6
«Bueno, bueno, bueno... un nuevo dilema».
Suspiro con fuerza y me sitúo frente al armario con los brazos en jarras. Hoy es la exposición de Gina y quiero arreglarme un poco, creo que este es uno de esos días en los que no debería vestir informal como de costumbre, sino más elegante. Por desgracia, salvo pantalones no tengo nada decente que ponerme. No hay vestidos, ni siquiera una faldita mona, siempre me he sentido incómoda con este tipo de prendas y he preferido ocultar mi cuerpo por el bien de la humanidad, aunque creo que no debo seguir retrasándolo por más tiempo y he de reconsiderar la posibilidad de comprarme ropa nueva, para variar; pero mientras espero un nuevo empleo, tendré que conformarme con esto.
Me pongo unos vaqueros oscuros y una blusa roja sin botones. No es gran cosa, pero es lo más elegante que veo. Como no puedo llevar deportivas con este atuendo, rebusco incansable entre las cajas de zapatos hasta dar con unas manoletinas de color negro. ¡Dios, voy a hacer un ridículo espantoso con esto!
Suspiro y me las calzo, procurando no mirarme en el espejo y descubrir a través del reflejo mi lamentable aspecto. Seguidamente me centro en el pelo. Esta vez, para salir de lo habitual y evitar que se revuelvan los rizos, me pongo fijador, de esta forma caen medianamente organizados invadiendo toda mi espalda.
Podría ser peor –Pienso mientras observo el resultado final frente al espejo–, en realidad no tengo un rizo feo, es bastante suelto y sinuoso, además, cada tirabuzón se mueve por libre y si lo estiro y lo dejo ir, vuelve con precisión a su sitio. Lo malo de los tirabuzones es que hay que saber llevarlos, y para una chica con prisas, poco femenina y que le supone un calvario entretenerse para mejorar la imagen que proyecta al mundo, llevarlos supone todo un desafío.
En cuanto termino con el pelo, barajo la posibilidad de maquillarme ligeramente. Tengo algunos cosméticos, regalos de la familia, ya me entendéis... Obviamente nada de lo que hay lo he elegido yo, pero tan pronto los saco de su estuche se presenta un nuevo dilema: saber maquillarme sin parecer una furcia o un payaso con resaca, de manera que decido no arriesgarme, después de todo, no soy tan valiente como para improvisar.
Mucha gente se agolpa en la entrada de la galería, la esquivo y entro en la pequeña recepción aparentando seguridad, pero tan pronto pongo un pie dentro me siento intimidada. Pensé que se trataba de algo mucho más íntimo y, para mi sorpresa, no es así. Veo a gente con traje, vestidos de lentejuelas y peinados de peluquería, entonces me doy cuenta de que no encajo aquí.
El portero que recoge los pases se fija en mí durante un instante. Parece que me he perdido, pues estoy anclada en el suelo sin saber hacia dónde dirigirme. Encima no llevo ninguna entrada, Gina no me ha dado nada. Me sonríe mientras mira los pases de un matrimonio mayor, da su aprobación y les permite entrar a ver la exposición.
Rebusco en mi bolso el teléfono móvil para llamar a mi amiga, aunque antes de hacerlo pienso que posiblemente esté muy ocupada y no pueda atenderme, después de todo, éste es su momento y no está bien que la moleste con llamadas.
Cuando la gente que hacía cola entra en la sala, el portero vuelve a sonreír en mi dirección y otra vez me pongo tensa. Entonces hago eso a lo que ya estoy acostumbrada, miro instintivamente hacia atrás para descubrir a la persona que realmente ha llamado su atención, ya que obviamente no he sido yo. Y sí, ahí está, una llamativa pelirroja recostada contra la pared, seguramente esperando a alguien, mira con provocación a algunos de los hombres solteros que hay en la recepción.
Siento cierta envidia de esa chica anónima, yo soy incapaz de mirar fijamente a alguien con esa naturalidad, ese tipo de señales no son para mí. La última vez que miré a un hombre así, se acercó alarmado porque pensó que me había salido un orzuelo.
En mitad de mi debate interno una idea descabellada se abre paso en mi mente: soy invisible, ¿recuerdas?, así que puedo cruzar la entrada sin que nadie se dé cuenta. Perpetúo una sonrisa en mi rostro y avanzo con seguridad, pero antes de cruzar el umbral, una mano me detiene.
