xxvii







𝟐𝟕.
SOY MUY FÁCIL

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TURÍN, ITALIA
Octubre 2022



Isabella no se puede dormir.

Son las doce de la noche. Paulo y ella se acostaron hace casi dos horas y él se durmió de inmediato, pero Isabella lleva vario rato dando vueltas y vueltas, incapaz de conciliar el sueño. No es noticia que se desvele seguido, pero esta vez, ella sabe que no tiene nada que ver con su insomnio.

La conversación que tuvo con Leandro hace algunas horas la carcome. Repite cada palabra, cada pregunta y cada respuesta en su cabeza, buscando el error. Le duele, se siente usada, porque Leandro la persigue y la persigue, pero ni bien Camila le hace una propuesta, él la quiere aceptar sin duda alguna. Es un juego sin sentido.

Isabella siente que todas las cosas que le dijo el ojiazul no significaron nada. Considera que quizás él solo la estaba usando por su cuerpo o por el subidón de adrenalina que le generaba estar con una mujer casada, pero todo eso le arde por dentro, así que lleva varias horas con un nudo en la garganta y ganas de llorar.

Sin embargo, a la vez, sabe que la conversación terminó inconclusa. Ella no cree que esos besos que le dio Leandro se hayan atribuido meramente a una conexión física; la manera en que la mira él no es sexual, es afectiva; la toca con gentileza, como si temiera lastimarla; la venera. Isabella sabe, o quiere creer, que hay algo que Leandro no le dijo.

No tiene ni idea, puesto que él es una persona muy difícil de leer, pero tiene el presentimiento de que Leandro se guardó algo, entonces se muere de la intriga por comprobar aquella teoría. También se muere por prenderse un cigarrillo, por lo que ojea a través de la penumbra la caja de Marlboro que yace en el escritorio, del otro lado de la habitación. Hace rato no fuma.

Isabella se fija la hora en el celular: una menos cuarto de la mañana. Se siente acalorada, a pesar de que el viento que sopla a través de la ventana abierta es gélido, haciendo que se estremezca a la vez que transpira. Le pica todo el cuerpo por la ansiedad, siente las puntas de las extremidades entumecidas con un cosquilleo decrépito.

Suspira, inquieta. Agarra el teléfono de la mesita de luz, abre Instagram y sin dudarlo, abre el chat de Leandro.

isaabianchi
estás?

Isabella espera impacientemente durante algunos momentos. Tamborilea los dedos rítmicamente contra la carcasa del celular mientras aguarda la respuesta, su rostro únicamente iluminado por la luz de la pantalla. Por fin, después de menos de un minuto, Leandro le lee el mensaje y se pone a escribir.

leoparedes20
yes

Isabella ni siquiera sabe por qué decidió escribirle, así que pensar sus siguientes palabras le cuesta un poco. Sabe que quiere verlo; el horario y el cansancio hacen que tome la decisión de decírselo, sin rodeos.

isaabianchi
puedo ir a tu cuarto?

Leandro se toma un segundo para contestar.

leoparedes20
obvio rubia
vení que te espero

Isabella no lo duda un momento.

Con Paulo tienen una estricta medida del hogar de que ella no tiene permitido fumar adentro, pero cuando se levanta de la cama, lo primero que hace Isabella es agarrar la caja de Marlboro y su encendedor del escritorio. Saca un cigarrillo y se lo lleva a la boca a la vez que sale de la habitación, a toda velocidad pero con cautela para no despertarlo a Paulo.

Una vez que cierra la puerta, prende el cigarrillo e inmediatamente se ve a sí misma envuelta en una nube de humo, lo cual le genera una oleada de tranquilidad. Ella también odia fumar adentro, pero de inmediato se siente en paz, por lo que no se preocupa por la estela de aquel olor acre a nicotina que la sigue por el pasillo.

Isabella no sabe bien por qué necesita verlo a Leandro, pero la conversación de esa tarde la dejó con un sabor amargo en la boca que necesita urgentemente atenuar. Parte de ella quiere olvidarse de lo sucedido. Parte de ella quiere impedir a toda costa que Leandro y Camila reaviven el matrimonio.

