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𝟑.
¿NO ME PASÁS UNA?

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SALVADOR, BRASIL
Junio 2019


Pasaron varias semanas desde la última vez que Isabella cruzó palabra con Leandro. Después del encontronazo de aquel sábado, la chica asistió tan solo a uno o dos entrenamientos más, con el único propósito de encontrarse con las chicas, que eran ahora sus amigas (de hecho, incluso la habían agregado a un grupo de WhatsApp de todas las botineras). Si Leandro daba indicios de querer hablarle o faltarle el respeto de alguna forma, ella tan solo lo ignoraba, y rápidamente desarrolló una nueva habilidad para que le valga poco lo que él hacía contra ella, porque preocuparse era una pérdida de tiempo. Para su suerte, las semanas pasaron sin acontecimientos notables.

Pero ahora finalmente empieza la Copa América y los jugadores y sus familias viajan a Brasil, donde va a tomar lugar el campeonato. Nuevamente, no hay motivo por el cual Isabella siquiera tendría que cruzarse con Leandro, pero si quiere verlo a Paulo durante la concentración, entonces no le queda otra. Aquello la pone nerviosa.

Los jugadores ya están en Brasil desde el primero de junio, pero Isabella aterriza en Salvador el trece, dos días antes del primer partido contra Colombia. Se hospeda en un hotel cerca de la Arena Fonte Nova y lo primero que hace es salir a caminar. Aprovecha que el hotel donde concentran los jugadores no está a más de veinte minutos caminando y sale en dirección a éste. Basta con un vistazo al camino en el Google Maps para que la imagen se grabe en su cerebro.

Son las tres de la tarde. Isabella observa sus alrededores, encantada, caminando ligera y algo acalorada, ya que en Brasil el verano es lo mismo que la primavera de Argentina. Su celular vibra en su bolsillo, lo saca y atiende el llamado de Paulo.

–Amor –sonríe ella.

–Ay, boluda, no me avisaste que habías aterrizado. Me asusté –dice él del otro lado de la línea.

Isabella se ríe.

–Perdón, gordi. Me distraje. Estoy yendo para allá ahora.

–Justo te iba a decir, están las dos Camis acá. Venite rápido.

–¿Galante y cuál más?

–Homs, la mujer de Rodrigo.

Isabella está a punto de contestar, pero una tercera voz habla del otro lado de la línea.

Dale, boludo, ¿quién es?

Leandro.

Paulo aleja el teléfono de su boca.

Es Isa, ahora voy.

Decile que deje de distraerte, que estamos en medio de un campeonato de FIFA, gracias.

Isabella lo escucha a Paulo reírse y acto seguido, el hombre vuelve a acercarse al micrófono del teléfono.

–Che, cuchame, dice Lean que...

–Sí, sí, escuché –se ríe Isabella–. Andá a jugar al FIFA, que yo ahora llego.

–Bueno –sonríe él–. Chau. Te amo. Apurate.

Isabella corta la llamada con una sonrisa, guarda el teléfono en la mochila y apura el paso para llegar cuanto antes al hotel. Ella y Paulo no llevan separados más de dos semanas, pero ya se extrañan – y la verdad es que dos semanas sin coger, considerando que ellos lo hacen día por medio para ayudarla a ella a dormir, le parece un montón.

Llega al hotel tan solo unos minutos después y le manda un mensaje a Paulo para que baje, porque no la dejan subir sin tarjeta de acceso. Su novio no tarda en salir del ascensor y corre hacia ella con una sonrisa, levantándola en sus brazos para abrazarla.

–Uy, la puta, cómo te extrañé –dice él en un susurro, besándole el cachete.

–Yo también –se ríe Isabella, rodeándole la cintura con las piernas y cerrando los ojos, deleitándose ante el aroma familiar de Paulo.

Se abrazan fuerte durante un momento más hasta que él la baja y la agarra de los costados del cuello, acariciándole la curva de la mandíbula con los pulgares. Ella se ve obligada a inclinar la cabeza mínimamente hacia atrás para poder mirarlo.

–¿Cómo estuvo el vuelo? –pregunta Paulo, plantándole un suave beso en la frente y después rodeándole los hombros con el brazo para llevarla hasta el ascensor.

–Aburrido –suspira ella–. Había un bebé llorando y una nena que corría ida y vuelta por los pasillos. Imbancable.

