88. Tras los muros
CAPITULO OCHENTA Y OCHO
TRAS LOS MUROS
━━━━━━━━┓ * ┏━━━━━━━━
Los cristales tras la sala del trono en Mitras llenaban la habitación de luz y le arrancaban destellos al suelo de mármol, creando la ilusión de que el trono era mucho más grande y más largo de lo que en realidad era. Desde fuera llegaba el tenue sonido de voces y caballos, tan tenue que podría ser confundido con un sueño.
Historia estaba de pie en la tarima donde se sentaba el trono, su mano apoyada ligeramente en el respaldo, tanteándolo suavemente con la punta de sus dedos y sintiendo el calor que se desprendía de él. No sabía qué hacía ahí cuando se suponía que debía ponerse en marcha con Kenny y cualquier escolta que el comandante Nile le asignara que los acompañaría en su camino hacia Trost, pero de cualquier manera seguía allí.
En su otra mano, que colgaba inerte a su costado, sostenía una hoja de papel que no estaba del todo doblada.
Tal vez era por eso que seguía ahí, escondida en la sala del trono, no queriendo dar la cara ante el resto de sus amigos, o peor, las personas a las que debía gobernar. No sabía bien cómo hacerlo, ir allá afuera y pretender que todo estaba bien. Que todo iba a estar bien. Tampoco sabía si era buena idea decir eso y simplemente dejar ir el resto de las cosas que le molestaban. Krista había sido muy buena al internalizar ese tipo de problemas, pero Historia… Se suponía que iba a ser distinto esta vez.
Detrás escuchó que la puerta se abría y que alguien ingresaba a la sala, los pasos del intruso produciendo sordos sonidos en el suelo de mármol, lánguidos, como los de un cazador cazando a su presa. Incluso sin volverse se dio cuenta de que era Kenny.
—Oi, rubia —la voz hizo eco en la solitaria habitación—. ¿Qué esperas? Tenemos que irnos ya o se hará demasiado tarde.
—¿Tenemos que hacerlo ahora?
Vio a Kenny detenido al pie de la tarima, encogiéndose de hombros. El mismo gesto carente de importancia que le resultaba tan natural e irritante, y había ocasiones en las que ella lo quería sostener de esos mismos hombros y sacudirlo con fuerza y decirle que dejara de ser tan cascarrabias. El comandante Pixis ya había hecho algo parecido hace algunas semanas, y el resultado no fue bueno.
—Bueno… ¿Sí? Se supone que ya está todo. Ymir tiene tu caballo listo —el Ackerman le miró curioso—. ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué tienes ahí?
Ahí siendo la hoja de papel que parecía sostener con fuerza. Historia se encogió de hombros, tratando de imitar la indiferencia que Kenny se esforzaba en poner ciertas veces en ese mismo gesto, e hizo un vago sonido con su garganta.
—Una carta. De Félix. La dejó en el diario y la encontré anoche, pero…
—¿No la has leído?
Historia sabía que, si se atrevía a abrir la boca, lo único que conseguiría salir de ella sería un ahogado sonido que no sabría identificar como un gimoteo adolorido o un sollozo a medio emitir. Lo único que consiguió distinguir anoche de todo lo que estaba escrito en la carta fue una H hasta arriba y nada más verla volvió a doblarla y a guardarla en la misma página del diario en la que la encontró.
—Pues entonces hazlo —le dijo otra vez cuando falló en responderle. Historia tragó saliva con pesadez—. No tenemos toda la tarde, ni siquiera tenemos tiempo ahorita. O déjala aquí y ya la leerás cuando volvamos. Andando.
Pero, ah, realmente no se sentía capaz de hacerlo. Si se iba y la dejaba sin leer, estaría todo el camino hacia Trost pensando en ella y no sería capaz de concentrarse en nada más que no fuera la bendita carta. Si la leía ahorita podría ocurrir más de lo mismo, pero al menos esa insistencia bajo su piel que le hormigueaba hasta la punta de su existencia sería acallada y Historia podría respirar en paz.
¿Podía hacerlo? ¿Leerla y ya, e ignorarla hasta que pudiera volver a Mitras nuevamente? No, no se sentía capaz de hacerlo. De simplemente irse con ese peso encima, la carta o lo que contuviera. Así que, tomando un profundo respiro y asiéndose del trono, se enderezó y la alzó hasta la altura de su rostro para poder leerla.
—Uh, ¿Historia? Tenemos que irnos.
—Shh, voy a leer esto.
Escuchó a Kenny suspirar, pero su atención se devotó de inmediato hacia la letra en la hoja, la delicadez en ella.
Historia, decía en letras pequeñas, como si el sentimiento mismo estuviera destinado a transmitirse de esa manera. Estaba escrito con un nivel de importancia y cuidado que consiguió apretarle el pecho por el simple hecho de que así es como Félix había decidido escribirlo.
Historia, y oh, cuántas veces había releído esa simple palabra —su propio nombre— en el lapso de unos pocos segundos solo por el sentimiento que invocaba en sus entrañas; se retorcían inquietantes porque estaba al tanto de que era imposible, pero ansiaba poder escucharlo ser dicho por Félix mismo.
Historia,
Siento mucho tener que dejarte sola mientras que yo voy a perder el tiempo hasta Marley. Se siente un poco feito saber que una parte de mi lo hace por mi propio bien ((y por lo que puedo obtener YO personalmente de esto)) y aún así no es suficiente para detenerme de llevar a cabo este (tonto tal parecer)) plan mío. Supongo que lo que estoy tratando de decir es que lo siento mucho. Por ser un rey de mierda y un primo de mierda también. Pero, también sé que si no hago esto, si no... Me deshago de este sentimiento que tengo dentro mío voy a terminar sofocándome con el.
¿Sabías que Eren me pidió quedarme? Lo hizo cuando fuimos a Utgard a tratar con el Titán Fundador. A decir verdad puedo ver cuánto le costó hacerlo, y si te soy sincero, creo que me costó a mi menos que eso el decirle que no lo haría.
Historia parpadeó con fuerza, leyendo lo escrito en la carta con el corazón en el puño.
Eren… Probablemente había estado más afectado que ella cuando Félix les dijo lo que planeaba hacer. Respiró hondo, porque si no lo hacía, entonces su mente se llenaría de las mismas imágenes que a veces le era imposible soportar ver, y Historia realmente necesitaba leer esto ahora mismo, no darle vueltas al mismo problema una y otra vez.
Tomó otro profundo respiro y continuó leyendo.
La verdad es que estaba tentado a quedarme. En verdad lo pensé. Lo juro por Dios que lo consideré cuando me lo pidió. Pero ya sabes cómo soy. Creo que una parte mía estaba asustada de seguir adelante con la idea de plantar espías en Marley porque sabía ((y confiaba)) que solo yo podría ser el único capaz de lograrlo para poder tomarlos con la guardia baja (nótese el ego por favor dios, ¿qué me pasa?) Ese lado mío que es realmente mezquino
—e idiota también— que busca devolverles el favor por todo lo que esos imbéciles nos hicieron pasar desde el momento en el que decidieron venir a nuestro hogar, así que. Pensé en hacerlo, pero supongo que no tuve mucha suerte ese día.
Esa última frase estaba rayada por encima, como si Félix hubiese querido borrarla. Historia frunció el ceño levemente, confundida ante la razón por la que lo escribió como tal.
Y aunque te diga todo esto, no altera realmente cómo me siento con respecto a todo esta mierda que nos ha ocurrido, o que nos ocurrirá. Y tampoco cambia cómo me hace sentir el tener que hacerlo, lo siento. De verdad que lo hago. Detesto tener que dejarte sola y desearía que hubiera una manera de hacer esto sin que yo tenga que irme de la isla ((por lo que se siente que deberá ser la mitad de mi vida)) pero tú sabes mejor que yo que no hay ninguna otra alternativa que no nos pondrá a ambos, junto con Eren, en peligro. Lo que es una mierda porque ser un Ackerman de por sí se siente como una carga, pero ser un Reiss encima de todo lo demás es como cargar con una enorme piedra en mis hombros.
Los dos acordamos hacer esto, juntos, e incluso si voy a Marley con tu aprobación —pensé en decir bendición, pero se escuchaba demasiado estúpido así que, si notas que está ahí rayado encima por favor ignóralo, acabo de leer un poema que Frieda tenía marcado en un libro y creo que me está alterando la personalidad— no elimina por completo el sentimiento de traición que puedo sentir echando raíces en mi pecho. Tú eres mi familia, Historia, y te aprecio muchísimo (independientemente de lo que me hayas obligado a hacer o del tiempo que hayamos pasado separados y luego, el uno al lado del otro.)
Si me lo preguntaras, te diría que para mí, la sangre no es algo que une únicamente las vidas de aquellos que son considerados familia por naturaleza misma; creo que tiene mucho que ver con los lazos que formamos y reforzamos durante nuestras vidas con nuestros camaradas y nuestros amigos, y la gente que viene de paso que llegamos a conocer, pero no a tener. Creo que es más que eso, a veces, para mí al menos.
No sé cómo explicarlo, y tampoco sé si al explicártelo podrías entenderlo. Ha pasado mucho tiempo ya.
Perdón por dejarte sola. Y perdón también por pensar tan bien de mí mismo y ser un bastardo egoísta que es incapaz de pensar en alguien más que no sea él mismo. Una vez que vuelva, prometo que lo haré mejor. Prometo quedarme a tu lado todo el tiempo que quieras, el tiempo que sea que quieras tenerme a tu lado. De ser sinceros, no espero con exactitud que lo hagas —perdonarme, digo— pero si encuentras justo hacerlo, entonces. Gracias, creo. Lo siento. Lo siento mucho.
(tampoco soy bueno pidiendo disculpas, perdón.)
Con eso dicho, creo que tengo que darte la lectura obligatoria acerca de cuidar de ti misma y no dejar que nada malo te ocurra y blablabla. No, enserio, no puedo enfatizar lo suficiente mi preocupación por ti y tu vida y lo joven que eres para tomar una responsabilidad tan grande como tener que ser reina lo es, así que por favor (POR FAVOR) te ruego que seas consciente contigo misma y cuides bien de ti. Sé que es algo hipócrita de mi parte que te pida esto ya que nunca fui realmente un gran ejemplo a seguir cuando estaba en casa (esas innumerables noches sin dormir que pasé con miedo a la oscuridad) pero tu deberías hacerlo mejor que tu primo idiota quien está demasiado asustado de ser honesto con alguien más que no sea él mismo o su capitán de escuadrón o su propia madre.
Hazlo mejor que yo, Historia, sé mejor que yo, en toda capacidad que te encuentres a ti misma capaz de serlo, sé la mejor versión de ti misma que puedas llegar a ser y cuida propiamente de ti.
(Una reina debería saber cuidarse para poder cuidar, nutrir y mantener un reino en condiciones que asombren a otros, o algo así he escuchado. No estoy seguro, tendría que preguntarle a Frieda pero, bueno. No sé en qué lugar haya terminado así que no puedo ir a preguntarlec:)
No sé qué más decirte. No estoy seguro que decir más cosas sea una buena idea. Creo que todo lo que queda por decir es lo mucho que te quiero. Más que nada en este mundo. A ti y a mi madre, las amo mucho, al idiota de Kenny si quieres también (que él no lo sepa, lo sabré yo si se lo dices(ESTÁS ADVERTIDA). Ustedes son lo más importante para mí en todo el mundo y quiero que sean felices y que se cuiden el uno al otro y que cuando yo vuelva, estén los tres ahí esperándome. Esa es una promesa que estoy dispuesto a hacer.
Te veo después Tori
Con amor, Félix.
Historia seguía de pie en la tarima cuando dejó de leer y no se había dado cuenta de que tenía un par de lágrimas en el rostro hasta que vio que Kenny le tendía un pañuelo, que obviamente era de Talisa porque alguien como Kenny —Kenny exclusivamente— no traería un pañuelo así nada más. La humedad en sus mejillas manchaba la superficie de la hoja que aún sostenía entre sus manos con fuerza en formas de gotitas de agua y Historia se encontró a sí misma maldiciendo el haber corrido la tinta, aunque fuese solo un poquito.
—¿Todo bien?
La cabeza llena de mechones rubios se sacudió en negación.
—No. Quisiera que estuviera aquí conmigo —fue la única respuesta que estaba dispuesta a darle en ese momento. Iba a mantenerla ahí hasta que llegaran a Trost, o cuando volvieran a Mitras, no estaba muy segura, pero la llevaría consigo porque se sentía como el último trozo tangible de su primo que él se atrevió a dejar atrás—. Deberíamos irnos ya.
Cuando se atrevió a alzar la mirada, luego de haber deambulado alrededor de la tarima mientras leía, se encontró con que Kenny la miraba con la ceja levemente arqueada, sus ojos curiosos pero su rostro negándose a delatar tal cosa.
Una involuntaria risa se le escapó de la boca. Se preguntó si Félix había aprendido a ser tan receloso de sus sentimientos gracias a él, o si era algo que solo los Ackerman parecían compartir como si perteneciera a su línea de sangre exclusivamente. Era dolorosamente obvio su interés, y si le preguntaban, el cariño que a veces se le pintaba en la cara y que ella alcanzaba a notarle cuando lo tomaba con la guardia baja, o cuando Kenny la dejaba caer voluntariamente. Era raro hacerlo, y que lo hiciera, y en más de una ocasión había querido hacérselo saber, pero si lo traía a atención y Kenny conseguía eliminar ese pequeño aspecto de sí mismo, entonces no sabría realmente qué hacer.
Kenny era muy resguardado con sus sentimientos, demasiado. Y Félix había seguido sus pasos al pie de la letra y consiguió guardar dichos sentimientos tras algo que parecía ser un muro como los que los resguardaban a ellos, y nadie había sido capaz de echar un vistazo por detrás luego de que aparecieran. Suponía que el comandante Erwin podría haberlo hecho, si consiguió hacer que su primo se enamorara de él, y tal vez Eren también. Nicolás, quizás, porque si había alguien en ese mundo que lo conociera mejor de lo que Kenny parecía hacerlo, entonces ese sería Nicolás. No contando a Talisa, obviamente.
Nadie sería capaz de conocerlo mejor de lo que su propia madre lo hacía. Pero Nicolás se acercaba demasiado.
—Si ya terminaste de llorar —dijo Kenny, mirándole por encima de su hombro, ya encaminado hacia la puerta—. Entonces vámonos. Debemos llegar a Trost antes del anochecer.
Historia se mordió el labio y miró momentáneamente hacia la hoja aún entre sus dedos. Las líneas de las letras eran tan delicadas, y si se quedaba callada y dejaba al mundo exterior esfumarse, casi podría escuchar la voz de Félix decir su nombre.
Pasó sus dedos por encima y un escalofrío le corrió por la espina dorsal.
Cuando volvió a abrir sus ojos tras parpadear, se encontró en un lugar distinto. Ya no estaba al pie del trono ni en la sala de Mitras, estaba… Allí. En donde sea que ese allí fuese.
El sabor del viento en su paladar era como verano, caluroso y un poco húmedo, y el lago que reflejaba el sol desde arriba soltaba los destellos hasta en donde ella se encontraba de pie.
La arboleda a su alrededor tenía un poco de niebla entre sus copas, pero el lago en sí parecía no ser afectado debido a ella y los patitos que nadaban en el agua apenas y la notaban. A diferencia del que se encontraba en la propiedad Jovan, allí no había girasoles, solo campo abierto y parches de flores salvajes, pequeños arbustos, guijarros desperdigados por allí en el suelo y estaba también el tenue sonido de un búho que ululaba desde alguna parte de esos árboles que la miraban por allá enfrente.
Un susurro desde su costado le llamó la atención y Historia se giró, teniendo que parpadear para sacarse de encima la sensación de que el mundo a su alrededor tembló. Félix estaba allí.
Recargado en un tronco que lucía recientemente cortado y arrastrado hasta ahí, si las marcas dejadas en el césped y en la tierra eran alguna indicación. Zoro pastaba por detrás, un poco lejos de donde estaban, y de vez en cuando meneaba su cola de lado a lado y relinchaba. Pero Félix estaba allí, recargado contra el tronco y mirando una hoja de papel que sostenía contra un diario que le era familiar, el lapicero que usaba para escribirlo dejado con descuido sobre su abdomen mientras tarareaba algo bajo el aliento.
Historia se le quedó mirando por más rato del que debió hacerlo. Había cierta relajación en su cuerpo que ella le vio una sola vez, y a su lado, en un montoncito de tierra que se notaba recientemente cavado, estaba una flor dejada con extremo cuidado a tope de.
—Hm, ¿crees que esto sea suficiente o debería…? Nunca he escrito una carta así, pero tengo que dejarla aquí para que ella… —su voz se fue desvaneciendo lentamente, y sus ojos se movieron hacia un lado suyo, a la flor—. ¿Tú nunca escribiste una carta de despedida, Caven?
El viento volvió a soplar, alzando los pétalos de la flor sobre el montón de tierra con suavidad, y Historia fue llevada de vuelta a Mitras tan de golpe que trastabilló hacia atrás, terminando recargada contra el trono. Los pasos de Kenny cesaron de golpe y se volvieron hacia ella.
—Oi, ¿qué esperas?
Historia se cubrió la boca con el dorso de su mano y ahogó en ella un sonido que ni siquiera fue capaz de identificar.
Sus dedos temblaron, la carta tembló con ellos.
Pero tuvo que tragarse esos sentimientos de momento, la absoluta adoración que las palabras le transmitieron, el melancólico anhelo que ese recuerdo le provocó en la base del estómago, y aunque sus pies se movieron como si fuese la primera vez que lo hacía, sabía que debía poner marcha a Trost lo antes posible. Ir a Trost los llevaría hacia el Muro María y luego a Shiganshina y después… Después Félix podría venir y sentarse a un lado de Caven y hacer lo que él quisiera con la vida que él decidiera tener.
Historia podía prometerle eso también.
—¿…Te encuentras bien?
El momentáneo sentimiento de sinceridad se le coló entre las costillas, y se quedó ahí por unos segundos. Historia negó.
—Mm, ¿qué dice la carta entonces?
—Solo dice que cuide de mí misma —murmuró—. Y que me ama.
—Ah.
—También dice que ama a su mamá.
Kenny rio por lo bajo. Esa desdeñosa risa tintada con rastros de cariño que le puso los pelos de punta la primera vez que la escuchó.
—Obviamente.
Historia pasó saliva con dificultad.
—Y a ti. Te mencionó a ti también.
Kenny ya no dijo nada, y no es como si ella fuera a presionarlo para sacarle alguna respuesta.
Tal vez era el tipo de conocimiento que realmente no ameritaba alguna, y además, Historia dudaba que incluso aunque fuera de lo contrario, Kenny estaría dispuesto a responderle a ella personalmente.
¿Acaso alguien si quiera fue capaz de decirle tal cosa antes? Esas eran las preguntas que realmente le causaban conflicto, y ella no quería ahondar en algo que definitivamente no le incumbía.
—¿Por eso lloraste? ¿Por qué te dijo que te cuidaras?
Escucharlo hablar tan de repente la sobresaltó y la carta se le deslizó de entre las manos. Historia se agachó para recogerla, sopesando una respuesta.
—…No, eso… No realmente —podría haber sido Caven, ese recuerdo que definitivamente no le pertenecía junto con los sentimientos que le nacían en la boca del estómago debido a él. Tal vez fuera la realización de que Félix realmente sí estaba dispuesto a hacerlo todo por ella, por Eren también—. Es solo… que él realmente fue allá por su cuenta, ¿no lo crees? Solo porque no quiere que Eren y yo…
—Sean usados, aja —el hombre asintió, mirándole de reojo—. También fue porque quiso hacerlo, sí entiendes verdad. Sus acciones no fueron enteramente nobles, así que deja de sentirte mal por eso.
—Es más fácil decirlo que hacerlo —respondió, cauta.
Kenny lanzó un suspiro y le abrió la puerta de la sala del trono para salir al pasillo. La ostentosidad del Tribunal jamás iba a dejar de sorprenderla, habiendo visto lo que había más allá de los muros de Mitras y conociendo también el tipo de personas que se ocultaban tras ellos, era como si aquí dentro fuese una realidad distinta.
A Historia no le gustaba.
—Entonces no lo digas y tampoco lo hagas —el hombre mayor se encogió de hombros—. No es la gran cosa si no quieres que lo sea. El chico va a volver, y entonces te vas a dar cuenta de lo absurdo que fue que te sintieras así.
—Pero no es absurdo. Félix… Él tenía una vida aquí. Su madre está aquí, yo estoy aquí, el comandante Erwin está aquí. Todo lo que él ama está aquí y aún así se fue, ¿cómo se supone que no me sienta mal cuando sé que se fue por mi bien? ¿Por el de Eren? —ella negó—. No es justo.
—Nadie dijo que lo fuera.
Historia lo miró.
Tenía esta expresión en el rostro que rara vez se le veía. Historia recordaba haberla visto un par de veces, pero fue demasiado rápido que en algún punto lo atribuyó a su imaginación, pero en esos instantes, era… Era culpabilidad lo que veía en el rostro de Kenny.
¿De qué tenía que sentirse culpable él? Ansiaba saberlo, pero al mismo tiempo no. Tenía la sospecha de que terminaría arruinándola, o que arruinaría lo que ella creía de Kenny.
—¿Qué puedo hacer para que lo sea?
Kenny abrió la boca un segundo, y luego lo pensó mejor. Lo pensó por un par de minutos, mientras recorrían el pasillo hacia fuera al patio, en donde Ymir esperaba por ellos.
—Vive tu vida del modo en el que quieras vivirla, y verás que él estará feliz con eso.
Pero eso… Eso no. Historia no podía tener la vida que ella quería si Félix tampoco lo haría.
Esto era suyo, de ellos nada más. La responsabilidad y la corona y todo lo que venía con ella; las cosas malas y las cosas buenas, esto era de ellos. Era el legado que les habían otorgado y Historia lo odiaba, sí, pero… Félix lo hacía también. Lo odió mucho antes de que ella si quiera supiera la verdad de su nacimiento.
Ya le habían quitado a Frieda, ¿cómo podía ella quitarle otra oportunidad más?
Historia suspiró, temblorosa. No sabía si era por miedo o por rabia. Ese rencoroso sentimiento que siseaba como una víbora y al que se aferraba constantemente.
—¿Y qué si eso no es lo que yo quiero?
—Entonces no lo hagas —le dijo el otro, rodando los ojos—. Solo haz lo que tú quieras, Félix no-
—Félix ya ha hecho suficiente —declaró de pronto, y algo en su pecho punzó—. Está allá al otro lado del océano dando su vida por nosotros, y yo estoy aquí sentada haciendo nada. Yo soy la reina, aquí y ahora, y es mi responsabilidad cuidar de estas personas.
Kenny se giró hacia ella, ralentizando de a poco sus pasos. Tenía la ceja arqueada y la miraba curioso.
—Aja… Y eso estás haciendo.
—Sí, eso estoy haciendo —asentir fue más para ella, dándose esa palmada de confort que necesitaba para lo que se vendría después. No se detuvo a esperarlo y siguió caminando con la frente en alto—. Cuando volvamos, quiero que llames de inmediato a Tomm Jovan y lo traigas ante mí. Necesito hablar con él.
Kenny pareció entenderlo en ese preciso instante. Pasó de no escucharse andar tras ella a casi echarse a correr hasta llegar a su lado, su voz un poco alterada.
—¿Qué significa eso? ¿Para qué quieres hablar con él?
—Eso no te incumbe.
—¡Oi! Historia, ¡Historia! —los acelerados pasos del hombre hacían el mismo ruido que su voz, pero ella siguió caminando porque no tenía otra opción—. Ni se te ocurra hacer algo estúpido, ¿escuchas? Félix dijo que él se encargaría de eso.
—Pues no debería, él ya ha hecho suficiente.
—¡Pero-! Ugh, ustedes dos son un maldito dolor de cabeza —gruñendo, el Ackerman mantuvo el paso con ella, irritado obviamente de que lo fuera ignorando—. ¿Por qué crees que el idiota se fue a Marley, uh? No necesitas hacer nada como comprometerte y tener bebés si él consigue aliados allá afuera. ¿Qué no escuchaste nada de lo que te dijo? Félix, ugh, Félix está haciendo esto por ustedes dos, así que no hagas nada estúpido ¿entiendes?
Historia se giró a prisa, plantando su pie en el suelo de un pisotón y enfrentándose a Kenny con una expresión entre dolida y molesta.
—¡Pues yo no se lo pedí! ¡Yo hubiera preferido que se quedara aquí conmigo, con nosotros! ¡No quiero que vaya allá a lo desconocido y dé todo de sí cuando ya no hay nada que dar! ¡Pero esa fue su decisión y la voy a respetar, así como tú y todos los demás van a respetar las mías!
Decir aquello le estaba costando. Podía sentir lo acelerado que estaba su corazón, su respiración pesada. La carta entre sus manos estaba arrugada, sostenida con fuerza por sus dedos. Sacaba fuerza de ella del mismo modo en el que se atrevía a pedirle una disculpa, y que también maldecía a su primo por ser un idiota testarudo con complejo de mártir.
