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𝟒𝟏.
NO TE VAYAS A CAER, EH
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BUENOS AIRES, ARGENTINA
Mayo 2018
Hace Cuatro Años
El reloj marca las tres de la mañana. Hasta ahora, Paulo estuvo esperando pacientemente que los minutos pasaran, y una vez suena la alarma, de inmediato se levanta de la cama de un salto. En silencio, tantea por la oscuridad de la habitación hasta encontrar sus zapatillas y su remera. Se viste y sin despertarlo a Tagliafico, que duerme en la cama continua, sale.
La selección argentina se prepara para la copa del mundo, este año, organizada en Rusia. Los jugadores citados se encuentran ya en Buenos Aires y dentro de poco van a viajar para empezar el campeonato. Pero por más que aquello debería ser su primera preocupación, no lo es.
La culpa lo carcome. Es presa de los nervios. Paulo viajó a Argentina hace al menos dos meses; su novia, Isabella, tuvo que quedarse en Torino por sus estudios, por lo que no se ven hace varias semanas. Y ni bien llegó, Paulo se reencontró con Camila Galante.
Ya la conocía de antes; el año pasado, mientras la selección argentina entrenaba para algunos partidos amistosos, Leandro trajo consigo a su esposa y ahí Paulo la vio por primera vez. Pegaron onda casi de inmediato; de hecho, Leandro tuvo que intervenir y asegurarse que no estaba pasando nada entre ellos, porque se los veía cercanos. Claro, en ese entonces, lo negaron, porque realmente nada pasaba entre ellos.
Pero hace un mes, se acostaron por primera vez.
No fue planeado, pero tampoco se lo dijeron a nadie. Camila se quedó a dormir en la AFA con su esposo y ella y Paulo se encontraron coincidentemente en el patio del edificio a eso de las doce de la noche. Charlaron un rato largo y después él se ofreció a llevarla a su habitación. Antes de que pudieran procesarlo, estaban chapando en el baño de la planta baja.
Paulo se levantó la mañana siguiente y se quiso matar. Estuvo horas y horas dando vuelta en la cama, reviviendo todo lo sucedido con Camila. No tuvo que pensar mucho para llegar a la conclusión de que era un pelotudo hecho y derecho, que Isabella había depositado su confianza en él y él la había traicionado miserablemente, y que aquello oficialmente no se iba a volver a repetir. Creyó que la mejor idea sería no decir nada y simplemente pretender que nunca pasó.
Sin embargo, pasó menos de una semana y se la volvió a encontrar a Camila. Conversaron el tema un rato y Paulo descubrió que ella se sentía tan culpable como él, que habían sido dos boludos como para dejar que aquello pase y que obviamente había sido solo un desliz, producto de la intimidad del momento. No se sentían atraídos el uno al otro, obvio que no.
Mentira. En menos de media hora, Paulo le recorría el cuerpo con las manos y Camila le atacaba la boca sin separarse ni para respirar.
Después de eso, ya no pudieron parar. Lo hablan siempre, se decían que iban a dejar de hacerlo, pero todas las veces terminaban igual y en poco tiempo, las afirmaciones y los reproches se volvieron nada más que un hábito. Paulo no supo más cómo se sentía Camila, pero si estaba seguro de cómo se sentía él.
Era un mierda, lo sabía. Engañarla a Isabella mientras ella se encontraba del otro lado del océano... había caído muy bajo. Y él a su novia la amaba con todo lo que tenía, pero Camila cada vez le gustaba más. No era solo el sexo, sino también los momentos que pasaban charlando juntos en la cama. La veía durante el día y le parecía de lo más preciosa. Se miraba él al espejo y le daban ganas de llorar porque no se reconocía a sí mismo.
Ahora, entonces, se encuentra camino al patio, donde se supone que va a encontrarse con Camila.
Baja las escaleras a toda velocidad, procurando no hacer el menor ruido. Siente que los muros lo observan y lo juzgan, pero eso lo viene sintiendo hace semanas. A este punto, simplemente se limita a ignorarlo.
Alcanza la planta baja y no desperdicia un segundo en caminar pasillo abajo en dirección al patio. Ni bien llega, una pequeña sonrisa se apropia de sus labios al verla a Camila sentada en uno de los sillones de la galería, con un gran buzo puesto y la mirada fija en el teléfono, de espaldas a él.
