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𝟒𝟐.
¿QUÉ DECIDISTE?

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DOHA, QATAR
Noviembre 2022



A Isabella le está costando mucho dormir. Bah, a ver, siempre le cuesta, pero hoy no puede ni cerrar los ojos. A algunas horas del último encuentro que tuvo con Paulo, la rubia yace en la cama, dando vueltas y más vueltas. Sorprendentemente, no es en su esposo en el que piensa; es Leandro.

No lo entiende y le duele el pecho de tan solo intentar hacerlo. No entiende a qué se debieron los tres mensajes eliminados ni entiende por qué él de la nada desapareció. Por qué no le habla. Dónde está. Si la usó por su cuerpo, si quería una distracción, o si solo se levantó con ganas de armar bardo. La perturba.

Mentiría si dice que no se le escapó una lágrima o dos al respecto hoy más temprano, cuando el reloj todavía no marcaba la medianoche. No fueron lágrimas de tristeza, fueron más bien lágrimas de abstinencia, porque se acostumbró a los ojos azules y éstos desaparecieron, entonces se quedó sola, sin saber a qué mirar. Fueron lágrimas de frustración porque cuando Isabella Bianchi se topa con algo que no entiende, se enoja, y cuando se enoja, llora.

Más de una vez en lo que va de la noche, Isabella agarró el teléfono y entró al chat de Leandro. Solo para quedarse mirando la pantalla llena de mensajes viejos durante algunos segundos y para después percatarse de que el ojiazul estaba en línea. Entonces, contenía la respiración, porque se sentía más cerca a él y porque quizás, en alguno de esos momentos, él se dignaba a escribirle. Sin embargo, con la ilusión solo llegaba la decepción, una y otra y otra vez.

No quiere escribirle, pero mira el teléfono que yace obsoleto en la mesita de luz y le cosquillean los dedos con la necesidad. Necesita explicaciones.

Debería estar pensando en Paulo. En Paulo, y en el hecho de que cogieron, y en el hecho de que están casados, pero tomándose un tiempo. En el hecho de que él la engañó y ella lo engañó. En el hecho de que internamente, sabe que lo extraña. Y mucho.

Pero en su mente solo hay ojos azules.

Agarra el teléfono y stalkea a Leandro por millonésima vez en Instagram. Todas las veces que entró a su perfil hasta ahora, éste siempre permaneció igual, pero ella no se cansa de ver las mismas diez fotos de su ojiazul.

Lo que le sorprende notar ahora, detalle en el que no reparó antes, es que es su cumpleaños. Efectivamente, son las dos de la mañana del dieciséis de abril y ella ahora tiene veinticinco. Estaba tan ensimismada que se olvidó de su propio cumpleaños. La conexión le parece espectacular, porque mientras piensa en eso, vibra su celular.

Tienes un (1) mensaje nuevo de: Lean
feliz cumple
Ahora

Isabella siente varias cosas a la vez. Primero que nada, la invade una emoción inexplicable. Se le acelera el corazón al leer el nombre de Leandro en la pantalla y por un momento, teme estar alucinando. Sin embargo, cuando corrobora que aquel mensaje efectivamente le llegó, siente una oleada de ira en su máxima plenitud.

¿Ahora le va a escribir? ¿Ahora va a venir a decirle feliz cumpleaños, después de cortarle el rostro por una semana entera? ¿Y las explicaciones que merece? ¿Esas dónde están?

Entra al chat y no contesta, lo deja en visto. No le importa que Leandro le diga feliz cumpleaños porque ella no va a caer tan fácil (mentira, sí le importa).

Pasan algunos minutos y ella todavía no contesta. En parte, espera los mensajes insistentes que suele mandar Leandro cuando ella le clava el visto, y cuánto más pasan los minutos, más teme Isabella no recibir ninguno. Por eso, no puede evitar soltar un suspiro de alivio al momento en el que le llega una segunda notificación. 

Tienes dos (2) mensajes nuevos de: Lean
ya sé que no querés hablar rubia pero dame una oportunidad por lo menos
Ahora

El corazón le late de manera irregular. Entra al chat un poco demasiado rápido y duda un segundo de si contestar, pero eventualmente, no puede contenerse.



