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𝟐𝟐.
NO TE CREO
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TURÍN, ITALIA
Septiembre 2022
Isabella se despierta la mañana siguiente con un nivel de letargo inexplicable. Abre los ojos y lo primero que se da cuenta es de lo plagada que está aquella habitación con el embriagante aroma de Leandro, como si él hubiese rociado su colonia por cada superficie disponible solo para hacerla acordarse de él ni bien se despertara. Isabella traga saliva, ya que aquel olor la deja medio mareada.
No sabe qué hora es, pero la cama es demasiado cómoda. Las sábanas de seda abrazan su cuerpo gentilmente y el amplio colchón le deja espacio para estirarse a su gusto sin recibir una patada a cambio. Sin embargo, moverse la hace darse cuenta de varias cosas:
Número uno: está en la cama de Leandro. Ayer se lo cogió a Leandro. O, bueno, más bien Leandro se la cogió a ella. Y la dejó totalmente hecha mierda.
Número dos: Leandro actualmente no se encuentra en la cama al lado suyo. El colchón hundido y la posición de las sábanas le dan a entender a Isabella que él estuvo ahí previamente y que aquello no fue todo un sueño. Pronto, saca la conclusión de que él debe haber ido a entrenar.
Número tres: Paulo. Paulo todavía es su esposo. Todavía es su esposo, que le puso los cuernos. Su esposo que le puso los cuernos con una rubia tetona llamada Emilia. Y ella todavía es su mujer; la mujer que después de enterarse, le devolvió el engaño con el amigo sobre el cual le dijo que no tenía que preocuparse.
Número cuatro: le duele todo. Absolutamente todo.
Isabella hace ademán de darse vuelta para recostarse sobre su espalda, pero apenas lleva a cabo la acción, se hacen presentes sobre su piel todos los dolores que le dejó Leandro anoche: tiene las piernas tensas, los muslos adoloridos, las caderas amoratadas, ni hablar de su orto y su zona íntima, que le arden muchísimo. Siente también un leve dolor en la piel del cuello, lo cual debe ser porque Leandro la ahorcó con mucha fuerza. Le llueven algunos recuerdos y sonríe, ensimismada.
Isabella después se da vuelta hacia la mesita de luz de su lado de la cama (mueve solo el cuello, teme partirse al medio si trata de darse la vuelta completa). Ve ahí su celular junto con un vaso de agua y un pedazo de papel. Supone que Leandro es el responsable de aquello. Lo primero que hace es abalanzarse hacia el vaso de agua a toda velocidad, con un quejido de dolor pero un suspiro de alivio. Mientras traga la bebida tibia, agarra el celular y de inmediato se le hace un nudo en la garganta.
Tiene trece llamadas perdidas de Paulo, más múltiples mensajes de '¿dónde estás...?'.
Por un segundo, a Isabella le duele mucho el pecho. Por más que se encierre en una burbuja de ensueño junto a aquel ojiazul hermoso, por más que se la coja hasta partirla al medio, lo que pasó con Paulo aún permanece a la espera de una solución. Tiene que hablar con él, tiene que resolver qué mierda es lo que va a hacer después.
Pero ahora prefiere ignorarlo.
Son las once y media de la mañana. Se acuerda brevemente que hoy la Juve juega contra Fiorentina, a eso de las tres de la tarde. Eso quiere decir que ya debería empezar a levantarse, porque ve frente suyo unas largas horas de recuperación antes de que sea completamente capaz de dar un paso sin caer de culo al piso.
Le preocupa un poco saber que Leandro, Paulo y ella van a estar todos en un mismo lugar, especialmente después de lo sucedido en las últimas doce horas, pero le prometió a su esposo que iría al partido, y a pesar de que están peleados, ella no rompe sus promesas. Además de que tiene algunos planes en mente.
Ignora los mensajes de Paulo y deja nuevamente el teléfono en la mesita de luz para agarrar en vez el papel. Es una nota. Isabella sonríe al ver esa letra torcida que seguramente le pertenezca a Leandro. Lee con rapidez, mordiéndose el labio inferior; cualquier indicio de aquel ojiazul ya la vuelve loca.