—Él es el rey pero yo también soy la reina, y este estúpido castigo se nos fue dado a ambos. No me importa que él crea que debe ser el mártir y hacerlo todo por su cuenta cuando yo estoy aquí. Es mi vida, son mis decisiones, y si yo quiero comprometerme con el idiota de Tomm Jovan para sacarle ese peso de encima al idiota de Félix, ¡lo voy a hacer!
Estaba temblando. Esta vez estaba segura de que era porque de repente el mundo se le estaba viniendo encima y no había manera de detenerlo. ¿Era así como se sentía Félix todos los días? Porque no era una sensación bonita, y Historia no quería volver a experimentarla, pero iba a hacerlo.
Iba a hacerlo, maldición, porque ella era la reina, porque ella forzó a Félix en esto y de no haber sido por eso, entonces él estaría aquí. En casa. Con todos ellos, todos los que se preocupaban por él. ¿Por qué diablos se fue? ¿A dónde? ¿Cómo estaba? ¿Acaso estaba comiendo bien? ¿Sus noches ya no las pasaba dando vueltas por la cama, o todavía debía pedirle a alguien más que durmiera con él para ahuyentar las pesadillas?
(Félix le hizo esto, también. Si él hubiera dicho algo, si él hubiera hablado entonces. Félix. Hizo. Esto.
Félix forzó esto. Ella estaba aquí por él, por el miedo a ser algo que no quería ser y Historia no podía hacerlo sola, Historia no iba a caer sola. (Era culpa del comandante Erwin). Y Historia estaba pagando la cobardía de su primo al hacerlo pagar por ella también.)
—No tiene que hacerlo solo. No cuando yo estoy aquí. Y no me importa que se moleste o que se ponga triste, no voy a proteger sus sentimientos cuando a él no le importaron los míos.
Kenny estaba de pie frente a ella con el tipo de expresión que Historia solo le había visto dos veces, hace un tiempo y en esos instantes. El Ackerman suspiró, y pareció pensar en algo porque sus ojos se volvieron distantes en un segundo, el gris en ellos oscureciéndose como los cielos durante una tormenta.
Luego, con lentitud, se pasó una mano por el cabello y la otra la estiró hasta poder colocarla tras la nuca de ella, y la atrajo hacia sí.
Historia se estampó suavemente contra su pecho y sus brazos subieron hasta poder rodear el abdomen del Ackerman, un tembloroso sonido saliendo de su boca.
—No llores, maldición —masculló el hombre, manteniéndola en su agarre. De ser posible, Historia se sostuvo de él con mucha más fuerza y soltó otro sollozo—. Y deja de poner esa cara, me asusta. Y, uh, uhm… Agh, haz lo que quieras. No es como si yo fuera a detenerte, es solo… No importa ya.
—Lo siento.
—Mhm, sí, como sea —murmuró, dándole unas palmaditas en la espalda. Historia apretó sus ojos con fuerza tratando de deshacerse de las lágrimas.
Era extraño estar ahí y escucharlo. Sostenerse de él. Félix parecía ser el único capaz de tal cosa, aferrándose con saña a Kenny cada vez que podía, y aun así nunca lo hacía realmente, físicamente, tan tangible como en esos momentos.
Supuso que eso lo tenían en común también; aunque querían, nunca lo hacían. Nunca se aferraban a alguien que no fuesen ellos mismos y tampoco se permitían esa… Esa vulnerabilidad que hacía sentir a uno tan humano.
Kenny suspiró, lentamente deteniendo las palmadas. No sabía muy bien qué hacer pasado el momento.
—Traeré… Hah, traeré a Tomm al regresar, así que… Vámonos ya, y volvamos y… Haz lo que quieras, supongo —le dijo finalmente, tras otro suspiro.
Historia respiró hondo, tan hondo que se ahogó en el oxígeno entrando a sus pulmones, y luego se soltó de Kenny con lentitud y se pasó el dorso de la mano por encima de sus ojos, sacándose el rastro de lágrimas de encima.
—Okay —dijo, y luego:—. Entonces vámonos.
Y eso hicieron.
̶̶̶̶ «̶ ̶̶̶ ̶ «̶ ̶̶̶ ✵ ̶ ̶ ̶»̶ ̶̶̶ ̶ »̶ ̶̶̶
El sol comenzaba a salir cuando alcanzaron los muros de María. Kenny iba en la cabeza, porque obviamente que lo haría, y solo lo adelantaba Historia encima de ese caballo blanco que Ymir escogió para ella.
(Ymir había mirado demasiado fijo al comandante Erwin cuando le ofreció las riendas a la rubia reina y el hombre le había devuelto esa sonrisa carente de sentimiento mientras Zoro relinchaba debajo de él.
Ymir fue la única que no se burló en ese instante.)
El linde del mundo se destilaba en tibios amarillos y suaves azules, coloreando las pocas nubes ya presentes por encima de tenues colores pastel. El sol apenas y se asomaba por encima del borde del Muro María, demasiado tímido para ser visto por completo. Kenny suspiró.
—Ya estamos aquí —la temblorosa voz de Historia seguía teniendo esa nota de fragilidad que creyó haber dejado atrás en Mitras. La miró de reojo, ligeramente curioso, y vio el pleno asombro que se teñía en ojos azules que reflejaban el amanecer—. Nunca había venido acá a Shiganshina.
Kenny gruñó entre dientes, asiendo sus riendas con fuerza y dándole una patada a su caballo para que anduviera más a prisa.
—Estás a punto de decepcionarte muy feo, rubia. Andando, date prisa.
Historia le lanzó una larga mirada, siguiéndolo por detrás sin ningún rastro de duda en el rostro.
El camino sobre el que andaban, antes, había estado lleno de hierbajos y césped, un par de árboles rodeando un borde perimetral que daba paso a la planicie sobre la que andaba, y al bosque que dejaban atrás. También, desde hacía un año, era otro cementerio más.
Escuchó a Historia exhalar con fuerza y los relinchos de los caballos, como si fuese la primera vez que los animales veían algo como tal. Varios de ellos habían estado ahí, y aunque muy pocos sobrevivieron el ataque hacia el Titán Bestia, los que lo hicieron venían de vuelta un año después, a reclamar propiamente la ciudad.
Aquel campo abierto antes de llegar a la puerta interior estaba tapizado en piedras que solo alguien como Eren en su titán podrían sostener, y varias de ellas aún tenían los rastros rojizos de la sangre de las personas a las que aplastaron. También había huesos, muchos huesos. Esqueletos de los caballos que murieron allá, y desde donde estaba, alcanzaba a ver la mitad de un cuerpo sobresalir por debajo de un trozo de roca que se partió al impactarse contra la tierra.
Varios de los scouts que los acompañaban ese día miraban a su alrededor, estupefactos. Una mujer vomitó por detrás de ellos, y allá, un par de yardas hacia la izquierda había un parche de césped hundido en la tierra, agujeros que parecían ser de garras hundiéndose en ella, y un par de árboles de los que solo quedaban las mitades de sus troncos.
—Fue de cuando tratamos de deshacernos de la bestia fea —dijo en voz alta, señalando el sitio en donde los tres arrinconaron a Zeke—. Justo allí.
Historia asintió con lentitud.
—…Usaron las lanzas ¿cierto?
—Mhm, muy buenas esas lanzas de Hange, eh —alguien más se les unió, el trote de su caballo amortiguado por la tierra que pisaban. Kenny se giró para mirar a Eld—. Ojalá lo hubiésemos matado aquí mismo.
Kenny rio un poco, y se estiró para darle una fuerte palmada en la espalda.
—Hah, ya tendremos otra oportunidad. Ese imbécil cara de monstruo tiene una deuda con nosotros, tranquilo.
—Eso si Félix no llega a él primero.
Eld le devolvió la sonrisa, solo un poco de la misma ansia de Kenny reflejándose en ella. Se preguntó si Félix estaría aquí de haberlo hecho entonces.
Detrás, el resto de la comitiva se acercaba con carromatos y más caballos. Kenny se giró, dejando que Eld le contara de nueva cuenta su valiente estupidez a Historia, y observó cómo los scouts restantes salían de entre el follaje del bosque.
Sus expresiones terminaban siendo casi las mismas, al son de una letra. Iban de asombro a shock a asco, y algunos vomitaban. No que los culpara, no cuando lo primero que veías al salir eran los huesos de un cuerpo tendido sobre una roca, que se había quedado ahí porque el cable del equipo de maniobras se enredó a su alrededor y el cadáver quedó atrapado con el. Era una buena vista, si Kenny se atrevía a admitir.
—¡Comiencen con la recolección de huesos! —exclamó Erwin, a un par de metros suyos—. ¡Dos carromatos para cada grupo previamente acordado, los demás irán al interior del distrito!
Erwin iba montado en Zoro, sosteniéndose de sus riendas como si fuesen lo único manteniéndolo encima del animal. Se veía incluso más afectado que los nuevos reclutas, y Kenny no entendía muy bien por qué.
El rubio le devolvió la mirada casi al instante y le hizo una seña de que continuara con él.
—¿Dejarás que hagan esto solos? —preguntó al acercársele.
—Tendrán qué. De lo último que recuerdo… Adentro estaba peor. Aquí por lo menos todos están a la vista, allá…
—Mhm.
Allá en el distrito no sabrían cuales huesos serían de hace un año, o de hace cinco. No sabrían si serían de un soldado o quizás de un niño, de alguna mujer que trató de salvar su vida, o de un hombre salvando la suya. Ah, qué complicado. Pero de cualquier manera iban a recogerlos todos, no importase si fuese la mitad de un cuerpo o solo un par de costillas, ni Erwin ni Historia estarían dispuestos a dejar nada, ni nadie, atrás.
El último tramo hacia la puerta interior de Shiganshina tuvo que ser hecho a prisa. Las rocas que habían quitado al partir estaban apiladas hacia los costados, contra las casas derruidas que parecían mantenerse en pie de puro milagro. Un par de ellas estaban hechas polvo y solo quedaban cimientos, o trozos de muros, pertenencias de sus habitantes que todavía eran vistas por entre el polvo, la tierra y la maleza.
—Hange dijo que podríamos usar éstas rocas para algo —le comentó el rubio imbécil, señalando a los costados—. Ella y Moblit han estado teniendo, eh, lluvia de ideas.
—Ha estado leyendo muchos libros esa mujer.
—De hecho, es exactamente de dónde está sacando esas ideas —el chico con corte raro se les acercó desde atrás, la timidez que sentía al hablar tan abiertamente con ellos notándosele en el rostro casi de inmediato. Se encogió en sí mismo cuando Kenny le miró—. Uhm, yo, uh... He estado ayudándola un poco, creo que su, uh, su trabajo. Creo que el trabajo de la señorita Hange es muy importante.
Él y Erwin compartieron una rápida mirada.
—Por supuesto que lo es —le dijo Kenny antes de que Erwin siquiera abriera la boca—. Félix priorizó su supervivencia por encima del resto por un motivo, niño. ¿Cuál es tu nombre?
—Marlo Freudenberg —el chico se llevó la mano al pecho y luego miró entre ambos—. Err, señor. Capitán Ackerman, uhm, comandante Erwin. He estado, bueno, desde la última vez, decidí... Ayudar a la señorita Hange en sus, uh...
—¿Sus proyectos?
—¡Sí! Me dio autorización para poder leer los libros que tomaron de la residencia de la reina en caso de que yo viera algo que ella no —el chico asintió entusiasta, el tipo de emoción que Kenny rara vez entendía. Hange no era de las personas con las que él consideraría pasar más tiempo del necesario pero cada quién sus gustos—. La señorita Hange dice que hay mucha variedad de usos para las rocas y que es bueno tener estas aquí ya disponibles. Ella... Bueno, dijo que lo presentaría ante el consejo dentro de un tiempo, solo necesitaba trabajar más en su propuesta.
—Bien. Supongo que por algo es que Historia le dio ese, esa oficina, o lo que sea.
Erwin le tiró una mirada con toques de diversión en ella, asintiendo hacia Marlo y agradeciéndole su interrupción.
—Deberías dejar de fruncir tanto el ceño o te vas a arrugar más de lo que ya lo estás, Kenny.
El Ackerman chasqueó la lengua, dirigiendo su caballo lejos del hombre.
—Vete al diablo, cejón.
Pasaron junto a la destrucción hacia debajo del muro, la puerta interior todavía abierta, el enorme agujero que el titán de Reiner dejó atrás todavía un sombrío recordatorio de todo lo que sucedió por culpa de ellos. Hacía frío debajo del pasaje, el mismo tipo de frío que te dejaba exhalando escarcha, que subía por tu columna vertebral durante las noches en las que estaba más oscuro. Se preguntó si así se sentía Félix cuando dormía, o cuando intentaba hacerlo. El chico todavía necesitaba recostarse al lado de otra persona viva para poder dormir un poco.
Salieron hacia la aniquilación.
Si allá afuera se veía feo, adentro era una historia distinta.
El sonido de los caballos se apagó de a poco y luego se desvaneció, y todo lo que se podía escuchar era un silencio pétreo, aunque extrañamente ominoso, que te helaba hasta los huesos. Era como volver a casa a un lugar frío donde nadie estaría esperándote. Para Historia, fue como abrir la puerta de la habitación de su hermana y sentir su calor aún allí, el tipo de calor que solo un fantasma podía dejar atrás.
Ella vaciló, todos a su alrededor lo vieron; la forma en que sujetaba las riendas, los dedos temblorosos y la respiración entrecortada, y el leve paso que su caballo daba hacia atrás. Y solo entonces, solo en ese momento ahí de pie entre las rocas y los huesos, se dio cuenta de que esto no era una ciudad.
No, no había forma ni en el cielo ni en la tierra de que esto pudiera convertirse en una ciudad una vez más, y su mirada se movió hacia el frente, donde los edificios habían sido demolidos, ya fuera por podredumbre o porque simplemente fueron quitados del camino a la fuerza, miró hacia el cielo que brillaba sobre todos ellos; pero Shiganshina seguía muerta, tan callada y tan, tan fría.
La propuesta de Kenny y del comandante Erwin tomaba sentido ahora, y un poco de vergüenza terminó hundiéndosele entre las entrañas al darse cuenta de ello. Historia había querido rehacer esta ciudad. Félix lo mencionaba varias veces, en algunos párrafos, cómo Shiganshina era habitada de nuevo y Eren volvía y hacía una casa aquí, y a veces, volvería a vivir en ella junto a Mikasa.
(En ocasiones Mikasa volvía aquí sola y se quedaba y formaba el tipo de vida que muy pocos de ellos habían podido tener. A veces era Eren, y Jean. (No había querido ahondar en esas implicaciones pero lo mencionaba muy por encima (Jean solía poner excusas de que alguien necesitaba cuidar de Eren pero creo que todos sabíamos a ese punto por qué lo hacía realmente. Por qué se quedaba.) y entonces había otro poco más de seguridad que era cimentada por un se miraban el uno al otro como si solo quisiesen mirarse el uno al otro por el resto de sus días.) Y había otras en donde nadie volvía y Shiganshina simplemente desaparecía.)
Eran pocas las veces en las que eso ocurría, aunque Historia no tuviera manera de saberlo a ciencia cierta. Félix nunca mencionaba en qué ciclo ocurría, ni tampoco los enumeraba. Los pocos que sí, eran el segundo, el quinto, el décimo —y el que parecía preocuparle más, por lo que llegaba a implicar—, el que siempre mencionaba usando números y no letras. 49.
Nada acerca de los ciclos podía ser confiable. Kenny insistía en eso, con los ciclos y con el Titán Fundador, que ninguno de ellos podía ser confiable a menos que ella tuviera una manera de comprobarlos, como si Félix no lo hubiese hecho ya. Como si no lo hiciese todas las noches que pasaba en vela. Y ahora viendo a Shiganshina era posible que quizás no lo fuesen; era una ruina, una ciudad de fantasmas. Peor que eso, tal vez. Ellos tenían un cementerio en Rose, y aun así, no le sacaba de encima la sensación de que aquel distrito abandonado era también una extensión de aquel otro.
Un escalofrío le corrió por los brazos, haciéndola abrazarse a sí misma.
—…Comandante Erwin —su voz salió apenas como un susurro—. Puede proceder.
El hombre dio una seca cabezada y se giró para dirigirse hacia el resto de la comitiva que entraron con ellos al distrito, todos expectantes.
—¡El resto de ustedes recorrerá el distrito a caballo! ¡Divídanse en grupos y tomen tres rutas, y nada de usar sus equipos! —su voz acarreó con el viento hacia todos los scouts ahí reunidos. Historia los observó mientras se acomodaban con los de sus respectivos grupos, hacia las direcciones que tomarían—. Cada grupo llevará un carromato con ellos, y si llegan a necesitar más, Pixis tiene otros listos para nosotros allá en Trost.
Los caballos pasaron a su alrededor, partiéndose al llegar al frente en tres distintos grupos. Unos fueron por la izquierda, rodeando el desastre que el cráter del Titán Colosal dejó detrás, otros siguieron de frente, entre las casas derruidas y los escombros calcinados. Los que quedaban fueron por la derecha, la zona que estaba relativamente más limpia. Historia los vio partir en silencio, el corazón palpitándole a fuerza en el pecho.
Un leve toque en su hombro la hizo volver el rostro hacia Kenny. Le indicó con un dedo que lo siguiera, y luego desmontó de su caballo y se hizo con el equipo de maniobras, desplegando los cables hacia arriba en dirección a la cima del muro. Historia lo siguió, un suspiro saliendo de entre sus labios.
Arriba pudo sentir la brisa de la mañana, fresca, con solo una pizca de calidez en ella. El sol los miraba desde las alturas, y a pesar de que eran las nubes las que se movían con más notoriedad, si te detenías por lo menos un segundo y te tomabas el tiempo de observarlo, te darías cuenta de que el brillante astro lo hacía por igual.
Tras ello solo quedaba mirar a Shiganshina, por mucho que a Historia le costase; era cierto que la ciudad estaba perdida, y era cierto también que cualquier sueño de traerla a la vida se quedaría como uno. Había demasiado por limpiar, si es que buscaban vaciar las calles del distrito para poder hacerlas funcionales, y también debían comenzar a trazar más planos, edificar, derrumbar.
El cráter que Bertolt dejó atrás tenía que ser rellenado con tierra o al menos grava, para poder rehabilitar la zona, deshacerse de los escombros de las rocas que cayeron encima de las casas durante la primera invasión, cortar los hierbajos que crecieron sin control durante los últimos años, limpiar las manchas de sangre que todavía se veían en el poco adoquín presente, recoger los cadáveres, probablemente derrumbar las casas que ya estaban cerca de caer. Había mucho por hacer, y todavía debían abrir el canal nuevamente para que se les facilitara el movimiento entre este distrito y Trost.
Otra figura se movió hacia ellos desde abajo y el comandante aterrizó con facilidad en la cima, guardando sus empuñaduras mientras se acercaba.
—Difícil de afrontar ¿cierto?
El hombre le obsequió una simpática sonrisa cuando Historia asintió, todavía muda, sabiendo que realmente no había nada que decir que salvara la situación presente.
—Es... Es peor de lo que imaginé —se atrevió a admitir, sabiendo que entre ellos dos encontraría comprensión—. Digo, sabía que sería mal y todo, pero...¿Cómo planean proceder?
Erwin se giró y señaló al frente, en donde comenzaba el desastre producto del Titán Colosal.
—Si limpiamos la zona por acá, en donde Bertolt estuvo… —Erwin siguió moviendo su mano hacia la izquierda, casi hasta tocar el otro extremo del muro—. Y seguimos haciéndolo hacia la izquierda, podríamos liberar con más facilidad el acceso hacia el resto del distrito.
—¿No sería mejor limpiar todo el lugar?
—Sí, por supuesto, pero si llevaremos a cabo lo que Kenny y yo sugerimos, entonces podríamos usar el anterior cuartel como punto de comienzo para edificar uno nuevo. La estructura no se ve mal desde aquí, y tal vez solo es el interior el que necesita mano de obra. Los cimientos deberían ser lo suficientemente fuertes para soportar una renovación.
—Lo alargaremos —irrumpió Kenny, refiriéndose al cuartel. Historia lo miró con curiosidad—. Tomemos en cuenta que Shiganshina será nuestro señuelo, digamos, es aquí a donde van a llegar una vez vuelvan, y es el distrito que Reiner y el Zack ese mejor conocen. Usaremos la vieja estructura como base, y la renovaremos, pero añadiremos más secciones para hacerlo más funcional. Podría ser como el tribunal en Mitras, excepto que estaría aquí en Shiganshina.
—No necesitamos el mismo volumen con el que contamos allá, pero sí necesitaremos su funcionalidad —siguió Erwin, mirando de soslayo a Kenny—. Piensa en esta base como el vestíbulo a nuestra isla. Tendrá ambos usos de recibir, uh, dignatarios de fuera y enemigos. Deberá servir tanto como una base militar como una sala del trono. Además, el espacio con el que contamos aquí es perfecto para poder establecer más edificios que no se relacionen estrictamente con nosotros.
—¿Entonces ya fueron a ver el interior del cuartel?
—No aún —le dijo Kenny—. Cuando tratamos de hacerlo nos dimos de cuenta de que, cuando Bertolt se transformó, las casas que pulverizó o que volvió escombros salieron volando hacia acá, a este costado. Podemos ir por la parte trasera pero hay algunos cañones que cayeron desde la muralla y destruyeron el paso, y hay...
—Varios cadáveres que necesitamos recuperar primero. De la primera vez que el distrito fue invadido.
—Oh.
Historia los miró a ambos, esos pequeños rastros de duda que había tenido al principio cuando le dijeron que trabajarían juntos en esto desapareciendo casi de inmediato. Aún tenía ciertas aprensiones acerca de los dos que no iba a mencionar en ese instante, pero apreciaba, realmente que lo hacía, todo el trabajo que habían puesto en esto. En la organización y la planeación del proyecto y en la mejora de su relación.
Era tan impresionante que incluso el resto de comandantes y capitanes se sorprendieron al darse cuenta de dicho suceso. Ymir incluida.
(Ymir, que sabía que su capitán podía ser capaz de trabajar con cualquier otra persona siempre que no fuese el comandante Pixis. O Erwin, como lo fue antes. O Nile, o quizás Zackley. (O quizás todos ellos juntos.))
De cualquier modo, supuso que la única respuesta que podía darles fue la momentánea mirada cargada de sorpresa que les dio, que en cambio pareció sorprenderlos a ellos. Kenny sonrió semi socarrón.
—¿Qué pasa, rubia?
Historia se encogió de hombros, sin poder evitarlo. Era más un gesto de haberse quedado asombrada si se atrevía a admitirlo.
De haber sabido antes que los dos hombres podían trabajar juntos —con mucho, muchísimo esfuerzo obviamente—, los habría asignado a varios otros proyectos anteriores con los que tuvo que lidiar porque no sentía que había alguien lo suficientemente competente como para llevarlos a cabo.
Incluso Ymir, que se había vuelto la nueva “cucaracha” de Kenny —así la llamaba él— había reaccionado así mismo como ella reaccionó cuando los vio entrar a la sala del Consejo uno al lado del otro. No que Historia no se sintiera agradecida de ello, no cuando parecía facilitar el trabajo de los demás y deshacía un poco la tensión dentro de la habitación. Kenny era alguien difícil de soportar, eso lo entendía, y el comandante Erwin era bastante agradable, pero no compartía la actitud de Kenny y el capitán de su guardia ciertamente no tenía los mismos valores que Erwin poseía. O los mismos intereses.
Se balanceaban bien, creía ella. Erwin ponía límites en donde Kenny se rehusaba a encontrarlos, y Kenny empujaba los de Erwin para poder expandir el potencial de los recursos con los que trabajaban. Félix se habría extrañado de verlos juntos, así como ella, pero no se habría opuesto a que trabajaran juntos a menos que estuviera al tanto de que Kenny pudiese tener malas intenciones. Esta vez no las había, no que Historia supiera.
La mayoría de su veneno estaba dirigido hacia Pixis últimamente, lo que… Ciertamente la desconcertaba. ¿Desde cuándo había nacido la hostilidad de Kenny hacia el otro hombre?
Se había decidido a preguntarle a Ymir por eso, pero dudaba mucho que Kenny le dijera algo de tal índole a la pecosa. Tal vez Talisa sabría algo.
Talisa siempre conseguía hacerlo hablar.
—¿Qué hay de las puertas? —se encontró preguntando, parpadeando para poder esclarecer su vista y darse cuenta que la tenía fija por encima del Muro María, en el otro extremo del distrito—. ¿Cómo las volveremos a hacer funcionales?
—Hange se va a encargar de eso.
—¿Hange? ¿Por qué Hange?
Se miraron entre ellos, y Historia debatió entre sí insistir o no sería una buena idea.
—En fin, la cosa es que los planes los pondremos en marcha hoy mismo —respondió el Ackerman, encogiéndose de hombros y volviendo la vista hacia donde yacían las ruinas—. Déjanos esto a nosotros, tu solo… Luce bonita para el público, ¿de acuerdo?
