30


No me lo explico, pero me siento eufórica esta mañana. ¡Estoy feliz!

Una sonrisa se ha perpetuado en mi rostro desde que me he levantado y siento que el positivismo me acompaña. Es la misma sensación de cuando subes a una montaña rusa, la adrenalina se dispara por todo el cuerpo y el estómago se contrae, preparándose para descender rápidamente de la cima; esto es maravilloso.

Cruzo enérgica la oficina y sonrío a Laura, que nada más verme asiente complacida con la cabeza aprobando mi actitud, luego entro en mi despacho y me dejo caer en la silla de cuero negro, balanceándome hacia los lados mientras el ordenador se enciende.

Solo tengo ganas de gritar, de saltar, de correr hacia alguien y abrazarle hasta dejarle sin oxígeno en los pulmones, y es que toda esta desbordante felicidad empieza y termina con Aitor. Es su recuerdo el que me hace revolverme nerviosa, canturrear las canciones de moda mientras me visto e incluso olvidar todos y cada uno de mis problemas. Pero entonces, la montaña rusa se detiene a mitad del descenso y la fuerte sacudida restablece el orden de mis emociones. Alberto acaba de entrar en mi despacho y, con cuidado, entorna la puerta para crear cierta privacidad.

—Hola nena, ¿cómo lo llevas?

¡¿Nena?! ¿En serio me ha llamado "nena"?

—Bastante bien, ¿y tú? –pregunto únicamente por cortesía.

—Oh, no me quejo –dice sacando un bloc de notas junto a un bolígrafo del bolsillo trasero de su pantalón–. Pero vayamos al tema que nos interesa: ¿carne o pescado?

Frunzo el ceño, a veces pienso que a Alberto y a mí nos separan centenares de galaxias.

—¿Cómo dices?

—Este sábado es el definitivo, tú y yo en mi casa y quedan prohibidas las excusas, así que, ¿carne o pescado?

¡Dios! ¿Volvemos a lo de siempre?

—Este sábado... –Carraspeo, tomando un tiempo prudencial para centrarme en el tema a tratar.

—¿Qué prefieres? –insiste, sin darme opción a pensar en nada más.

—Mira... verás Al... No sé cómo decirte esto, pero...

—Tampoco quieres quedar, ¿me equivoco? –dice con desánimo.

Suspiro. Esto va a ser más complicado de lo que creía, nunca he dicho "no" a un hombre. Aunque parezca mentira, no he tenido muchas oportunidades para rechazar a alguien, siempre han sido ellos los primeros en hacerlo.

—Dime la verdad, ¿qué crees que hay entre nosotros? –pregunto señalándonos con el dedo índice.

Está visiblemente confundido, no obstante, rompe el silencio y dice:

—A mí me gustas, Sara, pero tengo la impresión de que no me das mucha cabida en tu vida.

Paso las manos por mi pelo suelto, intentando desenredarlo ligeramente con los dedos.

—No quiero confundirte, pero creo que entre nosotros no puede haber nada más que una bonita amistad.

Me mira horrorizado.

—¿Me estás friendzoneando?

Es curioso, pero sí. Dejando al margen la divertida forma de expresarlo, es justo lo que estoy haciendo. Y sin darme cuenta me pongo triste, no me gusta hacer a otros lo que no quiero que me hagan a mí, es decir, no soporto que Aitor me considere una amiga cuando yo siento algo más por él, pero de igual forma, estoy pagando a Al con la misma moneda. Realmente soy una mala persona.

Lo peor de esta situación es que me pongo en su lugar y sé cómo se siente en este momento, pero no puedo seguir ocultando mis sentimientos. He intentado hacer que me guste, juro que lo he intentado con todas mis fuerzas. Incluso he ignorado detalles de él que me exasperan solo por darle una oportunidad, tratando de convencerme a mí misma de que era lo que quería. Pero no, paso de seguir engañándome, es un comportamiento pueril tratar de hacer que un hombre te guste a la fuerza, haciéndole sitio en tu corazón con calzador.

El corazón es un músculo que no atiende a razones, se niega a coger la primera oportunidad que se le presenta a una posible relación duradera, va por libre y ha encontrado a otra persona para ese puesto, nada más y nada menos que a Aitor. Lo que mi corazón ignora es que no tengo la más mínima posibilidad de estar con él, y aun así, continúa en su empeño de torturarme impidiendo que me centre en otros objetivos.

