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𝟒𝟔.
¿QUÉ? ¿TE DUELE?

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DOHA, QATAR
Noviembre 2022


Los ojos de Paulo siguen a Isabella durante toda la noche, cada uno de sus movimientos, expresiones, palabras. Ella pretende no darse cuenta, se hace la otra y le resta importancia, pero más de una vez, accidentalmente lo mira y sus miradas se encuentran. Es un segundo de silencio y barullo en el cual están de frente pero tan alejados, pero inmediatamente, Paulo se hace el boludo y aparta la mirada, y el ciclo vuelve a empezar.

Isabella se siente totalmente observada, con el corazón a mil, la sangre helada en sus venas. No sabe si aquello es incomodidad o algo más, si la mirada adherente de Paulo le molesta o no. Su insistencia la perturba pero a la vez despierta algo dentro suyo que ella no termina de reconocer, como la curiosidad adrenalínica de algo conocido que ya no le pertenece—esa sensación de no haber querido algo, pero volver a quererlo cuando ya no es tuyo.

Pero ella no lo quiere a Paulo.

La culpa juguetea con su garganta; más bien, la ahorca. El brazo de Leandro desplegado por sobre el respaldo de su silla es como una jaula y ella trata de aferrarse a su cordura, pero los pensamientos se le entremezclan y antes de que pueda darse cuenta, ya son las diez.

Para cuando terminan de comer, muchas de las familias ya se quieren ir a dormir, por lo que emprenden camino hacia sus respectivos hoteles. Los pocos jugadores y familiares restantes—entre ellos, Isabella, Leandro y Paulo—deciden mover el boliche hacia el lobby del hotel donde se hospeda la selección, donde pueden hacerse con unos tragos y aprovechar que mañana se les otorgó el día libre.

Otamendi se ofrece a llevar a Isabella y Leandro en su auto, y ella agradece eternamente los quince minutos de paz antes de llegar al hotel. Usa ese rato para aclarar sus ideas, preguntándose qué mierda es lo que le está pasando, qué es ese magnetismo que la atrae hacia Paulo como si él no fuera el hombre que conoce de toda la vida. Leandro la nota callada durante el viaje, pero opta por no comentar al respecto, simplemente comunicándole a su novia su presencia a su lado al sostenerle el interior del muslo desnudo con una mano. Ella, por su parte, se quiere matar—le encantaría estar en su hotel, en su cama, cogiendo con Leandro.

Para cuando llegan al hotel, varios de los jugadores ya se apropiaron del bar, se pidieron sus tragos y charlan animadamente en distintos grupos desplegados a través del espacio. Para la suerte de Isabella, Paulo aún no llegó, por lo que ella permanece al lado de Leandro cuando él se une a un grupito conformado por Otamendi, Rodrigo y Lisandro.

Se ponen a conversar. Isabella se pide el trago más fuerte del menú porque quiere— no, necesita acallar un poco sus pensamientos. La nueva ligereza otorgada por el vodka hace que ella no note, o no le importe quizás, la llegada de Paulo al bar.

Pronto, varios de los jugadores ya están pasados del alcohol, incluido Leandro. Isabella se sentó en un sillón, un poco apartada, pero sobre todo porque cuando está en pedo tiende a ponerse perezosa. Está a gusto sola, tranquila, dando cabezazos ocasionales, con los párpados y las extremidades pesadas. Puede ver por el rabillo del ojo a Leandro por un lado y a Paulo por el otro, ambos también pasados de copa—ella bien sabe que ambos la tienen en la mira.

Se levanta y se acerca a la barra, donde se pide otro trago igual de fuerte para después volver a su lugar. A pedido de Scaloni, el bar fue cerrado al público para permitirle su privacidad a la selección, por lo que Licha y Cuti no dudan de armar dos o tres porros y repartirlos entre los jugadores.

Unos minutos más tarde, Leandro aterriza en el sillón al lado de Isabella, con el porro prendido en la mano. A la rubia la invade el olor fuerte de la marihuana. Se da vuelta hacia su novio y nota sus ojos rojos, sus pupilas dilatadas casi a un cien por ciento—está fumadísimo.

—¿Querés? —ofrece el ojiazul, sobre todo porque no está en control completo de sus facultades y lo único que quiere hacer es fumarse unas secas con su rubia.

