Capítulo 48. Tercera flor.
Aparecer con una mujer ensangrentada y dos niños al borde de la histeria causó una gran conmoción en la sala de Emergencias de San Mungo.
Tres sanadores se apresuraron a ayudar. El edificio estaba equipado con un sistema de seguridad algo parecido al de Hogwarts; solo podían aparecerse personas que 1) estuvieran registradas en el personal y 2) lo hicieran bajo voluntad propia. Esto dejaba por fuera a los intrusos y cualquier posible manipulación. Por lo tanto, aunque tardaron un par de segundos en reconocer a la interna de primer año, supieron que uno de los suyos había llegado con esta gente en extremas condiciones.
La señora Roghen se desvaneció tras tocar el suelo. Sus hijos se abalanzaron sobre ella, pero fueron apartados por otros internos para permitir trabajar sobre su madre. Priscilla dejó que el montón de sanadores se encargase de los heridos y se apartó del lugar, preparada para desaparecer. Uno de los encargados se acercó a ella.
— ¿Qué significa esto, Floyd?
La mencionada cuadró los hombros.
—Son amigos de una amiga, señor. Fueron atacados por mortífagos —explicó en voz baja.
— ¡Por Merlín! ¿Y tú estás bien?
—Sí. De hecho, debería regresar cuanto antes, en dado caso de que llegue la policía y deba testificar —Se pasó una mano por la cara—. Los niños están bien, pero la madre sufre algún tipo de conmoción. Seguro que ella podrá darle toda la información.
— ¿Y te vas así? No aparecerte y tirar a tus pacientes, Floyd...
—No lo hago, señor. Me necesitan allá. Estaré aquí mañana a primera hora —prometió mordiéndose la mejilla.
El sanador encargado la observó un par de segundos, sopesando la idea de amonestarla por tan repentina interrupción. Tuvo que ver algo en su expresión torturada, porque asintió quedamente con la cabeza. Sin perder el tiempo, Priscilla volvió a desaparecer.
*****
Priscilla apareció en el piso superior.
La primera mala señal fue que el lugar estaba en silencio. La segunda que, al bajar las escaleras, no encontró ni rastro de Marlene. Hechizos habían impactado en la pared y el soporte de la escalera, y ahora expedían un olor a quemado bastante llamativos. Mantuvo la varita en alto al bajar los últimos escalones, con el corazón en la boca y el miedo tirándole de las entrañas.
Vio el bulto inconsciente en el piso antes de poder chocar contra él. Llevaba una desgarrada túnica negra y tenía una contextura corpulenta; no lograba verle el rostro. Priscilla lo tocó un poco con el pie, pero a penas alcanzó a moverlo de lo mucho que pesaba. Con un hechizo en la punta de los labios y la varita preparada, se agachó a tomarle el pulso con la mano libre.
Muerto.
La chica se puso en pie, sintiéndose al borde de la histeria. Avanzó más deprisa hacia la sala, conteniendo las ganas de llamar a Marlene a gritos. Podía quedar alguien en la casa, podían estarse escondiendo...
Salió de la cocina con la varita en alto. Priscilla y el desconocido se atacaron al mismo tiempo en voz alta, y ella salió disparada hacia atrás. Se quedó sin aliento al chocar contra una de las paredes y la varita le resbaló de las manos.
Estaba muerta. No lograría recuperarla a tiempo...
A través de la habitación, oyó a la otra persona quejarse. Algo resultó familiar en sus quejidos, y más aún, en la voz que pronunció el hechizo.
— ¿Lily? —Tambaleante, comenzó a ponerse en pie.
—Mierda, Pri —La vio elevarse en la oscuridad— ¿Estás bien? Pensé que eras un mortífago.
—No sé dónde cayó mi varita —Sin buscarla, avanzó hacia su amiga— ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Marlene?
—Marlene me envió un patronus. Estaba casi inconsciente cuando llegué. La llevé a la cocina para curarla. Está agotada y se lastimó la pierna al caer por las escaleras...
— ¿Y los otros mortífagos? El de allá atrás...
—Está muerto, lo sé. Y en el patio... Está el cuerpo del señor Roghen.
—Mierda —Se le quebró un poco la voz— Su esposa estaba segura de que seguía con vida.
Lily hizo una especie de sonido estrangulado.
—He llamado a Dumbledore —continuó, intentando no distraerse por la tragedia—, pero no sé que le diremos al Ministerio. No había nadie más en la casa cuando llegué, pero por la apariencia de todo creo que habían al menos dos o tres. Es un milagro Marlene haya podido hacerles frente...
—Ya le preguntaremos después cómo fue todo —Tragó saliva, buscando poner en orden sus ideas— ¿Crees que pueda aparecerse? Hay que llevarla a algún lado a curarla.
Lily hizo algo parecido a fruncir el ceño. No lograba verla bien en la oscuridad.
—Pensé que iríamos a San Mungo.