Lean
En línea

feliz cumple
ya sé que no querés hablar rubia pero dame una oportunidad por lo menos

oportunidad para que
cada uno con la suya no?
hacé lo que quieras, no me molesta

qué no te va a molestar
estás enojada

sí? qué me delató?

isa

leandro
me cortaste el rostro como si nada, hace una semana que no me hablás y venís a escribirme ahora queriendo volver como si no hubieses desaparecido por completo? tengo pinta pero tarada no soy
conmigo no funcionan tus jueguitos

ningún jueguito isa te juro
tuve una semana medio de mierda
no quería contagiarte ese humor

no te creo
no me dijiste nada, después del partido ni me hablaste
hasta paulo me habló y vos ni te me acercaste

😵‍💫
tampoco me vengas a comparar con paulo rubia
yo ya sé que debería haberte hablado

sepas o no, no me sirve
necesito que me des una explicación concreta, porque vos querés que estemos juntos o lo que sea pero si esto va a ser así entonces sabé que no estoy interesada

me ponés mucho cuando estás así mandona

ahora no es el momento

está bien perdón
vos sabes que yo soy sincero

de hecho no
no lo sé
hasta donde yo te pude ver sos bastante mentiroso
dejá de hacer tiempo y decime por qué mierda es que no me hablás hace una semana

es que hablé con paulo
bah HABLÉ
discutimos
y nada
me dijo algo que me dejó pensando

qué cosa?

que yo no te conozco ni vos a mí
parece una boludez pero desde mi punto de vista...
isa vos y yo no nos conocemos
él te conoce, sabe quién sos y qué te gusta y por qué sos quien sos
yo no sé eso
un poroto al lado de paulo y no me parece que lo adecuado sea que vos dejes una relación tan importante y te aferres a alguien como yo así de rápido

me estás jodiendo?

qué?

vas a cagonear ahora?
años queriendo terminar mi matrimonio y cuando finalmente lo lográs ah no ya no
no eh
así no
yo te quiero a vos

no me querés a mí
querés a ALGUIEN que es distinto
te estás separando de paulo con quien estás hace años y no estás acostumbrada a estar sola
y como yo soy lo más cercano que tenés te estás apegando a mí para llenar ese vacío
pero no me querés a MÍ

vos mismo lo dijiste leandro
no me conocés
no tenés ni idea de qué es lo que quiero y serás bueno con tus truquitos mentales pero a mí no me leés tan fácil como para sacarme la ficha así nomás

creeme que sí

por qué estás tan obsesionado con hacerme creer que no quiero estar con vos?
no es lo que querés desde los diecisiete?
me suena un poco a autosabotaje lean

no es autosabotaje
es la realidad
no te quiero lastimar

quizás yo te lastime a vos

no es posible eso
a mí no me podrías lastimar ni aunque lo intentaras

por qué no?

porque todo lo que hacés para mí está bien
no hay forma de que pudiera verte como algo más que el amor de mi vida


Isabella se queda helada leyendo esas palabras. Con los dedos sobre el teclado del teléfono, acostada en la cama en la plenitud del silencio y de la oscuridad que se tragan entera esa habitación de hotel, está congelada, porque Leandro la llamó el amor de su vida.

Y porque cree que tiene razón.

Piensa durante varios minutos qué contestar. No sabe qué hacer, porque Leandro la incita a quedarse con Paulo, pero a la vez le dice que es el amor de su vida. Le parece una ridiculez y al mismo tiempo, lo único que quiere hacer es probarle a ese ojiazul lo mucho que quiere estar con él, lo mucho que quiere solucionarle todos esos problemas que le quedaron de años pasados, de sanarlo, de hacerle bien. De demostrarle que puede ser querido correctamente, acompañado y seguido a ciegas. Podrán no conocerse, pero se entienden como iguales.

Ese es el problema con Paulo. Para él, Isabella no es su igual, sino su inferior. E Isabella hace tiempo decidió que no va a quedarse con alguien cuyo propósito no es amarla, sino dominarla.

Teclea con rapidez.


