xxv
𝟐𝟓.
DISIENTO
━━━━━━━━━━━
TURÍN, ITALIA
Octubre 2022
Paulo salió hace un rato para grabar una entrevista, dejando la casa sola. Bueno, no sola sola. De hecho, hay dos personas ocupándola, cada una en extremos contrarios.
Por su parte, Leandro, habiendo llegado ayer, ya está más o menos instalado en la casa, en el cuarto de huéspedes. No desarmó la valija (odia hacerlo, le parece insensato desarmarla si sabe que la va a tener que volver a armar dentro de poco), pero se pasea por la casa con tranquilidad.
A pesar de que Isabella le especificó explícitamente a Paulo que a Leandro no lo quería ni ver, el cordobés de todas formas hizo que el ojiazul se sintiera como en casa. Paulo no sabe bien por qué ella está tan reacia a relacionarse con Leandro, pero como sabe que Isabella suele pasar más tiempo sola encerrada en la habitación que acompañada, no cree que la presencia del hombre en la casa pueda afectarla tanto.
Ahora, Leandro se encuentra parado en la cocina, con una taza de café en la mano. Es domingo, ocho de la noche; ese día no entrenan, así que él se tomó el tiempo para relajarse un poco. Además, tiene la casa sola, lo cual implica que la tiene a Isabella sola también.
Si tan solo supiera dónde mierda se metió.
Leandro tiene el teléfono en la mano. Relee los últimos mensajes que le mandó a Isabella por Instagram, las respuestas bruscas de la chica pero los momentos ocasionales en los que se le cae la máscara y accidentalmente suelta algún comentario que hace que se le note cómo le rebozan las ganas. Leandro sabe que tiene a aquella chica en la palma de su mano, pero también sabe que ella, sin siquiera darse cuenta, lo tiene a él en la palma de su mano.
Está enganchadísimo, la domina con facilidad pero en realidad solo quiere su atención, y se muere cada vez que la recibe. Esa chica lo trae loquito y ni siquiera sabe por qué. En un principio, se hizo la idea de que era meramente atracción física, que todo aquello se atribuía a una conexión sexual. Se la cogió y creyó que aquella frustración se extenuaría, pero cuando se levantó con ganas de más, se dio cuenta que estaba en la mierda.
Después de las supuestas infidelidades de Paulo, vio una oportunidad. Quizás su manera de salvar a Isabella de aquel matrimonio no es la mejor ni la más sana, quizás termine odiado por todos, pero con tal de que ella reciba algo mejor es capaz de hacer de todo.
Leandro guarda el teléfono en el bolsillo de sus joggings y con la taza de café en la mano, empieza a pasearse por la planta baja de la casa. Toca todo lo que encuentra. Se mete brevemente en el gimnasio y casi, casi comete la estupidez de patear una pelota medicinal de doce kilos, pero se contiene en el acto. Sale, pasa por la biblioteca y sonríe al ver los muchos libros. Se lo cruza a Pandito y le rasca las orejas. Baño, lavadero, cocina, comedor. Le sorprende encontrar también una pileta de interior climatizada.
Pero Isabella no está por ningún lado.
Sale por el pasillo y se mete en la última puerta, que no investigó todavía. Abre y se topa con unas escaleras.
A decir verdad, de chico siempre le dieron miedo los sótanos, sobre todo porque en su antigua casa tenían uno del cual las escaleras rechinaban y las ramas de los árboles golpeaban las finas paredes fuerza, generando ruidos que hacían que Leandro no pudiera dormir solo. Pero si cabe la posibilidad de que Isabella esté ahí abajo, no la va a desperdiciar por miedo.
Se aferra a la taza de café y se pone a cantar La Misma Moneda de Maluma (a ver, ¿cuándo en una película de terror matan a alguien mientras canta?). Prende la luz y baja con lentitud, agradecido porque aquel no es un sótano de los que dan miedo, sino uno bastante agradable de hecho.