Paulo se acerca sigilosamente y posiciona sus manos en los costados de su cuello con suavidad por detrás, haciendo que ella extienda el cuello para mirarlo. Al reconocerlo, ella también sonríe.
—Hola —dice Camila.
—Hola —saluda él—. ¿Dormiste algo?
—No, te estaba esperando.
—Yo también.
Le planta un beso en la frente y rodea el sillón para desplomarse a su lado, con su cabeza en su pecho. Camila apaga el teléfono, lo deja reposado sobre su abdomen y le envuelve los hombros a Paulo con un brazo. Él suelta un suspiro de plena comodidad y permanecen en esa posición durante un rato.
—Hoy Lean me preguntó dónde estaba anoche —dice Camila después de un momento de silencio—. Me había olvidado que él no duerme bien.
Paulo se muerde el labio nerviosamente.
—¿Y qué le dijiste?
—Que no me podía dormir entonces salí a caminar —ella suelta un largo suspiro de aprehensión—. Somos dos boludos, eh.
—Sí, ya sé —él también rezonga—. Le tengo que contar a Isa, Cami. Me siento muy culpable.
—No le cuentes —pide ella de inmediato, sin vacilar—. Por favor, no le cuentes. No quiero que Lean se entere. Y además... Pau, termina el mundial y ya no nos vamos a ver más. Disfrutemos estas semanas y después hacemos como que nunca pasó nada.
Paulo niega un poco con la cabeza, agradeciendo el hecho de que Camila no puede verle la cara. De lo contrario, podría verle la decepción.
—Leandro es mi amigo. Y Isa es mi novia, la amo —explica—. Podemos pretender que no pasó nada, pero vos bien sabés que no nos va a salir. Ni a vos, ni a mí —hace una pausa—. No es que no lo esté disfrutando, pero estás casada, Cami. Y yo estoy con alguien más. No es el momento y yo no tengo interés en perderla a Isa.
—Si le decís, la vas a perder, Paulo —le contesta Camila, irguiéndose un poco y negando con la cabeza.
El movimiento hace que Paulo también se siente derecho, y ahora se miran a los ojos. Él no logra leerle la expresión y aquello lo preocupa.
—No nos volvemos a hablar. Unas semanas más y ya está, no me vas a volver a ver —le dice Camila, tomándole el rostro con una mano y acariciándole el pómulo con el pulgar—. ¿Si a vos te encanta esto, Pau? Es por algo que no nos podemos alejar el uno del otro. Pasémosla bien un rato nomás. Si no decimos nada, no puede hacerle daño a nadie.
Él la mira, preocupado, mordiéndose levemente el interior del cachete. Le mira los labios con brevedad y después se inclina hacia ella para plantarle dos besos en la boca. Odia querer que ella tenga razón; sabe que no la tiene, pero le gusta demasiado como para negarle un par de semanas de placer.
Por eso, no lo hace. Ya verá después como lo resuelve.
BUENOS AIRES, ARGENTINA
Noviembre 2022
Hoy
Leandro da vueltas en la cama. Son las siete de la tarde, se disponía a tomarse una siesta, pero debería haberlo pensado mejor, porque esa clase de cosas no suelen funcionar para una persona con un trastorno crónico del sueño. Está así hace mas de media hora, tratando de cerrar los ojos, pero le es imposible. Y sabe que no se debe a su insomnio.
De hecho, lo único en su cabeza es Isabella y la breve conversación que compartieron esa mañana por teléfono. Se siente un pelotudo y le extraña sentirse así, porque lleva años dándole poca importancia a la manera en que repercuten sus acciones en los demás, pero ahora, tan solo pensar en una Isabella preocupada y ansiosa, preguntándose qué hizo para ser tratada de esa forma, lo angustia. Se muere de las ganas de llamarla y aclararle todo. Pero no lo va a hacer.
Durante la noche, pensó mucho en las palabras de Paulo y llegó a la conclusión de que debería darle su espacio a Isabella. Que es verdad, no se conocen; su relación está motivada únicamente por la emoción de estar con alguien nuevo, y quizás incluso también por la necesidad de llenar un vacío del cual ambos son presas. Leandro perdió a Camila, Isabella perdió a Paulo, y encontraron consuelo el uno en el otro, porque compartían una falta. Leandro sabe que ninguno de los dos está en completo control de sus facultades, entonces prefiere alejarse un poco de Isabella antes de que su apego se torne insano.
