Capítulo 11. Resolución.
Fueron, al menos por el momento, las dos semanas más importantes en la vida de Priscilla. Y le alegraba decir que le fue excelente.
En realidad, sus nervios provenían más de la inseguridad que de otra cosa; porque si pensaba con la cabeza fría, era algo obvio que no iba a reprobar. Había prestado atención y estudiado cada clase durante todo el año escolar, y practicado sola o con sus amigas los hechizos que le resultaron complicados. Al igual que en los primeros cuatro años de estudio, Priscilla había puesto todo su esfuerzo en ellos, y ya era hora de que empezara a confiar en sí misma.
Lo bueno fue que, con el paso de los días, sus amigas también se relajaron un poco. O al menos lo intetaron; porque la pobre Mary salió llorando del examen de Historia de la Magia tras haber dejado más de la mitad de su hoja en blanco.
— ¡Me quedé completamente bloqueada! —hipó en los brazos de Lily, que le acariciaba el cabello— ¡No sabía qué poner!
—Comprendo lo frustrante que debe ser —Priscilla se balanceó sobre sus pies, sin saber que decir. En realidad, ahora se sentía algo culpable; había estado tan concentrada en sus propios estudios, y confiando en que a sus amigos como Sirius y Alice les iría bien, que olvidó a otros que podrían haber necesitado su ayuda.
—Pero de todas formas, cariño, tú no quieres ser historiadora o algo por el estilo, ¿verdad? —sugirió Marlene.
—N-no —aceptó Mary—. Pero vosotras siempre decís que lo mejor es aprobar todos los exámenes posibes.
—Pero no es para tirarse de los cabellos —agregó Alice cogiéndola de la mano.
—Vamos a tomar un poco de aire —ofreció Priscilla, y Mary asintió temblorosa.
—Les juro que el último día me tiraré al lago ¡Hemos soportado demasiado calor y muchos exámenes! —suspiró Marlene cuando salieron al cálido sol de Junio. Había guardado la túnica en el bolso, así que se soltó el cabello y corrió hasta la orilla del lago.
Priscilla sonrió, y sintiéndose llena de vida, tomó la mano de Mary y la hizo correr hasta donde había llegado Marlene. La brisa era fresca para estar tan cerca del verano y la espontaneidad de la situación hizo a Mary reír del gusto. Pronto Alice y Lily se les unieron, y al detenerse las seis chicas a orillas del lago, riendo y tomadas de las manos, casi podían oír el fuerte latido de sus corazones.
—Vamos a ser jodidamente increíbles cuando nos graduemos —declaró Priscilla en voz alta, con el pecho hinchado.
—Más de lo que ya somos —añadió Alice.
—Y cumpliremos cada uno de nuestro sueños —dejó escapar Lily, casi sin querer. Tenía las mejillas casi tan rojas como su cabello.
—Voy a pelear en la guerra —anunció Marlene, y sus amigas se volvieron hacia ellas. La rubia, con el cabello desordenado, tomó una gran bocanada de aire—. Me uniré al Ministerio, o a La Orden del Fénix, y no descansaré hasta que los mortífagos sean derrotados y cada mestizo y nacido muggle esté a salvo. Y nadie tenga que temer por la seguridad de su familia nunca más.
El silencio las invadió durante un par de segundos. No había duda en el rostro de Marlene, sino una determinación de acero que confirmó sus palabras. Y en realidad, le faltaba menos de un año para cumplir la mayoría de edad. Tenía toda la vida por delante, y con ella las decisiones más importantes que les definirían.
—Y yo pelearé contigo —declaró Priscilla, conteniendo la respiración. Los ojos se volvieron hacia ella—. No sé mucho de Órdenes, o de si me aceptarán en el Ministerio. Ni siquiera sé si aprobaré los exámenes. Pero no me quedaré sentada a un lado.
Mary le apretó la mano a Priscilla, como dándole su apoyo. Lily sonrió, mirando a sus amigas.
