29


El sueño ha sido bonito mientras ha durado, pero tarde o temprano tenía que acabar. Observo distraída el lento hormigueo de la gente al salir de sus casas esta soleada mañana de domingo, las bicicletas circulando por su carril, los niños jugando en el parque... Parece un día tranquilo, sin complicaciones, un día perfecto para encerrarme en casa y pensar en todo, en cada palabra dicha, guiño o gesto que se ha producido desde esa tarde de sábado. No me considero una persona especialmente reflexiva, pero hay momentos en los que necesito hacer un alto en el camino y saborear esos pequeños momentos que todavía retengo en mi memoria.

Me apeo del coche de Aitor llevando conmigo el calendario que me ha regalado como si fuera mi más preciada posesión; seguidamente, saco las llaves del bolsillo de mi chaqueta. Me dispongo a entrar en el portal, pero justo cuando estoy a punto de hacerlo escucho una voz a mi espalda que me llama:

—¡Sara!

Me vuelvo rápidamente. Al principio no le reconozco, pero a medida que se acerca mi sonrisa se expande.

—¡Héctor! –Mi mandíbula se descuelga en cuanto lo tengo delante–. Pero ¿y esto?

Se rasca la cabeza avergonzado.

—¿Crees que es demasiado? En fin... ¡Mírame! ¡Parezco un niñato de quince años!

—¡¿Qué dices?! ¡Estás genial! Pero ¿a qué se debe este impresionante cambio?

No puedo contener la tentación, es demasiado fuerte, así que me acerco con decisión y acaricio sutilmente su rostro de porcelana. Se ha quitado todo el vello dejando la piel suave, blanca y limpia; no se parece en nada al chico barbudo que conocí hace unos meses en la exposición.

—Parezco un idiota, ¿verdad? –pregunta apenado por haberse desprendido de algo tan importante para él.

—¿Por qué ibas a parecerlo?

—Ya sabes, por hacer este tipo de gilipolleces por una persona a la que apenas conozco. Es enfermizo, ¿no crees?

Me echo a reír.

—¿Todo esto lo has hecho por Raquel? ¿Quieres impresionarla?

Se frota el mentón con una mano y sonríe como un niño al que acaban de pillar en una fechoría.

—Lo que yo te diga: un completo idiota. Lo más probable es que busque otro pretexto para alejarse de mí, como que mis manos le producen urticaria, ¿y qué hago entonces, amputarme los brazos? ¡No tiene ningún sentido!

Se me escapa la risa, no puedo quitarle la razón en eso; con Raquel nunca se sabe.

—Pues yo veo esto como un acto de valentía, sin duda. Si ve lo que eres capaz de hacer para estar con ella, abrirá los ojos.

—Me lo he pensado mucho, la verdad. No me gusta dejar de ser quien soy solo porque a alguien no le guste mi aspecto, siempre me ha dado igual la opinión de la gente. Pero el concepto de "gente" no puedo aplicarlo a Raquel, me importa su opinión y he descubierto que sus comentarios me hieren más que los de cualquier otra persona. Eso significa algo, ¿no?

Inevitablemente los ojos se me acaban de llenar de lágrimas. Me cuesta contenerlas, y lo único que se me ocurre es abalanzarme sobre él para darle un abrazo de los míos. Sus brazos me reciben con agrado, incluso me aprieta, transmitiéndome parte de su nerviosismo.

—Gracias –digo cerca de su oído.

—¿Por qué? –pregunta separándose ligeramente.

—Por devolverme la esperanza y hacerme ver que todavía hay posibilidades para el amor.

Se me escapan un par de prófugas lágrimas que apresuro a enjugar.

—Será mejor que subamos –digo cogiéndole del brazo para conducirle hacia el interior del edificio–, debemos encontrar la manera de que Raquel te haga caso.

—Por eso he venido, para esto no puedo contar con la terca de mi hermana, podría castrarme si se entera.

Asiento con complicidad; la verdad es que no anda muy desencaminado.

Nada más entrar en mi apartamento le ofrezco una cerveza, ha llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa.

—Puedo decirle que venga –sugiero dando el primer trago a mi botella.

—¡¿Ahora?! ¡Ni hablar! No estoy preparado.

—¿Entonces?

—No sé... Había pensado en organizar algo sin que lo supiera.

—¿Una encerrona?

Se encoge de hombros.

—Podríamos citarla en algún sitio haciéndola creer que se va a encontrar contigo y luego aparecer yo.

Su plan no acaba de convencerme, no creo que eso le guste a nuestra amiga.