—…Le voy a decir a Talisa que me llamaste tonta.
Kenny rodó los ojos.
—Yo jamás te llamé tonta.
—Me estás diciendo que luzca bonita. Para el público. ¿Cómo si no-?
—¿Y cómo es eso llamarte "tonta", uh? Explícame.
Erwin, que permanecía en silencio a su lado, se aclaró levemente la garganta y le dio una mirada de soslayo al otro capitán, casi acusatoria en naturaleza.
—No creo que eso es lo que Kenny quiso decir, Historia —defendió el otro rubio—. De cualquier manera, te pondremos al tanto de todo el proceso.
La reina se cruzó de brazos, medio indignada medio que no.
—¿Y por qué no puedo ser parte de el?
—Porque-
—Tienes mucho por hacer —volvió a interrumpir el comandante, tirándole otra vez esa mirada que pretendía advertirle al Ackerman que cerrara la boca—. Sé que sigues supervisando personalmente el orfanato, y haz estado ayudando a Hange con los libros encontrados en la biblioteca de los Reiss. Además, aún estás... Lidiando con los nobles por ti misma.
Sin querer, dirigió su mirada a Kenny.
Él ya estaba mirándola, con el mismo peso y ese sentimiento en los ojos, en el rostro. Visto de la única manera en la que alcanzabas a ver algo en Kenny Ackerman. La plena desaprobación acerca de lo que debía hacer, lo que iba a hacer. Zackley no la había vuelto a molestar desde entonces, pero...
Supuso que ya no habría necesidad para que lo hiciera.
—Sí, yo... Lo entiendo, comandante Erwin —se atrevió a decir, desviando sus ojos hacia el suelo por unos segundos—. Gracias por... Su consideración, supongo.
Erwin inclinó el rostro, y puso su mano en el hombro de ella, dándole un ligero apretón.
—Volveré abajo —les dijo, caminando hacia el borde del muro—. Supervisaré de este lado. Levi está a la derecha, por si llegas a necesitar algo.
—Gracias.
Luego el hombre se dejó caer de vuelta a tierra firme y Historia se quedó ahí con Kenny, en silencio.
El Ackerman se aclaró la garganta y le dio una larga mirada.
—Tendrás que decirle tarde o temprano —fue lo que le dijo—. A todos ellos. Si quieres mi opinión, háblalo con Talisa primero y después con Tomm Jovan.
—¿Por qué lo dices?
Kenny se encogió de hombros.
—Suena a qué es el tipo de cosas que le mencionas a tus... Padres, supongo.
—Talisa no es mi madre.
Y luego Kenny suspiró e incluso ella tuvo que aceptar lo vacías que sonaban esas palabras.
—Bueno, obviamente no, pero... Ella es tu guardián. Puede que ahora mismo seas reina, pero aún tienes... ¿Qué? ¿Quince?
—Dieciséis.
—Bueno, como sea. Aún eres una mocosa, y Tomm Jovan tiene veinticuatro años. ¿Cómo crees que va a reaccionar ella si simplemente lo hablas con él y después lo anuncias así como así?
¿Cómo reaccionarían todos? Fue lo que realmente le quiso preguntar, pero la verdad es que Kenny no sabía cómo manejar ese problema, y tampoco se sentía dispuesto a hacerlo. Talisa era la indicada.
Historia no era su hija pero la trataba como tal. A ella y a Mikasa, se recordó. Las dos eran sus pequeñas incluso si ellas mismas se rehusaban a verlo.
La rubia se mordió el labio inferior y se giró a mirarlo.
—¿Crees...? ¿Crees que él acepte?
Quizás tenía una amante. Tal vez, así como Félix, había alguien en quien estaba interesado y no se había atrevido a decir nada por miedo a ser rechazado. Tal vez estaba cometiendo un error al meterlo en esta disputa sin consultarlo con él antes, pero para eso debían hablar. Para eso hablarían. ¿Y qué pasaría si él la rechazaba?
Kenny chasqueó la lengua.
—Quién sabe. Solía estar comprometido con tu hermana, ¿sabes? —Historia lo miró, atónita—. ¿Qué? ¿Félix nunca te lo dijo?
—Ah, no, él no... Jamás lo mencionó.
—Sí bueno, no esperaba que lo hiciera. Cuando se enteró fue y golpeó a Rod, o creo que le dijo algo así como que qué estúpido estaba y que se iba a ir al infierno, no lo recuerdo bien, pero Nile tuvo que intervenir y luego el idiota llamó a Nicolás y... En fin, fue todo un lío —encogió los hombros—. Supongo que si estuvo de acuerdo entonces, lo estará otra vez. ¿Quién pasaría la oportunidad de ser rey?
Historia asintió lentamente, todavía sorprendida con ese trozo de información, y luego dio media vuelta y marchó a lo largo del muro, unos pocos pasos y de vuelta hacia el lado de Kenny.
—¿Pero eso no crearía conflicto con Félix? Él es el rey, después de todo.
—Podría funcionar como consorte únicamente. Dejar que el poder resida realmente en ti y en el mocoso idiota únicamente.
—¿Y él solo pondría la cara bonita? —preguntó, sarcástica, recordando las mismas palabras siendo dichas por él un momento antes.
Kenny sonrió como gato que se comió al canario.
—Tú lo dijiste, no yo.
Historia sonrió.
—Ya. De acuerdo. Entonces... —tragó saliva—. Entonces vuelve allá abajo y ayuda al comandante Erwin. Eren dijo algo sobre querer regresar a su casa, así que... También ve eso, por favor.
Poco a poco, la sonrisa en el rostro del Ackerman desapareció, siendo reemplazada por esa mueca inusualmente seria. El hombre asintió, alargó su mano y la colocó sobre su cabeza, despeinándola.
—Piénsalo bien. Tienes el día, todo el día, para pensarlo —dijo antes de irse—. No debes tomar una decisión ya mismo, pero, uh... Solo piensa en ello, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—Y si él te rechaza, entonces todo bien. No tienes por que, uh, apresurarte —Kenny tosió contra su puño—. Tal vez Félix ya hasta se consiguió una novia, o un novio, o algo, quién sabe.
—El comandante Erwin está literalmente aquí.
—Si bueno, que mal por él. Se le va a romper el corazón.
Historia le tiró una seca mirada.
—Kenny.
—¿Qué? Yo solo digo. Si todo ocurre así como lo describe él en su diario, entonces va a pasar buen rato para que vuelva —el mayor se encogió de hombros, esa pizca de petulancia en sus ojos haciéndose más vívida—. Y que yo sepa, ellos no son nada.
—Talisa dice-
De ser posible, Kenny suspiró con lo que podría haber sido su último aliento porque era lo mismo cada vez que se atrevían a discutir algo tonto por lo que les gustaba fanfarronear o hacerle burla al otro.
—Aquí vamos.
Historia alargó el brazo y le propinó un golpe que probablemente era de los más fuertes que ella era capaz de darle. El solo pensamiento de ello le hizo sonreír, socarrón.
—Talisa dice que no tienes que estar con alguien, físicamente con alguien, para estar juntos.
Kenny rodó los ojos tan fuerte que se mareó.
—Okay, como sea. Solo lo digo porque todo es posible y realmente no tienes que meterte en este tipo de problemas. Solo piénsalo ¿sí? Tienes tiempo para decidir.
Historia, suspirando, asintió a duras penas y le ofreció una tenue sonrisa que no alcanzó para nada sus ojos. Kenny le devolvió el asentimiento, acompañado de ese raro gesto con el que trataba de consolarla. Palmeando su cabeza e indeciso entre sí decir algo más o simplemente quedarse callado, al final escogió la última opción.
—Y, uh, si, mhm, habla con Ymir también, supongo —una especie de sonrisa carente de alegría le creció en la cara, más como una mueca. Historia la sintió más apropiada que sus intentos de tener sentimientos—. Uh...
Historia volvió a suspirar.
—Anda, solo sé... Sé honesto. No importa.
Kenny hizo ese gesto, ese que la hacía enojar más veces de las que no, y la miró directamente a los ojos antes de darle el metafórico golpe al estómago que ella sabía que estaba por darle.
—Piensa bien en lo que quieres, y habla con Talisa. Y con Ymir —dijo tras una pausa, intencional quizás. Kenny realmente que no era bueno en esto de tener compasión con alguien, o al menos eso es lo que le parecía a ella—. No hagas esto más difícil.
Kenny no le dijo más, y ella no le pidió que se quedara. Del mismo modo que hizo el comandante Erwin, Kenny se acercó al ras del muro y le lanzó una última mirada hacia ella antes de dejarse caer por el borde. Historia se quedó allí sola en la cima del muro, contemplando el esqueleto que era Shiganshina.
Trató de imaginárselo así como sus amigos lo vieron la primera vez que volvieron, con las columnas de humo que se alzaban hacia el cielo y los escombros, Bertolt en el Colosal impidiéndoles el paso. Trató de evocar alguna especie de imagen mental de Shiganshina así como la describió Félix, o como la recordaba Eren.
Shiganshina era grande. Los cuatro distritos más grandes eran los del Muro Maria, así que no se dudaba de la capacidad de ellos. Los otros tres estarían bien, podrían ser habitados de nuevo, pero aquí...
De verdad que no podía imaginarse a alguien más viviendo aquí.
¿Qué acaso estaba volviéndose loca? Porque sentía que lo estaba. Sentía como si alguien dentro de ella moviera los hilos hacia su boca y sus extremidades, obligándola a hablar, a caminar. Obligándola a existir. ¿Estaba loca? No quería casarse con alguien como Tomm Jovan.
Dios, a ella ni siquiera le gustaba de tal modo. Suponía que era atractivo, eso no lo iba a negar, y sus ojos le recordaban a los del comandante Erwin. ¿Tal vez fue por eso que Félix se acostó con él? El solo pensamiento le daba escalofríos. Y la idea de tener que contraer matrimonio para que así Félix encontrase algo de felicidad con el comandante... Eso lo podía hacer. Historia podía darle eso, pero...
La verdad es que no quería. No quería tener que dar esa parte suya y la sola idea de hacerlo le causaba náuseas. Pero Félix estaba dándolo todo de sí solo para que Historia tuviera una vida menos complicada y Dios. Dios.
Se sentía tan culpable. Se sentía tan impotente y deplorable. Se sentía también aliviada, de maneras en las que sentirse aliviada solo conseguía ponerla más ansiosa.
¿Cómo lo hacía Félix? Historia lo conocía de menos de un año y aún así estaba cien por ciento consciente de lo malditamente egoísta que su primo podía ser y aún así. Aún así lo arriesgó todo y se puso a sí mismo en la línea de fuego y simplemente se fue.
Tal vez se sentía culpable, así como ella. Félix era egoísta y Historia también y entre ellos dos era siempre él quien terminaba dando ese paso al frente (el que no pudo dar cuando debió haberlo hecho, cuando fue ella quien tuvo que obligarlo a hacerlo, a unírsele, cuando Historia lo forzó y le puso ella misma esa maldita corona en la cabeza), ¿cómo es que podía hacerlo ver tan fácil cuando ambos sabían lo difícil que era?
De haberlo tenido en frente, en lugar de preguntarle eso mismo, le habría dado un golpe. En la mejilla, para que Petra le hiciera burla. O en el ojo, para que lo hiciera Ymir. En el estómago, en el brazo, en donde fuese. Historia iba a golpearlo nada más lo viera, una vez volviera a casa, iba a darle un golpe. Uno fuerte. Quizás dos, por dejarla sola y por ser tan compasivo con ella.
Y si seguía adelante con lo de Tomm Jovan... No, iba a ser él quien la golpeara. No lo ponía por encima de su estúpido primo de darle un golpe, y luego Ymir lo golpearía a él, y luego Kenny iba a ladrarle como el perro faldero que era, y luego Talisa los sentaría a la hora de la cena y les diría que la violencia no estaba bien, al menos no entre familia.
Talisa probablemente la apoyaría. La entendería. Probablemente le diría todas las buenas cualidades del pequeño al que había criado, también sus malos hábitos.
Ella suavizaría la idea a la hora de aceptarla y al mismo tiempo le diría que estaba bien si decidía no seguir adelante con ella. Talisa era así, muy gentil y comprensiva, cada centímetro una mujer que merecía tener una corona, según las propias palabras de Kenny. (Palabras mal articuladas y el leve olor a alcohol, la única vez que Kenny dejó caer esas paredes que lo rodeaban aunque hubiese sido por un muy corto tiempo. Sus ojos brumosos nublados por recuerdos, un corazón palpitante lleno de sentimientos no dichos. Estaban sentados en el patio del tribunal, con el sol bajo en el cielo. Era su cumpleaños. (El cumpleaños de Kenny.))
Y Talisa amaba a los Jovan como si fuesen su propia familia, y Tomm era bueno, Historia era consciente de eso. Tomm la trataría bien, la apoyaría de la misma manera en que apoyó su reclamo como reina. Y él era un Jovan, y si ella tenía a los Jovan a su lado, todos los demás nobles lo seguirían a él y eventualmente los tendría a su lado, por igual.
Al menos Zackley estaría satisfecho. Ya no tendría necesidad de buscar prospectos o rechazar las sutiles sugerencias que el general tiraba en su dirección. Tal vez en algún punto lo habría aceptado, que Paradis necesitaba una Familia Real y que ella necesitaría un heredero y que tendría que jugar otro papel, otra vez, que tendría que encarnar el rol que ni su propia madre quiso hacer. Historia, repentinamente cansada, rio.
Krista habría aceptado sin dudar. Y Krista era el tipo de niña que buscaba aceptación y a veces se negaba a verla, era el tipo de niña que sabía lo que quería esencialmente al no haberlo tenido nunca, y había días aún en los que no sabía diferenciar muy bien entre ambas. En dónde era ella quien tomaba control de la situación y la hacía pensar cosas, hacer otras, y Historia pasaba a segundo plano y lo veía todo a través de... Un espejo, o algo semejante.
Algo en donde ella estaba de pie y simplemente lo veía todo pasar, como una espectadora en una obra de teatro. Así es como se sentía, ocasionalmente.
Hange lo llamaba "disociación".
Ugh, estaba comenzando a dolerle la cabeza.
E independientemente de todo eso y de todo lo demás y el resto y lo que estaba por averiguar, lo que jamás sabría, estaba eso. Ese detalle de que había un antes y un después y de que ella no había sabido (entonces) de que tendría el privilegio de elegir, si la niña que era antes tendría cabida en la joven mujer en la que estaba convirtiéndose.
(Pero antes, Historia no lo habría pensado mucho. Krista probablemente habría dicho que sí, así toda tímida y con el miedo bien escondido entre las costillas, sosteniéndose con fuerza de la poca valentía que era capaz de fingir para que nadie la mirase más de dos veces en el espacio de tres segundos.
Si Zackley le hubiese preguntado antes, cuando Historia era poco menos que un fantasma (cuando ella no era más que una voluta de humo esperando a ser dispersada), todo sería diferente. Krista había sido generosa al punto de querer darse toda sí misma, muy a pesar de que eso la dejaría sin nada. Lo que Ymir le había dicho en aquella ocasión durante su entrenamiento en la nieve le rondaba la mente con facilidad más veces de las que eran probablemente saludable.)
Habría dicho que sí. A Zackley, quiero decir. Krista le habría dicho que sí simplemente porque así tendría algún valor a ojos de otros y ahora Historia realmente que no podía concebir tener que hacer algo como tal. (No importa el hecho de que terminó haciendo exactamente lo mismo que pensó que haría Krista. Una locura ¿verdad? La forma en que todo está a punto de unirse y luego está ese pequeño detalle que te saca de tu profundidad y terminas en aguas superficiales, mirando hacia el vasto vacío que yace bajo tus pies. Es como despertarse luego de una pesadilla, de un sueño demasiado lúcido para ser un simple sueño.(Como Félix cuando despertaba al morir, un mundo nuevo que no concebía todavía su realidad.))
Historia pausó, momentáneamente confundida con el latido de dolor que sintió hincharle el pecho, y luego lentamente, muy, muy lentamente, se dio cuenta de que estaba haciendo exactamente lo que Félix. Que Krista era más como Félix de lo que Historia misma lo era y la realización de tal similitud la dejó sin aire. (¿Pero era aquello real? ¿Era el Félix que ella conocía de esa vida el Félix que había sido siempre? ¿Era el Félix que se dormía con ella cuando las pesadillas eran demasiado y la acurrucaba entre sus brazos, el Félix que la aceptó sin segundos pensamientos y la llamaba Tori y le dio la bienvenida a su familia con los brazos abiertos, el mismo Félix de tantos ciclos (vidas) atrás que lo dio todo no por compasión si no por ira? (En el diario escribía como si debatiera consigo mismo, como si hubiera dos personas las que lo hacían, y la caligrafía era la misma y a veces los sentimientos también pero en ocasiones Historia podía verlo ahí mismo, sentirlo casi, ese desgarrador sentimiento que el Félix de hoy no comprendía del Félix de ayer.
Que la ira había sido demasiado grande y lo consumió todo y de ser así, ¿quién era el Félix que ella conocía?))
El siseante sonido de una bengala siendo disparada atrapó su mirada y la hizo alzar la cabeza, observando el color verde subir hacia arriba desde la otra punta de Shiganshina, detrás de unas casas que permanecían semi de pie. El comandante Erwin las había vuelto a asignar, pero el significado de cada una de ellas, durante esos momentos, le escapaba.
Historia largó un suspiro y alzó su mano hasta la pequeña trenza oculta entre los mechones sueltos de su cabello, suavemente tirando de ella. Hacía eso cada vez que sentía que sus conflictivos pensamientos se la tragarían viva.
Solo un par de minutos después, a su derecha se detuvo una figura embutida con el uniforme de la Legión de Reconocimiento, los tanques que almacenaban el gas tintineando al golpearse entre sí suavemente. Historia volteó un poco el rostro y espió a Mikasa, que observaba lo mismo que la tenía a ella igual de callada desde su llegada al distrito.
Debía ser duro para ella estar de vuelta en casa, aún más cuando "casa" lucía a un campo de guerra desolado en donde solo quedaban recuerdos agrios y de pérdida.
Las dos se quedaron en silencio por un rato, contemplando el color verde deshaciéndose a lo lejos y cómo los escombros eran poco a poco removidos. Debieron haber estado ahí cerca de treinta minutos antes de que fuera Mikasa quien se atreviera a romper el hielo.
—¿Te encuentras bien?
Lo ideal sería que ella le preguntara, pero Historia tenía la sensación de que hacerlo sería inadecuado. Aunque no sabía bien por qué. Ella y Mikasa eran amigas, o al menos eso pensaba Historia. ¿Tal vez no lo eran? O lo fueron y cuando Historia pasó a ser reina dejaron de serlo, independientemente de todo el tiempo que habían comenzado a pasar juntas estos últimos meses, con las cenas semanales que Talisa organizaba para la familia y los constantes entrenamientos de Mikasa junto a Kenny.
Además, también estaba el hecho de que la veía más a su alrededor las semanas pasadas, junto al mayor de los Ackerman y Ymir. La pecosa había empezado a decir que era una "miembro honorable de la escolta de la reina" con tonitos medio burlescos y divertidos. Mikasa reaccionaba rara vez a sus provocaciones, y cuando lo hacía, normalmente era una respuesta tan seca y carente de tono que aún así resultaba divertido.
—Sí. Un poco... Desanimada, supongo —confesó por lo bajo, tragando saliva con pesadez—. ¿Tu?
Le tomó unos minutos obtener una respuesta, minutos en los que se tuvo que forzar a no mirarla de más. Mikasa era tan callada.
—Creo que vamos a partir antes que el resto —dijo, su voz un poco baja. Mikasa continuó mirando alrededor de Shiganshina sin prestarle mucha atención—. El comandante Erwin está asegurándose de que es seguro continuar pasado el muro.
—Oh. Ya veo.
El viento silbó entre ellas, pero Mikasa no le dio ninguna otra respuesta. Se preguntó qué estaría pasándole por la mente en esos instantes, si la aprensión que sentía Historia podía ser sentida por ella, o si esos sentimientos eran muy poco comparado con lo que una nativa del distrito sentía, si quizás Mikasa buscaba algo qué reconocer entre todos los escombros y las casas parcialmente destruidas.
Casi por instinto, Historia llevó su mano hacia el hombro de ella y la colocó encima con suavidad, acaparando su atención y haciéndola mirarle.
—Lo siento mucho —murmuró—. Espero... Que los planes de Kenny y el comandante Erwin le hagan justicia a tu hogar.
Mikasa asintió con lentitud, paseando su vista una vez más por encima del desastre antes de llevarla de vuelta hacia ella, mirándola con extrema fijación.
—¿Mikasa?
—Kenny me preguntó el otro día cómo me sentía acerca de regresar —una de las cejas de la reina se arqueó, sorprendida, y el gesto le sacó una fantasmal sonrisa a la otra chica—. Talisa... Estaba ahí. Creo que por eso me lo preguntó.
—Talisa suele forzarlo a hablar acerca de sus sentimientos, sí —la rubia sonrió—. ¿Qué le dijiste?
Mikasa negó.
—No es tanto lo que yo haya dicho, es más lo que él me dijo a mí. Es... No, Kenny debería ser el que te diga eso, porque creo que él sabría explicarlo mejor —Mikasa suspiró, aparentemente agotada, y le dirigió otra mirada superficial al distrito—. ¿Cómo va el trabajo de reina?
Mikasa no era una persona graciosa. No intencionalmente, al menos, pero definitivamente podía serlo como cuando preguntaba cosas así como esa fuera de la nada, o cuando acusó a Sasha sin miramientos de tirarse pedos para sacarse a Shadis de encima, antes cuando aún estaban en sus días de academia.
Por lo menos logró hacerla sonreír.
—Va bien. Aún tengo un par de dificultades pero son más... Son menos que antes, puedo hacerlo —se encogió de hombros—. Tengo que mantener todo a flote en lo que Félix vuelve.
Mikasa tildó la cabeza.
—¿En lo que él vuelve?
—Con respuestas —ella asintió—. Con planes. Yo... Admito que es difícil, y algunas otras cosas son fáciles. O bueno, más sencillas de lo que son difíciles, y se me da bien esto de organizar cosas si tengo más personas a mi alrededor para ayudarme con eso, pero... Félix es el que tiene las ideas grandes, ¿sabes?
—¿Ideas grandes? ¿Cómo la de ir fuera de los muros?
Historia sintió esa gotita de confianza escapársele y se encogió en sí misma, entre sus hombros, una pequeña sonrisa adornando sus labios.
—Nunca dije que fueran buenas.
Mikasa asintió lentamente.
—Creo que esa sí es una buena idea —fue lo que le respondió tras un silencio, mirando al frente—. Félix parece del tipo que aborda un tema o problema de manera más directa, y tu... quiero decir, eres del tipo que se rodea de gente útil para ayudar a llegar a una conclusión. Ambos combinan bien. Completan lo que al otro le falta.
—Oh. Nunca lo había visto así.
—Armin solía ser así también —la voz de ella bajó un par de tonos, pensativa—. Con Eren. Él era el cerebro y Eren la fuerza bruta, aunque... Yo solía serlo, a decir verdad. Por eso me fue fácil entender eso de tu relación con él, y no tratar de llegar a ninguna conclusión, como...
—Como el resto.
—Sí —Mikasa asintió—. Todos estaban ansiosos por mejorar los distritos, por venir aquí y... Salvar lo que se pudiera salvar. Tú, en cierto modo, o Kenny. El comandante Erwin también. Félix parece pensar de una forma más amplia que no se centra en el interior de nuestro hogar, si decidió que ir hasta el mundo exterior era una buena idea. Trata de encontrar una manera en la que podamos vivir, y no solo sobrevivir, como hemos hecho hasta ahora.
Las palabras de Mikasa se sintieron discordantes, como una herida en la carne que ardía de dolor, o algo parecido que pudiera explicar la forma en que su pecho se contraía dolorosamente, como si sus palabras quisieran lastimarla. Obviamente esa no había sido la intención de Mikasa, eran los propios sentimientos de soledad de Historia en una cámara de eco los que se sentían como si le clavaran pequeñas agujas en la piel. De cualquier manera, la más joven de los Ackerman tenía razón.
—...He pensado mucho en eso —dijo de pronto, entre dientes casi. Historia la observaba expectante—. En Armin, en las personas que ayudaron a sellar el agujero en Trost, las que confiaron en Eren, en... La mujer en la capilla.
—¿La mujer en... La capilla?
Mikasa asintió. La tensión que alcanzaba a ver en sus hombros endurecía también parte del gesto en su rostro, pero sus ojos continuaban mirando hacia el mundo con inusual bondad.
—Cuando el techo comenzó a derrumbarse y los escombros nos cayeron encima, ella... Dio media vuelta y regresó por Félix.
Caven. Historia se dio cuenta un segundo más tarde que Mikasa estaba hablando de Caven, la que sacó a Félix a rastras del hundimiento en las tierras de los Reiss, a pesar de que se veía como si su cuerpo fuera a rendirse antes de poder tomar otro paso.