—Estamos juntas en esto —prometió, y todas sus amigas lo creyeron.
***
Los exámenes continuaron y Priscilla los enfrentó como nadie. Aunque los nervios siempre le cerraban la garganta, Sirius se encargó de llenar su plato en cada comida y cuidar su apetito. Priscilla comenzó a sentirse con más energías y a considerar lo importante de una buena comida. Sirius también practicaba con ella en los jardines, dónde les era permitido lanzar hechizos siempre y cuando no fueran a hacer explotar un trozo de tierra. Uno de esos días, Priscilla quedó colgado en el aire, con un pie en alto. Lo bueno es que esa mañana se había puesto pantalones bajo la túnica.
— ¡Eres un tramposo! ¡Creí que habíamos acabado! —le gritó a Sirius, pero su sonrisa la traicionaba. Se apuntó a sí misma con la varita— ¡Liberacorpus!
Priscilla esperaba caer al suelo en un golpe ligero, pero Sirius la atajó con ambos brazos y una firmeza increíble. Ella se preguntó de dónde había sacado la fuerza para no tambalearse, al tiempo que apoyaba ambas manos en el pecho de Sirius para recuperar el equilibrio. Era cálido, y no solo bajo sus palmas, mas bien era como si el aura de él la envolviera, desde sus manos en la cintura de Priscilla, hasta su aliento que le calentaba la nariz y el latido de su corazón bajo los dedos de la chica. Palpitaba fuerte y acelerado, y ella no sabía si era por su cercanía o por el entrenamiento previo. Sirius se había quedado callado, pero no le soltaba.
En la muñeca le relució el ámbar que adornaba la nueva y única pulsera de Priscilla, y fue como un faro que le sacó de su ensoñación.
— ¿Tu trampa significa que aún practicamos? —preguntó Priscilla echándose hacia atrás, sacudiendo la cabeza para despejar la mente.
—Podemos dejarlo así por hoy —aceptó Sirius, pasándose una mano por el cabello. Tenía las mejillas sonrojadas y Priscilla pensó que era por el calor. El chico fue a recoger ambas mochilas y se las colgó al hombro, entonces ambos comenzaron su camino hasta el castillo.
A Priscilla no se le escapaban las miradas que les echaban algunos estudiantes, especialmente las chicas que, a leguas se notaba, estaban coladas por Sirius. El rumor de que ellos dos eran pareja se había disipado hacia meses, incluso antes de que Sirius saliera con aquella Ravenclaw, pero Priscilla sospechaba que ciertas personas aún tenían sus dudas. Los dos pasaban mucho tiempo juntos, después de todo, y se sentían cómodos con el otro. No era de sorprenderse que cualquiera dudase cuando Priscilla no se veía en compañía de ningún otro chico.
— ¿Has pensado en qué harás durante el verano? —cuestionó Priscilla.
—Las vacaciones familiares quedan descartadas, eso es seguro —bufó Sirius—. Aunque puede que me vaya de viaje con mi tío Alphard, nos llevamos bien y lo hemos hecho otras veces. Si tengo suerte.
— ¿A qué te refieres?
—Un par de veces mi madre se esmera tanto en fastidiar a mi tío, que termina yéndose de viaje antes de que yo vuelva a casa —Sirius se encogió de hombros—. Otras veces me escapo las últimas semanas a casa de James.
—Eres un rebelde —notó Priscilla.
—Eso es lo que intento —coincidió— ¿Que harás tú?
Priscilla se encogió de hombros.
—Algunas cosas aburridas de muggles —contestó—. Pasaré unos días con Marlene, también.
—No me gusta pensar que no nos veremos hasta septiembre —suspiró Sirius, y envolvió los hombros a Priscilla con un brazo—. Eres una compañía extrañamente agradable, Floyd. Uno se acostumbra.
—Pues gracias —sonrió ella, con el mismo tono irónico. Ahora ambos tenían las mejillas sonrojadas.
