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𝟏.
¿TANTO TE MOLESTA?

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BUENOS AIRES, ARGENTINA
Marzo 2019


–¿Y qué onda los nuevos? –le pregunta Isabella a Paulo mientras se bajan del auto en el estacionamiento del predio de Ezeiza.

–Son todos un amor, bella. Quedate tranquila –le asegura él, dando por sentado que ella está nerviosa por el encuentro.

Están a pocos meses de la Copa América. Paulo e Isabella se vinieron a Argentina hace rato ya y se están quedando en una casa ahí por Nordelta, para que él se pueda encontrar con el seleccionado argentino a entrenar cuatro o cinco veces por semana. Isabella está de lo más encantada de acompañarlo.

Sin embargo, esta es la primera vez que él quiere llevarla a uno de los entrenamientos. A ella se le hizo algo raro, no se le da muy bien estar en espacios con muchas personas por tanto tiempo, pero Paulo le dijo que la mayoría de las esposas/novias de los jugadores van a estar ahí, por lo que podía pasar el rato con ellas si así lo prefería. Al final, solo costó un beso para convencerla.

Se bajan del auto. Paulo ya lleva puesto su uniforme negro de entrenamiento, sumado a unas calzas y remera térmica y un cuellito sobre su cabeza para protegerse del frío. Isabella, por su parte, tiene puestas por lo menos dos (capaz tres) camperas, pero igual está tiritando.

Se adentran en el edificio y él la lleva a través de los muchos pasillos de las instalaciones de la AFA hasta que por fin salen a la canchita, donde ya están apiñados algunos de los miembros del equipo. A decir verdad, Isabella no conoce a nadie más que a Messi, Di María y Agüero, que los tiene fichados por el mundial pasado, por lo que le toma la mano a Paulo con fuerza. Él la mira con una sonrisa alentadora y le da un apretón para asegurarse de que esté bien.

–¿Querés venir a saludar? O te podés ir a sentar ahí con las chicas –le dice, señalando las tribunas, donde un par de mujeres abrigadas comparten mate y charlan animadamente.

–Creo que voy a ir para allá –ella hace un gesto con la cabeza hacia las gradas.

–Dale –le responde Paulo, sonriéndole y acercándose a ella para plantar un beso casto en los labios antes de soltarle la mano.

Se dirigen en direcciones opuestas: él, hacia la cancha y ella, hacia las tribunas. La chica se siente algo extraña, casi incómoda, teniendo que cruzar por en frente de todos los jugadores para llegar a su destino, por lo que decide pegarse un pique. Llega a las gradas y trepa hasta el grupo de chicas.

–Hola. Isabella, encantada –les dice, saludándolas a cada una con un beso en el cachete.

–Ah, sos la esposa de Paulo, ¿no? –le pregunta una rubia, parándose para saludarla–. Jorgelina, la mujer de Ángel. Un gusto.

Isabella la saluda, pero se sonroja de inmediato.

–Esposa yo todavía no –se ríe, nerviosa–. Novia nomás.

El grupo reducido de botineras integra a Isabella con gusto, a pesar de que es una de las más jóvenes y recientes. Ella pega mucha onda con Jorgelina; también la conoce a Antonela, a quien igualmente ya tenía ubicada por ser la esposa de Messi. Es muy agradable, incluso más irrealmente hermosa de cerca. Le convidan mate y biscochitos 9 de Oro y ella rápidamente se siente de lo más cómoda.

Es bastante temprano, eso de las diez de la mañana, y es un día nublado. A Isabella le cuesta entender cómo es que esas mujeres pueden tener tanta energía y buenas vibras cuando ella se despierta todos los días de mal humor, pero no se queja.

A eso de las doce, el DT (Scaloni, a partir de este año) libera a los chicos para almorzar, a pesar de que todavía les quedan dos horas de entrenamiento. Las mujeres guardan el mate y las galletitas y bajan de las gradas para cada una encontrarse con su pareja; Isabella hace lo mismo y se junta con Paulo al pie de las tribunas. Él la recibe con un pico y la nariz roja del frío.

