xxviii
𝟐𝟖.
ME FIJARÍA
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TURÍN, ITALIA
Octubre 2022
Isabella se levanta la mañana siguiente con unos brazos alrededor de su cuerpo, abrazándola con fuerza. Escucha una respiración en su oído y el latido de un corazón contra su pecho, y está a punto de sonreír, pero después se da cuenta que quien está atrás suyo no es Leandro, sino Paulo.
Las memorias de la noche pasada le llegan en un torrente. Un cigarrillo, una visita nocturna, una cogida sobre el escritorio y una confesión inesperada. Por un segundo, considera la opción de que todo lo sucedido haya sido un sueño, pero es demasiado vívido, demasiado real como para serlo.
Y si fue un sueño, entonces fue uno de los mejores. Y eso que a ella no le gusta soñar.
Cogieron la noche anterior. Leandro le dijo la verdad, le dijo que se conocían de antes y que él estaba enamorado de ella. E Isabella todavía no lo recuerda, solo reconoce sus ojos, pero igualmente, se siente más cercana a él. Más conectada. De hecho, despertarse ahora al lado de Paulo la agarra desprevenida, a pesar de que lleva años de su vida siguiendo aquella misma rutina.
Extraña a Leandro.
Se mueve un poco, se despereza, pero un fuerte dolor le recorre el cuerpo. No sabe bien de dónde proviene, pero se hace una idea; sobre todo cuando se da la vuelta y siente un ardor insoportable entre las piernas. Cuando sabe bien el por qué, concluye que aquel dolorcito le encanta.
—Buen día —le susurra Paulo en el oído, removiéndose un poco para besarle la mejilla.
—Hola —le dice ella, con los ojos todavía cerrados.
—¿Cómo dormiste?
—Bien, bien. ¿Vos?
—Muy bien —sonríe él.
Se acurruca contra ella y la sostiene con fuerza, enterrando su nariz en el hueco de su cuello para inhalar ese aroma que tan bien conoce. A Isabella se le estremece la piel al sentir la respiración de Paulo contra su piel y no puede evitar deslizarse un poco hacia atrás para pegarse contra su pecho. Al hacerlo, sin embargo, accidentalmente se frota también contra su entrepierna.
—Fa, calma, loca —se ríe él—. Es temprano todavía.
—Perdón —se ríe ella por lo bajo.
—No, perdón no —Paulo abre los ojos y deja un par de besos castos en su cuello, acariciándole la piel de la cintura por debajo de la remera.
Isabella se gira por sobre su hombro y él toma la oportunidad para encontrar sus labios en un suave beso. Ella siente su mano recorriéndole la curva de la cadera hasta encontrarse con la parte trasera de su muslo, el cual él acaricia suavemente, justo por debajo de su culo. Se presiona contra ella e Isabella suelta un jadeo entre sus labios.
—¿Puedo? —le pregunta Paulo.
Leandro no preguntaría.
A Isabella le surge un repentino arrebato de culpa recordando todo lo sucedido con el ojiazul la noche anterior. El hecho de que se lo cogió en aquella misma casa, con su esposo durmiendo en la habitación continua, dejándose dominar tan fácilmente, la carcome completa. Pero a pesar de que se siente culpable, esta vez no se arrepiente. De hecho, está casi segura de que lo volvería a repetir.
No puede decirle que no a Paulo, entonces le dice que sí.
Asiente entre el beso y él toma la oportunidad de introducir su lengua en su boca, saboreándola con calma y lentitud, gentilmente. Ella nota la gran diferencia entre la manera de Leandro y la manera de Paulo; donde uno es suave, él otro es brutal.
