13
Luneth había tenido toda la razón. Una vez tuvo al niño en sus brazos, Milo sintió amor, amor por esa pequeña criatura que no había pedido venir al mundo pero que ahora estaba aquí y alegraba a todos con esa ternura casi palpable que irradiaba. Ya no sentía arrepentimiento, pero el miedo seguía allí. Aunque tenía el apoyo total de sus padres y el de Luneth, siempre se veía afectado por la creencia de que, conociéndose tan bien como lo hacía, podría llegar a decepcionarlos una vez más. Y entonces, perdería todo para siempre.
El camino había sido largo. La reconciliación con Luneth más lenta de lo que él habría imaginado. Se había rehusado a mudarse con él de buenas a primeras, apenas y se veían, porque Luneth trabajaba demasiado, y cuando lo hacían, siempre estaba cansado. Por su parte, pasaba bastante pendiente de Ariel a pesar de que a Lorena le irritaba mucho su presencia, no había otra cosa que Milo pudiera hacer más que cuidarlo y estar con él todo el tiempo que pudiera.
A parte de esto, a Luneth se le ocurrió entrar a una escuela nocturna, quería por lo menos tener un diploma que le permitiera optar a un mejor empleo, sin embargo, se presentó el mismo impedimento de siempre: no tenía papeles, no sabía quién era en realidad. La diferencia yacía en que ahora sabía en dónde buscar.
Fue así como se atrevió a leer una vez más la carta que el Sr. Joe le había dejado, esa que contenía las palabras de su madre. Había una dirección escrita justo después de esa larga explicación de cómo él había ido a parar a los brazos de su madre, y la verdad, esto fue lo último que le importó. Jamás se enojó con ella o la condenó en silencio por la vida que pudo haber tenido pero que esa mujer le arrebató. Luneth seguía amando a su madre, eso nunca cambiaría.
—¿Pasa algo? —preguntó Milo al notar que Luneth no dejaba de ver el papel que tenía en las manos.
Luneth suspiró, tenía los ojos acuosos, un poco inflamados y rojizos, pero sonrió como si dentro de él cargara toda la felicidad del mundo. Fue hasta ese entonces que se atrevió a decirle todo a Milo.
Él había nacido en una familia de clase media. Había vivido en los suburbios, rodeado de tranquilidad y felicidad, fue así hasta que su padre se fue de la casa. Cuando esto sucedió, su madre biológica perdió la razón, y desde muy pequeño comenzó a maltratarlo. Sofía, su madre adoptiva, tenía la costumbre de pasar pidiendo ropa o demás objetos que esas familias acomodadas ya no querían, a veces conseguía dinero extra limpiando los jardines y los patios. Fue así como comenzó a notar el maltrato que Luneth sufría y se sintió muy impotente, porque no había nada que pudiera hacer. Pero el maltrato fue tan extremo que Sofía se robó a Luneth, se lo llevó y jamás vio atrás. Pensó en llamar a la policía, para que alguien se hiciera cargo del niño, pero ella jamás había confiado en esos torpes uniformados, ella jamás había confiado en nadie, y habiendo perdido un hijo, no concebía que esa persona que si contaba con tal bendición, cometiera tantas atrocidades.
—Creo que por esto —agregó Luneth —es que mamá siempre se esforzaba demasiado para darme de comer. Seguro se sentía culpable porque, al menos económicamente, había vivido a gusto. Me habría gustado decirle lo agradecido que estoy por haberme criado, lo demás no importa, no lo recuerdo y ni quiero recordarlo. Leo aquí que mi madre biológica sigue con vida, pero esto no me da ni frío ni calor.
—Aun así irás a buscar a tu madre biológica, ¿o me equivoco?
—Quiero saber mi verdadero nombre, la fecha de mi cumpleaños, mi tipo de sangre... Son estupideces, lo sé. No dejaré de usar mi nombre, aunque no me agrada del todo, pero igual quiero saber quién solía ser yo.