—No con los mortífagos vigilando a Regulus. Yo puedo fingir ser inofensiva, pero ellos llevan años cazando a su familia. No sé las daré en bandeja de plata —explicó Priscilla—. Podemos cuidarla en el departamento. Elizabeth y Mary no dirán nada.
—No, no pueden saber nada de la Orden —le recordó Lily—. A ver, James se está quedando dónde Sirius. Podemos llevarla allí.
Priscilla asintió. Después de todo, había dejado las cosas necesarias para realizar unas pociones básicas y Marlene podría descansar sin problemas.
Con ayuda de Lily, recuperó su varita y fue hasta la cocina a revisar a su amiga. Marlene estaba más allá del agotamiento, y apenas conseguía mantener los ojos abiertos. Tenía los brazos llenos de cortes y moretones. Lo de la pierna era más que una simple herida: tenía el tobillo hacia un lado y una gran cuña sangrante en la rodilla. Priscilla revolvió entre los utensilios de primeros auxilios recogidos por Lily. No halló nada extraordinario, mas que para evitar la hemorragia de la pierna y estabilizar un poco el tobillo. Nada de pociones para la reposición de sangre o el reparo de su hueso.
Marlene, por otro lado, se acurrucó en el regazo de Lily, medio adormecida. Alcanzó a extenderles la varita.
—Haced el Priori.
Lily y Priscilla obedecieron. De la varita de Marlene escaparon un par de chispas, y luego el rayo rojo de un hechizo escudo.
—No ha aparecido el recuerdo del mortífago —notó Priscilla.
Lily se guardó la varita y ayudó a Marlene a acomodarse.
—Debe haberlo matado su compañero por accidente —resolvió con evidente alivio—. Gracias a Merlín. Será mucho más sencillo limpiar este desastre.
— ¿A qué te refieres?
—El departamento ha extendido licencia para matar solamente a los aurores, Pri, y la Orden es una organización clandestina. Hacemos el bien, es cierto, pero en el Ministerio no se fían de nadie en este momento. Podrían considerar que interferimos con la ley. Explicar esta situación, en la que Marlene anda ayudando muggles sin supervisión del Ministerio, habría sido muy difícil y la haría lucir mal.
—Pero los mortífagos pueden esconderse por todo el Ministerio —rezongó su compañera.
—El punto es que hay un chance de limpiar esto, y dejar a Marlene fuera de todo.
— ¿Cómo?
Lily lo sopesó durante un par de segundos.
—Yo vine a hacer una visita de rutina ante las preocupaciones de la señora Roghen, lo que no está fuera de la verdad. No es recomendable ir solo estos días, así que me acompañaste... Y encontramos esto así. Hubo un enfrentamiento, escapaste con la señora y los niños al hospital y yo fui en otra dirección. ..
—Revisarán los últimos hechizos de tu varita. Verán que no estuviste metida en ningún duelo.
—Resolveré eso después —apuró Lily—. Justo ahora debería ir a evaluar la situación de la señora Roghen, pedirle que no mencione a la Orden. Y comunicarme con mis superiores, hacer que retiren los cuerpos... Primero hemos de mover a Marlene.
—Yo me encargaré. Aún es de noche; puedo hacerla levitar y andar hasta donde Sirius. Quédate aquí hasta que llegue Dumbledore. Confirma tu plan con él, que sabrá qué hacer.
—Vale —Lily esbozó una sonrisa casi maníaca—. Pensamos mejor juntas, ¿a qué sí?
Pero no era un cumplido. Priscilla atajó a su amiga medio segundo antes de que llegasen las lágrimas, y la sostuvo con fuerza contra su pecho, Marlene en medio de las dos.
—Pensé que encontraría vuestros cadáveres...
—Yo pensé que íbamos a morir.
— ¡Y pensar que os envié en vez de encargarme yo sola!
—Has estado ocupada.
—No importa. No me lo habría perdonado nunca —Lily se echó hacia atrás y le sostuvo el rostro con las manos—. Me alegra tanto que estéis bien.
Priscilla apoyó la frente contra la de Lily, tomando unos segundos de silencio para reestablecerse. La noche estaba lejos de terminar.
*****
James las esperó en la entrada del edificio; por medio de un patronus le comunicaron lo sucedido y los planes a seguir. Al llegar, Priscilla tenía la mano de la varita acalambrada por el esfuerzo de mantener a Marlene el aire, y comenzaba a sentir los primeros signos del agotamiento en cada músculo del cuerpo. Tuvo que recurrir a pequeñas alertas como pellizcarse el antebrazo o morderse la mejilla para continuar alerta.
James se apresuró a alcanzarlas. Tomó a Marlene en brazos y los tres entraron rápidamente para dirigirse hacia el departamento.
— ¿Dónde está Lily? —preguntó cuando se hallaban en las escaleras.
—Se quedó esperando a Dumbledore —dijo Priscilla, sobándose la mano—. Pusimos un par de hechizos alrededor del lugar por si acaso.
—Vale —James no se escuchó tranquilo, sin embargo— ¿Qué hay de ti? ¿Te lastimaste?
—No tengo ninguna herida. Pero me he aparecido más veces de las recomendadas y comienzo a notar el cansancio.