—Traute Caven —soltó de golpe, con la garganta seca—. Su nombre. Era la mano derecha de Kenny. Félix la apreciaba.
Era más que apreciación. Más que algo tan... Simple. Félix la soñaba por las noches, la mencionaba incontables veces en su diario, siempre que se cuestionaba a sí mismo, siempre que cuestionaba el funcionamiento del mundo, cuando ponía en duda lo que sabía y lo que no. Cuando no estaba seguro si sus recuerdos eran legítimos o comenzaban a mezclarse entre sí para crear otros, siempre había una pizca, una mención, alusión a ella.
Caven era el lugar seguro de Félix. Probablemente lo más cercano que tuvo a un alma gemela una vez que Frieda lo dejó.
—Puedo ver por qué. Ella dio su vida por la de él, después de todo. Como lo hizo Armin por todos nosotros —la mirada de Mikasa pareció quedarse estancada en el suelo del muro, sobre un par de manchas de barro que sus botas dejaron impresas en la superficie—. Parecía convencida de ello, de que él sobreviviera. ¿Es así para todos nosotros? ¿Tenemos todos a alguien tan empeñado en garantizar nuestro bienestar? —luego se giró hacia Historia—. ¿Tú lo tienes?
Historia sonrió.
—Me gusta pensar que sí.
Mikasa se giró un poco más y la miró con curiosidad, el gris en sus ojos oscurecido unos tonos más de lo normal por las sombras que el sol del mediodía pintaba encima de ambas. Historia le sostuvo la mirada lo más que pudo, preguntándose qué tenía para decir que la mantenía tan serena junto a ella.
Si bien tenía una buena relación con sus compañeros de la Legión, no llegaba a compararse con la que sostenía con otros, como Kenny o Ymir, o Jocelyn, la hija de Diane Jovan con la que había comenzado a pasar más tiempo luego de que fuera invitada regularmente a las cenas familiares que los Jovan y Talisa llevaban a cabo con frecuencia.
Todos se esforzaban por hacerla sentir bienvenida entre ellos, Connie con sus bromas y Sasha ofreciéndole comida, o Jean con su apoyo y comprensión incondicional, pero se volvía más y más claro con el pasar de los días y las semanas que había una brecha entre ellos que no podía ser exactamente cerrada, en donde Historia los veía desde un lado contrario y ellos trataban de alcanzarla desde el otro.
No que hubiera podido evitarlo, nadie podría haberlo hecho. La manera en la que los hechos se desencadenaron ciertamente no había dado mucho espacio a que el lazo que se había formado, por muy delgado que esté fuese, pudiera reforzarse. Había tenido esperanza, en algún punto, de que fuese cosa de mantener una conversación abierta, su presencia cercana, bienvenida para que la amistad creciera y ahondara hacia algo más íntimo entre todos ellos, que Historia pudiese encajar ahí entre ellos, pero... Tal vez había sido una ilusión.
Eran amigos, eso sí, se veían en ocasiones los viernes o los sábados para poder comer juntos o para entrenar en ocasiones, pero no era lo mismo. Ninguno de ellos podía comprender exactamente los problemas que la plagaban a ella, y Historia no tenía cabida en su apretada agenda para participar en la Legión de Reconocimiento como antes lo hacía. Consecuencias de ser hecha reina, obviamente.
Pero con Mikasa siempre fue distinto. Mikasa siempre fue distinta.
Historia todavía no entendía qué era exactamente lo que la motivaba, y en ocasiones se debatía entre sí Eren era la única razón, o si Mikasa era más compleja de lo poco que Historia había visto, y sabía, de ella. Además, entre ellas había muy pocas cosas en común, y Historia se atrevía a decir que tenía más química con Sasha que con la Ackerman, por mucho que sus familias estuvieran jodidas y ambas fueran esencialmente huérfanas, no había existido nunca un sentido de unión.
Lo único en lo que parecían coincidir, dolorosamente, descansaba dentro de las dos personas que ambas querían más que a sí mismas.
—Lo has pensado antes, ¿no es así? —se escuchó decir a sí misma. Los ojos grises de Mikasa reflejaban el cielo azul tras ella y las nubes blancas en el cuando se giraron a mirarla—. Yo lo hago todos los días. Es como... Una obsesión, pero no una buena. Duele cuando lo hago, cuando pienso en ello.
—¿...Pensar en qué?
Historia hizo un gesto con su mano, indicándolo todo y nada a la vez. Mikasa la observó por otros pocos segundos y luego se giró de vuelta al frente.
—Ymir dice que, dice que uno de los chicos con Reiner... Que ocurrió cuando Reiner y compañía llegaron a la isla, entonces, si hacemos cuentas... Han pasado seis años.
Y lo que restaba se les iba a escapar de entre las manos con tanta facilidad que Historia no iba a darse cuenta de ello —otra vez— hasta que la fecha les golpeara de frente y las obligara a enfrentar su realidad.
—Mhm —Mikasa asintió—. Eren... También. Lo vio en las memorias de... Ella. Tu hermana.
De Frieda, completó su mente por ella, pero Mikasa parecía reacia a pronunciar el nombre de su querida hermana.
El tenue aire de vacilación que las rodeaba a ambas era un poco asfixiante. Historia buscó maneras de evadirlo, sacarse de encima esa sensación de estar atrapada en una burbuja que solo iba haciéndose más y más pequeña, sin éxito alguno.
—Félix va a heredarlo una vez pasen los trece años, ¿cierto?
La burbuja estalló. Historia se estremeció, un temblor recorriendo todo su ser con tanta fuerza detrás que casi la derribó al suelo. Las palabras de Mikasa resonaron en su mente por un momento antes de convertirse en un pequeño susurro lleno de malicia que era dicho directamente en su oído. La verdad es que no lo habían discutido a gran detalle, pero ella lo sabía.
Bastaba haberlo visto el día en que propuso heredar el Titán Hembra para que se llegara al entendimiento de que Félix jamás le iba a permitir que hiciera una cosa como esa. Y su primo era tan idiota, tan altruista, las quería más a ellas de lo que se quería a sí mismo que Historia tenía la seguridad que sería él quien terminaría heredando el titán de Eren, no importase las consecuencias que pudiera tener con su salud mental. Félix lo tendría.
Una risita sin gracia se le escapó de entre los dientes y se cubrió el rostro con sus manos, presionando sus palmas contra las cuencas de los ojos para suprimir las gotas de agua que se asomaron por el rabillo. Mikasa permaneció en silencio a su lado, sus lentas respiraciones lo único que era capaz de escuchar de entre todo el ruido que se originaba en el distrito.
—Sí. Él... Probablemente lo haga.
No quería reconocer el agarre que se le aflojaba en el pecho como alivio, pero Historia había hecho un pacto consigo misma que conllevaba ser sincera, abrirse a sus emociones, aceptarlas como parte de su existencia. Le iba a llevar tiempo, pero si había algo que Historia tenía que otros no, era tiempo.
¿En qué tan mala persona la convertía eso?
Mikasa pareció verlo escrito en su rostro, porque puso su mano en su hombro con suavidad, como si temiera romperla.
—No creo... Que le moleste que te sientas así —comenzó, claramente dudando de lo que decía. Historia ladeó el rostro y la observó con aprensión—. Es tu primo, probablemente entiende mejor que nadie cuán válidos son tus sentimientos, Historia. No lo haría si no supiera el peso que te quita de encima de los hombros.
—Lo hace por protegerme. Quiere que viva una larga vida —Historia negó—. Es solo que no entiendo por qué es tan sencillo para él. Cómo puede serlo. Está ofreciendo el resto de su vida a cambio de la mía y me enferma reconocer cuánto me alivia eso y... Me fuerza a reconocer otras cosas, a especular en ellas. Y yo no quiero... Dudar de él.
La boca de la Ackerman se torció un poco y sus ojos se deslizaron hacia el distrito una vez más. Abajo, los scouts más cercanos podían verse moviendo el escombro alrededor, cavando en la tierra suelta bajo las piedras, buscando cuerpos o rellenando el cráter que Bertolt dejó atrás.
El viento sacudió el cabello de Mikasa, las puntas un poco más largas, no del mismo largo que llegó a tenerlo cuando ingresaron a la academia por primera vez, pero si lo dejaba así sin retocarlo por un poco más de tiempo, probablemente podría. A Historia siempre le había parecido bonito el largo cabello oscuro de Mikasa. Le recordaba un poco al de Frieda.
Entonces, con un suspiro, Mikasa se dio vuelta y escaneó el escenario tras ellas con tranquilidad, su mirada deslizándose por entre las rocas esparcidas en el campo bajo las que se hallaban los restos de hace un año, a la maleza que crecía entre ellas y los árboles chamuscados, hasta uno en particular aguardando en una pequeña colina a un par de metros del camino que usaban para volver al distrito.
Un prado de flores rodeaba a la colina, moradas y azules y blancas. Historia creyó que era allí a dónde Mikasa miraba.
—Siempre me he preguntado por qué Eren parecía dejarnos atrás todo el tiempo —el viento susurró algo que ella no pudo entender, las palabras confusas de voces infantiles que se reían de sus recuerdos de días pasados—. Soy más rápida que él, y Armin era el más lento. Y siempre era él al que veíamos alejarse.
Tal vez era algo acerca de aquél árbol. La mirada de la Ackerman se quedó encima de las balanceantes hojas y los pétalos de colores a su alrededor, casi hipnotizada. Tenía el mismo tipo de mirada en sus ojos que Félix ganaba cada vez que se perdía demasiado en sus pensamientos, yendo a lugares que Historia nunca había visto.
¿Qué tipo de cosas atormentaban a Mikasa? ¿Qué pensamientos eran más cortantes que otros? ¿Se quedaba despierta por las noches pensando en todos los hubiera de la misma manera que lo hacía Historia? ¿No estaba aterrorizada al saber que la persona que ella más amaba la dejaría después de solo un par de años? Historia temblaba ante el mero pensamiento de aquello, preguntándose cómo Mikasa podía seguir siendo tan fuerte y serena como siempre, cuando el mundo en el que había vivido a lo largo de su vida se desmoronaba pieza por pieza.
Su resiliencia era admirable, pensó, no atreviéndose a mirar tras ello, descubrir quizás la grieta, ver a través de ella. Ya lo había hecho cada vez que abría ese diario de su primo y releía las páginas ya escritas. Era un abismo al que no debió haber entrado desde un principio.
Cómo Félix. Le recordaba un poco a él.
La revelación la golpeó tan de repente que el aire la abandonó de manera súbita. (Habían trozos de Félix que ella aún no conocía pero que alcanzaba a observar en otros, primero Krista y luego Mikasa y Historia, también.)
Historia, sin pensarlo, alargó el brazo y se sujetó de Mikasa, arrastrándola fuera de sus pensamientos y obligándola a mirarla, su ceño ligeramente fruncido. La pequeña reina forzó una sonrisa mucho más brillante que el sol mismo y la dirigió hacia la Ackerman.
—Me suena a que deberíamos permanecer juntas, ¿no lo crees? —intentó que su voz no la echara de cabeza, a ese miedo que se le producía en las entrañas cuando el tema de los trece años era retomado—. Al final seremos solo tú y yo.
La mirada de Mikasa se ensanchó un poco, sorprendida. Historia no podía creer que fuera ella quien terminara por decir lo que ninguna se había atrevido a hacer hasta ahora, pero debía hacerlo. Debería haberlo hecho hace mucho cuando ahondó por primera vez en la nieve aquella noche durante un entrenamiento y descubrió que había alguien que la veía tal cual era, y que no tenía miedo de permanecer a su lado.
No muchos estaban dispuestos a hacerlo. Ver lo peor de alguien y decidir que iban a quedarse porque ser una terrible persona no impedía que otras te amaran. Su agarre se reforzó un poco, llamando la atención de Mikasa hacia donde sus dedos se hundían en la chaqueta marrón.
—Cuando todos se hayan ido, todos en los que dependimos, solo seremos nosotras —Historia negó—. Suena mal, ¿cierto? Que ya estoy anticipando mi soledad incluso antes de que ocurra. Pero Félix volverá por un rato y tras unos años volverá a irse, y esta vez será para siempre, y entonces... No tendré a nadie. Y siento que la única que lograría entenderme vas a ser tu porque... Porque... Hah, eso... me vuelve en una mala persona, ¿no lo crees? Pensar así. De ti. Asumir que nos sentiremos igual solo porque ambas perdimos a personas cercanas a nosotras.
Historia sorbió la nariz y se talló el dorso de la mano sobre sus ojos.
—Lo siento.
No iba a ponerse a llorar aquí en el medio de una destruida Shiganshina. ¿Por qué si quiera estaban hablando de esto? No tenían por qué estar hablando de esto, pero Historia sentía la necesidad de hacerlo. Aquí y ahora, por más inapropiado que fuese, porque una vez dejaran esa burbuja de irrealidad y volvieran hacia los muros seguros, todo sentimiento acerca de sus situaciones se habría enterrado hasta el fondo de su alma, así de sencillo, y no habría ninguna otra manera de arrastrarlos a la superficie nuevamente.
Así que debía decirlo, aquí y ahora.
Con lentitud, casi con la duda enmarcada en sus ojos, Mikasa movió su mano hacia la de Historia y cerró sus dedos por encima de los suyos, dándoles un ligero apretón.
—No creo que sea así de fácil, Historia. Todos hemos... Hecho y dicho cosas que nos convertirían en malas personas. Yo... no me atrevería a decir lo que acabas de decir, pero creo que es por quién soy, y tú lo hiciste porque esa es quien eres. Y yo no... No creo que seas una mala persona.
Había un nivel de cuidado en las palabras de Mikasa que Historia no había reconocido, y mucho menos identificado, en todas las interacciones que habían tenido durante los últimos meses. La resolución puesta en sus palabras no le quitaba la gentileza de su tono, y algo cálido se enroscó en ella una vez que se dio cuenta de la falta de juicio de Mikasa hacia ella. No es que no hubiera ninguno, porque Mikasa podría si quisiera, pero esta vez... Se sentía como si estuvieran cruzando un puente, muy lenta y cautelosamente, y al final encontraría a la Ackerman de pie allí, tan acogedora como se había vuelto últimamente. Se sentía bien. Era bueno que se sintiera bien.
De ser posible, Historia se aferró a ella con un poco más de fuerza y Mikasa la dejó hacerlo, sus propios dedos reforzando el agarre.
—...Eres muy amable, Mikasa —mencionó en un susurro.
Mikasa sacudió la cabeza, como negándolo, pero luego se detuvo y miró de nuevo al distrito y a los scouts, todos ellos todavía inmersos en sus respectivas tareas. El cráter de Bertolt continuaba siendo llenado con el escombro que removían de las zonas aledañas y en la otra punta del lugar se concentraban más en reunir los cadáveres. Ya se estaban empezando a formar dos hileras de ellos, explayados en lo que fueron las calles antes transitadas por los habitantes de Shiganshina.
—No estoy segura de que yo usaría esa palabra conmigo.
Cuando Mikasa giró la cabeza, esperó encontrar algún tipo de lástima en ella, de la misma manera que sus abuelos solían mirarla antes de que fuera a la academia. Quizás una especie de reconocimiento que solo obtuvo con Talisa, la comprensión interminable de Zackley cada vez que Historia hacía demasiadas preguntas sobre si sus propuestas tenían mérito o no. Kenny la miraba con ojos atormentados y, a veces, tenía la sensación de que estaba viendo a alguien más que no era ella.
Tal vez a Frieda, tal vez una sombra de quién fue en antaño su viejo amigo, o tal vez simplemente alguien que no estaba del todo lista para ser reina pero tenía que serlo porque no había nadie más que pudiera asumir la carga. No hasta que Félix volviera. (Solo Kenny mismo sabía lo que eso significaba, pero Historia no era tan ingenua como para creer que Kenny no ansiaba quitarla de en medio para poner a su primera elección de vuelta en el trono—el hijo de Uri.)
Mikasa la miró y Historia pudo verse reflejada en el gris del iris. No había una gota de lástima en ellos que fuera dirigida hacia ella, ni una sola pizca, si no la pura compresión que decía más de Mikasa que de la propia Historia, y se sintió infinitamente agradecida por ello. El entendimiento que solo parecía lograr encontrar en Félix estaba aquí y estaba dispuesta a quedarse con ella, y lo cierto era que Historia no lo merecía.
Se encontró a sí misma tragando en seco, su garganta cerrándose como ocurría cada vez que la incertidumbre la abordaba.
—... ¿Y si cometo algún error? Y si... ¿Si no soy lo que se supone que sea? —el leve tartamudeo que se le detectaba en la voz no calmaba en absoluto, ni disfrazaba el incesante pánico que le provocaba pensar en todos esos momentos en los que sus pensamientos no cuadraban con sus acciones.
Historia tenía un deber. Era reina, era su nuevo papel, su vieja responsabilidad.
Era lo que la familia Reiss había dejado como legado, a pesar de que nunca fue parte de ella, pero era lo último que su hermana le encargó llevar a cabo luego de su muerte, y Historia no podía rendirse. Ser doblegada no formaba parte de sus objetivos, los que todavía estaban formándose y a los que aún desconocía, pero no iba a permitirse caer ante la presión. Si Félix estaba allá afuera haciendo lo que se le viniese en gana con la excusa de darles una oportunidad de vivir, Historia podía hacer lo mismo aquí dentro y fingir que el peso de la isla entera y su supervivencia era fácil de cargar hasta que él dejara de jugar.
Hasta que los muros se viniesen abajo, o hasta que alguno de ellos dos lo hiciera por cuenta propia, Historia podía hacer esto. Podía ser esta persona que Paradis necesitaba; la reina a la que le tuvieron que forzar la corona en la cabeza. Historia podía. Ella podía con todo. Con todos. La mitad de su vida fue desperdiciada con Krista y la segunda se negaba a ser lo mismo, excepto.
Excepto.
—Si no soy quién se supone que debo ser... Esto es lo que único que puedo ofrecerte, Mikasa —confesó con un susurro, vergüenza enconándose entre sus costillas—. Honestidad. Y no sé si alguien como tú pueda aceptar a alguien como yo. No soy como Eren, o como Félix, o como el capitán Levi o Kenny... Tampoco soy como Frieda, por mucho que ella se haya esforzado en volverme alguien parecida. Solo soy... Yo. Y no sé quién sea yo.
Mikasa se encogió de hombros.
—Me gusta quién eres. Quienquiera que ella sea.
—Pero...
—Me gustas más así que cuando pretendes ser alguien más.
Historia la miró como si la viese por primera vez. Había una pequeña sonrisa en su rostro, muy pequeña, y aún así parecía iluminar el rostro de Mikasa más que cualquier otra luz, más que el sol mismo.
(Pensó en la Mikasa de la que Félix escribía en su diario, a la Mikasa que Historia esperaba no conocer. La que le daba la espalda a Eren, de la que escribía con cierta amargura en sus palabras, la última en ver a Eren. Pensó en la manera en la que Félix a veces omitía escribir sobre ella porque los conflictivos sentimientos y los distintos bandos a los que pertenecían no borraban el hecho de que existía cierto afecto de él hacia ella. Y Historia sabía que ahí era en donde la mayoría de los problemas de su primo nacían; no le gustaba sentir, no le gustaba amar a alguien que no fuese su madre o ella (o Frieda). Ese terrorífico sentimiento que te aplastaba los pulmones y se aferraba a tu corazón con saña de la que él huía tanto.
No le sorprendía en lo más mínimo que se extendiera hacia su familia con la que compartía únicamente un apellido y un par de gotas de sangre. Félix hablaba de la Mikasa de ciclos atrás con rastros de rencor, y tenía una manera tan escueta de describir cosas sin dar tantos detalles que le ponía ansiosa.)
Luego, muy suavemente, volvió a hablar. Esta vez, sus palabras tenían un peso del que no estaba al tanto, pero probablemente podía adivinar a qué se refería cuando las dijo, a quién, con exactitud, eran dichas a pesar de que fuera Historia quien estuviera recibiéndolas. Historia creyó, aún así, que venían por y para ella del mismo modo en el que Eren llegaría a escucharlas en algún momento.
—Podrías llegar a convertirte en la peor persona del mundo y yo seguiría estando a tu lado, Historia.
Mikasa tildó su rostro y la observó con cuidado, los inicios de otra sonrisa apareciendo muy débilmente en sus labios.
Una bengala roja se alzó por su lado izquierdo, pintando el cielo azul de escarlata. Historia miró a través de ojos cristalinos el ascenso que trazaba, a través de las pocas nubes y el dorado de los rayos del sol, hasta desvanecerse en una bruma carmesí. Le recordó a las bengalas que la Legión de Reconocimiento usó durante su primera expedición fuera de los muros.
—Encontraron algo.
Mikasa la miró una última vez, el gris en sus ojos reafirmando todo lo dicho anteriormente de una manera en la que dejó a Historia sentirlo en carne viva, antes de lanzarse en la dirección de dónde la bengala provino, el gas de su equipo siseando tras ella. Historia la siguió tras unos pocos minutos, aferrada a sus empuñaduras con tal fuerza que los nudillos se le volvían blancos.
El viento silbaba a su alrededor. Había pasado mucho tiempo sin escucharlo de tal modo, eufórico y cálido, latigazos de el contra su rostro a los que Historia les daba bienvenida. Extrañaba la sensación de libertad que el equipo de maniobras parecía brindarle, donde podía estirar sus brazos y sentir que de esa manera el cielo entero cabría entre ellos.
Delante, de dónde la bengala provenía, alcanzó a ver a Eld de pie con la mano todavía hacia arriba, sus ojos fijos sobre el muro. El montón de rocas a su alrededor eran un reflejo de lo que Shiganshina era, y lo hacía ver pequeño entre ellas, casi diminuto. Mikasa y ella se detuvieron a su lado, sus pies patinando con la poca grava y tierra suelta que se hallaban en el suelo.
—Eld —dijo ella, Historia, un poco falta de aire—. ¿Qué ocurre? ¿Hay algún problema?
Eld parecía hipnotizado, pero al mismo tiempo, parecía que había una especie de neblina por encima de sus ojos. Bajó el brazo lentamente, el cuerpo sin ganas, y la expresión de incredulidad con una pizca de miedo que alborotaba los nervios de la reina.
—El muro...
Historia parpadeó.
El muro quedaba a un par de metros de ellos, bordeado por unos establos viejos y abandonados, decaídos. Un par de escombros estaban tirados entre ellos, los techos todavía con rastros de polvo. Las casas más cercanas estaban derruidas también, y todo ello parecía estar cubierto por una fina capa de un polvo que parecía reflejar la luz del sol, como si hubiesen molido un espejo y tirado la tiza por ahí. Le tomó un segundo entender lo que trataba de decirles, excepto que cuando lo hizo el corazón casi se le detuvo de la sorpresa que sintió.
Había una grieta en el. Una grieta enorme. Partía desde la mitad del muro y seguía hacia arriba, y de ella se abrían otras dos más pequeñas que la principal, como una telaraña. Historia jadeó. Varias exclamaciones de los otros scouts que arribaron a la par con ella ahogaron el repentino retumbar de su corazón.
—Oh Dios, ¿por qué...?
Fuertes pasos resonaron tras ella y Historia se giró, observando a alguien caminar hasta el frente suyo, bloqueando el muro de su vista.
Historia reconoció la espalda de Kenny, la manera en la que se detenía frente a ella, obligándola a dar un paso atrás. Mikasa también lo miraba con los ojos ligeramente abiertos, sorprendida. Era el tipo de expresión que se le veía en muy raras ocasiones, y las dos compartieron una mirada cuando Kenny empujó del hombro a la otra Ackerman hasta hacerla quedar detrás suyo también.
—No se acerquen, ninguna de las dos —dijo, mirándoles brevemente por encima de su hombro. Luego se giró hacia Eld y al resto de los scouts que se habían reunido allí—. Tú y tu, tomen sus caballos y regresen a Trost, díganle a Pixis lo que ocurre, y que necesitamos algo para cubrir una grieta, como la de Stohess.
Le trepó un escalofrío por la espalda, sus dedos curveándose hasta formar un puño. ¿Cómo es que esto había sucedido? ¿Cómo es que una pared tan gruesa con un material aparentemente impenetrable conseguía romperse lo suficiente para que grietas se le formaran encima? Pensarlo le dieron náuseas, las posibilidades que dicho suceso podría acarrear le daban náuseas.
Estos muros eran sus escudos. Más tarde podrían convertirse en otra cosa pero era por ellos que habian sobrevivido tantos años. No podían perderlos ahora. Sus ojos se agrandaron de golpe. No podían despertar a lo que habitaba debajo de ellos, no todavía.
Con la respiración algo acelerada, Historia se volvió hacia los mismos scouts cuando los escuchó responder en afirmación. No reconocía a ninguno de ellos, probablemente dos de los tantos nuevos reclutas que la Legión de Reconocimiento parecía ganar cada día.