El beso se torna en algo un poco más caliente, se desesperan por tocarse y pronto empiezan a jadear. Paulo le baja el short y la bombacha y después se deshace de sus bóxers como puede, ya empezando a ponerse duro. Presiona su pecho contra la espalda de Isabella a la vez que engancha la mano en la parte trasera de la rodilla de la chica, subiéndola un poco para así tener acceso completo a ella. Le envuelve el abdomen con un brazo y toma su pija con la otra, tanteándola un poco con su glande, después chupándose la mano y esparciendo la saliva por su miembro para usarla como lubricante. Ella ya se empieza a mojar y para cuando Paulo se posiciona en su entrada, Isabella ya está soltando pequeños quejidos de dolor, con la cogida de la noche anterior repercutiendo en su cuerpo.
Isabella rompe el beso y se da vuelta para quedar de espaldas a él mientras Paulo se adentra en ella suavemente. Ella suelta un gemido por lo bajo debido al ardor y él jadea, tomándola de la cintura para empezar a moverse con lentitud.
—Estás apretadísima... —le susurra, guiando el movimiento del cuerpo de Isabella de adelante hacia atrás a la vez que mece las caderas para embestirla.
Se reposa sobre su codo para poder verla mejor y le sostiene el muslo en alto con la otra mano, cogiéndosela por detrás, lentamente apurando el movimiento de sus caderas. Isabella suelta gemidos y quejidos por lo bajo, aferrándose con fuerza a las sábanas y cerrando los ojos con el ceño firmemente fruncido.
—Paulo... —gime en una exhalación pesada.
Cuando Paulo vuelve a acelerar el ritmo, la habitación se inunda del repetitivo sonido de sus pieles chocando, más los jadeos y gemidos que salen de sus bocas. Ambos ya sudan bajo las sábanas e Isabella siente una presión en el bajo de su espalda, por lo que sabe que no va a tardar mucho en venirse.
Algunos recuerdos le invaden la mente: Leandro escupiéndole en la boca, sosteniéndola del pelo, puteándola mientras la coge por delante, colgando sus piernas de sus hombros y dándole justo en el punto G una y otra y otra vez... la imagen de la noche anterior está grabada en su cabeza y recordarla en esta situación hace que se moje aún más, por lo que las embestidas de Paulo, adentro y afuera, pronto empiezan a sonar más mojadas, agitando su lubricación. A Isabella le tiemblan los muslos y contornea sus caderas hacia atrás para sentir más, ajustándose al ritmo lento de su esposo que contrasta con la violencia de las embestidas de Leandro.
—Más fuerte —pide ella, tratando que aquello se asemeje en algo a lo sucedido la noche anterior.
Paulo hace caso y empieza a cogérsela un poco más rápido, ahora sosteniéndola de la cadera para hacerle apoyo a las estocadas. El dolorcito placentero que le dejó el encuentro de anoche es suficiente para generarle a Isabella un subidón de adrenalina, por lo que no tarda en venirse con un gemido un poco más fuerte. Las embestidas se vuelven un poco más torpes y resbaladizas. Paulo se viene en su interior casi a la vez, llenándola, gimiéndole suave en el oído.
—Mierda, Isa... —susurra mientras bajan del clímax. Le planta un suave beso en la mandíbula—. Qué bien que empezamos la mañana.
Ella se sonríe un poco, con los ojos todavía cerrados y el pecho inflándosele y desinflándosele con rapidez debido a su agitación. Asiente a medias, preguntándose cuándo es que llegó al punto de cogerse a dos hombres en una misma noche. No sabe si le molesta o no, pero sabe que no puede quejarse.
Paulo sale de su interior y ella suelta un quejido de dolor, a lo que él de inmediato le acaricia la cadera y le besa le sien.
—¿Estás bien? —le pregunta.
—Sí, sí. Me duele un poco nomás —le dice.
Paulo sonríe.
—Okay —vuelve a besarle la sien y después le muerde el hombro con suavidad, juguetón—. Peguémonos una ducha y después bajemos a desayunar, ¿sí?
Isabella resopla por lo bajo, ya agotada aunque ni siquiera empezó el día.
—Sí.
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—¿Dos en una misma noche? Fa, rubia, no te tenía así.