Isa, me fui a entrenar porque después a la tarde tengo el partido. Te iba a despertar pero decidí dejarte descansar, además de que roncabas como búfalo con asma. Te dejé una de mis remeras del club separadas por si te pinta venir a verme al partido, aunque no creo que quieras porque Paulo va a andar por ahí. Hay plata también en el escritorio para que te compres algo para comer (NO PARA BOLUDECES).
Mandame mensajito si vas a venir y tranquila que no le voy a contar a Paulo que te rompí el orto a cachetadas ayer a la noche ;)
Lean
A Isabella se el escapa la tercera sonrisa de la mañana una vez que termina de leer la nota que le dejó el ojiazul. La deja sobre su teléfono y le echa un breve vistazo al escritorio, donde ve tres billetes de quinientos pesos más, efectivamente, la remera blanca y negra de la Juventus con el nombre de Paredes y el treinta y dos de dorsal.
No sabe bien cómo se siente. Si las circunstancias fueran otras, si ella no tuviera un esposo que la hizo cornuda, Isabella no podría parar de sonreír. Leandro será un hijo de puta y un pelotudo, pero tiene sus encantos, que la dejan embobada Sin embargo, ella sí tiene un esposo que la hizo cornuda, por lo que la situación cambia. Le cuesta asimilar sus emociones.
Con pesar y varios quejidos de dolor, se levanta de la cama. Todavía tiene puesto el remerón negro de Leandro que le llega hasta la parte superior de los muslos, cubriéndola. No tiene puesta bombacha por lo que asume que se quedó dormida ni bien terminaron de coger. Renguea a medias hasta el baño y se encierra en éste, allí prendiendo la ducha. Cuando se ve a sí misma en el espejo, sin embargo, ahoga un grito.
La mayoría de su cuerpo está cubierto, pero ya gracias al escote medio de la remera, puede ver una franja de chupones a través de toda la piel de su cuello, sus hombros, su mandíbula. Tiene la piel hecha mierda, además de que las marcas que le dejó Leandro adoptaron un tono rojo violáceo incluso más fuerte, que resalta contra su pálida piel. Los dedos del ojiazul también dejaron moretones a los costados de su cuello debido a la fuerza con la cual la ahorcó.
El baño se empieza a llenar de vapor debido a la ducha. Isabella se saca el remerón para quedar completamente desnuda frente al espejo. Nuevamente, la vista la sorprende: sus tetas también están recubiertas de chupetones enormes, tiene el interior de los muslos enrojecidos y al darse vuelta, encuentra sobre su nalga izquierda la mano de Leandro definidamente marcada sobre su piel, color rojo, violeta y negro en partes. Verse así a sí misma la prende muchísimo, pero lo único que se cruza por la cabeza es la duda de cómo mierda va a hacer para cubrir todo eso si es que quiere salir al público.
Tampoco es tan mala idea salir así. No suele gustarle meterse en líos mediáticos, pero hoy lo único que quiere hacer es dejarlo a Paulo tan mal parado como pueda.
Niega con la cabeza y se mete en la ducha. Cuando el agua hirviente impacta contra su piel, Isabella suelta un pequeño gemido de dolor. Ni hablar de cuando ésta roza su entrepierna. Está realmente hecha mierda.
Se baña relajada. Después, sale de vuelta a la habitación y se sienta en el borde de la cama con el celular en la mano. Con desgano, abre el chat de Paulo para leer los muchos mensajes que él le dejó.
Paulo
Last seen today at 11:09
isa volvé
quiero hablar
plis
Ayer, 23:01.
a dónde fuiste??
estás tardando una bocha
Hoy, 00:17.
isabella
volvé
dónde estás?
te estoy llamando
Hoy, 00:46.
te juro que no es lo que vos pensás
ya sé que pensás que te puse los cuernos pero no me la cogí
isabella
contestá dale
te estoy esperando a que vuelvas para que podamos hablar
Hoy, 01:33.
dónde estás...?
Hoy, 04:10.