—Que sea únicamente el comandante Pixis el que sepa —se apresuró en decirles, frenando su andar. Trató de ocultar el temblor en sus manos al aferrarse a las empuñaduras del equipo—. Nadie más debe enterarse acerca de esto, ¿de acuerdo? No queremos causar ningún pánico. S-si no hay alguna manta o una lona lo suficientemente grande, que la consiga a como dé lugar, aunque tenga que cocer juntas cien más pequeñas. Y dense prisa. Por favor.
—¡Hai!
Ansiosa, los observó dar una pequeña reverencia y luego media vuelta, para partir corriendo. El aire estaba inusualmente tranquilo, y ninguno de los presentes realmente estaba hablando. Todos miraban el muro de la misma manera en la que ella se sentía; incrédula, incrédulos. ¿Qué demonios había ocurrido? En su cabeza todavía daban vueltas esas incesantes preguntas que parecían haberse aferrado a su mente en muy pocos momentos ¿cómo es que una grieta se formó aquí cuando jamás hubo ningún incidente parecido?
Tal vez Reiner intentó algo durante el tiempo que les tomó volver a Shiganshina. O alguno de los otros dos, Bertolt, o el hermano de Eren. Quizás fuera un accidente. Historia no podía concebir que lo hubiesen hecho a propósito cuando hacerlo podría poner en riesgo su misión. Y de ser así, ¿por qué no intentaron cubrirlo? Si lo hicieron ellos, ¿por qué no simplemente se fueron nada más ver la grieta? ¿O tal vez no habían sido ellos?
La carcomía la incertidumbre. Si esto llegaba a salir al público causaría pánico a través de toda la isla. No era solo el que el muro estuviese roto, pero si era tan... Sencillo que se abriera una grieta en el, podría ocurrir en alguno de los otros distritos. Podría sembrar miedo, atraer caos, disturbios. No estarían a salvo. La población aún no confiaba del todo en los regímenes luego de lo ocurrido con el comandante Erwin. Aún no terminaban de comprender el cambio en autoridades, la insurrección llevada a cabo para destronar a su padre.
No ayudaba en mucho que hubieran tenido que omitir un par de detalles acerca de lo ocurrido, porque por más que Historia y los comandantes quisiesen ser transparentes con ellos, había cosas que simplemente no era buena idea revelar.
Su mirada se movió hacia Kenny, que seguía frente a ella.
—Kenny... Qué crees...
El hombre la miró de refilón, y luego se dio vuelta hacia el muro y luego hacia ella, hacia las dos. Mikasa continuaba a su lado, examinando la grieta como si esta la hubiera ofendido personalmente.
—No lo sé —dijo con cuidado—. Eso no estaba aquí la última vez que vinimos.
Los ojos de Kenny se dirigieron a Eld, a unos pasos de ellos, luego a los otros scouts reunidos allí, al miedo y la incertidumbre en sus rostros. De repente, todos parecían estar nerviosos, inquietos. Así es como el resto de los habitantes reaccionarían si esto se llegase a saber, y Historia solo podía esperar que el comandante Pixis pusiera toda la discreción posible en su tarea como le fuera permitido.
—¿No estaba? ¿A qué te refieres con que no estaba?
—A que esto ocurrió o cuando estábamos aquí y no lo vimos por cualquier razón, o a qué podría haber ocurrido luego de que dejamos el distrito.
—Bertolt pudo haberlo hecho —Mikasa, todavía inspeccionando el muro, se giró brevemente hacia ambos—. Había mucho vapor, y no estábamos prestando atención a otra cosa que no fuese sobrevivir.
Kenny echó otro vistazo a su alrededor, sus ojos entrecerrados.
—Había algo de destrucción previa a que llegáramos. Si se quedaron aquí esperando a que volviéramos, dudo mucho que esperaran sentados.
Mikasa frunció el ceño.
—¿Dices que quizás entrenaron aquí?
—O quizás pelearon entre sí.
—Ambas cosas —Kenny se encogió de hombros—. Ninguno de los dos mocosos se veía excepcionalmente fuerte, y si estaban esperando por nosotros, tal vez quisieron ganar algo de ventaja. O tal vez pelearon entre sí, porque si yo hubiera enviado a alguno de ustedes a deshacerse de alguien y no pudieron lograrlo, les habría pateado el trasero. Pregúntale a Félix cuando lo vuelvas a ver, él sabrá decirte qué le pasaba alguien de mi escuadrón cuando no cumplían con mis órdenes.
Se miraron entre sí, algo dudosas.
Eld, por su parte, se había acercado un par de pasos hacia ellos, escuchando con poco interés lo que les decía Kenny, hasta que mencionó a Reiner y compañía.
—¿En verdad crees que alguno de ellos pudo ocasionar tanto daño? —les preguntó a los tres, pero miró solo a Kenny, su ceño fruncido—. Lo creería del Titán Colosal, pero los otros dos...
—¿Tal vez? Ni idea, creo el único que podría saberlo sería ese idiota de Shadis. Fue su instructor ¿no? —se dirigió a ambas, su ceño fruncido.
Eld movió su cabeza en negación.
—Shadis no estaba al tanto de que eran titanes cambiantes.
—Mhm, pero digamos, si su fuerza física humana de alguna manera es indicativa de su fuerza física como titán...
—Oh, ya entiendo —el otro rubio volvió la vista a la grieta, ojos inseguros—. Supongo que valdría saberlo, pero... No creo que ellos hayan logrado romper el muro.
Alguien más aterrizó a su lado, el comandante Erwin seguido del capitán Levi, y tras él venían sus amigos. Historia los miró, aprensiva.
—Uno de los chicos nos dijo qué ocurría —Erwin se adelantó hasta detenerse a un lado de Kenny, estudiando atentamente el muro—. ¿Crees que podríamos repararlo de alguna forma?
—No tengo idea. Podemos empezar por cubrirlo como al de Stohess.
—Sí —respondió Erwin, mirando de reojo a Eren—. Tal vez el endurecimiento de Eren podría servir también.
—Tendríamos que averiguar si la grieta empieza desde aquí abajo, o si de alguna manera consiguió abrirse desde la cima. Tch, y Hange se nos quedó en casa, maldición.
De reojo vio a Eren acercarse otro par de pasos hasta casi colocarse a la par de Erwin y de Kenny, mirada fija allá en donde la grieta zigzagueaba hasta llegar arriba. Había algo extraño en su forma de mirarla, casi atormentado. Con culpabilidad, pensó.
—Tendremos que mostrarle esto, pero primero debemos hacer lo que vinimos a hacer. Sasha, lleva los elevadores hacia la puerta exterior, dile a Marlo que él llevará los caballos. Connie, ve también a la puerta exterior e inspecciónala a fondo, busca alguna grieta ya sea en el muro o en la carcasa que Eren dejó atrás.
—¡Hai, comandante Erwin!
—Hai, hai...
El comandante asintió, más para sí mismo. Un gesto apreciativo le creció con suavidad en el rostro.
—El resto de ustedes continúen abriendo camino y limpiando el distrito. Eld, quédate aquí. Tu igual, Jean.
Con los otros scouts volviendo a sus tareas, Historia dejó escapar un largo suspiro, sus puños deshaciéndose lentamente. Aún había una bola enmarañada de miedo en lo hondo de su estómago que probablemente no la dejaría tranquila hasta que lo solucionaran, pero por el momento podía dejarse sentirla.
—... Tal vez deberíamos posponer cruzar el muro y encargarnos de esto primero, Erwin —señaló Levi. Erwin asintió hacia él.
—El muro no irá a ninguno lado, enano.
—El titán debajo podría —ver a Kenny y a Levi interactuar era como ver a Sasha y Connie competir por quién diría la cosa más absurda dentro de los tres minutos siguientes, pero con ellos dos era más de quién se lanzaría encima del otro antes de que terminaran de hablar. A Historia la ponía muy tensa cuando los dos fallaban en ponerse de acuerdo en algo porque no estaba segura si el temperamento de Kenny soportaría la lógica tan fría del capitán Levi—. Tendríamos que priorizar el traer aquí a Hange para averiguar si eso puede ocurrir con facilidad.
Kenny se inclinó hacia donde Levi estaba, al otro lado del comandante Erwin, y le tiró una mueca que podría haber sido algo entre una sonrisa y un gesto de burla.
—El chico que Erwin se comió estuvo aquí por un buen rato, si usó su titán en alguna ocasión...
—Fui yo —interrumpió Eren de golpe, aún mirando el muro. Lo miraba como si fuese la primera vez que lo hacía—. Fui... Fuimos nosotros. Félix y yo.
A Kenny se le borró la sonrisa de golpe. Mikasa, a su lado, parpadeó hacia Eren con la misma incredulidad que le alcanzaba a ver a Jean en el rostro.
El comandante Erwin se giró hacia él, las cejas ligeramente fruncidas pero esa chispa de curiosidad refulgente en sus ojos.
—¿Tu y Félix?
Algo pasó por los ojos de Eren, una sombra de algún sentimiento doloroso que Historia reconocería casi al instante de haber tenido tiempo.
—Cuando peleamos contra ellos. Estábamos por allá —señaló por detrás de ellos, a un par de casas aún intactas y una plazuela un par de metros más lejos—. Félix quería asustarlos. Dijo que quería intentarlo, así como hicimos en Utgard.
Kenny y el comandante Erwin compartieron la misma mirada de sorpresa, la ligera mueca de exasperación. A ella también le sorprendía bastante lo lejos que Félix estaba, el tiempo que había pasado desde su partida, y que aún así conseguía darles más dolores de cabeza de los cuales preocuparse. Muy de Félix, claro, pero aquello no quitaba que su primo a veces fuese tan... Estúpido.
Eren pareció entenderlo de esa misma manera, su semblante cambiando de algo que bordeaba el remordimiento a una expresión con rastros de hostilidad.
—...No era nuestra intención que, que se agrietara. Solo queríamos hacer que se diesen por vencidos, que...
Kenny rodó los ojos.
—Por supuesto que el idiota de Félix querría intentarlo en un momento así, agh. Uri debió llevarse a ese chico con él y no dejármelo a mí.
Historia le dio un golpe en el hombro y el mayor de los Ackerman le respondió con un gruñido, tirándole una mirada de fastidio.
—¿Qué fue lo que hicieron? ¿Qué tipo de... Comando le dieron? —la expresión de Erwin estaba llena de curiosidad.
El capitán Levi parecía compartirla. Lo vio volverse hacia la grieta, sus ojos entrecerrados para evitar que la luz del sol le molestara.
—Recuerdo que hubo un fuerte estremecimiento —murmuró el capitán, mirando brevemente por encima de su hombro—. Eld, ven conmigo.
Luego, sin mediar palabra, se impulsó con su equipo y subió hasta la cima del muro. Eld le siguió unos momentos después y los dos se desvanecieron allá arriba, aunque aún podían verse inspeccionando el borde de la grieta y lentamente descendiendo.
Historia suspiró.
—...unciona así —la voz de Eren era poco más arriba de un suspiro, dudoso de sí mismo de cierta forma que parecía impropio de él—. No sé cómo sea para él, pero para mí es como si... Algo respondiera a mi llamado, pero no sé qué sea. Es solo un sentimiento.
—Pero cuando los dos entraron en contacto, ¿qué fue lo que le pidieron que hiciera?
—¡No lo sé, yo no-! Yo no... No le pedí nada. Yo solo... Félix fue quien lo hizo, creo. No estoy seguro, no sé cómo es que él...
Y luego dejó de hablar, y Historia supo casi de inmediato que había algo que no les estaba diciendo. Tanto Jean como Mikasa compartieron una rápida mirada que confirmó aún más sus sospechas, esa bola de ansiedad en su estómago apretándose un poco más.
Mikasa carraspeó.
—Ha estado yendo a una laguna cercana a la vieja base en Rose después de cada entrenamiento.
Eren la observó con los ojos abiertos de par en par.
—¡Mikasa!
—Es cierto —dijo Jean, mirándole fugazmente. Eren se volvió hacia él con urgencia—. Pensamos que no sería nada, pero...
—Nunca nos dijo qué estaba haciendo —completó la Ackerman—. La única que sabe es la señorita Hange.
A Historia casi le dio gracia.
No era nada. Podría no ser nada, solo un adolescente que se iba por su cuenta a pasar un rato a solas y tener algo de privacidad, pero la reacción de Kenny destrozó esa perspectiva casi de inmediato, el aura del hombre cambiando de exasperación a la que comúnmente se le sentía alrededor cuando la situación era sumamente seria. Eso y que la mención de Hange era un poco más alarmante de lo que no.
—¿Qué hiciste?
Su tono también. Resguardado, acusatorio, el que alguien usaba cuando sabía algo que el resto no.
Eren le sostuvo la mirada por un segundo antes de desviarla al suelo.
—¿Qué demonios hiciste, Eren?
—Kenny, quizás estás siendo un poco agresivo-
—Intenté comunicarme con él —soltó Eren de repente, la ferocidad en su mirada tan palpable como en sus palabras. El comandante Erwin se giró hacia él y lo miró con los ojos abiertos de par en par, igual que lo hacía Kenny—. Yo... He intentado ponerme en contacto y...
Kenny rodó los ojos con mucha más fuerza que antes, dejando escapar algo como un gruñido, gutural y claramente molesto.
—Por supuesto que eso hiciste.
—Pensé que quizás...
—Me importa un carajo qué hayas pensado cuando sabes lo que el titán puede hacerle —la señaló a ella—. ¡Lo que puede hacerle a los dos! ¿Qué ya te olvidaste que esa maldita cosa puede controlarlos?
El rostro de Eren se cubrió de desesperación, sus ojos fijos en Kenny en busca de algo que fuera aprobación. Pasaron del Ackerman hacia el comandante Erwin, que le miraba con algo de entendimiento, luego se movieron hacia Mikasa y aterrizaron en Jean, y algo le dijo a Historia que estaba evitando mirarla a ella.
—P-pero... Félix no estaba conmigo, el Fundador no podría-
—Sabemos mierda y media acerca del Titán Fundador y tú te pones a jugar con él, ¿qué demonios pensabas, eh?
—S-solo quería ayudar...
—¿Ayudar? ¿Ayudar a qué esa maldita cosa los... Poseyera como hizo con Frieda? ¿Con Uri? ¡¿Con todos los malditos reyes de antes?!
—¡Lo he estado intentando por un par de meses y... Y funcionó! Lo vi, pude verlo, alcancé a escuchar que decía mi nombre. ¡Lo juro! ¡Solo quería ayudar!
Su corazón se saltó un latido. La irritación de Kenny se volvió aún más palpable.
—¡Maldición, Eren! ¡Te dejamos muy en claro que-!
—¡Ya lo sé! —estalló, su voz subiendo en volumen. Historia dio un paso al frente y estiró su brazo, buscando tomar la mano de Eren pero él se echó hacia atrás y los miró a todos ellos como si hubiese sido traicionado—... Ya lo sé. Yo solo... Solo quería saber si estaba bien.
Eren apretó los labios y luego escupió el resto con amargura.
—Quería saber si estaba vivo o no.
Antes de que Kenny dijera algo más, Historia se escurrió al frente y sostuvo a Eren de la mano, mirándolo con fijeza, ojos del mismo azul que el cielo, implorantes.
—Entonces está bien, ¿cierto? —se tragó un nudo que comenzaba a formarse en su garganta, luchando consigo misma para que no se le quebrara la voz. Eren le devolvía la misma mirada—. ¿Félix está bien?
Parecía haber un efecto en sus palabras, en su misma voz. Eren se estremeció y su mano se levantó para sujetar la de ella también, ojos color jade, un matiz distinto pero que de cualquier manera le recordaba tanto a los de su primo, mirándola con la misma urgencia que ella sentía profundamente arraigada en algún sitio de su ser. Era el mismo anhelo que los había unido, que los mantenía juntos en formas que ninguna otra cosa lo había hecho.
Los ojos de Eren, que muchas veces parecían preceder a su edad, se suavizaron hasta el punto de sofocar los últimos rescoldos de ira que pudieran haber sentido hacia Kenny, hacia el comandante Erwin. Era como ver una hoguera apagándose, extinguiendo las llamas poco a poco hasta que solo quedaran trozos de madera carbonizada, o cenizas.
—...Sí —murmuró asintiendo—. De lo poco que alcancé a ver, él... Se veía bien.
El nudo de ansiedad oculto en lo más profundo de su alma se aflojó de golpe, y de repente, respirar parecía ser más fácil.
Preocuparse por Félix siempre había tocado las fibras más sensibles en su corazón, la mantenía despierta en las noches cuando todo estaba oscuro y solitario y ni siquiera la presencia de Talisa podía aplacar los inestables latidos dentro de su pecho. Había empeorado con el diario y todo lo que contenía dentro, todos los detalles que el propio Félix había... Vivido. Y era difícil aceptarlo y reconocer que su primo era tan... Tan algo. Algo más que ella no estaba segura de qué era con exactitud.
¿Qué palabra podría usar para describirlo que al mismo tiempo no alimentara sus peores pesadillas? ¿Impetuoso? ¿Tenaz? ¿Apasionado, quizás?
Suicida podría ser usado también. Indiferente hacia su bienestar, alguien que buscaba sentir más de lo que quería sobrevivir, un tonto que no sabía cuándo rendirse (lo más gracioso de todo porque, en todo caso, Félix había querido rendirse desde hacia un tiempo y simplemente no parecía tener el valor de admitirlo, ni siquiera ante sí mismo.)
Era tan exasperante y le rompía el corazón que pensara tan poco de sí mismo, creyendo que su vida era tan prescindible, que terminó por ponerse en el pedestal más alto posible sólo para que las personas que amaba no tuvieran que enfrentarse a ningún tipo de dificultad.
Pero él estaba bien. Estaba vivo. Era más de lo que podía pedir.
Historia le dio un apretón a su mano y luego la soltó, girando sobre sus talones hacia Kenny. Se imaginó que un hombre como él no dejaría ver tan fácil cualquier emoción que no fuera irritación o diversión cerca de su rostro, y fue justo aquello lo que encontró en él. Esa expresión de seguridad que rara vez parecía ser falsa.
—Por supuesto que el imbécil está vivo. No puedes matar cosas como él tan fácilmente. Ya deberías saberlo, Historia.
Incluso entonces, alcanzó a detectar los rastros de preocupación que abandonaban sus hombros, la queda bocanada de aire que dejaba su pecho menos anudado que antes. Kenny era un tonto y Félix ciertamente había aprendido mucho de él, y estaba tan, tan firmemente convencida de que saber el destino de Félix luego de separarse tan abruptamente —y de tal manera que los dejó a ambos inciertos— aliviaba uno de los peores temores de Kenny que ni siquiera el hombre era capaz de ignorar.
(Muy Ackerman de él, tal cual Félix. Se preguntó si su primo había aprendido a escapar sus sentimientos del mismo hombre hace tantos ciclos atrás. Se preguntó si el capitán Levi era más de lo mismo, y rezó a quien sea que la escuchara para que Mikasa no lo hiciera.
Uno de ellos debía romper el molde.)
Una tenue carcajada se escapó de su boca y Historia asintió repetidas veces, sintiéndose revitalizada.
—No excusa que hayas ido a nuestras espaldas para hacer algo estúpido y peligroso —el Ackerman chasqueó la lengua, lanzando una mirada en dirección de la rubia—. Deja de imitar a Félix, ¿quieres? Y más te vale que una vez volvamos a Trost nos digas todo lo que has hecho en ese lago, o juro por Dios-
Erwin alzó su mano, silenciándolo de golpe. El hombre todavía inspeccionaba a Eren con cuidado, ojos vagando de hito a hito en la presencia de algo mucho más profundo en la misma mirada del titán cambiante.
—Oi —exclamó Kenny, irritado cien veces más—. ¿A quién mierda crees que-?
—¿Dices que tienes una manera de verlo? —preguntó, luego pareció pensarlo un segundo, porque ladeó el rostro hacia donde Jean y Mikasa estaban y luego se volvió de vuelta a Eren, sus labios entreabiertos—. ¿Hange está al tanto de esto?
Eren titubeó.
—...Sí, yo... Fui con ella cuando traté de... Hacerlo la primera vez.
—Bien —Erwin avanzó, colocando su mano sobre el hombro del chico, y Eren visiblemente se sobresaltó. El jade en sus iris pareció perder brillo cuando alzó la mirada hacia el comandante—. En cuanto volvamos iremos a hablar con ella. Buen trabajo, Eren.
—Gra-
—Y una mierda —exclamó Kenny—. Usar el Titán Fundador solo pone en peligro a los dos idiotas reyes que tenemos. ¿Crees que eso es algo que debas-?
—Creo que Eren hizo lo que pudo hacer con la información que tenía de momento —dijo el comandante, girando hacia Kenny.
Historia prácticamente podía sentir la vehemencia en Kenny hacia el comandante Erwin, la mandíbula del hombre trabajando con cuidado para mantenerse cerrada y no echar a perder el progreso entre los dos durante las últimas semanas.
—Y creo que deberíamos darle una oportunidad —dijo Erwin, imponente—. Peligroso o no, es la única ventaja real que tenemos de momento en contra de nuestros enemigos, y no podemos dejar que el miedo nos detenga de entender al titán. ¿No lo crees, Kenny?
El Ackerman permaneció en silencio por un rato, probablemente ardiendo en cualquier ira fuera de lugar que sintiera en contra el otro hombre. Solo Kenny sabía cuánto de ella era injustificada, y solo Kenny sería capaz de superarla y dejarla ir y no dejarse cegar por ella.
Aunque Historia lo dudaba mucho, ya que era el tipo de hombre que rara vez dejaba de lado un rencor como el que sentía contra el comandante Erwin.
—...Supongo —dijo al final, tras una larga pausa, luego largó un resoplido lleno de pesadez e hizo un gesto de desinterés con su mano—. Entonces sigamos con lo que vinimos a hacer y... Démonos prisa para volver y asegurarnos que la estupidez no se contagie aún más.
El tono del hombre era fuerte, quizás un poco más de lo que necesitaba serlo, y era claro que no estaba contento con las acciones de Eren.
Cualquiera que fuera la extraña relación que Eren tenía con Kenny, se traducía en cada una de sus interacciones, tan dolorosamente obvia y tan claramente complicada. Historia observó en silencio cómo Kenny lanzaba una mirada por encima de su hombro, y a Eren encogerse bajo ella. Mikasa todavía estaba a su lado cuando se inclinó para hablar sin que los demás la escucharan.
—¿Crees que es buena idea lo que hace?
Historia se sobresaltó.
—¿Hablas de Eren?
Mikasa asintió.
—Oh. Bueno... No lo sé, no estoy segura —murmuró, observando a Eren titubear junto al comandante Erwin—. Pero... Supongo que si existe la posibilidad de poder comunicarnos con él incluso de tan lejos... Tal vez, ¿vale la pena intentarlo?
Mikasa tildó su cabeza.
—Tal vez —admitió—. ¿Pero qué pasa si los termina lastimando a ambos? Kenny tiene razón. No creo que podamos confiar en él.
—¿En Eren?
Y luego, por primera vez desde que Historia conoció a Mikasa, ella dudó en su respuesta.
—...No. En el titán.
Historia no estaba segura de que realmente se estuviera refiriendo al Fundador, no con el tipo de expresión que puso, pero decidió que ahondar en ello en esos momentos no sería apropiado.
Se encogió de hombros, volviendo la vista al frente y luego hacia los lados, de vuelta una vez más hacia la grieta en el muro que el capitán Levi inspeccionaba junto a Eld.
—La verdad no lo sé. Lo poco que sabemos de él me dice que no, pero... Si no tratamos, jamás sabremos si podremos confiar en sus habilidades o no, y Eren está haciéndolo.
—Podría lastimarse.
—Podría lastimarnos a todos, Mikasa —la nota de culpabilidad en su voz la sorprendió incluso a ella—. Vamos a... ver, primero. Cómo va, qué es lo que Hange piensa de esto y si no vemos buenos resultados, bueno... Lo detendremos. Pero creo, uhm, creo que esto es importante para Eren.
Historia sabía. Mikasa probablemente también lo hacía, ya que era la más cercana a Eren desde el fallecimiento de Armin, pero tal vez no lo entendía como lo hacía Historia. Y ese era un pensamiento un poco aterrador, que hubiera una parte de Eren que Historia entendiera mejor de lo que Mikasa lo hacía.
Había una conexión entre Eren y Félix, no la misma que la más joven de los Ackerman compartía con el titán cambiante, o como la que Félix compartía con Frieda, pero nadie se atrevería a negar el vínculo entre los dos que provocaba que las cosas más simples como no ponerse en peligro se volviera algo sin importancia que uno de ellos simplemente iba y lo hacía por el bien del otro.
Era el tipo de amor que Historia estaba aprendiendo a entender, así que no era la mejor de ellos para explicárselo a Mikasa, porque dudaba que ella lo entendiera por igual.
—... Por las noches sueña —murmuró la pelinegra, deteniendo a Historia de alejarse—. No creo que sean pesadillas. Escuché a Ymir decir que Félix solía despertar gritando por las noches, o que había algunas en las que se rehusaba a dormir solo. Eren... No le ocurre lo mismo, pero...
Historia se mordió el labio inferior.