Está demasiado arraigado a ella. La quiere ver todo el tiempo y es la única persona con la que quiere hablar. Entonces, no quiere que su cariño hacia ella se vuelva una obsesión, porque aprendió con el tiempo que todo lo que él toca, lo destruye.
Además, sabe que el afecto de Isabella hacia él está incitado mayormente por su angustia, por la falta de Paulo. Sabe que ella se está apegando a quien tiene más cerca, que resulta ser él mismo. Y es verdad: en términos mayores, ellos no se conocen.
Leandro prefiere esperar a que Isabella y Paulo hayan resuelto todos sus problemas. Sí, su objetivo inicial era separarlos, pero cuanto más lo piensa, más cuenta se da que al final eso no va a ser tan fácil como parecía. Engaños y terceros complicaron las cosas y cada vez Leandro teme más que ella lo elija a Paulo. No quiere salir lastimado, porque Paulo ya una vez le quitó lo que era suyo y odiaría revivir el sentimiento.
Miente si dice que una parte dentro suyo no le tiene un poco de celos a Paulo. Primero con Camila, después con Isabella. Leandro se siente como un segundo y detesta aquella situación, porque no sabe bien qué hizo para merecerlo.
Por eso, ahora prefiere dar un paso atrás y dejar que cada cosa caiga en su lugar. Si se da, se da. Sino... ya después va a ver.
Se acerca el mundial, viajan pasado mañana. Con él, se acerca también el cumpleaños de Isabella y el de Paulo. Dios, tiene mucho que resolver.
DOHA, QATAR
Noviembre 2022
Una Semana Después
Isabella sabe por las historias de la cuenta de Instagram de la AFA que la selección argentina aterrizó en Qatar hace más de una semana. También sabe que hoy se estarían enfrentando contra Emiratos Árabes Unidos en un amistoso antes de que oficialmente empiece la fase de grupos del mundial.
Pasó poco más de una semana desde la última vez que Isabella habló con Paulo y Leandro. Se mantiene al tanto de ellos a través de las redes sociales, pero no intercambió palabra con ninguno, más allá de algún like ocasional por parte del cordobés. De Leandro, no sabe nada.
Con Paulo no volvió a hablar porque simplemente no se dio. Ella hizo hincapié en que se tomen un descanso y él no dudó en respetar su petición, por lo que no volvió a escribirle. Isabella sabe que por lo menos están en buenos términos, por lo que está cómoda con este tiempo a solas que está teniendo. El que la tiene mal es Leandro.
Su última conversación fue esa amarga llamada telefónica la mañana después de la llegada de Leandro a Argentina. El mambo con Isabella es que si alguien se enoja con ella, ella se va a enojar también; si alguien le pide perdón, ella va a pedir perdón también; si alguien le deja de hablar, ella le va a dejar de hablar también. Quizás se deba a una cuestión de orgullo, pero si Leandro planea desaparecer de la nada, ella no va a ser quien vuelva a buscarlo.
Bueno, más o menos. ¿Por qué? Porque Isabella acaba de aterrizar en Qatar.
No va específicamente por Leandro (quiere creer). En realidad, quiere ir a ver el mundial para pasarla bien un rato, ya que la viene pasando como el orto hace meses. Aunque sí, también necesita ver a sus dos hombres.
Decirlo así le da risa.
Ya se instaló en el hotel y ahora se encuentra en el palco VIP del estadio, esperando que comience el partido contra la EAU. No le avisó a nadie que venía y por eso muchas de las botineras ya sentadas ahí, con las remeras alternativas color violeta de la selección, se sorprendieron de verla. Isabella, por su parte, no sentía apropiado ponerse la camiseta de Paulo ni la de Leandro, por lo que simplemente volvió a sus bases y se puso la de Messi arriba del vestido.
Apenas llegó, su primer instinto fue acercarse a Jorgelina para sentarse con ella, como solía hacer siempre en los partidos de la Juventus. Sin embargo, ni bien recordó la última charla que tuvieron por teléfono, donde ella le mintió a la cara sobre sus intenciones con Leandro, le dio mucha vergüenza enfrentarla y simplemente se sentó detrás suyo, dando su mayor esfuerzo por no ser vista ni oída y pasar totalmente desapercibida.
No le sorprendió no ver a Camila ahí. De hecho, si la veía, seguramente la agarraba de los pelos. Antes eran amigas y ahora, lo único que sentía Isabella al pensar en ella era bronca pura.