Lean
En línea

podés salir del hotel?
o no sé dónde estás
pero podés venir?


obvio

está bien
vení a mi hotel

pasame la dirección y en veinte minutos estoy ahí

te espero
Visto, 2:37

───────────✧───────────

Isabella está sentada en uno de los sillones del lobby de su hotel, esperando impacientemente al ojiazul. Pasaron quince minutos desde el último mensaje y obviamente, debido a que son altas horas de la noche, la recepción está vacía y la mayoría de las luces apagadas, dándole al salón de entrada una agradable atmósfera delicada e iluminada muy tenuemente. Está sola y hay mucho silencio, y quizás aquello solo agrega a su ansiedad, pero esa siempre fue su clase de territorio.

Siente que está reviviendo su día, ya que hace tan solo unas horas se encontraba en ese mismo sillón, en esa misma posición, viendo Instagram, pero esperando a alguien más. Peor aún, a Paulo.

Pasó de nada a todo en menos de un día. De estar sola a ver a los dos hombres en menos de doce horas, y aquello es ciertamente alarmante, porque a su cuerpo le está siendo difícil asimilar y digerir todos los eventos que le caen en tromba, todos seguidos, todos demasiado relevantes como para ignorar. La charla con Paulo, el sexo, y la charla que se viene con Leandro. Tiene mucho para pensar.

Se desliza un rato más por Instagram hasta que escucha la puerta de entrada abriéndose detrás suyo. Se gira tan rápido como puede y al verlo a Leandro cruzando el umbral, muerto de frío, sonríe.

Ah, no, es verdad que ella está enojada.

De inmediato, borra la sonrisa de su rostro y se aclara la garganta. Se para del sillón y después de guardar el teléfono en el bolsillo de sus joggings, flexiona los dedos, incómoda. Leandro la ve y a pesar de que se lo ve demacrado, con ojeras, pálido por el frío y despeinado, como si no hubiera dormido... al verla, se le ilumina el rostro. Rejuvenece, una sonrisa se hace paso por su rostro y de repente, sus facciones adoptan un color iridiscente precioso.

Isabella no puede evitar el cosquilleo en su estómago, pero éste se siente diferente de todas las otras veces que lo sintió. Es como más íntimo, más familiarmente desconocido. Le extraña pero le encanta.

Leandro se acerca a ella y una vez que está lo suficientemente cerca, sin embargo, sus ojos aterrizan no en el rostro de Isabella, sino en su cuello. Ella frunce un poco el ceño pero pronto se percata del gran chupón que le dejó Paulo, todavía visible en su piel. Siente como toda la sangre se acumula detrás de sus mejillas debido a la vergüenza.

Leandro lo observa detenidamente por un segundo y a pesar de que él es bueno escondiendo sus emociones, esta no es una que sepa disimular. O que no quiere disimular. Los celos le rebozan de las facciones: el músculo de su mandíbula tenso, el ceño firmemente fruncido y la mirada endurecida. El destello de una máscara caída dura un microsegundo antes de que él rápidamente se irga y se aclare la garganta.

—Hola —saluda, con la voz medio ronca, como si no la usara hace rato.

—Hola —responde ella, bajando un poco la cabeza porque le cuesta mirarlo a los ojos sin ahogarse en su belleza.

Y eso que antes la intimidaban.

Leandro no duda tanto como Paulo. Rodea el sillón para acercarse a ella, reposa una de sus manos en su cintura y la atrae hacia sí con ésta para saludarla con un beso en el cachete. Ella siente otro cosquilleo en el bajo de su estómago ante el contacto. Por eso es que se aleja rápido, porque sabe que no puede resistirse a los encantos de Leandro Paredes, y que si sigue así, va a sucumbir.

Ahora que están el uno frente al otro, Isabella no sabe bien por qué es que lo llamó. En el momento se sintió como lo correcto, quería verlo y se lo dijo, pero ahora es extraño porque no sabe qué decir. Para su suerte, Leandro no tarda mucho en tomar las riendas de la conversación, como suele hacer usualmente.

—Podemos hablar bien ahora, ¿no? —pregunta, dubitativo.

—Y, no sé —Isabella se encoge de hombros—. Si querés.

Leandro asiente y aprieta los labios.

—Okay —acierta. Da un paso adelante para tomarla de la mano—. Isa, yo...

Ella se aleja.

—Acá no —le dice—. Vamos a la terraza.

—¿Por? —Leandro frunce el ceño.

Isabella se encoge de hombros. Porque el techo de un hotel en un país extranjero es nuestro lugar, ¿o no?

—Porque quiero.