Se detuvo frente a la puerta. La desconcertó notar que estaba entreabierta.
— ¿No es un poco peligroso dejarla abierta?
Como activada por su voz, la puerta terminó de abrirse. Priscilla alzó la varita por inercia, lista para atacar hasta que notó a la persona del otro lado.
—Olvidé decírtelo, nos estaban esperando —James pasó a su lado en dirección a la sala—. Canuto llegó ayer.
Priscilla se quedó en blanco un segundo, sin saber qué decir ante la primera visión de Sirius después de casi dos meses. El chico, a pesar de lucir igual de consternado que ella, se las arregló para tomarla de la muñeca y tirar de ella hacia el interior de la casa.
El movimiento tan brusco sacó a Priscilla de su breve shock. Dejó atrás a Sirius, que ponía algunas protecciones en torno al lugar, y se apresuró a seguir a James hacia la habitación de Sirius. El lugar parecía haber sido arreglado para su llegada: estaba muy limpio y junto a la cama había una pequeña mesa con todas las medicinas de la casa. Marlene estaba ya recostada, sin zapatos ni abrigos. Priscilla se encargó de quitarle los pantalones, y le indicó a James que no era necesario que se quedara para ayudar con nada.
—Haré un poco de guardia en la entrada —indicó antes de irse.
Priscilla intentó apartar de su mente la idea de que algún mortífago pudiera haberlas seguido hasta allí. Por el momento, necesitaba enfocarse en su amiga. Primero se dedicó a la herida de la rodilla, los moratones y rasguños en el resto del cuerpo. Con un poco de pomadas y esencia de díctamo las heridas se compusieron casi por completo y disminuyó el riesgo de infección.
El hueso, sin embargo, era un poco más complicado. Una mala pronunciación o el movimiento erróneo de una muñeca podía desembocar en mil resultados fatales: la desaparición de los huesos o su reparación en una dirección equivocada. La señora Pomfrey hubiera podido reponerlos en un solo segundo, pero Priscilla no se atrevió a hacer nada sin haber revisado sus notas antes. Estas se encontraban en su habitación, y lo mejor era esperar un par de horas antes de volver a salir. Marlene tendría que aguantar un poco más.
— ¿Ya puedo descansar? —preguntó Marlene, apenas abriendo los ojos.
Priscilla la cubrió con la sábana, cuidando de envolverla bien como un pequeño gusano.
—Sí. Puedes dormir cuánto quieras. Iré a prepararte algo para el cansancio y el dolor —respondió, inclinándose para dejar un beso sobre su frente. Duró más de lo recomendado, pues necesitaba un par de segundos para confirmarle a su corazón que Marlene estaba bien.
—Gracias, Pri. No puedo esperar a sentirme lo bastante bien para contaros mi pequeño duelo.
— ¿Pequeño? El seguro de los Roghen no cubrirá ni la mitad de los daños causados.
Eso le arrancó una pequeña sonrisa— Es una suerte que yo tenga mucho oro.
—Era una broma. No tenemos que pagar por los destrozos de los mortífagos.
—No lo decía por ellos —corrigió Marlene en voz baja—. Es lo mínimo que podemos hacer. Por no haber llegado a tiempo.
Priscilla no tuvo nada que responder a esto último. Entre la necesidad de poner a su amiga a salvo y el miedo de que alguien pudiera estar tras ellas, ni siquiera había tenido tiempo de sentirse mal por los Roghen. Después de todos, no eran ni los primeros y tampoco los últimos en sufrir un ataque así; y ella sabía de primera mano que no era el fin del mundo. Desgarrador, sí, pero no quedaba más remedio que continuar avanzando.
Salió al pasillo con la mente revuelta y llena de cosas por hacer. Resultaba extraño estar de regreso allí, donde había pasado tanto tiempo durante los últimos dos años, y sentirse como una forastera. Pero no tenía tiempo para distraerse con recuerdos.
—Marlene está estable —dijo entrando a la sala—. Necesito cocinarle un par de pociones.
James y Sirius habían colocado una silla frente a la puerta y otra en la ventana, respectivamente. El segundo se levantó se inmediato e hizo un gesto hacia la cocina. Priscilla fue hacia ella, a sabiendas de que él la seguía.
—Todo está como hace meses —anunció Sirius, comenzando a rebuscar entre los cajones y estante—. Solo hay un caldero, sin embargo.
—Iremos de lo más urgente a lo demás —resolvió la pelinegra, haciendo un esfuerzo por no desviar sus pensamientos hacia él ¿Por qué no había avisado su llegada? ¿Cuando planeaba volver a escribirle?
Sirius se acercó hacia ella y le extendió el caldero. A pesar del pequeño espacio, Priscilla se las había arreglado para meter una mesa y dos sillas años atrás; él podría haber depositado allí, sin invitarla a acercarse. Pero nada entre ellos podía ser tan fácil. Ni siquiera era capaz de estar en el mismo lugar que él sin sentir que su corazón se comprimía en su pecho, desesperado por ir hacia dónde pertenecía.
