iv



𝟒.
NO TE IMPORTA

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SALVADOR, BRASIL
Junio 2019


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@isaabianchi:

paulodybala le dio like a tu historia.

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leoparedes20 ha empezado a seguirte.

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Isabella observa la nueva notificación con el entrecejo fruncido, sentada en el palco VIP de la Arena Fonte Nova, donde Argentina va a jugar el primer partido de la fase de grupos contra Colombia. El follow de Leandro es de la tarde del día anterior, no sabe por qué no la vio antes pero ahora analiza la situación, extrañada.

El partido empieza a las siete. Son las seis y media, hace ya un rato que los jugadores salieron a la cancha para el precalentamiento. A Isabella, medio miope como es, le cuesta distinguir los rostros de los jugadores a la distancia, pero tiene una imagen mental de la formación del partido de hoy, por lo que se contenta con eso y con entrecerrar los ojos para tratar de divisar los números en sus camisetas.

Ella misma lleva puesta la remera del número veintiuno con el nombre de Dybala en la espalda. Paulo hoy está de suplente, pero no se pondría la remera de otro jugador ni aunque le pagaran

El que sí entra de titular es Leandro. Isabella no habló con el de ojos azules en todo el día de ayer ni hoy, después de su encuentro en la azotea la noche anterior. No es que no se vieron, ya que Isabella decidió quedarse en el hotel con los chicos; de hecho, se vieron más seguido de lo que planearon. Solamente no surgió ninguna conversación, e igualmente, ninguno de los está poniendo esfuerzo para hacerlo.

Desde la noche en la azotea, Isabella se hizo una nueva imagen de Leandro. Lo mira con otros ojos, ahora lo escucha hablar y capaz incluso se ríe de alguno de sus chistes, porque Paulo tiene razón: él no es mal pibe, para nada. Solo tiene algunos secretos y puede llegar a ser un idiota, y aunque lo bueno no quita lo malo, lo malo tampoco quita lo bueno.

Isabella se mete en la cuenta de Instagram de Leandro y lo stalkea un poco. Abre sus destacadas: una de la selección, una del PSG, historias de promoción, de los hijos e incluso una última dedicada enteramente a Cami, que no actualiza hace casi un año. Se toma un rato más observando las muchas fotos viejas de Leandro y Cami: besándose, en París, en la pileta, cenando juntos, pegados el uno al otro. Son tiernos juntos, pero Isabella no ve esas mismas actitudes de afecto ahora – no es que los observa, pero no es difícil darse cuenta. 

Se sacude el pensamiento de la cabeza y termina decidiendo devolverle el follow, a pesar de que no cree que él se de cuenta, porque sus seguidores suben por minuto. En ese momento, Cami misma vuelve del baño, llevando puesta la remera de la selección argentina del número cinco, con el nombre de Paredes en la espalda.

Hay varias otras botineras sentadas en el palco VIP del estadio, entre ellas, Antonela, Jorgelina, Cami Homs y otras, pero Isabella se contenta estando con Cami Galante, que es su amiga más cercana a este punto.

–¿Qué hora es? –pregunta ella, sentándose de vuelta en su asiento al lado de Isabella.

–Menos cuarto, ya está por empezar la previa.

Esperan unos minutos y por fin ambos equipos, de Colombia y Argentina, vuelven a los vestuarios para cambiarse. Menos diez, empieza la previa: los jugadores vuelven a salir con los niños, vistiendo las camisetas nacionales para cantar el himno y después jugar. Isabella y Camila entonan la canción de su país y a las siete en punto, el árbitro toca el silbato que oficializa el comienzo del juego. De inmediato, todos los espectadores saltan a sus pies, una oleada de camisetas de distintos colores, banners y carteles que rebalsan de las tribunas.

El partido empieza bien, Argentina va tranquilo, en posesión de la pelota, pero a eso de los quince minutos, después de dos o tres remates fallidos, Colombia logra dar vuelta el partido. A pesar de que el chumbazo es taponado, los jugadores de la albiceleste empiezan a ponerse nerviosos. 