Leandro no pregunta más y hace un saludo militar, llevándose dos dedos a la sien.

—Sí, señora.

Isabella quiere sonreír. De hecho, una pequeña contracción en la comisura de su labio le da a entender a Leandro que la sonrisa casi se le escapa. Pero a diferencia de otros días, hoy la rubia se despertó con autocontrol. Igual, a él le encanta en todos sus formatos.

Por eso, él esboza una de sus medias sonrisas. Ella pone los ojos en blanco y juntos, se dirigen hacia las escaleras. A Isabella le agrada que él se acuerde que no le gustan los ascensores.

───────────✧───────────

—¿Dieciséis pisos iban a ser? —dice Leandro una vez llegan a la terraza, jadeando a más no poder.

Isabella reprime una risa.

—Sos deportista, Leandro. No te pueden intimidar unas escaleras.

—Unas escaleras, no. Dieciséis escaleras, , sí que pueden y me enorgullezco de decirlo en voz alta —contesta él, apoyándose contra el marco de la puerta para recuperar el aliento.

Isabella se ríe de él y sale al aire libre. La pileta climatizada emana vapor que hace un gran contrapunto con el aire frío de la noche; el cielo cincelado de azul marino está espolvoreado con estrellas moleculares y una gran luna redonda e iridiscente, que cuelga alta en un lienzo vacío. Mientras Leandro se despabila en el umbral de la puerta, Isabella camina con la mirada en alto hasta una de las reposeras. Ahí, toma asiento e inclina la cabeza hacia atrás para admirar la pintura que los rodea por encima, con el escaso rumor de los autos de fondo.

Leandro todavía jadea, pero no puede evitar alzar la cabeza para mirarla mientras ella está distraída. Ahí sentada, con la cara despojada de polvos cosméticos, con el pelo rubio despeinado, tan solo el pijama puesto, con las luces LED azul francia de la pileta, rodeada del vapor que exuda de la superficie... a Leandro le encanta todavía más.

Se acerca a ella y se sienta a su lado en la reposera. A Isabella le gustan las estrellas y a Leandro le gusta Isabella.

—¿Por qué querías que venga? —pregunta él.

—Qué sé yo —Isabella se encoge de hombros.

—Dale, tonta, sí sabés —insiste él, chocando su pierna contra la de ella.

—No sé, Lean —ella suelta una pequeña risa que se esfuma con rapidez. Las siguientes palabras las toca con timidez y un tono de voz más bajo—. Es que me dijiste que era el amor de tu vida y no sé.

Él sonríe, enternecido.

—¿Qué? ¿Te sorprendiste?

—Puede ser —Isabella vuelve a encogerse de hombros—. Me dio como no sé.

—¿Bien o mal?

—Las dos.

A Leandro le parece tierno que Isabella se exprese como una niña que no encuentra las palabras correctas, aunque también lo deja pensando en que quizás ella se comunica así porque no tiene práctica en el área. Porque no suele compartir lo que siente. Eso lo preocupa.

—Okay —asiente—. Mirá, yo a vos nunca te mentí. Si te dije que sos el amor de mi vida es porque lo sos, no lo voy a negar —suelta una risa suave—. Pero si preferís que no lo vuelva a decir, yo no lo hago más. Si vos sabés que te hago caso.

—No —dice Isabella rápidamente; tan rápido, que le da vergüenza—. O sea... no me molesta que lo digas. Eso.

Leandro se sonríe.

—Okay —asiente.

Se quedan un segundo en silencio. Isabella vuelve a alzar la mirada al cielo, haciéndose la que no nota los ojos de Leandro clavados fijamente en ella. La pone nerviosa, claro, pero por algún momento, no se siente observada. Se siente realmente vista.

Le da un poco de bronca haberlo perdonado tan fácil. No se lo dijo explícitamente, pero si él la besa ahora, ella no se va a alejar. Se supone que debería ser más firme, mantener su postura, pero es que no puede.

—Entonces... —empieza Leandro, esta vez, con un poco de duda. Juguetea con sus manos nerviosamente—. ¿El chupón?

Isabella se atraganta con su propia saliva y le agarra un ataque de tos. Se cubre la cara con el brazo y se descarga contra el interior de su codo, poniéndose roja debido a la presión ejercida sobre su vía respiratoria. Leandro la mira entretenido durante los breves segundos que dura su ataque.