La que sí se le acercó fue Agus Gandolfo, que se sentó a su lado y le charló durante un rato. Bueno, "charló", porque después de un par de minutos, de alguna manera Isabella terminó contándole todo lo que ella ya sospechaba. Confesarse a una persona ajena a la situación le proporcionó un momento de claridad, ya que Agustina supo darle su opinión al respecto: le dijo que estaba muy bien lo que hacía de tomarse un rato a solas, e Isabella estuvo de acuerdo.
Lo que no terminó de convencerla fue que Agustina le dijo que no elija a ninguno. Sabe que razón no le falta, porque ni Leandro ni Paulo parecen ser la opción adecuada para ella, pero Isabella prefiere hacerse la boluda. Los quiere a los dos, siente el mismo apego hacia tanto Paulo como Leandro. Por eso, quiere calcular bien sus opciones antes de tomar una decisión definitiva.
El partido empieza a las doce y media del mediodía. Isabella no se fijó mucho la tabla de alineaciones antes de venir, pero no se sorprende de verlo a Leandro en la cancha.
No sabe bien si aquello le genera contento o descontento. Cree que ambas. Contento, porque fa, ahí está Leandro. Es la primera vez que lo ve en varios días, sobre todo después de lo sucedido, entonces le genera una sensación extraña. Pero también descontento, porque ese hombre le cortó el rostro por completo. La abandonó y todavía no le explicó por qué.
Isabella cree estar un poco aliviada de no verlo a Paulo. Todavía no sabe si está lista para eso.
El partido transcurre en el cabo de noventa minutos. Argentina le hace completamente el orto a EAU, 6-0, con goles de Messi, Di María, Julián y el Tucu; pero al único que mira Isabella es a Leandro, a ver si se le escapa un ojo y la ve a ella ahí sentada, observándolo. A ver si hace un gol y se lo dedica.
Aunque ahora, a Isabella no le da el cuerpo para cantar ninguno de los goles. Vino para divertirse, pero sus propios pensamientos la amargaron, además de que está demasiado cansada del viaje como para ponerse a gritar. Permanece sentada en silencio.
Cuando el partido termina con la victoria más que asegurada de Argentina, las familias de los jugadores tienen permitido bajar a la cancha. Isabella no sabe si ella seguirá calificando como "familia", pero baja igual.
Divisa a Paulo entre la multitud y de inmediato, inadvertida de la cámara que está posada en ella en la distancia, se acerca a él y le toca el hombro. El cordobés se da la vuelta y al notarla a Isabella frente suyo, su expresión cambia por completo, de una de tranquilidad a una de pura y completa sorpresa.
—¿Isa? —pregunta, en shock—. ¿Qué hacés acá?
Isabella se encoge de hombros y tuerce las comisuras de los labios hacia abajo.
—No sé —dice. Lo ojea de arriba a abajo y nota lo bien que se ve, como es usual—. ¿Me vas a saludar, o...?
Hace un gesto con las cejas y Paulo de inmediato se deshace de la cara de boludo y se inclina hacia adelante para abrazarla. Se nota la vacilación en sus movimientos, como si no estuviera seguro de sus acciones, pero Isabella no duda de corresponder al gesto, abrazándolo por la cintura. Entierra su rostro en el cuello de Paulo y cierra los ojos, porque hace mucho que no lo abraza y lo extraña.
La última vez que se vieron — la confesión, la pelea, el sexo — se siente a años luz de distancia. La violencia de ese momento semanas atrás contrasta a grandes cantidades con este abrazo íntimo y suave, en el cual los dos se funden sin dudarlo un segundo, simplemente deleitados por volver a tenerse.
—¿Cómo estás? —le pregunta Paulo al separarse, dándole un apretón en el antebrazo.
Su pregunta viene cargada.
—Mejor —asiente Isabella—. ¿Vos?
—Bien, bien —contesta él.
Hay un breve silencio.
—Feliz cumpleaños —dice Isabella por fin, algo nerviosa.
A Paulo se le ilumina el rostro al escuchar esas palabras, como si el hecho de que Isabella se acuerde de su cumpleaños lo emocionara.
—Gracias —dice—. Mañana es el tuyo.
Isabella se ríe un poco. Siempre les pareció gracioso eso de que cumplieran años en fechas continuas; pronto, a los meses de amistad, aquello se convirtió en su principal chiste interno.
—Sí —asiente Isabella.