La escalera se le hace eterna, pero finalmente llega al sótano y le sorprende lo que ve. Donde espera un espacio común, un sillón o una tele, no encuentra nada. No hay muebles, no hay cuadros, no hay nada en aquella habitación más que los espejos que recorren la entereza de las cuatro paredes, creando un caleidoscopio de figuras debido al reflejo del plateado sobre el plateado.
En el centro, Isabella. Lleva puesto un short negro ceñido y una remera suelta del mismo color. Está descalza, con los auriculares puestos y colgada de una tela oscura boca abajo, metros por sobre el piso, ojos cerrados. Leandro alza las cejas ante la inesperada visual.
Cuando Isabella se deja caer, sin embargo, las cosas pasan demasiado rápido: el hombre grita y pega un salto que hace que se le derrame el café tibio en el frente de la remera. Con el corazón saliéndosele por la boca y sin importarle el líquido manchándole la ropa, alza la mirada para encontrarse que Isabella no estaba cayendo, sino que sigue agarrada, con su rostro a meros centímetros del piso, enredada con la tela negra para impedir que colisione de lleno contra el suelo. Sin embargo, debido a su grito, Isabella ahora se percató de la presencia de Leandro en la habitación y se bajó de un salto, sacándose los auriculares rápidamente, como si hubiera sido atrapada haciendo algo mal.
Leandro jadea.
—¿Qué hacías? —le pregunta con los ojos grandes como platos, horrorizado.
—¿Qué hacías vos? —le replica ella nerviosamente.
—Estaba- Te estaba buscando... ¿por qué...? ¿Qué hacías? Casi te matás.
Isabella frunce el ceño y ojea las telas negras inertes por sobre su hombro. Estar en aquella habitación espejada hace que Leandro se sienta mareado, atascado en un laberinto con esa rubia hermosa en frente y el corazón desbocado en el pecho.
—Lo hice a propósito —le dice ella.
—¿Eh? ¿Por qué?
—Es parte de la rutina.
—Pero si casi te hacés mierda, boluda.
—No, tonto —Isabella hace un gesto de frustración con la mano—. Es un truco. No me iba a lastimar, lo hice adrede.
Leandro procesa por un segundo.
—Qué boluda —dice por fin—, mirá si se te soltaba.
Isabella se muerde el labio inferior y niega con la cabeza. Sin embargo, Leandro por fin nota el suave rubor que le tiñe las mejillas de rojo, como si estuviera avergonzada de algo. No dice nada al respecto, pero se muestra extrañado.
—¿Por qué bajaste? —le pregunta Isabella a Leandro.
—Te estaba buscando.
—¿Para?
—No sé. Para saber dónde estabas —se encoge de hombros él. Suspira—. Me re asusté, boludita.
Isabella se ríe y mira para abajo, hacia la remera manchada de Leandro.
—Sí, me di cuenta. Exagerado —lo jode, haciendo un gesto hacia la prenda mientras guarda los AirPods en la caja.
—Bue, pará. En serio te digo.
—¿Nunca viste danza aérea?
Leandro se encoge un poco. Ahora, por algún motivo, el que se siente avergonzado es él.
—No —admite—. Te juro que creí que pasabas a mejor vida.
A ver, en parte, era la intención.
Isabella se queda en silencio.
—¿No te da miedo eso? —le pregunta Leandro.
—No —confiesa ella—. Es adrenalínico.
—Ay, yo no podría —Leandro se muerde el labio.
Isabella no puede evitar mirarle la boca. Sin embargo, apenas lo hace, ciertos recuerdos y una extraña sensación de culpa la ahogan por dentro. Aparta la mirada mientras carraspea, asqueada consigo misma por ser tan fácil.
—Andá a limpiarte eso, se te va a manchar —dice Isabella por fin, señalándole la remera empapada.
Leandro mira para abajo y por primera vez nota el café derramado sobre la tela blanca de su remera.
—Uy, tenés razón. ¿Vos subís?
Isabella le echa un vistazo a las telas por sobre su hombro, dubitativa. Preferiría quedarse, la simple presencia de Leandro en aquella habitación y el hecho de que la atrapó en medio de aquel acto que ella considera tan íntimo la están haciendo retorcerse internamente por la vergüenza. Pero no le puede decir que no.
