Memoria 10: No era mi intención

Respiro por la nariz una y otra vez, profundamente, preparándome para lo que nos espera.

La palabra de la reina se cumple pase lo que pase. En cuanto pusimos un pie en Arendelle mandó preparar todo para castigarnos a Honey a mí. Durante el tiempo que estuvimos en las Islas del Sur no volvió a acercarse a mí, estaba muy enojada, y en el fondo, creo que desilusionada.

-No debiste haber hecho eso, muchacho -menciona mi maestra mirando su vestimenta.

Elsa ordenó que se colocara un vestido blanco bastante vaporoso y de una delgada tela, con la espalda parcialmente descubierta y el cabello suelto. En cuanto a mí, tuve que usar una camisa de la misma tela de su vestido.

-No quería que lastimara tu rostro de por vida -contesto, recordando la ferocidad del golpe.

Lo cierto es que yo puedo soportar un ataque mágico como ese, no tardaré mucho en sanar, pero a ella le hubiera destruido la piel de la cara, marcandola de por vida.

-Pero, mira cómo te dejó a ti -acaricia mi mejilla enrojecida -No debiste interferir. Yo desde hace mucho he querido decirle las cosas en la cara a esa desgraciada. Debiste quedarte quieto, lo más seguro es que la hubiera esquivado -baja la cabeza -Ahora pagarás las consecuencias.

Levanto su cabeza con mi mano y le dedico una media sonrisa.

-Al menos no nos mandó matar -rio, nervioso. De no ser porque le interesó a la reina ya me hubiera tocado la horca -Vamos a afrontar esto juntos, Teniente.

Agarro su mano y emprendemos salida hacia la arena del campo de entrenamiento dónde nos debe estar esperando la Tirana de hielo.

-Creo que desde hoy he perdido mi título, solecito -apoya su cabeza contra mi hombro -Estoy cansada de todo esto, quiero volver a casa. Quiero a mi hermano de vuelta.

Ojalá pudiera hacer algo para ayudarla, pero tan solo soy un soldado de bajo rango.

Seguimos adelante. Al salir nos recibe el aire frío y Miles de miradas reunidas en torno a nosotros. El coliseo está repleto de soldados de distintos rangos reunidos para presenciar nuestro castigo. La reina decidió que no se haría ante todo el pueblo sino hacia todos los miembros del ejército, excluyendo a la guardia real.

Las graderías estaban repletas de nuestros compañeros, que nos veían algunos con lastima, otros con enojo, otros con arrogancia, los de más alto rango. Pero, la única mirada que me importaba era la de la reina, que se encontraba en medio de la arena, vestida con un traje azul oscuro, ajustado, y con el cabello amarrado en una coleta. Su mirada denotaba enojo, frialdad y algo de tristeza.

Honey apretó nuestras manos entrelazadas, Elsa no dejó pasar ese detalle por ningún motivo. Se nota que no le agrada para nada mi acercamiento con mi maestra. Honeymaren lo sabe por eso se aferra cada vez más a mí, provocando celos en la reina.

-Atencion a todos -se dirigió al público -Es bien sabido que soy una persona con un carácter fuerte y que odio, por encima de todo, la insubordinación -nos vuelve a mirar -Quiero que sean testigos de lo que soy capaz de hacer cuando me ofenden, para que a nadie se le ocurra hacerlo de nuevo.

Unos guardias se nos acercaron. Tomaron a Honey y la encadenaron de las manos a un poste de madera, a pocos metros de ella tuve que hacerme yo. Fue la reina misma quien me ató.

-Hoy voy a desmentir todos esos rumores de que eres mi favorito -dice en tono bajo -No eres intocable, Kénan. Eres un soldado común y corriente que no debió ponerse en mi contra -ajusta las cadenas, evito mirarla a la cara -Pensé que eras diferente.

Elsa se aleja de donde estoy.

-Cabe resaltar que aquí no importa que rango tengan -expresa en voz alta -Cualquiera será castigado si me falta al respeto. Desde un simple cadete a un... Teniente -se refiere a mi compañera.

Me quedo quieto con las rodillas contra el suelo, los brazos extendidos y la mirada puesta en mi maestra, que se ve hundida en su tristeza.

Noto como la reina recibe de manos del general Mathias un látigo de cuero de alce que en la punta tiene unos horribles clavos de hielo.

Suspiro, molesto.