El viaje fue cansado, casi 800 kilómetros, horas y horas sentados en un incómodo asiento de autobús, de comida desabrida, de miradas acusadoras. Pero fueron las miradas las que menos les importaron. Si querían tomarse de las manos, lo hacían; si querían besarse o abrazarse, también lo hacían. No estaban dispuestos a permitir que la estrechez mental del mundo en que vivían les estropeara esa felicidad que lentamente se iba acumulando en sus corazones.
Cuando por fin se encontraron enfrente de la casa, Luneth dudó. ¿Cómo sería esa mujer? ¿Tendría más hijos, personas a las que él no podría nunca llamar hermanos? Milo notó la incertidumbre que se apoderó de la expresión de Luneth, y como si existiera entre ellos un lazo invisible que conectara sus emociones, también dudó. Tomó la mano de Luneth y la apretó con fuerza, casi al punto de hacerle daño. Luego lo abrazó y lo llenó de besos, como si fuera la única manera que conocía para infundirle ánimos.
—Vamos —dijo Milo con seguridad. Luneth lo siguió.
Llamaron a la puerta, el timbre resonó tan quedo que Luneth temió que las ocupantes de esa vivienda no hubieran alcanzado a escucharlo. Pero de pronto la puerta se abrió, un niño de no más de doce años los recibía.
— ¿Sí?
—Buenas tardes —tartamudeó Luneth debido a su nerviosismo—. Buscamos a la señora Gloria...
—Si mamá te escucha llamándola señora, se enfadará —sonrió el niño casi con tono burlón, para luego gritar—: ¡Mamá, visitas!
Gloria, al escuchar el grito agudo de su hijo, se enfadó; mil veces le había dicho que no lo quería gritando en la casa. La mujer apareció, llevaba la cabeza gacha y limpiaba sus manos en el delantal que rodeaba su cintura. Cuando levantó la mirada, y vio a las personas que la esperaban del otro lado de la puerta, sus piernas comenzaron a languidecer. Sin embargo, se obligó a seguir caminando, necesitaba acercarse más para corroborar sus sospechas.
—Estás igualito —murmuró con lágrimas en sus ojos—. Estás justo cómo te recuerdo, justo cómo sueño contigo...
Luneth no supo qué decir. Jamás imaginó, ni en sus sueños más locos, que la mujer lo reconocería de buenas a primeras. Creyó que todos se sentarían en algún lugar y beberían café mientras trataba de explicarle la situación, incluso llevaba la carta consigo por temor a que la mujer no le creyera. Pero nada de esto fue necesario. Gloria estaba allí, sollozando de felicidad por ver una vez más al niño que le había sido arrebatado.
—¡Perdóname! —masculló con dificultad, y en ese momento sus piernas por fin cedieron. Luneth, como pudo, salió a su encuentro y sostuvo a su madre biológica, quien no dejaba de llorar.
El pequeño de doce años miraba todo con asombro y desconfianza. Esos jóvenes habían hecho llorar a su madre a pesar de que no habían intercambiado palabra alguna. Eso no podía ser bueno viera cómo lo viera.
—¿Mamá? —inquirió dudoso, acercándose sigilosamente a la mesita en donde descansaba el teléfono.
—No te preocupes, cariño —sollozó la mujer—. Él es Jonathan, tu hermano.
Por fin su nombre, y le pareció que era el nombre de cualquier otra persona, menos el suyo.
—¿Jonathan? —balbuceó Luneth, confundido.
—Lo sé —rio la madre entre lágrimas—. Jamás terminó de gustarte.
—Ya veo que nunca estás a gusto con los nombres que te dan —agregó Milo depositando ligeras palmaditas en la espalda de Luneth—. ¿Estás bien?
—Sí —contestó Luneth.
Con ayuda de ambos, Gloria por fin se reincorporó. Terminó de limpiar sus lágrimas y los invitó a pasar como era debido.
La incomodidad que Luneth sentía aún era palpable. Nada había sido cómo él habría esperado. De hecho, incluso había imaginado a una mujer distinta, a una menos amable y arrepentida.