Isabella lo quiere a Leandro solo para ella.

Odia pensar así, más sabiendo que Paulo duerme en la habitación continua sin saber nada. Se siente una hija de puta, tiene el cerebro desorganizado y odia no poder borrar aquella imagen de los ojos de Leandro que está grabada en su cabeza desde el primer día. Pero sabe que lo necesita a él.

Ni bien llega a la habitación de Leandro, se frena frente a la puerta cerrada y toca desesperadamente. El ojiazul tarda un segundo en aparecerse frente a ella, pero cuando lo hace, a Isabella casi se le cae la mandíbula: está sin remera, con solo unos joggings grises y así exponiendo la tinta que le tiñe el cuerpo; los diseños en su pecho, las mangas de tatuaje y todo aquello que lo hace tan hermoso.

Leandro huele el aire y arruga los labios en una mueca de disgusto.

—¿Qué es ese olor? —dice, con el ceño fruncido.

Isabella alza la mirada de su abdomen y cuando Leandro ve el cigarrillo entre sus dedos, le dedica una mirada asesina a la chica.

—Sos tremenda boluda —se palmea la frente.

—¿Me vas a dejar pasar o me tengo que quedar acá como una tarada?

—Sí, sí, dale, pasá.

Leandro se hace a un lado e Isabella entra en la habitación seguida de un alud de humo gris. El ojiazul arruga la nariz y bate el aire con la mano antes de cerrar la puerta de la habitación, encerrándose a sí mismo junto con Isabella.

—Odio que fumes. Apagá eso —le ordena a la rubia.

—No —replica ella, inquieta.

—Apagá eso te dije —vuelve a repetir él bruscamente.

Isabella frunce los labios, mirándolo. Suelta un bufido pero hace caso, dejando el paquete y el encendedor sobre el escritorio, chupándose los dedos índice y pulgar y después apagando el cigarrillo. Lo deja sobre el escritorio junto a sus cosas y lo mira a Leandro con una expresión totalmente críptica.

—¿Estás bien? —Leandro alza una ceja, cruzando los brazos sobre el pecho y reposando el hombro contra la pared.

Isabella se muerde el interior del cachete, analizándole los definidos músculos de los brazos sin discreción alguna, porque ya no da más de seguir pretendiendo que no le tiene ganas a ese morocho. Leandro se jacta de aquello.

—¿Posta querés volver con Camila? —pregunta Isabella por fin, sin más.

La ansiedad la carcome por dentro. No sabe dónde poner las manos, por lo que abre y cierra los puños repetidamente, clavándose las uñas en las palmas en un intento de apaciguar los nervios.

Leandro la mira y se muerde el labio porque fa, qué hermosa que es. Con el pelo rubio despeinado y echo a un lado, una musculosa y unos shorts negros, sin corpiño. El chico se muerde el labio inferior mientras la admira hasta que se percata de que ella aún aguarda una respuesta.

—No sé —dice por fin.

—No me sirve eso, Leandro —Isabella niega con la cabeza.

Leandro la ama cuando está desesperada. Adorar cada aspecto de ella hace que sea muy difícil hablarle sin perderse en sus ojos. Se obliga a sí mismo a apartar la mirada para poder contestarle bien.

Mierda, está hasta las manos.

—No —admite por fin.

—¿No? —Isabella jadea un poco, tiene el corazón desbocado—. Me dijiste que sí.

Leandro esboza una media sonrisa.

—Es que no sabía cómo decirte que en realidad te quiero a vos, rubia.

Isabella cierra la boca, azotada por aquellas palabras. Traga saliva para recuperarse pero hasta le cuesta pestañear de lo sorprendida que está. No sabe cómo reaccionar. Parte de ella ya lo sabía y parte de ella tiene bien en claro que los sentimientos son recíprocos, pero todo aquello igualmente es muy difícil de asimilar.

Leandro aprovecha el silencio de Isabella para erguirse y alejarse de la pared. Camina hacia ella, cerrando la distancia de metro y medio que los separa. Cuanto más se acerca, más tiene ella que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo, considerando las diferencias de altura. Una vez que están juntos, el uno frente al otro, Isabella contiene la respiración.