Terminan el primer tiempo 0-0, pero para este punto, el equipo argentino creció impreciso, haciendo que Isabella y Camila se muerdan las uñas de los nervios con cada remate por parte del equipo colombiano. Ambos países presentaron un juego ineficiente, pero Colombia, a pesar de que sin grandes alardes, tuvo un desempeño superior, por lo que las chicas esperan que los jugadores de su país puedan retomar aquel partido en el segundo tiempo.

Éste empieza quince minutos más tarde: incluye tres cambios en el equipo argentino y dos colombianos. Sin embargo, también trae consigo cinco tarjetas amarillas: dos para Argentina (una de ellas, para Leandro) y tres para Colombia. La albiceleste amenaza con dar vuelta el partido, crecen con rapidez, pero en el pico de su juego, Colombia logra meter dos goles en un lapso de quince minutos que, después de la prórroga, declara al equipo de camiseta amarilla la victoria, 2-0.

Los jugadores de Argentina vuelven a los vestuarios, devastados. Los espectadores en las tribunas se dispersan con rapidez, todas las mujeres en el palco VIP enfilan hacia la puerta, e Isabella de inmediato lo llama a Paulo mientras junta sus cosas. Mientras el teléfono suena, la rubia la sigue a Cami por las escaleras a toda velocidad.

–Hola, amor –por fin contesta Paulo, secundado por un ruido de fondo ensordecedor.

–Qué cagada, che –le responde ella, referenciando la derrota.

–Un bajón, la verdad. Tuvimos muy mal juego –suspira él con un temblor en la voz, como si quisiera llorar.

–Más vale que no bajen los brazos igual, eh. Mirá que todavía tienen oportunidad –dice Isabella–. 1950, Italia perdió 3 a 2 contra Suecia y fue campeón del mundo. España contra Suiza, 2010, perdieron 1 a 0 y levantaron la copa...

Isabella tiene la intención de seguir nombrando la cantidad de campeones que debutaron perdiendo, pero lo escucha a Paulo reírse del otro lado de la línea, así que se calla de inmediato.

–¿Qué? –pregunta.

–Nada. Me re gustás cuando te ponés a hablar así.

Isabella se ruboriza y sin darse cuenta, aminora le velocidad, sosteniendo el celular contra su oído. Una pequeña sonrisa se apropia de sus labios.

–Estoy tratando de ayudar nomás –le dice, tímida.

–Considerame ayudado. Dale, apurate que nos estamos subiendo al micro y te quiero ver. ¿Te volvés con Cami?

–Sí, gordo. Ahí voy.

Cuelga y guarda el teléfono en el bolsillo trasero de sus jeans. Cami e Isabella se pegan una corrida y llegan a la entrada de los vestuarios justo a tiempo. Los jugadores, bolsos en mano, enfilan hacia la entrada del micro, subiéndose de a uno. Isabella busca y encuentra a Paulo y lo aparta de la fila para abrazarlo.

–No llore, hombre –bromea.

Paulo se ríe.

–Con vos acá no llora nadie.

–¿Cómo te sentís? –dice ella, alejándose.

Le sostiene el rostro con las manos y le acaricia los pómulos con los pulgares. Paulo, en cambio, reposa sus manos sobre sus caderas y abre un poco las piernas para bajar a su altura, sonriéndole.

Se encoge de hombros.

–Vos lo dijiste, todavía tenemos una oportunidad –dice, calmo.

–Siempre tengo razón, ya lo sabés –sonríe Isabella, tocándole el cachete con suavidad–. Bueno, amor. Yo creo que hoy duermo en mi hotel. ¿Comemos juntos?

Paulo mira por sobre su hombro al micro.

–No sé, pero venite igual. Scaloni quiere hablar con nosotros.

–Bueno –asiente Isabella, plantándole un beso casto en los labios–. Andá. Nosotras ahora llegamos..

–Dale.

