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𝟐𝟒.
NI ME SALUDÁS

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TURÍN, ITALIA
Octubre 2022


—No entiendo.

Paulo suspira. No pensó que contarle las noticias a Isabella sería tan difícil, pensó que sería una boludez que ella aceptaría para simplemente seguir con su vida, pero la rubia está cementada a la idea de que no comprende las simples palabras, a pesar de que muy complicadas no son. Reposado sobre la mesada de la cocina, Paulo se pasa una mano por el pelo.

—No hay nada para entender, Isa —le dice, antes entretenido por lo boluda de su esposa, pero ahora un poco frustrado.

—¿Pero cómo que va a venir? No entiendo —repite ella, negando con la cabeza.

—Nada, se va a quedar acá unos días —explica él por decimoquinta vez.

—¿Y por qué no en su casa? Para algo la tiene, ¿o no?

—Esa casa la compraron entre los dos y con todo lo del acuerdo prenupcial decidieron que se la va a quedar ella, entonces él no tiene dónde quedarse por ahora, y a Argentina no se va a volver porque tiene el club acá.

—Que se quede en un hotel.

Paulo le dedica una mirada a Isa y ella se encoge de hombros.

—¿Qué? No tiene por qué venir acá, hay veintitrés personas más en el equipo a las que tranquilamente les puede pedir. ¿No tiene otros amigos? —bufa Isabella.

—Dale, amor, no seas garca. Son solo unos días. Ya después nos vamos a Qatar y no nos vas a tener que bancar más —trata de convencerla él—. No te va a molestar nada, te lo prometo.

—No lo quiero acá, Paulo.

—Yo sí.

—Me besó.

—Hace tres años.

—¡Me besó igual!

Paulo suelta una carcajada.

—¡Isa! —exclama—. ¿Por qué te jode tanto?

—¡Porque es Leandro! —Isabella levanta las manos, estresada.

—Y bueno, amor. No tiene solución. Solo hacé el esfuerzo por mí, ¿sí? Te juro que ni bien encuentre otra casa se va a ir, no va a ser más de una semana —suplica Paulo, juntando las manos.

Él sabe que no es de las mejores ideas dejar que Leandro se quede en su casa por algunos días, considerando toda la historia entre él y Isa, pero los dos hombres están volviendo a ser amigos y cuando Leandro acudió a él por ayuda, Paulo no pudo negársela. Además, desde que él e Isabella se reconciliaron, están mejor que nunca. No cree que pueda haber ningún problema.

Isa, por su parte, no está del todo segura. Desde aquella llamada hace casi un mes, ella y Leandro no dejaron de hablar; eso sí, volvieron al principio, donde es él el que le escribe y ella contesta a medias, queriendo acabar la conversación rápido. Pero eso no significa que se hayan olvidado de todo lo sucedido. De hecho, cuando él le habla, ella por dentro se muere de ganas de volverlo a ver.

No puede. Las muchas cosas que se interponen en su camino probablemente sean para lo mejor; por ejemplo, después de todo lo ocurrido, se armó un gran quilombo mediático debido a algunas fotos que se filtraron de Isabella con la remera de Leandro. Además, a ella le costó muchísimo esconder todas las marcas en su cuerpo, tuvo que prohibirle el sexo a Paulo durante varios días hasta que finalmente estuvo segura de que los chupones habían desaparecido. 

Pero a pesar del lío y de la culpa que todavía la carcome, Isabella igual siente unas tremendas ganas de volver a ver a Leandro.

Suelta un largo bufido, revoleando los ojos. Paulo la vence. Ella no puede resistirse a su encanto.

—Si no me queda otra... —dice Isabella por fin, haciendo sonreír a su esposo. Ella de inmediato levanta un dedo—. Pero Leandro solo duerme acá, eh. El resto del día no lo quiero ni ver.

Paulo sonríe una sonrisa pícara y se extiende por sobre la mesada para darle un pico a Isabella, a pesar de que ésta todavía se muestra irritada por las noticias.

—Vendría entre hoy y mañana, capaz ya nos lo llevamos del entrenamiento y se instala en el cuarto de huéspedes, ¿okay? —le dice Paulo, plantándole otro beso en los labios, sonriéndole de esa forma que hace que ella se derrita—. No te enojes, bella.

—Salí —Isabella trata de alejarlo.

—Isa... —Paulo hace puchero, mirándola con mala cara.

