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𝟑𝟐.
TE CREO
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TURÍN, ITALIA
Octubre 2022
Como prometido, Isabella durmió en la cama con Leandro, en la habitación de huéspedes. Al principio, creyó que iba a ser muy distinto a dormir con Paulo, que estaría incómoda, pero ni bien sintió como el ojiazul se le pegaba por detrás y la abrazaba por la cintura, ni bien escuchó el latido de su corazón contra su espalda y su respiración contra su cuello, se dio cuenta que no podía sentirse mejor. Que no le daba claustrofobia, que no le molestaba, que le encantaba.
De hecho, cuando se despertó a la mañana siguiente, Leandro casi logra convencerla de quedarse en la cama, de saltarse el partido. Sin embargo, Isabella le había prometido a Paulo que iría a verlo, así que no iba a fallarle a su esposo. Aunque ya lo había hecho.
Eso sí: Leandro se aseguró de que Isabella tomara la promesa de meñique de que aquello se volvería a repetir ni bien tuvieran la oportunidad. Obvio que la duda todavía estaba presente, pero ella terminó por enganchar su dedo con el de Leandro, consolidando aquel juramento.
Ahora, Isabella está en el palco VIP del estadio junto a Jorgelina, con la remera del diez puesta y rodeada del murmullo constante de la audiencia mientras miran el partido. La Juventus está jugando contra Benfica, con ambos Leandro y Paulo como titulares. Ya están en el segundo tiempo, pero Isabella sigue nerviosa, ya que el equipo de Lisboa va a la delantera con un sólido 4-1. Los jugadores del blanquinegro la están pasando mal; sobre todo Paulo, que se lo ve estresado.
—Dale, ¡dale! —grita Isabella, haciendo gestos exagerados con las manos—. ¡A la izquierda, pelotudos, si está libre!
Jorgelina se ríe brevemente.
—Calma, Isa —dice, sosteniéndola de la remera, porque sabe que la rubia es capaz de tirarse de clavado del palco a la cancha.
Isabella se deja caer de vuelta sobre el asiento con un largo bufido.
—Quedan veinte minutos —dice.
—Ya sé, pero tranquila igual.
Isabella se muerde el labio.
Siguen mirando el partido por un par de minutos. Por suerte, cerca del minuto setenta y cinco, Paulo anota un gol y hace su clásica celebración, después parándose frente al palco VIP y señalándola a Isabella a la vez que le guiña un ojo. Ella recibe la dedicación con una sonrisa y le sopla un beso antes de escuchar una voz familiar a su lado.
—Permiso, ¿me puedo sentar acá?
Isabella está a punto de contestar que sí sin mirar a la emisora, pero reconoce la voz y voltea la cabeza con la velocidad de un rayo. Abre los ojos grandes como platos al reconocerla, ahí, con una sonrisa cómplice y la remera de la Juventus de dorsal treinta y dos.
—A-Ay, Cami —tartamudea Isabella, en shock.
—Dale, boluda, ¿ni un abrazo me vas a dar? —dice la chica, sonriente.
Jorgelina pega un gritito al reconocer a su amiga después de varias semanas y de inmediato se levanta para abrazarla, pero Isabella tarda un poco más, ya que no sabe cómo reaccionar. Se había olvidado que Camila le había dicho a Leandro que iba a estar en Turín durante algunos días, pero es que ahora la ve y solo puedo pensar en cómo la viene traicionando hace semanas. En el hecho de que Camila cruzó el océano para solucionar las cosas con su esposo, pero ella se lo está cogiendo a él desde el principio.
Se aclara la garganta y se para de un salto. Cuando Jorgelina suelta a Camila, Isabella da un paso adelante y estrecha a su amiga incómodamente de manera breve, incapaz de sostenerla durante mucho tiempo sin ahogarse en su propia culpa.