Se obligó a extender la mano y coger el caldero. Lo dejó sobre la mesa y comenzó a viajar entre los estantes de la cocina, recogiendo esencias y algunas hierbas enfrascadas. Sirius se retiró a la entrada de la cocina para dejarle espacio.
—James me dijo que era peligroso para Marlene ir a San Mungo —comentó de repente— ¿Qué está sucediendo allá, Floyd?
Priscilla terminó de recoger cosas y fue a por el cuchillo y la tabla. No se sentía lo bastante serena como para tomar asiento, así que se mantuvo en pie y comenzó a cortar, pensando que habría sido más fácil lanzarle la conversación a cualquier otro en la Orden.
—Regulus fue ingresado hace un par de días —dijo, enfrascada en su labor—. Alguna especie rara de serpiente lo atacó y la herida tomó más de lo normal en sanar. Saldrá pasado mañana. Cuando llegó, estaba acompañado de un mortífago. Han venido a visitarlo desde entonces, como para asegurarse de que no se le vaya la lengua.
—Espera, ¿qué? —Sirius dio un paso al frente, atónito— Estamos en septiembre; debería estar en clases.
—Lo sé. Pero se rehúsa a llamar a sus padres y puesto que es mayor de edad, es él quien decide.
—Es un crío sin ningún tipo de criterio ¿Y ahora resulta que lo están extorsionando los mortífagos?
—No pueden extorsionarlo si es uno de ellos —apuntó Priscilla—. Lo he hablado con Dumbledore y...
— ¿Dumbledore? Por Merlín, Floyd, ¿qué hay de mí? ¿No pensabas que era prudente decírmelo cuando es mi hermano menor?
—No sabía cuándo regresarías y es imposible hablar contigo sin saber dónde estás —replicó, haciendo un esfuerzo por mantener la compostura—. De todos modos, el punto es que era demasiado peligroso poner a una McKinnon en su punto de mira...
— ¿Y no es peligroso para una nacida muggle estar cerca de ellos?
Se forzó a ignorar la alerta en su tono de voz.
—No sé si saben que soy yo. De todos modos, estoy tomando todas las precauciones para ir y venir.
—Es una locura, Floyd.
—No más que irse a espiar magos oscuros por todo el continente —rezongó.
—Estaba haciendo mi parte. Trabajando en pro de la Orden ¿Por qué me lo sacas en cara?
— ¡No lo hago! Eres tú el que está reclamándome por todo —Soltó el cuchillo y se giró para encararlo. No tenía ni el tiempo ni las fuerzas para atender sus preocupaciones— Yo también estoy cumpliendo mi parte, Sirius. Sé que es un riesgo, pero honestamente, todos estamos en peligro a cada minuto. No se puede evitar. Y no voy a dejar de lado mis estudios, mi futura carrera, hasta que deje de ser peligroso, con la esperanza que Voldemort y sus mortífagos caigan dentro de no sé cuantos años...
Se detuvo de golpe, tal vez notando la dureza en sus palabras. Él la observaba muy quieto, y ella reparó en ciertas marcas producto de su viaje. Un pequeño rasguño sin sanar en la mejilla; el recuerdo de un golpe en la sien; dos bolsas azules bajo los ojos, tan delgadas que dejaban traslucir las venas fluyendo por detrás. Empezaba a sentirse culpable cuando él decidió hablar.
—No he estado recogiendo flores estas últimas semanas. Si vieras los rincones donde he dormido y lo que tuve que comer... Y ahora llego y resulta que tienes mortífagos respirando en tu nuca y que mi hermano fue herido por una jodida serpiente —Colocó una mano sobre la mesa y se inclinó hacia ella—. Mi relación con ambos es una mierda, pero en tanto Regulus ha seguido el camino de mis padres, yo he causado el desastre contigo. Ni siquiera tengo derecho a preocuparme demasiado.
Si bien no fue suficiente para hacerla sentir culpable ni justificar su reclamo infantil, detuvo a Priscilla de poner los ojos en blanco ante su actitud. No, no se imaginaba dónde había dormido ni qué tuvo que comer, pero su aspecto demacrado revelaba algunas pistas.
—No digas eso —Alcanzó a decir—. Puedes preocuparte por mí, ¿vale? Yo fui la que decidió terminar y aún así te ofreciste a informarme cada tanto que estabas bien. Porque sabías que me preocupaba por ti. Quiero decir, no puedes lavarte las manos de un día para otro. Pero nos enfrentamos a lo mismo, Sirius, y ambos deseamos colaborar a nuestra manera. Es decisión de cada uno.
A Sirius le tomó un par de segundos asentir.
Algo en el tren de pensamiento de Priscilla la llevó hacia la gente que amaba, y los papeles asumidos por cada uno para colaborar. Terminó por fruncir el ceño.
—Ahora que lo pienso... Lily debería llegar en cualquier momento. Sino, habrá que enviarle algún mensaje...
