Prólogo

Mi madre una vez me dijo que no importara las circunstancias, que no importara la tormenta que se avecinaba, que no importaban los demonios que nos depara el futuro, pues siempre debía ser fuerte; esa tarde cambió por completo mi forma de pensar, mi futuro, y a mi familia, de una manera horrible, todos y cada uno, terminaríamos en la peor situación.

Era Viernes en la mañana, y aquí, en el pequeño y relajado pueblo de Forest Heights apreciamos las mañanas que dan inicio al fin de semana, según la localidad, los días más dulces para una familia. Así era el pueblo en sí; una familia, una pequeña unidad. No ves el lugar, rodeado de un espeso bosque, y su único y más cercano pueblo hermano es Hillcrest Hells, a una hora y media de aquí y deduces que es un pueblo completamente tranquilo, pues siempre está en movimiento, habitantes de un lado a otro.
Los días, últimamente, han estado en diluvios que dejan una hermosa capa cristalina sobre las aceras en las calles, charcos que parecen un portal algo que no son. Cada Otoño estamos con constantes lluvias. Faltaban tan sólo dos días más hasta Halloween, una de las fechas favoritas del pueblo.
Siempre deseé un Halloween atemorizante para recordar, recibir ese susto de muerte que siempre te deja en risas cuando sabes que estás a salvo de un peligro que creías real. Así lo queríamos siempre mis amigos, y en especial mi mejor amiga Jordan White y yo, Henry Harris. Jamás sabríamos que ese año lo viviríamos. Es gracioso lo que piensa uno días antes de un aniversario de esa talla. La gente saca sus sentimientos y trata de avanzar, pero a mí y a Jordan nos lastima el sólo recordarlo, es como una herida que jamás sana, un herida que punza a corte dolorosamente lento, una herida abierta ala que constantemente se le está echando limón.

Desde la casa de los Morgan, al inicio de la calle, hasta el final de toda Harrison Street, se podían ver los abundantes y muy festivas decoraciones de Halloween, una enormes capas de intensos y vibrantes tonos anaranjados, negros y morados. Las telarañas falsas gigantes y todas esas calabazas talladas a mano parecían estar en competencia, mejorando una tras otra. Yo en ese entonces tenía seis años, y Jordan también; habíamos obtenido el permiso de nuestros padres para faltar ese día a clases, el mismísimo viernes y quedarnos a hornear galletas de mantequilla en forma de sombreros de bruja y decorarlos para regalarlas ese día.
Jordan y yo nos habíamos conocido en el parque tres años atrás mientras jugaba en un caja de arena con otros niños. Se me acercó, tiró un pequeño castillo que hice y me comenzó a hablar, al instante me cayó realmente bien; somos mejores amigos desde entonces.
Jordan había pasado todo el día en casa conmigo, mientras hacíamos galletas con la mirada de mi madre sobre nosotros, siempre tan inquisitiva.
-Estoy tan emocionada por el domingo, Henry-. Me dijo mientras espolvoreaba azúcar glass sobre un fantasma de galleta. -Mi mami me compró un disfraz de bruja. Es muy lindo. ¿Qué serás tú?
-Mi mami me compró un disfraz de pirata-. Contesté alegre. Sentía la emoción del Halloween dentro de mí. -Está genial. Tiene una espada de plástico.
Mi madre me miró por un segundo y continuó en lo suyo.
-¿Cómo irá disfrazada, señorita Harris?-. Dijo Jordan de la nada mirando y esperando una respuesta. Mi madre rió un poco, por tanta "educación" en la  pregunta de Jordan y en que alzó las cejas al decir; "Señorita".
-¿Enserio? Está bien...Pues...-Dice con una sonrisa-, -...Iré vestida de diablilla.
-Eso es fabuloso, mami-. Mis ojos se iluminaron. La idea de mi madre disfrazada me encantaba.
Mi padre apareció en el marco de la puerta cargando al pequeño Cole en brazos. Mi hermano de seis meses.