Paulo le sonríe un poco. Sin embargo, rápidamente, la sonrisa desaparece. Él se aclara la garganta y echa un vistazo alrededor, como asegurándose de que nadie los esté escuchando, antes de inclinarse hacia ella con la voz ahora más baja.
—Tengo unas re ganas de hablar con vos, pero no me parece apropiado ahora.
—Tenés razón —concuerda ella de inmediato, dando un paso hacia atrás para separarse de él—. Encontrémonos en mi hotel hoy más tarde, ¿te va? Así estamos en algún lugar más privado, lejos de las cámaras.
Paulo duda. Se nota que quiere decir que sí, pero no sabe si hacerlo.
—Está bien —dice por fin, frunciendo los labios para indicar su vacilación—. Después pasame la dirección. Voy en son de paz. Bandera blanca.
Levanta las manos a cada lado de su cabeza para demostrar su inocencia e Isabella no puede evitar soltar una risa genuina.
—Okay —asiente con una pequeña sonrisa—. Después hablamos, ¿sí?
Isabella le toca un poco el hombro y después se da la media vuelta para irse, sin darle tiempo a Paulo a reaccionar de otra forma. Su primer instinto ahora es ir a buscarlo a Leandro, pero su cuerpo se lo prohíbe, por lo que empieza a hacerse paso por la multitud para ya dirigirse al estacionamiento.
Sin embargo, el universo la traiciona, porque durante su trayectoria, lo ve al ojiazul parado un par de metros frente suyo, hablando con una mujer. Es un segundo que ella lo mira, pero como si él sintiera su mirada, alza la cabeza y sus ojos se encuentran a través de la distancia que los separa. Mantienen el contacto visual mientras Isabella sigue caminando y ella después nota que Leandro hace ademán de seguirla, pero termina por retractarse. De todas formas, aunque él le hablara, ella no cree que vaya a tener ganas de contestarle.
Por eso, cuando lo pierde de vista, no se da el tiempo a sí misma de volver atrás a buscarlo. Simplemente mira adelante. Si él quiere hablarle, que venga a pedirle perdón.
☆
Isabella lleva un rato largo esperándolo a Paulo, pero aunque pasaron varias horas, ella no duda de que va a venir, ya que conoce bien su rutina después de un entrenamiento y sabe que siempre se toma su tiempo. Recuperación, ducha, comida; todo aquello conlleva unas largas horas.
Son las cinco de la tarde. Isabella llegó al hotel a eso de las tres y se encuentra en el lobby, sentada en uno de los sillones con el celular en la mano. Ahora, se encarga de revisar todas las fotos del partido que le aparecen en Twitter; sobre todo, en las que aparece Leandro.
Notó que él se cortó el pelo, por lo que ya no hay ni rastro del rubio platinado que llevaba a mediados de año, ni bien se reencontraron. El morocho nunca le sentó mal y a Isabella le parece un cambio agradable, pero no se permite a sí misma pensar de esa forma porque se supone que está enojada con él.
Se sigue deslizando por el feed de Twitter y después cambia a WhatsApp. Ahí, se sorprende al ver que Leandro eliminó dos mensajes. Se mete en su chat y observa las dos notificaciones, extrañada. Quiere escribir pero se frena, no va a darle el gusto.
—Buenas.
Al escuchar la voz de Paulo, por instinto, tuerce el celular hacia abajo para esconder la pantalla. No quiere que él la atrape en el chat de Leandro. Isabella se irgue y mira por sobre su hombro para verlo al cordobés acercándose hacia ella. Lleva puesto un atuendo completamente negro, tiene el pelo despeinado y en su mano lleva un pequeño ramo de flores.
—Hola —sonríe Isabella y se levanta.
Rodea el sillón y se acerca a Paulo para saludarlo con un abrazo, pretendiendo no ver el ramo de flores. Sin embargo, una vez se aleja, él de inmediato lo extiende hacia ella. Isabella observa las azucenas coloridas con los labios separados.
—No era necesario, Pau —le dice, recibiéndolo.
—Todavía no terminé de pedirte perdón —él aprieta los labios, escondiendo las manos en los bolsillos de sus joggings.
Isabella esboza una pequeña sonrisa.
—Gracias —le dice—. Vení, subamos.
Paulo asiente y la sigue hasta el ascensor. Suben hasta el piso doce en silencio y una vez llegan, Isabella no mira hacia atrás, dejando que él la siga hasta la habitación. Ella juguetea un poco con el ramo en sus manos, replanteándose muchas cosas.