—Debes de ser Sara García.
Me giro sobresaltada. El portero no sólo se ha dado cuenta de mi presencia, además, sabe mi nombre, y eso sí es preocupante.
—¿Cómo lo sabes?
—Gina fue muy explícita en cuanto a tu descripción.
—Ah... –Me río de forma patética, solo Gina sabe lo que le dijo al muchacho sobre mí–, vaya..., bueno, y... ¿puedo pasar?
—Por supuesto, en cuanto me firmes aquí.
Veo una lista de nombres y un montón de firmas de las personas que ya están dentro, así que cojo el bolígrafo que me entrega y estampo mi rúbrica.
El chico vuelve a sonreír y ese gesto me mosquea, seguro que no lo hace por amabilidad y lo que sucede es que tengo un moco colgando o algo parecido. Por si acaso, no puedo evitar tocarme la nariz para descartar esa posibilidad.
Camino por la galería mirando todas esas obras que, a mi parecer, son penes pequeños, medianos y gigantes, pero todos distintos entre sí. Los hay curvados, diminutos como cacahuetes, exultantes, arrugados... Algunos son de mármol, piedra, barro... Hay un montón de materiales y prácticamente todos tienen una cabeza masculina por glande.
Está el pene guasón, con el rostro de un mulato en la punta que se ríe a carcajada limpia, luego tenemos al pene semierecto, en el que se ve la cabeza de un chico haciendo fuerza, estirando el cuello como si fuera a alcanzar la meta al final de una carrera. Y no podemos obviar el pene de luchador de sumo, que es grueso y no muy grande, con la cabeza de un hombre robusto en el vértice superior. No puedo evitar sonreír mientras observo esas formas cilíndricas, a las que todos los presentes contemplan con admiración y pretenden incluso otorgarle un significado abstracto. A ver, señores, ¿no se dan cuenta de que lo que hay frente a sus ojos es un catálogo de pollas? No busquen interpretaciones ultra terrenales, son pollas con cabezas y punto.
Llego a la sala central y veo la obra maestra, el gran pollón de dos metros esculpido en barro con la cara de un anciano en la punta. La mueca de dolor grabada en su rostro es tan creíble... prácticamente perfecta, puede incluso llegar a conmover. Claro que luego veo la base de la escultura y se me escapa la risa.
—¿Qué te parece?
—¡Menudo pedazo de falo!
Después de ese pensamiento reproducido inconscientemente en voz alta, me giro enérgica en la dirección en que proviene la voz con la sensación de que el aire ha huido de repente de mis pulmones.
El portero empieza a reír con discreción mientras contempla la escultura central desde lejos, acariciándose su espesa barba simultáneamente.
—Es una interesante observación –confirma mientras me muero de la vergüenza.
Mi cuerpo se tensa de repente, me ajusto las gafas al puente de la nariz y carraspeo para adoptar un aire más sofisticado.
—Me refiero a que el trabajo de la autora, en esta obra en particular, está muy logrado, me impresiona enormemente las venas prietas que invaden el cuello del anciano y, a su vez, descienden como largas carreteras por la superficie cilíndrica. Es... Es... imponente.
El chico esconde una carcajada apretando los labios y me mira con detenimiento. Por primera vez me atrevo a observarle y constato que es un chico joven, de constitución delgada. Tiene el pelo revuelto y una barba poblada. Por su aspecto deduzco que el traje que lleva no es su atuendo habitual; no encaja con su supuesta personalidad.
—Sinceramente, creo que ya no puedes arreglarlo.
¡Genial! Ahora pensará que soy una salida... en fin...
—Sí, admito que me ha traicionado el subconsciente.
El chico sonríe y tiende una mano en mi dirección a modo de saludo.
—Me llamo Héctor y soy el hermano de la autora.
Mi boca se descuelga debido a la impresión y mis mejillas empiezan a arder y a arder... ¡Joder! Sabía que Gina tenía un hermano un año menor, pero no le había visto hasta ahora, y lo peor es que después de mi ingenioso comentario me siento estúpida.
—Perdón. –Me obligo a disculparme–. No pretendía ser grosera ni nada, es solo que...