—Ya lo haré yo —repuso Sirius, deseando ser de ayuda—. Avísame si necesitas cualquier cosa.
*****
Fue una noche larga. Priscilla estuvo largo rato frente al caldero, esmerada en cuidar el proceso de cada poción. Lily, por otro lado, llegó al cabo de un rato, hastiada de papeleos y tragedias; el grupo se reunió en la cocina a escuchar su relato. Ella y Dumbledore debían declarar al día siguiente en el Ministerio, pero la mayor parte de la burocracia estaba cubierta y Marlene no pintaba por ningún lado. La señora Roghen, por otra parte, debía reponerse unos días en San Mungo y sus hijos irían a manos de una hermana suya. La Orden les ofrecería protección, pero el asunto podría irse de las manos en cualquier momento.
Priscilla le suministró algo para los nervios y la mandó a descansar. Aunque Lily deseaba estar al pendiente de Marlene, sabía que su amiga era más que capaz de encargarse sola y terminó yendo a dormir junto a James. Entonces solo quedaron despiertos Priscilla y Sirius. Este último colocó algo de música y abrió el sofacama de la sala, donde se recostó a entretenerse con la varita.
Priscilla continuó pendiente de Marlene un rato más. Le preocupaba que pudiera cogerle una fiebre a causa de la pierna, y necesitaba asegurarse de que el tobillo estuviese inmóvil ante cualquier movimiento brusco. Tardó bastante en darse cuenta que Marlene estaba tan bien como podría ser y que era momento de dar un paso atrás y esperar su lento progreso.
Había un espacio en la cama junto a su amiga, idóneo para recostarse hasta el amanecer. Pero aquella continuaba siendo la habitación de Sirius, donde habían pasado incontables horas juntos y que ahora le parecía un error estar invadiendo. Sería imposible pegar ojo allí. Por otro lado, Sirius estaba en el sofácama y jamás aceptaría intercambiar lugares con ella. Priscilla comenzó a quitarse los zapatos mientras sopesaba ambas opciones.
No fue demasiado difícil suponer que si cada cosa en la cocina continuaba en su lugar, toda la ropa que había dejado allí también. Así, pequeños trozos de su orgullo fueron cayendo al piso mientras tomaba cosas de los cajones. Estaba dejando las prendas sobre una silla cuando escuchó la puerta crujir.
Levantó la mirada a tiempo para ver a Sirius colocar un pie dentro de la habitación. Iba descalzo y con la camisa entreabierta. El cabello le caía en desordenadas greñas sobre la frente. Contuvo la respiración un instante, medio embebida por su presencia y el cansancio. El frío de la madrugada que se colaba entre las ventanas entumecía la punta de los dedos y le pareció extraño verlo tan resuelto.
— ¿Qué tal Marlene?
—Estable. Al menos por ahora. La reviso cada tanto...
—Qué bueno. —Sirius mantuvo una voz cautelosa— ¿Vas a descansar?
—Supongo. Es decir, debería, pero... —Desvió la mirada hacia la habitación— Es extraño, ¿no crees? ¿Por qué has dejado todo en su lugar?
Sirius se quedó en blanco, sin saber qué contestar, pero ella tampoco estaba esperando una respuesta inmediata. Lo vio aproximarse con una expresión curiosa, como evaluando sus próximas palabras.
—Tienes la cara manchada de sangre y humo de caldero —declaró al detenerse frente a ella—, y la ropa.
—Qué gran observación.
—No es eso —negó él—. Pareces una sanadora de verdad. La forma en que has cuidado de Marlene, de Lily... Es impresionante. Es más que un trabajo; deseas que las personas que amas estén bien.
Priscilla se removió en su lugar.
—Es lo que todo mundo quiere.
—Hay una diferencia entre desearlo y hacer algo al respecto.
Vale, pero hacer algo al respecto no asegura que salga bien, pensó Priscilla, pero no lo dijo. No deseaba poner esa mirada culpable en el rostro de Sirius.
— ¿Quieres tomar una ducha?
—Lily seguro se acabó todo el agua caliente —suspiró Priscilla—, y no me quedan fuerzas ni para abrir la llave.
Sirius alzó la mano para apartarle del rostro un mechón de cabello, tan sudado y mugriento que se había apelmazado. Estaba borracha del cansancio, o harta del falso desinterés, porque se halló así misma cerrando los ojos ante el contacto, a punto de desvanecerse sin haber podido ni sentarse.
—Con magia siempre puedes hacer agua caliente —Le extendió una mano—. Yo te ayudo.
No era necesario poner las cartas sobre la mesa, ni recurrir a un recién aparecido puritanismo para apartarle la mano de un golpe y alejarse de él. No era lo que necesitaba en ese momento. Cuando el mundo comenzaba a difuminarse, allí estaba Sirius, dispuesto a sostenerla mientras su cerebro se tomaba un merecido descanso.