Isabella se muerde el labio inferior al darse cuenta que el último mensaje fue enviado para cuando ella ya se lo estaba cogiendo a Leandro. Se siente extraña dándose cuenta que mientras su esposo le escribía a más no poder, preocupándose por su paradero, ella estaba en la cama con otro, dejándose hacer de todo. Se le llenan los ojos de lágrimas, pero rápidamente se recuerda a sí misma que el infiel es él, que a pesar de que vengarse no es sano, ella técnicamente no hizo nada mal. Porque lo suyo con Paulo ya terminó.
Sin embargo, un mensaje le llama la atención: su esposo diciéndole que no se la cogió, que sabe que ella piensa que sí, pero que no. Siempre cabe la posibilidad de que esté mintiendo como hizo previamente durante toda la discusión de ayer, pero Isabella siente un muy breve, muy pequeño rayo de esperanza de que esta vez sea verdad. De que haya una explicación. Se pone a teclear y de inmediato inventa alguna excusa; no está a punto de decirle que se lo cogió a Leandro.
Paulo
Last seen today at 11:09
estoy bien. pasé la noche en lo de una amiga.
la verdad no sé que querés que crea. emilia mari no es cardióloga, es modelo. ya con eso es suficiente. me mentiste ayer, cómo sé que no me estás mintiendo ahora?
no te hagas el boludo porque no me la compro más.
voy a ir hoy al partido, más tarde hablamos bien, pero no necesito explicaciones.
me pusiste los cuernos y me duele, pero ya está. hacemos efectivo el divorcio cuanto antes.
Entregado, 11:59.
No espera una respuesta. Apaga el teléfono, lo silencia y lo deja boca abajo en la mesita de luz antes de empezar a cambiarse para ir al estadio. No sabe qué va a hacer, no sabe a quién se va a encontrar, pero no le importa. Necesita aire fresco y quiere verlo a Leandro.
───────────✧───────────
—¡Hola, Isa! Cuánto tiempo.
Isabella está entrando al palco VIP del estadio y rápidamente alza la mirada al escuchar la voz de Jorgelina, la esposa de Ángel. Esboza su mejor sonrisa y pretende que no le duele todo el culo cuando la saluda con un beso y se sienta a su lado.
Antes de ir al estadio en Uber, Isabella pasó por su casa. Estaba segura de que Paulo no estaba, por lo que aprovechó para cambiarse (se había puesto la remera del club con el nombre de Leandro, la cual no se sacó) y buscar su cámara de fotos. Además de eso, también pasó por lo menos una hora y media empolvándose todo el cuerpo con maquillaje, cubriendo cada evidencia de la noche anterior. Después, sí, partió hacia el predio. Se sentía un asco, pero al menos no sería objetivo del ojo público. Por ahora.
—Hola, Jorge, ¿cómo andás? —le pregunta Isabella a la mayor, calma, acercándose a ella y a la vez mirando al frente hacia la cancha.
Son las dos de la tarde, por lo que los jugadores de ambos equipos ya salieron para empezar a calentar. Isabella cree recordar haber visto la alineación y recuerda que hoy ambos Paulo y Leandro están de titulares. Se muerde el labio inferior con una pequeña sonrisa al verlo al ojiazul haciendo pases con uno de sus compañeros. Evita buscarlo a Paulo con la mirada. No lo quiere ni ver.
—Bien, bien. ¿Vos? Llegaste más tarde hoy —dice Jorgelina.
—Sí, es que dormí poco entonces le dije a Paulo que vaya saliendo y que yo después me venía —miente ella con naturalidad, haciéndose la desentendida.
—Ah, bueno, bueno.
Charlan durante un rato. Isabella no le quita los ojos de encima a Leandro, e incluso saca su cámara para ocasionalmente sacarle una o dos fotos sin vergüenza, encontrando ángulos buenísimos. Planea subir las tomas después a su historia. Está enojada, con los humos subidos y con ganas de hacer quilombo, lo cual probablemente sea una muy mala idea, pero quiere que el mundo sepa que Paulo no es ningún santo.
El partido empieza a las tres en punto. Isabella y Jorgelina observan entretenidas, sentadas al borde de sus asientos debido a la ansiedad. Por suerte, es un juego tranquilo.
Al menos durante el primer tiempo.