—Eh, sí, sí —dice, apretando los puños con fuerza para combatir el bochorno.
Leandro asiente y hace ademán de esperarla, pero le da vergüenza, así que se da la vuelta y empieza a subir por las escaleras mientras Isabella junta sus cosas de un rincón. Al perderlo de vista, ella finalmente puede respirar en paz y se mira al espejo para darse cuenta que está hecha mierda: su rostro teñido de rojo, el pelo despeinado y un par de ojeras espantosas debajo de los ojos que le dan un aspecto demacrado terrible.
Se agarra la cara, indignada ante el hecho de que Leandro la vio así. Después de lograr calmarse, agarra sus cosas, apaga las luces y sube las escaleras de una corrida. Al adentrarse en la cocina, sin embargo, siente un tirón en el estómago.
Ahí está Leandro, sosteniendo su remera abajo de la canilla para lavarle el café de encima. En cuero. En cuero. Con todo el abdomen desnudo. Isabella puede ver cada músculo y tatuaje de su torso y siente como se le obstruye la garganta. Se esconde detrás de la pared y lo observa por unos segundos.
Que el hijo de puta sea tan hermoso realmente le dificulta las cosas. Ella quiere hacer las cosas bien, borrón y cuenta nueva, pero ahí está Leandro, todo tatuado, con su cuerpo bien entrenado reluciendo bajo la luz de la cocina. Isabella se muerde el labio inferior, incapaz de contenerse de analizarlo entero, enterrándose las uñas en las palmas de las manos solo para sentir el pinchazo de dolor que la distrae de todos esos pensamientos.
Carraspea y sale de su escondite. Leandro se gira para mirarla y le dedica una media sonrisa, de esas que la vuelven loca. Isabella se relame los labios y para tener algo que hacer, saca un vaso del estante y lo llena con agua. Toma en silencio.
Leandro está en su casa hace tan solo un día, pero por algún motivo, Isabella ya lo siente distinto. Como si convivir con él mostrara su lado más cotidiano, le enseñara que él realmente no es siempre un pelotudo y que tiene momentos en los que puede ser una persona normal. Como ahora: tuvieron una conversación entera y él no se le insinuó una sola vez.
A Isabella se le hace extraño. Le agrada.
—¿A qué hora vuelve Paulo? —pregunta Leandro de repente.
—Eh... no sé. Supongo que todavía le debe faltar.
—Okay, okay.
Isabella toma del vaso y se reposa contra la mesada. En frente lo tiene a Leandro de espaldas a ella, y verle todo el lomo desde esa posición le encanta, porque puede ver como los músculos de éste y de sus brazos se contraen con cada movimiento. El mar de tinta de tatuaje le reluce sobre la piel e Isabella se quiere morir.
—¿Te dio vergüenza que te vea haciendo eso? —salta Leandro de la nada, mirándola a medias por sobre su hombro.
Isabella estaba demasiado ensimismada observándolo, así que la pregunta la agarra desprevenida. Abre la boca para decir algo y frunce el ceño, confundida.
—¿Qué cosa?
—Lo de las telas, boludita —se ríe él.
Isabella agradece que él no le puede ver la cara, aunque desearía poder ver la suya. Mierda.
—Ah —asiente—. No sé. Más o menos. Es como raro.
—¿Por?
—Porque eso no se lo muestro ni a Paulo, él sabe que no tiene que bajar al sótano entonces no lo hace. Entonces... no sé. No sé si es vergüenza, pero sí se me hace raro. Un poco incómodo también.
—Uy —Leandro frena un segundo para mirarla, mordiéndose el labio inferior, preocupado—, perdón.
—No, tranqui. No tenías cómo saber —consuela ella.
—Perdón igual —se ríe Leandro—. Pero, ¿qué? ¿Te da vergüenza hacer telas?
—No sé. Es que es como algo muy íntimo. Como la guitarra. Yo no le tocaría la guitarra a nadie, ¿sabés? Es algo mío. Paulo me conoce hace cinco años y me habrá escuchado tocando una o dos veces nomás.