—¿Ta? —le dice una vez ella se calma un poco.

—S-Sí, sí —jadea ella, aclarándose la garganta.

Se limpia los ojos que le lagrimean y evita mirar a Leandro, ya que no sabe qué va a encontrar en sus ojos.

—¿Qué...? —empieza, dejando el resto de su oración en vilo para que él la completa.

Leandro chasquea la lengua y se encoge de hombros.

—¿Fue Paulo? —pregunta sin rodeos.

—Sí —suspira Isabella—. Vino hoy, estuvimos hablando... no sé por qué terminó como terminó —Leandro abre la boca para decir algo, pero ella levanta el dedo y lo corta de inmediato—. Ya sé, ya sé. Soy una tarada. No sé por qué lo hice, pero nada... lo extrañaba y lo vi ahí y le di un beso. Y después pasó eso. Ya sé que...

—Iba a decir que estaba bien.

Isabella cierra la boca de inmediato, tomada por sorpresa. Se da vuelta hacia Leandro con rapidez y lo mira, extrañada.

—¿Está bien? —tuerce la cabeza porque no termina de entender.

Leandro suelta una pequeña risa. Isabella todavía está perpleja.

—Sí, boluda. Tampoco te voy a controlar lo que hacés, Paulo todavía es tu esposo —le explica con una sonrisa—. A ver, no me gusta, obvio. Me da una re bronca que te lo cojas... más sabiendo que yo lo hago mejor. Me dan ganas de recordártelo con un buen garche, de esos que te gustan —le dice seriamente, haciéndola tragar saliva—, pero está bien. Él llegó primero, yo fui un pelotudo por no buscarte antes. Y, te reitero, no voy a controlar lo que hacés. Si te lo querés coger, está bien, me trago la bronca. Total el que está en falta acá soy yo.

Isabella lo observa, atónita, con la mandíbula caída por la sorpresa. Leandro se le ríe, le apoya una mano en el mentón y le cierra la boca.

—No estés tan sorprendida. Te olvidás que yo también puedo ser maduro.

En falta de palabras, ella vocaliza algunas sílabas inconexas, eventualmente frustrándose consigo misma por su incapacidad de conectar dos palabras para formar una oración coherente. Leandro la mira con una sonrisa afectuosa y le pliega un mechón de su pelo rubio detrás de la oreja, acariciándole la mejilla para darle a entender que puede tomarse el tiempo que quiera, que igual él la escucha.

—Me sorprende que no te moleste —le dice Isabella sinceramente una vez logra hablar.

—No, no. No nos malentendamos —la frena él—. Molestarme, obvio que me molesta. Solo sé que no puedo hacer nada al respecto y que además estás en una posición desventajosa, yo no te voy a culpar por querer volver con tu esposo, aunque me duela. Y sos una chica grande ya, podés tomar tus propias decisiones. No es como que me debés algo.

Isabella se muerde la comisura del labio inferior.

—¿Te molesta que me lo haya cogido? —repite las palabras del ojiazul.

Leandro le mira el chupón y se le oscurece la mirada. Ella traga saliva.

—Obvio que sí, si ya lo sabés —le dice, apoyándole una mano en el costado del cuello y apretándola un poquito, acariciándole la curva de la mandíbula con el pulgar. Le mira los labios—. Encima me da una bronca, flaca, no sabés... soy un pelotudo. Si no te cortaba el rostro, el que te dejaba ese chupón era yo.

Isabella ladea la cabeza y hunde los dientes en su labio inferior. Le observa un poco la cara para poder encontrar respuestas, pero cuando éstas no llegan, no se inhibe de preguntar.

—¿Por qué te cerraste tan rápido? ¿Por qué de la nada, con las dos palabras locas que te dijo Paulo, te pusiste así de inseguro? —habla con suavidad, rozando su rodilla contra la del ojiazul, bajando la guardia.

Leandro, en cambio, sube un poco la guardia. Se echa para atrás y se reposa sobre sus manos, bajando la mirada, tensándose un poco al sentir los dedos de Isabella acariciándole el muslo por sobre los joggings. Nunca fue fanático de hablar de sus sentimientos tan alegremente, pero tampoco suele cerrarse. Esa es una de las cosas que aprendió de su papá: a hablar las cosas, a comunicar los sentimientos. Y con Isabella parece funcionar a la perfección.