***
Uno de los últimos exámenes fue el de Encantamientos; y llegó cuando Priscilla casi había creído que saldría ilesa de aquellas dos semanas.
La situación de Mary mejoró, porque varias de las chicas le ayudaron a repasar y le hacían dormir ocho horas completas; así que entraba más calmada a los exámenes. Eran ya los últimos días y los estudiantes casi respiraban el dulce sabor de la libertad, de esperar sólo dos semanas para recibir sus notas. Priscilla se imaginaba tomando té helado, bromeando con Sirius, fantaseando con las chicas sobre su mes en Gales y... Casi olvidando todo lo que sucedía en las afueras del castillo, en el verdadero mundo mágico. Pero lo que sucedió después de aquel exámen habría de recordárselo.
Priscilla y Mary caminaban por el inicio del lago con los pies descalzos, dónde el agua apenas les llegaba por los talones, y de vez en cuando salpicaban a las otras. El resto de las chicas estaba sentada a la orilla y sumerjían los pies para refrescarse.
—Frank trabajará durante todo el verano junto a su padre en el Ministerio —bufó Alice, a quien Marlene y Lily escuchaban—. Augusta le consiguió el puesto y dice que es bueno para él que vaya relacionándose desde joven... No creo que podamos vernos.
— ¿Y a ti qué? Pasarás un verano genial en Gales —sonrió Marlene—. Ya va siendo hora de que dejemos de hablar de chicos, ¿no creéis? Me fastidia que siempre estén metidos en nuestras conversaciones.
—Vale, pero nosotras los traemos a colación —balbuceó Alice.
— ¿Dices que te molestan los chicos? —Lily se apartó el cabello de la cara—. Pero si todo el mundo te vio coqueteando con Remus el día que ganamos la Copa de Quidditch.
—Os véis tan dulce juntos —saltó Mary. A Marlene se le subió el color a las mejillas.
—Solo hablamos —explicó Marlene—. Y si eso para vosotras es coquetear, hay mucha tela que cortar sobre lo que hacen Priscilla y Black.
—Oh, ¡no otra vez!
—Ya os he dicho múltiples veces que somos amigos —Priscilla apoyó las manos en las caderas, aunque de repente la piedra en su muñeca pareció pesar cien kilos.
Pero no era por eso que Lily había gritado. Miraba hacia un punto en los jardines tras sus amigas, dónde un grupo de estudiantes reía con gusto. Sin perder el tiempo, la pelirroja se calzó los zapatos y salió pitando hacia donde dos muchachos de cabellos oscuros y túnicas con el emblema de Gryffindor acaban de hechizar a un chico de pelo grasiento y corbata verde.
— ¡DEJADLO EN PAZ! —le gritó a ambos chicos. Entretenidas en sus chismes, las chicas no habían notado la pelea que se desató tras ellas, pero lo cierto es que oían con perfecta claridad lo que sucedía allí.
— ¿Qué tal, Evans? —saludó James.
—Dejadlo en paz —repitió Lily— ¿Qué os ha hecho?
Las chicas les observaron con una mueca preocupada.
—Ojalá Lily estuviera alrededor cuando Snape le lanza maleficios a estudiante de primer año —gruñó Marlene, poniendo los ojos en blanco—. O cuando se ríe por lo que hace Avery. Me gustaría ver qué va a decir.
—No hay peor ciego que el que no quiere ver, Len —replicó Priscilla, pero tuvo la impresión de que nadie la había escuchado.
Aquello no era distinto a otras veces. Lily se puso a discutir con James, mientras Snape escupía jabón y Sirius observaba divertido. Priscilla se calzó los calcetines, luego los tenis, y comenzó a dar unos pasos vacilantes hasta allá. Se detuvo al lado de Peter, quién le saludó con una sonrisa cómplice; como si a Priscilla le divirtiera la situación.
En realidad, le cansaba. Tanto Potter como Snape encontraban gusto en burlarse de los demás, solo que uno tenía más encanto que el otro. Y amigos verdaderos.