—Fua —Leandro apaga la canilla, escurre la remera en el lavabo y se da vuelta—. ¿Y lo de las telas? ¿Qué onda? ¿Cuándo aprendiste?
—Cuando era re chica. Tipo, de los seis hasta los diecisiete más o menos. Pero después me vine acá y dejé, hasta que Paulo me instaló la tela abajo. Igual, ahora estoy re mal comparado a antes. No soy tan flexible.
Una sonrisa ladina lentamente se hace presente en el rostro de Leandro y él cruza los brazos por sobre su pecho, escaneándola de arriba a abajo lentamente. Isabella se encoge bajo su mirada, pero no puede evitar echarle un vistazo a sus bíceps claramente definidos bajo la tinta de tatuaje.
—Disiento —jode Leandro (¿o no?)—. Según mi experiencia, sos bastante flexible.
Isabella palidece ni bien descifra la implicación detrás de las palabras. Abre los ojos grandes como platos y se atraganta con su propia saliva, por lo que de inmediato se pone a toser incontrolablemente. Se agacha, tapándose la boca con el brazo, los ojos lagrimeándole debido al esfuerzo del ataque de tos.
Leandro la observa con las cejas alzadas, entretenido. Una vez que ella se calma, él le sonríe.
—¿Estás bien, Isa? —la jode.
—Perfecta —gruñe ella con desgano—. Dejá de decir esas cosas.
—¿Qué cosas? Yo solo declaré un hecho —Leandro se encoge de hombros, haciéndose el otro.
—Dale, no te hagás el boludo, Leandro. Lo hacés a propósito. Seguro después viene Paulo y cagoneás encima.
Leandro alza una ceja. Se estira por sobre el espacio que los separa y apoya las manos en la mesada de la cocina, a cada lado de las caderas de Isabella, encarcelándola con su cuerpo. La mira de cerca, le mira los labios.
—¿Es un desafío? —le susurra.
Isabella separa los labios. De repente, siente como si no hubiera suficiente aire en el mundo, por lo que respira lentamente, con dificultad. Sus rostros están a muy pocos centímetros de distancia, puede sentir el cálido aliento de Leandro contra sus labios y aquello hace que se le retuerza el estómago. No puede evitar mirarle la boca.
—No —dice bajito, volviendo a mirarle los ojos—. Me vas a meter en un lío, Leandro, ni se te ocurra.
—Ah, mirá vos, rubia —sonríe—. Muy cancherita pero la que cagonea sos vos, pedazo de boluda.
Isabella traga saliva. No sabe por qué, pero ama que Leandro la insulte de esa forma. Él le vuelve a mirar la boca y después se inclina un poco más hacia adelante, donde sus labios se rozan, pero no se tocan del todo. Respiran bajito a la par, ella esperando que él siga, porque sabe que lo va a dejar.
—Lean... —susurra.
—¿Qué, mami? —le dice él—. ¿Ya me vas a suplicar?
Isabella traga saliva. Le da bronca que sea tan pelotudo, por lo que de inmediato niega con la cabeza.
—No.
—¿No?
—No.
—Bueno, me voy entonces —da por sentado Leandro, haciendo ademán de alejarse.
Pero cuando él rompe la proximidad, la mano de Isabella vuela a su cuello de un manotazo. Busca cualquier cosa a lo que aferrarse y encuentra su collar en cruz, del cual tira para obligar a Leandro a volver a acercarse a ella, así colisionando sus labios contra los de él. Incapaz de frenarse antes de que la bomba explote.
Leandro inhala deleitado cuando siente a Isabella atacándole la boca con fervor, porque sabe que tenía razón, que por más que se lo niegue, ella le tiene tantas ganas a él como él a ella. La tensión sexual es innegable y ella dice que quiere hacer las cosas bien, pero no puede resistirse a besarlo. Y, bueno, Leandro no se queja.