–Tas todo chivado –le dice Isabella, alejándose cuando él intenta darle otro beso.

–Ortiva –él revolea los ojos, juguetón, y después la toma de la cintura–. Vení que te los presento a los chicos.

–Uy, ¿ahora?

–Sí, loca. Vamos a ir a comer todos juntos así que los vas a conocer igual.

Isabella suspira y deja que él la guíe hacia un grupo de tres, compuesto por el Kun, Otamendi y un tercero que ella no reconoce, pero que tiene unos ojos azules que le llaman la atención. Como los de Paulo, pero incluso más claros. Otamendi la sostiene a Celeste, su esposa, por la cintura y el desconocido también está acompañado de una chica. Isabella la reconoce como Camila – estuvieron hablando en las gradas y ella fue realmente agradable.

–Isa, chicos. Chicos, Isa –Paulo introduce a su novia a medias, con una sonrisa.

El Kun es el primero que se le acerca a Isabella para saludarla con un beso en el cachete. Él también está todo sudado, medio agitado todavía, pero ella no lo comenta.

–Buenas. Sergio.

–Isabella, un gusto –la chica le dedica su mejor sonrisa.

Otamendi también la saluda, e Isabella por último se dirige al tercero, el de ojos azules. Él la mira fijo, pero no sonríe. Ella alza un poco las cejas y se inclina hacia él para darle un beso en el cachete, el cual él no corresponde.

–Leandro –le dice con poca emoción una vez que ella se aleja.

Isabella hace una mueca de incomodidad, pero no comenta nada al respecto; si hay algo que a ella le rompe las pelotas, es las personas que no saludan. Le dedica una mirada a Paulo y él le aprieta la cintura. Ella decide dirigirse al Kun y a Ota en vez, porque como una persona sobre-consciente, se da cuenta de inmediato que o ella no le agrada a Leandro o él solamente es una persona a evitar.

–Che, ¿y cuánto les...?

–Eu, vamos adentro que me cago de frío –la interrumpe el de ojos azules.

Isabella se calla de inmediato y lo mira, pero él no le corresponde la mirada. Todos concuerdan y se dirigen hacia adentro, aunque Isabella lo observa a Leandro extrañada, preguntándose si el chico tiene algo en su contra o si es solo su imaginación.

El interior del edificio se llena lentamente por los jugadores y sus parejas. Isabella no tiempo de comentarle sus pensamientos sobre el de ojos azules a Paulo porque él ya la está llevando a conocerlo a Messi. De hecho, ella casi se olvida, ya que se emociona un poco más de lo que debería al estar frente al más grande.

Charla un rato con él y cuando se alejan, los ojos de Isabella vuelven a aterrizar en Leandro del otro lado del lobby. Está completamente serio. Isabella se inclina hacia Paulo y le habla entre dientes.

–Che, ¿al morocho ese le pasa algo? –pregunta.

–¿Quién? ¿Lean? –su novio frunce el ceño y se encoge de hombros–. No, ¿por?

–Me pareció muy maleducado. Ni me quiso saludar.

–Ah –dice–. No, ni idea. A veces se pone medio raro, pero es buen pibe, creeme.

–Bue, confío en vos.

Paulo se ríe y le acaricia el hombro. Pronto, la gran multitud de gente se encuentra en el comedor; las dos cocineras les sirven una gran tanda de milanesas con puré de papas. Isabella no come porque tiene el estómago medio revuelto, pero Paulo se traga la comida como una fiera, así que ella deja que él le ofrezca bocados de vez en cuando.

Paulo e Isabella quedan sentados frente a Cami y Leandro, lo cual a la chica le parece muy oportuno, y de alguna forma, su parte de la mesa termina debatiendo las reglas del Uno. A Isabella le da un poco de miedo, porque Paulo y Tagliafico parecen a un paso de agarrarse a las piñas.

–¡Mellis no existe, lo inventaste vos, boludo! –le dice Paulo.

–¿Cómo que no? ¡Sí que existe! Si vos tenés dos iguales, las podés bajar juntas –contesta Taglia a los gritos.