—Sí —contesta ella, porque, ¿por qué no?

Leandro le acerca el porro a la boca y ella lo enjaula entre sus labios. Le da una pitada larga y traga el humo, que la hace toser, pero rápidamente le toma cierto agrado a la sensación y le saca el porro de la mano a su novio.

—Bua, pará, loquita. No te vaya a agarrar una pálida —se ríe, pero se reposa a su lado y echa la cabeza hacia atrás.

Isabella carcajea ausentemente y lo mira, le mira el cuello tatuado, la nuez de Adán expuesta cuando él traga saliva. Lo mira entero y se lo quiere re comer. En lugar de eso, porque le da vergüenza estar en público, le da otra pitada al porro.

No tarda mucho antes de que Isabella empieza a sentirle los efectos a la marihuana. Se da cuenta cuando un mechón de su pelo rubio se le cola por el rabillo del ojo y lo ve amarillo en lugar de, bueno, rubio. En ese momento, se levanta de su asiento algo mareada, se acerca a Licha y le pide una pitada del porro que tiene él en la mano para sentir más todavía.

Se siente eufórica. Hace mucho que no fumaba porro y la verdad es que no puede decir que no lo disfruta. Se tambalea hacia la barra, planeando reposarse contra esta, pero no llega, ya que colisiona contra alguien.

Ese alguien la toma de los brazos para impedir que se caiga. Isabella alza la mirada y se encuentra cara a cara con los ojos celeste cielo de Paulo, que se ven extrañamente brillantes a esta hora de la noche, con esta tenue iluminación.

—Uy, perdoname —le dice, medio atónita. Está re lindo.

Cree recordar brevemente el motivo por el cual dejó de fumar porro: la calentura excesiva.

—Cuánto tiempo, che —se ríe Paulo. Está claro que él está en pedo, juzgando por la forma en la que arrastra las palabras.

—Quiero dormir —confiesa ella de manera repentina sin motivo alguno, bostezando abiertamente.

—¿Dormimos? —le ofrece él.

Isabella levanta un dedo y rechaza la oferta. 

—No puedo, estoy del anillo.

Paulo frunce un poco el ceño.

—¿No estábamos juntos nosotros? —le pregunta, pero después se acuerda—. Ah, es verdad. Del anillo con Lean.

—Sí, sí, con ese. 

—¿Se casaron?

—No, no.

Paulo se ríe.

—Estás medio pasada vos, creo yo. Le voy a decir a Leandro que te lleve arriba a mi habitación y que se quede ahí con vos. No sé, cojan si quieren —le dice él—, pero no tomes más.

—¿Vos venís también? —pregunta ella, su vista nebulosa debido a los efectos del porro y el alcohol en su sangre.

—No, negra. Me cagan a palo.

Isabella se ríe y se mece de un lado al otro, incapaz de mantenerse en equilibrio sobre sus dos pies. Paulo se mece con ella porque sostenerla, no puede. 

—Da, no pasa nada. Para cuidarme nomás, por si me caigo de un balcón o algo.

Paulo se ríe.

—Está bien, le pregunto a Leandro.

A partir de ahí, hay algunos baches en la memoria de Isabella. Cree recordar estar aferrada a Paulo para no caerse debido a que el mundo le daba vueltas, estar frente a Leandro y que él le clave una cara de orto terrible, pero después estar subiendo las escaleras, chocándose contra las paredes, hasta la habitación del cordobés en el tercer piso. 

Leandro, Paulo e Isabella están los tres tan tomados, tan fumados, que ni caen en la cuenta de que están los tres juntos a solas en la habitación de Paulo, sentados en la cama, con Isabella sentada en el medio de ambos hombres.

Leandro tiene en la mano lo que resta de un porro. Se lo pasan entre los tres hasta que se les termina. Después, Isabella se prende un cigarrillo, pero evita ofrecerles a los dos hombres porque sabe que ellos no fuman. El cordobés mira a la pareja curiosamente a través de la cortina de humo que los rodea.

—¿Ustedes cogen seguido? —pregunta sin siquiera darse cuenta—. Porque nosotros con Isa cogíamos una re banda.

Leandro no lo mira, sin siquiera inmutarse por la pregunta. Sigue mirando el techo como si estuviera en un viaje astral.

—Sí, sí —contesta—. Re bien cogemos. Re seguido, ¿o no?