Al escuchar su voz, Isabella se sobresalta un poco. Está recién bañada, Paulo todavía está arriba cambiándose por lo que se encuentra a solas en la cocina con Leandro. Verlo le genera un tirón en el estómago, ya que nuevamente recuerda lo sucedido anoche. Además de que el hijo de puta se ve hermoso.
Lleva puestos unos shorts deportivos blancos y una remera negra ceñida. Sonríe pícaramente mientras la mira, sentado en una de las bancas de la barra con una taza de té en frente y los brazos cruzados sobre su pecho. Tiene los bíceps flexionados bajo las capas de tinta y a Isabella se le hace agua la boca, pero cae en la cuenta de lo que dijo el hombre y palidece.
—¿Escuchaste algo? —pregunta, horrorizada, aunque ni siquiera sabe por qué.
—Obvio. No sos la más silenciosa, que digamos —Leandro se encoge de hombros—. Aunque, bueno, eso ya lo sabía.
Isabella casi se ahoga con su propia saliva.
—No sé de qué hablás —dice nerviosamente, evitando mirarlo mientras rodea la barra.
Le da la espalda y agarra la cafetera para servirse una taza. Leandro, por su parte, le recorre el cuerpo entero con la mirada desde su lugar, mordiéndose el labio inferior.
—Sabés bien de qué hablo —replica él en un tono de voz bajo.
Isabella se da vuelta, resoplando. Apoya la taza humeante sobre la mesada y después se estira por sobre la barra para acercar su rostro al de Leandro. Él todavía sonríe y le mira los labios, ladeando un poco la cabeza.
—Dale, hermosa. ¿Qué tenés para decir? —le dice con la voz grave, ronca, incitándola mientras le mira la boca con poca discreción.
—No vayas a decir nada, ¿me escuchaste? —le advierte ella en un susurro nervioso, mirándolo desafiante.
—¿Y ese humorcito? Uno pensaría que tres orgasmos en una misma noche serían suficientes para contentarte. ¿Tan caprichosa sos?
Isabella le pone los ojos en blanco y se vuelve a dar vuelta, agarrando su taza de la mesada, justo al tiempo que Paulo entra la cocina. Al estar de espaldas, ella por fin suelta toda la respiración que estaba conteniendo, ya que estar tan cerca de Leandro logra desordenarle los pensamientos.
—Buenas —saluda el cordobés, palmeándole el hombro a Leandro amigablemente.
Rodea la barra para pararse detrás de ésta junto a Isabella y después se sirve una taza de café para sí. Isabella, mientras tanto, vuelve a darse vuelta y se apoya sobre la barra, enfrentada con Leandro. Paulo no pierde la oportunidad de palmearle el culo a su esposa con un poco de fuerza, haciendo que ella se muerda el labio inferior para reprimir un quejido de dolor. Leandro la mira y se ríe por lo bajo, sabiendo que eso es a causa de él, e Isabella le dedica una mirada de puro odio.
Escuchan un maullido proveniente de algún lugar de la cocina y a la rubia se le ilumina la cara. Pandito se trepa a la mesada y a ella de inmediato se le agudiza la voz mientras corre a abrazarlo y besarlo. Hace rato que no lo veía al gato. Leandro la mira enternecido mientras ella sofoca a Pandito en un abrazo.
—¿Dónde estabas? —le pregunta Isabella al animal. Pandito maúlla—. La próxima avísame si vas a salir, boludo.
—Durmió conmigo —dice Leandro, haciendo un gesto con la cabeza..
Isabella alza la mirada y Paulo le echa un vistazo al ojiazul por sobre su hombro. La rubia después vuelve a mirarlo al gato con un ojo crítico.
—Ah, sos un traicionero vos, forro —le dice.
Isabella después lo levanta de la mesa (como puede, el gato pesa ocho kilos), y sosteniendo a duras penas la taza de café, se lo lleva escaleras arriba, dejándolos a Paulo y a Leandro solos en la cocina. El ojiazul lo mira al cordobés, que se termina de preparar el café de espaldas a él.
