Prólogo
Hacía frío, mucho frío.
La brisa enfurecida sacudía su cabello blanco, mientras que el agua lo empapaba de pies a cabeza; pero, él seguía inmóvil. Había pasado más de una hora allí detenido, gracias a su naturaleza era incapaz de sentir frío o cansancio por la mala postura. Su mente estaba perdida en la imagen que tenía al frente.
Las lágrimas se resbalaban por su rostro tan rápido como las gotas de agua, el dolor en su pecho era inclemente; sentía como si le estuvieran apretujando el corazón, odiaba esa sensación, odiaba el hecho de poder sentir tristeza, pero a pesar de ser un espíritu así pasaba.
Sorbió por las nariz y limpió el llanto de sus mejillas pálidas; era la tercera vez que se rompía, pensaba que, de ser posible, moriría de agonía, pero contaba con la desventaja de ser inmortal. Ese deseo que muchos tienen de vivir para siempre es el que ahora aborrece, aborrece esta situación.
—Mi señora... —susurra entre sollozos. Sería el inicio de la cuarta ronda de llanto. —Maldita sea...
No pudo sostenerse más tiempo sobre sus pies descalzos, así que terminó de rodillas contra la lápida de piedra.
Aún le costaba aceptar que era real lo que leí en ella. Aquel nombre tan hermoso, que siempre le gustó, perteneciente a la primera y única mujer que amó.
Elsa Arendelle.
—¡Maldición! —grita, frustrado.
Sus puños cerrados impactan contra la hierba mojada. Hace este movimiento varios minutos hasta que su piel está tan magullada, hasta el punto de sangrar.
Mientras desataba su furia contra el suelo recordaba con dolor a la difunta reina de las Nieves, aquella mujer que lo cautivó desde el día en que la vio perder el control en su reino, conoció su desesperación, su tristeza, su miedo, pero nunca pudo hacer nada por ella...
Pasaron largos años, pero Elsa no pudo reconocerlo, a pesar de que él trataba de darle señales. A pesar de ser mágica era incapaz de verlo y eso fue un martirio para él.
Pasó tanto tiempo observándola; ayudándola, así no pudiera darse cuenta que era él. Pero todo en vano, aún así seguía a su lado gracias al amor que empezó a sentir por ella.
Elsa era su única compañía en esa eterna soledad, pero ella era mortal y en algún momento tendría que partir de ese mundo. El tenía miedo de perderla, aunque ni siquiera fuera suya...
Observo sus manos lastimadas. Aprovechando que nadie podía oírlo soltó un grito que le lastimó la garganta. Respiraba con rapidez, le costaba mucho mantenerse calmado, esto lo estaba llevando al límite de su cordura.
Miro hacia el cielo y maldijo el día en que despertó en ese lago, de no haberlo hecho habría tenido una tranquila muerte.
Detuvo sus pensamientos cuando escuchó pasos a su espalda. Se movió a un lado antes de sentir esa molesta sensación de ser atravesado. Se ubicó a escasos pasos de la persona que acababa de llegar.
Su cabello platinado le recordó a su reina. Sus rasgos eran tan parecidos a los suyos, que lo llenaban de nostalgia.
El pequeño niño se inclinó y dejó una rosa roja sobre el suelo, después lloró por un rato.
—Te voy a extrañar... Abuelita —sollozó.
Jack apretó los labios conteniendo su propio malestar al recordar que Elsa se había casado hace mucho tiempo, había tenido hijos y de ellos una pequeño nieto llamado Kenan.
Estuvo a punto de apartarse de ella para siempre aquel doloroso día en que la vio entrar al altar vestida de blanco. Se veía hermosa y muy feliz al lado de un buen hombre, de origen noble. Fue una pesadilla que nunca quisiera volver a vivir.
Su corazón se destrozó una vez más cuando ella tuvo su primer hijo. No podía aceptar que era feliz, le costaba admitir que jamás tendría la oportunidad de siquiera hablarle. Estaba sentenciado solo a ser omnipresente en cada momento importante de su vida.
—Ay, no —murmuró el niño mientras que veía que de sus manos empezaban a salir copos de nieve —Mis guantes...
El príncipe salió corriendo despavorido hacia el castillo ante la triste mirada del peliblanco. Un nuevo descendiente va a tener que lidiar con la magia, y él tan ansioso de enseñarle. Va a tener que verlo desde la lejanía como sucedió con su abuela.
Recogió la rosa y la abrazó a su pecho.
Esa tierna flor representaba a su reina; tan bella, fuerte, elegante. Desde ese día se convirtieron en sus flores favoritas.
—Si tuviera la oportunidad de hacer algo para volver a verte —promete mirando hacia el cielo nocturno —Haría hasta lo imposible por estar contigo...
Varios siglos más tarde sí lo conseguirá pero a un costo muy alto...
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