Dormitorio de Aitor, 10 de agosto de 2014: Día 0
Aitor contempló el blanco techo de su habitación. Algunas manchas de humedad empezaban a despuntar en las esquinas demandando una nueva mano de pintura. Emitió un casi imperceptible suspiro pensando en qué día de su vida sacrificaría para emprender esa ardua tarea.
Al otro lado de la cama, una chica de larga melena rubia se revolvió hasta acabar pegada a él, enroscó las manos alrededor de su cintura y movió la cabeza, acomodándose a su pecho desnudo. Aitor se mordió con fuerza el labio inferior, esa clase de contacto le provocaba repelús, es más, en su opinión, hacía horas que esa chica debería haberse ido a su casa. Estuvieron toda la tarde follando y, para ser francos, no le quedaban fuerzas para nada más.
Intentó sigilosamente deshacer el nudo de sus brazos, pero su esfuerzo fue en vano, antes de lograr escabullirse ella le apretó con más fuerza, fue entonces cuando en plena inconsciencia dijo esas temidas palabras:
—¿Me quieres? –susurró con voz somnolienta.
Ahí estaba. Intentando por todos los medios encontrar las palabras adecuadas que hicieran las cosas más fáciles; el problema residía en que él carecía de tacto.
Cuando una chica increíblemente guapa, de esas por las que la que la mayoría de hombres harían lo impensable por pasar una noche con ella, una chica con los pechos firmes y glúteos como pétalos de rosa, se acurruca a tu lado después de más de dos horas de sexo fogoso y entusiasta, y te rodea con una pierna larga y bien torneada mientras te pregunta si la quieres, ¿qué clase de hombre tendría que ser para no lanzar un puño al aire y gritar «¡Sí!, ¡Sí!, ¡Sí!»?
Pero él no era así, era un hombre solitario, un hombre al que le gustaba la tranquilidad, la simpleza de una vida vacía y sin complicaciones.
—Esto... Necesito ir al baño, no aguanto más...
Se separó de la chica y caminó deprisa hasta refugiarse en el cuarto de baño. Se duchó y pronto su aspecto volvió a estar radiante. Se pasó varias veces las manos por el cabello, a lo James Dean, para acomodárselo; a continuación, se vistió únicamente con un pantalón vaquero y deambuló descalzo por su apartamento hasta llegar a la cocina, donde se sirvió una cerveza bien fría.
Acabó de dar el primer trago cuando la chica rubia que había dormido a su lado apareció ante su vista. Tenía el pelo revuelto y llevaba puesta una sus camisetas de deporte. Lo miró sonriente recostada contra el marco de la puerta, cruzando sus largas y perfectas piernas. Era una mujer preciosa, de eso no cabía ninguna duda, sin embargo, por más que lo intentó no logró recordar su nombre...
—¿Has dormido bien, cielo? –Cielo era una buena forma de referirse a ellas, y así evitar que se molestaran por no recordar sus nombres. Cielo es una palabra circunstancial que denota cariño, pero a la vez, no es comprometedora como amor mío o similares.
—Muy bien –confirmó sonriente–, pero si mal no recuerdo te he hecho una pregunta.
Aitor tenía la esperanza de que su pregunta no fuese más que producto de la inconsciencia, pero no, al parecer, ella estaba muy consciente cuando la formuló.
La chica se impacientó y devolviéndole una mirada acusadora, dijo:
—Está bien.
Se acercó decidida a él y le arrebató la cerveza de las manos para darle un largo trago, mientras le miraba a través de las pestañas buscando de algún modo provocarle. En cuanto quedó saciada le devolvió la cerveza y se sentó sobre la mesa. No dudó en acomodarse hasta acabar frente a él, abriendo sus largas piernas para acogerlo entre ellas.
Aitor negó risueño con la cabeza y dio el último trago a su cerveza medio vacía.
—¿Qué te parece si mañana vamos a mi casa? –comentó la mujer, haciendo un nudo con las piernas en torno a sus caderas.
—Mañana... –repitió sin demasiado entusiasmo.
—Sí. Mañana tenemos el día para nosotros solos, para hacer lo que queramos...
—Mmmmm.... Suena tentador –corroboró con la mirada perdida.
—¿Qué me dices?
Aitor volvió a negar con la cabeza y, delicadamente, apartó las piernas de la chica para hacer que el aire corriera entre sus cuerpos.
—Cielo, ¿a qué viene todo esto? Estás muy rara, además, ya hemos hablado de eso, así que no sé a qué viene esa propuesta, la verdad.
El rostro de la chica se congeló unos instantes, incapaz de entender qué pretendía decir con esas palabras.
—¿No quieres volver a quedar conmigo?
—Creo que es lo mejor. Hemos quedado cuatro veces, suficiente, necesitamos focalizar nuestra atención hacia otras personas.
—¿Es por lo que he dicho antes, porque te he preguntado si me querías?
—Dime, ¿a qué venía esa pregunta? Si mal no recuerdo estuviste de acuerdo en que solo tuviéramos sexo, es más, estás prometida, por eso hemos quedado más de una vez, di por sentado que lo último en lo que pensabas era en tener el amor de otro hombre.
—Oh, Dios... –La chica bajó de la mesa de un salto y se pasó una mano por el pelo con aire desdichado–. ¡Hombres! ¡Malditos hombres! Sois todos tan..., patéticos. Y pensar que estaba replanteándome mi relación por ti...