Sirius se percató de la llegada de Priscilla, pero como el rostro de la muchacha denotaba pura curiosidad, no encontró nada extraño y siguió en lo suyo. Priscilla, por el contrario, no dejaba de mirar a Severus, y mientras los otros tres discutían, le vio alzar la varita y...
— ¡Eh! —dio un paso al frente y tiró del codo de James para apartarle del camino que el chorro de luz recorrió. Mala elección, porque termino cogiendo ella la maldición. Un tajo le cruzó la mejilla y oyó Lily soltar una exclamación sorprendida. Segundos después, Severus flotaba en el aire y sus calzoncillos grises quedaban a la vista de todo el mundo.
— ¿Tu madre no te enseñó que a una dama no se le agrede? —se burló James, y los ojos de Severus y de Priscilla se encontraron; ambos sabían cómo era la madre de él.
Priscilla sintió que alguien le tocaba la espalda y vio a Sirius extenderle un pañuelo. Vaya ironía.
—Mal momento para intervenir, Floyd.
—Estoy bien —mintió la chica, pero cogió la tela y se la presionó contra la mejilla para detener el sangrado.
— ¡Bajadlo! —exigió Lily, que ya no se fijaba en Priscilla.
—Cómo quieras —aceptó James, y dejó caer a Severus contra el piso. El muchacho apenas había atinado a ponerse en pie cuando Sirius exclamó «Petrificus Totalus» y cayó como un tronco sobre el césped.
— ¡Suficiente! —y Lily enarboló su varita.
—Evans, no me hagas echarte un maleficio —le pidió James con fingida seriedad.
— ¡Pues retírale la maldición!
—Vale —accedió James con un suspiro, y dejó a Severus libre—. Has tenido suerte de que Evans estuviera aquí, Quejicus, o si no...
— ¡No necesito la ayuda de una asquerosa sangresucia como ella!
El grito arrancó las exclamaciones de algunos y Priscilla dió un paso hacia atrás, aturdida. Sirius aún no le soltaba y al percatarse de su paso, también vio el gesto de sorpresa y dolor en su rostro. Tuvo que mirar varias veces de Snape a Priscilla hasta que una idea comenzó a tomar sentido en su cabeza. Sirius la soltó y se alejó un poco de ella, confundido.
—La próxima vez no me meteré dónde no me llaman —repuso Lily con frialdad.
— ¡Pídele disculpas a Evans! —exigió James. Pero Lily estaba enfadada con él también, y se enzarzaron en otra pelea más.
Priscilla confirmó que tenía la varita en el bolsillo y empezó a alejarse; ya le llevarían sus amigas la mochila más tarde. Había olvidado a Sirius y todo lo demás, solo quería alejarse de allí. Tuvo que pasar junto a Severus para alejarse, pero como todos escuchaban la pelea de James y Lily, nadie notó el ademán que hizo el chico para retenerla. Sólo Priscilla, que se detuvo un segundo a su lado, con los ojos brillantes por las lágrimas y el corazón menos desecho que antes.
—Has caído más bajo de lo alguna vez pude imaginar —suspiró Priscilla. No reconocía al chico frente a ella; y se preguntaba si alguna vez había sido diferente.
Priscilla avanzó hacia el castillo sin esperar respuesta. Sirius, que había contemplado y oído su intercambio con Severus, se quedó atrás, petrificado ante la idea de Priscilla y Snape conviviendo en cualquier circunstancia.
La herida ya no sangraba tanto, pero Priscilla igual se dirigió hacia la enfermería. Le diría a la señora Pomfrey cualquier cuento. Después de todo, no era de meterse en peleas, y con decir que un hechizo de atracción había quebrado un vaso, que le cortó sin querer... Sí, aquella sería su mentira. No tenía ganas de meter a Severus en problemas ni de arrastrar con el a Sirius o a James.
— ¡Priscilla!
La mencionada reconoció la voz de Lily de inmediato, pero no tuvo que darse vuelta. La pelirroja se detuvo frente a ella, y cogiéndola por los hombros, le examinó de arriba a abajo.