Paulo se ríe. Se suben al ascensor y él aprieta el botón para el piso número nueve, después apoyándose contra la pared. Isabella no duda en recargarse contra su pecho, para poder escuchar los latidos de su corazón mientras suben, ya que no solo es claustrofóbica, sino que también le tiene pánico a los ascensores.

El ascensor sube y de la nada, Isabella escucha un chirrido que hace que se sobresalte.

–¿Y eso? –le pregunta a Paulo, con el entrecejo fruncido.

–Es medio viejo el hotel –le dice él, calmo.

Aquello no le proporciona nada de tranquilidad a la chica, pero contesta con un tarareo y vuelve a apoyarse contra el pecho de Paulo, concentrándose en los latidos de su corazón en vez de en el chirrido de la maquina.

–¿Hoy entrenan? –le pregunta ella, buscando distraerse.

–Sí.

–¿A qué hora?

–Cinco y media, ahora ya en un rato nos vamos a empezar a preparar. ¿Querés venir? 

–Hm, me parece que no. Estoy medio cansada. 

–Bueno. ¿Querés quedarte a dormir acá? –le pregunta Paulo.

Isabella alza la mirada y le dedica una sonrisa pícara, a lo que él se ríe.

–Sí, eso también –asegura él.

Ella se ríe.

–Bueno. Si querés, me quedo.

–Bueno, quedate –le dice Paulo.

El ascensor frena en el piso nueve y las puertas se abren con una campana, dándole a la pareja paso hacia el pasillo. Las puertas de las habitaciones se ciernen sobre ambas paredes del corredor, numeradas con inscripciones doradas, y el piso está cubierto por una alfombra aterciopelada color rojo, iluminado por luces cálidas ubicadas en las paredes puerta de por medio.

–Ah, bueno –dice Isabella, alzando las cejas, ya que cuanto más ve, más caro parece el hotel.

Paulo se ríe.

–Vení.

–¿En qué habitación estás?

–Yo, en la 904 con Lean. Pero ahora estábamos todos en la de Rodri, que es la 907.

Isabella traga saliva. Obviamente esto no le iba a hacer fácil, Paulo no tenía motivo para no elegirlo a Leandro como su compañero de habitación. De repente, la idea de quedarse a dormir en el hotel a Isabella le parece de lo más incómoda. Solo espera no tener que cruzarse con el de ojos azules muy seguido.

Paulo le toma la mano y la empieza a guiar por el pasillo hasta que llegan a dicha habitación. La puerta está entreabierta, sostenida por una chancla para evitar que se cierre, por lo que el hombre solo la empuja con una mano y se adentra en la habitación, seguido de su novia.

La habitación en sí es linda, pero está completamente destrozada: las dos camas de plaza y media sin hacer, ropa y pares de zapatillas por todos lados, toallas tiradas en el piso, las sillas fuera de lugar; igual, Isabella no juzga a nadie. Las Camis están sentadas en rondita en el piso, cebando mate y compartiendo una docena de medialunas. Leandro y Rodrigo, por su parte, están recostados en la cama boca abajo, con los controles de la Play en la mano y los ojos fijos en la televisión. Al parecer, abandonaron el FIFA, ya que ahora juegan al Minecraft. 

Isabella está por saludar, pero apenas abre la boca, Rodrigo se pone a gritar.

–¡Leandro, la concha de tu hermana, dejá de ponerle TNT a mi casa!

El de ojos azules se empieza a cagar de la risa, por lo que Isabella le echa un vistazo a la tele. El personaje de Rodrigo lo persigue al personaje de Leandro con un hacha en la mano, intentando matarlo, con la casa del primero prendida fuego en un plano más atrás.

Isabella se ríe.

–Buenas –saluda por fin.

–Ahí en un cachito te saludo, dejá que lo mate a este gil primero –dice Rodrigo.

Isabella asiente, divertida.

–Me parece justo.

Esquiva a los dos chicos sobre la cama y se dirige a las mujeres, saludándolas una por una. Se introduce a la mujer de Rodrigo y después se sienta en el piso con ellas. De inmediato le ofrecen un mate, el cual ella acepta contenta. Detrás suyo, Paulo vuelve a tomar asiento en la cama, agarrando su control remoto de la mesita de luz.

–Empiézenlo de nuevo y métanme –pide.

–¡Rodrigo, pará, perdón!

–Tomá, puto.

Isabella alza la vista. Rodrigo logró hacharlo a Leandro y ahora se levanta victorioso, mientras que el de ojos azules se agarra la cara.