Se echa a reír.
—No hace falta que te disculpes conmigo, siendo sincero, yo también veo pollas.
Me asalta la risa, ver la naturalidad con la que se dirige al pene en un lugar como este me hace mucha gracia.
—Veo que ya os conocéis. –Nos interrumpe Gina, acercándose por la espalda. Me vuelvo enérgica y le planto un gran abrazo.
—Esto es increíble, Gina, no tengo palabras.
Siendo fiel a su estilo, viste un simple vestido negro bastante holgado, lo suficiente para que no se aprecie ninguna parte de su anatomía.
—Sí, la verdad es que está viniendo más gente de la que esperaba, incluso me han hecho un par de encargos para la recepción de un hotel de lujo. Hasta yo estoy impresionada.
—Lo que no logro entender –interviene Héctor mirando con disimulo a la gente que hay a su alrededor–, es qué hacen todos estos estirados, gente elegante y con clase, mirando tus obras. Lo tuyo es un estilo más urbano y callejero.
—Lo sé, pero míralos que felices son los pobrecillos, dales un churro de barro con un rostro en las alturas y lo adorarán como si fuera la octava maravilla del mundo.
Los tres reímos, pero a mí no puede engañarme. Gina quiere hacer ver que esto no es para tanto, pero lo cierto es que si a la alta sociedad le gusta su trabajo, es porque ha visto mucho potencial en ella, y me avergüenza admitir que yo no me he dado cuenta de su talento pese a que se ven obras cuidadas, esculpidas con detalle, donde ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo. Admito que para mí, Gina sigue siendo la lesbiana exigente que odia a los hombres y eructa como un camionero mientras bebe cerveza.
Un hombre impecablemente vestido con un traje gris, se acerca a Gina y le susurra unas palabas al oído. Ella se pone rígida, sonríe con nerviosismo y asiente con la cabeza.
—Lo siento, chicos, tengo que atender ciertos compromisos –se disculpa la anfitriona–. Héctor, cuídamela.
Su hermano hace un gesto con la mano para indicarle que así lo hará y automáticamente me mira.
—Ven, te invito a una cerveza.
Sigo a Héctor por los pasillos que hay en la galería, ocultos al público, hasta llegar a una cocina donde están preparando los canapés que se servirán durante la exposición. Mi acompañante saluda a sus compañeros y abre la nevera con total confianza, de su interior extrae dos cervezas; me lanza una.
Seguimos avanzando hasta llegar a una pequeña terraza exterior, donde se sienta en unos palés de madera. Deja la cerveza a un lado y se enciende un cigarrillo.
—¿Fumas? –pregunta ofreciéndome la cajetilla.
—No, gracias.
—Haces bien –dice dando una larga calada–. Lo cierto es que este tipo de eventos me dan una pereza increíble.
—¿Trabajas normalmente aquí?
Se echa a reír mientras alcanza la lata de cerveza con la mano que le queda libre y la abre.
—Soy acomodador de cines, socorrista en verano, aparca coches, azafato de eventos... Según se tercie. Si hoy estoy aquí es gracias a mi hermana, insistió para que yo estuviera en la recepción.
Hago un gesto de aprobación con la cabeza en honor a su franqueza.
—¿Y qué hay de ti? ¿Trabajas?
Suspiro y me coloco a su lado junto al palé, con la cerveza en las manos.
—Soy administrativa sin trabajo estable.
Asiente y vuelve a llevarse el cigarro a la boca.
—Las cosas están mal para todos –confirma.
—Ni que lo digas.
Y seguimos así un rato, manteniendo una conversación de besugos mientras damos pequeños tragos a nuestra cerveza. Por lo general, soy de las personas que saben adaptarse a las circunstancias y al tipo de gente con la que está. Héctor es uno de esos hombres que reniegan de todo: de la sociedad, los políticos, la economía, la situación laboral... No es capaz de ver nada bueno en la vida y todo le parece mal; y vale, puede que en algunas cosas tenga razón, pero ver el mundo con sus ojos es demasiado deprimente; no obstante, no me atrevo contradecir sus argumentos, me limito a asentir dándole la razón como a los locos.