— ¿Cómo estás? ¿Y la herida?
—Bien —mintió Priscilla en voz baja. No se veía bien, no cuando las lágrimas habían deformado la mancha de sangre en su mejilla—. Voy a la enfermería.
—Te acompaño.
—Está bien.
—Creo que tenemos que hablar.
—Así es —suspiró Priscilla, y de los labios le brotó un sollozo tembloroso—. Tengo mucho que contarte.
***
—No puedo creer que te gustase Severus —murmuró Lily—. Especialmente porque hubo un tiempo, durante cuarto año, en que creí que vosotros estábais saliendo y no queríais decírmelo.
Priscilla se encogió de hombros. Estaba sentada en unas escaleras cercanas a la Torre de Gryffindor, donde ambas chicas se habían detenido al regresar de la enfermería. No querían encontrarse aún con sus demás amigas y necesitaban algo de privacidad, para que Priscilla pudiera contarle toda la verdad de lo que había sucedido con Severus.
—Fue alrededor de esos días cuando empezó a gustarme —explicó la pelinegra. Un grupo de chiquillos de primer año pasó zumbando junto a ellas y Priscilla se echó un mechón de cabello sobre la mejilla. La señora Pomfrey la había curado bien, pero aún le quedaba una fina línea rosada que necesitaba tiempo para desaparecer—. O cuando me hice toda la idea de él en mi mente, siendo bueno y amable.
—Tampoco puedo creer lo que te dijo. Ni lo que me dijo a mí hoy —la voz de Lily se quebró—. Lleva meses metido en esa pandilla, pero creí que se daría cuenta de lo que son tarde o temprano. De qué es lo correcto. Es evidente que solo me estaba engañando a mí misma.
—Ambas nos engañamos —Priscilla le puso una mano en el hombro—. Aunque yo no hubiera estado enamorada de él, igual me hubiese roto el corazón. Cómo lo hizo contigo.
Lily se limpió las lágrimas de las mejillas.
— ¿Puedo ser muy honesta?
—Lils, puedes decir lo que tú quieras sin que yo te juzgue —suspiró—. Te confesaré algo primero, y es bastante patético —Priscilla sintió sus propias lágrimas aflorar—. A lo largo de estos meses, incluso después de lo que Severus me dijo y lo que hizo, siempre he sabido que... Si llega a disculparse como Merlín manda, si se arrepiente y se aleja de los mortífagos...
—Le recibirás con los brazos abiertos —completó Lily en voz baja.
—Sí. Pero no puedo obligarle a sentirse mal, y es por ello que me he prohibido a mí misma buscarle —explicó la pelinegra—. Aún le quiero, y aún me preocupo por él, pero no podemos hacer más de lo que hicimos —Priscilla cogió las manos de Lily entre las suyas—. Entiendo cuánto te importa, porque a mí también.
—Sabes que quiero a Severus —confesó Lily— Más que a nada. Lo conozco desde siempre —el gesto de Lily había sido inútil, porque volvía a tener las mejillas empapadas—. Sin embargo, debo ponerme a mí misma de primero, y es por eso que ya no podemos ser amigos. Pero me duele tanto que, por culpa del camino en que está, vaya a quedarse sin nadie que realmente se preocupe por él. Ha estado tan solo toda su vida... Yo lo hubiera apoyado sin importar qué.
—Son sus decisiones las que definirán su futuro. Sin importar qué hagamos nosotras —aceptó Priscilla. Se sentía muy mayor diciendo esas cosas, y pensando todo con tanta pena. Pero cuando ocurrían tantas cosas horribles en el mundo, cuando su propia vida corría peligro solo por la sangre que llevaba en las venas, ¿cuál era el sentido de seguir siendo una niña?