Está loca por él. No quería admitirlo porque sabe que está mal, pero ahora ya no puede negarlo. Sus sentimientos por Leandro crecieron tanto en un lapso de tiempo tan corto que le sorprende, pero es que Paulo no la hace sentir de esta manera. La ama, la conoce como nadie, pero Leandro...

—¿Está bien que te lo diga? —pregunta el ojiazul—. ¿Que te quiero a vos?

Isabella jadea brevemente.

—Sí —dice con un hilo de voz, asintiendo—, pero...

—¿Pero qué?

—¿Qué vas a hacer? Con Camila.

A medida que se susurran el uno al otro, cada vez se paran más cerca, a tal punto que pueden sentir sus calores corporales combinándose a sus alrededores.

—Le voy a decir que lo nuestro ya está —asegura Leandro.

—Pero...

Isabella está a punto de objetar nuevamente, pero Leandro ya no se banca más esa tensión. La agarra del rostro y se encorva un poco para atacarle la boca con ferocidad, obligándola a pararse de puntitas para ofrecerle un contacto completo. Isabella apoya las manos en los brazos de Leandro y ambos suspiran, aliviados.

A partir de ahí, ya no hay vuelta atrás.

Leandro todavía la besa para cuando empieza a caminar hacia adelante, forzándola a caminar hacia atrás hasta que su espalda baja choca contra el borde del escritorio. Éste se zarandea debido al impacto; ella se preocupa por el ruido pero él ya la está agarrando de los muslos y alzándola, sentándola sobre la mesa y posicionándose entre sus piernas abiertas.

Isabella le recorre el abdomen desnudo con las manos. Siente sus músculos trabajados bajo su tacto y se deleita ante la sensación de la suave piel de Leandro bajo las yemas de sus dedos. Aprieta las caderas del hombre con sus rodillas y él se empuja contra ella, chupándole el labio inferior y así ganando permiso para meterle la lengua en la boca. Isabella gime por lo bajo.

Leandro traza la espalda de la chica hasta llegar a su culo, donde deja un fuerte apretón que hace que ella profiera un gemido. Sus lenguas se entrelazan y él después la está agarrando del pelo, tirando de éste con una fuerza medida para hacerla doler justo como le gusta. Leandro cree escuchar como la chica susurra su nombre entre sus bocas y eso lo vuelve loco.

Ya no da más, la quiere ahora.

La agarra de la nuca con una mano y no duda en usar la otra para bajarle los shorts. Éstos quedan colgando de su tobillo y ella ahora está únicamente en tanga, mojadísima para y por él. Leandro le planta suaves besos sobre los labios a la vez que presiona su pulgar contra su clítoris por sobre la tela de su ropa interior. Ella deja escapar un quejido, empujando sus caderas contra la mano del hombre.

—No te vayas a desesperar mucho, eh —la jode él con una sonrisa pícara, haciéndola gruñir fastidiada.

Ella tiene sus manos apoyadas sobre los costados del abdomen de Leandro, él recorriéndole las curvas mientras que la toquetea con los dedos por sobre la tanga. Isabella reposa su frente contra su clavícula cuando él le corre la bombacha para un lado y pasa su dedo por entre sus pliegues, recolectando un poco de su lubricación sobre su yema.

Suelta un largo suspiro y Leandro sonríe.

—Mirame, hermosa —le dice.

Isabella hace caso, alzando la mirada para encontrarse con aquellos ojos azules que irrumpen en sus sueños. Leandro recorre su intimidad de arriba a abajo un par de veces hasta que remueve su dedo de entre sus piernas.

—Abrí la boca... —ordena, alzando las cejas y abriendo un poco la boca él mismo para guiarla.

Nuevamente, Isabella obedece, separando los labios. Él introduce su dedo empapado en su boca y ella de inmediato toma la indirecta, succionándolo y chupándolo, saboreándose a sí misma.

—Así te pongo, ¿ves? Re excitada, como la trola que sos —le dice Leandro con la voz grave y las pupilas dilatadas, observándola.