–No, para mí que eso no vale, pero espejito sí –incluye Camila, que los observa divertida, acariciándole el hombro a su esposo.

–Ustedes inventan cualquier cosa –interviene Isabella, riéndose–. Ni espejito ni melli ni ninguna de esas giladas. Bajás las cartas, decís uno y pasás de nivel.

–¿Cómo que pasás de nivel? ¿Y ésta que inventa? Paulo, tu mujer está loca –dice De Paul.

–Che, más respeto por la botinera, eh –contesta él con una risa.

Isabella lo mira, poniéndose roja de inmediato. Paulo aprovecha su momento de distracción para plantarle un pico en los labios, a lo que toda la mesa (más que nada, la parte masculina) empieza a chiflar y ovacionar. Ella no los juzga, sabe que es la botinera más nuevecita, pero no puede evitar ponerse roja de la vergüenza.

Al que sí nota Isabella, igualmente, es a Leandro. Él la mira fijo, sin gritar ni animar como el resto de sus compañeros. Se reclina en su asiento y por motivos que ella desconoce, él decide guiñarle un ojo, con un dejo de una sonrisa en los labios. Isabella traga saliva y aparta la mirada.

–Cállense, giles –les grita Paulo a los chicos, revoleándole una servilleta arrugada a Otamendi, que lidera la aclamación. 

Camila la mira a Isabella con una sonrisa y le hace un gesto divertido al darse cuenta que ella está toda roja.

–Te acostumbrás con el tiempo –le dice.

En esas, llega Scaloni e interrumpe el barullo.

–Bueno, bestias, dale. A la cancha.

El comedor se llena del ruido de sillas arrastrándose por el piso cuando todos los jugadores y sus botineras se levantan de los asientos. Se visten los abrigos y vuelven a dirigirse hacia el predio. Isabella se pone las dos camperas y hace ademán de agarrarle la mano a Paulo para ir afuera con él, pero por el rabillo del ojo lo ve a Leandro, que camina en dirección opuesta a la multitud y se pierde por uno de los pasillos.

La boca de Isabella se mueve sola.

–Amor, voy al baño, ahora salgo –le dice ella a Paulo.

–Dale –le contesta él, dándole un piquito antes de soltarle la mano.

Isabella se da vuelta, mira por sobre su hombro para asegurarse de que nadie la esté viendo y se pega una corrida hasta el pasillo por donde lo vio por última vez a Leandro. No tiene idea de dónde sale el impulso de seguirlo, pero le quedó un sabor amargo en la boca después de cómo la trató él hace un rato y no puede quedarse quieta. Lo ve justo a tiempo antes de que se adentre por una puerta y no sabe por qué, pero lo llama.

–¡Leandro!

El morocho se da vuelta con las cejas alzadas y un tarareo como respuesta, probablemente preguntándose quién es que lo siguió. Cuando la ve a Isabella, frunce el ceño.

–¿Te pasa algo? –le pregunta ella genuinamente, frenándose frente a él. 

–Eh, no. ¿Por qué? –él se encoge de hombros con las manos en los bolsillos del buzo, mirándola de manera extraña, con un tono de voz frío y distante.

–No sé. No hablaste en toda la mañana, fuiste un toque maleducado y...

–¿Cómo dijiste que te llamabas, rubia? ¿Ivana? –la interrumpe, haciéndole un gesto despreocupado con la cabeza.

Isabella lo mira con los ojos entrecerrados y la cabeza inclinada, preguntándose si él tiene consciencia alguna de su falta de respeto o si no se da cuenta. Suelta una risa incrédula.

Isabella.

–Ajá –contesta él, dándole poca importancia–. ¿Qué me decías? ¿Que soy qué? ¿Maleducado?

–Sí –asiente Isabella, firme en su posición–. Viste que me interrumpiste y eso. Dos veces. O sea, no fuiste muy agradable, que digamos.

Leandro hace una mueca (algo así como fruncir el ceño y arrugar la nariz a la vez), como si lo que estuviera diciendo ella fuera una boludez. Isabella alza las cejas y espera a que él conteste.