—Se olería algo si ve que no aviso a Gina.

—Tienes razón... –suspira con nerviosismo–. ¡Joder! Encima también he dejado de fumar, ¿te lo puedes creer? Estoy que me subo por las paredes.

Me echo a reír, me hace muchísima gracia que un hombre se comporte así por gustar a una mujer, para mí es algo nuevo.

—Mira, Héctor, creo que ya sé lo que voy a hacer... –Me pongo en pie y saco el teléfono móvil de mi bolsillo.

—¿Qué vas a hacer? –demanda asustado.

—Voy a decirle que venga a mi casa, que quieres verla.

—¿¿¿Cómo??? ¿Vas a decirle la verdad? ¿Así, sin más? –procede escandalizado.

—Es lo mejor –aseguro–. Estoy convencida de que acudirá aun sabiendo que eres tú quien quiere verla.

—¿Cómo sabes eso?

—La conozco.

—Pero... ¿Y si no quiere?

—Eso no sucederá, y si es así, al menos te quitarás esa espinita y podrás continuar con tu vida.

—No me jodas, Sara, que me he afeitado la barba por ella.

Vuelvo a reír, pero enseguida me recompongo y empiezo a llamar desoyendo sus palabras. Noto como cada tono pone en tensión a Héctor, que está expectante; tanto es así, que creo que ha dejado de respirar.

—¡Hola Raquel! –saludo un tanto eufórica.

—¿Sara?

—Sí, soy yo –confirmo por si le ha quedado alguna duda–. Mira, vamos al grano –procedo, y Héctor me da un pequeño codazo–, ¿puedes venir a mi casa ahora?

—¿Por qué? ¿Ha pasado algo? ¿Todo ha ido bien con tu cita?

Aprieto una sonrisa y me doy media la vuelta para esquivar a Héctor, que está persiguiéndome mientras me hace señales con las manos para que no confiese a Raquel sus intenciones.

—Todo genial, pero no es de eso de lo que quiero hablarte y, bueno, ya puestos, tampoco soy yo la que quiere hablar... –Hago una pequeña pausa para controlar las ganas de reír. Héctor ha empezado a dar saltos mientras hace gestos de negación con los brazos.

—¿Qué quieres decir?

—El hermano de Gina está en mi casa.

Se hace el silencio al otro lado.

—Ah...

—Ha venido para pedirme ayuda. Quiere quedar contigo, pero no sabe cómo.

El silencio vuelve a producirse y, esta vez, me obligo a intervenir.

—Tienes que venir, creo que tiene algo importante que decirte.

—¿El qué? –pregunta curiosa.

—No puedo decírtelo yo, ven y lo sabrás.

Se queda callada unos instantes hasta que se decide a hablar.

—Está bien, voy.

Cuelgo y me giro hacia Héctor, que me contempla ansioso.

—¿Qué ha dicho?

—Como imaginaba, va a venir.

Coge aire y pasa las manos por su rostro, estirando la piel hacia abajo. Pese a que es lo que quería, no se muestra demasiado eufórico.

—No sé de qué hablar, no sé cómo decirle que me gusta y que lleva meses gustándome en silencio...

—Eso es lo de menos, creo que no te has dado cuenta de que sin decir una sola palabra, ya lo has dicho todo.

Hace una mueca y se sienta en el sofá, con la mirada perdida en la nada.

—Nunca me he sentido tan idiota, pero es que ella... ella... es preciosa, ¿verdad?

—Lo es –confirmo.

Me quedo en silencio estudiando cada una de sus nerviosas reacciones. Realmente parece otra persona, ¿nos volvemos así de tontos cuando nos enamoramos? ¿Esta extraña enfermedad afecta por igual tanto a hombres como a mujeres?

Hasta ahora pensaba que nosotras éramos las más perjudicadas, que a la mínima se nos iba la cabeza y empezábamos a ilusionarnos con un posible futuro, como asegura Aitor, sin embargo, Héctor desmiente esta teoría: siente, padece, vive y actúa como si no pudiera controlar sus emociones, como si algo superior a él le hiciese perder la cordura y ceder a instintos mucho más primarios, arraigados a su condición de ser humano.

Este pensamiento me hace recordar una frase de Jostein Gaarder, que dice así: "El ser humano no vive solo de pan. Necesitamos amor y cuidados, y encontrar una respuesta a quiénes somos y por qué vivimos". Al final se demuestra que yo tenía razón, todos buscamos ser queridos, incluso el más escéptico de los hombres.

