𝟎𝟐.

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    El sol ya se había asomado entregando los primeros rayos de luz del día, por lo que a su vez Kenji se revolcaba en su cama como se le había hecho costumbre hace algún tiempo. Ni su cuerpo ni su mente eran capaces de conciliar el sueño nuevamente, quizás eran los efectos secundarios de su pasión por quedarse despierto haciendo tonterías. Aún ni procesaba esa posibilidad cuando ya se dirigía a comer algo.

06:39 am. leyó en el reloj de pared arriba de las mochilas con sus pertenencias todavía sin ordenar. Dio un sorbo a su té luego de mirar el reciente amanecer por la ventana, despertaría a su melliza pero eso solo causaría su molestia por la hora y un posible silencio incómodo que no le apetecía en esos momentos.

Los siguientes cuarenta minutos se los pasó inmerso en sus recuerdos, la nostalgia se había apoderado de él de tal forma que ni en sus sueños lo dejaba en paz. Era comprensible, tal como predijo, aquella carta le recordó aquel profundo sentimiento de tristeza que había sentido el día que se enteró de la noticia. Las palabras de sus padres impresas en aquella hoja no dejaban de darle vueltas por la cabeza, más aún al saber qué contenía el pergamino que la acompañaba. Contenía ese sello que había creado con su padre para invocar a Yuki, el oso de felpa que le había obsequiado su madre al cumplir cuatro años.

Sin darse cuenta la alarma para la academia comenzó a sonar a la par que sus lágrimas caían de sus ambarinos ojos, escuchó movimiento, pero su mente no reaccionó.

—Si quieres no vamos a la academia —sintió como Kai le hablaba a sus espaldas.

Se volteó hacia ella esperando una sonrisa socarrona, mofándose por ser tan sensible y así desencadenar una discusión para terminar riendo como bobos.

Sin embargo a quien vio no fue a la misma Kai que conocía de niña, no, aquella persona tenía una mirada completamente diferente, casi que vacía.

¡Oi Kai-chan! ¡Mira mira!

Los orbes negros se volvieron al peliverde, el cual con una gran sonrisa impresa en el rostro alzaba en su mano una pequeña ardilla que llevaba sujeta de su esponjosa cola.

¡No seas bruto, Kenji-chan!

Preocupada, la niña se acercó a su compañero y le arrebató el pequeño animal con el ceño fruncido, dejándolo inmediatamente en un árbol luego de acariciarle la cabeza con una sonrisa.

¡Mo~! ¡Era un regalo para ti!

También es un ser vivo, no tienes derecho a tratarlo como un objeto que se pueda obsequiar, ¡Kenji idiota!

¡Eres malvada! ¡Kai boba!

El chico solo se preguntaba qué tan destrozada se encontraba ella por dentro.


—¿Kenji y Kai? Soy Iruka Umino, su sensei desde ahora.

Luego de unos minutos buscando la clase, los menores estaban frente a un hombre con traje de shinobi, de coleta y una cicatriz sobre la nariz. Habían llegado algo tarde por lo que el sensei tuvo que salir del salón para atenderlos, de donde al instante se comenzaron a oír gritos.

—Comenzamos hace un rato pero pueden pasar, dirán su nombre a los demás y se podrán pasar a sentar, ¿Bien? —sonrió.

El único varón asintió con la cabeza y detrás de Iruka ingresaron a la habitación. El ruido cesó de forma inmediata, muchos ojos curiosos los veían a ambos. Se oyeron algunos susurros, sin embargo estos pararon cuando el sensei carraspeó para llamar la atención.

—Desde hoy tendremos dos nuevos compañeros, por favor trátenlos bien y no pregunten por qué entran ahora —dijo Iruka sonriendo con algo de gracia, se volvieron a escuchar susurros pero acallaron de inmediato—. Chicos.

Ambos estudiantes nuevos dieron un paso adelante, algo serios pero no con tan mala disposición.

—Soy Kenji Shi... Fukui —dijo, corrigiéndose al segundo.

—Soy Kai Uchiha.

Esas tres palabras bastaron para revolucionar a todo el salón, todos la miraban desconcertados, pues era "imposible" que hubiera otro Uchiha con vida.

—Es imposible, el único sobreviviente es Sasuke —habló una chica pelirosa señalando rápidamente al nombrado, un chico de semblante serio que no quitaba la mirada de Kai.

—¿Puedes explicarlo? —preguntó un chico pelinegro de coleta que se encontraba hasta arriba.

La de cabello azabache quedó inmóvil en su sitio, Sasuke no dejaba de repetirse en su mente mientras su mirada estaba fija en el causante de su estupor, sus orbes negros le devolvían la mirada con cautela. No fue hasta que Kenji le dio un codazo que reaccionó y salió de su trance para mirar a su compañero de reojo, tornó su rostro inexpresivo nuevamente e ignoró todos los ojos que le atravesaban. Iruka tomó esto como señal para continuar.