–Pará, pero, ¿no revivís? –pregunta Isabella con la bombilla del mate entre los labios, teniendo algo de experiencia con el Minecraft debido a las veces que juega con Paulo en casa.

–No, es hardcore. Se quedó sin casa por trolo –sonríe Rodrigo, inclinándose hacia ella y saludándola con un beso en el cachete–. ¿Todo bien?

–Todo bien.

Leandro imita a su amigo y se estira por sobre la cama para saludarla a Isabella. Es una gran diferencia, ya que todas las otras veces que Isabella intentó saludarlo, él se negó rotundamente. Ella alza un poco las cejas, pero no lo comenta. Quizás Leandro intenta redimirse. Quizás solo lo hace porque hay gente alrededor.

–Hola –saluda él.

Isabella no es rencorosa, pero no le contesta. Leandro se le queda mirando un segundo, como esperando una respuesta, pero cuando ella se da vuelta sin decir una palabra, él frunce el ceño y vuelve a su posición original.

–¿Cómo viajaste? –le pregunta Cami (Galante) a su amiga.

–Tranquila, por suerte. El aeropuerto estaba llenísimo

–Y, sí. De argentinos me imagino. Con esto de la Copa, están todos desenfrenados.

Se ponen a charlar un rato. Los chicos empiezan un nuevo mundo en Minecraft y lo unen a Paulo, y de inmediato cada uno empieza a buscar lugares llanos para construir sus casas – excepto Leandro, que se entretiene boludeando a una oveja.

–¿Ustedes hace cuánto están acá?

–Vinimos el mismo día con los chicos. Imaginate, dos semanas acá, ya no los bancamos más.

Isabella se ríe y roba una medialuna de la docena. Empezando a masticarla, lo escucha a Leandro por sobre su hombro.

–¿No me pasás una?

Isabella no cae en la cuenta de que le habla a ella, así que ignora sus palabras. Sin embargo, pronto siente algo en el hombro: es Leandro, que trata de llamar su atención dándole un golpecito con el control.

–¿Perdón? –dice ella.

–Si me pasás una medialuna, distraída –se ríe Leandro.

–Ah.

Isabella frunce el ceño, extrañada, y le pasa una de las facturas de la bolsa, la cual él agarra con la boca en vez de la mano. La rubia no sabe bien cómo reaccionar: en comparación con el almuerzo hace algunas semanas, que él le dirija la palabra así no es normal. Isabella se pregunta si quizás Paulo le habrá dicho algo...

Se hacen las cinco menos cuarto, entonces cada jugador se retira a su habitación para cambiarse, llevándose consigo a su pareja. Sin embargo, al salir Cami y Leandro del cuarto de Rodrigo, ella los mira a Paulo e Isa y entrecierra los ojos, leyendo el ambiente con facilidad.

–Che, Lean, ¿no me acompañás un toquecito abajo? –le pide a su esposo, tocándole el pecho.

Leandro no lee la situación tan fácilmente como ella y frunce el ceño.

–¿Por?

Cami hace un gesto con la cabeza hacia la pareja, abriendo los ojos grandes como platos como para darle una idea.

–Nada, a tomar aire –miente ella.

A Leandro le cuesta un segundo más, pero finalmente entiende que Isabella y Paulo no se ven hace mucho, por lo que Cami quiere dejarlos un rato a solas. Una vez que le cae la ficha, levanta la mirada con las cejas alzadas y la mira a la rubia, tensando la mandíbula. Ella frunce el ceño.

–¿Vamos? –le dice Cami a su esposo, mirándola también a Isabella por sobre su hombro y guiñándole un ojo, pícara.

–Sí –responde él, su voz seca y cortante, si bien no hay un por qué.

Cami lo agarra de la mano y caminan en dirección opuesta a la pareja, hacia los ascensores. Leandro dispara una última mirada en dirección a Paulo e Isabella antes de perderse por el pasillo, dejando a la pareja a solas. Ellos se miran entre sí y se ríen.

Isabella lo sigue a Paulo por el pasillo hasta la habitación 904, usando la tarjeta de acceso para abrir. Ella quiere observar un poco la habitación, pero apenas entran, Paulo le apoya una mano en el abdomen y la empuja con fuerza contra la pared, acercándose para comerle la boca sin duda alguna.

Isabella inhala con fuerza a través de la nariz ante la sorpresa del momento, pero cierra los ojos y se relaja ante el contacto. Paulo la toca entera, recorriéndole la cintura con las manos, deslizándose incluso más abajo para apretarle el culo a través de los shorts. Isabella exhala con pesar y deja que él le invada la boca con la lengua, saboreándola placenteramente.