—Mhm —murmura Isabella, con los ojos cerrados y el cigarrillo entre los labios. 

—Y me imagino —dice Paulo, ahora mirándola a la rubia—. Te la debe poner re bien si lo elegiste a él.

Isabella abre los ojos para mirarlo. Después, se da vuelta y lo mira a Leandro. En un segundo, los tres estallan en risa incontrolable. 

Se ríen un rato aunque no sea gracioso. Después, se calman. Paulo vuelve a mirar a la pareja con curiosidad mientras Isabella apaga el cigarrillo en el cenicero que está en la mesita de luz.

—Y... ¿le hacés chupones o algo? —el cordobés le pregunta a Leandro.

—No —contesta él—. A ella no le gustan mucho.

—¿No? —Paulo frunce el ceño y la mira a Isabella—. A mi me dejabas.

Se hace un silencio. Isabella lo mira a Paulo, que no le quita la vista de encima. Leandro tampoco, pero ahora la mira con el entrecejo fruncido.

—¿Ah, sí? —dice.

—Sí —contesta Paulo. Hace un gesto sobre su cuello con la mano—. Todo acá le re gusta. Es re sensible. A mi me pedía que la deje toda marcada.

Leandro tiene la vista clavada en Isabella, e Isabella tiene la vista clavada en Paulo. Pero ninguno de los tres dice nada. Leandro no está enojado e Isabella no parece darle mucha importancia a las palabras de su esposo. No hablan como si estuvieran compitiendo, hablan como si estuvieran compartiendo curiosidades de una cosa en común.

—Le gusta que la ahorquen —dice entonces el ojiazul.

—¿Ah, sí? —Paulo la mira a Isabella, interesado.

Lentamente, le envuelve el cuello con la mano, sin aplicar presión. Isabella mira al cordobés fijamente, como desafiándolo a hacerlo. Él, entonces, aprieta. Ella suelta un suspiro y presiona los muslos uno contra el otro, su mano volando a la muñeca de Paulo con firmeza, como advirtiéndole que pare.

—Tenés razón —le dice Paulo a Leandro—. No sabía.

—Y bueno, parece que hay cosas que ninguno de los dos sabe de Isabella —dice el ojiazul. Observa a su novia de cerca, que se puso algo nerviosa—. Solo ella sabe quién la coge mejor.

Isabella no sabe qué decir. Sus mejillas se tornaron rojo sangre y aparta la mirada de ambos, encogiéndose un poco en su lugar. Tiene los muslos firmemente apretados uno contra el otro, sintiendo como aquella charla hace que lentamente se empiece a mojar. 

—Ninguno —dice ella—. Los dos.

—Mentira, si sabés —señala Paulo—. Decidite por uno y te dejamos en paz.

El cordobés lentamente se acerca a ella, tanto que Isabella huele el aroma de aquella colonia que tan bien conoce, pero que hace mucho que no sentía—y eso que solía despertarse todos los días rodeada de ella.

—No sé —Isabella dice nerviosamente. 

Paulo le planta un beso suave en la mandíbula. De su lado izquierdo, Leandro le toma el muslo y le propina un suave apretón, suficiente para que ella sienta un tirón en la parte baja del estómago.

—¿Quién te besa mejor? —le pregunta Leandro en un susurro, acercándose a su cuello.

Siente la respiración caliente de ambos hombres de cada lado de su cuello. Paulo se acerca mas y le chupa la piel con suavidad. Del otro lado, Leandro muerde la tersura de su cuello buscando marcarla. Isabella deja escapar un suave suspiro ante la sensación de ambos hombres besándole el cuello.

Sin dudarlo, Paulo comienza a recorrerla hasta llegar a su punto favorito debajo de su oreja. Inmediatamente, Isabella deja escapar un gemido por lo bajo. Leandro nunca viaja tan atrás, él prefiere besarle la garganta. Y no es que a ella no le guste... pero Paulo siempre supo que aquella área debajo de su oreja es su favorita.

Leandro, por su parte, succiona firmemente, pasándole la lengua y mordiéndola con suavidad con la intención de dejarle un chupón, cosa que él ahora sabe que Isabella disfruta.