Después del entretiempo, el juego recomienza y en el minuto sesenta y dos, sorpresivamente, Leandro mete un gol. Isabella aplaude y festeja el punto con una sonrisa, pero el verdadero problema llega cuando el ojiazul se da una vuelta por el borde de la cancha hasta quedar enfrentado con el palco VIP, donde está ella. Isabella no está segura de que él sepa que ella llegó pero allí, cree que él la está mirando a los ojos, señalándola, dedicándole el gol.
Esboza una media sonrisa y todavía mirándola, Leandro alza su dedo meñique. A Isabella se le viene un breve flashback de aquella noche hace tres años en la cual se quedaron atascados en el ascensor, cuando hicieron su primera promesa de meñique.
Las multitudes todavía aclaman, pero se hace un silencio extraño. A Isabella le empieza a temblar el labio inferior de los nervios cuando, después del gesto de Leandro, ella lo mira a Paulo por primera vez y nota sus ojos sobre ella, con la mandíbula medio caída debido a la sorpresa. Siempre cabe la posibilidad de que Leandro no la haya estado mirando a ella, pero por algún motivo, Isabella solo sabe que sí.
Se da cuenta del lío en el que se acaba de meter, con el ojiazul haciéndole una declaración pública, en frente de su esposo. Isabella se torna roja de la vergüenza, no cree que la audiencia haya notado la dedicación del gol pero sabe que pronto no se va a hablar de otra cosa. Jorgelina se gira hacia ella.
—¿Te señaló a vos? —pregunta, extrañada.
—No creo. Seguro estaba apuntando a las cámaras —miente ella con rapidez, sin mirarla a los ojos
Le duele todo, tiene ganas de vomitar. Le encanta Leandro, pero Paulo es su esposo. Están en un lío, peleados, pero eso no quita los tres años de relación y el hecho de que están públicamente comprometidos, por lo cual, si alguien se da cuenta que Leandro le dedicó un gol, además del hecho de que ella lleva puesta su remera, van a despertar muchísima charla en las redes sociales. De inmediato, sus ganas de armar quilombo se disipan – no es por nada que se pasó toda su vida evitando los líos mediáticos.
Isabella no vuelve a aplaudir en todo el partido. Éste termina 1 a 1 a eso de las cuatro y media de la tarde y de inmediato, sin esperarla a Jorgelina, la rubia sale a toda velocidad del palco VIP, de repente demasiado consciente del hecho de que la remera que lleva puesta dice Paredes en la espalda. No quiere que la vean, pero sabe que tiene que acercarse a la salida de los micros para verlo a Paulo.
A las cinco de la tarde, ella ya se encuentra ahí, esperando al equipo masculino de la Juventus, que llega tan solo unos minutos después. Al primero que ve es a Leandro y a pesar de que siente un soplo de alivio cuando lo ve sonreírle, de inmediato se hace la otra. Él, por suerte, también, pero cuando pasa a su lado, no pierde la oportunidad de cachetearle el orto disimuladamente, justo sobre el moretón, haciéndole ahogar un grito. Ella se da vuelta para sermonearlo, pero él ya desapareció dentro del micro.
Paulo es el último en llegar. Al verla, su expresión adopta una especie de dureza suave, como si se alegrara de verla, pero se sintiera en conflicto. Se le acerca con el bolso colgado del brazo y la botella de agua en la mano, y al ver al remera que lleva puesta, él hace un gesto despectivo con las cejas. Se frena frente a ella.
—Tu amiga entonces era Leandro, ¿no? Pasaste la noche con él —acusa de inmediato.
Isabella debate si mentirle o no.
—Sí, pasé la noche en su casa –se sincera a medias—. Pero solo porque necesitaba donde quedarme por la noche y él se ofreció. No hicimos nada.
—No, claro, solo te pusiste su remera y él te dedicó un gol.
La chica palidece.
—No me lo dedicó a mí —dice de inmediato con la voz temblorosa.
—¿A quién entonces, eh? A Jorgelina supongo que no, y hasta donde yo sé, Camila está en Buenos Aires. ¿Te lo dedicó de onda nomás, porque es buen amigo, o porque te garchó una vez y cree que sos suya?
Isabella aprieta los labios y ensancha las fosas nasales, respirando profundamente para no gritarle.