–Cómo te extrañé –dice él entre el beso, alejándose de sus labios para recorrer un camino de besos desde su mandíbula hasta su cuello.

Isabella inclina la cabeza hacia atrás, dándole acceso a su piel, dejando que él haga lo que quiera, y él no duda en empezar a succionar sobre el área debajo de su oreja, agarrándola con fuerza de la mandíbula para mantenerla quieta. Isabella separa los labios y deja escapar el más mínimo quejido – Paulo sabe que su mayor debilidad es ser marcada, así que no duda en abusar de ello.

–Ahora no, gordo –le dice ella entre jadeos–. Tenés que ir a entrenar.

–Tenemos cuarenta y cinco minutos, bella –le contesta él, mordiéndola con suavidad, haciendo que las manos de la chica vuelen a sus hombros para agarrarlo fuertemente–. En cuarenta y cinco minutos, puedo hacer que te vengas tres veces.

Ante esas palabras, Isabella ya no se inhibe. Suelta un pequeño gemido por lo bajo que Paulo toma como el visto bueno, por lo que engancha sus manos sobre la parte de atrás de los muslos de Isabella y la alza. Ella envuelve su cintura con sus piernas y él la besa con fuerza, empujando abierta la puerta del baño para adentrarse en éste y sentarla sobre la encimera.

Paulo entierra una mano en el pelo de la chica por detrás y tira de éste para exponer su cuello por completo, bajándole los breteles de la musculosa con lentitud. Empieza a besarle el hueco de la garganta, masajeándole las clavículas con la lengua y ocupándose de marcar la tersura de su piel.

Le separa las rodillas con una mano y se cuela entre sus piernas, presionándose contra ella y usando sus dedos para bajarle el cierre. Ella se deja, apoyando sus manos en la cintura del chico mientras él le desnuda el tren inferior, deslizando sus shorts y su tanga hasta sus tobillos.

–Sé buena y separá las piernas –le dice.

Isabella suelta un quejido y hace lo que él le ordena, abriendo las piernas para revelar su centro, ya mojadísima. Paulo la tiene sentada en el borde de la encimera, por lo que él se arrodilla frente a ella y la analiza por un segundo, mordiéndose el labio inferior.

–Unas ganas de cogerte... –dice con la voz ronca–. Pero eso lo voy a hacer después, con tiempo.

Isabella se relame los labios, jadeando, y lo mira fijo a los ojos. Él sonríe y empieza a besar el interior de su muslo derecho, apretando la carne del izquierdo y dejándole suaves mordidas, acercándose cada vez más a su intimidad. Isabella apoya las manos en la encimera detrás suyo y se reclina un poco hacia atrás, ansiosa.

Paulo la mira fijo y después baja la mirada hasta su centro, acercando su pulgar a éste y masajeando brevemente su clítoris. Dibuja círculos alrededor de los nervios sensibles con su dedo, esparciendo su lubricación entre sus labios vaginales, y observa con deleite como la respiración de Isabella se agita cada vez más.

–Estás mojadísima –declara él lo obvio, alejando su pulgar de su centro y llevándoselo a la boca para saborearla.

Isabella traga saliva, pero no tiene tiempo a manifestar una reacción, ya que Paulo de inmediato se inclina hacia adelante y conecta su lengua con su intimidad. Chupa de arriba a abajo, llenándola de saliva, probando su sabor con ansias, y ella lo observa fijo con los labios separados. Mantienen el contacto visual y ella se derrite ante esos ojos celestes que bien conoce, así que lleva una mano al pelo del chico y lo acaricia con suavidad.

–A la mierda... –susurra ella, empezando a sentir el placer, con la lengua de Paulo acariciando su clítoris repetidamente.

Mueve un poco las caderas contra su rostro a la par de los lametazos, soltando un gemido ahogado cuando su novio toma su clítoris entre sus labios y succiona. Echa la cabeza hacia atrás, deleitada, a la vez que Paulo se aleja de ella para escupir sobre su mano. Isabella vuelve a bajar la mirada a tiempo para verlo deslizando sus dedos medio y anular dentro suyo, con facilidad gracias a la saliva que usa como lubricante.

–Ay, Dios –suelta Isabella, ciñendo sus paredes alrededor de los dedos de Paulo, abriendo las piernas para él.