Lo tomó de la mano y dejó que la guiase hasta el baño. Sirius puso a llenar la bañera y ella encendió la punta de su varita para alumbrar el lugar. No era demasiado grande, pero tenía lo suficiente, y una bañera de puntas cuadradas empotrada en uno de los rincones, con el bastante espacio para los dos. Priscilla se dió vuelta para cerrar la puerta, y aún en contra de su buen juicio, decidió pasar el pestillo. Contempló el cerrojo en silencio, mientras se llevaba las manos al borde del suéter para quitárselo. La atajaron otro par de manos, más callosas y grandes, que la tomaron de los brazos para alzarlos y poder encargarse ellas de sacarle la prenda.
Sentía la respiración de Sirius en el hombro, y la mejilla de él apoyada en su cabeza. Deshizo el broche del sujetador sin mucho esfuerzo y lo deslizó a través de sus brazos; fue a unirse en el montón sobre el lavamanos. El pecho de Priscilla respondió erizándose, como si una pequeña flama le hubiera nacido en el pecho, y animada por el frío o el contacto de Sirius, ahora estuviera extendiéndose para calentarle hasta la punta de los dedos. Echó la cabeza hacia atrás, apoyándose en él, mientras lo sentía maniobrar el cierre de su pantalón. Pudo sentir el latido de su corazón contra la espalda.
Todo su racionamiento y precauciones estaban en un lugar lejano, encerrados en algún rincón de su mente, aunque no en contra de su voluntad. Ambos parecían haber decidido hacerse a un lado, para permitirle a Priscilla disfrutar de aquel momento. Todos sus miedos, reprimidos durante los últimos días, fluyeron ante ella, revelándose sin temor a ser echados a un lado, confiados en que su dueña les daría una solución.
Los dedos de Sirius se detuvieron un momento sobre la piel del vientre, causándole un escalofrío. Se dio la vuelta, enfrentándose por fin a su mirada. No despegó los ojos de los suyos mientras él se agachaba y comenzaba a bajarle la cinturilla de los pantalones.
— ¿Por qué no me dijiste que regresabas? —Preguntó, sacando un pie de la prenda.
Sirius guardó silencio mientras hacía una bola con la tela y la dejaba en el lavamanos. Lució entre indeciso y avergonzado.
Priscilla lo ayudó a ponerse en pie, tomando el turno. Fue deshaciendo los botones de la camisa antes de echarla hacia atrás y dejarla caer al suelo. Luego continuó con el broche del cinturón.
—Dime la verdad —exigió.
—No quería dejarte de escribir —dijo sin verla a los ojos—. Y sospecho que tú tampoco.
Sirius se quitó los pantalones por sí mismo, y ni él tuvo deseos de dejarlos en otro lugar que no fuese el suelo. Priscilla lo evaluó con más cuidado y aprehensión. Los huesos de la clavícula le sobresalían más de lo normal, y aquí y allá en el tórax tenía pequeños moretones amarillos y verdosos a punto de desaparecer.
— ¿Dónde te metiste?
Sirius negó con la cabeza— Ya no importa, Floyd, todo salió bien. Y tengo un montón de historias increíbles sobre monstruos y trampas.
Priscilla negó con la cabeza, sin hallar en aquello ningún consuelo. Extendió los dedos para rozarle con cuidado por encima de las costillas, que como otras partes del cuerpo, estanam ,arcadas por tinta.
—A veces se me olvida que tienes mis el color de mis ojos encima —murmuró, dando un paso al frente, sintiendo que se le erizaba nuevamente la piel.
Sintió los dedos de Sirius posarse sobre su abdomen, e iniciar un lento recorrido hacia arriba. Primero pasó sobre el ombligo, luego se detuvo más de la cuenta en el valle de sus senos y pareció descansar, por último, en el hueco de la clavícula. Iba cortándole la respiración a Priscilla a medida que ascendía, iba recordándole todo lo que aún albergaba en su interior.
—Me ayuda a sentirme cerca de ti cuando estamos lejos —susurró, echándole el cabello hacia atrás. Se le escapó un suspiro en forma de risa—. Te hiciste la tercera flor. No estaba seguro, después de todo...
Fue como si con los dedos él hubiera deshecho un nudo invisible en su interior, porque se halló sonriendo. Cuánto había extrañado aquella sensación, como si pudiera dejar a un lado todas sus defensas y sólo ser honesta.
—Yo tampoco —confesó— Pensé que no lo haría, por lo que sucedió y nuestra distancia. Y de repente desperté un día, fui y me lo hice. Con todas las cosas que me estaban pasando, supongo que yo también necesitaba ayuda para acercarme a ti, y tus notas también me sirvieron —Lo tomó con cuidado de la mano—. Ven.
La bañera estaba a punto de llenarse, pero a ambos les importó poco si se derramaba. Tenía una temperatura deliciosa y olía a lavanda. Primero entró él, recostando la espalda en uno de los extremos, y luego ella. Decidió sentarse en la mitad, para poder verlo a los ojos un rato más, antes de que las cosas siguiesen su curso natural. Sirius cogió la pequeña manguera de la ducha y la colocó sobre su cabeza.