Resuelven los lugares en el palco: Jorgelina de un lado, Camila en el medio e Isabella del otro. Las primeras dos se ponen a charlar emocionadamente a medida que transcurre el partido, pero la rubia no se digna a participar de la conversación ya que no le sale del alma hacerse la desentendida con Camila, sabiendo que ella no sabe nada. No da más de la culpa.
Escucha la conversación a medias. Camila dice que llegó ayer muy tarde y que no planeaba venir al partido, pero quería hablar con Leandro cuanto antes, así que espera poder verlo hoy. Isabella no sabe cómo mierda decirle que su esposo viene garchándosela a ella hace rato.
En el minuto ochenta y cinco, Isabella nota como la Juventus toma el control de la pelota y encara hacia el arco, con Leandro a la delantera. Ella chista a las otras dos mujeres (no solo por la esperanza de un gol, sino también porque no quiere escucharlas más) y se para de un salto, mientras el murmullo de la audiencia crece refulgentemente. Camila y Jorgelina también se paran de sus asientos y ni bien Leandro atiza al arco para marcar el tercer gol del partido, las tres se ponen a gritar.
Se genera una aclamación ensordecedora que reverbera durante unos largos segundos en el estadio. Leandro se da una vuelta por el borde de la cancha, haciéndose vitorear por los hinchas de Juventus. Sin embargo, para la sorpresa de las tres mujeres, él después se enfrenta al palco VIP y levanta el dedo meñique.
Isabella palidece.
Mierda.
Lo hizo otra vez.
No puede contestarle por muchos motivos, así que no lo hace. Ni siquiera sonríe, y cree notar en la distancia como la sonrisa de Leandro mismo desaparece al verla a Camila ahí. Él trata de disimular el gesto al levantar el dedo índice en vez y señalarla a su esposa, quien sonríe emocionadamente, pero se nota que el ojiazul se puso nervioso.
Leandro se aleja después rápidamente y las tres mujeres se vuelven a sentar. Camila no está enterada de nada, sonríe como una boluda; Jorgelina, por su parte, siente que está teniendo un déjà vu, por lo que la mira a Isabella de reojo. La rubia se hace la distraída y pretende no darse cuenta.
El resto del partido transcurre tranquilo. La Juventus pierde 4-3 contra el Benfica, pero no es por eso que Isabella sigue sintiéndose al borde del colapso. Ya no sabe qué hacer y tampoco sabe cómo es que Leandro sigue siendo tan boludo como para hacer esa clase de cosas en público, frente a miles de personas, sabiendo que va a ser el único tema de conversación más tarde. Sabiendo que ella está casada. Sabiendo que lo que hacen está mal.
El partido termina y las tres mujeres dejan en el palco para encontrarse con sus respectivas parejas en la cancha. Paulo, Leandro y Ángel están todos juntos, así que Isabella no se pierde la primera interacción en semanas entre el ojiazul y Camila.
Se nota que ella quiere besarlo. Se nota que él no. Por eso, finalmente toman la decisión universal de simplemente saludarse con un abrazo a medias y un beso en el cachete, con una incomodidad por parte de él que Isabella puede sentir a kilómetros de distancia. Sin embargo, no puede seguir viendo, ya que Paulo le rodea el hombro con un brazo y le besa la sien.
—Qué paja que perdieron, che —dice ella de inmediato, mirándolos de reojo a Leandro y Camila—. Pero metiste un golazo.
—Sí, no sé. Pero no pasa nada —dice él de inmediato—. ¿Vamos a casa? Estoy cansadísimo.
Isabella mira a Leandro por sobre su hombro. Está hablando con Camila y ella no puede escuchar lo que dicen, pero se nota que él está nervioso, hablándole en voz baja. La rubia no sabe bien qué pensar.
—Sí —dice por fin, mirándolo a Paulo—. Vamos.
Empiezan a caminar de la mano hacia los vestuarios. Paulo saluda a varias personas y se engancha brevemente en un par de conversaciones, a lo que Isabella espera pacientemente. Durante una de éstas, Jorgelina se le acerca corriendo.