Ella mantiene el contacto visual con él a través de sus pestañas, volviéndolo loco. Por fin, Leandro saca su dedo de la boca de Isabella y vuelve a acercarlo a su entrepierna para estimular su clítoris de lleno, ganándose un grito ahogado por parte de la rubia. Él se sonríe.

—Mirá qué boquita que tenés... —le dice, mordiéndose el labio inferior al mirarle los labios, los cuales ella tiene rojos e hinchados por besarlo.

—Lean... —gime ella en un susurro, el cual se parece más a una exhalación de plenitud.

—Sí, ma. Gemí mi nombre.

Dibuja círculos alrededor de su clítoris con su pulgar. Isabella se retuerce bajo el contacto, frotando sus caderas contra la mano de Leandro para sentir más, haciendo que él acelere la velocidad. Pronto, lo único que se escucha en la habitación son los jadeos agitados de Isabella junto con el sonido mojado de los dedos de Leandro estimulándola.

Ella apenas puede mantener los ojos abiertos. Echa la cabeza hacia atrás con los labios separados, su pecho inflándose y desinflándose de manera superficial debido a su conmoción. Leandro la mira intensamente mientras se relame los labios, imaginándose lo que sería ese pedazo de mujerón chupándosela.

Sus joggings se sienten muy apretados, el gran bulto en el frente de éstos es más que visible y la erección ya le duele. Tiene el estómago apretado y ver la expresión de placer de Isabella de tan cerca podría ser suficiente para que se venga ahí mismo, pero quiere sentirla.

—Cómo te voy a hacer mierda, rubia. —le dice Leandro. Le aprieta la cadera con una fuerza descomunal.

Isabella asiente con los ojos cerrados, arqueando la espalda. Leandro la estimula durante algunos segundos más hasta que ella por fin se viene, provocando un sonido mojado debido a los dedos del ojiazul agitando su descarga. Él sonríe viéndola, no deja de mover la mano hasta que Isabella lo toma de la muñeca, prácticamente alejándolo ella misma, ya que el placer se convirtió en demasiado placer.

Ella jadea y abre los ojos a medias para mirarlo.

—No sé si puedo ahora... —le susurra entre los jadeos, todavía extasiada por el reciente orgasmo.

Leandro le acaricia el mentón con una sonrisa pícara.

—Yo sé que podés manejarlo, hermosa —le dice.

Isabella asiente y obviamente no le dice que no, porque ni bien él la vuelve a besar, ella siente como se le oprime el estómago con las ganas de que la coja. Él se baja los joggings a la vez que le come la boca con ferocidad. Expone su erección e Isabella desearía poder alejarse para admirarlo, pero el beso la consume entera. Presiona su pecho contra el de él y le envuelve el cuello con los brazos, abrazándolo con fuerza y respirando agitada, ya que le falta el aire.

Leandro toma su pija y presiona la punta entre los labios vaginales de Isabella, deslizando su glande de arriba a abajo para empaparse con la lubricación de la chica. Ella se echa un poco hacia atrás para poder mover sus caderas, queriendo sentir más. Leandro se separa con una sonrisa.

—Ah, bueno. ¿No que no podías? —la jode.

—Dale, por favor...

—Me suplicás así y me la ponés gordísima, Isabella.

Ella asiente y jadea temblorosa cuando Leandro presiona su glande contra su entrada. Separa las piernas, ofreciéndole acceso completo a su cuerpo, y Leandro recibe aquel gesto con un gruñido gutural antes de adentrarse en ella de un golpe, con facilidad gracias a su lubricación y su orgasmo previo. La brusca embestida hace que Isabella pegue un grito, pero el ojiazul de inmediato le pone una mano sobre la boca y se lleva el índice a los labios.

—Sh, sh, sh —la chista, alzando las cejas, deleitado al ver que su mano le ocupa casi toda la cara—. Yo ya te voy a hacer gritar, pero ahora necesito que te quedes callada.

Con la mano de Leandro todavía cubriéndola la parte inferior del rostro, Isabella asiente desesperadamente. Su cuerpo se acostumbra a aquel grosor ajeno, le duele pero le encanta, por lo que le lagrimean los ojos debido al torrente de emociones. Se siente eufórica y una vez que se adapta a aquel dolorcito placentero, mueve un poco las caderas para indicarle a Leandro que ya puede empezar.

