†𝔇𝔢𝔰𝔭𝔲𝔢𝔰 𝔡𝔢 𝔩𝔞 𝔯𝔢𝔟𝔢𝔩𝔦𝔬𝔫
—... Y aunque creíamos en cosas completamente distintas el amor surgió y nueve meses después nació el fruto de nuestro cariño, mi heredero, mi próxima mano derecha, quien se encargaría de seguir mi legado por toda la eternidad. En aquellos tiempos todo era perfecto, tenía una familia con la que gobernar, hasta que un pueblo rebelde, que por cierto me recuerda mucho a ustedes, trato de matarme y huir de mis tierras. ¿No les suena familiar? Los descubrí y varios de esos revoltosos fueron castigados con la muerte, pero más tarde un pequeño grupo de sobrevivientes aprovecho el revuelo para infiltrarse en mis aposentos y decidieron atacarnos con lo que más daño nos podría hacer, nuestro hijo.... MI hijo, sí, mi hijo. Ese pequeño portador de no solo mi gran poder sino también el de su madre.
Todos estaban anonadados, si esa persona existía y estaba en contra de ellos podía llegar a ser hasta peligroso, no podían permitirse que esa persona existiera, nunca. Cuando supieran quien era lo tenían que matar, los había condenado a todos, no importaba si era algún amigo de ellos, lo matarían por el bien mayor.
Esa idea era encabezada por Auron, si ese alguien hacia algún mal no duraría a matarlo si era necesario, lloraría mucho, pero demasiado por eso, pero era por el bien de esos niños que cargaba sobre su espalda, porque ya no solo era Axozer, su pequeño hijo, si no Karchez, hermano de Ibai que se había ido.
Mientras eso pasaba había alguien encerrado en un cuarto, miraba una pequeña foto de su mujer, parecía tan demacrada, estaba en un estado fatal. Cuando robaron a su hijo se la paso llorando, no había quien la consolara; el pueblo entero se había ido y solo quedo ella como su único habitante...
Se encontraba una mujer acostada en una gran cama, no había quien la acompañara en su profundo dolor, no quedaba nadie en el pueblo por orden de ella. Todos se habían marchado, no sabía realmente que pensar, le dolía como el diablo. Su marido estaba en algún lugar lejano, imaginaba que no estaba sufriendo porque quería a ese niño por sus grandes poderes que podía llegar a tener.
¿Así sería su vida de ahora en adelante? Era una vida muy desolada, vivía únicamente con los clérigos del lugar. La señora que me cuido durante nueve meses había muerto junto su esposo en un incendio y los clérigos habían adoptado al pequeño de cuatro años que se encontraba a las afueras de la casa quemada.
Hoy fue un día que decidí pasar con los clérigos, estos me enseñaron algunas cosas y lugares pero no les preste atención, todo la atención se había ido al pequeño revoltoso que se encontraba dando saltitos por todo el lugar. Este tenía un collar verde y ojos marrones con su cabellera indomable también de ese color.
En algún momento perdí a los clérigos y fui con el pequeño.
—Hola bonito— lo salude de manera dulce.
— ¡Hola señorita bonita! — me contesto el con euforia en su voz.
— ¿Cómo te llamas? — le pregunte mientras me sentaba en el suelo.
— ¡Me llamo Drako y tengo así de años! — le contesto mientras levantaba cuatro dedos de sus manos.
—Encantada Drako, yo me llamo Xena y yo tengo 25 años — le dijo esta con suavidad en su voz.
La paz que Xena sentía mientras jugaba con el pequeño Drako era incomparable. Era un niño que le traía paz y que le gustaba dar amor, pero ese día los clérigos se lo llevaron lejos de la vista de aquella mujer.
Eso hizo que se sintiera sola de nuevo, sentía que la vida dejaba de existir nuevamente. Siempre buscaba rellenar el pequeño hueco que dejo el hecho de dar a su niño y hacerlo huir de su amor.
—Lucio, mi pequeño— se repitió ella en su cama una vez callo la noche, la fría y desolada noche.
No había nadie más que ella en aquel cuarto, los clérigos se habían ido hasta algún lugar de la iglesia que no conocía y al niño se lo habían llevado con ellos.
~Unos pocos días más tarde~
Habían transcurrido ya dos o tres días después de aquel suceso, mágicamente el profeta había vuelto, pero no dormían en la misma habitación, no compartían comidas ni se cruzaban. No había misas, no había nadie, solo ellos dos en aquel pueblo abandonado.
Pero ese día justamente pudo localizar a uno de los chamanes, ya había pasado el efecto del hechizo.
—Xena, mi amor, vamos a buscarlo y a recuperarlo. — le dijo mientras la levantaba de la cama. — No es una pregunta, es una orden. — Le aviso de antemano.
—Entiendo... — susurro ella dejándose llevar al lugar donde habían sido vistos.
Durante el viaje Xena solía desaparecer por algunas horas y cuando aparecía siempre tenía los ojos brillosos y rojos, hinchados incluso. El profeta nunca le dio real importancia a lo que le pasaba a su esposa. Pero raramente cuando pasaba eso solo podían ver huir a los chamanes y era volver a empezar, siempre era volver a empezar.
Ellos huían con el niño y su familia, el niño no tenía un hogar constante y no tenía educación alguna, solo una vez logro tener educación pero lo sacaron a mitad del ciclo lectivo dejándole pocas enseñanzas, como leer o escribir. Esas enseñanzas con el tiempo desaparecieron dejando a un niño analfabeto con pocas posibilidades de salir adelante solo en medio de la sociedad.
Duraron años así hasta que cuando cumplió los 18 años que un portal lo absorbió a él, a su pequeño. Xena suspiro alegre, pero su felicidad no duraría mucho al ver a su esposo.
—Tu que no tienes obligaciones en el pueblo ve a buscarlo— le dijo mientras se giraba— yo volveré al pueblo, me dijeron que hay un sirviente rebelde— no cruzo más palabras y simplemente se fue del lugar dejando a Xena sola y pensativa.
—Soy un mero juguete más de tu larga colección— susurro ella mientras caminaba despacio por el camino trazado por sus chamanes.
Solo siguió aquel camino de manera calmada sin desear regresar pronto a aquel hogar.
— ¿Qué será del pequeño Drako? — se solía preguntar frecuentemente mientras miraba al cielo, lo extrañaba bastante a aquel niño alegre.
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