Soy plenamente consciente de que saldré perdiendo en esta historia, lo sé, pero aún sabiendo lo que se avecina, en lugar de detenerme sigo avanzando hacia el precipicio.

—Al... No pretendo hacerte daño, de verdad, pero cuando las cosas no fluyen no se pueden forzar.

—Es curioso que digas eso, nunca tuve la sensación de estar forzándote a nada.

—Bueno... tal vez no sea la palabra más adecuada para decir que...

—Está bien. –Me corta–. No digas nada más, no hace falta.

Trago saliva e inevitablemente empiezo a ver borroso. Al acaba de convertirse en un reflejo de mí misma, estoy segura de que esa es la cara que se me queda a mí cada vez que Aitor me dice que solo soy su amiga.

Se da media vuelta y camina lentamente hacia la puerta. No sé qué decir, ni qué palabras emplear para tratar de animarle; esta es la situación más difícil de mi vida.

Antes de traspasar el umbral, se gira y vuelve a mirarme a través de sus característicos ojos saltones.

—Hay otra persona, ¿verdad?

Planto el codo encima de la mesa, aplasto mi mejilla contra el dorso de la mano y suspiro.

—No voy a engañarte, hay otra persona, pero ni siquiera sabe lo especial que es para mí.

Cierra sutilmente los párpados, se le ve tan afectado que por un momento me cuestiono si realmente he hecho bien tomando la decisión de apartarlo de mi vida definitivamente, pero ya es demasiado tarde para hacer algo al respecto; el mal ya está hecho. Acabo de tirar por la borda la primera oportunidad que se me presenta de ser feliz junto a alguien que, a su manera, me quiere.

—Si esa persona es especial, deberías decírselo cuanto antes –dice cerrando la puerta de mi despacho, y ese comentario por su parte hace que mi corazón dé un vuelco.

Trabajo incansablemente hasta que llega la hora del desayuno y, antes de levantarme de la silla, irremisiblemente vuelvo a pensar en Al. Si bien mi pequeña historia con él no ha sido la precursora de una pasión ardiente, al menos ha sido como una inyección de energía muy necesitada y oportuna para mi ego. Nada ocurre porque sí; cada suceso, por pequeño que sea, es un engranaje más que mueve esta complicada maquinaria llamada vida.

Sintiéndome un poco más aliviada por mi reflexión, me doy cuenta de que lo que ahora necesito es una dosis de "felicidad" para no hundirme y volver a ver las cosas en perspectiva, así que me envalentono y decido que lo mejor que hay para levantar el ánimo es escribir a Aitor.

«Hola, ¿cómo va todo? ¿Qué tal Elsa?»

Dos segundos después, en mi teléfono aparece la respuesta.

«Estoy cerca. ¿Te dejan hacer un descanso en el bar de enfrente?»

Mi boca se entreabre por la incredulidad, pero no quiero dejar pasar esta oportunidad y contesto afirmativamente al tiempo que salto de mi silla.

No me lo puedo creer, ¡Aitor está aquí!

Paso por el baño, compruebo que todo está en su lugar y me escabullo hacia la salida. Miro hacia los lados y cruzo la calle deprisa para llegar cuanto antes al Petit Cafè, la cafetería que hay justo delante de la oficina. Aitor está sentado en la mesa que hay pegada al gran ventanal, veo que tiene buen aspecto, aunque eso no es difícil. Viste con una camisa tejana desabrochada sobre una impoluta camiseta blanca arremangada hasta el codo, dejando al descubierto unos brazos ligeramente bronceados con un vello tan rubio, que es prácticamente inexistente; vaqueros azul claro y zapatillas blancas con cordones escondidos. Es tan juvenil, tan... tan... jodidamente guapo. No hay otra palabra que le describa mejor.

En cuanto entro en el local, aparta la mirada del teléfono y se encuentra conmigo, le percibo algo serio y me pongo en guardia.

Me siento frente a él sin perder detalle de sus ojos castaños, ni de su pelo, peinado con ese estilo desenfadado que lleva siempre con una naturalidad increíble, sin importarle las adversidades climatológicas, pues siempre le queda bien.

—Hola. –Saludo con cautela advirtiendo su gesto ceñudo.

—Hola. ¿Qué quieres tomar? –pregunta al tiempo que hace una señal a la camarera para que nos tome nota.