Se dan un último beso rápido y después se separan, sosteniéndose las manos hasta que ya no llegan. Paulo le guiña un ojo y se sube al micro rápido, a lo que Isabella se para a un costado de la entrada para esperarla a Cami, que está terminando de hablar con Leandro.

Ella le acaricia los hombros, él tiene las manos metidas en los bolsillos. Dice algo que Isabella no llega a escuchar y después se inclina hacia adelante para darle un beso seco a su esposa, alejándose para subirse al micro, casi último. Isabella ve por las ventanillas que toma asiento al lado de Rodrigo, y una parte dentro suyo flashea que el de ojos azules la está mirando, pero no, no puede ser.

Cami y ella tardan varios minutos en llegar al auto debido al tumulto de gente. Ya oscureció casi por completo y hay mucho tráfico para salir del estacionamiento del estadio, por lo que el viaje de quince minutos hasta el hotel de los chicos lo hacen en treinta. Para cuando llegan, los jugadores ya se bajaron del micro y se asentaron en sus habitaciones, por lo que ellas entran con ayuda de las tarjetas de acceso que les dieron Paulo y Leandro y de inmediato se dirigen hacia la habitación 904 para encontrarse con sus parejas. 

–Hola –saluda Cami suavemente, abriendo la puerta para dejarse pasar a sí misma y a Isabella.

Paulo está recostado en su cama, sin remera y solo un short deportivo gris, con el pelo mojado y el celular en la mano. Pueden escuchar la ducha y la puerta del baño está cerrada, por lo que asumen que Leandro se está bañando. Cami saluda a Paulo con un beso en el cachete y toma asiento en la cama del de ojos azules para sacarse las botas y recostarse; Isabella, por su parte, se desliza fuera del suéter, se descalza y se recuesta sobre Paulo, que deja el celular, le besa la cabeza y la abraza por la cintura.

–Hola –le dice ella, bajito, dándole un besito en la clavícula.

–Hola –le responde él, suave.

–¿Tas bien?

–Sí –asiente él–. ¿Y vos?

–Bien.

Isabella se concentra en los latidos de su corazón y cierra los ojos durante un rato, escuchando el sonido intermitente de la respiración de Paulo cerca de su oído. Está tan enfocada en aquel ritmo que no escucha cuando la ducha se apaga y se abre la puerta del baño. 

–Hola, amor –la escucha decir a Cami, por lo que levanta la vista y lo ve a Leandro, sin remera y con un short deportivo negro, pasándose una toalla por el pelo para secarse el agua.

Isabella no lo mira por mucho, pero la imagen queda atascada en su cerebro: las mangas de tatuajes que le recorren los brazos, del hombro hasta la muñeca; el pelo oscuro y mojado, rizado por el agua; la barba de pocos días bordeándole la mandíbula y las comisuras de los labios; las gotas de agua que se ciernen a su abdomen... no solo porque tenga una memoria fotográfica esa imagen es difícil de olvidar.

–Hola, Isa –la saluda él a medias, gateando sobre la cama, dándole un beso en el cachete a Cami y recostándose boca abajo a su lado, probablemente exhausto.

A Isabella le sorprende que no la llame por el apodo que a este punto ya adoptó, rubia, pero asume que es porque si lo dijera frente a Paulo y Camila, sería raro y podrían llegar a malinterpretarlo.

–Hola –musita ella. 

Los escucha a Leandro y a Cami hablar bajito por algunos segundos, ella acariciándole la espalda desnuda con suavidad, pero él parece más dormido que despierto así que la conversación acaba pronto. Isabella se pierde en ensueño, relajada por la mano de Paulo debajo de su remera, acariciándole la piel con gentileza, con sus piernas entrelazadas.

A las nueve, Scaloni los llama a todos para comer y charlar sobre el partido de hoy y el siguiente, por lo que ambos jugadores se ven obligados a levantarse. Paulo se para y se pone una remera, y después se acerca a Isabella, que está sentada en el borde de la cama.

Le agarra el rostro y la urge a alzar la mirada para mirarlo a los ojos, considerando la diferencia de altura, ya que él está parado y ella, sentada. Su rostro está al nivel de su abdomen, por lo que le acaricia los costados de los muslos a Paulo.