–¿Te gusta? –pregunta, esbozando una pequeña sonrisa de satisfacción.

–Me encanta –asegura ella, asintiendo frenéticamente. 

Paulo empieza a deslizar sus dedos dentro y fuera de ella, ondulándolos en su interior para estimular su punto G, a la vez que mantiene sus piernas separadas con la mano libre. La coge con sus dedos, mirándola a los ojos, inclinándose para besarle y morderle los muslos con fuerza suficiente como para hacerla gemir.

Isabella no lo admitiría en voz alta y tampoco se le nota de afuera, ya que se la ve tremendamente inocente, pero la excita más una punzada de dolor que una caricia de afecto. Se podría decir que está bastante destornillada en ese sentido. Y Paulo no se queja, porque no hay nada que lo prenda más que cachetearla con fuerza y verla sonreír.

–No pares –le pide Isabella, sosteniéndole la muñeca para que él no se aleje.

Paulo sonríe y la sigue cogiendo con sus dedos, a la vez inclinándose hacia adelante para torturar su clítoris con su lengua. Isabella arquea la espalda de la encimera y cierra los ojos con firmeza, sintiendo como su orgasmo se acerca debido a la presión que crece en la parte baja de su espalda. Él aprovecha el pico de su placer para deslizar un tercer dedo en su interior, empapándose la mano de su lubricación y mordisqueando su clítoris con suavidad, proporcionándole el placer que ella necesita para venirse.

Los gemidos y jadeos de Isabella hacen eco en el baño, junto con el sonido de los dedos de Paulo deslizándose dentro y fuera de ella. La piel de la chica brilla bajo una capa de sudor y se siente extasiada. Por fin se desencadena su orgasmo e Isabella se viene sobre la mano de su novio, con espasmos violentos en sus muslos. Paulo mueve la lengua y se traga su descarga, contento de poder volver a probarla.

–Paulo... –gimotea ella, eufórica por el placer.

Termina de sobrellevar su orgasmo y Paulo por fin desliza sus dedos fuera de ella, chupándoselos uno por uno con una sonrisa engreída. Se levanta y apoya las manos en la encimera, a cada lado de las caderas de la chica, inclinándose hacia adelante para besarla con suavidad. Ella jadea descontroladamente entre el beso, viéndose obligada a separarse del beso después de unos segundos para recuperar el aire. Suelta una risa débil.

–Te tenés que ir a cambiar –dice, sintiéndose pequeña bajo la mirada de su novio, que la observa de cerca con detención.

–Mhm –dice él, sonriente.

Le planta un último beso en los labios y después le sube la tanga, llevándosela hacia una de las camas de plaza y media y apoyándola con suavidad. Ella lo mira con los párpados pesados, medio adormilada.

–¿Te vas? –le pregunta.

–Vuelvo en un par de horas, bella –le dice, dejándole un beso en el cachete.

Isabella no contesta. Está agotada después de casi treinta y seis horas sin dormir y el orgasmo reciente la dejó exhausta, así que se queda dormida apenas siente los labios de Paulo separarse de su piel.


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@isaabianchi:

paulodybala le dio like a tu historia.

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Para cuando Isabella se despierta, ya oscureció. Las persianas están cerradas, pero solo basta con apartar un poco la cortina para que ella pueda echar un vistazo afuera – y efectivamente, ya es de noche. Paulo está recostado a su lado, con su brazo alrededor de su abdomen y su cabeza recostada sobre sus tetas. Isabella sonríe y le besa la frente con suavidad, después estirándose hasta la mesita de luz para agarrar su teléfono. Son las cuatro de la mañana.

El aire acondicionado está prendido y hace frío en la habitación, pero ella está acalorada, transpirada de pies a cabeza. Con mucho cuidado de no despertar a Paulo, Isabella se remueve de su agarre y se levanta para pararse y deslizarse dentro de un par de shorts.

Agarra su mochila, aún sin deshacer, y saca un paquete de cigarrillos de ésta. Necesita tomar aire y está tan empeñada en salir de aquella habitación que no se percata que la otra cama, donde deberían estar acostados Leandro y Cami, solo está ella.

Se pone las chanclas de Paulo, que le quedan dos o tres tallas más grande, y agarra una de las tarjeta de acceso de la habitación del diván antes de salir al pasillo, cuidadosa y en silencio. Guarda la llave y el paquete de cigarrillos en el bolsillo trasero de su short y se asegura de tener su encendedor a mano antes de dirigirse a las escaleras; se rehúsa a volver a tomar el ascensor, ya que el ruido que hace éste al moverse la pone nerviosa.