—No sé —suspira—. Solo me da un poco de miedo volver a salir lastimado.

Ahí, a Isabella le cae la ficha. Le cae la ficha de que era él quien trataba de protegerla, él quien no quería que ella resulte lastimada. Pero en realidad, él siempre fue el que le tenía miedo al dolor. Que a pesar de haberse construido una gran fachada engañosa, él sigue siendo tan solo un niño indefenso, con miedos. Él es quien merece ser protegido.

Isabella nunca lo vio de esa forma. Esta es una faceta de Leandro que ella no conocía, y que ahora que está viendo, le genera una sensación de completa e íntima conexión con él. Como si por fin lograra entenderlo verdaderamente. La última pieza de un rompecabezas que lleva construyendo hace meses.

—Mirá —se ríe, sorprendida y enternecida—. Al final eras un masita vos.

A Leandro se le ilumina la cara con una sonrisa. Pequeñas arruguitas se forman en los costados de sus ojos y él le pega un zape en el hombro.

—Callate.

Isabella se ríe y lo mira con afecto. Después, se calma y suspira.

—No vas a salir lastimado, Lean, quedate tranquilo —le dice después de un momento.

Leandro se pone serio. La mira y se le seca la boca.

—No lo sabés eso, Isa. Por eso me quería alejar... quería que tomes la decisión sola, sin influencias. Y quería alejarme de vos porque me estabas gustando un poco mucho —se ríe, nostálgico—. No sabés si me vas a lastimar porque ni vos estás segura de qué es lo que vas a hacer.

—Sí estoy segura —le dice ella rápidamente, inclinándose hacia adelante de manera subconsciente.

Le mira la boca y Leandro frunce el ceño. Le empieza a latir muy rápido el corazón.

—¿Cómo?

—Ya lo decidí, Lean —le dice, soltando un suspiro.

—¿Qué decidiste?

—Que te quiero a vos. Solo a vos.

El silencio de repente se aplana. Un campaneo sordo se hace presente en los oídos de Leandro y su corazón late tan rápido que zumba. Siente como la sangre se le acumula detrás de los cachetes, le quema la cara y le tiemblan las manos.

—¿En serio? —dice, con un hilo de voz.

Isabella sonríe.

—Sí, Lean, obvio que sí —dice ella—. Vos decís que no nos conocemos, y no. Esencialmente, no nos conocemos. No sabés qué desayuno, qué hago en mi tiempo libre, qué me gusta comer; no lo sabés porque todavía no lo aprendiste. Pero vos me ves de una manera en la que nadie me ve. Me entendés. Paulo... Paulo me ve como un inferior. Vos me ves como un igual —baja un poco la voz—. Las cosas que me hacés sentir, Leandro... yo no siento eso con cualquier persona. Y será por Paulo que sigo viva, pero es por vos que quiero estarlo.

Se hace un silencio. Leandro espera y espera el momento en que Isabella se le cague de risa en la cara y le diga que es todo joda, pero la rubia lo mira fijo, seria, sin siquiera pestañear. Ahí él entiende que cada una de sus palabras es totalmente sincera y se le hincha el corazón. Suelta una risa incrédula y con el ceño fruncido, niega con la cabeza.

—La puta madre, rubia —susurra él entonces—. Estoy enamoradísimo de vos.

Isabella sonríe y se le enchinan los ojos.

—Ya lo sé —le dice—, y yo también.

Leandro la agarra y la besa.

Sus manos aterrizan en sus mejillas; las de Isabella, en sus caderas. Se inclina hacia adelante y él le corresponde el beso con la misma desesperación, respirando agitadamente por su nariz a la vez que empiezan a crear un suave vaivén con sus labios. Isabella no desperdicia un segundo y se trepa a su regazo, abrazándolo para sentirlo más cerca. Se deleita al darse cuenta que sus corazones laten en sincronía.

Leandro le muerde el labio inferior con fuerza y tira de éste, antes de rodearle la cintura con los brazos y usar su agarre en ésta para alzarla. Isabella engancha las piernas alrededor de su abdomen y lo abraza por el cuello, dejándose cargar.

Se besan durante algunos segundos. Él camina e Isabella no sabe a dónde se dirige hasta que se separa. Ahí, ve la sonrisa traviesa en el rostro del ojiazul.