Lily sonrió con tristeza. Tenía que recorrer un camino más largo que el de Priscilla, porque apenas acababa de desgarrarse su amistad con Severus unas horas atrás. Aunque no tan extenso como cabría esperar. Después de todo, su inconsciente siempre había notado el comportamiento de Severus, por más que el resto de ella se esforzara en negarlo, en decirse a sí misma que él era una buena persona. Tenía tanta fe en el que ya resultaba absurdo.
—Seremos la roca de la otra a partir de ahora. No más mentiras —prometió Lily.
Pero Priscilla supuso, mientras le miraba, que Lily no necesitaba ninguna roca. Tenía una fuerza de acero, una determinación y un carácter bien fraguados. No necesitaba más nada, aunque no lo supiera.
***
Sirius encontró a Priscilla cuando los estudiantes salían en tropel del Gran Salón después de la cena. Entre el gentío, nadie notó que él le hacía una seña y que ambos se desviaban de la escalera central a un pasillo solitario del primer piso. Al igual que la noche antes de los exámenes, faltaba aún para el toque de queda. Ni siquiera sus amigas se percataron, porque desde lo sucedido en el lago no dejaban a Lily sola ni dos minutos y enarbolaban siempre sus varitas para hechizar a cualquier Slytherin imprudente que vieran por ahí. Lily ya no las reprendía ni se enfadaba.
Priscilla se detuvo junto a una ventana sin cristal y dejó que la brisa inusual de junio le alborotase ciertos mechones de cabello.
— ¿Estás bien? —fue lo primero que preguntó el chico—. A ver.
Haciéndole pegar un respingo, Sirius le colocó la mano en la mejilla contraria al corte para poder examinarlo mejor. Le escudriñaba el rostro y la herida con una expresión impertérrita y el ceño fruncido, y pareció que inconscientemente, acarició la barbilla de Priscilla con el pulgar.
—Tienes una cicatriz —notó el chico en voz baja. A esas horas del día y con aquella iluminación, sus ojos podían pasar de gris a negro, notó Priscila.
—La señora Pomfrey dijo que se irá con los días —explicó— ¿Se ve muy mal?
Sirius parpadeó, cómo saliendo de una ensoñación.
— ¿Qué? Claro que no —repuso. Le guardó un mechón de cabello tras la oreja con suavidad y se echó hacia atrás—. Estás tan bonita como siempre.
Priscilla casi sonrió, de no ser porque la extraña expresión en el rostro de Sirius le extrañaba.
— ¿Está todo bien contigo?
—He estado pensando sobre esta tarde —murmuró él—. Y lo que le dijo Quejicus a Evans.
—No me lo recuerdes —bufó ella, y volvió a mirar por la ventana—. Fue espantoso.
—Sí. Y pusiste una cara... Como si te lo hubieran dicho a ti —murmuró Sirius. La chica no respondió nada, no quería delatarse—. Priscilla, ¿quién era el chico por el que estabas llorando en diciembre?
Y allí estaba. Lo había dicho. Aquel secreto tan celosamente guardado parecía salir arrastrándose por la superficie, y Priscilla se halló contemplándolo como desde otro ángulo.
—Mi ex mejor amigo —respondió ella en voz baja, apenas moviendo los labios.
—Snape.
La chica asintió con suavidad, casi sin quererlo.
—El tipo que llamó a mi mejor amiga una sangresucia. Y el que me lo dijo a mí misma la última vez que hablamos. El aspirante a mortífago —enumeró la pelinegra en voz baja, susurrante. El cielo estaba despejado y cuajado de estrellas, punto brillantes tan lejanos y hermosos como había sido su amistad con Severus—. No tienes que decirlo. Es patético.
—Priscilla...
—Sé que es patético —repitió la chica, mirándole por fin. Sirius penso que aquellos ojos casi violetas eran más luminosos que cualquier cosa que él hubiera visto antes, pero se opacaron cuando quedaron empañados por las lágrimas—. Lo di todo en una amistad dónde nunca me valoraron y solo recibí una gran patada en el trasero.
¿Por qué lloro?, pensó Priscilla. Eso ya no le afectaba, estaba segura.