Ella pone los ojos en blanco y le pega un zape en el pecho.

—Te odio —dice.

Él vuelve a sonreír.

—Yo te amo más.



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Isabella y Paulo viajan en auto hasta el predio de la Juventus. Son las diez de la mañana, a los jugadores del club les sigue un entrenamiento de aproximadamente tres horas y media y después de eso, Paulo le prometió a su esposa que la va a sacar a almorzar para compensarle. También le prometió algo más, pero tienen que esperar a llegar a la casa para eso.

Isabella se instala en las tribunas, al lado de Jorgelina, a quien saluda con un beso. La rubia lo ve a Paulo salir del edificio con su uniforme puesto y correr hasta el centro de la cancha, donde el resto del equipo ya está aglomerado haciendo movilidad articular.

Isabella no puede evitar buscarlo a Leandro con la mirada entre los muchos jugadores. Le cuesta, ya que no termina de acostumbrarse al pelo platinado del ojiazul, así que se pasa unos segundos pasando de morocho en morocho hasta que se acuerda. Entonces, lo encuentra y se le atasca el aliento. Ese hombre no puede ser tan hermoso.

Leandro charla con Ángel en un costado mientras calientan. En estas épocas del año, en Italia ya hace frío, por lo que el ojiazul lleva puesto los pantalones ceñidos negros y el suéter rosa del club, además de un par de guantes oscuros para protegerse las manos. Tiene la barba un poco más crecida, las pequeñas argollas que cuelgan de los lóbulos de sus orejas le dan un aspecto espantosamente agradable e Isabella se cuelga mirándolo hasta que se da cuenta que ya pasaron varios minutos. De inmediato, se hace la desentendida y mira para otro lado. Sus ojos aterrizan en Paulo.

El entrenamiento transcurre tranquilamente. Isabella charla con Jorgelina y se pregunta a sí misma cómo van a ser los entrenamientos ahora sin Camila; con el tiempo, la ex-esposa de Leandro se convirtió en una gran amiga de Isabella. Es verdad que todo lo sucedido entre la rubia y el ojiazul hizo que ella se sintiera un poco más distante de su amiga, pero aquello no significa que no la va a extrañar. Sin embargo, pensar eso la hace acordarse de Leandro, por lo que de inmediato tiene que distraerse con otra cosa.

Una y media de la tarde el entrenamiento por fin acaba. Paulo toma agua a un costado de la cancha e Isabella baja de las tribunas para encontrarse con él al pie de las gradas. Lo saluda con un beso. Cuando se separan, ella cree sentir la mirada de Leandro puesta fijamente sobre ella, sin contenciones ni discreción, así que se tiene que obligar a sí misma a ignorarla, a pesar de que esos ojos azules la atormentan de cerca.

—Ya nos lo llevamos a Lean para casa —le informa Paulo a Isabella, guardando el equipo en su bolso para así poder partir.

Ella, reposada contra la barandilla del predio, hace una mueca. 

—Okay —dice con un bufido.

—¿Lo llamás, por fa? Que ya nos vamos —dice Paulo—. Lo dejamos en casa, lo ayudamos un toque a que se instale y después yo te saco a almorzar, ¿sí? Y hacemos todo lo que quieras.

Isabella se muerde el labio inferior con fuerza, pero finalmente asiente. Se separa de la barandilla y empieza camino hasta Leandro, que está parado solo en un costado, también guardando su equipo en el bolso. La rubia se planta a su lado y carraspea, y ve como una media sonrisa se asoma al rostro del hombre.

—Ya nos vamos —le comunica Isabella secamente.

—Bue, pará, rubia. Ni me saludás —le contesta Leandro, burlón, irguiéndose y así luciendo su metro ochenta.

Isabella traga saliva cuando se ve obligada a echar la cabeza levemente hacia atrás para poder mirarlo los ojos. Se había olvidado de lo alto que era en comparación a ella.

—Hola —saluda ella, tajante—. Ya nos vamos.

—¿A tu casa? —sonríe él a medias, asegurándose de hacer notar la connotación ambigua de sus palabras.

—Mía y de Paulo, sí —contesta Isabella, haciendo énfasis en el nombre de su esposo.

Leandro asiente. Todavía tiene un dejo de una sonrisa en los labios cuando se agacha y recoge su bolso del suelo, colgándoselo del hombro. La mira.