—¿Ya se van? —le pregunta a Isabella.
—Sí, si este muerto se apura —contesta la rubia, pateándole la parte de atrás de la rodilla a Paulo.
Él pierde el equilibrio y le dedica una mirada asesina por sobre su hombro, que es contestada con una sonrisa pícara por parte de la chica. Jorgelina responde con una risa a medias y después la agarra a Isabella de la mano, apartándola una o dos pasos. La más joven la mira con el ceño fruncido, extrañada.
—Escuchá, Isa —dice Jorgelina en voz un poco más baja—. ¿Podemos hablar en privado?
A Isabella se le seca la boca casi de inmediato. Lo mira por sobre su hombro a Paulo para asegurarse de que él no esté escuchando y por suerte, el cordobés está demasiado inmerso en su conversación con Paul como para siquiera darse cuenta de su ausencia.
—¿Ahora? —responde.
—No, no. Si querés te llamo más tarde cuando ya estés en tu casa —asegura la mayor, despreocupada pero seria—. No es nada grave, pero necesito hablar un toque con vos y necesito que sea a solas.
A Isabella se le llena la cabeza de preguntas y todas indican a lo mismo. Porque Jorgelina boluda no es, y las dos veces que Leandro le dedicó goles a Isabella, ella estuvo ahí.
—Okay —dice la rubia por fin, tragando saliva—. Llamame cuando quieras.
Jorgelina le dedica una sonrisa a medias y se acerca para saludarla con un beso en el cachete.
—Genial —dice—. Vayan a descansar ahora. Nos vemos.
—Nos vemos.
Acto seguido, se va. Isabella ya no sabe qué pensar.
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—Dios, Pau, no pares.
Paulo hace caso, embistiéndola con fuerza por detrás con una inusual brutalidad a sus estocadas que destaca. A Isabella ya le duele la espalda de estar doblada por sobre la mesa y tiene la piel del culo roja debido a los constantes golpes de las caderas de Paulo contra ésta, pero le encanta. Sobre todo porque su esposo no suele ser así de descuidado con ella, siempre se preocupa de no lastimarla; el cambio, a pesar de que Isabella no sabe a qué se debe, le fascina.
Se pusieron a coger ni bien llegaron a la casa, aprovechando que Leandro salió a cenar con Camila. Isabella estaba un poco bajoneada al principio por la repentina presencia de la esposa del ojiazul en Italia, pero ni bien Paulo la estampó contra la pared y le comió la boca, ella se olvidó por completo de todo y solo se dejó maltratar.
—Mierda —gime, mordiéndose el labio inferior con fuerza.
Paulo se aferra a un manojo de su pelo rubio y el escritorio golpea contra la pared con cada estocada, así dejando pequeñas marcas sobre la pintura. Se nota que el cordobés tiene bronca acumulada por motivos desconocidos e Isabella se encuentra a sí mismo preguntándose si aquello tiene que ver con la derrota en el partido o por lo que hizo Leandro.
—Estás apretadísima —dice Paulo en voz baja, tirando de su pelo para obligarla a arquear la espalda y así obtener una hermosa vista de su culo.
—Me voy a venir —contesta ella en un gimoteo débil, estirando una mano hacia atrás para tocarle la cadera.
Sin embargo, Paulo la aparta, juntándole las muñecas detrás de la espalda y así inhabilitándola de tocarlo. Isabella no se inhibe de soltar un gran gemido ante la brusquedad de sus acciones, ya que aquella posición le ocasiona un cosquilleo que le recorre todo el cuerpo, desde la cervical hasta el bajo de la espalda, hasta las puntas de los pies. Pero igual es una sensación agridulce verlo tratarla así, porque le encanta, pero no puede evitar preocuparse un poco.