—¿Pero?
A Mikasa se le frunció el ceño, conflictuada. Había algo que quería decir pero no sabía cómo.
—A veces habla entre sueños, y... Jean dijo que una vez lo escuchó hablar con alguien más. Creí que era Félix con quién lo hacía, pero no creo que ese sea el caso —se inclinó aún más hacia ella, tirando furtivas miradas hacia los lados, hacia Kenny y Erwin en especial—. Creo que habla con el titán.
El pavor que sintió en ese instante se le acumuló en el estómago, tan repentino como un balde de agua fría cayéndole en la cabeza. El diario de Félix se le vino de inmediato a la mente, los cientos y cientos de páginas llenas de cosas que Historia solamente podía imaginar.
—Eren es el titán —e incluso al decirlo, Historia no estaba cien por ciento segura de eso.
Mikasa tampoco. La chica negó, aún más hastiada, todavía prudente de las personas a su alrededor y de lo que estaba diciendo. Pero era tan obvio que quería decirle más, y que esto llevaba tiempo dándole vueltas en la cabeza, de la misma manera en la que el diario lo hacía en la de Historia.
—No, no así. Es... Difícil de explicar, pero —pausó, como si organizara sus pensamientos, y le dio una larga, muy larga mirada—. No sabemos mucho del Fundador, ¿qué pasa si hay algo... Más, en ello? En él. Algo atrapado dentro. Algo que no... Que no es humano.
Se estrellaron contra ella todas las cosas que su padre había dicho esa vez en la caverna de los Reiss, cuando Félix lo tiró al suelo y lo forzó a decirle la verdad de ese mundo. Se lo decían ahí justo en el oído, como si Historia fuera la que lo obligó a hablar, y se encontró a sí misma en un lugar iluminado de azul, arrodillada sobre un charco de sangre roja mientras que sus manos presionaban con fuerza sobre el abdomen de Ymir, histérica.
Un Dios, susurró el recuerdo de su padre, y entonces los gritos de Félix llenaron el lugar y ahogaron el recuerdo.
Volvió en sí en un parpadeo, sus ojos encontrando a los de Mikasa de inmediato, el gris tan oscuro que era casi negro. No sabía que decir.
—Entonces... Esperemos —murmuró con la voz temblorosa. Algo estaba mal—. Hablemos con Hange primero, y con Eren, obviamente y... No digas nada, a nadie más —la incierta mirada de la otra chica hizo que el corazón se le apretujara—. No, Mikasa. Por favor. Por favor.
Y a pesar de su renuencia, Mikasa terminó por asentir. Le hacía sentir un gran, un enorme alivio, porque Historia estaba segura de que algo andaba terriblemente mal con el Titán Fundador si Eren estaba hablando con algo dentro de él. No podían hacer nada de momento, no podían ni siquiera ir y preguntarle, al menos ella no, no ahora mismo. Había un tenue balance que estaba por romperse y ella no sabía si eso sería bueno o malo.
Mikasa esperó por ella, su vista en donde Eren caminaba tras Kenny todavía con esa apariencia de cachorro cohibido, y Historia decidió que, de momento, lo mejor sería que ella olvidara lo hablado entonces.
Pasó una hora antes de que estuvieran listos para partir, los elevadores que habían transportado allá haciéndoles fácil el poder cruzar el muro hacia el otro extremo, y una vez lograron hacerlo, se detuvieron al pie de este y se tomaron un segundo para apreciar el césped que se hallaba creciendo a sus pies, varias de las hojas llegando a medir más de lo normal y rozando sus pantorrillas. Había una marca de hollín en la puerta de Shiganshina, la huella de algo gigante apenas desvaneciéndose debajo de toda la vegetación que comenzaba a cubrirla.
Historia recorrió con su mirada la explanada que rodeaba al muro, el bosque de árboles gigantes que se hallaba a lo lejos, las montañas que parecían alzarse en la lejanía y solo pudo imaginarse todo lo demás que se hallaba tras ellas, tan lejos y tan cerca y todo lo desconocido que le era.
—Aquí es en donde se transformó Bertolt la primera vez —Eren, con un asentimiento hacia la marca de hollín en el muro, llamó la atención de todos y los hizo girar hacia atrás. El agujero en la puerta estaba sellada con el endurecimiento del titán—. Si no recuerdo mal... Tenemos que ir hacia allá, en esa dirección, y después...
Les señaló el camino con su dedo, pasando el bosque, curveado hacia las montañas y luego girando, poco a poco.
—¿Estás seguro?
Eren asintió.
—Sí.
Era tan similar a lo que existía dentro de los muros y aún así se sentía como si estuviese en otro mundo, como si el aire fuera de ellos fuese más fresco, que acarreaba consigo un aroma y te dejaba sentir escalofríos sobre la piel. Sus amigos, los que no habían ido tras los muros aún, parecían estar en el mismo trance en el que Historia se sintió entrar a sí misma, yema de los dedos hormigueando.
Había un tipo de encanto en la imagen que hacía imposible quitarle los ojos de encima, y no era solo ella la que parecía sentir sus efectos.
Instintivamente, su mirada buscó a Ymir y la vio hacia el costado, a un lado de Kenny, pero en ella se echaba de ver algo que podría ser desinterés o que podría estar enmascarando algo más. Con Ymir no podía estar siempre segura porque, a pesar de lo poco que hablaba acerca de esos años como titán, Ymir rara vez le hacía saber cómo ese tiempo atrapada en un monstruo y vagando fuera de los muros le hacía sentir. Quería que fuera honesta, no solo porque Historia buscaba cerrar esa brecha entre ambas, pero también porque Ymir se debía eso tanto a sí misma. Así que no sabía muy bien qué buscar en ella, simplemente quedándose con lo poco que le mostraba.
Respiró profundo, dejando esa sensación de euforia asentarse en ella, y luego exhaló lentamente y volvió a abrir los ojos. A su derecha, Jean murmuró.
—Se siente como un mundo completamente diferente.
Sasha estaba unos pasos más lejos, igual de ensimismada con un diente de león que se movía con la suave brisa que soplaba, en cuclillas y su dedo acariciando el tallo.
—El océano debería estar cerca ¿no, Eren? —exclamó Connie. Era el único de ellos que se había montado en su caballo nada más descender del elevador, la chispa de entusiasmo sin apagar en su mirada—. Si seguimos el camino que indicas, llegaremos a el ¿cierto? ¡Oye, fea! ¡Tu sabés dónde está también!
Mientras Historia volvía a su caballo, Ymir tomó la oportunidad para acercarse al de Connie y darle una palmada en la grupa, ocasionando que el animal saliera trotando.
—¡No, espera! ¡Ymir!
Zoro relinchó ante el escándalo, inquieto cuando el comandante Erwin volvió a subirse en el y coceando cuando el hombre tiró de las riendas. Ella observaba, fascinada con la facilidad con la que el animal parecía haberse adaptado al comandante Erwin cuando parecía reacio a dejar que otros se le acercaran. Solo Nicolás podía hacerlo sin que le aventara un mordisco, y a veces Kenny, aunque el caballo percibía la maldad en el hombre y en más de una ocasión le había tirado una patada o se volteaba cuando se le acercaba. Era raro, como si Zoro fuera consciente o algo por el estilo.
Ella sabía que era gracias a Talisa que el comandante pudo conservarlo, encantada con la idea de que fuera él quien cuidara del animal hasta que Félix volviera. Kenny no había estado de acuerdo, pero como Zoro simplemente se rehusaba a ir con él y Nicolás no quería meterse en el asunto, simplemente no pudo hacer nada y no le quedó de otra más que aceptarlo.
A veces lo atrapaba enviando esas miradas llenas de veneno que él juraba no significaban nada y le daba gracia. Kenny podía ser tan infantil, era divertido.
—Sigamos avanzando, pero mantengan la formación en caso de que veamos algún titán. Aunque el Ejecutor de Hange sea efectivo, no sabemos si han empezado a enviar más estos últimos meses. Es mejor ser precavidos.
—Historia —le llamó Kenny, indicándole que se acercara. Estaba a un costado en donde lo había visto con Ymir, ya en su caballo también—. Ven conmigo, cabalgarás junto a nosotros. Ymir, ve al otro lado de ella.
—Los demás iremos a tu alrededor —continuó el comandante, el resto de los scouts que irían con ellos ensillando y moviéndose hacia sus respectivos lugares. Mikasa le tiró un asentimiento desde donde se encontraba—. Sé que te dimos un equipo de maniobras, pero si llegamos a avistar a un titán, quiero que tú y Ymir vuelvan de inmediato al muro. ¿Comprenden las dos?
Las dos compartieron una mirada, y luego asintieron. No había mucho que pudieran hacer, no podían ni siquiera negarse. Historia era la reina y Ymir tenía al titán más veloz entre los que poseían el resto de titanes, no existía mejor opción que ella.
Lo hicieron así; Eren iba hasta atrás, porque Historia era la reina y todo lo que quisieras pero incluso ella estaba de acuerdo en que de momento, lo más valioso dentro de aquella expedición era él, así que era Eren hasta atrás junto a Levi y Sasha, y después en el medio estaba Jean, Historia y Ymir, y Kenny delante de los tres. Connie iba hacia un costado, con su caballo un poco encabritado, Eld en el otro. El comandante Erwin había estado de acuerdo que el resto de los scouts permanecieran en el distrito para continuar las tareas de limpieza y para que la grieta en el muro no se quedara sin vigilancia, así que solo eran ellos.
Era él quien iba hasta el frente junto a Petra, extendidos hacia los costados pero no lejos de Historia. Era así en caso de que el Titán Bestia hiciera una aparición, en caso de que cualquiera de los otros la hiciera realmente. No iban a ser tomados con la guardia baja otra vez.
Cabalgaron por lo menos dos horas, dejando gradualmente los muros a espaldas suyas. Cada tanto ella volteaba hacia atrás y los observaba hacerse más pequeños, el sol yendo más a prisa en el cielo.
Enfrente, la llanura se desplegaba suavemente ante sus ojos, con ondulaciones sutiles en el terreno que lo estrechaban como las hojas de un libro lucían al ser arrugadas. Una suave brisa sopló en ese momento y el verde exuberante de la hierba se meció con ella, formando un oleaje de tonalidades verdosas que se extendía hasta donde le alcanzaba la vista. Cómo cuando alguien se deja caer en un lago con el agua quieta y de repente éste cobra vida, así es como lo vio ser.
Historia volvió a tomar otra bocanada de aire, permitiendo que el aroma de flores silvestres le llenara la boca de dulzura. Aquí y allá, a dónde fuera que mirase, veía salpicaduras de color entre la hierba, entre los árboles, ocultos en pequeños agujeros donde animales corrían a esconderse cuando los escuchaban acercarse. En algún punto pasaron un lago del que un venado tomaba agua, luego fue una arboleda pequeña, con troncos delgados y mullidas copas.
—¡Hey! —alguien llamó—. ¡Hay un titán por allá!
Las manos de Historia volaron a sus empuñaduras, apretándolas con fuerza. Su cabeza viró todavía más a prisa y alcanzó a ver qué a lo lejos había un montículo de tierra, o el titán, suponía ella, dedos aflojándose alrededor del gatillo.
Eren hizo un sonido, tirando de las riendas del caballo y moviéndolo en aquella dirección. Jean también, más porque Eren lo hacía que por curiosidad, y luego fue Historia quien los siguió.
—Tu no, rubia. Vuelve acá.
Pero ella no prestó atención. Siguió a Eren y a Jean un par de pasos atrás, y eventualmente los siguieron los otros. Había un palpitar en sus oídos que parecía ahogar el sonido de los caballos y sus coceos, y mientras más se acercaban, poco a poco se acallaba.
—¿Está... Enterrado? —preguntó Jean, mirando hacia ella con duda.
—Parece estarlo —asintió ella sin bajarse del caballo. No se atrevía a hacerlo a decir verdad—. Mira el rastro que dejó atrás.
El titán era un ovillo en el suelo, como un escarabajo de tierra, y tras él se alargaba una extensa marca de arrastradura en la tierra con las mismas proporciones que el titán poseía. Había incluso pasto creciendo en ella, un par de flores, un arbolito. Cómo si hubiese pasado mucho tiempo para llegar a dónde estaba y la naturaleza simplemente había empezado a reclamarlo, también.
Eren saltó del caballo sin decirles palabra alguna y el corazón se le disparó hacia arriba, directo a la garganta.
—¡Eren!
Jean también lo hizo, o trató de hacerlo, casi tropezándose cuando las riendas se le enredaron alrededor de la muñeca. Eren echó un breve vistazo hacia ellos por encima de su hombro y luego se aproximó hacia el titán, su mano estirada hacia el, como si pensara tocarlo.
Historia, en cambio, apretó el cuero entre sus manos y observó con el aliento contenido. El titán estaba enterrado en la tierra, su cabeza semi alzada hacia arriba, con mechones rubios, sucios con barro y tierra seca, el cuerpo pequeño y hecho un ovillo. Alzó los ojos cuando Eren se le acercó, muy lento, como si le costara hacerlo.
—Eren, ten cuidado.
Tenía miedo de que se moviera de repente, como algunos excéntricos solían hacerlo. Le latía el corazón a prisa y ella y Jean parecían no estar respirando con lo quietos que se hallaban, miradas fijas sobre Eren y su mano, que poco a poco se acercaba a la frente del titán. La ansiedad que le corría bajo la piel se disparó de repente cuando su caballo relinchó, alzándose en dos patas y luego poniéndose a pastar como si nada hubiese ocurrido.
El titán no se movió. Ni siquiera cuando Eren apoyó la palma de su mano contra su piel y cerró los ojos, abriéndolos un momento después.
—... Está en las memorias de mi padre —les dijo en un tenue susurro, una pizca de melancolía en sus ojos que provenía de una vida anterior—. Un compatriota nuestro...
Jean desenvainó su cuchilla, sosteniéndola con una temblorosa mano.
—Deberíamos matarlo.
—No —exclamó Eren, alzando su otra mano hacia Jean y deteniendo su andar. Los dos se miraron entre sí.
Sasha, que estaba cerca de ellos, le tiró una nerviosa ojeada al titán y a Eren.
—Quizás debamos hacerlo, Eren... No sabemos si podría hacer algo.
—¿Hacer qué? Parece una cucaracha con ese cuerpo enorme y esos brazos de escoba —Ymir se aproximó a ellos, su tono más airado y un poco burlón. Connie venía tras ella—. Ne, Connie, se parece a tu mamá.
Historia ahogó un jadeo, inmediatamente volviéndose hacia Ymir para decirle que cerrara la boca. Connie la miraba con los ojos abiertos de par en par y la boca entreabierta, ya fuera por la sorpresa del comentario o por la indignación que causaba.
Logró romper algo de la tensión entre ellos, con Sasha largando una carcajada y Connie diciéndole a Ymir que cerrara la boca.
—¡...davía es una titán, tu mugroso espantapájaros! —exclamaba, indignado—. ¡Al menos no luce como un monstruito duende feo con cara de hombre anciano!
—¡Hey! ¿Qué dijiste de mi-?
Su pequeña riña se desvaneció de a poco en el fondo, sus voces todavía traspasando ese pequeño límite entre su consciencia y lo que escuchaba porque quería. Tanto Eren como Jean continuaban hablando sobre qué hacer con el titán, con Sasha entre ellos.
—¿Por qué no lo dejamos aquí y consultamos a la señorita Hange?
Jean miró de reojo a la castaña.
—... Podríamos. No le hará daño a nadie en este estado, y tan lejos de los muros —murmuró—. Tal vez llegue a necesitar otro sujeto de prueba. ¿Usted qué piensa, capitán Levi?
En conjunto, los cuatro se volvieron al hombre y lo observaron expectantes. Levi era el único de los otros que se les había acercado lo suficiente para escucharlos, mientras que el comandante Erwin y Kenny permanecían sobre la pequeña colina por la que habían venido. Discutían la trayectoria de su camino y cómo trazar un mapa, señales que les harían fácil el volver.
—Déjenlo ahí y sigamos avanzando —miraba por detrás del titán, hacia el camino que trazaba en la tierra al andar—. Y sigamos esa dirección. Si fue traído aquí y convertido en titán, está es la ruta que debemos seguir.
—Yo podría quedarme, capitán —la voz de Petra los hizo mirar por encima del hombro de Levi, en donde se encontraba ella a sus espaldas—. Vamos a necesitar alguna clase de mapa si queremos volver más a prisa.
Eld se les acercó también, mirando entre ambos. Tenía en sus ojos esa misma mirada que cargaba desde Shiganshina, o tal vez incluso antes que eso. El tipo de mirada que ella supuso que realmente jamás perdías, y se suavizó con lentitud al recaer nuevamente en Petra.
—Yo me quedo con ella, en caso de que ocurra algo.
El capitán Levi se giró hacia Eld y le sostuvo la mirada. Historia conocía muy poco del hombre, solo lo suficiente para poder confiar en él y no inmiscuirse en su vida más de lo que sería correcto.
—¿Están seguros? —la leve preocupación que escuchaba en el tono del Ackerman podría haber sido su imaginación.
Eld y Petra se miraron entre sí, algún tipo de acuerdo pasando entre ambos sin la necesidad de ser dicho, y luego asintieron.
—Hai. Marcaremos el lugar, y empezaremos a trazar un mapa —el rubio miró hacia atrás, en donde Erwin y Kenny aún se encontraban—. Le echaremos también un vistazo alrededor, en caso de que haya algo o alguien más por aquí.
—Estaremos bien, capitán Levi —Petra le ofreció esa sonrisa que normalmente usaba nada más con Eren, y pudo alcanzar a ver cierta tensión deshaciéndose en sus hombros—. Será mejor que se vayan ya.
Le tomó unos pocos minutos, pero luego Levi asintió y tiró de las riendas de su caballo, dándole media vuelta para continuar, esta vez siguiendo el camino que el titán escarabajo les había dejado.
Eren les lanzó una larga y prolongada mirada sobre su hombro mientras se alejaban, y Petra le devolvió un saludo con un brazo alzado y una brillante sonrisa. El titán se quedó atrás, desvaneciéndose en el relieve de verdes y azules.
Continuaron cerca de otra media hora y poco a poco se desvanecieron los bosques y las arboledas y las colinas con hierbas verdes y flores de todos los colores, el terreno volviéndose térreo con nubes de polvo alzándose por el trote de sus caballos y largas montañas marrones erguidas en lo lejos, los picos como garras que trataban de sostener las nubes. El sol golpeaba con mucha más saña al comienzo de la tarde, ya en la cúspide de su ascenso.
Habían unas formaciones de roca a su alrededor por las que tenían que pasar casi zigzagueando, ralentizando un poco el andar. Surgían como pequeñas colinas a las que les faltaba el césped verde y derramaban tierra y guijarros.
—¡Ow! ¡Me entró tierra en los ojos!
El alarido de Connie la hizo mirar hacia él, una sonrisilla tirando de sus labios al verlo tallarse los ojos con fuerza.
—¡Ymir!
—¡Yo ni siquiera voy cerca de ti, calvo quinceañero!
Kenny rio, también el comandante Erwin.
Casi veinte minutos después las laderas terrosas perdieron esa apariencia de garras y algo comenzó a asomarse por encima de ellas, algo tanto alto que le recordó a los muros allá en Shiganshina, aunque estos eran un poco más parecidos a los que rodeaban a Mitras. No tan excepcionalmente grandes pero igualmente altos.
Delante, Erwin ralentizó la marcha y les hizo un gesto de que lo hicieran también, los bufidos de los caballos la única indicación que les dijera lo a prisa que habían estado cabalgando tan solo minutos antes de entrar en la zona.
—¿Qué es eso?
Jean se sujetó con fuerza de sus riendas y le tiró una mirada de soslayo a Ymir. La pecosa tenía la mandíbula apretada con tanta fuerza que le preocupó que terminara lastimándose los dientes.
—¿Lo reconoces, Ymir?
—...Hah —les respondió, su voz siendo levemente opacada por el viento que soplaba. Giraron hacia la izquierda para evitar un gran trozo de roca y luego siguieron hacia la derecha, balanceando a los caballos sobre la tierra y las rocas pequeñas—. Solo, sigamos adelante. No estamos lejos.
Minutos después fue que finalmente dieron vuelta alrededor de un montículo de rocas y se toparon de frente con una saliente de rocas dentadas, muy parecida a las anteriores por las que habían tenido que zigzaguear. Continuaron paralela a ella y casi inmediatamente se toparon con una larga pared lisa, el material de ella parecido al de los muros que tenían en casa. Historia frunció levemente el ceño y echó a andar un poco más su caballo, simplemente para comprobar que tan larga era.
Parecía abarcar el terreno entero, excepto que esta no se curveaba como en los distritos, simplemente continuaba.
—Lo he visto antes —les dijo Eren. Varios se giraron a mirarlo, excepto Ymir, que observaba hacia el tope de la estructura con el ceño fruncido—. Estoy seguro que es aquí en donde convertían a los eldianos en titanes. Y tras el...
Tras el probablemente estaba lo que él comandante Erwin había estado cazando por años.
El muro seguía hacia la derecha, así que lo siguieron de tal manera, alzando un poco la velocidad al notar que las rocas ya no eran tantas y que la tierra se sentía un poco más compacta. En ese extremo había más rocas apiladas a pie del muro, como derrumbadas, y luego había otra saliente rocosa con un camino de terracería en ella, apenas visible entre las piedras y la gravilla, y el poco césped amarillento que se alcanzaba a ver por debajo.
Erwin subió primero y luego fue Jean y el capitán Levi, y los demás siguieron subiendo con cuidado, tomándose unos minutos para que los caballos no se resbalaran con la tierra suelta. También tuvieron que hacerlo de dos en dos, porque el camino era un poco angosto y un tanto empinado.
Kenny asintió hacia ella cuando Ymir ya iba casi por la mitad y echó a andar entonces, el pulso rebotándole en los oídos. Estaba ansiosa. Se sentía ansiosa. Podría vomitar de haberlo querido. ¿Qué habría detrás de esas rocas, al otro lado de ese muro?
Sin darse cuenta, se había estado estirando, como si tratase de ver por encima del tope de la colina y luego volvió a sentarse de golpe, con los ojos abiertos de par en par.
Y luego... Historia lo vio.
El azul del cielo cayendo en cascada hacia la tierra en una infinitez del más rico color celeste. La ligera brisa que fluía a su alrededor olía a sal y agua, a sol y aire y todo lo que podía encontrarse entre ellos dos. La dejó sin aliento.
Oh.
Era como si el mundo entero cobrara sentido por primera vez en su vida. Cómo estar en los pastizales de los Reiss y leer un libro junto a su hermana, recargadas en ese árbol que les brindaba sombra.
Historia se quedó perpleja.
Era grande, era enorme, y se extendía hacia el horizonte como si nunca fuese a terminar. Allá a lo lejos y hacia los extremos contrarios, de lado a lado, era tan gigantesco, infinito casi, del mismo modo en el que el cielo mismo se abría por encima durante las mañanas.
Le brotaron lágrimas en los ojos.
—Oh wow, esto es...
—El océano.
Connie, boquiabierto, se giró hacia todos ellos y prácticamente le pudo ver las estrellas en los ojos.
—¡Esto es enorme!
—Es más grande que el Muro Maria —Sasha, un poco a su izquierda, se adelantó hasta estar junto a Connie y luego los dos se miraron entre sí con sonrisas idénticas—. ¡El primero que llegue abajo tendrá doble cena!
Luego echó a correr cuesta abajo, dejando a Connie detrás.
—¡Que-! ¡Hey, eso no es justo! —el chico la siguió, con menos cuidado que la castaña, y el sonido de sus gritos y su jugueteo se volvió un eco a medida que llegaban hacia abajo—. ¡Vamos Jean! ¡Si llegas abajo hasta el último nosotros nos comeremos tu cena!
Jean protestó, yendo tras ellos sin segundos pensamientos. Y a Historia le pareció tierno la manera en la que pretendía enfadarse, tratando y fallando de contener la sonrisa llena de emoción que le abarcó el rostro entero.
Eren se le quedó mirando, siguiendo con atención su camino hacia abajo. Mikasa lo miraba a él, y solo cuando comenzó a descender es que se movió. (¿Se habrá dado cuenta? No pudo evitar preguntarse, impaciente y emocionada. La mirada de Eren a menudo se detenía en Jean más seguido de lo que no de la misma manera que Jean siempre parecía estar en sintonía con la presencia de Eren, donde fuese y a la hora que fuese.)
Una tenue brisa sopló entonces y le alborotó los cabellos, una risita escapando entre sus dientes cuando el olor a agua y sal le llenó la nariz.
El comandante Erwin los siguió tras unos pocos segundos en silencio, y Zoro relinchó debajo de él cuando los cascos se le hundieron en las piedras sueltas y la tierra. Levi iba tras él, y luego Ymir lo hizo tirando una breve mirada hacia ellos, que continuaban sin moverse, aún sobre sus caballos, simplemente estupefactos.
Al menos así se sentía ella.