–Hm. No sé, eh. Para mí estuve bien. ¿Cómo decís que debería haberte saludado? –se encoge de hombros, restándole importancia al asunto.

–Y, no sé. Una sonrisa hubiera sido lindo. Por cortesía nomás, viste.

Leandro la mira, completamente críptico, pero lo que verdaderamente hace que a ella se le suban los humos es que tiene el nervio de mirarle el escote a través de las camperas abiertas y sonreír, sin vergüenza alguna.

–Viene comiendo bien Paulo, eh –le dice, engreído.

Leandro le guiña un ojo y se da media vuelta para seguir caminando. La mandíbula de Isabella cae abierta ante el shock de lo que acaba de escuchar, le mira la espalda al hombre mientras se aleja y suelta una risa incrédula.

–¿Tenés algún déficit o sos pelotudo por deporte? –le grita mientras él camina en dirección opuesta.

Lo escucha reírse.

–Seré un pelotudo, pero soy proficiente, rubia –le devuelve–. ¡Y estoy medio ocupado ahora, si no te molesta!

–¿Ah, sí? ¿Haciendo qué, exactamente?

Leandro se da vuelta hacia ella lentamente con un suspiro, como si ya estuviera cansado de mantener esa conversación.

–No es de tu incumbencia, rubia.

–Solo estoy tratando de encontrar algún motivo que justifique que vos me trates así –le contesta ella.

–No te traté de ninguna manera –replica él mientras vuelve a acercarse a hacia ella, mirándola como si ya no la bancara más.

–No, sí, te desubicaste –aclara ella–. Y es Isabella, no rubia.

Leandro la mira fijo por un segundo y después vuelve a bajar la mirada por segunda vez, casi inconscientemente, echándole un vistazo al nacimiento de sus pechos. Isabella alza las cejas otra vez, preguntándose cómo puede tener el descaro de seguir mirándole las tetas. Ya ni siquiera la pone incómoda, sino que la está empezando a hacer enojar.

–Sos un pelotudo –le dice ella, cruzando las manos por sobre su pecho, buscando cubrirse un poco, aunque con eso solo consigue marcar más su busto.

–¿Por mirarte las tetas?

–¿Qué pensás?

–Bue. ¿Tanto te molesta?

Isabella abre más los ojos, si es que eso es posible, y suelta una risa incrédula.

–No te la puedo creer.

Vos me viniste a buscar. Ahora bancatela –Leandro se encoge de hombros y le sonríe, engreído, como si no tuviera consciencia alguna de que lo que hace está al borde de convertirse en acoso sexual–. Si no te molesta, tengo algo que hacer.

Le dedica una sonrisa sarcástica a Isabella, le toca la punta de la nariz y le guiña un ojo para después volver a darse la vuelta y alejarse. Isabella lo mira sin saber qué decir, así que no vuelve a debatir; ya le da paja hablar con un pibe que se pasa de pelotudo. Excepto que esta vez, él es el que se da la vuelta. Camina de espaldas, mirándola mientras se aleja.

–Nos vemos, rubia –le dice con una sonrisa.

–¡Pelotudo! –le grita ella indignada sin poder contenerse, y lo escucha reírse.

Isabella sale a la canchita refunfuñando. Se dirige hacia las gradas y se sienta con el resto de las mujeres; la que le pregunta si está bien no es otra que Camila, e Isabella no tiene el corazón para decirle que su esposo le miró las tetas, dos veces, deliberadamente. En lugar de eso, le dice que está todo joya.

El entrenamiento termina a eso de las dos de la tarde. Al final, Isabella no entendió por qué es que todas las parejas de los jugadores se pusieron de acuerdo en ir hoy al entrenamiento, pero no lo comenta. De todas formas, dejando de lado su encontronazo con Leandro, pasó un buen rato.

Lo recibe a Paulo al pie de las tribunas y lo acompaña a saludar a sus amigos. Después, la pareja se dirige hacia el estacionamiento para subirse al auto e irse a casa, pero Cami y Leandro los frenan antes de que se vayan. En realidad, Cami los frena, porque Leandro todavía no habla, haciéndose el críptico.