En la habitación se escuchan solamente los jadeos de Paulo, los gemidos de Isabella y el sonido de sus pieles chocando repetidamente, violentamente. Sus pieles están recubiertas de una fina capa de sudor, el pelo humedecido por éste y sus cuerpos tensos cuanto más se acercan sus orgasmos. Isabella se siente al borde, extasiada, con Paulo cogiéndosela con fuerza por detrás.
También siente un poco de remordimiento porque ocasionalmente, su cerebro le muestra una imagen de Leandro y ella no puede evitar gemir.
Unas estocadas más e Isabella por fin se viene. Paulo ralentiza y la deja sobrellevar su orgasmo, viniéndose él mismo poco después y llenándola completa con su descarga. Ambos gimen y él se dobla por encima de ella para apoyar su frente contra su espalda. Jadean el uno contra el otro.
—Dios, Paulo... —dice ella en una exhalación pesada.
Paulo contesta con un suspiro a medias antes de finalmente erguirse y salir de su interior. Isabella deja escapar un gimoteo debido al dolor entre sus piernas y se siente un poco vacía sin Paulo dentro suyo, pero se acostumbra rápido y vuelve a subirse la bombacha. Después, se da vuelta; su esposo ya se subió los bóxers y el jogging y se acerca a la cama, por lo que Isabella reposa la espalda contra el escritorio con el ceño fruncido.
Lo observa. Evidentemente, Paulo está raro.
Ella ve como el cordobés se frena un segundo antes de acostarse, con el ceño fruncido, como pensando algo.
—¿Hiciste la cama? —pregunta él repentinamente.
Isabella frunce el ceño.
—¿Eh?
—La cama —repite él, mirándola críptico—. Está hecha. Vos nunca hacés la cama y yo pasé la noche afuera. ¿Hiciste la cama?
Isabella se pone roja. No se le pasó por la cabeza fijarse en aquel detalle ni se le ocurrió que Paulo podría darse cuenta, pero ahora que él se lo menciona, los nervios la inundan a toda velocidad. Y es que ella en realidad pasó la noche en el cuarto de Leandro.
—Eh, sí —miente de inmediato—. Sí, sí, eh... estaba hecho un caos el cuarto así que ordené un poco nomás.
Isabella puede ver en los ojos de Paulo que él no se la cree ni un poco. Y es que claro: está demasiado fuera de personaje que ella se digne a ordenar la cama, cuando él sabe bien que ella nunca lo hace. El escritorio, sí; el armario, sí; el baño, sí. Pero la cama, nunca.
Sin embargo, él no hace ningún comentario más al respecto. Aparta la mirada e Isabella lo mira, extrañada y con la ansiedad a tope.
—¿Estás bien? —le pregunta, atándose el pelo para airearse el cuello, ya que está acalorada.
Lo observa mientras él se recuesta en la cama contra el respaldo, con las piernas cruzadas y el celular en la mano.
—Mhm —contesta Paulo, tajante, clavando la vista en el celular.
—Claro —Isabella arquea la ceja, poco convencida.
El cordobés alza la mirada y la ojea brevemente por sobre el marco del celular. Después, vuelve a bajar la mirada.
—Estoy bien —dice, convencido, pero Isabella todavía no le cree.
—¿Es por el partido? —pregunta preocupadamente, subiéndose a la cama y gateando hasta él para sentarse a su lado y apoyarle una mano en el muslo—. Ya te dije, amor, no tenés que...
—Estoy bien —la corta Paulo.
—Si estás bien, entonces tratame bien —le dice con una cara de orto notoria.
El cordobés por fin levanta la mirada del todo, soltando un largo suspiro.
—Basta, Isabella. No tengo ganas de hablar ahora —le contesta con fuerza, mirándola fijamente a los ojos.
Isabella alza las cejas, sorprendida por el repentino tono de voz de Paulo. Él no le habla así, nunca. Por eso, aunque quizás esté siendo caprichosa, ella se levanta de la cama y se aleja de él. Recoge una remera y unos joggings del piso y se los pone rápidamente, después agarrando su celular, un paquete de cigarrillos y su encendedor del escritorio para así dejar la habitación.