No es inusual que Isabella salga a dar paseos nocturnos, así que sabe que Paulo no se va a asustar si se despierta y ella no está a su lado.

En un principio, abre la puerta que da al descanso de las escaleras con la idea de bajar hasta el vestíbulo y salir un rato del hotel, pero cuando lee en el cartel al lado de la puerta la palabra terraço (azotea) tan solo tres pisos más arriba, no lo duda un instante.

El viaje no le molesta, suele embarcarse en una hora y media de aeróbicos todos los días así que una escalera de tres pisos no es un desafío. Su cuerpo está cansado, pero su mente está alerta. Llega al piso número doce y empuja la puerta para abrirla, saliendo a la azotea del hotel.

El viento frío le pega de repente y toma una gran bocanada del aire fresco, embelesada por la sensación del fresco. Las estrellas no se ven debido a las luces de la ciudad, pero Isabella puede ver que el cielo oscuro está despejado. Suelta la puerta, que se cierra sola, y saca el paquete de cigarrillos y el encendedor, acercándose al parapeto. 

Reclina los codos contra éste y saca un cigarrillo del paquete para ponérselo entre los labios. Cubre el extremo opuesto con la mano y lo prende con el encendedor, de inmediato inhalando una gran cantidad de humo.

No fuma seguido, ya que Paulo lo odia, pero siempre lleva consigo un paquete de cigarrillos a escondidas. Su novio sabe de aquel hábito dañino, y día tras día trata de convencerla de abandonarlo, pero sus intentos son fútiles. La mente de Isabella trabaja todo el tiempo, incluso de noche, cuando debería estar durmiendo; lo único que logra calmarla es el tabaco.

Isabella observa un poco la ciudad debajo suyo, odiando el hecho de que acá no tiene una biblioteca llena de libros con los cuales distraerse durante sus noches insomnes. Tendrá que recurrir a los cigarrillos más seguido.

Tiembla un poco ante la sensación del frío; Isabella no es friolenta, pero tiene que admitir que fue algo tonto de ella no traerse consigo un buzo. Inhala nuevamente del cigarrillo e inclina la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos mientras exhala la droga, dejando que el humo se desvanezca en el aire.

–¿Problemas para dormir, rubia? –escucha.

No tiene ni que darse vuelta para saber quién es el que le habla, pero lo hace de todas formas, sobresaltada. Casi deja caer el cigarrillo de la azotea del repentino susto, pero llega a aferrarse a éste antes de que se le resbale. Lo ve a Leandro acurrucado en una esquina, con la linterna del teléfono prendida para iluminar un libro en su regazo. No sabe cómo no lo vio antes.

–Me asustaste –exhala.

Leandro se ríe.

–Perdón.

–¿Qué hacés acá? –pregunta ella, jugueteando con el cigarrillo entre sus dedos.

–No me podía dormir –confiesa Leandro, haciendo un gesto con la cabeza–. Asumo que vos tampoco, y por eso estás acá. ¿Hace cuánto fumás?

Isabella ojea el cigarrillo con el ceño fruncido.

–Desde los dieciséis –dice.

Es la primera vez que lo ve a Leandro sorprendido.

–Es una banda –asiente.

–En realidad, no es tan raro –dice ella, y él la mira como pidiéndole explicaciones. Isabella chasquea la lengua–. A ver, si la memoria no me falla, nueve de cada diez fumadores empiezan a fumar antes de los dieciocho y el nueve por ciento de la población total entre los catorce y diecisiete años de edad ya fuman. A bulto, veinte coma dos por ciento de estudiantes entre trece y quince años de edad consumen algún producto de tabaco. Así que no soy la única.

Leandro se queda pasmado, observándola con el entrecejo fruncido como si no hubiera entendido ni letra de lo que dijo. Suelta algunas sílabas incoherentes hasta que por fin logra formular una frase, e Isabella se ríe.

–¿Cómo sabés todo eso?

Ella se toca la sien.

–Memoria fotográfica –dice–. Lo leí en el diario hace unos años.

–Mirá –Leandro se le queda mirando, genuinamente sorprendido.

–¿Qué te pasa? Estás raro –dice Isabella, yendo directo al punto, mirándolo a través de los metros y la oscuridad que los separa.

–¿Por qué decís?