–¿Te quedás a comer? –le pregunta él.

–Eh... –Isabella mira la hora en su teléfono, a mediados de un bostezo–. No, amor. Es tarde. Me voy a ir yendo para el hotel.

–¿Ahora?

–Sí.

Paulo hace puchero y se arrodilla, donde ahora es él quien tiene que alzar la vista. Apoya sus manos en los muslos de Isabella.

–Bueno. Pero mañana venís, ¿no? –le pregunta.

–Sí. O podés venir vos, ¿no? –sonríe ella, haciéndole un mimo breve en el pelo–. Andá, que te esperan. 

–Bueno. Nos vemos mañana, gorda.

Le da un beso y le toca la mejilla con suavidad antes de acercarse a la puerta. Agarra una de las tarjetas de acceso del diván y lo mira a Leandro, que saca las chanclas del armario para ponérselas. Cami se quedó dormida en la cama, por lo que hablan despacio para no despertarla.

–¿Vamos, Lean? –le pregunta Paulo al de ojos azules mientras Isabella se agacha para juntar sus cosas en su mochila.

–Eh, ahí bajo. Andá yendo –le contesta Leandro.

Paulo asiente y sale de la habitación, cerrando la puerta con cuidado. Isabella no sabe por qué Leandro decidió quedarse un segundo más, pero lo escucha moviéndose por la habitación y para cuando ella termina de hacer su mochila, se levanta y lo ve parado al de su cama, con los ojos fijos en el celular.

Lo observa fijo por un segundo hasta que por fin se arma de valor.

–Che, ¿te puedo hacer una pregunta? –le dice, cautelosa.

Leandro de inmediato apaga el teléfono y alza la vista, irguiéndose un poco, nervioso. La mira fijo e Isabella se siente a sí misma derritiéndose, aunque no sabe si para bien o para mal.

–Sí, decime –carraspea Leandro.

–Si no querés contestar no pasa nada, eh –dice ella, ojeándola a Cami brevemente para asegurarse de que esté dormida–. ¿Está todo bien entre vos y Cami?

El de ojos azules frunce el ceño y arruga la nariz, como si la pregunta lo extrañara. La mira a su esposa por sobre su hombro.

–¿Por qué?

–Solo para saber –miente ella, encogiéndose de hombros.

Leandro la mira con el entrecejo firmemente fruncido, pero a pesar de que el gesto es visible en su rostro, a Isabella igual le cuesta entender qué es lo que está pensando. No sabe si está confundido, enojado, sorprendido, molesto... no sabe si le va a contestar o no, si su expresión implica que la respuesta va a ser positiva o negativa... la pone nerviosa tan solo pensar que aquel hombre es un libro cerrado, sin importar por dónde se lo mire.

–Estamos perfectos –asegura él, con un tono de voz seco y tajante, cruzando los brazos por sobre su pecho. Ese es un gesto que Isabella cree reconocer: un mecanismo de defensa, autoprotección inconsciente, buscando poner una barrera entre ellos para defenderse (¿de qué?)–. Igual, no te importa.

La rubia alza las manos a cada lado de su cuerpo, ofreciendo su rendición. Da un paso hacia atrás.

–Touché –le dice–. Solo quería asegurarme de que no estén teniendo problemas. Saben que pueden hablar conmigo si necesitan algo.

–Creí que eras fotógrafa, no terapeuta.

Isabella se ríe.

–Era solo una pregunta, Leandro, no te vayas a alterar –lo jode–. No estarás en tus días vos, ¿no?

El hombre descruza los brazos y revolea los ojos. Se da media vuelta y agarra su tarjeta de acceso de la cama.

–¿Ya te vas? –le pregunta a la chica.

–Si querés que me vaya, entonces me quedo.

–Me parece que no soy el único molesto acá, eh –increpa Leandro, pasándose una mano por la cara, frustrado.

Isabella se ríe victoriosa. 

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