tremenda wacha como vos, imposible no estarlo.
Isabella se ruboriza un poco y aquello despierta un brote de ternura que se manifiesta en la forma de un revoloteo en el estómago de Leandro.
—Tocate, Isa —le pide sin más, serio.
La expresión de Isabella se oscurece un poco. Entrecierra los ojos y la sonrisa se vuelve un fantasma en sus labios; presente pero invisible. Lentamente, enfoca la cámara hacia abajo y apoya su mano libre en su abdomen, con los dedos deslizándose solo un poco por debajo de su bombacha.
—¿Así? —le pregunta ella.
—Sin miedo —incita él—. Dale, que me muero de ganas de verte.
Isabella no lo duda. Desliza un poco más la mano y se toca por debajo de su bombacha, dejándole ver a Leandro como empieza a trabajar sus dedos por sobre su centro bien lento. Él se muerde el labio y la mira con los ojos oscurecidos. Siente como toda la sangre le fluye hacia la entrepierna.
—Dale, ma, hacelo bien —insiste Leandro ante el tanteo de Isabella—. Tocate, te quiero escuchar gimiendo.
Isabella hunde los dientes en su labio inferior y saca la mano para escupir sobre sus dedos, así pudiendo usar su saliva como lubricante. Después, aparta su ropa interior hacia un costado y vuelve a tocarse; ahora, Leandro puede verla bien.
—Uy, Dios, me re ponés —dice él, palpándose un poco por sobre los joggings, ya que siente como se empieza a poner duro.
A medida que se masturba, ella se excita cada vez más. Pestañea pesadamente y separa los labios para dejar escapar pequeños jadeos, mostrándose más y más prendida. Acelera el movimiento de sus dedos y de a poco, Leandro empieza a escuchar el constante sonido mojado.
No puede evitarlo. Se baja los joggings y los bóxers y de inmediato envuelve la mano alrededor de su pija ya dura. Se toca un poco y después, manteniendo la mirada fija en Isabella, se chupa la palma y esparce su saliva por su falo.
—Lean... —susurra ella débilmente.
Leandro puede ver como le agarran algunos espasmos suaves en los muslos, por lo que él mismo empieza a pajearse. La vista hace que no se inhiba de soltar un pequeño gruñido.
—Dios, rubia —susurra—. No sabés cómo te la pondría si te tuviera conmigo.
Isabella deja escapar un gimoteo a modo de respuesta y se muerde el labio inferior con fuerza. Ambos aceleran el movimiento de sus manos, ella cada vez más mojada y él cada vez más duro.
—Unas ganas de que estés acá... —susurra Isabella, tan bajito que Leandro considera que quizás no se lo estaba diciendo a él, sino a sí misma.
—Cuando te vea te voy a dar hasta que no des más de gritar —le contesta.
Se masturba con rapidez, sin sacarle los ojos de encima. Ella ahora dibuja círculos alrededor de su clítoris, removiendo su lubricación, complaciéndose a sí misma e imaginando que es él quien lo hace. La mezcla de pensamientos y recuerdos parece funcionar bastante bien para ambos.
Un par de minutos después, ella se viene con un gemido reprimido. Leandro puede ver como el líquido blanco se cuela entre los dedos de Isabella, y aquella vista más los sonidos que se le escapan de la boca desencadenan su propio orgasmo. Se sigue masturbando a la vez que se viene, su descarga cayendo por su mano y por los costados de su pija. Por primera vez, cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás, soltando un pequeño gemido grave que llama la atención de Isabella.
—Mierda, Isa —dice él entre jadeos una vez que baja de su orgasmo—. Esto no lo hago con nadie más, eh. Solo vos.
—Más vale, tarado —le contesta ella con una risa entrecortada por su agitación.
Se toman un segundo para calmarse. Ella se reacomoda la ropa interior y va al baño para lavarse las manos, y él hace lo mismo. Después, se reencuentran a través de la pantalla, pero a ella ahora se la ve mucho más cansada.
—Dios —suspira Isabella, volviendo a tirarse boca abajo en la cama con un respingo.
—¿Cansada, hermosa? —Leandro sonríe engreídamente, con la mano detrás de la cabeza.
Isabella revolea los ojos con una sonrisa inconsciente.
—Voy a ir a dormir creo, mañana tengo que pasar por el club temprano —dice ella con pesar.
—¿Me abandonás?
—Te abandono.
—Mala.
—Mañana te llamo —dice Isabella de inmediato, tocando el siguiente tema con delicadeza—. Así de paso me contás qué onda con Paulo.
Leandro está a punto de contarle lo que se enteró, de que Paulo todavía no está ahí, pero se contiene de hacerlo. No quiere que Isabella saque las mismas conclusiones que él, no quiere que se haga ideas equivocadas ni que resulte más herida de lo que ya está; no quiere preocuparla al pedo, por lo que prefiere entender bien qué es lo que está pasando antes de contárselo.
—Sí. Todavía no me lo crucé, por suerte —miente con sutileza—. Andá a dormir, gorda. Mañana hablamos.
—Bueno, bueno —asiente Isa—. Buenas noches, Lean.
—Buenas noches, rubia.
Cortan la llamada con una sonrisa y Leandro se da vuelta en la cama con un suspiro. Siente que vuelve a tener diecisiete y que vuelve a ser ese pendejo enamorado.
Permanece un rato recostado contra el almohadón con los ojos cerrados, recordando nostálgicamente. Casi se duerme, pero la puerta se abre, sobresaltándolo. Mira por sobre su hombro y lo ve a Rodrigo dejando el teléfono en el diván.
—Opa, ¿y esa carucha? —pregunta el ojiazul al notarlo a su amigo preocupado, reposándose sobre sus codos.
—Llegó Paulo. Está abajo, no sé si querés ir a hablarle —Rodrigo se encoge de hombros.
Leandro tensa la mandíbula al escuchar las noticias. Frunce los labios y piensa por un momento, con el abdomen contraído por los nervios, antes de finalmente soltar un largo suspiro.
—Mierda —dice, dejándose caer sobre la cama con las manos sobre los ojos.
El momento de felicidad que le propinó hablar con Isabella se esfumó tan rápido como apareció y ahora verdaderamente tiene que enfrentar el gran problema que viene evitando.
a/n —
sepi
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