–Y, no estás siendo un pelotudo. No es normal.

Leandro suelta una risa. Una risa extrañamente genuina, enseñando los dientes – no una risa de desprecio o de presunción o de burla: una risa tranquila, como si las palabras de Isabella realmente le hubieran causado gracia. Ella frunce el ceño.

Aquel es un sonido inquietante porque es tierno, e Isabella a él lo tiene fichado en su cabeza como un hijo de puta. Siente el pecho apretado, como si algo estuviera oprimiéndola. Odia no entender.

–¿Sí? –la mira él–. ¿Qué pasa, rubia? ¿Te gusto más cuando soy un pelotudo? ¿Eso es?

Ahí está.

Vuelve el Leandro de la última vez. A Isabella ni siquiera le da la energía para decirle que la llame por su nombre, ¿para qué gastarse si ya se lo dijo miles de veces y él todavía no lo entiende? Suelta un suspiro bajo y después lo mira fijo.

–¿Es un chamuyo eso o me estás boludeando? –le pregunta, seria.

–Depende.

–¿De qué?

–De si querés que sea un chamuyo o no.

Isabella lo mira con el ceño fruncido y después suelta una risa nasal, incrédula. Niega con la cabeza y se da vuelta, agachándose hacia adelante para recargar los codos contra el parapeto. Sostiene su cigarrillo en alto y le da una larga pitada, llenándose el pecho de aquel veneno que la hace sentir tan bien.

–Por un momento pensé que podías llegar ser una persona ubicada. Ya me estaba empezando a preocupar –le dice, dándole la espalda; le da bronca que a él le de la cara para decirle eso teniendo esposa y sabiendo que ella tiene novio.

Lo escucha reírse esa risa oscura y penetrante, despojada de cualquier rastro de autenticidad que Isabella creyó escuchar antes. Realmente no tiene ni idea de si a Leandro le divierte ser un forro o si lo hace por algún motivo en particular.

Se sobresalta un poco cuando siente su presencia detrás suyo, ya que en ningún momento lo escuchó levantarse. Leandro se apoya a su lado, dejando su libro y su celular sobre el parapeto. Isabella lo mira con una mueca de desprecio, bastante harta de él como para que se esté acercando tanto.

–Em –dice–, salí.

Leandro la mira con las cejas alzadas, divertido.

–No seas tan mala onda, rubia.

–Y, bue –se encoge de hombros ella, llevándose el cigarrillo a los labios–. Pasa que me tenés medio cansada, Leandro.

–Ta, ta. 

Se quedan un momento en silencio. Isabella le da una o dos caladas más al cigarrillo y después se vuelve hacia Leandro.

–¿No te vas a ir? –le pregunta.

–Si tanto te jode, andate vos. Yo llegué primero.

–¿Y? Estás invadiendo mi espacio personal.

Solo con tal de joderla, Leandro se acerca hacia ella, posicionándose incluso más cerca, donde los lados de sus cuerpos se están tocando. Isabella suelta una risa nasal de sorpresa y lo empuja para que se aleje.

–Dios, sos insoportable –revolea los ojos–. Bue, si no te vas a ir entonces... no sé, hablemos de algo.

–¿De qué querés hablar, rubia?

Leandro sonríe – una sonrisa al envés, como torciendo las comisuras de los labios hacia abajo. Parada a su lado, Isabella se siente pequeña, considerando que el hombre le lleva poco más de una cabeza. La luz no es suficiente como para iluminarle por completo el rostro, pero Isabella no lo necesita, ya que esos ojazos los vería incluso aunque estuviera ciega.

Son de un celeste más claro que los ojos de Paulo, aunque por algún motivo, se ven más oscuros.

–A ver –empieza ella–. ¿Tenés algún problema clínico o solo tenés algo contra mí?

Leandro suelta otra risa de esas desconcertantes.

–¿Por qué lo decís?

–A ver, recapitulemos –empieza ella sarcásticamente–. Me tratás para el ojete y te da risa. Me boludeás, me faltás el respeto y te desubicás cada dos por tres. Es insoportable, ¿o no te das cuenta? No sé, ¿estás medicado o algo? Sin vergüenza, eh, yo también.

–No estoy medicado, rubia.

Isabella lo mira, amenazante.

–Isabella.

Isabella –asiente él.

Un momento de silencio, nadie dice nada. Isabella alza las cejas, expectante.

–¿Y? ¿Vas a contestar o no te pinta?

–Hm, creo que no me pinta, eh.