La rubia, por su parte se encuentra con un gran problema: Paulo siempre supo dónde, pero no cómo; Leandro siempre supo cómo, pero no dónde. Sentirlos a ambos de cada lado de su cuello, casi complementándose, le genera una presión repentina en el estómago que la obliga a arquear un poco la espalda, su mano izquierda aterrizando en el muslo de Leandro y su mano derecha, en el muslo de Paulo.

Sin querer, deja escapar un gemido y Leandro se ríe por lo bajo. Su mano sube por su muslo hasta encontrar el borde de su vestido, el cual esquiva sin dudarlo para poder tocarle la piel sin impedimentos. En un segundo, su dedo medio está resbalando por debajo de su tanga y tocándola de lleno.

—Está mojadísima —dice Leandro.

—Ya sé —contesta Paulo contra su piel.

Isabella no da más. Se da vuelta hacia Paulo y lo besa. Como si lo estuviera esperando, él no duda de tomarla de la mandíbula para así introducir su lengua en su boca, ganándose un pequeño gemido en forma de respuesta. Leandro le besa el cuello, la clavícula y el nacimiento de sus pechos a la vez que trabaja su dedo medio por encima de su clítoris empapado, provocándole pequeños espasmos en los muslos.

Paulo envuelve su mano alrededor del cuello de Isabella y aprieta. Ella se aleja del beso, y con los dedos del cordobés todavía alrededor de su garganta, se da vuelta hacia Leandro y lo besa. El ojiazul sonríe, engreído, cuando llega su turno. Paulo toma el lóbulo de la oreja de Isabella entre sus dientes, y al sentir su respiración en su oído, ella se estremece.

El cordobés le suelta el cuello y su mano se desliza debajo de su remera para encontrar una de sus tetas. Le corre el corpiño y trabaja sus dedos sobre su pezón, sintiendo como éste se endurecen ante la sensación. Isabella se separa de Leandro, sus ojos cerrados ante el placer.

Lentamente, desliza sus manos hacia arriba en los muslos de cada hombre y siente lo tirante de sus pantalones por sobre sus erecciones crecientes. Los toca a ambos suavemente y nota que ambos la tienen ya durísima.

No sabe si es el alcohol o el porro o exactamente qué, pero sin pensarlo, se separa de ambos para así poder sacarse el vestido. Los hombres la miran fijo, sus ojos llenos de placer al verla desabrocharse el corpiño para dejar expuestas sus tetas y así quedando tan solo en tanga frente a ellos.

Leandro no duda de levantarse de su lugar y agarrarla de la cintura para así reposarla cuidadosamente sobre la cama. Sin dudarlo, le saca la tanga para exponerla completamente.

Paulo se irgue para sacarse la remera, la cual descarta en el piso. Después, se extiende al lado de Isabella y de inmediato agacha la cabeza para pasarle la lengua por una de sus tetas, después tomando entre sus dientes su pezón y jugueteando con éste. Ella se arquea de la cama. Leandro le mantiene las piernas separadas con las manos y acerca su boca a su centro. Comienza a darle placer sin dudarlo, propinándole suaves lametazos a su clítoris y después introduciendo su lengua por su entrada.

Isabella gime abiertamente. Paulo le masajea una teta con la mano y le chupa la otra, mirándola fijo, mirando sus expresiones de puro placer. Leandro dibuja círculos con su lengua alrededor de su clítoris e introduce sus dos dedos por su entrada, doblándolos hacia adentro para estimular su punto G y así ganándose un gran gemido como respuesta.

Paulo se acerca a su oreja y le lame el lóbulo antes de suspirarle cerca del oído.

—Con uno no es suficiente, ¿no? —le pregunta—. Vos querés dos. Dos que te la metan como te gusta. 

Isabella abre los ojos para admirarle el pecho desnudo, aquellos ojos claritos ahora oscurecidos, el pelo despeinado. Agacha la mirada y lo ve a Leandro entre sus piernas, mirándola fijo, analizándola para ver su reacción. Ella se muerde el labio.

Leandro se separa de ella para sacarse la remera. La tira en el piso y después procede a deshacer su cinturón. Isabella se irgue para verlo bien; aquellos tatuajes, su abdomen definido. Pronto, siente las manos de Paulo en su cintura, levantándola para posicionarla en cuatro sobre la cama. Después, escucha el ruido del cinturón de Paulo.