—Pasen a sentarse —exclamó el mayor antes de que a alguien se le ocurriera preguntar algo.

En silencio y con todas las miradas sobre ellos los mellizos subieron hasta unos asientos desocupados en la penúltima fila, delante del chico de coleta que había hablado hace unos minutos. Pero antes de que se sentaran y de que el sensei pueda comenzar su clase una voz llamó su atención.

—¿Tienes alguna forma de comprobarlo?

Sasuke se había puesto de pie mirando directamente a Kai, que se detuvo en seco con la vista puesta en la mesa.

—El símbolo en la ropa lo puede tener cualquiera, igual que el cabello y los ojos, dime, ¿Puedes comprobar que de verdad eres una Uchiha?

—Tengo algo, sí —masculló Kai levantando la cabeza para observarlo fijamente, todos se confundieron al ver que no hacía nada pero cambiaron de parecer cuando se percataron que los orbes negros de la chica cambiaron de color y diseño.

Todas las demás chicas del salón comenzaron a chillar en contra de la Uchiha cuando Sasuke sonrió ladino, en cambio, Kai sintió un sentimiento de alivio recorrer su cuerpo al saber que no estaba sola.

—Todos por favor a sentarse, vamos a comenzar la clase —ordenó Iruka.

Kenji se extrañó al darse cuenta de que un chico rubio lo miraba fijamente, y se exaltó cuando este dio un salto hacia su puesto y exclamó.

—Tienes cara de ser bueno, serás mi segundo rival —dijo el rubio sobre la mesa sonriendo retador—. Soy Naruto Uzumaki, ¡Y seré Hokage!

La cara de confusión de Kenji se transformó en una de curiosidad, recordó la historia que sus padres le contaban, acerca del zorro de las nueve colas.

—Tú... —murmuró el peliverde pero se calló al segundo—. Está bien, acepto ser tu segundo rival, Naruto —sonrió.

—Aún me duele el hombro, parecías en trance ayer —comentó el chico de coleta que estaba detrás de Kai.

Esta se volteó con una ceja alzada, hasta que recordó que en su desastre emocional del día anterior había salido a recorrer la aldea caminando de forma casi inconsciente.

—No estaba en mis cinco sentidos —masculló de forma neutra mirando de reojo a una chica rubia al lado del de coleta que la miraba algo enojada.

—Me gusta tu espada —le habló el chico al otro lado del de coleta, un chaval con marcas de remolino en sus mejillas, las cuales estaban abultadas debido a estar comiendo—. Es cool.

—Es un tantō —aclaró Kai con impasibilidad.

—¿Quieres papas? —le dijo ahora a Kenji.

—Me caes bien —respondió el peliverde luego de comer.

Por otro lado, Kai volvió sus ojos al chico de coleta.

—¿Cuál es tu nombre?

—Shikamaru Nara.

—Tu cara de aburrimiento me lo dice todo, ¿Durmamos? 


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Límite de la tierra del fuego, residencia Fukui-Shiraoka.

—Bien, ¿Estás listo? La tercera es la vencida.

—¡Pero el tercer intento papá! ¡No el tercer día! —lloriqueó tumbado en el pasto.

—Oh vamos, no creerás que te harás profesional en un dos por tres, ¿No? —se carcajeó.

—¡Otra vez!

—¡Así se dice!

El menor se puso de cuclillas con rapidez posicionándose frente a un pergamino abierto. Exhaló con la intención de concentrarse y realizó sellos manuales para después poner una palma sobre el objeto a sus rodillas. Unos negruzcos símbolos se dibujaron en el papel con inmediatez provocando una enorme sonrisa en Kenji.

—¡Lo logré! —dio un saltito—. ¡Papá! ¡Lo logré!

—¡Bien hecho pequeña acelga!

Ambos peliverdes chocaron palmas con una sonrisa en el rostro, a un lado de ellos una bella mujer de ojos ámbar los observaba con diversión.

—Muy bien, llegó el momento de Yuki —se acercó la mujer.

—Vamos Yuki tú puedes —le animó Kenji tomando al peluche en sus manos.

El niño extendió los brazos con el oso en ellos hacia el pergamino, aguantó la respiración por el nerviosismo y finalmente lo introdujo por aquel sello con lentitud. Cuando el peluche desapareció completamente en el pergamino y un kanji se dibujó en su lugar Kenji no ocultó su emoción y saltó a los brazos de su padre.

—¿¡Lo viste! ? ¿¡Viste como lo sellé!?

—¡Claro que sí! ¡Eres un genio!

Kenji agrandó aún más su sonrisa mientras su madre se unía al abrazo.  Al fin había aprendido el jutsu de sellado.

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