Entran en la habitación 1209 e Isabella le indica a Paulo que se siente donde quiera.
—Bueno —dice el cordobés mientras se deja caer en la cama, pensando con cautela sus palabras—. Ya te lo dije, pero no en persona, así que te lo vuelvo a decir: perdón.
—Sí. Yo también, perdón —asiente Isabella, dejando las flores en el diván y reposándose contra el escritorio—. Siento que fue hace una bocha todo lo que pasó, aunque fue hace como dos semanas. Te juro... no sé si ya te lo dije, espero que sea obvio, pero yo nunca quise lastimarte. Lo que pasó con Leandro... no sé, solo pasó. No lo pensé y me sentí tan culpable, y después me enamoré y... perdón por eso.
Paulo asiente con la cabeza.
—Está bien —dice—. Lo mío con Cami... bueno, espero que me creas cuando te digo que después de la Copa América, no le volví a hablar. No siento nada por ella. Y ya sé que debería habértelo dicho. Es que, bueno, como te dije... al no ser algo que recurrió, creí que simplemente iba a poder olvidarme de eso y no iba a pasar nada. Solo no sabía que Leandro estaba enterado, y tampoco pensé que él iba a querer meterse con vos. El resto ya lo sabés.
Suelta una pequeña risa. Isabella se muerde el labio.
—Leandro y yo nos conocíamos de antes —confiesa, vacilante—. O sea, nos conocíamos de chicos. Después nos volvimos a ver y yo no me acordaba de él, pero él sí de mí. Me lo contó después, que él estaba enamorado de mí cuando éramos pendejos. Fue por eso que él quiso separarnos, porque sabía lo que habías hecho y quería... no sé, protegerme de eso.
Paulo traga saliva. Se nota que la información le cayó pesado, pero solamente asiente, abriendo y cerrando los puños.
—Okay —asiente, agachando un poco la mirada—. No lo sabía.
—Yo tampoco —admite Isabella—. Leandro es... reservado.
Paulo asiente con la cabeza.
—Estamos bien, ¿no? —pregunta después de un momento, con la voz algo temblorosa.
—Sí, obvio que sí, Paulo. No hay duda —asiente Isabella de inmediato—. Se podría decir que estamos a mano.
Paulo sonríe un poco y después se queda en silencio.
—No sé si ya te lo dije, pero yo te quiero de vuelta, Isa —dice por fin—. Ya sé que me pediste un tiempo, pero sos el amor de mi vida, bella... yo voy a luchar por nosotros. Y si vos terminás eligiendo a Leandro, lo voy a respetar, pero quiero que sepas que hasta que no me digas que no, yo no voy a dejar de buscarte —hace una pausa—. Yo te amo, Isa. Eso no se me va fácil y espero que a vos tampoco.
Se hace un silencio. Isabella lo mira. Lo mira y lo mira y después se le acerca, lo agarra por el cuello y lo besa.
No sabe bien por qué lo hace. Si porque lo quiere de vuelta, o si porque sus palabras la conmovieron, o si porque quiere hacerlo una última vez antes de finalmente dejarlo. No sabe. Pero lo hace y cuando lo hace, se siente bien.
Lo siente sorprendido. Él no sabe bien qué hacer, no sabe si ella se va a alejar, pero Isabella le saca la duda al agarrarle las manos y colocarlas ella misma sobre su cintura, así incitándolo a tocarla. Entonces, Paulo le da un apretón y corresponde al beso, devolviéndole el contacto de sus labios con una fuerza desesperada. Ella se trepa a su regazo y se sienta sobre éste, con las rodillas a cada lado de sus caderas. Deja escapar un pequeño gemido. La posición hace que a Isabella se le suba el vestido hasta la parte superior de sus muslos, dejando al descubierto sus piernas.
Ella sabe que el sexo solo complica las cosas. Lo aprendió de primera mano; cuando se lo cogió a Leandro, por ejemplo. El sexo solo complica las cosas, porque inserta sentimientos donde no los hay, o porque proporciona ideas equivocadas.
El sexo, en este caso, no va a hacer nada más que generar una confusión en Paulo. Él va a creer que ella lo quiere de vuelta, cuando no es así. Pero Isabella extraña a su esposo, entonces no lo piensa mucho cuando desliza su mano entre sus cuerpos y lo toquetea por sobre la tela. Él tampoco se niega.