Aitor se dio la vuelta. Ese era, sin duda alguna, el peor momento del día. No podía creer que todas las mujeres estuvieran hechas de la misma pasta, que todas quisieran lo mismo de él, que no se conformaran con una historia bonita que duraba entre veinticuatro y setenta y dos horas a lo sumo.
—Nunca te pedí tener algo más. Ese era el trato.
La chica decidió tragarse su orgullo en vista de que estaba a punto de perder su pequeña aventura, no quiso reconocer que acabó inevitablemente prendada de él. Pero si Aitor no correspondía a sus deseos, prefería seguir sus normas y retenerlo a perderlo definitivamente.
Tragó saliva y respiró hondo antes de volver a alzar el rostro para mirarle.
—Tienes razón, no debí hacer esa pregunta, me dejé llevar; no volverá a ocurrir.
Se acercó decidida a él y alzó una mano para palpar la definida musculatura de su torso desnudo, siguiendo el dibujo de las hendiduras de sus abdominales hasta llegar a la cinturilla del pantalón.
—Aitor... ven mañana a mi casa... no te vas a arrepentir.
Él emitió un largo suspiro, lo cierto es que no le era desagradable la idea de volver a acostarse con una mujer escultural como ella, pero sí todos los rituales que venían después, y más teniendo en cuenta que sus sentimientos empezaban a ser confusos.
—De eso estoy seguro, cielo. Tú sí que sabes convencer a un hombre, pero será mejor que lo dejemos aquí, no me gustaría que nos implicáramos demasiado y luego no supiéramos salir.
—¡Oh, vamos! ¡No me vengas con esas! –espetó irritada.
Aitor dio un respingo por su cambio de actitud.
—No podemos seguir viéndonos. Solo ha sido sexo y deberíamos quedarnos con que fue genial. Nada más.
—¿Y nunca más volveremos a...?
—Lo poco gusta y lo mucho aburre, cielo –la interrumpió.
—Eres un completo gilipollas, ¡cómo puedes ser tan..., tan... cerdo!
Aitor se encogió de hombros con indiferencia y suspiró.
—Es lo que hay... –musitó por lo bajo.
—¡Haznos un favor a todas y madura, capullo! En la vida se te volverá a presentar una oportunidad como esta. Te arrepentirás de haberme rechazado, porque estaba dispuesta a cambiarlo todo por ti.
La chica se quitó su camiseta por el pasillo y la arrojó con desprecio al suelo, luego se vistió sin prestar demasiada atención a los detalles hasta que estuvo preparada para volver a situarse frente a él.
—Eres el gilipollas más grande que he conocido en toda mi vida y espero no volver a verte nunca. Además, tampoco eres nada fuera de lo normal, para ser exactos, follas de pena.
A Aitor se le escapó la risa.
—Claro que sí, cielo, pero no soy yo quien quiere repetir y dejar toda su vida atrás.
A la chica se le encendió el rostro de ira, no soportaba esa actitud chula y prepotente del hombre que acababa de darle plantón. Lo que más la consumía era que le gustaba todo de él, desde su forma de tocarla hasta... Pero no, su orgullo herido no le permitió reconocer ese hecho.
—No vuelvas a cruzarte en mi camino –dijo al fin, conteniendo las ganas de abofetearle.
—Eso está hecho –concluyó y sonrió, exhibiendo una perfecta hilera de blancos dientes.
Cuando la chica abandonó su apartamento, dejó caer su derrotado cuerpo sobre el sofá; odiaba esa sensación y el regusto amargo que le dejaba volver a ser él después del sexo. Pensó que nadie le comprendía, que nadie respetaba su decisión, que nadie intentaba entender por qué no quería involucrarse con otra persona más allá del terreno íntimo, poniendo barreras que dejasen a un lado el corazón en cada nueva relación que emprendía; nada de eso le importaba a nadie.
«¿Por qué el sexo tiene que estar ligado al compromiso? ¿Por qué no puede verse como un simple juego entre adultos? ¿Por qué todas las mujeres pretenden de mí un amor incondicional y atraparme como a un gamo?» –Pensó, sintiéndose cada vez peor.
En ocasiones Aitor se sentía solo e incomprendido, únicamente los de su mismo sexo podían entender su postura, incluso le animaban a seguir por ese camino, descubriendo con el tiempo que esa etapa en la que se encontraba, la habían vivido muchos de sus amigos años atrás.
«Es irónico... –Pensó–, muchos de los hombres que me animan a follar sin compromiso están comprometidos y poco dispuestos a cambiar su situación».
Finalmente se rindió, dio tregua a sus pensamientos y encendió el ordenador dispuesto a curiosear un poco. Revisó su correo y... Ahí estaba, el último mensaje que se podía esperar.
De: Sara G.
Para: Aitor M.
Fecha: 10 de agosto de 2014 21:45
Asunto: Sara García: insegura crónica y especialista en mala suerte.
Querido desconocido...
Esa misma noche Aitor releyó el mensaje varias veces e inevitablemente, una sonrisa terminó aflorando en su rostro cansado y algo triste.
«Hay gente peor que yo –se consoló–. Supongo que, después de todo, cada uno tiene sus propios problemas».
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top