Sirius no dejó que las lágrimas le llegasen a la barbilla y volvió a cubrirle las mejillas, esta vez con ambas manos. Y esta vez dio un paso hacia adelante, acercándose a Priscilla.
— ¿Que pasó? —preguntó Sirius, inclinando la cabeza hacia ella. Se estaba tomando demasiadas libertades tocándole sin cuidado, y acercando su cuerpo al suyo, pero ninguno reparó en ello.
—Él no era quien yo pensé —murmuró Priscilla—. Severus está metido hasta el cuello en la magia oscura, y planes unirse a Quién-tú-sabes... Y cuando lo confronté, me dijo todo lo que planeaba hacer... Me dijo... —el labio de Priscilla tembló, en lo que la fuerza de sus lágrimas aumentaba—. Sangresucia. Y es lo que soy, de todas maneras...
—No vuelvas a decir eso nunca —Sirius la sacudió para hacerle alzar la mirada. Con una mano le sostenía el cabello en la nuca y la otra descansaba en la mejilla de Priscilla— ¿Me oíste? Eres la mejor chica que conozco, Priscilla. Una bruja extraordinaria. Ese idiota no te merecía —hablaba con los dientes apretados, mas no molesto con ella, sino con un imbécil de cabello grasiento—. Tú vales más que cualquier persona en este castillo.
Y de eso Sirius estaba tan seguro como de que el sol salía por las mañanas y en las noches de Luna llena tres animagos y un hombre lobo transformado merodeaban Hogwarts.
Sirius atrajo a la chica llorosa contra sí y la rodeó con un brazo, dejando que ella le apoyara la mejilla contra su pecho. Podía oler el champú de Priscilla y sentir la suavidad de su cabello contra la barbilla, y su cuerpo hervía, o era el de ella, pero ambos parecían demasiado cómodos con eso.
—Gracias. Aunque no lo sepas, llegaste a mí para volverte muy importante —murmuró ella, y se echó hacia atrás lo suficiente como para mirar a Sirius. Él vaciló ante la cercanía. Un centímetro menos y los labios de Priscilla le habrían rozado la barbilla al hablar. Y como si el corazón de Sirius no estuviera a punto de explotar, Priscilla alzó una mano y le rozó la mejilla con los dedos, más confiada de lo que alguna vez se hubiera podido imaginar—. Lo que pasó con Severus, rompió mi corazón, es cierto. Pero soy una persona distinta ahora, y al mismo tiempo parecida. Aún valoro a mí amigos por encima de cualquier cosa, pero ahora es solo cuando me devuelven el mismo cariño. Como contigo.
Sirius supo que algo había cambiado en ella cuando le vio a los ojos, que acompañados de una sonrisa y unas mejillas relucientes, demostrarón valentía y fortaleza. Ella no lloraba de tristeza, comprendió entonces, sino de alegría por contemplar su vida y ver lo que era ahora. Qué diferente era de aquella muchacha frágil, tímida e insegura que él encontró en un pasillo oscuro meses atrás; aunque conservaba los mejores atributos de esa pequeña, como la lealtad inquebrantable y la convicción por lo correcto.
Y Sirius supo que algo también había cambiado dentro de sí mismo. Le cubrió los dedos que Priscilla le reposaba en la mejilla con los suyos propios y los puso sobre su corazón. Ella volvió a bajar el rostro y apoyó la mejilla donde sus manos se unían, y ahí se quedaron por lo que pareció horas, protegidos por las paredes de un castillo milenario que habían contemplado en ellos lo que en otros tantos jóvenes unidos y alumbrados por las estrellas aún más antiguas.
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hola!!! Disculpen el atraso jajaja, me fui para la playa y saben cómo es, vitamin sea y todo eso
Anyway, este cap rompe mi corazón y al mismo tiempo me endulza ¿Por qué es tan difícil ver lo obvio?
Nos leemos el prox domingo❤️
14/06/21, 8;23
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