Odio este mundo y sus ortodoxos métodos de castigo. Pero por lo menos no decido usar sus poderes, seguro sabiendo que Honey y yo somos capaz de soportar el frío.

Me resigno a bajar la cabeza y esperar que esto pase rápido.

El público se sume en un sepulcral silencio que es fracturado por el primer latigazo que suelta la reina sobre la espalda de Honeymaren. Era obvio que empezaría con ella porque fue quien empezó todo.

Cierro los ojos y trato de pensar en otra cosa que no sea en el horrible sonido del arma rompiendo la carne de la espalda de mi maestra. Sin embargo, ella es muy fuerte y no le va a dar el gusto a la reina de escucharla quejarse. Reconozco que Elsa es la mujer más fuerte del reino, físicamente. Desde que se reveló contra todos a entrenado su cuerpo de manera que su fuerza bruta ha incrementado, aunque aún le falta aprender muchas cosas para que no la terminen apuñalando siempre en la espalda.

Los minutos transcurren lentamente. Elsa no se detiene de golpear a su Teniente. Estos castigos siempre tienden a ser largos y dolorosos. Pronto será mi turno, pero no siento ni una sola pizca de miedo.

No le tengo miedo a Elsa, ni nunca le tendré.

-Esto no te devolverá a tus padres, Elsa -dice con la poca fuerza que le queda, con el cuerpo rendido y la espalda sangrando -Ellos no hubieran querido esto.

-Cierra la boca, imprudente -ordena.

Elsa pide que limpien el látigo, mientras espera que lo hagan se me queda viendo. Sus ojos se ven opacos, han perdido ese brillo del pasado, está... Contaminada por el odio. Sin embargo, algo me dice, bueno sus ojos tristes, que no quiere hacerme daño, pero debe hacerlo o los rumores incrementaran.

Desvío la mirada y escondo la cabeza contra el poste de madera. No tardo en sentir el primer azote. Supongo que la fuerza que va a usar contra mí no va a ser la misma que con la Teniente. La reina detesta a las mujeres habladoras y a quienes se acercan a mí.

A medida que avanza el castigo, siento como mi piel arde. La frecuencia aumenta para que todo esto acabe. Normalmente son cincuenta azotes como castigo.

-Veinte -la escucho contar en voz baja.
Apreto los puños resistiendo los golpes que le siguen. Gracias a mi entrenamiento como cadete soy muy fuerte. Gracias al duro entrenamiento con los espíritus elementales soy capaz de resistir.

Elsa convirtió a sus soldados en máquinas incapaces de sentir dolor.

-Cuarenta y uno... -dice con la voz entrecortada y cansada.

Cuando llega al número cuarenta y cinco siento que las fuerzas me faltan y empiezo a sentir que me voy a desmayar. Pero, me sobre pongo a como de lugar porque no puedo quedar inconsciente.

-Cincuenta... -por fin lanza su último ataque -No debiste hacerlo, niño -susurra -Esto me duele más a mí que a ti...

(***)

-No son tan graves para ser sincero -susurro.

Miro en el espejo de mi cuarto las heridas que dejó la reina sobre mi cuerpo. No sé ven para nada bien, han tomado un color morado enfermizo mezclado con el rojo de la sangre. Para mí fortuna, yo soy incapaz de sentir dolor por lo que no me importa, sin embargo, Honey si la debe estar pasando mal. Hace poco la visité y estaba en cama, incapacitada por una semana. Así de cruel fue Elsa.

Jamás pensé que aquella introvertida muchacha se convertiría en un ser tan despiadado. Aún me muero por saber qué fue lo que la incito a ser lo que alguna vez le dijeron: un monstruo.

Suspiro. Acomodo mis guantes y busco una camisa para cubrir mis heridas. Tengo que descansar para seguir mañana, aunque no pueda dormir.

Le echo un vistazo a la habitación por si encuentro el maletín dónde está lo que usó para no quedarme dormido, pero no recuerdo exactamente dónde lo dejé.

-Mierda -escupo, tengo que hallarlo rápido antes de que me dé sueño.

Camino por el cuarto, pero me detengo en seco cuando siendo una fuerte corriente de aire que apaga las linternas, dejándome a oscuras. Me mantengo alerta porque alguien se ha metido sin permiso y creo saber de quién se trata.

Ese maldito no me va a dejar en paz nunca.