—Joder, ha sido una suerte dar contigo, realmente eres la única persona normal que hay aquí, todos los demás son una panda de estirados consumistas que rozan lo patológico.
Sonrío por primera vez desde que estamos solos, no por el comentario en sí, sino por decir que soy normal. Creo que puedo considerar eso como un cumplido.
—El mundo debe estar realmente jodido para que me consideres a mí como "normal" –espeto, y esta vez, él me devuelve la sonrisa.
Tiene una bonita sonrisa, de eso no me cabe ninguna duda.
—Mi hermana me ha hablado mucho de ti, y de Raquel –puntualiza–. Si te soy sincero, tenía ganas de conoceros.
—¿De verdad? –pregunto sorprendida.
—A Gina no le cae nadie bien, supongo que te habrás dado cuenta, así que si tiene dos amigas por las que daría la cara, sin duda deben ser muy especiales.
—Ellas también son especiales para mí, somos un trío un tanto peculiar, muy distinto a decir verdad, pero lo sorprendente es que pese a nuestras enormes diferencias, nos respetamos y no intentamos cambiarnos. Por lo general, la gente se relaciona con personas afines, con las que comparte hobbies o ideologías y tienden a rechazar lo que consideran dispar; pues bien, ese no es nuestro caso.
Héctor alza su lata de cerveza para brindar conmigo.
—Por las diferencias que enriquecen la vida.
Asiento complacida y acercamos nuestras latas.
Hablamos durante un rato más sobre Gina y Raquel, hasta que él comenta que debe regresar a su trabajo. Yo debo hacer lo propio y volver a casa, aquí ya no hay nada más que ver.
Emprendo rumbo a mi apartamento pensando que ha sido un día emocionante en el que, para variar, he hablado con un chico, cosa no muy corriente.
Entro en casa y saco mi teléfono del bolso para revisar los últimos mensajes.
«Veamos... uno de Raquel preguntándome qué tal ha ido la exposición, otro de mi compañía de teléfono y... !Dios mío! ¿¿¿Un correo de Aitor???»
Sé que es absurdo, pero ante la constatación de este hecho, me he puesto nerviosa.
No pierdo tiempo en sentarme frente al escritorio. Enciendo el ordenador en un tiempo récord y me concentro en ese primer mensaje, a la vista está que no esperaba recibir respuesta tan pronto:
De: Aitor M.
Para: Sara G.
Fecha: 15 de agosto de 2014 18:03
Asunto: Para la insegura crónica y especialista en mala suerte.
Querida desconocida,
Consternado me hallo, para qué engañarnos. Sin duda, tu mensaje ha sido como un soplo de aire fresco y ha logrado sacarme una sonrisa; sin embargo, corroboro tu teoría acerca de que eres especialista en eso de la mala suerte, pues no has podido pedir opinión a un hombre más reacio que yo en cuanto a relaciones se refiere.
No me gusta el romanticismo, así como los anillos de compromiso, las flores, la poesía barata o las promesas vacías... Todo ese tipo de ritual empalagoso me parece deplorable.
Ahora que somos completamente sinceros, a mí me gustaría saber por qué acostarse con una mujer implica que se crea con derecho a considerarte de su propiedad. La vida está hecha para disfrutarla y el sexo es una de esas cosas que hace que disfrutes de la vida, hacerlo siempre con una misma persona disminuye notablemente la emoción. ¿Por qué todas las mujeres siempre quieren más de los hombres?
Tal vez ese sea el problema que nos separa, que mientras vosotras empezáis a recrear una boda perfecta con violinistas, damas de honor, florecillas blancas y tartas de nata desde la primera cita, nosotros pensamos en meterla y luego probar con la siguiente, por eso de no caer en la rutina.
No te lo tomes a mal, no es un comentario machista, de hecho, yo valoro un montón a las mujeres que, al igual que los hombres, piensan en disfrutar del sexo sin la necesidad de comprometerse con la otra persona.
Respecto a ese Álvaro (decir de antemano que tu descripción sobre vuestros encuentros me ha hecho pasar un buen rato), solo puedo decir que tienes razón, es un gilipollas por muchos motivos. El primero y más evidente es que se depiló los huevos en la segunda cita, eso solo denota que el tío llevaba tanto tiempo sin hacerlo que estaba desesperado por meterla a la menor oportunidad, al igual que esa constante manía por acariciar con disimulo tu culo. Vamos a ver, si se quiere tocar el culo, se toca de verdad, a conciencia, ¿qué es eso de hacerlo con timidez? Lo mejor es notar que la otra persona se da cuenta y le gusta.
