09
Luneth no alcanzaba a comprender la magnitud de su dicha. Esa sensación era una experiencia nueva, le temía y la buscaba al mismo tiempo, se fundía en ella, se internaba, se ahogaba y luego salía a la superficie a tomar un suspiro porque por un momento era tan avasallante que temía perderse allí para siempre.
La navidad había pasado entre excesos de comida y mucho alcohol. Habían despertado entre un reguero de basura y desperdicios y con una resaca que rivalizaba con la muerte misma. Pero nada de esto importaba. Tenían un plan: diciembre terminaría, pero ellos no. Jamás había sentido nada tan dulce como esto. Había perdido el camino, pero en ese mismo camino se había encontrado a Milo y ambos habían encontrado el verdadero sendero a seguir. Nada de lo que pasara de ahora en adelante podría estropearle la felicidad, o al menos eso es lo que se decía Luneth constantemente, convencido.
Milo seguía recibiendo llamadas telefónicas, y ahora con más frecuencia. Se excusaba diciendo que era por parte de sus padres, y Luneth le creía, no había razón para no hacerlo. Sin embargo, la depresión en la que parecía sumirse Milo después de cada una de esas tantas llamadas, y esa expresión como de culpa o arrepentimiento que adoptaba su rostro cuando colgaba el aparato o simplemente no lo contestaba, decía mucho, tal vez demasiado.
Faltaba un tan sólo día para el año nuevo, y el ambiente festivo que días atrás los había envuelto de felicidad y dicha parecía ir desvaneciéndose. Luneth comenzó a temer, pero no por él.
—¿Pasa algo con tu familia? —inquirió con reserva.
—Algo así —contestó Milo vagamente. Al notar que la inquietud de Luneth no desaparecía, agregó—: Ya saben que me escapé y me piden que regrese a casa, que seguiré estudiando hasta que pueda volver a tomar el examen para ingresar a la facultad de medicina. Les he estado diciendo que no es eso lo que quiero, sin embargo, no parecen querer escucharme.
—¿Vendrán por ti?
—No creo —suspiró cansado—. O bueno, no quiero creer eso. Quiero creer que no saben en dónde estoy. No sé, quizá ya lo sepan. Quizá están de camino. No lo sé.
—Tranquilo —Luneth abrazó a Milo con mucha ternura—. Ya serás capaz de convencerlos, ya verás.
Milo suspiró sólo para después desprenderse de los brazos de Luneth.
—En todo caso, quiero permanecer aquí un tiempo más, lo suficiente para ayudarte a conseguir un empleo.
—Puedo hacerlo solo... —dijo Luneth, pero antes de seguir, Milo había desaparecido de su vista, había salido sin siquiera decir hacia dónde se dirigía.
Luneth se sentó en el suelo y fijó su mirada en los libros que Milo había descuidado tan fácilmente durante los últimos días. Gateó en su dirección y tomó uno, esa enorme enciclopedia histórica que Milo solía leer con especial interés. Comenzó a pasar las hojas con mucha delicadeza, deteniéndose únicamente cuando alguna imagen lograba acaparar su atención. Comenzaba a leer algunas líneas cuando un sonido lo distrajo.
Reconoció el tono de inmediato, sin embargo, se le dificultó un poco más localizar su procedencia. Luneth se levantó rápidamente y casi con histeria comenzó a buscar el aparato puesto que creyó, se trataba de una llamada de los padres de Milo. Cuando por fin encontró el teléfono celular ni si quiera se molestó en mirar la pantalla del mismo, sólo oprimió la tecla verde y lo llevó contra su oreja.
—Aló —balbuceó con nerviosismo.
—Aló. ¿Camilo?
—No, él no se encuentra en este momento —lo excusó Luneth sintiéndose terriblemente desconcertado. La voz al otro lado del auricular era femenina, sí, pero demasiado juvenil como para que se tratara de la voz de la madre de Milo—. No sé a qué horas regresará, pero si gusta puedo tomar su mensaje—. Se sentía ridículo hablando con tanto nerviosismo y tanto formalismo.
—Ah bueno, está bien —suspiró la chica—. Dile que por favor deje de esconderse, que ya sé en dónde está y más vale que tome responsabilidad, sus padres no van a estar siempre para protegerlo.
Luneth se quedó en silencio por un momento. ¿De qué estaba hablando esa chica? Apretó el aparato con fuerza y continuó.
—Está bien, yo le digo. De parte de quién, disculpe.
—Lorena, su novia.
Le había mentido, Milo le había estado viendo la cara de estúpido quizá desde el inicio. Estudios, peleas con sus padres... Ahora Luneth se preguntaba qué tan cierto era todo esto. Ya no importaba. Ya no debía seguir ahí. ¿Responsabilidad? Sin duda Milo estaba huyendo, y Luneth podía darse una idea de qué.
Cuando Milo regresó lo primero que hizo fue llamar a Luneth cuando éste no salió a recibirlo como era costumbre. Lo llamó y llamó tantas veces como pudo y lo buscó en cada rincón del apartamento sabiéndolo ridículo puesto que no habían muchos buenos lugares para esconderse ahí.
Cansado, tomó asiento, y fue hasta este entonces que notó sus libros desordenados. Se acercó y comenzó a apilarlos uno sobre otro, en ese momento vio su teléfono celular y notó, bajo éste, una pequeña nota escrita con letra apenas legible:
«Te ha llamado tu novia, parecía molesta, así que por favor regresa la llamada.»
Milo arrugó el papel, lo tiró con furia, pero segundos después fue a recogerlo. Lo desarrugó con paciencia y fue entonces que notó otra cosa escrita en la parte de atrás.
«Gracias por todo.»
Casi se echa a llorar. Claro, sus errores del pasado venían a reclamar descaradamente sus aciertos del presente. Diciembre por fin había acabado.
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