Apartamento de Aitor, 12 de septiembre de 2014: Jugando con fuego...


Aitor se sintió raro y no supo adivinar el porqué. Últimamente Sara ocupaba el centro de sus pensamientos, eso no era ningún misterio, pero lo que más le inquietaba era no poder continuar con sus quehaceres por un sinsentido: ella tenía una cita y sabía que ese sería el fin de sus consejos, porque ambos se entregarían. En cierto modo era natural, la estaba preparando para eso, pero no podía evitar sentirse, en cierto modo, incómodo con ese juego.

Decidió hacer a un lado esos dañinos pensamientos y centrarse en su propia realidad; él también había quedado.

Se perfumó con su colonia preferida y se miró en el espejo. Tenía las facciones muy marcadas, masculinas, y ese punto rebelde en la mirada pero tierno a la vez. Sabía que sus ojos eran un poderoso talismán capaz de derretir el glaciar más grueso y, pleno conocedor de ese hecho, pensó en utilizarlo esa noche.

En cuanto sonó el timbre de la puerta de su apartamento bajó la intensidad de las luces, cerró la puerta de las habitaciones que no quería descubrir esa noche y dio un último repaso general al comedor, constatando que todo estaba en su lugar.

—Buenas noches –dijo a la chica alta y esbelta que había frente a él.

—Buenas noches –respondió ella, sonriente.

Aitor la hizo pasar, indicándole con la mano el camino hasta el comedor. Se cuadró estratégicamente tras ella para ayudarla a desprenderse de la chaqueta, que depositó cuidadosamente en perchero del recibidor.

—Estás preciosa.

La chica sonrió, mordiéndose el labio inferior en actitud provocativa.

—¿A qué huele? ¿Has preparado la cena?

—La he encargado, espero que no te importe. No quería cagarla esta noche y si la preparo yo...

Se echó a reír.

—Me parece estupendo.

Se sentaron a la mesa meticulosamente dispuesta y sirvió la comida en la vajilla de porcelana heredada; a continuación, llenó hasta arriba con vino tinto su copa. Todo estaba estudiado para favorecer el momento cumbre de la noche: la cálida luz que los rodeaba, una suave melodía de piano sonando de fondo, el olor de la cena y el vino caro. Nada podía fallar.

La cena transcurrió tal y como había imaginado, el vino le ayudó a dialogar, pero siendo fiel a sus principios, no se dejó llevar por completo.

Como era habitual, su invitada quiso conocer aspectos íntimos de él, desencadenando el típico ritual de preguntas, pero Aitor, curtido en ese tipo de batallas, contaba con una elaborada estrategia para salir airoso de esas situaciones y eludir las respuestas que consideraba innecesarias teniendo en cuenta que a la mañana siguiente, la chica en cuestión no sería más que un número anotado al final de su agenda, así que respondió a las preguntas formulando otra para desviar su atención.

«—¿En qué consiste exactamente tu trabajo?

—Lo que en realidad me intriga es saber en qué consiste el tuyo, es mucho más interesante, ¿no crees?

—¿Por qué viniste a Barcelona?

—Y tú, ¿por qué vives aquí? Con tu formación, ¿te has planteado alguna vez trabajar en el extranjero?

—¿Y no hay futura señora Menta?

—¿Señora Menta? ¿Es una nueva marca de dentífrico?»

A Aitor le hacía gracia escuchar su apellido en boca de los demás, sonrió y pensó en lo fácil que le resultaba manipular a las mujeres, solo debía formular preguntas y hacer ver que escuchaba todo lo que decían. Si había algo a lo que una mujer no podía resistirse era a hablar de sí misma.

Una vez la cena llegó a su fin, ambos tomaron asiento en el sofá con un mojito en la mano. Hablaron de trivialidades hasta que, poco a poco, sus diálogos se interrumpieron para dar paso a los arrumacos. Los dos se deseaban, todo había sido perfecto y querían llegar más lejos.