Historia se quedó allí arriba, observando maravillada al océano. El agua se movía hacia la costa en ondulaciones —olas, recordó que decía en el diario de Félix— y una espuma blanquecina se disipaba nada más tocar la tierra, dejando trazos de humedad en ella.
—Es enorme —se escuchó murmurando a sí misma, rastros de asombro en su voz—. Más de lo que había pensado.
—Los muros se quedan pequeños ante esto —dijo alguien a su lado, Kenny, al parecer.
El Ackerman continuaba sobre su caballo, pero él no miraba el agua igual de sorprendido que el resto. El parecía mirar algo más allá, mucho más allá que el límite de ese mundo lo estaba. Parecía buscar algo en la lejanía que Historia conocía bien.
Tenía en sus ojos el tipo de mirada con la que lo atrapaba en ocasiones. Cuando el momento se silenciaba y la falta de alguien a su lado se volvía más ruidosa, cuando se aseguraba de dejar un pequeño espacio en la mesa cuando iban a cenar con Talisa. Cada vez que dejaba ese asiento en la cabecilla de la mesa en la sala de reunión en Mitras y él se ponía de pie a un costado, tan alto y vigilante y solitario.
Historia se mordió el labio inferior y tiró de las riendas de su caballo para echar andar cuesta abajo, hacia el agua del océano. Le tomó unos momentos a Kenny, pero eventualmente la siguió.
Hacía su izquierda se extendía el largo muro con el que se toparon, hasta terminar en otra saliente de roca, la que vieron primero. Había otro muro también, más como un pilar, que parecía sostener la estructura completa. Era grueso, probablemente como los suyos, y desde donde estaba en pie alcanzaba a ver unas escaleras del mismo material que llevaban hacia la cima.
—¿Qué crees que sea esto?
Kenny la miró de reojo.
—No lo sé, un... ¿Cómo se llama esa cosa? En donde llegan los botes.
—¡Oh! Un puerto —se apresuró en decir, emocionada—. Es lo que Félix escribió que encontraríamos ¿cierto?
El Ackerman se encogió de hombros, volteando hacia donde el muro del puerto estaba. Aparte de las escaleras también había pasillos, la que estaba al raz del suelo en donde se encontraban las escaleras, y otras que se alargaban hacia el agua, anchas como un camino, y entre ellas había un espacio de considerable tamaño que supuso ella era dejado para los barcos.
—Dios, no puedo creer que estemos aquí.
Un grito seguido de un chapoteo llamaron su atención hacia donde Sasha se cubría el rostro con las manos, Jean y Ymir peleándose entre sí para ver quién caía primero al agua. Connie ya estaba hundido hasta el abdomen, riéndose a carcajadas mientras le tiraba patadas a las piernas del castaño. Él y Ymir siempre parecían hacerse equipo para causar el peor de los caos todo el tiempo y luego se volvían el uno contra al otro y creaban aún más caos.
Historia sonrió, desmontando. Sus botas se hundieron en la tierra suelta y miró hacia abajo al color semi amarillento que tenía, la suave textura que le era clara incluso aunque trajera zapatos.
—¿Crees que podamos usar esta tierra para sembrar algo? Si queda a un lado del agua...
—Es arena.
Erwin estaba a un par de metros hacia el costado. Ya no llevaba puestas las botas y se había quitado la capa y el equipo, dejados atrás en donde el pequeño montículo por el que descendieron estaba. Zoro se hallaba cuidándolas, pastando junto a los otros caballos, y Levi, obviamente. Levi también estaba por allá, observándolos.
—¿Arena? ¿Cómo la de los lagos?
—Distinta. Esta es... Más suave. Y no puede crecer nada en ella —el comandante se arrodilló sobre ella y tomó un puñado entre su mano, dejándola caer de vuelta al suelo. Se le resbalaba de entre los dedos con la misma facilidad como el agua—. Y el agua es salada, por lo que sería nociva para cualquier tipo de cultivo.
—Ah. Ya veo. Mala idea, entonces.
Pero ni siquiera entonces la emoción que sentían pudo ser sofocada. Estaban de pie en un lugar que antes no se podía concebir existía, en el límite de un mundo que estaba por terminarse. Las carcajadas de Jean se escuchaban por encima de las olas arremetiendo en la costa y Sasha y Ymir estaban tratando de tirar a Mikasa sin éxito alguno. El capitán Levi inspeccionaba un animal que se movía en la arena con lentitud, con algo encima como si lo llevara cargando. Kenny observaba, de pie en la arena seca, con los brazos cruzados sobre el pecho. Era tan extraño no verlo con el sombrero que le era tan familiar. (Alguien en su mente susurró ¿qué sombrero? y le llegaron imágenes distantes de una sombra por el cielo usando un sombrero negro, un tanto pequeño, y viejo. Ese mismo alguien río burlón en sus recuerdos y se le hizo un nudo en el estómago.)
Y luego estaba el Comandante Erwin, quien miraba el mundo como si lo viera por primera vez, con destellos de asombro en sus brillantes ojos azules, tan brillantes como el océano. Historia se preguntó si tal vez él se estaba sintiendo de la misma manera que ella se sintió estando debajo en la caverna, cuando ver a Ymir por primera vez después de pensar que la había perdido para siempre dejó una sensación burbujeante y estimulante de discordancia gestándose en la boca de su estómago.
El comandante Erwin la atrapó mirándolo y le regaló una sonrisa; el tipo de sonrisa que de alguna manera, pensó, debía ser de ese tipo de cosas que eran raras de ver, y que debías, de alguna u otra manera, atesorar. Una espinilla de timidez le nació en las mejillas, coloreándolas rosadas.
—¿Le gusta, comandante Erwin?
El hombre abrió la boca para responderle, y en lugar de hacerlo, terminó sonriendo otra vez. Historia volvió a reír.
Kenny le lanzó una piedra desde sus espaldas y ella se giró a mirarlo con el ceño fruncido.
—Ese es el novio de tu primo, deja.
Ella parpadeó, sorprendida por menos de un segundo y luego se echó a reír. Erwin fue el que se encargó de rodar los ojos, enderezándose y sacudiendo sus manos entre sí para deshacerse de la arena que se les pegaba.
Le tiró una mala mirada a Kenny y este le respondió con un dedo medio, sonrisa socarrona igual que siempre. (La tranquilidad sobre sus hombros —preferiría ese sentimiento a cualquier otro sentimiento de euforia.) Era agradable ser aceptado así, pensó Erwin.
—¡Ugh, Kenny! ¿Por qué tienes que hacerlo raro?
Erwin vio a Historia, todavía con una sonrisa en la cara y una carcajada deslumbrando en sus ojos, tomar un puñado de arena y lanzárselo encima al mayor de los Ackerman, ocasionando que esté dijera una palabrota. Erwin los observó a ambos en silencio, todavía sonriendo, luego volvió el rostro hacia donde se extendía el resto del océano y aspiró una bocanada del aire salado que permeaba el lugar.
De ser completamente sincero, no había palabras para describir el sentimiento que ahondó entre sus entrañas, ni siquiera tenía la capacidad para buscarlas; era como si repentinamente sentir fuese todo lo que podía hacer y nada se quedaba detrás, nada que le dejara abrir la boca y darles voz, ponerles significado.
Pero todo era tan brillante. El cielo, el sol, el agua, la arena, incluso los chicos que jugaban a carcajadas en el océano. Y por primera vez en cinco años, se sintió seguro sabiendo que todo estaría bien. Ya no era ningún sueño descabellado. Él estaba allí, con los dedos de los pies hundiéndose en la cálida arena y las mejillas rojas por el sol, el mundo a su alcance.
Había algo desgarrador en ello también, pensó para sí mismo. Historia pasó por su lado hacia donde estaba Eren, el agua moviéndose con cada paso que daba, ahondando más en ella, fresca y la arena fría entre los dedos de sus pies.
—Nada mal, ¿cierto?
El comandante se giró a su derecha, a Kenny, viéndolo dar un par de pasos cerca. La punta de las botas se le llenaba de granitos de arena y gotas de sudor le corrían por la frente.
—En lo absoluto —miró abajo, a sus pies, y se inclinó para tomar algo que estaba oculto bajo la arena, a solo un par de centímetros de su pie—. Todo lo que hemos hecho, todos nuestros planes, nuestros enemigos, todos nuestros logros y nuestras derrotas... Todo nos ha conducido hasta aquí. Es...
—¿Increíble?
Erwin suspiró.
—Sí, algo así.
—Mhm. Hange va a volverse loca una vez la traigamos.
Aquello logró arrancarle una risotada, algo poco común en el, pero Hange vendría aquí y lo haría también Petra y Eld, y Moblit, y el resto de la Legión y eventualmente lo haría toda la isla. Todos debían presenciar esto, esta enormidad, apreciar el hueco de felicidad que se abría en sus pechos al inhalar el aire salado y sentir los rayos del sol calentando la piel. Todo esto, aquí mismo, había valido la pena.
(Había un espacio en su corazón reservado únicamente para aquellos que perdieron en su camino hacia allí. Para Mike y Nanaba, para Dita y su caballo, Oluo y Gunther también, Alex (a quien pudo haber salvado pero su miedo fue mayor), Nifa también, y Armin.
Erwin lo colocó a él por encima de todos los demás. Ningún sacrificio era más valioso que los otros, y a cada uno de ellos les debía un trozo de vida, pero era por Armin que estaba aquí hoy. (Se merecía mucho más que su gratitud y su orgullo y Erwin iba a pagárselo.))
—¿Qué es eso?
El dedo de Kenny señaló algo enterrado en la arena y Erwin se inclinó para sacarlo, hundiendo sus dedos en ella y escarbando con las uñas a su alrededor para que le fuera más fácil sacarla.
—Oh, es una de esas... Esas, las del libro de Uri, ¿cómo se llaman?
Era un objeto pequeño, casi del tamaño de la palma de su mano, ovalado y con una apariencia rugosa. Tenía estrías en la parte de arriba y era algo grisácea, con granos de arena seca pegados a ella. Erwin la volteó y se dio cuenta que del otro costado estaba lisa, color entre blanquecina o plateada. Brillaba con la luz del sol y en la superficie clara se desteñían trazos verdosos, morados y azules.
Kenny se inclinó también y recogió algo del mismo sitio, sosteniéndolo en la palma abierta de su mano. Erwin pasó su mirada de la suya a la de él.
—¿Es la otra mitad?
—Mhm, eso parece. Está igual ¿no? Y mira —Kenny tomó algo de dentro y lo alzó a la altura de su rostro. Una bola pequeña de color blanco que brillaba—. Parece... Una canica.
El Ackerman la examinó por otros segundos y luego simplemente se la dio, junto con el otro trozo de carcasa.
—Ten, toda tuya.
—¿No la quieres?
—¿Me ves cara de que me gusta la basura?
Erwin resopló, aún sonriendo, y se quedó con las tres partes de lo que sea que el océano haya escupido en sus costas.
La canica la dejó dentro del trozo en donde Kenny la encontró y luego le colocó la otra encima, acomodándolas hasta que encajaron. No lo hacían del todo bien, pero de cualquier manera cerraba.
—Mhm, ¿qué crees que sea?
—Quién sabe, ¿una concha? Uri... Uri tenía un libro con algo parecido a eso, pero, no lo sé. Tal vez Hange sepa.
Erwin la sostuvo entre sus manos, maravillado, todavía sin poder creer que estaba ahí, pies hundido en la arena y el olor a sal proveniente de un océano. Los niños a su alrededor reían a carcajadas y jugaban en el agua y cuando alzó la mirada vio a Historia y Eren con el agua hasta las pantorrillas.
Historia tenía su brazo alrededor de los hombros de Eren y lo sacudía con alegría, el movimiento que hacía causando pequeñas olas a su alrededor. Connie se acercó a ella desde un costado y cuando la rubia se giró a observarlo le lanzó agua a la cara. Historia largó una carcajada, el sonido acarreando por encima de ellos, y luego su mirada se deslizó a su otro costado, en donde estaba Eren, y lo atrapó mirando a sus amigos con una ligera sonrisa, el verde en sus ojos brillando suavemente por los rayos del sol.
Y luego al frente, el océano continuaba extendiéndose como si nunca fuera a acabarse.
Estar ahí de pie en la cálida arena de frente a sus sueños, Erwin sintió el pinchazo de dolor en las costillas, palpitando en lugares que durante mucho tiempo permanecieron entumecidos por la sola tarea de existir. Se llevó una mano al pecho, apretando su puño por encima de donde le latía el corazón, y sintió la leve impresión del collar con la lágrima de jade descansando debajo de su camisa.
—¡Vamos, Eren! ¡Juega con nosotros!
Sus ojos recayeron de nuevo en ellos, en Historia que tironeaba del brazo de Eren, en Ymir, que se movía a través del agua dejando a Mikasa y a Sasha tumbadas en ella, Jean y Connie que forcejeaban entre sí para tirar al otro. Valió la pena, ¿cierto? (las tardes sangrientas pasadas recolectando partes de cuerpos, valieron la pena, ¿no es así?)
—¡Eren! ¡Te dije o no qué había al otro lado del muro, eh!
La voz de Ymir acarreó por encima de las carcajadas y el viento y los pájaros que sobrevolaban por encima de ellos, y de repente se sumieron en silencio.
Eren asintió, pero su mirada ganó ese aspecto de mirar a lo lejos, a todo lo que ellos todavía no miraban, todo lo que el Titán Fundador le ofrecía, lo que podría ofrecerle, el mundo entero.
—El océano —su voz era áspera, envejecida con algo desconocido para todos ellos. Se preguntó, tardíamente, de esos pensamientos que llegan de repente pero te toma un segundo en reconocer, si el que hablaba en esos momentos era Eren o alguien más—. Y allá... Tras el océano... Allá están todos los demás.
Alzó el brazo, el izquierdo, y apuntó un solo dedo en donde el azul del océano se mezclaba con el azul del cielo.
—Y cuando nos deshagamos de todos ellos... Seremos libres al fin.
Erwin lo miró.
No estaba preguntándoles. No estaba proponiéndolo como una posibilidad. Lo decía como si fuera un hecho, como si estuviera predeterminado a ocurrir, con el mismo tono de finalidad que Erwin había escuchado en sí mismo en múltiples ocasiones. El tono que Historia escuchaba en sus pesadillas cuando recordaba a Félix decidiendo ir a Marley —debo ser yo, y lo haré yo, y seré yo, Historia, puedo hacerlo, soy capaz, lo siento mucho, lo siento, por favor perdóname—, Hange, también, pensó Levi. Hange cuando les hizo saber que estaría bien. Que todo estaría bien. Tendida en una cama con las cortinas corridas a un lado porque era la única forma en la que conseguía ver el mundo exterior en su propio cuerpo, sin depender en otros.
Todo va a estar bien.
Historia miraba a Eren boquiabierta. Le tomó un segundo encontrar rastros de luz en los ojos jade y luego se dio cuenta de que el sol había sido cubierto por una nube blanquecina en su trayecto.
Luego sintió que el agua a sus espaldas se sacudía con violencia y apenas alcanzó a volver el rostro cuando una figura alta y borrosa la tomó del brazo con fuerza y la arrastró hacia fuera del agua.
Era Kenny, obviamente, ¿quién más si no? La rubia lo miró, irritada.
—¡Hey, qué crees-!
—Alguien viene —escupió entre dientes, señalando con un ademán hacia el océano, en la misma dirección en la que Eren había estado haciéndolo segundos antes—. Hay un barco allá.
El siseo fue encontrado con miradas escépticas, con los chicos enderezándose a prisa y saltando fuera del agua. En la distancia se movía una mancha oscura, poco a poco acercándose hacia donde se encontraban. Erwin tragó saliva con dureza.
—¡Vuelvan a sus caballos, ya!
Corrieron todo el camino fuera del agua hacia donde descansaban los caballos junto a sus equipos, con el uniforme húmedo y los dedos llenos de arena. El sol ardía por encima de sus cabezas y de repente el aire se sentía ofuscado.
¿A dónde podrían ir? ¿En dónde podrían esconderse? Historia era la prioridad. Ella y Eren, obviamente, la reina y el portador del Titán Fundador. Erwin estaba por ponerse las botas, con el corazón frenético, docenas de planes de acción y defensa corriéndole por la cabeza cuando vio por el rabillo del ojo que Eren seguía de pie en el agua, mirando al barco que se aproximaba hacia el muelle a un costado con la misma serenidad que antes.
—¡Eren!
El grito no provino de él.
Era Kenny, dejando atrás a Historia, Mikasa a un lado de la pequeña reina, y dando largas zancadas de vuelta hacia el océano para traerlo por la fuerza, de ser necesario.
Eren ni siquiera los miraba. Parecía que no existían en esos momentos, en la quietud del momento y el leve bamboleo de las olas, la espuma alrededor de sus talones. Estaba ahí de pie al principio del final del mundo y Eren no iba a moverse.
Kenny lo escuchó primero.
—Tiene una bandera blanca fuera.
El Ackerman se detuvo, inspeccionando lo poco que alcanzaba a ver del barco hasta dar con ella, izada en lo alto y moviéndose con la brisa. Su brazo estaba enredado alrededor del hombro de Eren, sus dedos apenas tocando la camiseta y la piel, y con cuidado, muy suavemente, chasqueó la lengua y tiró de él hacia atrás.
—No importa. Ven conmigo, yo lidiaré con ellos.
—Ella —interrumpió el menor, con certeza. Kenny parpadeó y bajó la mirada hacia él, confundido—. Creo... Que es una mujer.
Lo decía como si estuviera seguro de ello, a pesar de la pequeña pausa. Kenny le miró en silencio por un tiempo.
Tenía un extraño presentimiento en la boca del estómago, mirando a los ojos del chico y dándose cuenta que no los reconocía. Eren seguía siendo Eren, pero... En ocasiones, a veces, muy extrañamente, él tendría... Algo que no era suyo. Algo que no era Eren en sus ojos, algo que no parecía ser enteramente...
—¡Oi, Kenny! ¡Tráelo acá ahora!
El hombre echó un vistazo hacia atrás, deteniéndose en Levi de pie junto a Erwin, Historia tras ellos mientras que los otros chicos la rodeaban, protegiéndola. Luego miró de vuelta a Eren y al barco que se aproximaba. Estaba más cerca, y se dirigía hacia el muelle que tenían al lado.
—Ve con ellos —le dijo en voz baja, dándole un apretón al hombro donde reposaba su mano—. Quédate con Historia, y déjame esto a mi ¿de acuerdo?
Eren asintió con lentitud, el agarre en sí deshaciéndose con lentitud y el agua moviéndose alrededor de sus piernas cuando se dirigió fuera de ella. Kenny lo siguió unos momentos después, tirando una mirada en dirección de Erwin y haciéndole una seña de que lo siguiera.
—Ponte las botas y ven acá. Quédate ahí, Shorty, si las cosas salen mal dale tiempo a Ymir y a Historia para que se larguen —las miró a ellas, a ellos, en realidad, los chicos que se erguían frente a su reina dispuestos a protegerla con todo lo poco que tenían—. Ustedes... Quédense con Levi. Sasha, a cualquier señal de peligro, vuelve donde Petra y dile qué ocurre.
—¡Hai!
—Sasha.
Los labios de la chica temblaron un poco cuando dirigió su mirada a Levi, un par de pasos lejos en donde se encontraba su caballo.
—Ten. Llévate esto.
Levi hurgó en el pequeño bolsillo de su montura y sacó la pistola de bengalas que llevaban con ellos y se la lanzó. Las manos de la chica se revolvieron para atraparla.
—Úsala cuando creas que estés cerca —le indicó Levi, tirando una mirada de costado a dónde el barco se aproximaba—. Envía aquí a Petra y dile a Eld que vuelva a Shiganshina por refuerzos.
Sasha los miró con nerviosismo, del capitán Levi hasta el comandante Erwin, finalmente buscando en los rostros de sus amigos, en los ojos de Connie.
—Y... Y si no lo es... —Sasha tartamudeó, insegura—. ¿Si no es alguien con malas intenciones?
Los tres oficiales compartieron una mirada entre sí, aprensivos.
—Mantente puesta, y en alerta —indicó Erwin—. Independientemente de quién sea, proteger a Historia es nuestra prioridad. En caso de que haya peligro, los demás cuidarán su salida y se asegurarán de que no sea seguida. ¿Escucharon todos?
—¡Sí señor!
Y luego esperaron. Quietos, casi sin respirar. Eren se había colocado a un lado de Historia y permanecía quieto, observando al barco con una conocedora mirada en los ojos que le ponía los pelos de punta. No eran los ojos del Titán Fundador, pero era una mirada con la que Kenny era íntimo, la de alguien que veía el porvenir del suceso antes de que éste fuese reconocido.
Uri solía tener esa misma expresión en la cara, la sonrisa llena de indulgencia cuando se le ocurría hablar de un futuro que ninguno de ellos dos compartiría. La vio en Félix durante los últimos meses que pasaron juntos, luego del lago en la casa de los Jovan y la caverna bajo la iglesia de los Reiss, ojos demasiado antiguos en un ser que llevaba pocos años de vida. Era una de las pocas cosas en la vida que genuinamente le causaban terror.
—Sasha —la voz de Erwin, en el silencio que se había creado alrededor de ellos, los hizo exaltarse—. Ve a tu caballo y haz exactamente lo que acordamos.
La chica se sobresaltó, ojos abiertos de par en par.
—Pero-
—Ve. Es una orden —asintió el rubio, lanzándole una breve mirada—. Hay hombres armados en ese barco.
En la superficie y al frente, hombres embutidos en un uniforme azul oscuro permanecían quietos y en alerta, y ellos no cargaban con las armas que los otros sujetos tenían. Los rifles en sus manos eran de tecnología que ninguno de ellos había visto nunca, y causaban una sensación de incomodidad en la boca de su estómago. Erwin tragó saliva con dificultad y apretó los puños.
—Advierte a Petra, y envía a Eld a que advierta a Pixis. Sean o no hostiles en nuestra contra... Van a querer saberlo.
Sasha titubeó por otro momento, antes de darse media vuelta y trotar hasta su caballo, la pistola de bengalas sostenida fuertemente en la mano derecha. El animal relinchó cuando lo echó a andar de golpe y subió por el camino de tierra entre las rocas más rápido de lo que era probablemente seguro, desapareciendo una vez llegó a la cima y comenzó a descender por el otro lado.
Jean dio un paso al frente, colocándose furtivamente delante de Eren y Historia, los dos le miraron curiosamente.
—Comandante... No, ¿no deberíamos enviar a Historia también? Con, con Sasha, digo, no sabemos si...
La misma incertidumbre en Jean parecía ser compartida por todos ellos, con Mikasa asintiendo a las palabras del chico. Ella también estaba cerca de la reina, tan erguida que se veía incluso más alta que Jean. Los dos se miraron.
Erwin se giró y Historia le sostuvo la mirada, desafiante, barbilla alzada. Si se atrevía a decir que sí, a Historia probablemente no le gustaría.
—...No lo creo —dijo al final, desviando la mirada—. Pero ya saben qué hacer, en caso de que algo ocurra. ¿Ymir? ¿Objeciones?
La chica negó.
—Ninguna.
Kenny también la miró, y Ymir, similar a Historia, le sostuvo la mirada con la misma altivez con la que la había conocido. Ella dio un lento asentimiento, sabiendo qué debía hacer sin que Kenny le dijera nada, y luego continuaron aguardando en silencio.
Kenny contuvo el aliento. Los pensamientos que pasaban por su cabeza decían algo similar a los pensamientos que pasaron por su cabeza cuando estuvo debajo de la iglesia de los Reiss, en la cueva, cuando Uri estuvo encadenado y todo lo que podía hacer era mirar y mirar y mirar y no rezar porque no había nadie a quien rezarle.
Era como estar de regreso en Shiganshina hace un año y ver con los ojos entrecerrados cómo se llevaban a Félix, cómo el titán se escapaba, con la ira hirviendo bajo sus dedos porque se suponía que debían regresar a casa juntos. Se suponía que debía cuidar de él, lo había prometido, había hecho todo lo que estaba a su alcance para protegerlo de Rod, del consejo y de Damián Jovan y odiaba no tener éxito en algo.
Odiaba no poder evitar que se fuera de la misma manera en la que no pudo evitar que lo hiciera Uri.
Detente, se dijo a sí mismo, dedos curveados alrededor del mango del cuchillo que guardaba en su persona. No hay necesidad de pensar en él.
¿En quién? Cuestionó una voz que no era la suya. Que no era de nadie que él conociera. ¿Pensar en quién? ¿En Uri? ¿O en su hijo?
(¿Cuándo no estaba él pensando en Félix? (Era como esa herida abierta que tardó tanto tiempo en sanarle luego de volver de Shiganshina, con la constancia con la que seguía doliendo.))
El puerto comenzaba tras un corto tramo de arena y piedras sueltas, otras conchas desperdigadas por ahí, con trocitos de la carcasa rotos. También había plantas verdosas con sensación desagradable y pequeños pozos con agua y piedras extrañas en ella. Había uno de los animales que Levi había estado observando hace rato metido en la arena en una de ellas.