-¿Por qué huele tan bien aquí?-. Dijo mientras aspiraba fuertemente el olor de la cocina y se ponía detrás de mi madre. La vainilla hundía nuestras narices.
-Estamos preparando unas deliciosas galletas para Halloween-. Dijo mirándonos a los dos, llenos de la harina.
-Habrá mucho que limpiar, cariño-. Mi padre la besó.
-Nah... no es mucho. Todo sea por preparar esas deliciosas galletas, receta familiar, ¿O no?-. Dirigió su mirada hacia nosotros. Asentimos con una gran sonrisa de oreja a oreja.
-¿Puedo lamer la cuchara?-. Jordan tomó esa enormidad de madera llena de masa revuelta y olorosamente dulce.
-Claro, pero después de terminar de batir, ¿De acuerdo?-. Con su dedo índice tocó la punta de la nariz de Jordan.

Afuera retronaba la lluvia contra la ventana, parecía que no iba a detenerse. Eso nos gustaba aún más, el toque a Halloween se respiraba en el aire. Todo el mes oliendo calabazas frescas, dulces, sangre falsa y otros caramelos dignos de celebración me ponían los ánimos a flor de piel. Sin duda alguna también eran esas clásicas películas de Disney como "Brujillizas", "Hallowentown" o la famosa "Abracadabra". Jordan y yo podíamos pasar horas viéndolas una y otra vez hasta caer. Y, eso hacemos. Cada treinta de octubre veíamos películas en mi casa con palomitas y refresco. Mi madre y mi padre nos miraban raro, pues según ellos, no entendían como soportar una película una y otra vez.

-¿Estás listo?-. Me dijo ella sonriendo casi malvada. Mi madre había ido por una toalla al baño de arriba, y mi padre se había llevado al bebé consigo en brazos. Era la hora de la siesta para el pequeño.

-Sí-. Dije también con una sonrisa de oreja a oreja. -Hagámoslo-.
Supongo que hasta cierto punto, Halloween, era una tortura para mis padres, pues Jordan y yo hacíamos bromas que no eran muy del agrado de los de la calle.

Dejé caer un vaso y grité cómo si me hubiera lastimado. Mi madre apareció rápidamente asustada. Jordan se las había arreglado para conseguir sangre falsa del centro comercial cuando fue con su madre hace algunos días. Era curioso, dos niños de esa edad, planeando bromas de esa talla, claro, en algo gastábamos el tiempo.
Mi padre también corrió. Me había tirado y colocado al lado del vaso roto, en los montones de vidrios, coloqué la sangre falsa y mi brazo.

-¡Me duele!-. Dije para hacer crecer un poco la broma.
Jordan fingía angustia, pero su cara parecía que iba a estallar en carcajadas a cualquier momento.

Mi madre no me tocó el brazo y se abalanzó al teléfono de cocina colgado en la pared. Mi padre no sabía que hacer.
-Mamá, Papá-. Dije para terminar. -¡Cayeron!
Jordan se tapó la boca y comenzó a reír, yo igual. Mi madre se quedó boquiabierta, congelada de la impresión, y mi padre parecía procesarlo molesto.

-¿De quién fue esta gran idea?-. Mi madre colgó el teléfono. Su mirada era fulminante.
-...De Jordan y mía...-. Dije bajando la cabeza. Jordan y yo sabíamos el regaño que venían enseguida.
Mis padre cruzaron miradas preocupados. Después miraron a Jordan.
-Perdón... sólo jugábamos-. Jordan trató de defenderse.
-No digas nada-. Interrumpió mi padre.
-Papá, no fue su culpa. Yo quise hacerlo-.
-¡Basta, Henry!-. Me dijo mi padre una vez más interrumpiendo. -¡Ve a tu cuarto!
-Pero papá...
-¡A tu cuarto, ahora!
Jordan bajó la cabeza y siguió detrás de mí con unos nervios punzantes. A ella no le gustaba la idea de ser acusada con sus papás, le daba miedo.
El día, de feliz, pasó a callado y triste para ambos. Entonces fue cuando escuché a mis padres por la pared. "Es hora de llevar a Henry... Jordan no es buena influencia". Las palabras de mi padre resonaron en mi cabeza. ¿Qué querían decir? ¿Llevarme a dónde?
-No podemos dejar que tus padres nos separen-. Dijo Jordan triste y decidida. -Simplemente no podemos...

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