Paulo no la llama, ni la mira, ni trata de frenarla y ella solo suelta una risa sin gracia. Sabe que no tiene el derecho de hacerse la caprichosa en este momento, sobre todo porque la que está haciendo las cosas mal es ella, pero preferiría que Paulo simplemente la encare en vez de hacerle las cosas más difícil de lo que ya son, así podrían discutir sus molestias como adultos. Que él le haga el tratamiento silencioso no le va nada.
Camina por el pasillo hasta llegar a las escaleras que dan a la terraza. Sube a toda velocidad mientras saca un cigarrillo y lo prende, después haciéndose paso por la puerta para salir a la intemperie. De inmediato tiembla por el frío y se arrepiente de haber sido tan boluda como para no haber agarrado un abrigo, pero no planea volver a la habitación hasta que Paulo se haya dormido.
Por eso, después de mirar el cielo oscurecido y las estrellas espolvoreadas a través de las nubes tormentosas, Isabella se sienta en uno de los grandes sillones redondos y se lleva el cigarrillo a la boca. Escucha el suave ruido del jacuzzi detrás de ella y disfruta del humo que le penetra el sistema, haciéndola mierda pero generándole esa sensación gustosa que tanto le encanta.
Se queda pensando un rato. No piensa mucho en Paulo para no amargar el momento. En el que sí piensa es en Leandro; en qué estará haciendo, cuándo volverá, de qué estarán hablando con Camila. De si él seguirá sintiendo algo por su esposa. De si lo que tiene ella con Leandro es solo sexo o si es algo más, de si su enamoramiento a los diecisiete influye en algo en sus pensamientos actuales hacia ella.
De repente, empieza a fantasear en una relación con Leandro. En despertarse a su lado; en besarlo pero no para coger, sino para sentirlo; en hacerle el desayuno, en ir a verlo a los partidos; en salir a cenar y a hacer las compras de la casa; en hacer tareas mundanas junto a él, como ordenar la cama o lavar los platos.
Se frena a sí misma antes de que su cerebro pueda hacerla caer por algo que no es real. No quiere ser la boluda que se enamora de los amigos de su esposo. Del amigo de su esposo.
Niega con la cabeza. Claro que no podría enamorarse de él. Leandro muestra que tiene más facetas de lo que hace parecer, que no es solamente un pelotudo, pero Isabella escuchó suficiente de él como para hacerse una idea. Es vengativo, es cerrado y está severamente lastimado por cosas de su pasado, las cuales todavía influyen en su presente. Las cuales lo hacen quién es, pero también lo hacen una persona extremadamente difícil que amar. Aunque él constantemente le pruebe a Isabella lo contrario.
Ella no quiere enamorarse de Leandro y después terminar como Camila; no quiere que Leandro pase de amarla a odiarla de la forma en que le pasó con su esposa. Gorrearla todos los días con una chica distinta, mentirle, manipularla. Y aunque sabe que ella es mucho menos sumisa que Camila, no puede evitar sentir miedo de alguna vez dejarse convencer por las mentiras de Leandro.
Dios, ¿por qué mierda piensa en estas cosas? Leandro no le gusta para nada, más allá de cómo la coge. No son nada y ella ya está pensando en cómo terminaría su relación.
El teléfono de Isabella vibra en su regazo y ella lo levanta. Y mierda, es Jorgelina.
Si contesta, está casi segura de que ella le va a hablar sobre Paulo y Leandro, e Isabella no sabe si se encuentra en condiciones para discutir ese tópico ahora. Pero no puede no contestar, así que se lleva el teléfono al oído.
—¿Hola? —dice, dándole una calada al cigarrillo y después exhalándole el humo a la noche.
—Hola, Isa, ¿todo bien? —contesta tranquilamente Jorgelina del otro lado de la línea—. ¿Estás para hablar un rato?