—Isa... —susurra él entre sus labios, profundizando un poco el beso.
Isabella se levanta un poco para ayudarlo a bajarse los joggings y los bóxers, así exponiendo su pija, que ya empieza a endurecerse por el beso agitado. Ella lo toma con las dos manos y empieza a pajearlo con suavidad, extendiendo el cuello hacia atrás para dejar que Paulo le bese la garganta. Sentir su cálida respiración contra su piel después de tanto tiempo, de manera tan íntima, hace que se le ponga la piel de gallina. Con los ojos cerrados, deja escapar un pequeño quejido. Paulo sabe bien que los besos en el cuello la relajan demasiado.
A la vez que la besa, Paulo posiciona su mano sobre la de Isabella alrededor de su pija y guía sus movimientos, ayudándola a masturbarlo con un poco más de presión, así aumentando las sensaciones. Ella traga saliva y se deja porque le encanta.
—Paulo... —gime cuando él se empecina en dejarle un chupón debajo de la mandíbula.
Succiona y muerde su piel hasta que deja una gran mancha rosa sobre ésta. Después, se aleja e Isabella toma la oportunidad para chuparse la mano y ahora usar su saliva como lubricante sobre el miembro de su esposo. Él la levanta, le corre la bombacha hacia un costado y después la posiciona sobre su pija. La besa mientras ella baja con lentitud, introduciéndolo bien profundo dentro suyo.
Le duele un poco.
—Ay, mierda... —gime Isabella, abrazándolo por alrededor de su cuello. Hace mucho no coge.
—Estás apretadísima, Isa —jadea Paulo, deleitado ante la sensación de las paredes internas de Isabella ciñéndose a su pija.
Ella entierra sus uñas en la espalda de Paulo y esconde el rostro en su hombro, frunciendo el ceño con firmeza mientras se adapta al grosor ajeno. Le duele, ya que la posición facilita la entrada de Paulo bien profundo en su interior, pero se la banca porque ese dolorcito la hace sentir tan bien.
Despacito, empieza a rodar las caderas. Paulo la abraza por la cintura y hunde su rostro en su cuello cuando se empiezan a maximizar las sensaciones por el movimiento. La deja marcar el ritmo y después de plantarle un suave beso en el hombro, tira de su vestido y la desnuda de un saque. Al tener más acceso a su piel, deja un camino de besos mojados por su escote, besando el nacimiento de sus tetas hasta el borde de su corpiño, llenándola de saliva. Isabella agarra un manojo de su remera y también lo incita a sacársela, por lo que él no duda de hacerle caso, descartando la prenda en algún lugar del piso.
Ambos ya jadean, ella gime por lo bajo. Sus cuerpos desnudos están recubiertos de sudor, pegados el uno al otro. Hace mucho que no cogen de esta forma.
Isabella le rasguña la espalda sin vergüenza y él deja escapar un pequeño quejido en su oído al sentir la punzada de dolor agradable. La agarra de la cintura y toma el control de la situación, empezando a hacerla rebotar sobre su regazo. Rápidamente, al coro de jadeos se le suma el sonido seco e intermitente de sus pieles chocando una contra la otra.
Con un brazo envuelto alrededor de su cintura, Paulo le recorre la espalda con la mano hasta llegar a su nuca. Ahí, agarra un manojo caótico de su pelo rubio y tira de éste con fuerza para obligar a Isabella a echar la cabeza hacia atrás. Su repentina agresividad la toma por sorpresa, pero ella no se queja, sobre todo porque él de inmediato se sumerge para volver a morderle el cuello desesperadamente.
—Dios, Paulo, ahí... —gime ella, rebotando sobre su regazo, estimulando su punto G.
—Sí, reina —asiente él, presionando una mano contra su espalda baja para hacerla arquear la espalda y así logrando embestir ese punto que a ella tanto le gusta.
Isabella gime un poco más fuerte. Paulo aprovecha para alzarla y darla vuelta, reposándola sobre su espalda en la cama y ahora pudiendo garchársela a su antojo. De inmediato, empieza a embestirla con fuerza, acelerando el ritmo de las estocadas y haciéndoles apoyo con sus manos en la cintura de Isabella, abarcando su abdomen casi completo. La posición le facilita el control completo del movimiento, permitiéndole metérsela a su antojo, dentro y fuera de manera rápida y violenta.