—Tendremos que poner más jabón —rio Priscilla, al ver que las manchas rojas y marrones iban abandonando su cuerpo. Se mantuvo quieta, mientras que Sirius le iba masajeando el cabello con la otra mano para dejar entrar el agua.
Una expresión extraña le ocupaba el rostro. Entre concentrado e inmerso, la miraba sin verla, captando algo más que el físico tangible ante sí. Cuando dejó caer unas gotas de champú sobre el cabello y pudo usar todos los dedos para limpiarlo, sus movimientos dejaron entrever una especie de devoción, de eterno cariño que ni todo el tiempo ni todas las peleas del mundo podrían borrar. Continuó así todo el rato.
Le pasó la esponja por los brazos, el cuello y el pecho, sonriendo al ver sus pezones fruncidos, pero sin comentarlo. Tuvo que acercarse hacia ella para alcanzarle toda la espalda, y la sintió suspirar contra su cuello, estremecerse con caricias inocentes y benévolas. Sirius tuvo que respirar hondo un par de veces, empujar fuera todas las ideas maliciosas que se le ocurrían. Llevaba meses extrañándola, recordando lo que se sentía envolverse con ella, ser acariciado por ella... Pero en aquel momento necesitaba cuidarla, hacerle saber que sin importar qué, estaría allí para sostenerla.
Intentó echarse hacia atrás, pero Priscilla lo detuvo presionando los muslos contra sus costados. Lo había envuelto silenciosamente y ahora no parecía dispuesta a desenredarse. Sin darse por enterado, Sirius volvió a coger la manguera y fue quitando los restos de jabón del cuerpo de Priscilla. Le apartó los mechones negros del rostro; deslizó la mano libre en torno a su cuello, cortándole la respiración por un segundo; y luego bajó por su pecho. La miró, frunciendo el ceño, mientras rozaba con los nudillos uno de sus senos.
Se sentía al borde del abismo. Antes habían estado todo el día juntos, riendo, jugando, y durante las vacaciones pasaban casi todas las noches juntos. Había fantaseado con el término de las clases, a sabiendas de que incluso si vivían en lugares distintos, la libertad de hacer lo que quisieran con el otro sería mucho mayor. Ahora eran solo fantasías lejanas que no dejaba ir del todo.
Priscilla estaba sonrojada de pies a cabeza. Entre abrió lo labios, se pasó la lengua por ellos y luego habló.
— ¿Me has extrañado?
— ¿Por qué preguntas? —Sirius respondió en un susurro ronco.
—He pensado que... Ha pasado un tiempo. Yo fui quien decidió terminar —Tragó saliva—. No te culparía si has seguido adelante. Solo me preguntaba.
—Han pasado dos meses, Floyd —apuntó Sirius—. Y yo fui quién lo arruinó ¿Cómo podría seguir adelante tan rápido después de eso? ¿Tú has podido?
Las pocas veces que la había visto después de la ruptura, Sirius no estaba seguro de qué decir. Se sentía torpe y culpable, merecedor de toda la rabia y los insultos que ella aún guardase. Aquel momento no era distinto, pero se animó al percibir su duda.
—Nunca he creído que haya terminado, Priscilla. Por eso no he movido ninguna de tus cosas —Le abrió la palma sobre el pecho, buscando sentir los latidos de su corazón—. Puede que sea una tontería, que me esté engañando a mí mismo, pero así es. Debes saberlo.
Ella asintió, cerrando los ojos un instante, más allá del alivio al oír tales palabras. No lo necesitaba. Sabía que no lo necesitaba. Después de haber trabajado toda la noche, de colgarse a la espalda el duelo de sus padres para seguir pateando la vida, de mantener guardias infinitas en el hospital, no se consideraba lejos de lograr muchas cosas, con el debido esfuerzo. Pero en aquel momento recordó que, por más que pudiera hacer todas esas cosas sola, aún deseaba tener a quién volver tras hacerlas. Alguien para reír, para besar, para tocar...
Y Sirius era quien le quitaba el aliento. Cínico, valiente, coqueto. Un mentiroso de primera.
Abrió los ojos. Sacó una mano del agua y se la puso en la nuca, haciendo a un lado los mechones desordenados que ya conocía bien. Se inclinó hacia adelante.
Él reaccionó de inmediato, rodeándola por la cintura para tirar de ella, echarse hacia atrás y posicionarla sobre sus piernas. La vio arquearse con aquel toque, pegándole los senos al pecho sin pudor, dejando escapar un suspiro. La sintió clavarle las uñas en el cuello, mientras bajaba el rostro con un único objetivo.
Debería haberla detenido; para preguntar qué significaba aquello, si lo perdonaba, si estaba dispuesta a arreglar las cosas. Pero egoísta o no, descubrió que en aquel instante, no le importaba tanto eso como adueñarse de cada centímetro de su piel. Llevaba semanas extrañándola... Y sospechaba que Priscilla tampoco deseaba contestar ninguna de esas preguntas.