—Un café con leche, gracias.

Pide lo mismo para los dos y, en cuanto volvemos a quedarnos solos, junta sus manos y las lleva al centro de la mesa.

—Hoy le dan el alta a mi hermana.

—¡Oh, vaya! Eso es una buena noticia, ¿no?

Suspira.

—Según se mire. Le han dado el alta porque no puede estar más tiempo en el hospital. Ahora debe hacer reposo absoluto en casa, no le queda más remedio que volver a su vida mientras espera la llamada que le salve la vida.

Le miro extrañada.

—Está en la lista de trasplantes preferentes –aclara–. Es irónico, para que ella viva alguien debe morir... –Hace una breve pausa–, eso contando con que su corazón aguante la espera.

—¿Y cómo lo lleváis los demás? ¿Y los niños?

—Los niños solo saben que su madre está enferma y espera una operación, nada más, pero nosotros estamos destrozados, ya nos han dicho que vayamos preparándonos para lo peor, que puede pasar en cualquier momento, así que imagínate... Por otro lado Elsa lo lleva bastante bien, no le da demasiada importancia al asunto, no sé si lo hace por nosotros o porque realmente lo siente así.

—Entiendo.

—He adelantado las vacaciones para pasar más tiempo con ellos, todos tenemos que aportar nuestro granito de arena en estas circunstancias, aunque no sé si seguiré teniendo trabajo cuando me reincorpore; he tenido que posponer el viaje a Alemania y dejarlo todo...  a medias. –Suspira–.  Es frustrante verse atado de pies y manos.

—Creo que lo único que puedes hacer es estar tranquilo y aceptar las cosas tal y como vengan, opino que estás haciendo lo correcto.

Asiente con cierto aire reflexivo, parece como si además de la preocupación por su familia, su cabeza estuviera ocupada con otra cosa.

—¿Y qué tal tú? ¿Cómo lo llevas?

—Ya lo ves... –Sonrío–. No hay demasiadas novedades.

Corresponde fríamente a mi sonrisa. ¿Qué está pasando? ¿Dónde está el chico encantador y risueño de ayer? Algo me dice que se avecina tormenta, ¡nunca mejor dicho!

—¿Estás segura de eso? –pregunta con voz áspera.

¡No! ¿Por qué justamente ahora? ¡No quiero hablar con Mr. Hyde, quiero que vuelva el Dr. Jekyll!

Sus ojos se entrecierran preparados para evaluar mi respuesta y ese gesto, hace que me sienta intimidada.

—No sé por dónde vas –le digo.

—Veo que no entiendes muchas cosas, Sara. –Chasquea la lengua con fastidio–. Está visto que tengo que explicártelo todo.

—Sí –confirmo–, te agradecería mucho que fueses más claro.

Emite un leve suspiro y da un sorbo a su café con tanta lentitud, que mi desesperación crece por momentos.

—A ver, dime, ¿por qué crees que estoy aquí? –Me quedo paralizada, lo cierto es que no lo sé; aunque tampoco se lo he preguntado–. ¿Crees que esta cafetería, de entre todas las que hay en la ciudad, me venía de paso?

—No lo sé. –Reconozco–. ¿Por qué no acabas con esto de una vez y me dices ya lo que tengas que decirme?

Cierra los ojos mientras coge una enorme bocanada de aire antes de pasarse las manos por la cara para despejarse.

—He estado dándole vueltas y he llegado a la conclusión de que tú y yo...

—¿¿¿Lili???

¡Oh, no! Esa voz...

Me vuelvo temerosa hacia la derecha y, en cuanto pongo rostro a esa voz de pito, el aliento se congela en mi pecho. Todo mi mundo se desmorona, mi entereza se derrumba y siento incluso cómo mi alma se escapa de mi cuerpo, dejando un inerte amasijo de piel y huesos en lugar de una persona completa.

No puedo moverme. Me quedo en shock observando a mi prima avanzar en nuestra dirección con su hipnótico movimiento de caderas. La minifalda que luce descubre sus larguísimas piernas torneadas, fuertes y decididas, sobre unos imponentes tacones de aguja. No me da tiempo a fijarme en nada más, con esas piernas ha llegado hasta nosotros en cuestión de segundos.

—¡Qué sorpresa encontrarte aquí! –dice inclinándose para darme dos empalagosos besos en las mejillas–. ¿Cómo estás?