—Yo no soy de nadie, Paulo. No soy un objeto. Ni de Leandro, ni tuyo —escupe con fuerza—. Y no me lo cogí, así que no me vuelvas a acusar, eh.
Se siente mal por mentir, pero no puede evitarlo. Un músculo en la mandíbula de Paulo se tensa y destensa. Él la mira fijo, con una expresión críptica, hasta que se le suaviza la mirada.
—Tenés razón, perdón —dice por fin, perdiendo la brutalidad de sus palabras previas, suspirando y pasándose una mano por el pelo frustradamente. Alza la vista hacia el micro—. Me tengo que ir ahora, me están esperando, ¿podés venir a casa y hablamos ahí? Te tengo que explicar todo bien, Isa. Te juro que no es lo que pensás.
—No sé qué hay para explicar, pero sí. Te espero allá.
—Gracias —asiente él, aliviado.
La mira por un segundo, como queriendo hacer algo más. Levanta la mano para tocarle la cara pero se frena a medio camino y simplemente le dedica un gesto con la cabeza antes de pasar por su lado y meterse en el micro.
A Isabella se le llenan los ojos de lágrimas. Pestañea y éstas desaparecen.
───────────✧───────────
Isabella llegó a su casa hace menos de diez minutos. Por suerte ésta estaba vacía, porque ella todavía necesita un ratito más para mentalizarse para su charla con Paulo. Verlo de nuevo a Pandito le hizo bien, se sentían como años desde la última vez que lo acarició a pesar de que fueron menos de veinticuatro horas. Ni bien llegó, ella se recostó en el sillón y el pequeño felino llegó a toda velocidad para reposarse sobre su pecho, ronroneándole, calmándola con las dulces vibraciones.
Ahora ahí se encuentra, con el celular al oído, en llamada con Leandro. Parte de ella siente un poco de culpa por estar hablando con el ojiazul mientras está en la casa suya y de su esposo, esperándolo para hablar, pero todo su cuerpo rechaza aquellos pensamientos con vehemencia. No tiene por qué sentirse culpable, lo que tenía con Paulo se acabó.
Lo que sí la dejó pensando desde la noche pasada es el hecho de que Leandro es el que todavía sigue casado. Que tiene hijos. Que Camila, de todo el mundo, es su esposa, y la amiga de Isabella. Odia haberla traicionado de esa manera y no sabe bien cómo manejar la situación, si Leandro planea decirle algo o si es tan hijo de puta como para mantenerlo de callado.
Isabella se remueve un poco y gime por lo bajo del dolor.
—¿Qué pasó? —le pregunta Leandro de inmediato, cortando su oración previa, que ella apenas estaba escuchando.
—Me duelen las piernas —dice a medias, tratando de encontrar una posición donde pueda relajar los muslos pero donde no le duela el orto.
—Te dejé hecha mierda —concluye el ojiazul, y ella prácticamente puede escuchar su sonrisa burlona—. Ya era hora igual, hija de puta. Me tenés esperando hace rato.
—Bue, qué te agrandas. Acordate que yo todavía estoy casada, tarado.
—No por mucho igual.
Isabella hace un silencio.
—Eso ya lo vamos a ver.
Escucha una risa del otro lado de la línea, seguida de un silencio atronador. Isabella arquea las cejas.
—No era joda —dice.
—¿Cómo que no? —cuestiona Leandro, extrañado—. No me digas que en serio estás considerando quedarte con él.
—No sé...
—Isa, a ver, escuchame. Vos misma lo dijiste, es fáctico: te puso los cuernos y te mintió. ¿Cómo podés seguir confiando en él? —dice, alterado.
—No es tan simple, Lean, por favor tratá de entender. Estoy con él hace cuatro años, es mi mejor amigo hace seis. No puedo solamente dejar de amarlo, a pesar de que me haya hecho mierda —explica ella, tirándola de la oreja con suavidad a Pandito, ya que sabe que a él le encanta—. Y vos lo decís nomás porque querés seguir cogiéndome, no te hagas el que te importa.
—Obvio que me importa, pedazo de boluda —le dice él con esa agresividad cariñosa que a ella la vuelve loca—. Paulo es un pelotudo.
—No más que vos.
—Dejame terminar, ¿querés?