Viniendo de mí, el único consejo que puedo darte es que no tengas grandes expectativas, los príncipes azules NO EXISTEN, pero sí hombres buenísimos en la materia que te harán pasar un buen rato si les das la oportunidad, de hecho, muchos hombres nos echamos atrás cuando vemos que la mujer pretende exigir demasiado de nuestros encuentros, así que puede que ese sea uno de tus problemas: no sabes separar el sexo de todo lo demás.
Solo soy un hombre, deberías contrastar esta información con otros y extraer tus propias conclusiones.
Atentamente, Aitor M. Resuelve-dudas de inseguras crónicas y especialistas en mala suerte.
PD: ¿Mosca? ¿Leche? ¿Nata?... ¿Es un mensaje con segundas?
En mi rostro se dibuja una sonrisa infantil ante esas palabras, pero al mismo tiempo, me siento intimidada por su devastadora sinceridad. Tal vez tenga razón en alguno de sus argumentos, pero no estoy para nada de acuerdo con él. Puede que las mujeres tengamos más en cuenta el futuro que los hombres y queramos que en ese futuro haya una única persona que nos cuide, mime y entienda a la perfección, ¿eso es algo malo? Pensándolo fríamente, creo que lo que inclina la balanza a esta postura es el reloj biológico, es como si tu cuerpo te indicara el momento de detenerte, de cambiar de rumbo, sentar la cabeza y hacer ese tipo de cosas para las que se supone que la especie humana está predestinada. Pero para ellos no hay prisa, les aterra ese tipo de ataduras ya que con ello constatan que se acerca al final de su vida y no quieren que eso ocurra, por ese motivo se aferran a cualquier oportunidad que les permita permanecer en el sitio sin avanzar.
Me preparo mentalmente para contestar a su mensaje, siento la imperiosa necesidad, al igual que él ha hecho conmigo, de hacerle partícipe de las opiniones subjetivas de una mujer cualquiera.
De: Sara G.
Para: Aitor M.
Fecha: 15 de agosto de 2014 22:30
Asunto: Aitor M: Todo un filósofo de la vida
Querido desconocido,
Agradezco tu sinceridad, realmente han sido palabras muy instructivas para una chica como yo, condenada al fracaso sentimental.
Después de leer tu mensaje acerca de los pensamientos masculinos, me debato entre ahorcarme o pegarme un tiro. Dado que no dispongo de armas, reconsideraré la primera opción.
Ahora en serio, lo más triste de todo es que no te quito la razón en algunos aspectos, supongo que para mí, y tal vez para algunas mujeres también, el sexo es algo secundario. En primer lugar está enamorarse perdidamente de alguien, y claro, es difícil encontrar una persona del sexo opuesto que esté dispuesto a hacer lo mismo.
Respecto a las chicas que se acuestan con un chico y ya lo consideran de su propiedad... Solo puedo decir que eso se debe a un único deseo: la mujer necesita sentirse valorada por su pareja y sentir que para él no hay nadie más que ella, que es la única que puede despertar su deseo. Por eso nos duele que el hombre pueda tener un bonito encuentro con nosotras y acto seguido pasar página, como si esos momentos vividos no fueran para tanto. Nosotras hemos puesto ganas, deseo, sueños y algunas expectativas, no queremos que el chico se deshaga de eso tras el sexo y nos haga sentir como un simple número en su larga lista de conquistas.
Pero no creo que ese sentimiento sea algo meramente femenino, ¿es que acaso al hombre no le duele que la mujer con la que ha estado pase de él para centrar su atención en otros?
Atentamente, Sara G. Sí, la chica mosca que no se rinde y que sobrevivirá a su destino convirtiendo la leche en nata...
PD: ¿Ves? otro cliché puramente masculino, buscar dobles intenciones en frases inocentes.
Envío el mensaje y profiero un gratificante suspiro. ¿Quién me iba a decir a mí que me lo pasaría tan bien con esto?
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