—Jamás me mudé de casa porque sabía que algún día regresarías —comentó la mujer mientras observaba ausentemente la taza de café que sostenía con ambas manos—. Este niño que ves aquí —agregó—. Ven cariño, ven. John, es tu hermano, no de padre eso sí. Luego de que desapareciste tuve muchos problemas, pero encontré a una persona que me ayudó a salir de eso. Él pronto volverá, me gustaría que lo conocieras.
John se quedó viendo a Luneth con desconfianza, y después de sonreírle se marchó a jugar.
—Sé que los pocos recuerdos que has de tener de mí no son buenos —agregó Gloria.
—Bueno, respecto a eso —habló Luneth—, no recuerdo mucho de mi infancia. Lo siento.
—No, cariño, no lo sientas, es una bendición. No fui la mejor de las madres, desquité cada una de mis frustraciones contigo. Soy yo quien tiene que pedirte disculpas...
—No es necesario...
De no ser por Milo, madre e hijo habrían permanecido en silencio toda la tarde. Pero él no lo permitió, habló y habló sin parar, para crear el ambiente propicio en que ambos pudieran charlar si sentirse completamente incómodos.
Ya entrados en calor, Luneth le relató todo cuanto pudo, todo cuanto recordaba. La clase de vida que había llevado, su madre, el Sr. Joe, Milo. No se contuvo al momento de explicar la relación que había entre ambos, y la mujer, aunque se alarmó, no consideró tener la voluntad ni el derecho suficiente para oponerse. No, ella no tenía ningún derecho sobre su hijo, lo perdió en el preciso momento que decidió lastimarlo para desquitarse por la sofocante vida que llevaba, por la esclavitud emocional al que la había sometido su marido, por haberlo permitido.
Después de la desaparición de Luneth, la mujer entró en razón. Hizo todo cuanto pudo para recuperar a su hijo, pero no obtuvo los resultados que habría deseado. Pero los acontecimientos le ayudaron a abrir los ojos. Sufrió una transformación que de otra manera jamás habría sucedido. Consideró necesario crecer como persona y dejar todas sus inseguridades atrás, sus dependencias y miedos. Lo único que no dejó de su antiguo yo, fue su casa, porque siempre supo que su hijo la encontraría.
Y tuvo razón, allí estaba él, enfrente de ella, con el mismo cabello rubio y la timidez de siempre. Quería preguntarle tantas cosas, decirle un tanto más y luego simplemente pedirle perdón una y otra vez. Pronto supo, por la manera en que su hijo sonreía, que las disculpas habían sido aceptadas incluso antes de haber sido pronunciadas. Agradeció, por extraño que parezca, a esa desconocida persona que se lo había arrebatado, porque sin duda alguna había hecho un excelente trabajo.
Gloria sonrió, no dejaba de hacerlo, no podía evitarlo. Llevó ambas manos hasta su rostro, como intentando detener las lágrimas que brotaban incansables de sus ojos.
— ¿Sucede algo? —preguntó Milo, preocupado.
—¡Oh, no! —exclamó algo avergonzada—. Simplemente me preguntaba si gustarían quedarse a cenar.
Luneth experimentó una extraña calidez y mientras asentía, no pudo evitar sonreír.
Se hicieron muchas promesas ese día. ¿Se cumplirían todas? Ninguno lo sabía, lo que sí sabían era que no les haría mal intentarlo. ¡Quedaba tanto por vivir!
El viaje de regreso no fue tan extenuante, con las pilas recargadas, los kilómetros poco peso ejercieron sombre ambos. Luneth no podía dejar de ver su acta de nacimiento. Muy para su sorpresa, descubrió que era mayor que Milo por tres años. No que importara claro, pero igual sentía una tonta emoción.
— ¡Ya déjalo! —insistió Milo a manera de broma. Pero estaba fascinado por todo igual o incluso más que Luneth. Jamás imaginó sentir como propia la felicidad de otro.