El hombre mueve su cuerpo hacia adelante para forzarla contra la mesada, tomándola de la cintura y recorriéndole las curvas hasta encontrar su culo, dejándole un fuerte apretón por sobre la tela de sus shorts. Isabella lo sigue besando y sin dudarlo, olvidándose de todo, introduce su lengua en la boca de Leandro, recorriéndolo y saboreándolo entero como si hubiera estado esperando este momento. Apoya las manos en su pecho y suspira, aliviada.
Él toma aquello como el visto bueno para envolverle los muslos con los brazos y alzarla. Ella le rodea la cintura con las piernas y se deja maniobrar, terminando sentada sobre la mesada con Leandro entre sus gambas, besándola a más no poder. Isabella siente una mano colándose por su pelo para después tirar de éste con fuerza, obligándola a echar la cabeza hacia atrás por completo y así dejando su escote entero al descubierto. Leandro la mira por un segundo.
—Pero qué trola que sos, rubia —se ríe burlonamente—. Me decís que ya no va a volver a pasar y mirá como te tengo. Si te toco ahora misma seguro me pedís a gritos que te la ponga, ¿o me vas a decir que no?
Leandro ve como la garganta de la chica se mueve sutilmente al ella tragar saliva. Se muerde el labio inferior, deleitado ante la vista, y después se sumerge para besarle el cuello con una desesperación semejante a la violencia, haciéndola doler como a ella le encanta. La muerde y la chupa por algunos segundos y después la agarra con fuerza de la mandíbula para volver a besarla, esta vez, mordiéndole el labio inferior con fuerza y después tomando su lengua entre sus labios para succionar en ésta. Isabella deja escapar un gemido por lo bajo y Leandro siente como se le empieza a parar. No duda de que la chica ya debe estar mojadísima también.
Sin embargo, cuando se dispone a recostarla sobre la mesada, escuchan el ruido de la llave en la cerradura. Como en un acuerdo mutuo, se separan de inmediato y acaban ambos en lados opuestos de la cocina: Isabella agarrando su vaso de agua de la mesada para vaciarlo en el lavabo y Leandro revisando distraídamente la heladera.
—Buenas —dice Paulo al entrar a la casa.
—Hola —murmuran los otros dos a la vez, recuperando el aliento.
Leandro ojea a la chica de reojo con una sonrisa de pura satisfacción.
Isabella se peina, todavía agitada, agarrando la esponja de la pileta para lavar el vaso, solo para tener algo que hacer con las manos.
—No saben el frío que hace —suspira Paulo, dejando la billetera y las llaves en la mesita de entrada—. Me voy a ir a pegar una ducha. Isa, ¿venís?
Isabella suelta todo de inmediato.
—Sí —dice, dándose la vuelta sin siquiera mirarlo a Leandro, con el labio inferior tembloroso.
Se acerca a Paulo, lo toma de la mano y rápidamente se dirigen escaleras arriba. Leandro, por su parte, cierra la heladera y observa como la pareja desaparece con una gran sonrisa en el rostro, sabiendo que a pesar de que Isabella trate de convencerse de que no, sí.
───────────✧───────────
Paulo e Isabella ni siquiera llegaron a la habitación y ya se están comiendo la boca a más no poder, desvistiéndose el uno al otro. Se meten en el cuarto, tiran las prendas por algún lado y sin dudarlo un segundo, él la alza, ayudándola a envolverle la cintura con las piernas.
Isabella quiere olvidarse de todo lo que pasó con Leandro, de su pequeño (en realidad, enorme) desliz y del hecho de que se prometió a sí misma que iba a hacer las cosas bien, pero que nuevamente quedó enredada en los encantos del de ojos azules. Se siente una mierda, se quiere morir. Sabe que si Paulo no hubiera llegado, ella habría dejado que Leandro la cargue ahí mismo. Entonces, en lo único en lo que puede concentrarse ahora es en la erección de Paulo creciendo contra su centro.
El hombre abre la puerta del baño de una patada y de inmediato sienta a la chica sobre la encimera, empezando a frotarse contra ella mientras le come la boca sin contención. Isabella odia que esta es la misma posición en la que Leandro le estaba comiendo la boca minutos atrás, pero decide solo dejarse llevar por la sensación de placer.