Él esboza una media sonrisa y se le oscurece la mirada. La empieza a embestir; estocadas lentas y profundas que le llegan bien adentro, acariciando su punto G con efusividad, entrecortando sus jadeos contra la palma de la mano del chico.

—¿Duele? —le pregunta él entre estocadas.

Ella niega con la cabeza y respira con dificultad por la nariz. Echa la cabeza hacia atrás, su pelo rubio cayéndola por la espalda, y Leandro la admira cuando se le ponen los ojos en blanco debido a la sensibilidad del primer orgasmo. Quiere dejarle chupones, se muere por marcarla completa, pero que todo aquello sea un secreto lo prende aún más, así que no lo hace.

Remueve la mano del rostro de Isabella y la usa en vez para agarrarla con fuerza del pelo, tirando de éste y haciendo que ella se arquee en su dirección. Con la otra mano Leandro se aferra a la cintura de la rubia, haciéndole apoyo a cada embestida para ponérsela con más fuerza. Ella se muerde el labio inferior para no gemir, ya le empiezan a temblar los muslos.

—Más fuerte —pide.

—¿Más fuerte? —Leandro suelta un jadeo—. Pero vos querés que te parta en dos, pendeja de mierda.

Pone sus manos en la nuca de Isabella y de inmediato acelera la velocidad de las estocadas, dándole más rápido; menos profundo, pero con más fuerza. Los muslos de la rubia se agitan violentamente con cada estocada y ambos ya están completamente transpirados, deshechos en jadeos que previenen los gemidos y los gritos que se mueren por proferir.

—Qué pedazo de calienta pija que sos, eh. Conchuda —susurra Leandro, manteniendo una de sus manos en la nuca de Isabella y con la otra agarrándola con fuerza de la mandíbula para obligarla a separar los labios.

El ojiazul no duda en soltar un escupitajo en su boca y ella traga de inmediato, conteniéndose de pegar un grito debido a lo mucho que le encanta que Leandro la trate como a una puta. Su puta.

La tiene bien adentro, contornea las caderas contra la entrepierna de Leandro y ya le duele muchísimo, pero aquello solo lo hace incluso más adrenalínico. Si pudiera, él le rompería el orto a cachetadas solo para darle ese dolor que a ella tanto el encanta, pero la posición no se los permite así que en vez de eso, Leandro la agarra de la parte de atrás de las rodillas y le sube las piernas para colgárselas de los hombros.

La toma de los muslos. La nueva posición hace que cada estocada entre más adentro, dando exactamente en su punto G, y ahora a Isabella le está costando no gritar; jadea con fuerza, dejando escapar gemidos y pequeños quejidos que hacen que a Leandro le duela de lo excitado que está. Ella se recuesta sobre el escritorio y él la coge con más fuerza aún, juntándole las muñecas con una mano y con la otra tomándola del tobillo, en el cual deja un suave beso.

—Mirá cómo te ponés, solo para mí. Si pudiera, te dejaría toda marcada —le dice Leandro con los dientes apretados, mordiéndose el labio al ver como el cuerpo de Isabella se mece con cada estocada.

—Me duele —dice ella, arqueando la espalda de la mesa.

Leandro ralentiza un poco, ahora algo preocupado.

—¿Paro?

—Ni se te ocurra.

Leandro sonríe ampliamente. Qué loca de mierda.

Algunas estocadas más e Isabella por fin se viene, cubriendo la pija de Leandro con una fina capa de sus flujos. Él todavía la coge para ayudarla a sobrellevar el clímax, hasta que por fin él mismo encuentra su orgasmo y la llena por completo. Él le tiene que volver a tapar la boca porque Isabella está tan sumida en el placer que no se dio cuenta que está casi gritando.

Lentamente, cuando ambos bajan del clímax, Leandro deja de moverse y ambos abren los ojos. Jadean el uno contra el otro, transpirados. Él le dedica una media sonrisa, todavía dentro suyo.