Y así, como si nada, un nuevo diciembre llegó. Luneth, después de más de dos años, por fin decidió mudarse con Milo. No había sido una decisión fácil, porque ya ninguno de los dos se permitía tomar las cosas a la ligera, pero, ¿qué tanta diferencia hacía? Creer del todo en esto era como negar que las razones por las que estuvieron juntos aquel lejano diciembre carecían del peso suficiente para ser tomadas en cuenta. Y ciertamente, no era el caso. Si en su momento lo pensaron mucho o no lo pensaron en absoluto, obviamente ya no importaba. Estaban juntos, problemas y más problemas se presentaban, pero seguían juntos. ¿Cuántas personas podían presumir esto?
—¿Estás seguro de que quieres hacerlo?
—Sospecho que mis padres ya deben estar enterados —suspiró Milo, esperanzado—. Digo, nuestra cercanía es tan poco sutil —sonrió.
—Tienes razón —sonrió a su vez Luneth para luego acercarse a Milo y depositar en ligero beso en sus labios.
En eso apareció Ariel, no había duda de que caminaba con mucha seguridad, pero igual parecía tambalearse. Había crecido tanto, pero ante los ojos de Milo y Luneth, no dejaba de ser un bebé de seis meses. El niño extendió sus brazos, obviamente pidiendo ser cargado. Luneth besó una vez más a Milo y salió al encuentro del pequeño, lo cogió entre sus brazos y lo besó en innumerables ocasiones.
Milo sacó el teléfono celular de su bolsillo, llamó a Luneth y a Ariel, y en el instante mismo en que ellos se voltearon, tomó una fotografía.
—Y pensar que durante mucho tiempo creí que esto no sería posible —suspiró Milo viendo fijamente la pantalla del aparato, para luego seleccionar la opción «guardar».
—¿Estás nervioso?
—Bueno, un poco. Es la primera fiesta de navidad en nuestra casa. —Enfatizó «nuestra» como si fuera la palabra más hermosa del universo—. Además, vendrán mis padres, y los tuyos, también tu hermano...
—Y tú mami también. —Le sonrió a Ariel para luego dirigirse a Milo con más seriedad—: ¿Estás dudando?
—Vamos a anunciar lo nuestro de manera oficial así que sí, un poco. Tu familia ya lo sabe pero, la mía...
—Todo saldrá bien, ¿no es así? —preguntó dirigiéndose a Ariel, el pequeño sonrió y extendió su mano hasta que logró acariciar el rostro de Luneth. Luego de esto volvió a extender su manito, pero esta vez en dirección a Milo.
Milo se acercó, besó la mano de su hijo y luego a Luneth.
—Fuiste el primero en creer en esto —dijo Milo apoyando su frente en la de su hijo—. Ahora no puedo concebir una vida sin él. Supongo que lo mejor es hacerte caso, cuando tú dices que las cosas saldrán bien, es porque así será.
—Así será —susurró Luneth, alegre—. ¡Oh! ¿Qué hora es? —inquirió sorprendido.
—¡Queda tanto por hacer! —exclamó Milo tomando a Ariel en sus brazos—. ¿Encargaste las flores?
—Sólo hay que pasarlas recogiendo por la florería. Abriga bien a Ariel, veré qué más necesitamos para hacer los mandados de una buena vez.
—¿Rosas?
—Rosas —sonrió Luneth.
—También tengo obsequios para tu madre y el Sr. Joe.
—¿Qué son?
—Es una sorpresa.
—Oh, Ariel, papi es malo —rio acercándose una vez más a ambos para abrazarlos.
—Pero así me quieres, ¿no es así? Así nos quieres —agregó mirando fijamente a Ariel.
—Los amo —sonrió una vez más pero ahora más cálidamente—. Ahora abríguense bien, este será un frío diciembre.
—No creo que tanto —comentó Milo tomando la mano de Luneth.
Ambos sonrieron. Sin duda diciembre era su mes favorito.
Aunque sea una historia sencilla, espero los haya mantenido entretenidos. Es un trabajito viejo al que le tengo cariño, y por eso decidí hacerle unos retoques, pero fue algo pequeño, apenas una que otra corrección.
Muchas gracias por los votos y los comentarios.
Saludos.
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