La recibió abriendo la boca y extendiendo la lengua para acariciar la suya con deseo y anhelo, con el gozo hacia algo que se ha pedido durante mucho tiempo y que pensaba jamás volvería a tener. Ya no había frío, ni mejillas heladas o dedos congelados. En aquel momento ambos hervían. Los labios creaban fricción para dar vida a la llama, los dedos la extendían por cada poro de la piel y más allá del vientre de ambos, la dinamita esperaba su turno de explotar.
Con una mano, Priscilla se apoyó en el borde de la bañera, y con la otra lo sostuvo por la nuca, guiando el beso con determinación. Llevaba semanas sin respirar, y ahora, por fin, tenía de vuelta el oxígeno. La forma en que Sirius movía la boca contra la suya, en que sabía cuándo un mordisco la haría gemir, en que le acariciaba los labios; todo eso era de él y nadie más. Sintió que comenzaba a recorrerle el cuerpo con ambas manos como adoraba hacerlo: clavándole los dedos en la cadera, apretando con fuerza sus muslos. No era fácil saberlo estando empapada, pero su entrepierna comenzaba a doler y vibrar, ansiosa después de tanto tiempo lejos.
Sirius quitó una de las manos y buscó a tientas algo a su espalda. Se escuchó un pequeño plop y el agua comenzó a descender.
—Creo que es mejor así. Estaba un poco sucia —explicó con cierta timidez.
—Tienes razón —sonrió ella, rozándole los labios, estremecida de deseo—. Por favor, Sirius...
Él llevo un dedo a su centro y la acarició un poco, buscando tantear de manera superficial su exitación. La vio girar el rostro para ocultarse y proferir un gemido ahogado. Se presionó contra su pecho, al tiempo que bajaba las caderas para frotarse contra él. Decidido a complacerla, internó par de dedos en ella y comenzó a moverlos, lentamente, ayudándose del pulgar para estimularla por ambas partes.
No sabía si le gustaba más sentir su calidez en palma de la mano; o tenerla tan cerca del oído que captaba cada suspiro tembloroso, cada gemido arrebatado y las pequeñas exhalaciones varios tonos más arriba de su voz normal. Fue esto lo que lo ayudó a captar claramente cuando ella comenzó a negar.
—Espera, espera —pidió en voz baja—. No me hagas venir así. Te quiero a ti.
Priscilla lo ayudó a echarse un poco hacia abajo, en tanto él apoyaba los antebrazos en el borde de la bañera para sostenerse. La dejó hacer el resto, limitándose a echar la cabeza hacia atrás y disfrutar de la visión ofrecida. Ella lo guió hacia su interior y fue sentándose sobre él poco a poco, cerrando los ojos para disfrutar mejor la sensación de estar juntos después de tanto tiempo. Fue imposible que ninguno contuviera los gemidos cuando empezó a moverse.
Era lo que necesitaba. Nada de guerra, de duelos, de gente histérica... Solo ella y Sirius, unidos en algún lugar más allá de todo, dónde nadie podía alcanzarlos, dónde solo ellos tenían permitido el acceso. Un lugar en el que solo importaba el otro y su amor, el otro y sus besos, el otro y su alma. Un lugar que nadie había contaminado con traiciones y asesinatos.
Abrió los ojos y lo miró durante todo el trayecto. Él había cerrado los ojos, y dominado por una mueca de placer, le daba el timón para encargarse de todo. Así que también él anhelaba eso; la conexión. Le pareció a Priscilla que ninguna otra persona podría nunca ocupar el lugar de Sirius; nadie tenía el mismo gesto altivo, el andar de la realeza, la mirada llena de tormenta y tempestad. Y era suyo, sólo suyo, sin importar el tiempo transcurrido o las palabras pronunciadas.
Esperó a que él explotase dentro de ella para buscarlo. Murmuró un «ven» y él se acercó, aunque desorientado por el orgasmo, para envolverla con los brazos y apretarla contra sí. Comenzaba a helar, pero no podría importarle menos; si Sirius estaba junto a ella, solo necesitaba un par de roces y unos cuantos besos para recuperar el calor. Le buscó la boca, torpe entre el movimiento que aún persistía, y lo encontró murmurando algo contra ella. No alcanzo a entenderlo porque llegaba su propio climax, y escondió el rostro en su cuello, para dejar escapar un gemido final.
Le pareció que Sirius se estiraba para abrir el grifo tras ella, pero no salió de su escondite para verificarlo. Pronto comenzó a sentir el agua tibia ascenderle desde las rodillas, en tanto él se inclinaba para recostar la espalda en la bañera y traerla consigo. Priscilla movió la nariz contra su cuello, le pasó los brazos alrededor del torso, dándole a entender que no planeaba marcharse de ahí en un largo rato; incluso si se le quedaban los dedos arrugados y perdía el color de los labios.
Sirius tampoco planeaba dejarla marchar. Continuó abrazándola, repasando en su mente las palabras que antes habían tenido el valor de pronunciar. Te amo, te amo.
******
holaaaa! lo que ha sido esta escena del final, madre mía. empecé y luego no pude detenerme, espero que les gustase
02/10/22; 21:14
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top