En cuanto llaman al timbre de mi apartamento, los dos damos un respingo y nos miramos durante una milésima de segundo sin decir nada, luego, me pongo en pie de un salto y corro hacia la puerta.

—¡Qué guapa te has puesto, Raquel! –exclamo impresionada, a lo que ella responde con un tímido asentimiento de cabeza, intentando restar importancia a mis palabras.

—No me he puesto nada especial...

—¿Y desde cuándo te vistes con falda?

Ignora mi pregunta y hace un giro para entrar en mi apartamento sin tan siquiera rozarme hasta llegar al comedor. La sigo de cerca, riéndome por detrás; algo me dice que este cambio no ha sido casual, ha de haber un motivo de peso para que hoy haya decidido exhibir sus perfectas piernas.

Raquel se queda petrificada en cuanto ve a Héctor, su ceño se frunce mientras le observa impasible de arriba abajo; apuesto a que verle despojado de su espesa barba es algo que claramente no esperaba. Utiliza una mano para descubrir su rostro retirándose la mascarilla, y ahora puedo ver que incluso se ha pintado los labios; otra señal.

—Hola –empieza Raquel con cautela.

—Hola –contesta Héctor, más rojo de lo habitual. Sin la barba, ese tipo de detalles no pueden esconderse.

—¿Querías verme?

Él emite un ligero suspiro, no sabe cómo empezar, pero todo esto me resulta tan tierno que soy incapaz de retirarme de la escena para dejarles algo de intimidad, me muero de ganas por saber qué va a pasar.

—No sabía qué hacer para quedar contigo... No has podido poner más obstáculos –musita en apenas un susurro.

—¿Quedar conmigo? –pregunta sin comprender a dónde quiere llegar.

—La lógica me dice que me aleje, no te ofendas, pero solo hay que verte para querer poner unos cuantos metros de distancia –dice, y ella da un paso hacia atrás–, pero llevo demasiado tiempo detrás de ti, incluso antes de que nos conociéramos personalmente; ahora quiero más.

—Más... –remarca Raquel escéptica.

—Sí, más. Me gustaría conocerte y hacer cosas juntos, como ir a cenar o dar un paseo, solos tú y yo, sin tener que ingeniármelas para verte cada vez que sé que mi hermana está contigo.

—Pero ¡¿qué estás diciendo?! ¡Si no nos conocemos!

—Por eso estoy aquí, quiero remediar eso.

Contengo la respiración esperando alguna respuesta, pero mi amiga no está por la labor, se siente tan descuadrada que es incapaz de ofrecer a su pretendiente una respuesta.

—¿Qué me dices? –insiste.

—No me gusta salir, pasear... y menos en esta época del año que...

Héctor parece desorientado.

—Vale –espeta con indignación–, lo he entendido. No quieres hacer nada conmigo, ¿es eso?

Miro escandalizada a Raquel, que no es capaz de articular palabra, se ha quedado literalmente en blanco.

—Ya sabía yo que iba a hacer un ridículo espantoso, no sé por qué me tomo tantas molestias... –rezonga cogiendo su chaqueta del sofá y se dirige hacia la puerta a paso ligero–. Siento haberte metido en esto, Sara.

Y con ese último comentario a sus espaldas, se va. No entiendo qué ha podido pasar, juro que pensaba que Raquel no sería capaz de resistirse; Héctor la atrae, entonces, ¿por qué no ha reaccionado como esperaba y ha dejado que se vaya?

Me acerco vacilante hacia ella, en cuanto nota mi presencia se vuelve e intenta ocultar su rostro de mí colocándose de nuevo la mascarilla sobre la boca.

—No puede ser, Sara. Yo no puedo tener pareja, ni llevar una vida normal; él no podría aguantarlo.

No me atrevo ni a parpadear.

—¿Quieres decir que nunca podrás estar con otra persona y construir una vida junto a alguien? ¿Tu vida se reduce a esto? ¿Es realmente lo que quieres, Raquel?

—No se trata de lo que quiero, lo que tengo no se puede solucionar.

—¿Y qué tienes? –pregunto asqueada por esta actitud que siempre adopta; hay momentos en los que me desquicia.

—Déjalo, no puedes entenderlo –zanja en tono seco antes de esquivarme y dejarme sola.

No, definitivamente no puedo ponerme en el lugar de todo el mundo, a veces creo que las cosas no son tan complicadas como parecen, solo se trata de admitir los sentimientos y arriesgarse a ver qué pasa, no creo que sea para tanto, pero en lugar de eso, preferimos complicarlo todo. ¿Por qué será?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top