–Che, Isa –le dice–. Un gusto conocerte.

–Igualmente, Cami –le contesta la rubia, abrazándola con brevedad. 

Isabella evita hacer contacto visual con Leandro, pero da por sentado que él la está mirando, porque siente como se le atasca el aliento en la garganta. Carraspea incómodamente y cree poder escucharlo sonreír esa sonrisa engreída.

Cami se dirige a Paulo, a quien también saluda con un beso en el cachete. Leandro se despide de su amigo con un choque de manos y un medio abrazo, pero a Isabella ni la mira. Ella revolea los ojos para sí y suelta un suspiro. 

–Che, pásense este finde por casa a tomar unos mates. A comer un asadito, o algo. Lean está con ganas de hacer –dice Cami, tocándole el pecho a Leandro con cariño, que hace una mueca extraña en dirección a Isabella.

Para la suerte del hombre, aquello pasa desapercibido por Paulo.

–Uh, planazo –contesta el novio de Isabella antes de que ella pueda objetar. Se da vuelta hacia la rubia–. ¿Te va, amor?

Por primera vez, Isabella encuentra la mirada de Leandro. Ambos dos se ocupan de mantener sus expresiones estáticas, a lo que ninguno sabe qué es lo que piensa el otro. Isabella la piensa y la piensa, pero no se puede negar.

–Sí, sí, obvio –dice por fin.

–Bueno, che. Nos vemos, amigo.

Se saludan y Paulo e Isabella se meten en su auto; él, del lado del conductor, y ella, del lado del copiloto. Salen del estacionamiento y empiezan camino hacia su casa, pero él la nota distraída casi de inmediato.

Isabella desearía que a él no le fuese tan fácil leerla. No es de hablar sobre sus sentimientos en voz alta, le parece algo incómodo e innecesario, pero nunca puede hacer nada de callado porque Paulo siempre sabe exactamente qué está pensando. Es frustrante.

El hombre mantiene una mano en el volante y usa la otra para agarrarle el mentón con suavidad, dándole vuelta la cabeza para que ella lo mire.

–¿Por qué la carucha? ¿La pasaste bien? –le pregunta él con gentileza.

–Sí, sí, re –contesta Isabella a medias.

–¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿O es cansancio nomás? –apoya una mano en su muslo, dándole un apretón suave.

Isabella debate de si contarle o no sobre su inoportuno encuentro con su amigo, pero al final, decide no comentarlo. Quizás ni siquiera fue para tanto, quizás fue su constante estado defensivo que le jugó una mala. Los vio a Paulo y Leandro interactuar durante el entrenamiento y parecen ser buenos amigos, no quiere que su novio empiece a resentirlo por algo que quizás solo es un truco de su imaginación.

–Sí, eso nomás –contesta por fin.

–Bueno. Llegamos y nos dormimos una siestita juntos.

Ambos saben que siestita es nombre clave para coger, porque como una persona con insomnio crónico, si Isabella no puede dormir durante la noche, menos va a poder dormir durante el día. Paulo ya bien la conoce, por lo que se cree fácilmente eso de que está cansada: sabe que el estar con muchas personas, por más que lo disfrute, siempre termina agotándola, ya que toma demasiado de su energía.

Isabella sonríe un poco y deja que él le acaricie el muslo con afecto.






a/n –
chiquis !! acá les traigo el primer capítulo de esta historia, van a haber muchos saltos de tiempo así que presten atención a las fechas para no perderse

una pequeña aclaración: isabella es NEURODIVERGENTE, tiene ciertas actitudes disfuncionales porque padece de algunos trastornos, y no planeo mencionarlo explícitamente en esta historia porque no quiero que su personalidad se base únicamente en ello, pero quiero que lo sepan de antemano para no juzgar !! está constantemente medicada y se la pasa todo el día adaptando su conducta dependiendo del entorno social, por lo que un ambiente concurrido puede agotarla con facilidad (solo para que sepan que no está siendo pick me ni buscando atención lol)

qué les parece esta historia por ahora?

qué opinan de isa, paulo y lean?

tati 💘

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