—Después me decís que ya no querés más pero si era por vos, te ponías a gritar mi nombre sin que te lo pida. Pelotudita —se ríe, burlón.

—Callate, Leandro.

Él por fin sale de su interior y ella suelta un pequeño quejido adolorido a la vez que él le acomoda la tanga. Ella baja sus piernas de los hombros de Leandro para erguirse, quedando sentada con él entre sus piernas, y el ojiazul apoya sus manos en el escritorio a cada lado de sus caderas para poder acercar su rostro al de ella.

—A mí no me volvés a negar nada, ¿me escuchaste? —le susurra—. La próxima que te tenga a solas, te voy a coger hasta que te quedes sin voz de tanto gritar. Y vos me vas a dejar, porque sos tan trola que no te bancás tener a uno solo, querés dos. Pedazo de boluda.

Ella asiente, sumisa. Ama que él la insulte así. Paulo jamás haría eso.

Leandro después la ayuda a bajarse del escritorio, ya que a Isabella aún le tiemblan las piernas. Se sube los bóxers y los joggings. La lleva hasta la cama de plaza y media y la recuesta ahí, de costado. Se reposa detrás de ella y amolda sus cuerpos, abrazándola en cucharita, con su mano sobre el abdomen de la chica.

A Isabella no le gusta que le toquen la panza, pero a él lo deja.

Mantienen la posición durante un rato. Ella tiene que admitir su comodidad: con Leandro acariciándole el brazo, sintiendo su respiración en su cuello y el latido de su corazón contra su espalda. Le encanta, se siente en paz.

Ninguno de los dos cuenta los minutos, pero saben que pasan un largo rato así, el uno contra el otro, tomando consuelo en escuchar al otro respirar.

—Tengo que volver —le dice Isabella por fin.

—Quedate un ratito más.

Ella se muerde el labio inferior para reprimir una sonrisa. Cómo le gusta ese pibe.

—Dios, soy muy fácil —se ríe.

—La verdad que sí —Leandro suelta una carcajada.

—Bueno, pero entonces hablemos de algo —dice Isabella, dándose la vuelta para enfrentarlo, acercándose un poco para compartir una sola almohada—. No me quiere dormir.

—Hm —contesta Leandro mientras asiente con la cabeza, tomándole uno de los mechones rubios con suavidad y enrulándolo con su dedo—. ¿De qué querés hablar?

—No sé. Contame algo.

—Mmm... —Leandro piensa por algunos segundos, todavía tocándole el pelo—. ¿Sabías que nosotros ya nos conocíamos?

Isabella frunce el ceño.

—Y sí, boludo. Desde la Copa América.

—No, no. De antes —le dice él.

La chica no entiende. Atina a decir algo, pero solo niega con la cabeza, confundida.

—No entiendo. ¿De dónde? —pregunta.

Leandro sonríe.

—Compartíamos psiquiatra —le revela—, cuando tenías catorce.

Isabella no entiende nada.

—¿De qué hablás?

Eso, tonta —Leandro se ríe, enternecido, soltándole el pelo para acariciarle el pómulo—. Fuimos al mismo psiquiatra por cuatro años... Diego se llamaba, creo. Algo así. Yo tenía diecisiete y vos catorce. Después ya no viniste más y no nos volvimos a ver.

—Pero no entiendo, yo no me acuerdo de vos...

—Es que el que estaba enamorado era yo —Leandro suelta otra carcajada, nostálgico.

Isabella no dice nada porque todavía no entiende. El corazón le late tan rápido que ya prácticamente le zumba.

—Nos veíamos todos los jueves. Yo te fiché apenas entraste pero te hablé por primera vez casi un año después. Onda, no éramos amigos, nunca nos vimos afuera del consultorio, pero cuando venías siempre te sentabas conmigo y charlábamos —hace una pausa con una sonrisa, tocándole la comisura del labio con el pulgar—. A mí me re volabas el bocho, wachita. Hasta le conté a mi papá de vos.

Isabella siente como se le entumece el corazón. Sobre todo sabiendo que el papá de Leandro murió hace casi cuatro años.