Cojo aire para pronunciarme, pero ella me interrumpe antes.

—No tengo el placer de conocer a tu... tu...

—Amigo. –Se anticipa él con una resplandeciente sonrisa–. Soy Aitor.

Lo que pasa a continuación, es una sucesión de imágenes y diálogos propios de una película de terror. Me convierto en mera espectadora mientras ellos hablan y ríen ignorando mi presencia. Aitor no le quita ojo, estoy convencida de que no puede resistirse a la fuerza de su mirada azul; o al par de sandias que tiene por tetas.

Denís, rabiosa como ella sola, no duda en centrar todos y cada uno de los diálogos en él como si yo no existiera y, en este momento, tengo la sensación de que he vuelto a cubrirme con mi capa invisible.

Aitor ríe sin cesar, parece que su humor ha vuelto a cambiar drásticamente. En ocasiones se centra en mí y sonríe, o hace algún pequeño comentario buscando también mi aprobación, pero lo único en lo que puedo pensar al tenerlos delante es: ¡con ella no, Aitor, por favor!

Podría soportar que volviera a acostarse con cualquier otra mujer, con esas modelos de revista a las que está acostumbrado, incluso aceptaría que tras acabar con ellas regresara a mí como solía hacer, para hablarme, desfogarse o buscar aquello que no encuentra con las otras, pero si tiene algo con Denís, por pequeño e insignificante que sea, yo no quiero estar ahí. No quiero verlo, no quiero vivirlo, no quiero saber. Simplemente no puedo ser imparcial, me iré por mucho que lo lamente, desapareceré para siempre de su camino, me encerraré más si cabe en mí misma y me sumiré en mi mundo depresivo para siempre, incluso dejaré de aceptar las invitaciones de mi familia, pues ya no habrá fuerza humana que me haga asistir. Aguantar los picotazos de medusa de mi prima ya es mucho, pero si Aitor entra en juego con el único propósito de herirme, prefiero morir mil veces a propiciar un encuentro con ella.

Siento que soy incapaz de disimular, estoy rebasando las barreras del llanto y ninguno de los dos se da cuenta del sufrimiento que se alza en mi interior. No necesito estar aquí, no puedo quedarme, mi descanso ha terminado y debo volver al trabajo.

Cierro los ojos un instante y escucho sus risas de fondo. Esto no es bueno, estoy segura de que me estoy mareando. Cuando consigo despertar, descubro a Aitor con el ceño fruncido, mirándome mientras Denís sigue hablándole por encima del murmullo del bar, sin percatarse de mi abatimiento.

Me levanto y cojo mis cosas con toda la dignidad del mundo, aunque me siento profundamente herida, pisoteada, insultada, ridícula... Mi autoestima hace aguas en este momento.

—Tengo que volver al trabajo –alego sin mirar sus caras.

—Pues yo me muero de hambre –interviene Denís, dirigiéndose exclusivamente a Aitor–. ¿Qué te parece si vamos a un sitio por aquí cerca y seguimos conociéndonos?

Otro mazazo en el corazón. Puedo sentir incluso cómo las fuerzas me fallan, tengo miedo de desvanecer.

Aitor sigue centrándose en mí, mirándome como si intentara leer mis pensamientos, y antes de que abandone mi sitio, dice:

—Me parece bien, yo también tengo hambre.

Mi prima le acaricia el brazo y empieza a proponerle opciones culinarias, pero yo ya he tenido bastante y me alejo. Me marcho dejándolos solos en el Petit cafè, un bar al que jamás volveré, pase lo que pase.

Regreso a la oficina, todos se dan cuenta de mi cambio de ánimo al verme aparecer como un espectro. Nadie diría que esta mañana era la mujer más feliz del mundo; en cambio ahora, no tengo nada. He roto con Alberto, he perdido a un "amigo" y un miembro de mi propia familia, de mi sangre, no ha dudado ni un instante en pisotearme hasta reducirme a cenizas.

Vuelvo a estar como al principio, sola, con mis amigas y mi padre. Son los únicos que pase lo que pase estarán ahí y jamás harán nada que pueda perjudicarme.

Sigo trabajando hasta que acaba mi jornada, pero siento que ya no soy yo, algo dentro de mí acaba de perderse hoy: mis sueños, mi ilusión y mi alegría.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top