A gran rapidez tomo una daga de la mesa y la lanzó contra la pared donde creo que ha pasado. De inmediato, de un salto choco mi mano contra su cuerpo antes de que se esfume como siempre.

-¿No me puedes dejar solo al menos un segundo, infeliz? -digo, enojado. Desde hace mucho le divierte venir a molestarme.

Él no responde nada, confundiendome. Suele decir alguna estupidez cuando lo atrapó, además ríe con burla, hoy no.

Empiezo a tocar su cuerpo con mis dedos. Frunzo el ceño cuando me doy cuenta que se trata de una mujer. El tiene la manía de cambiar de forma para confundirme, se puede convertir en lo que le dé la gana, hoy quiso ser mujer. Eso es extraño, ese sujeto está enfermo.

Por lo que estoy algo cansado gracias a la golpiza de la reina, me falla la visión por lo que no puedo ver la apariencia que ha tomado. Pero siempre se decanta por las mujeres pelirrojas.

-Vienes a burlarte por lo que me pasó ¿No? -rio, sutilmente, pero no dice nada -Vamos, dilo...

De pronto, escucho una risa en mi cabeza, su risa.

-Tienes las manos sobre el cuerpo equivocado, amigo -se burla.

Abro los ojos de par en par. Si no es él a quien estoy tocando entonces...

-Kénan...

Doy varios pasos hacia atrás, consternado.

Las luces vuelven a encenderse, iluminando el cuarto y el rostro avergonzado de la intrusa.

-¿Majestad? -murmuro por lo bajo. Todavía tengo el corazón en la garganta.

Yo... Pensé que se trataba de ese estúpido. En realidad, era la reina. Yo... Pasé las manos por su cuerpo y no dijo nada.

Maldita sea.

Siento la cara caliente y el corazón latiendo a toda marcha. No me va a perdonar que la haya rozado y que tocara... Uno de sus pechos.

-¿Qué hace aquí a estás horas, por Dios? -paso las manos por mi cabello frustrado -Yo... Yo no quería hacer eso, en serio. Pensé que era otra persona, no crea que soy un pervertido -hablo de prisa -Pero, es que se metió sin avisar, y... Y... Ash, mi reina, le pido una disculpa.

Me arrodillo para pedir clemencia por mi equivocación, inclino la cabeza en espera de que diga algo.

-Vaya, que incómodo -se burla de mí, lo debe estar gozando -pero, no te disculpes, seguro te gustó -carcajea.

-Vete, no tengo tiempo para lidiar contigo -digo lo más bajo que pueda para que solo él pueda escucharme.

Por el rabillo del ojo, observo como una sombra se escapa por la ventana.

Ese demonio lleva acompañándome desde hace mucho tiempo y me hace visitas inesperadas, que no deseo.

-Kénan... -por fin, después de unos minutos se atreve a hablar -Yo... Siento haber entrado de esa manera.

Levanto la cabeza para ver su expresión. Todavía continúa recostada contra la pared y mantiene las manos alrededor de su pecho. Su rostro se ve colorado y su voz suena inestable, está nerviosa, tanto o más que yo. La daga que le lance, por fortuna solo le causó un rasguño en la mejilla.

-¿A qué se debe su visita, mi señora? -desvio la mirada. No puedo sostenerle la mirada, me da vergüenza.

Escucha como toma aire por la boca. Parece que se le dificulta hablar.

-Queria saber cómo estabas -confiesa -Y-yo no quería que recibieras ese castigo, pero no puedo ir en contra de las reglas que yo misma impuse. Es que... -hace una pausa -¿Por qué la protegiste a ella?

Regreso la mirada a su rostro. Mantengo mi expresión serena, no quiero alterarla. Todavía no ha dicho nada sobre la forma en la inspeccione su cuerpo.

-Iba a dejar a mi maestra marcada para toda la vida -respondo con seriedad -A ella la estimo mucho, por eso lo hice.

-¿Te gusta Honeymaren? -veo como su ceño se frunce y sus manos se aprietan -¿Esa mujer sin escrúpulos, indecente, irrespetuosa y osada?
No puedo creer lo que acaba de decir. Elsa está celosa de Honeymaren.

Quiero aprovechar este momento, solo este.

-Si así lo fuera no tendría nada de malo que yo la defendiera, majestad -se me ocurre decir. Muerdo mi lengua para no hacer ningún gesto que me delate.