Luego estaban un par de rocas más grandes, por detrás de la saliente rocosa en la que se hallaba construida esa pared, y al otro costado comenzaba el puerto. La superficie estaba arenosa y algo resbaladiza. Kenny miró hacia atrás y vio al resto de los chicos siguiéndolos con cuidado, y por un momento pensó en mandarlos al diablo en caso de que sí fuesen personas hostiles, y luego lo pensó mejor.
Porque si en efecto eran enemigos suyos, que era lo más probable no les iba a mentir, él y Erwin no serían suficientes para detenerlos.
Tch.
—Esperemos aquí.
Erwin se detuvo tan solo a un par de pasos del comienzo del puerto y le tiró una mirada de costado, viéndolo asentir.
—¿Qué haremos si resulta que sí son hostiles?
La pregunta del comandante lo tomó con la guardia un poco baja. Kenny le miró por el rabillo del ojo y examinó su postura, la tensa línea en sus hombros y el ceño fruncido que le alcanzaba a ver. No tenía fuera las cuchillas del equipo de maniobras pero se sostenía de las empuñaduras con fuerza.
Kenny se pasó la lengua por encima de los labios, tratando de suprimir el ligero nerviosismo que sentía.
—Supongo que intentamos matarlos y ya veremos.
—¿Crees que podamos arreglarlo hablando?
Kenny le tiró una mala mirada.
—¿Oh? ¿El rubio idiota que organizó una insurrección en contra de su gobierno está interesado en arreglar las cosas hablando?
Erwin resopló.
—No hubo muertes en ese entonces tampoco. No de mí parte, por lo menos.
El Ackerman soltó un gruñido entre dientes. Por más que le disgustara darle la razón, esta vez Erwin sí que la tenía.
Aguardaron en el muelle por lo que se les hizo casi una eternidad. El barco se hacía más grande con el pasar de los minutos hasta que se metió en uno de los espacios entre las plataformas. Los hombres armados que venían encima estaban quietos, y la verdad, parecía que ni siquiera los miraban.
Kenny le dio una ojeada al barco; era grande, no extremadamente enorme como los que Hange encontró en los libros de la biblioteca de los Reiss, ni tampoco era tan ancho. Había ciertos dibujos en varios libros que representaban todo tipo de barcos, desde canoas pensadas para atravesar ríos hasta botes de pesca hechos de madera, barcos de velas ligeras o botes de remos.
Kenny nunca había visto alguno de esos hasta que se atrevió a hojear un cuadernillo que encontró en la oficina de Hange, y y después fue cuando la mujer se decidió a mostrarle los otros que también encontró.
Sabía que en donde se encontraban los hombres uniformados era la proa y que también había un babor y estribor, pero no sabía cuál era cuál, también que tenían recámaras por dentro en el resto del cuerpo del barco, y unas escaleras que podían desplegarse desde la parte de arriba, o las que se movían en los muelles para permitir el acceso a otras personas.
Como una casita andante flotante o como fuese.
Indecisos, Erwin y Kenny se miraron entre sí y él buscó unas escaleras en lo poco que alcanzaba a ver del barco, pasando la bandera blanca que se erguía en la proa. El viento la hacia ondear.
Erwin miró hacia atrás, a Levi y a Historia, indeciso. ¿Decía algo él, o dejaba que lo hicieron ellos primero?
Kenny se acercó hacia él, inclinándose un poco para poder ser escuchado.
—Puede que sea una pregunta estúpida pero, ¿crees que hablen nuestro idioma?
Los ojos del comandante se abrieron momentáneamente debido a la sorpresa y luego volvió a fruncir las cejas, genuinamente exaltado. Ahí otro problema que él no había contemplado todavía.
—Esperemos que sí.
El sonido de unos zapatos de tacón lo hicieron voltear a prisa, viendo a los hombres que portaban las armas retroceder un par de pasos para cederle el paso a alguien más, a dicha dueña de los tacones.
A una mujer.
Una mujer alta y esbelta, con un vestido del color de las fresas que se le ceñía a la cintura y le marcaba la curvilínea figura, suelto hacia abajo, un sutil escote que dejaba ver la blanca piel, un collar dorado con una piedra brillante descansando entre las clavículas. El cabello rubio lo llevaba suelto, parecido a la luz de luna que se destilaba por las noches en sus rayos. Se movía con la brisa que soplaba aquel día.
Kenny silbó por lo bajo.
—Esa sí que es una belleza —murmuró, sonriendo, el mismo filo que se le veía en los ojos reflejado en ella—. ¿Qué mierda ha de querer en este basurero?
—Kenny —advirtió Erwin en un susurro.
El Ackerman le miró, pero se mantuvo callado. Los dos lo hicieron, y la gracia que se le pintó en la boca a la bella mujer les erizó la piel a ambos.
Estaba recargada en el barandal de hierro del barco, las mangas del vestido corriéndose y dejando ver las delgadas muñecas y la piel pálida adornada por un brazalete que hacía juego con el collar.
—Buenas tardes, caballeros —su voz era como un ronroneo, juguetón y seductivo, una pizca de fría elegancia en el gesto de la boca—. ¿Les importaría señalarme en la dirección de su humilde hogar? Me temo que me he perdido.
Kenny chasqueó la lengua, atrayendo la atención de la atractiva mujer. Dio un par de pasos para alejarse del lado de Erwin y le lanzó una sonrisa, dientes y todo.
—¿Ah, sí? Para mí que te equivocaste de lugar, mujer —hizo una seña con su cabeza hacia espaldas por dónde el barco había venido—. Deberías regresar y preguntar por direcciones a los peces. Seguro ellos saben decirte dónde está lo que buscas.
—No estoy segura de que ellos puedan ayudar —reiteró ella, la sonrisa intacta—. Me dijeron que eran los demonios los que hablaban, no los peces.
Kenny frunció el ceño.
—Demonios, ¿eh? —una sonrisa similar a la de ella tiró de sus labios—. Es una pena que a estos demonios no les guste hablar, ¿sabes? Eres bienvenida a venir aquí abajo y decirnos quién anda escupiendo estupideces o puedes, ya sabes, darte media vuelta e irte a la mierda.
La viciosidad de su voz pareció alentarla, un brillo apareciendo en sus ojos color hielo. Algo le era familiar en esa postura, la curvatura de esa boca y el color del cabello. Horriblemente familiar. Y para Kenny, que muy rara vez encontraba pizcas de incomodidad en su ser, aquella mujer le daba casi escalofríos.
—Kenny —era un contraste con la de Erwin, la voz, eso es. En donde Kenny era mordaz, Erwin oscilaba entre advertencia y frialdad—. No los provoques. No podemos-
—No me importa. O nos dice lo que realmente quiere o se larga de aquí —dejó que el filo de su cuchillo se asomara de entre sus dedos, como una advertencia—. Tu elección, rubia.
Los hombres en la proa reaccionaron de inmediato, alzando las armas en sus brazos y apuntándolos con ellas.
Los chicos a espaldas suyas se exaltaron de inmediato. Jean echó mano a su equipo, ojos feroces observándolos en espera de alguna orden. Mikasa estaba silenciosamente de pie a un costado de Historia, pero se sostenía de la empuñadura de una sola cuchilla con tanta fuerza que las uñas se le estaban volviendo blancas y la piel amarilla.
—¡H-hey! ¡Eso no es justo! —aquel era Connie.
Connie que sostenía una pistola de bengalas con manos temblorosas. Kenny no sabría decir si tal acto era de valentía o de completa estupidez, pero supuso que podía agradecerle el intento.
—¡Comandante Erwin! ¡Capitán Kenny! —Jean trató de dar un paso al frente, y Eren tiró de él hacia atrás. El chico castaño se volvió hacia él con los ojos abiertos de par en par.
Levi era el único que no se había quitado ninguna parte del equipo, intacto tal cual, por lo que fue el único que desenvainó las cuchillas y las alzó en dirección del barco, en donde los dos hombres alzaban sus armas.
El enano le tiró la más seca, la más fría, la más déspota mirada que Kenny le había visto nunca. El labio lo tenía curvado en una mueca de desagrado.
—Hah, ¿ves lo que provocas al no saber cerrar la boca, viejo?
Kenny se encogió de hombros.
—Mira cuánto me importa, enano —respondió él.
La rubia mujer seguía observándoles con esa irritante sonrisa que parecía saber algo que ellos no, sus ojos moviéndose entre Levi a espaldas suyas y ellos, lentamente alzando su mano para indicarle a sus hombres que bajaran sus armas.
—No hay necesidad de ponernos violentos, caballeros —la sonrisa se le atenuó un poco—. No fui sincera en un principio, mis disculpas. Alguien me dijo que viniera aquí y pidiera hablar con la reina. Es todo lo que quiero.
Historia parpadeó.
—... ¿Alguien?
Algo parecido a la esperanza revoloteó en el pecho de Historia, y sin importarle que estuviera exponiéndose, dio un paso al frente y se abrió camino entre Ymir y Connie.
—Historia, vuelve acá —la mano de Ymir intentó detenerla en vano, cerrándose alrededor del aire—. Historia.
Ella apenas y la miró, demasiado enfocada en la mujer en el barco. Levi la observó caminar, atento a cada movimiento de ella y de los otros hombres, de la mujer, de Kenny y de Erwin al frente.
—Si es a alguien con autoridad a quien buscas, entonces esa soy yo —enderezándose, pretendió que el miedo que sentía engullendo sus entrañas no se echaba de ver en su rostro y se enfrentó a ella, rodeando tanto al comandante como a Kenny para situarse de frente a ellos—. Soy Historia Reiss, reina de Paradis. Tu...
Titubeó. Su mano buscó a tientas a alguien detrás suyo, y los fríos, largos y callosos dedos de Kenny se cerraron alrededor de los suyos, dejándolos ir un momento después.
—... Tú, ¿eres... Kiyomi...?
La sonrisa de la mujer se amplió por una fracción de segundo. Historia notó que el brillo en sus ojos pasó hacia atrás, de vuelta a Kenny, igual de entretenida que antes de que ella se pronunciara.
Historia le devolvió la mirada, intentó devolverle la sonrisa, también. Se tomó el tiempo de observarla así como ella y sus hombres los observaban a ellos.
Era extremadamente deslumbrante. Hermosa. No había ninguna otra manera de describirla que no fuera usando esas palabras. Pero también se veía fría e inalcanzable, puesta en un pedestal tan alto que probablemente no fue hecho por ella misma, pero del que definitivamente había sacado cierto provecho.
Le recordaba a las chicas de familias nobles que eran altaneras y no parecían tener una personalidad fuera de cómo lucían. Esta mujer era distinta. Le daba la sensación de que estaba al frente de alguien peligroso, a pesar de que fueran los hombres a sus costados los que llevaban las armas.
—Un placer, Su Majestad —hizo una inclinación con su cabeza a manera de respeto. Historia la respondió con una similar—. Pero me temo que no soy la Kiyomi por la que preguntas. Quise venir antes de que fuera ella quien lo hiciera. Causar una buena impresión y todo eso.
Historia frunció el ceño, confundida. El eco de las palabras de Félix seguía presente incluso desde entonces, la advertencia, la súplica en sus ojos. (En un futuro, va a venir una mujer, y ella va a pedir algo de ti, Historia. (¿por qué tenía la sensación de que la mujer aquí presente iba a quitarle algo sin pedirlo primero?))
Si no es Kiyomi, ¿entonces quién...?
Debió haber visto la pregunta en sus ojos, la confusión. Debió haberse dado cuenta de que Historia tenía información que debería serle imposible saber, del mismo modo en el que lo hizo el comandante Erwin, sintiendo el peso de su mirada encima, preguntándole, incierto, curioso. Quizás sintiéndose levemente traicionado, porque era obvio que Historia seguía sin decirle todo lo que sabía.
Sentía a Eren también. Ahí en el vínculo que había crecido entre ellos durante el último año, podía sentirlo. En espera, observando, más quieto de como Eren era normalmente. Él ya sabía quién era ella.
La mujer se enderezó, sus manos puestas sobre el barandal, la espalda erguida. La sonrisa lobuna en un rostro hermoso.
—Serena von Engelhardt, mi Reina —y entonces algo se retorció en el pecho de Historia, algún tipo de conocimiento aún por alcanzar haciéndose conocido. Dios, rezó, por favor no. Por favor. Y la sonrisa en el bello rostro de la mujer se transformó en algo doloroso de presenciar—. Creo que sabes quién me envió aquí.
Sus manos se volvieron puños, le corrió un escalofrío por la espina dorsal. Historia no se atrevió a quitarle los ojos de encima.
—¿Quién lo hizo? Di su nombre.
La mujer, Serena, inclinó la cabeza hacia un lado sin perder esa escalofriante sonrisa que le hacía sentir demasiado vista. Cómo si pudiera comérsela de una solo bocado.
—Félix Ackerman, su Majestad —murmuró. Decía su nombre alrededor de una caricia, los ojos se le suavizaban de la misma manera que a Talisa cuando hablaba de Uri Reiss, pero un poquito diferente, algo menos soñador y un toque más hambriento.
No supo bien por qué, pero incluso antes de que Serena von Engelhardt lo dijera, Historia ya sabía lo que diría a continuación.
—Soy su prometida, es un placer conocerla al fin.
El mundo entero se detuvo en ese preciso instante.
El hombre tras Serena le tendió algo y la rubia mujer lo tomó, alzándolo para que quedara a la vista de todos. Una hoja blanca. Una carta. Tenía un sello en el frente, alguna inscripción que no podía ver bien desde esa distancia.
Historia sintió que le temblaban los labios, sintió las ganas de empezar a llorar. Escuchó los jadeos ahogados de sus amigos, escuchó la maldición que Ymir dejó escapar nada más terminó de hablar la otra mujer. No quería darse vuelta y ver la expresión en el rostro de Eren.
No quería ver la de Kenny. Y, Dios, no quería ver la de el comandante Erwin.
Serena parecía demasiado satisfecha consigo misma, sonriendo tan ampliamente que le dolía en algún lugar del pecho, en las costillas. Le faltaba el aire. Le costaba respirar.
Kenny la sostuvo del brazo y la detuvo de colapsar en el suelo, pinchazos de dolor apareciendo en sus párpados cuando una avalancha de lágrimas se le vino encima y tuvo que verse forzada a retenerlas.
Quería llorar. Con tantas ganas. Esto no era justo. No era nada justo. Nada de esto era malditamente justo.
—Historia.
Kenny tuvo que forzarla a enderezarse y a alzar la cabeza, porque de cualquier otra manera no habría sido capaz de hacerlo. La mirada en el rostro de Serena era distinta esta vez, cauta y observadora, y tal vez ella también lo entendió en ese instante.
Se tragó las lágrimas y tomó una profunda bocanada de aire, todo rastro del miedo que la había estado angustiando toda la mañana deshaciéndose en cuestión de minutos. Historia alzó la cabeza, tan alta como pudo hacerlo, y le clavó la mirada encima a la otra mujer.
—Bienvenida a Paradis, señorita Serena —confía en Félix para siempre ir un paso adelante, pensó, casi con amargura. Aún así sonrió y pretendió que el corazón no se le estaba rompiendo—. Espero que su estancia aquí sea de su agrado.
̶̶̶̶ «̶ ̶̶̶ ̶ «̶ ̶̶̶ ✵ ̶ ̶ ̶»̶ ̶̶̶ ̶ »̶ ̶̶̶
Magath había cometido un error.
Estaba ahí en el nuevo escritorio que le miraba de vuelta, trozos de madera rota todavía en el suelo que no se había molestado en limpiar simplemente porque no quiso.
Zeke le miraba desde el otro lado, sentado e inquieto. Su pierna no había parado de moverse desde que llegó, claramente ansioso, y el resto del mundo allá afuera descansaba inconsciente e ignorante de la clase de criatura a la que él en persona le había dado rienda suelta.
—¿Estás seguro de que estos son los papeles correctos?
Zeke se rascó la barba del mentón y miró hacia abajo, a los papeles en el escritorio, y luego arriba en donde Magath aguardaba una respuesta.
—Pues... Eso es todo lo que tenían de él —señaló los papeles de la izquierda—. Estos son de la primera vez aquí en Marley, cuando recién llegamos. El doctor que lo vio dijo que todo andaba en orden y que parecía estar haciendo una pronta recuperación.
Luego señaló a los otros en la derecha y su ceño se frunció poquito más.
—Estos... Son los del incidente con Galliard.
Magath los levantó casi de mala gana y les echó un vistazo.
—¿Y estás seguro de que es absolutamente todo lo que tenían de él?
—La hoja con medicamentos se quedó en su expediente, pero no tenía mucho en ella. Por eso solo traje estos. Creí que nos serían más útiles.
Los había leído antes, innumerables veces en realidad. Había algo que le molestaba que no lo dejaba en paz porque algo faltaba en ellos y Magath no terminaba de entender qué era eso exactamente.
—Uh, ¿Comandante?
Magath hizo un ademán con su mano, indicándole que no pasaba nada, y volvió a dejar caer el documento al escritorio. Dio un pesado suspiro y estuvo a punto de tirarse de vuelta en su silla cuando Zeke se removió en su asiento y carraspeó.
—¿Cree que sea buena idea enviarlo a él solamente?
—Tal vez. Con la rapidez con la que se desarrollan nuevas tecnologías, no me fío de que este hombre no encuentra una manera de incorporarlas en sus... Ataques —dijo, frunciendo el ceño—. Tendríamos que lidiar con él de alguna u otra forma, y Félix está disponible, así que... Es mejor que nada.
—Es volátil.
—Sí, también. Pero Galliard está con él, estarán bien. Sabrá cómo contenerlo.
Y luego se mantuvieron en silencio por unos minutos, Zeke menos ansioso que antes y un poco más resguardado, mirando algo a espaldas suyas. Magath continuaba mirando los documentos del hospital.
—Cuando lo conocí por primera vez no parecía gran cosa. Me sorprendí un poco más cuando él y sus otros dos, eh, compañeros vinieron hacia mí sin dudarlo. Pensé que tal vez había muerto.
Zeke se encogió de hombros y le tiró una mirada de reojo, dubitativo.
—Tiene las agallas para hacer esto, es solo... No lo sé, darle este tipo de poder... Y a alguien tan, inestable supongo, como a Félix...
—Los Ackerman no son cosas frágiles, Jaeger.
—Ya lo sé, ya lo sé.
Magath, suspirando, apoyó su mano contra la superficie del escritorio y miró hacia abajo al reporte del hospital acerca de las heridas y el tratamiento de Félix luego de lo ocurrido con Galliard.
Un coma de una semana, daño extenso en la piel de su brazo izquierdo, quemaduras de segundo grado, una concusión, pie esguinzado, un par de cortes y rasguños y roces de balas que fueron tratados inmediatamente, una costilla parcialmente rota... Su mirada se detuvo ahí, lentamente moviéndose hacia el otro reporte, y encontrando lo mismo. Una costilla rota.
La primera vez que llegó a Marley dijo que se había roto las costillas ¿cierto?
—Aunque no es un asesino tampoco.
La súbita declaración de su Jefe de Guerra lo hizo despabilar y alzar la mirada, ceño fruncido en confusión.
Zeke se aclaró la garganta y se reclinó contra el respaldo de la silla.
—Félix, digo. No veo cómo él podría... Ya sabe —luego hizo una seña con su dedo y se lo pasó por la garganta, de oreja a oreja.
—¿Que ya olvidaste que intentó asesinarte?
—Erh, creo que eso es un poco distinto. En una situación de vida o muerte... —Zeke se encogió de hombros otra vez—. Para ser justo, no estábamos en una situación en donde pudiéramos hablarlo. O, ya sabe, no tratar de matarnos.
Magath rio.
—Además, mhm... ¿No lo ha notado un poco distinto? De esa vez que salvó a Galliard, quiero decir. Félix se ve...
—Diferente, sí, en un buen sentido de acuerdo a lo que me dijo —el comandante asintió—. Debemos aprovecharnos de esa diferencia ahora más que nunca.
Pero todavía existía la corazonada de haber hecho algo intrínsecamente malo, de que había desatado algún tipo de ira sobre el resto del mundo que no estaba muy seguro de que fuera real. Seguramente los registros del hospital intentaban decirle algo, y él solo los había pedido porque quería ver si su nuevo y brillante juguete podía soportar el largo viaje, el calor y todo lo demás que conllevaría hacer algo como lo que Magath le había pedido hacer.
Comenzaba a darse cuenta de que no podía ser así de fácil.
—¿Cuál es tu opinión de todo esto?
Zeke lo miró.
—¿Sinceramente?
—Por supuesto.
—Creo que no estaba siendo honesto, y, ya sabe, nos ha mentido sobre algunas cosas, y no es como si pudiéramos reclamarle obviamente, pero... Me preocupa, uh, me preocupa lo que él podría hacer con esto, y después de esto, y... Debido a esto.
—Bueno, eso es cierto. Félix no es exactamente un libro abierto —lo miró—. ¿Crees que cometí un error al enviarlo?
Zeke dudó.
—Creo que nuestro primer error fue pensar que podríamos... Reprimir, o domar, a alguien como él —Jaeger se acomodó los anteojos—. Apenas sabemos nada sobre los Ackerman, y lo que sabemos se debe a cuentos de hadas e historias antiguas. Y Félix no es exactamente... Un símbolo o algo así. Es un luchador, comandante Magath, lo cual es bueno para nosotros en este momento, pero... No tenía miedo.
Las cejas del comandante se alzaron en sorpresa.
—¿Miedo a qué?
—A mi. A nosotros —Zeke, ambas partes curioso y sorprendido, largó un suspiro—. Lo vi en Paradis a él y a los otros dos venir hacia mi sin ninguna pizca de miedo, y luego lo vi saltar fuera de la zanja y correr en un campo de balas sin detenerse a pensar que una de ellas podía matarlo. ¿Cómo es eso posible? ¿Qué clase de humano puede ver ese tipo de cosas y aún así correr derecho hacia ellas?
Zeke terminó de hablar y la vista del comandante cayó de vuelta sobre los reportes de hospital, sobre los párrafos que describían las heridas sustentadas durante cada hecho y los tratamientos a llevar.
—Y luego esto... Si falla tendrá graves consecuencias, y si lo logra, será más de lo mismo —su guerrero favorito simplemente se encogió de hombros e hizo una mueca—. No entiendo cómo no le asusta.
Magath pensó en una locura y le fue imposible no reírse ante la mera posibilidad.
—Entonces no es humano. Es un maldito monstruo, y los monstruos no se asustan fácilmente.
Zeke se giró para mirarlo, con los labios ligeramente fruncidos. Era lo más parecido al disgusto que podía haberle mostrado e incluso entonces Magath supo que estaba fingiendo.
—Ve a despedirte de ellos antes de que se vayan —Magath hizo una brusca seña con su cabeza hacia la puerta y Zeke se volvió a ella—. De lo contrario, es posible que no tengas la oportunidad de hacerlo otra vez.
Zeke no dudó esta vez, simplemente saludó como despido y se dio la vuelta, y se fue sin decir mucho más.
Magath se quedó atrás sabiendo muy bien que no se atreverían a irse sin informarle primero, así que se tomó su tiempo. Volvió a mirar los papeles frente a él y frunció el ceño, todavía sintiendo como si algo acerca de ellos se le estuviera escapando.
La sensación no desapareció incluso cuando decidió ir con su escuadrón y despedirse, si no que persistió con el inconsciente conocimiento de que algo estaba mal. No con él, o con el resto de los guerreros, si no con Félix. Con el Ackerman.
Algo estaba mal. Magath lo sabía profundo en sus huesos y él sabía que cometió un error.
(Había un miedo profundamente arraigado en sus huesos que era tan grotescamente inhumano que ni siquiera podía reconocerlo por lo que era.
Vida tras vida de sentimientos acumulados y todavía era sorprendente cómo los seres humanos se comportaban como los seres sensibles e inquebrantables que parecían ser.
(Magath, a regañadientes, reconoció su propia mortalidad.))
HELLOOOOOOOO buenas noches son las 11 acá y me pase toda la tarde editando este monstruo lol y ahorita voy a sacar a pasear a mi perro lol ASÍ QUE
Les tenía preparados unos fun facts y hasta los anoté porque ya sabía que se me iban a olvidar en lo que publicaba y ahora se me olvidó en donde los anoté lol que horror de memoria tengo yo que asco lol PERO ANYWAYS!!!
Quiero decirles que si algunas partes se leen extrañas es porque en la parte final donde están ya en el océano como tal hay mucho salto aquí y allá de POV, de Kenny, de Erwin y de Historia mayormente.
Also, ya estoy dando a entender más que algo anda ahí pasando con el titán fundador así que espero que le presten atención a eso looool, chance y ya hasta saben qué pedo, pero ajá 😁
SO con todo eso dicho espero que hayan disfrutado del cap porque me costó un huevo lol es súper largo y como no tengo PC lo tengo que escribir en mi celular y ese es otro pedo aparte que me causa dolor de cabeza lol PERO ENJOYYYYY y nos leemos después, gracias por todo perdón por tan poco bye los quiero <33333333 🫰🏻🫰🏻
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top