†𝔏𝔞 𝔳𝔢𝔯𝔡𝔞𝔡 𝔡𝔢𝔱𝔯𝔞𝔰 𝔡𝔢 𝔩𝔬𝔰 𝔞𝔱𝔞𝔮𝔲𝔢𝔰

Los ataques en su primer pueblo tenían un nombre y ese era Xena. Una mujer desolada que decidió con su primer ataque mandar lejos a su hijo, perder su rastro por años y rezar por el otro pequeño niño que le alegro un día de su vida. Rezar por sus dos pequeños que ya no eran tan pequeños Juan, como le habían puesto sus padres adoptivos, tenía 19 y Drako, suponía, 23 años. Ella había pasado toda una vida buscándolo y aguantando los malos tratos de su marido...

No sabía exactamente cuando había cumplido 44 años, estaba harta de su vida que no era más que una baja constante y que no valía la pena volver a aquel lugar donde no era su hogar, donde no la esperaban y se quedó en el antiguo pueblo de su hijo, añorando sus ropajes y algunas fotos de el cuando era niño.

—Cuán pequeño eras y cuanto te amé— le susurro mientras miraba la foto mientras le acariciaba la cara a ese pequeño niño que se encontraba tras el marco. — La magia no lleno el hueco que me dejaste mi pequeño, tu padre tampoco me ayudo a llenarlo— sonrió de manera triste mientras pequeñas lágrimas se escapaban de sus ojos rojizos. — Ojala tu ames tanto como yo amo el color rojo— le dijo al pequeño Juan de la foto que sus manos sostenían.

Mientras se frotaba la cara para secarse las lágrimas que se le escaparon de sus ojos rubíes sintió a alguien acercarse.

— ¡Cómo es que lo dejaste huir con esos chamanes de mierda! — le gritaron por atrás.

— ¡Por qué lo quiero proteger de tus estúpidos intentos de ser inmortal!— le grito mientras se giraba.

— ¡Éramos la familia perfecta para gobernar con mano de hierro aquel pueblo de mierda! — le volvió a gritar.

— ¡Era mi hijo al que querías usar para eso! — le reclamo en la cara.

— ¡Es mi hijo! ¡Tú solo eres su tonta e inepta madre que lo alejo de sus verdaderos lazos durante 19 años! — le dijo mientras le agarraba del pelo.

— ¡Tu únicamente me utilizaste como otra más de las mujeres en tu larguísima lista y no me mataste ni encaraste durante todo este tiempo porque me necesitabas para controlar a tu estúpido pueblo de mierda! — le dijo mientras intentaba soltarse de sus manos.

— ¡Tú lo que eres es una cualquiera! — eso la dejo sin palabras, la dejo helada.

— ¡¿Sabes lo que eres tú!? — Agarro coraje y le grito en la cara — ¡Un corrupto hipócrita que usa a las mujeres, familias y niños a su puto antojo!

Un sonoro golpe se escuchó en el silencio abismal del lugar, Xena se llevó la mano a su cachete mientras lo miraba furiosa, él se sorprendió por lo que había hecho y por sus palabras. No era verdad, era un mal sueño que tenía todos los días, no era realidad lo que vieron sus ojos.

—Lárgate... — le susurro.

—Xena, espera, no era lo que- — las palabras se quedaron al aire tras oír romperse un vaso de aquel lugar.

— ¡Lárgate te dije! — le lanzo un plato mientras lo miraba enojada. — ¡Por eso lo aleje de ti, por eso convencí a todos estos estúpidos pueblos a irse de este puto lugar de mierda! ¡Qué tu hijo se encuentre lejos de ti es solo las consecuencias de todos tus actos! — el golpe que más le dolió vino acompañado de esas palabras, su mujer le había hecho irse con su gran poder, lo había empujado lejos de ella.

Pero desde esa distancia pudo observar a los chamanes correr hacía ella y darle un abrazo.

— ¡Señora Xena! — esas palabras quedaron grabadas a sangre en su mente, quedaron grabadas para siempre las imágenes que vio.

Esos tres chamanes agarraron a su mujer, la abrazaron y todavía aparte la llevaron lejos, tan lejos que nunca más la volvió a ver. Durante 6 años no la volvió a ver nunca más, la habían escondido lejos de su vista, pero tampoco la busco. Sentía que su aldea era más importante que ella.

Eso estaba bien, ¿no? Se preguntaba eso a diario, su mano derecha que había sido educado por el a golpes le solía contestar que sí, que eso estaba bien, siempre secundando sus ideas.

Pero pronto se dio cuenta que fue mala idea al verla tan feliz en un pequeño orfanato cuidando de unos niños.

— ¡Pequeños, ya es hora de comer! — la veía con esa sonrisa tan hermosa, tan preciosa.

Se arrepentía tanto dejarla ir, se sentía solo. Tampoco sabía dónde estaba su hijo y al final se acomodó en su aldea con la idea de nunca más verlo. Pero al transcurso de cerca de cuatro años vio la manera de guiarlos silenciosamente de nuevo a su hogar.

Tan pronto empezó a correr el tiempo que con el paso de 4 años Xena tuvo que volver a atacar y una vez que estuvieron lejos de su mirada pudo acercarse hasta el portal donde estaba el álbum con fotos.

—Mi niño, veo que no te hice falta durante este tiempo— susurro mientras miraba las hojas casi infinitas llenas de escritos y fotografías.

De nueva cuenta lágrimas resbalaban por sus mejillas, sus ropas ahora estaban manchadas de tierra y su gorro también, le costó mucho convencer a todas esas personas pero bajo ese telón de una enemiga era únicamente lo mejor que le quedaba.

—Lo lamento tanto pequeñas almas fáciles de manipular— miro el cielo mientras buscaba alguna respuesta inexistente para calmar la gran culpa que la carcomía.

Seguía las pisas de esos pueblos desesperados desde lejos y miraba siempre como traían alguien nuevo a sus filas, como se divertían. Normalmente hablaba con los chamanes durante la noche, las noches más frías eran en las que más hablaban.

Pero Xena volvió al pequeño orfanato donde estuvo cuidando a esos pequeños.

—Me toca volver, cuídense mucho y fíjense por donde van— les dijo mientras le acaricia sus cachetes. — Cuiden de ellos, son pequeños seres que desean amor— les dijo con suavidad mientras dejaba un beso en sus frentes.

—Si señora, los cuidaremos bien— dijo Miskel mientras la miraba caminar.

Cuando hubo desaparecido en el frondoso bosque apareció Juan.

— ¿Qué hacen despiertos? — les pregunto mientras se refregaba un ojo.

—Nada... Solo pensábamos que escuchamos algo— le mintió Raxxan.

Los tres deseaban algún día poder contarle de su amada madre, la mujer que los había salvado tantas veces y que salvo a una aldea de las peores manos del mundo.

Aunque de manera inconsciente se estaban dirigiendo a esas tierras a las que no querían volver jamás.

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