Ambos llevan tan solo su ropa interior, por lo que Paulo no duda de desabrocharle el corpiño con una mano, dejando su pecho al descubierto. Masajea una de sus tetas y toma la otra en su boca, chupando, mordiendo y succionando su pezón para dejarla marcada, haciéndola temblar. Isabella arquea la espalda y se deja toquetear por su esposo, haciendo todo lo posible por borrar de su mente el recuerdo de las manos de Leandro sobre su cuerpo.
Paulo se separa de su pecho para deslizarle la tanga por las piernas, dejándola completamente desnuda. Ella separa las rodillas, entregándose a él completamente, y el hombre se muerde el labio inferior mientras la analiza.
—Ya estás mojadísima, Isa. Dios, me re podés —le dice, negando con la cabeza, sumergiéndose para volver a besarla a la vez que se baja los bóxers, liberando su erección.
—Hacelo, dale —lo apura ella, queriendo ahogarse en algún otro sentimiento que no sea la culpa.
—Sí, mi amor.
Él de inmediato se chupa la mano y se empieza a pajear, usando su saliva como lubricante. Tantea su glande entre los pliegues empapados de Isabella y ella respira con dificultad, meciendo las caderas para sentirlo. La pija de Paulo queda recubierta de una fina capa de sus flujos y él de inmediato se posiciona en su entrada, tentándola un poco con suaves movimientos. Isabella se aferra a su espalda con fuerza y él se introduce con lentitud, dándole tiempo para ajustarse a su gran tamaño.
—Paulo, por Dios... —gime Isabella.
—Mierda, estás apretadísima.
Paulo cierra los ojos con fuerza y apoya la frente contra el pecho de la chica, quedándose quieto por un segundo. A Isabella ya le empieza a temblar todo el cuerpo, por lo que dibuja círculos con las caderas para darle a entender a Paulo que está lista. Él asiente y pronto empieza a moverse, embistiéndola con suavidad, procurando no lastimarla.
A Isabella le dan ganas de gritarle que solo la haga mierda. Leandro lo haría sin dudarlo un segundo.
Aprieta las piernas con fuerza contra las caderas de Paulo y echa la cabeza hacia atrás, gimiendo en voz alta ante la suave penetración que acaricia su punto G repetidamente. Paulo apoya su frente contra la de ella y ambos cierran los ojos, él acelerando la velocidad de sus caderas para proporcionarle estocadas más fuertes y menos profundas, que hacen que a Isabella le empiecen a temblar los muslos.
El sonido de sus pieles chocando, sus jadeos y los gemidos de Isabella resuenan en el baño, maximizados y reverberando en el espacio confinado. Están demasiado ensimismados en la sensación, ahogados por el placer. Paulo la abraza, aplastando las tetas de Isabella contra su pecho, y entierra su rostro en el hueco del cuello de la chica, cerrando los ojos.
Isabella se deja llevar. Pero después abre los ojos y ve algo.
Al principio, cree que no. Que no es posible. Que es un truco de su imaginación. La habitación y el pasillo están oscuros, quizás... pero efectivamente, está ahí.
Parado en el pasillo, Isabella ve a través de la puerta entrecerrada de la habitación la figura de Leandro entre la penumbra. Sus ojos claros oscuros parecen relucir en la oscuridad, ella los ve con claridad y mientras Paulo la sigue embistiendo, ella jadea de la sorpresa. Leandro le sostiene la mirada a través de la distancia que los separa.
Observándolos. Isabella no sabe hace cuánto, pero de repente, le tiembla todo el cuerpo. Siente como un escalofrío le recorre la espalda, porque cree ver una sonrisa menguante en los labios de Leandro. Deleite. Satisfacción. Se dice a sí misma que no, pero verlo, lo ve.
Y después, pestañea y ya no está más.
a/n —
chan?
qué opinamos? >>
no se olviden de seguirme en instagram! (_scrubcqps)
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top