El cuerpo de la chica se mece de adelante a atrás, la cama cruje un poco con cada embestida. Su pelo rubio está extendido por el colchón y su piel reluce bajo una capa de su sudor, dándole a Paulo una vista hermosa. Él le envuelve el cuello con una mano y la ahorca, y cuando Isabella abre los ojos para hacer contacto visual con él, Paulo cree estar a punto de deshacerse ahí mismo.
—Qué hermosa que sos, mi reina —le dice sin pensarlo.
Paulo no solía cogerla así antes. A Isabella le encanta el cambio.
Él la sigue ahorcando cuando apoya su mano libre en el colchón, al lado de su cabeza, y se extiende por sobre ella. El pelo humedecido le cae por sobre los ojos y agacha la cabeza para observar su pija reluciente deslizándose dentro y fuera de Isabella con vigor, ella mojándose cada vez más a medida que las estocadas se violentan.
Vuelve a alzar la mirada y se encuentra con los ojos de Isabella. Le suelta el cuello para tomarla de la mandíbula, así sosteniendo su cabeza quieta y besándola con fuerza. Le deja múltiples besos en los labios y las comisuras de éstos y ella se aferra a sus amplios hombros con fuerza, arañándolo debido al dolorcito placentero de las estocadas. Le tiemblan los muslos y no tarda mucho en venirse con un pequeño gemido aireado, cubriendo la pija de Paulo con una capa de sus flujos.
Las embestidas se vuelven torpes y rápidas debido al exceso de lubricación, Paulo sigue cogiéndosela durante algunos segundos más hasta que por fin él mismo se viene. Se entierra bien profundo en su interior y la llena con su descarga, escondiendo el rostro en su cuello sudoroso y mordiéndola suavemente para sofocar un quejido. A ella se le contrae el estómago al escucharlo soltar pequeños gimoteos en su oído. Después, Paulo se desploma sobre ella.
Bajan del clímax a la vez y mantienen la posición; pegados el uno contra el otro, sus cuerpos sudorosos amoldados en un abrazo acalorado, los dos jadeando. Se toman un segundo.
—Mierda —suspira Paulo, agitado.
—Efectivamente —le contesta Isabella con una risita aireada.
—Creo que ya debería volver al hotel.
—Sí, creo que sí.
Paulo se levanta un poco para mirarla. Le planta un beso en la comisura de los labios y después finalmente se desliza fuera de ella, ganándose un pequeño quejido adolorido como respuesta por parte de Isabella. La ayuda a sentarse, le acomoda la ropa interior y después le extiende su vestido, a la vez que él mismo se sube los joggings y se pone la remera. Los rasguños que tiene en la espalda le queman un poco, pero éstos junto con el gran chupón en el cuello de Isabella son evidencia de lo sucedido, haciendo que el dolor no sea nada en comparación con el inmenso placer que siente.
La pareja se mantiene en silencio durante un rato, acallando sus respiraciones agitadas. Después, una vez que Paulo termina de cambiarse, Isabella se levanta de la cama. Él se posa frente a ella y le toca un poco la mandíbula suavemente.
—¿Estás bien? —le pregunta, solo por preguntarle.
—Sí —asiente ella—, ¿y vos?
—También —concuerda él—. ¿Me vas a hablar después?
Isabella ríe un poco. Se le hace graciosa la idea de cogérselo a su esposo y no hablarle después, como si fuera tan solo una aventura de una noche sin importancia.
—Claro —le dice de inmediato con una pequeña sonrisa. Sin embargo, después suspira—. Paulo, esto no...
—Ya sé —la corta él—. No significa nada, ya lo sé. No me voy a ilusionar, quedate tranquila.
Le dedica una sonrisa tímida e Isabella responde al gesto de manera vacilante. Después, Paulo le suelta la mandíbula y se aleja un poco.
—Después nos vemos —le dice, empezando a dirigirse hacia la puerta de la habitación. La mira por sobre su hombro y le ojea las piernas con una sonrisa descarada—. No te vayas a caer, eh.
Isabella pone los ojos en blanco y retiene una pequeña risa al morderse el labio inferior.
—Ja, ja. Me río. Andate —ordena sarcásticamente.
Paulo se ríe para sí y después le tira un beso antes de abrir la puerta y perderse en el pasillo. Una vez que está sola, Isabella suelta un prolongado bufido y se deja caer en la cama.
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