—Bueno, dale, dale.
—Paulo es un pelotudo —repite—. Yo entiendo que lo ames, pero si te quedás con él, solo te estás haciendo daño a vos misma. ¿Quién dice que no lo va a volver a hacer, eh? Vas a quedarte con él en ese matrimonio de mierda creyendo que todo puede volver a la normalidad, pero lo vas a resentir toda tu vida. Estás diciendo que lo amás, pero yo no te creo que vos podés seguir estando enamorada de él después de lo que te hizo.
Isabella mantiene el silencio durante algunos segundos. Incluso deja de acariciar a Pandito, por lo que el gato maúlla en señal de protesta. Piensa y repiensa las palabras, pero a pesar de que espera que todo se aclare, todavía no puede ver a través de la oscuridad.
—Lo estoy —confiesa avergonzada—. Ya sé que soy una boluda, pero todavía estoy enamorada de Paulo. Y yo sé que él me ama a mí.
Leandro está a punto de protestar, al borde de ponerse a gritarle de la frustración para que se escuche a sí misma, todas las boludeces que está diciendo. Pero Isabella escucha el ruido de la puerta y se levanta de un salto, espantándolo a Pandito, que sale disparado y se pierde por el pasillo.
—Me tengo que ir —murmulla ella.
—Eu, pará...
Pero la rubia ya cortó. Apoya el celular boca abajo en el sillón, silenciado, justo al tiempo en el que Paulo se adentra en la casa con el uniforme de la Juventus todavía puesto. Al ver a su esposa sentada en el sillón, se paraliza en su lugar, pero rápidamente traga saliva y reanuda su trayectoria. Cierra la puerta, deja caer su bolso en el piso y se acerca con lentitud hasta el sillón, jugueteando incómodamente con sus manos.
—Hola —dice, nervioso.
—Hola —responde ella.
Isabella odia darse cuenta que él se ve estúpidamente hermoso, con el pelo cayéndole sobre los ojos celestes claros, los labios apretados y las cejas un poco fruncidas. Paulo siempre fue el hombre más atractivo para ella, pero ahora, con todo lo que sabe, Isabella duda que ella sea la mujer más atractiva para él. Hace una mueca de dolor ante el pensamiento.
Paulo apoya los codos sobre el respaldo del sillón y ella alza la mirada para mirarlo a los ojos. Se sienten como años desde la última vez que lo vio así de cerca, y le llega una repentina idea de querer besarlo, pero se lo niega a sí misma.
—¿Hablamos? —le dice él—. Tengo que explicártelo bien.
Isabella traga saliva y finalmente asiente. Se hace a un lado en el sillón para dejarle espacio y él de inmediato se introduce en el living para sentarse, alejado de ella, evitando tocarla pero evidentemente muriéndose de ganas de hacerlo. Isabella se muerde el interior del cachete con fuerza.
—No sé bien qué es lo que me querés explicar, Paulo. Me pusiste los cuernos —dice ella sin más.
Paulo salta de inmediato.
—No te puse los cuernos ni te mentí, Isa. Te lo prometo.
—¿Y cómo sé yo que vos me estás diciendo la verdad? Busqué a Emilia Mari en Instagram y resulta que no es cardióloga, es modelo. O sea que todo lo que me dijiste es mentira —acusa Isabella, empezando a ponerse roja cuando siente como el enojo que todavía no descargó se le cola por debajo de la piel—. Le contesto la llamada y se pone nerviosa, ni me dice qué es lo que quiere. Ni hablar del hecho que te llama un sábado a las ocho de la noche, cómo si los cardiólogos se pasaran los fines de semana haciendo esas cosas. No me gusta que me mientan, Paulo, y vos lo hiciste sin vergüenza. Ni siquiera te arrepentís y ahora seguís mintiéndome.
Quiere insultarlo, echarle en cara lo hijo de puta que es, pero no le nace de adentro.
—Isa —llama él, suplicante, esta vez agarrándola de la mano sin dudar—, no te mentí. No sé quién fue la que te apareció en Instagram, pero Emilia no es modelo, ni me la cogí, ni nada de lo que creas.