—¿Qué? —pregunta Isa, en falta de aire.

—¿Al agua? —le dice él con esa sonrisita de pelotudo hermoso.

Isabella abre los ojos grandes como platos. Mira por sobre su hombro y se da cuenta que Leandro se encuentra parado al borde de la pileta.

—No, no. Leandro, no. Ni se te ocurra —advierte ella de inmediato, entrando en pánico—. Leandro.

—¿No? —él la mira con las cejas enarcadas, pero la sonrisa no se le borra del rostro.

—¡No, Leandro, no!

—¡Al agua! —grita él, antes de saltar a la pileta con ella en brazos.

Isabella pega un chillido y se aferra a él mientras rompen a través de la superficie del agua humeante. Siente como el calor le abraza el cuerpo, la ropa se le pega a la piel y el pelo flota por sobre su cabeza. Se tiene que separar de Leandro para poder nadar hasta la superficie, y una vez lo ve surgir a su lado, lo salpica con un manotazo de agua.

—¡La puta que te parió, conchudo! —le dice.

Nada hasta el borde y se aferra a éste. Leandro se ríe, acercándose a ella por detrás para tomarla de la cintura y presionarla contra la pared.

—No te enojes, gorda —le dice, hundiendo la nariz en su cuello para besarla suavemente.

Su respiración caliente tan cerca de su piel hace que Isabella se estremezca. Cierra los ojos y deja que el placentero cosquilleo se apropie de ella; la molestia se esfuma de inmediato.

—Me caés mal —le dice.

—Mhm —responde Leandro, rozando los labios sobre la curva de su cuello—. Después cuando te la ponga se te va a pasar.

Le aprieta la cintura y le levanta la remera empapada por debajo del agua para sentir más de su abdomen. Isabella contornea las caderas hacia atrás y se encuentra con la entrepierna de Leandro presionada contra su culo. Él suelta una risa en su oído.

—No te voy a coger en una pileta, pedazo de calentona —le dice—. Menos te voy a coger el mismo día que te cogió Paulo. No voy a ser tu juguete.

Isabella frunce el ceño.

—No sos mi-

Leandro presiona su dedo índice contra los labios de Isabella y la chista.

—Ch, ch, ch —le dice. Después, baja la mano hasta envolverla alrededor de su cuello, apretándola suavemente para arrebatarle tan solo un poco de aire—. Quedate callada.

Isabella se inhibe de soltar un gemido cuando siente como Leandro aplana una mano contra su abdomen y la empuja hacia atrás, presionándola más contra su entrepierna. Siente bien la pija de Leandro contra su culo y aquello le hace olvidarse de todo lo sucedido; de su enojo, del encuentro con Paulo, del hecho de que no hablan hace días.

—Igual, no sabés cómo te daría acá mismo... —susurra, besándole el cachete—. Pero no lo voy a hacer.

La suelta, aunque no sin antes dejarle un último beso en la comisura de los labios. Ella deja escapar un sonoro bufido y pone los ojos en blanco.

—Sos un forro —le dice.

—Este forro te tiene corta —contesta Leandro, burlón.

—Ja, ja. Me río.

Leandro carcajea y le tira un beso, procediendo a sacarse la remera mojada. Se despoja de la prenda, le escurre el agua y la lanza a una de las reposeras. Isabella le ojea el pecho desnudo lleno de tinta sin ninguna discreción. Se sorprende al verlo también sacarse los pantalones, quedando así solo en bóxers dentro del agua.

—Sacate la ropa, que vas a estar más cómoda —le dice él.

Isabella arquea una ceja y él chasquea la lengua.

—No te voy a coger, tarada, ya te dije —le dice—. Es por vos.

—Mhm —contesta ella, aunque igual le hace caso.

Se saca la remera y los joggings y los apoya en el borde de la pileta, encontrándose así solo en bombacha y corpiño en aquella pileta climatizada. Él se acerca a ella y apoya las manos en el borde, a cada lado de sus hombros, encarcelándola contra la pared. Isabella ladea la cabeza para mirarlo mejor y él le mira la boca.

—¿Qué vamos a hacer, Isa? —le pregunta.

—Lo que querramos —le contesta ella—. Yo le voy a decir a Paulo que ya está.