Elsa se aparta de la pared para acercarse a mí, me ordena ponerme en pie y me echa una ojeada de pies a cabeza, deteniéndose unos segundos en mi torso desnudo.

Como si no me hubiera visto antes así.

-Lo hiciste pasando por encima de tu reina -me empuja con un dedo por el pecho -Yo no tolero la insubordinación, soldado. Hiciste las cosas muy mal.

-Ya le dije porque lo hice -insisto, pero por dentro muero por reírme.

-Claro -vacila y mira hacia otro lado -Entonces, ¿Desde cuándo son pareja? -la veo torcer la boca en una mueca -Quiero que sepas que no acepto relaciones amorosas entre mis soldados, los distrae en su entrenamiento y en su trabajo.

-Bueno, respondiendo a por lo que vino -cambio el tema -Estoy bien, no se preocupe. Sin embargo... -me detengo, ella me observa a los ojos -No creo que ese sea un motivo de peso como para colarse en mi habitación a las dos de la mañana. Perdone, mi reina, pero es lo que pienso.

La reina ante y cierra la boca pero no puede emitir palabra alguna. Empieza a juguetear con su cabello con nerviosismo. Ni siquiera me puede ver a la cara.

-No podía dormir -dijo al rato -No me dejaba el remordimiento -rasca su nuca -Eres muy joven para recibir ese tipo de castigos. Pensé que -baja la vista a sus botas blancas -Que no resistirías y que estarías quejandote de dolor. Vine a este hora porque nadie se daría cuenta que te ayudaría con tus heridas. Pero -esta vez sí me ve -Al parecer estás en perfectas condiciones como para atacarme y... -sacude la cabeza.

-Pertenezco a su ejército. Nos mandó entrenar para ser muy fuertes -me defiendo -Como usted, alteza.

-¿Por quién me confundiste? -cambia de tema, esporádicamente y su rostro se contrae en un gesto de enoja -¿Quién se quería burlar de ti, y de qué?

No puedo decirle a la reina que se trata de un demonio que me persigue desde hace mucho tiempo y que se la pasa acechandome todo el día, pensará que estoy loco.

-¿Sabe? No he dormido bien últimamente -bajo la mirada y pasó las manos por mis brazos descubiertos -A veces tengo alucinaciones, a veces las sombras toman forma de personas que me hicieron mucho daño en el pasado. Vivo alerta siempre y hoy... Pensé que me iban a atacar, pero tan solo era usted, majestad.

Traté de victimizarme lo más que pude para que la reina se comiera la mentira. Por su expresión de lástima creo que sí lo ha hecho. Ella me ve como un pobre muchacho que ha tenido que sufrir mucho, en parte supongo que se siente identificada conmigo.

Está lejos de descubrir quién soy realmente y a lo que he llegado a hacer a su reino.

-Perdoname por no tocar la puerta y entrar así -suspira -Estaba angustiada y algo nerviosa, no pensé con claridad.

-Perdoneme usted por...

-¡Ni lo menciones! -me interrumpe sacudiendo las manos -Todo queda en el paso, tú estás bien ya puedo estar tranquila. Sin más qué decir me marcho.

No me permite decir nada al respecto, se gira en sus talones, y como alma que lleva el diablo, prácticamente corre a la salida, pero se detiene justo antes de salir y me dedica una mirada sería.

-Espero no toparme jamás con un escenita indecente entre ustedes dos. Te prohíbo las demostraciones amorosas. Son asquerosas -susurra esto último.

Da un portazo, algo enojada.

Me quedo mirando la puerta cerrada y sonrío de oreja a oreja. Es consiguiendo lo que me propuse aquella vez en Villenouve.

-Se está enamorando de mi —suspiro de emoción.

—Yo no estaría tan entusiasmado si fuera tu —escucho su molesta voz.

Se materializó cerca de la ventana y ahora me mira con los brazos cruzados.

—¿No hay nadie más a quien fastidiar, Pitch? —escupo entredientes.

—No vas a poder mantener esa forma por mucho tiempo, el miedo te va a consumir y tú linda reina se dará cuenta de que eres una farsa —sonrie de oreja a oreja —Y yo estaré ahí para cuando te arranque la cabeza.

Eso no pasará, voy a soportar cuanto pueda hasta que ablande el corazón de Elsa y acabe está maldita guerra.

Lo juro...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top