—¡Dejá de mentir! —Isabella se sacude su mano de encima, incapaz de mantener contacto físico con él sin sentir repugnancia.
Las lágrimas de frustración le brotan a los ojos con una facilidad impresionante, pero logra contenerlas.
—No estoy mintiendo, mi amor, te lo prometo. Solo escuchame —suplica él, retorciéndose incómodamente en el sillón—. Mirá, dame tu teléfono.
—¿Por qué?
—Así te muestro que no es lo que vos creés. Para que puedas confiar en mí.
Isabella duda. No tiene ni idea de qué es lo que Paulo quiere mostrarle, no sabe si le está mintiendo, si la está boludeando, pero no puede decirle que no. Recupera su teléfono de entre los dos colchones del sillón y se lo da, observándolo mientras él lo prende. Paulo frunce el ceño.
—¿Desde cuándo tiene contraseña? —le pregunta.
Isabella se pone un poco nerviosa. Desde que volví a hablar con Leandro. Solo se encoge de hombros.
—No sé —murmulla—. Es 2848.
Paulo asiente, atolondrado, pero igual teclea los números y logra desbloquear el teléfono. Isabella lo mira de reojo nerviosamente, rezándole a Dios porque no llegue ningún mensaje de Leandro. Que Paulo no vea nada sospechoso. Por suerte, no lo hace y en vez, después de teclear por unos segundos, gira el teléfono hacia ella para mostrarle el perfil de Instagram de una mujer de mediana edad, morocha y regordeta, con tan solo unos pocos seguidores y el nombre @emiliamariana35.
Isabella no entiende nada. Frunce el ceño y toma el teléfono de las manos de Paulo, empezando a ver las distintas publicaciones de la desconocida, que a decir verdad, está lejos de ser modelo.
—No entiendo, ¿qué es esto? —pregunta, negando con la cabeza.
—Mi cardióloga. Se llama Emilia Mariana, pero todos le dicen Emilia Mari —dice Paulo insegura pero genuinamente—. No sé qué habrás visto vos, pero yo te juro que Emilia modelo no es. Tiene treinta y cinco y está casada con tres hijos. Es mi cardióloga hace casi cuatro años ya. Y yo nunca, nunca, me le acerqué de ninguna manera, ni ella a mí.
—Pero...
Isabella todavía no entiende nada. Cuanto más baja por la cuenta de Instagram, más normal se ve aquella mujer. Menos atractiva le parece. Más amable es su sonrisa. Más se le encoge el corazón.
—Pero yo... no puede ser, yo vi la cuenta. La seguís, le das like.
—¿A quién?
Isabella rápidamente abre la lupa de Instagram y teclea el nombre de @emimari, el cual ya se aprendió de memoria debido a todas las veces que pasó recordándola durante la noche, conteniendo las lágrimas y dejando escapar algunas a través del ensordecedor silencio. El perfil de la modelo rubia tetona hermosa. No puede ni verla, por lo que aparta la mirada ni bien Paulo toma el teléfono de sus manos, con el entrecejo firmemente fruncido.
Observa sus publicaciones durante algunos segundos sin dejar entrever ni una pizca de emoción.
—La conozco —admite él—. Es una modelo argentina, ¿no?
—No sé, Paulo, vos sabrás —se encoge de hombros ella, sin mirarlo a los ojos y con la mandíbula apretada.
—Isa —la llama él—, la sigue toda la selección. Mirá, hasta Lali Espósito la sigue. Nunca le hablé, mucho menos la vi en persona. Y entiendo lo raro que se ve que se llamen casi igual, pero te juro que no es nada más que una coincidencia. A decir verdad, la veo y no me mueve ni un pelo. Vos me parecés muchísimo más linda —hace una pausa, diciendo sus siguientes palabras con una extraña timidez—. La más hermosa, en realidad.
Nuevamente, a Isabella se le ponen los ojos llorosos. Se acostumbró a la idea de que su esposo la gorreó, rezó porque no sea real y ahora que no lo es, le cuesta comprenderlo.
—No te creo —le dice, tragando para deshacer el nudo en su garganta.
—Isa...