Frente suyo, Leandro se baja los pantalones junto con el bóxer para liberar su erección. Toma su pija de la base con una mano y la mandíbula de Isabella con la otra, sosteniéndole la cara en alto para darle unos golpecitos suaves con su glande sobre las mejillas. Isabella lo observa a través de sus pestañas, sacando la lengua para que él pueda complacerse a su gusto.

Detrás suyo, siente los dedos de Paulo recorriéndole los labios mojados de arriba a abajo antes de que él esté introduciendo su pija dentro suyo lentamente. Escucha el pequeño gemido de placer del cordobés al sentir lo apretada que está después de tanto tiempo, y con sus manos en sus caderas, la empieza a embestir. 

Isabella alza la mirada para verlo a Leandro. El ojiazul mira como Paulo la coge por detrás mordiéndose el labio, y después, sin dudarlo, le aprieta la cara con fuerza y la obliga a recibir su pija en su boca con fuerza.

La sostiene de la garganta para sentirse a sí mismo en su interior, propinándole fuertes estocadas en la boca para escucharla atragantándose cada vez que la cabeza de su pija le toca la parte de atrás de la garganta. Por detrás, Paulo la coge sin inhibirse, como nunca hizo. Se echa hacia atrás para así poder introducirse incluso más adentro todavía, permaneciendo quieto en su interior por un segundo. Deja escapar un pequeño gemido por lo bajo y ante la sensación de la pija de Paulo bien adentro suyo, Isabella cierra los ojos con fuerza y gime. 

Leandro respira agitado, también frenándose brevemente, bien profunda en su garganta hasta que ella no puede más y se atraganta. Le lagrimean los ojos pero se la banca. Siente la mano de Paulo descargándose con fuerza contra su culo, una, dos, tres veces hasta dejarla roja. Intenta gritar pero la pija de Leandro en su garganta se lo impide.

—¿Qué? ¿Te duele? —le pregunta el ojiazul con una sonrisa burlona, mirándole desde arriba con los párpados pesados y los ojos claros oscuros brillándole en aquella tenue iluminación.

Isabella niega con la cabeza. Leandro sale de su boca por un momento para dejarla respirar y ella toma una gran bocanada de aire. Paulo se inclina por sobre ella para besarle la espalda y tocarle las tetas. Después, sin previo aviso, sale de su interior.

Leandro se recuesta y ayuda a Isabella a sentarse a horcajadas sobre su regazo, por encima de su pija. No le dice nada cuando se posiciona en su entrada y se introduce en ella de golpe. La rubia pega un grito. Por otro lado, Paulo rodea la cama para pararse frente a ella, e Isabella no duda de tomar su pija dentro de su boca ansiosamente mientras que Leandro la embiste con fuerza por debajo, apretándole la cintura con tal de dejar la huella de sus dedos sobre ésta.

Después de unos segundos, se queda quieto y deja que Isabella haga el trabajo, dibujando círculos con sus caderas sobre su pija para complacerlo. Él se recuesta con sus palmas debajo de su cabeza, observándola con deleite mientras se muerde el labio inferior. Después de un rato, se irgue para tomar una de sus tetas en su boca, mientras que ella salta encima suyo.

Paulo, por su parte, la toma del pelo y la obliga a mover la cabeza de adelante hacia atrás, recorriendo por completo el contorno de su pija. Ella juguetea con su lengua sobre la glande del cordobés con cada estocada. En la habitación oscura resuena el sonido mojado de las embestidas profundas en su garganta, la piel de Isabella chocando contra la de Leandro y sus respiraciones agitadas entremezcladas unas con las otras. Los tres ya están completamente transpirados y no están seguros de si es la marihuana que lo hace sentir todo tan bien o si simplemente es la adrenalina de lo que están haciendo.

No toma mucho antes de que Isabella se venga finalmente, extasiada por las muchas sensaciones. Sus movimientos sobre Leandro se vuelven perezosos, por lo que él no duda de tomarla de la cintura y cogérsela con fuerza hasta finalmente encontrar su propio orgasmo. Unos lametazos más y Paulo por fin también se viene sobre la lengua de la chica. 

Isabella traga y cae rendida al lado de Leandro, su cuerpo desnudo reluciente debajo de una fina capa de transpiración. Paulo se reposa en la cama a su lado, los tres respirando agitadamente, mirando el techo, preguntándose qué mierda acaban de hacer y por qué es que se sintió tan bien.






a/n —
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