Isabella traga saliva y vuelve a llevarse el cigarrillo a la boca. No, no está para hablar, ¿pero le queda otra? No.
—Sí —dice con un hilo de voz, rezando porque Jorgelina no pueda distinguir sus nervios a través de la línea.
—Bueno, mirá —empieza ella con un largo suspiro, midiendo sus siguientes palabras rigurosamente—. Yo tengo bien en claro que esto no es nada de mi incumbencia y que no debería meterme en situaciones ajenas. No te voy a juzgar por nada de lo que hagas, son tus decisiones de vida y yo no estoy en el derecho de criticarte por eso. Pero tenés que entender que yo a Paulo lo conozco hace muchos años y le tengo cariño...
Mierda.
—No hay drama. Decime —apura Isabella, nerviosa.
—Bueno, es que... en los últimos partidos, no pude evitar notarlo... —dice Jorgelina—. Capaz estoy diciendo cualquier cosa. Corregime si estoy equivocada, pero tengo la impresión de que esos dos goles Leandro te los dedicó a vos. Vos sabés de cuáles hablo.
Obvio que sabe. Es lo único en lo que piensa hace semanas.
—Y, nada, eso. En el primer partido, vos viniste con la remera de Leandro y él hizo eso. Y sé que él ahora se está quedando con ustedes en la casa, y que se está divorciando con Cami —sigue. Mierda, mierda, mierda. Se hace un breve silencio—. Isa, si vos te estás acostando con Leandro, o estás en algo con él, podés confiar en mí para decírmelo. Yo no voy a salir a hablar de nada con nadie. Te lo prometo.
Isabella contiene la respiración. Se le comprime el pecho. Era obvio. Era obvio, mierda. Y ahora está entrando en pánico, ahora no sabe qué contestar y no sabe dónde poner las manos y lo único que quiere hacer es apoyarse la boquilla del cigarrillo contra la pierna y que le duela hasta llorar.
Ya no está nerviosa. Ahora, está asustada. Hace tres años que se viene mandando cagada tras cagada, arruinando a la única persona que demostró realmente amarla. Ella siempre se creyó una chica consciente y capaz, pero todo lo que pasó con Leandro hasta ahora, todo lo que le hizo a Paulo, le dan a entender que ella quizás no sea tan buena persona como creyó en un principio. Por eso, tiene mucho miedo.
La mentira le sale sola. Ya llegó hasta acá; ya le dijo a todos que no, se dijo a sí misma que no. Ya se convenció de sus propios engaños. Si lo admite en voz alta, jamás se va a perdonar.
—No me estoy acostando con Leandro —dice.
Le tiembla el labio inferior. Apenas puede controlar su voz para no quebrar ahí mismo.
—Isa —dice simplemente Jorgelina, como tratando de sonsacar alguna clase de información de ella. Como si no terminara de creerle.
—No me estoy acostando con él —repite la rubia, golpeteando el talón con fuerza contra el piso, buscando sentir algo más que el miedo que hace que se le desboque el corazón. Empieza a agitarse—. Te prometo que no, Jorge, yo... en serio. No me estoy acostando con él. No le haría eso a Paulo.
Solo está empeorando las cosas.
—Okay, okay, Isa, tranquila. Te creo —consuela la mayor; debe haber escuchado cómo le temblaba la voz—. Está bien, ¿sí? Te creo. Solo quería estar segura.
—Te lo juro.
Isabella jadea.
—Okay —dice ella con calma—. Era eso. Si me decís que no, yo te creo. No voy a dudar de vos. Solo quería estar segura. Así que gracias por aclararme esto, ¿sí?
—Sí —Isabella tiene la boca tan seca que apenas puede hablar.
—Buenas noches, Isa. Quedate tranquila, olvídate del tema.
—Chau.
Dios, ¿pero qué mierda hizo?
a/n —
reaparezco
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