—Bueno, vamos —le dice por fin, su voz resbaladiza como la corriente de humo de un cigarrillo.

Isabella no dice nada más. No lo espera tampoco. Solo sale disparada en dirección a Paulo, ya que no se aguanta más esta tensión entre ella y Leandro. Quiere poner distancia entre ellos, a pesar de que unos cuantos metros no van a hacer que se deje de sentir de esa forma. Él bien sabe que ella está nerviosa, y sabe manipular el ambiente para hacerla sentir incluso más sumisa ante él. Le da placer verla retorcerse de la ansiedad en una falta de palabras cada vez que él la mira. Isabella lo odia, lo odia, lo odia, todo, no le gusta sentirse tan fuera de control... pero a la vez, y odia admitirlo, le encanta.

Paulo se acerca a ellos y de inmediato se dirigen hasta los vestuarios. Allí, Isabella los espera un par de minutos mientras ellos se bañan y cambian rápidamente. Después, los ve salir juntos ya listos y se le estruja el corazón porque los dos se ven estúpidamente hermosos.

Leandro, por su parte, ahora no solo tiene el bolso de entreno, sino que también lleva consigo un carry on. 

—¿Vamos? —les pregunta Paulo a Isabella, acercándose a ella, secundado por Leandro.

—Sí —asiente Isabella de inmediato, tomándole la mano para levantarse.

Salen del edificio y empiezan a caminar en dirección al estacionamiento. Isabella va un poco más rápido, encabezando el trío debido a los nervios en su andar. El corazón todavía le late demasiado rápido, sobre todo porque el olor a shampoo de granada que emanan los dos hombres es embriagante. Detrás de ella, Paulo y Leandro chocan manos brevemente, uniéndose en un abrazo de lado.

—Millones de gracias de nuevo, amigo. Te juro que ya estoy buscando casa, me voy a ir cuanto antes —dice Leandro. 

—Tranqui, Lean. Tenemos espacio de sobra y no nos jode para nada. Quedate todo el tiempo que quieras.

Isabella hace una mueca interna ante las palabras. Cree recordar a Paulo prometiéndole que Leandro se iría lo antes posible. Cree recordar explícitamente decirle que a ella sí le molesta.  Pero no dice nada.

Llegan al estacionamiento y después de cargar el carry on en el baúl, se suben al auto; Paulo, del conductor; Isabella, del copiloto; y Leandro en los asientos de atrás. Ella se mantiene en silencio durante el viaje, escuchándolos a los dos hombres hablar tranquilamente de nada más ni nada menos que fútbol. Llegan a la casa en menos de diez minutos, bajan la valija y de inmediato se adentran en la vivienda.

—Nuestra humilde morada —dice Isabella sarcásticamente con un suspiro, agotada. Se dirige hacia Leandro—. Paulo te muestra todo. Yo voy a estar abajo en el sótano, si necesitan algo peguen un grito.

El ojiazul la mira fijamente con esa mirada tan intensa que a ella se le derrite todo por dentro. Como si él estuviera tratando de leerla, pero le estuviera costando, que es exactamente lo que siente Isabella siempre que lo ve. Traga saliva, aparta la mirada y de inmediato corre escaleras abajo hacia el sótano. Cierra la puerta de un portazo.

Después de meses en carencia, siente que ya tuvo demasiado de Leandro por hoy. Cruzaron una o dos palabras, pero los ojos de aquel hombre dicen más que su propia voz. Analizan todos sus movimientos, la supervisan todo el tiempo, incluso cuando ella no se da cuenta. Es agotador.

Es excitante.

Isabella se reposa contra la puerta cerrada y se pasa las manos por el pelo. Suspira. Está cansadísima.






a/n –
capítulo aburrido perdón !! hoy a la noche vuelvo a actualizar

dato curioso: isabella hace acrobacia en telas! aprendió de muy chica y se dedicó a eso durante varios años de su vida antes de interesarse por la fotografía. le encanta porque le gusta la idea de poder soltarse y dejarse caer, la adrenalina de estar a punto de tocar el piso pero no hacerlo. de hecho, ella y paulo tienen en su casa de turín, en el sótano, una habitación vacía con tan solo las telas, las cuales isabella usa ocasionalmente. paulo sabe que no tiene permitido entrar a la habitación.

also, me creé una cuenta de instagram, vayan a seguirme !! estoy como _scrubcqps y voy a estar subiendo contenido de mis historias <3

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