—Lean, yo... no tenía idea... —niega con la cabeza, atónita.

—Está bien —sonríe él—. Yo tampoco me esperaba volver a verte, y mucho menos casada con uno de mis compañeros de equipo.

Isabella lo mira de cerca. Tiene muchas dudas. Primero que nada, le cuesta creer que el mundo sea tan chico como para haberlos reunido nuevamente. Después, no entiende por qué Leandro no se lo dijo antes. Menos sabe por qué es que no lo recuerda. Eso sí: sabe que entre los catorce y los dieciocho estuvo muy desconectada de su realidad, su hermano se había suicidado, su mamá sufría brotes psicóticos y vaya uno a saber dónde estaba su papá; quizás el trauma opacó lo bueno.

Ahora, Isabella desearía que hubiese sido al revés.

Pero cuanto más lo piensa, más se da cuenta que todas sus memorias están eclipsadas por ojos azules. No tienen dueño, pero están ahí, y ahora Isabella entiende por qué los ojos de Leandro siempre le llamaron tanto la atención.

Agarra al chico por el rostro y lo besa con suavidad. Por primera vez, se besan tranquilo. No indica nada sexual ni nada físico, solo se besan porque quieren y porque pueden. Un beso estático, con los ojos cerrados, de esos que hacen que se te acelere el corazón y te suden las palmas, que te dan ganas de seguir y no parar, pero que solo atribuyen a algo afectivo.

Se separan. Ella presiona su frente contra la de él.

—Me hubieras dicho —se ríe en una falta de aire.

—No me dio —admite Leandro, abriendo los ojos y mirándola embobado—. Es que sos tan linda... te juro, me mirás y me pongo nervioso. Imaginate si voy a salir a decirte que me encantás desde que tengo diecisiete. Qué vergüenza.

A Isabella las palabras le saben inhumanas. ¿Leandro, diciéndole que se pone nervioso, que le da vergüenza? Le parece descomunal, ya que no puede asimilar en su cabeza un universo donde Leandro no es aquel personaje oscuro y misterioso que no deja entrever sus debilidades.

Pero igualmente, que Leandro se muestre así con ella la hace sentirse más conectada a él. Como si por fin estuviera viendo su lado real, no el que premedita todo y planea cada movimiento. Le genera un cosquilleo en el pecho, le da ternura.

Leandro, por su parte, siempre supo que en cuanto a sus debilidades, Isabella siempre fue la más grande.

Ella no dice nada. Una sonrisa atónita todavía le tiñe los labios. Se recuesta sobre el pecho desnudo de Leandro, escucha el latido de su corazón y cree reconocer una diferencia entre el de él y el de Paulo. Por algún motivo, el de Leandro le gusta más.

Nuevamente, pasan los minutos. No saben cuántos, pero saben que muchos. Eventualmente, cuando Isabella casi se queda dormida, declara aquel el momento de irse.

Leandro le hace puchero mientras se pone los shorts y ella se ríe, enternecida, diciéndole una y otra vez que si Paulo se despierta mañana y ella no está, se les va a armar un quilombito de lo lindo, y que prefiere evitarlo. Por fin, Leandro termina aceptando a rastras. Se levanta y la lleva hasta la puerta de la habitación, donde la arrincona contra una pared y la besa por última vez. Ahora, los dos sonríen.

—¿Mañana volvés? —le pregunta Leandro, abriendo la puerta.

Isabella duda, pero considerando la gran sonrisa en su rostro, no puede decirle que no.

—Sí —asiente—. Más vale que estés.

Leandro se ríe y le da un último pico en los labios antes de que Isabella esté saliendo por la puerta de la habitación, a eso de las tres y media de la mañana.

—Buenas noches, rubia —le dice Leandro, viéndola alejarse.

—Buenas noches, ojitos —ella le guiña el ojo.

Se va sintiéndose nueva.














a/n —
capitulón

LOCO NO SEAN TAN FANTASMAS Y COMENTEN QUE EXTRAÑO INTERACTUAR CON USTEDES, BASTA

y qué lindas todas las personitas que me dejan mensajes en el tablero, los amo <3

150 votos para el siguiente capítulo!

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