—Lindo el gato —dice Leandro.
Y la dueña también.
—Sí, re —sonríe Paulo, mirándolo por sobre su hombro brevemente—. Era flaco antes, no sé qué le pasó.
Leandro suelta una carcajada.
—Isa lo re quiere, ¿no?
—Ni te imaginás. Le tiene muchísimo cariño, no puede ni dormirse sin él.
Leandro alza las cejas y asiente.
—Mirá, ¿posta? ¿Y por qué?
—Y... viste, ella es muy cerrada —explica Paulo, dándose la vuelta y reposándose contra la mesada—. Le cuesta hablarle a la gente, entonces le habla al gato.
Leandro, enternecido, sonríe un poco. Esa chica cada vez le gusta más.
—¿Con vos tampoco habla? —pregunta después.
—Más o menos. No me dice cómo está o cómo se siente, pero confía en mí como para contarme cosas no le contó a nadie —explica Paulo.
—Y, me imagino. Con lo que te quiere.
Leandro declara sus últimas palabras con una pequeña sonrisa maliciosa. Paulo frunce un poco el ceño, pero no piensa mucho al respecto.
—Sí. Pero igual a veces que sea tan cerrada es medio un problema —explica el cordobés, sorbiendo de la taza—. Yo la re banco pero ella se guarda todo. A veces se pone de malhumor y se desquita conmigo. Y obvio que yo no la culpo, trato de ayudarla, pero viste... siempre tuvo problemas para manejar su enojo.
Leandro, ahora intrigado, frunce el ceño y se reposa contra la barra.
—Y pero, ¿por qué es tan cerrada?
Paulo se encoge de hombros.
—Tuvo algunos temas de más chica. No sé, no habla mucho de eso.
A Leandro aquello le despierta una inminente curiosidad, dejándolo pensativo. Baja la mirada y revuelve esa información en su cabeza, preguntándose qué podría haberle pasado a la chica como para que se aísle así del exterior. Obviamente sabe que ella iba al psiquiatra de más chica y eso no es un detalle menor, pero ahora que lo piensa, es verdad que Isabella nunca le dijo nada sobre su vida personal.
—Mirá —asiente, sorprendido por la información—. Lo del enojo no se le nota de afuera. Tiene cara de ser tranquila.
—Sí, es que es re tranquila. Pero si se saca, se saca mal —explica el cordobés—. Igual, no pienses distinto de ella. Es un sol, demasiado buena para su bien. El amor y la confianza no le vienen fácil, pero te juro, es capaz de dejarlo todo por la gente que ama.
—Me imagino —dice Leandro, alzando una ceja—. Y es impulsiva también, se le ve.
Paulo frunce el ceño. Sí, es impulsiva, ¿pero cómo podría llegar a saberlo él?
—¿Cómo?
—No, no sé —el ojiazul se encoge de hombros, volviendo a reclinarse en su asiento—. Por lo que me dijiste digo, eso de que se enoja fácil. Debe hacer cosas sin pensarlo, ¿no?
Paulo lo mira por un segundo, extrañado. Después, asiente lentamente,
—Sí... algo así —dice dubitativamente.
Leandro se para y agarra su teléfono de la mesada, acercándose hacia las escaleras para subir a su habitación.
—Bah, pero no sé. Lo asumí nomás, capaz no —concluye Leandro, empezando a subir por los escalones—. Igual, te digo: yo que vos, me fijaría. No vaya a ser que termine haciendo algo que te lastime.
Con eso, se va. Ahora, a Paulo se le desordenaron los pensamientos y una gran incógnita se cierne sobre su cabeza.
¿De qué mierda habla?
a/n —
igual ya sabíamos que leandro era re bicho
ANUNCIO: cuando esta novela termine, seguramente haga una segunda temporada para escribir bien el desenlace de todo !! seguirían leyendo?
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