–Ah, bue.

Isabella pone los ojos en blanco y aparta la mirada de él, fijándola adelante, sobre la ciudad que se cierne debajo suyo. Fuma por unos segundos.

–Bueno, no sé, eh... –piensa, agobiada por el silencio ensordecedor, ya que Leandro la mira fijo y la hace sentirse insignificante–. ¿Estás nervioso por el partido del viernes? Vos que te lesionas hasta en el entrenamiento.

–¿Eh? ¿Quién te dijo eso?

–Tu historia médica.

–¿Y dónde viste mi historia médica?

–Dios, Leandro, contestá la pregunta. No es tan difícil.

El de ojos azules la mira con los labios separados, críptico, e inclina la cabeza. Se observan el uno al otro por un segundo, manteniendo el silencio, con solo el ruido del viento de por medio para estropear aquella estática tensa.

–No, no estoy nervioso –confiesa él por fin.

–¿Y por qué no?

Leandro sonríe, pagado de sí.

–Porque estoy de titular.

Isabella se palmea la frente.

–Decime por qué creí que ibas a contestar algo normal –dice, agarrándose la cara, exasperada.

Leandro se ríe – la otra risa, la tierna. La que hace que a Isabella le de un vuelco el corazón.

Una vez que ambos logran ahogar sus risas, se quedan callados, con los fantasmas de sus sonrisas acariciándoles los labios. Isabella lo mira de reojo.

–¿Por qué no podías dormir? –le pregunta, curiosa.

Leandro piensa y repiensa sus palabras. No sabe qué decir, por lo que termina acotando su respuesta y encauzando la verdad, ya que no puede confesarle el verdadero motivo por el cual se pasea por la azotea, insomne.

–No sé –miente de manera vaga–. ¿Vos?

–Tengo insomnio –confiesa ella.

–¿En serio? –dice él.

Y se le iluminan los ojos, solo un poco. No lo hace voluntariamente, considerando el hecho de que Leandro suele ser una persona que siempre controla todo: se fija en cada detalle, planea y analiza cuidadosamente cada palabra suya y del prójimo, y está muy atento a las expresiones faciales de los que lo rodean y las suyas propias, haciéndose cargo de no revelar nada que no quiera revelar con éstas. Necesita estar en control, siempre piensa un paso más adelante. Pero aquello, la manera en la que le brilla el rostro, no es algo pensado y planeado... es algo que solo sucede.

–Sí, ¿qué tiene? –frunce el ceño Isabella.

Él carraspea.

–Es que yo también.

Isabella se gira hacia él y tuerce las comisuras de los labios hacia abajo, asintiendo con la cabeza, sutilmente sorprendida.

–Mirá. No me lo hubiera imaginado.

–Yo sí –dice él. Isabella lo mira con el ceño fruncido y él chasquea la lengua–. Paulo no para de hablar de vos.

La chica se ruboriza casi de inmediato, ni siquiera sabe por qué. Y Leandro la mira con esos ojos color cielo y a ella se le seca la boca y la verdad, se quiere ir bien a la mierda.

–Me voy a dormir –miente. 

Leandro la lee tan fácil como un libro. No es difícil conectar los puntos, ya que hace un minuto estaban hablando de que ambos padecen de insomnio y ella ahora clama querer irse a dormir – quizás está acostumbrada a usar esa mentira en otras personas que desconocen su trastorno, pero con él no le va a funcionar.

Sin embargo, Leandro no la presiona. Fácilmente puede darse cuenta de que la chica se puso nerviosa, aunque no hay ningún indicio que indique cuándo o por qué. Ella se irgue, alejándose del parapeto, y él también, abriendo la boca como si quisiera decir algo pero no se atreviera.

–¿Te vas? –acota por fin.

–Sí. Me vino el sueño –sigue mintiendo.

–Ta –dice, viendo como ella se empieza a alejar–. Buenas noches, rubia.

Ella lo mira sobre su hombro. Le es extraño, el Leandro que acaba de ver un jueves a las cuatro de la mañana no se asemeja en nada al Leandro que vio hace tres meses, aquel sábado al mediodía. Esta es otra faceta de él, tal vez su verdadera faceta, una que esconde por motivos que ella desconoce. No quiere admitirlo, pero incluso podría agradarle.

Asiente con la cabeza.

–Buenas noches, Leandro.






a/n –
pregunta: les gustaría que sea un poliamor?

si no, con quién preferirían que termine isabella?

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