—¡No te creo! —grita ella, alzando un poco la voz y levantándose de un salto del sillón, empezando a caminar de lado a lado por el living mientras se agarra el pelo, frustrada—. Contesté la llamada y se puso nerviosa, y vos... vos me gritaste, te pusiste a la defensiva, y- y Leandro me dijo que él también sabía de Emilia...
Para su sorpresa, a pesar de la mención del ojiazul, Paulo mantiene la calma.
—¿A Leandro justo le vas a creer, que viene queriéndote encamarte desde que te conoce? —suelta una risa enternecida—. Admito que yo me puse muy a la defensiva, te grité y no debería haberlo hecho, perdón. Pero te juro que solo me puse nervioso, revisaste mi celular, empezaste a desconfiar de mí... no sé, fue un golpe bajo. No creí que íbamos a llegar a eso entonces solo... no sé, Isa. Perdón. Te juro que todo esto es solo un malentendido, creeme.
Isabella no le cree. No quiere creerle. Porque en ese caso, si es verdad que Paulo le fue fiel, si es verdad que Emilia es Emilia Mariana y no Emilia Mari, una cardióloga de treinta y cinco años y no una modelo completamente operada de pies a cabeza, entonces eso significa que el infiel no es Paulo, es ella misma.
Por venganza, por resentida, por haberse hecho una idea y haberse aferrado a ésta sin antes siquiera comprobar que fuera verdad. No quiere ser la villana de la historia, no quiere que Paulo piense en ella y la asocie con la persona que rompió su confianza. No quiere divorciarse. No quiere perderlo. Simplemente no quiere.
Está desesperada. Lo ama a Paulo. Lo ama ahora más que nunca, al enterarse de que él realmente no le fue infiel y fue solo un malentendido. Pero también lo odia, porque si hubiera sido capaz de culparlo, entonces todo sería más fácil. Ahora solo se puede culpar a sí misma y a sus estúpidos impulsos por haberla hecho ir a la casa de Leandro, por haberla hecho besarlo, abrazarlo, cogérselo, quedarse dormida con él. Aferrarse, encariñarse. Usar su remera. Que le haya dedicado un gol.
No puede ser.
—Isa.
Apenas puede escucharlo, mucho menos notar la repentina alarma en su voz. Ella todavía camina de lado a lado por el living, con la cabeza gacha, tirando de las raíces de su pelo con fuerza hasta que siente como algunos pequeños mechones se desprenden de su cuero cabelludo, enredándose entre sus dedos. Esto no puede estar pasando, no es posible que su vida se haya ido tan a la mierda en tan solo unos días.
Unas manos se reposan sobre sus antebrazos con suavidad, obligándola a frenar. Sabe que es Paulo, escucha su voz, pero no lo ve. Apenas puede sentirlo. No puede salir de aquel nubarrón gris de pánico, su respiración está acelerada y el corazón lo tiene desbocado en el pecho, amenazando con moler a través de su carne para escaparse de los confines de su pecho.
—¿Isa? Respirá, mi amor, tranquila.
—No, no puedo... Paulo...
—Sentate, mirame.
—No puedo, no puedo...
—Isa.
—Creo que estoy teniendo un infarto.
Paulo la mira con el ceño fruncido. De inmediato, se agacha y reposa su oído contra el pecho de la chica para escuchar los latidos de su corazón, sosteniéndola de la cintura con suavidad. Unos segundos después, vuelve a levantarse. Suspira.
—Estás teniendo un ataque de pánico —le dice él con tranquilidad—. Yo solía tenerlos.
—¿Y qué hacías?
Paulo le esboza una pequeña sonrisa para consolarla a través de la oscuridad.
—Té —asiente, guiándola de vuelta hasta el sillón para sentarla—. Quedate acá sentada, ya te traigo. Ponete las manos así sobre la boca y respira.
Paulo la ayuda a ahuecar sus manos sobre su boca y nariz y ella respira profundamente dentro de éstas, temblorosa. Tiene frío pero transpira, le cosquillean las extremidades y la punta de los dedos y le duele la cabeza, está mareada por hiperventilar. Sin embargo, con lentitud, siente como el aire le regresa a los pulmones.
—Eso, muy bien —dice Paulo gentilmente—. Estás bien, Isa.
Ella asiente a pesar de que no, no lo está.
a/n –
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