Leandro ladea la cabeza y la mira como si no le creyera.

—Ahora te hacés la superada pero seguro mientras te la ponía no decías lo mismo.

Isabella lo mira mal, pero rápidamente se da cuenta que Leandro tiene razón. Que el ramo de azucenas todavía yace en el escritorio de su habitación, y que el chupón todavía está fresco sobre su piel. Pero el motivo de su seguridad se debe a que todo su cuerpo lo desea a Leandro. A que ahora se da cuenta que el sexo con Paulo fue solo eso, sexo. Que no le generó nada más que placer.

Ahora, se da cuenta que su esposo ya no es su esposo, sino simplemente alguien más. Y que la persona que realmente quiere está en frente suyo, a centímetros de distancia en una pileta climatizada de un piso dieciséis en Qatar.

Sabe todo lo que puede pasar, ya tomó en cuenta todas las consecuencias. Sabe que va a ser un gran cambio y que va a extrañar a Paulo, pero también sabe que ese solo va a ser un sentimiento superficial. Que va a extrañar la rutina, no a Paulo; va a extrañarlo porque estar con él se volvió un hábito. Que siempre lo va amar, porque fue importante en su vida, pero que ya no está enamorada de él. Y eso hace semanas.

—No sé cómo hacer para que me creas —Isabella dice genuinamente.

Leandro la mira y piensa por un momento. Abre la boca para decir algo, la cierra, la abre, la cierra y la vuelve a abrir.

—Tomémonoslo con calma. Vayamos de a pasitos —le dice, y hace una pausa—. Empezando por aclarar las cosas con Paulo.

Isabella sonríe un poquito. Le genera un poco de tristeza saber que su era con Paulo va a llegar a su fin, pero este sentimiento está plenamente eclipsado por la emoción que le provoca imaginarse un futuro con Leandro. Bue, un futuro no — algo. Algo, por ahora, es suficiente.

—Sí —dice—. Me va.

Él sonríe. Sonríe tan ampliamente que deja entrever sus dientes, y a Isabella le genera un cosquilleo en el pecho, porque sus ojos, generalmente claros oscuros, ahora se ven solo claros. La turbiedad de sus irises que ella reconoció por primera vez hace tres años ya no está. Y bajo aquella iluminación azul francia, con los ojitos brillándole, Leandro se ve ten estúpidamente angelical.

Él está a punto de inclinarse hacia adelante para besarla, pero de repente, una gota de agua aterriza en la superficie de la pileta entre ellos. En sincronía, la pareja mira hacia abajo y después hacia arriba; más gotitas empiezan a caer, formando una pequeña llovizna.

—Uh —dice Isabella—, se larga.

—Sí —contesta Leandro con la cabeza en alto, mirando el cielo.

Las gotas frías hacen un contrapunto con el agua hirviente de la pileta, generándoles escalofríos debido al contraste. Se ríen juntos, cierran los ojos y él apoya su frente contra la de ella, besándola los párpados con suavidad. Mantienen la posición durante un rato y no saben cuánto tiempo llevan ahí, pero es el suficiente para que la llovizna escale a un diluvio.

La superficie del agua se enturbia con el chaparrón.

—Me agarró frío —dice Leandro, temblando un poco.

—Salgamos —le dice Isabella. Después, lo mira vacilante—. ¿Querés quedarte a dormir?

—No puedo —contesta Leandro, mordiéndose el labio inferior—. Mañana entreno temprano.

—Ah —ella asiente. Le recorre los bíceps con las manos—. Entonces hablame cuando puedas.

Él asiente.

—Obvio, gorda —sonríe—. A partir de ahora, no te vuelvo a dejar más. Te lo prometo.

Levanta la mano y extiende el dedo meñique. Isabella esboza una pequeña sonrisa antes de enganchar su propio dedo meñique con el de él, así sellando el pacto. No tiene dudas de que lo va a cumplir.

E Isabella sonríe, porque el tan solo imaginarse lo que les espera le despierta una bandada de mariposas en el estómago, que le dan a entender que está completamente enamorada de su ojiazul. Más de lo que planeó.

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"Oh, I love it and I hate it at the
same time, you and I drink our
poison from the same vine. Oh,
I love it and I hate it at the same
time, hiding all of our sins from
the daylight."

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