La chica se sentó en sus rodillas y empezó a morder suavemente su cuello mientras se movía sensualmente contra él, sintiendo como su miembro crecía a medida que se sucedían las caricias. Aitor emitió un jadeo ahogado, quería tocar esa suave piel y sentir cómo se tornaba de gallina bajo sus dedos, descubrir la perfección del cuerpo que tenía frente a él y saborearlo poco a poco... Lo quería todo, absolutamente todo esa noche, pero su incuestionable firmeza le hizo separarse momentáneamente y, sin dejar de acariciar el rostro de la chica, se vio obligado a establecer las reglas.

—Me gustas y te deseo, nada me apetece más que llevarte a mi habitación...

La chica sonrió con ternura y se acercó para darle un apasionado beso en los labios.

—Me muero de ganas...

Interrumpieron el diálogo para volver a besarse, pero él volvió a separarse.

—Verás, no quiero confundirte, solo pretendo que lo pasemos bien y que juguemos, pero ahora mismo no necesito nada más.

La chica se separó ligeramente para mirarle a los ojos. Le encantaban sus ojos color avellana, eran cálidos y entrañables, pero ahora no quería centrarse en ellos, tenía la sensación de que el último comentario de Aitor merecía todo su interés.

—Solo quieres sexo –confirmó con el ceño fruncido.

Una parte de ella quiso que él desmintiera esa afirmación, que dijera que le gustaba y que no solo quería acostarse con ella esa noche, sino que quería hacerlo también al día siguiente y todos los siguientes a ese, ir a cenar, ver un partido de futbol en pijama frente al televisor, ir a los centros comerciales... Quería que le dijera que ese era el principio de algo, pese a que ninguno de los dos sabía muy bien el qué, pero sin duda, sería algo bueno.

Aitor suspiró y negó despacio con la cabeza, se sintió decepcionado, como si su mente anticipase lo que estaba a punto de ocurrir.

—Quiero sexo contigo, besar hasta el último poro de tu piel y hacerte sentir única esta noche.

«¿Lo he arreglado?» –se preguntó para sí.

La chica descolgó la mandíbula y eso no era buena señal. Bajó de sus rodillas y se sentó a su lado en el sofá.

—Verás... Pensé que solo sería una noche de sexo, es más, he venido preparada para eso, pero ¿qué pasa si no quiero que se acabe ahí? ¿Qué pasa si quiero verte más veces?

—No suelo quedar dos veces con la misma chica, lo siento –respondió con frialdad.

—¿Por qué?

—Sinceramente, eso es lo de menos llegados a este punto, la pregunta es si tú quieres tener una noche de pasión conmigo sabiendo que no habrá más.

La chica parpadeó aturdida.

—Vaya... Es la primera vez que me encuentro con un hombre tan insensible.

Aitor se encogió de hombros, no era lo peor que le habían dicho.

—Tendemos a confundir la insensibilidad con la sinceridad –replicó sosegado.

—¿Sabes? Me gustaba de ti tu sinceridad hasta que has empezado a ser realmente sincero. Creo que no me interesa tener solo sexo con alguien, pero gracias por dejar claro que es lo único que te interesa de mí.

La chica recogió sus cosas y se marchó dejándolo solo en esa casa fría, limpia y ordenada, para variar.

Una rabia palpable se apoderó de él y empezó a despojarse de las prendas de ropa que le privaban del oxígeno que necesitaba hasta quedarse en calzoncillos. A punto estuvo de golpear la pared para liberar parte de esa rabia contenida, pero logró sosegarse.

«Todas las mujeres son iguales. –Pensó herido–. Unas estúpidas sensibleras y manipuladoras... Todas menos una» –concluyó pensando en Sara.

Se sentó y llegó a la conclusión de que necesitaba hablar con ella, eso le haría sentir mejor, pues Sara era la única mujer que no pensaba mal de él, que le comprendía...

Miró la hora en su reloj y constató que era algo tarde, pero decidió probar de todos modos.

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